2 EL HEREDERO OSCURO DE LA SANGRE Los hijos de los angeles Caídos II - AHNA STHAUROS

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El Heredero Oscuro de la Sangre Ahna Sthauros Los hijos de los Ángeles Caídos II

Los Hijos de los Ángeles Caídos II: El Heredero Oscuro de la Sangre © Ahna Sthauros © Pink Love ediciones, 2019 Dirección editorial: Pilar Nieva Diseño y maquetación: Nerea Pérez Expósito de Imagina Designs Esta novela fue registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual de Sevilla Primera edición: Marzo 2019 www.novelas-pinklove.com Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del titular del Copyright o la mención del mismo, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

«¿Por qué habéis abandonado el cielo, vuestra eterna morada, para convertir a las hijas de los hombres en vuestras esposas? ¿Por qué habéis engendrado a una raza impura? Los hombres fueron creado para morir, pero vosotros, espíritus celestiales, poseéis la vida eterna. La muerte no puede alcanzaros. Por eso no debisteis desposaros con mujeres…». Libro de Enoch, capítulo XV

Génesis En el principio de los tiempos Dios creó al mundo, al hombre y a la mujer, y encomendó a sus ángeles velar por ellos y protegerlos del Mal y de la tentación. Pero fueron ellos los que cayeron en la tentación… En aquellos tiempos los ángeles se dedicaron a seguir las órdenes de Dios, vigilando los hombres desde lejos, sin entender el porqué de tanto amor y devoción por parte del Todopoderoso hacia su Obra. Hasta que uno de ellos, el más puro y brillante, se rebeló y reprochó a Dios querer más a esas criaturas débiles que eran los hombres que a sus ángeles. Provocó una guerra en el Cielo y se convirtió en el enemigo de Dios. Se convirtió en el Príncipe de las Tinieblas. Eso es lo que cuenta el Génesis: el motivo de la caída de los ángeles, los espíritus puros celestiales. Pero eso es solo una parte de lo que ocurrió de verdad. Si bien es cierto que Lucifer se rebeló contra Dios por orgullo, porque no quería arrodillarse ante los humanos, otros lo hicieron por amar demasiado su obra. Los ángeles llevaban mucho tiempo vigilando a los hombres y cuando estos tuvieron hijas, que nacieron elegantes y hermosas, se enamoraron perdidamente de ellas. Un grupo de ángeles decidió bajar a la tierra y casarse con ellas. No podían hacerlo, sabían que unos espíritus puros como ellos no podían mezclarse con las mujeres. Pero lo hicieron, empujados por el amor que sentían hacia ellas. En su mayoría, porque algunos de ellos fueron empujados por la lujuria… Los ángeles se mezclaron con las mujeres y, sabiendo que sus cuerpos mortales no podían soportar la pureza de sus espíritus, les enseñaron conocimientos prohibidos para sobrevivir. Pero eso no fue suficiente para evitar la maldición de Dios que cayó sobre la descendencia de los ángeles. Los hijos que nacieron de su amor por las mujeres parecían normales: su piel era muy blanca y eran hermosísimos. Pero se dieron cuenta de que no podían salir a la luz del sol sin quemarse atrozmente y que no envejecían como los demás hombres. Y lo más terrible para ellos fue darse cuenta de que no podían alimentarse de forma normal, sino que tenían que beber sangre para sobrevivir; muchas veces

sangre de sus propias madres. Los ángeles se lamentaron y no entendieron por qué Dios condenaba así a sus hijos. ¿Acaso no habían sido ellos los que habían desobedecido Sus órdenes y habían yacido con las mujeres? ¿Por qué la ira de Dios alcanzaba a esos seres inocentes? La respuesta surgió cuando vieron el comportamiento de uno de ellos, Azaël. Ese ángel no se había enamorado de su mujer humana y no se había quedado con ella por amor: había abusado de ella una y otra vez, movido por una lujuria irrefrenable. Azaël no había bajado a la tierra porque amaba profundamente la obra de Dios: quería someter a los hombres y esclavizarlos; quería reinar sobre ellos porque era un ser perfecto y ellos no eran más que inmundicia. Les había enseñado cómo fabricar armas por puro divertimiento. Le encantaba ver cómo se mataban los unos a los otros en unas guerras que él había provocado con antelación. Era todo un espectáculo para él. Los ángeles, horrorizados ante lo que habían descubierto, decidieron mandar a uno de ellos para hablar con él. Sabían que la condena de Dios hacia sus hijos era solo el primer punto de su venganza. Si no lo apaciguaban deteniendo a Azaël, mandaría a su guardia personal de ángeles a por ellos. Entonces mandaron a Sahriel, uno de los ángeles más sabios y pacíficos: amaba profundamente a su mujer y a su hijo Ephraem y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvarlos; incluso luchar. Azaël odiaba a su mujer, que no era más que basura a sus ojos y que solo servía para complacerlo de todas las formas posibles, y despreciaba a su hijo Kether porque era un estorbo para él. El amor hacia los hombres era la fuerza del primero; el odio, el escudo del segundo. No podía haber dos ángeles más antagonistas en toda la Creación. Esa noche oscura, la locura y la serenidad se miraron cara a cara… Sahriel, de pie en el inmenso salón de una riqueza extraordinaria, hizo frente a Azaël, repantigado en una especie de trono. Intentó serenarse y proyectar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. Estaba aterrado por las palabras pronunciadas por él y consternado por su comportamiento. Su Hermano Celestial se había vuelto loco, cegado por la potencia de sus poderes sobre los hombres. Estaba más cerca de la oscuridad que de la luz.

Sahriel sintió un miedo atroz por su mujer y su hijo. —Hermano, te lo ruego. ¡No puedes estar hablando en serio! Azaël soltó una carcajada siniestra. —Fíjate en qué te has convertido, Sahriel… El hermoso y sabio ángel de la Luna —la mirada verdiazul de Azaël recorrió su rostro, desde su oscuro y larguísimo pelo hasta sus ojos de un azul intenso—, se ha convertido en un llorón patético que viene a suplicar por la vida de seres inferiores. Azaël se levantó de un salto y se acercó a él. —¿Dónde está mi Hermano Celestial, audaz y valiente, que luchaba a mi lado con su espada de la Verdad? ¿No te das cuenta de que los hombres no merecen tu piedad y tu compasión? No son más que basura inútil y solo sirven para obedecer nuestras órdenes. Somos más poderosos que todos ellos. Piensa en lo que podríamos hacer en esta tierra con nuestros poderes: seríamos dioses y disfrutaríamos de todos los placeres posibles. Tendríamos miles y miles de esclavos para satisfacer nuestras fantasías. ¿No te parece grandioso? Sahriel miró horrorizado a Azaël. Su mirada brillaba fanática en su rostro de facciones perfectas. —¿Te estás oyendo, Hermano? ¡Hablas igual que Lucifer! Azaël esbozó una sonrisa sarcástica. —A lo mejor es porque tiene razón… Sahriel sintió que una fría determinación se apoderaba de él. —Te has dejado engullir por la Oscuridad. Te has convertido en un ángel oscuro y nos has condenado a todos. Y lo peor es que has condenado a nuestros hijos inocentes. Ellos no tienen la culpa de tu locura. —¡No seas necio, Sahriel! —espetó Azaël, con un brillo malévolo en los ojos —. ¿Pensabas de verdad que Dios nos dejaría quedarnos en la tierra con su preciosa obra sin consecuencias? Fuimos condenados en el preciso instante en el que pusimos un pie aquí y tomamos a estas mujeres. Sabías muy bien que habría un castigo para ti el día que fornicaste con tu mujer. —¡No compares tu situación con la mía! —se defendió Sahriel—. Yo amo a mi mujer y he oído que tú tomaste a la fuerza a esa pobre muchacha indefensa. ¿Es eso cierto? —Tenía que aprender a obedecerme —contestó el aludido con una fría sonrisa—. Y eso es lo que haré con todos los demás: enseñarles a obedecer. Sahriel no dijo nada y observó atentamente el rostro del ángel que había sido su mejor amigo, casi su hermano.

Entonces supo que todo estaba perdido, que había ido hasta allí en vano porque la condena de Dios no tendría fin y que estaba ampliamente merecida. Se había opuesto a los demás ángeles que querían ajusticiar a Azaël por los pecados cometidos porque quería averiguar antes si era verdad. Pero ya no había duda posible. Azaël había caído en la oscuridad más profunda, como Lucifer lo había hecho antes que él. Y Sahriel no podía permitir que hiciera más daño a los hombres porque él los amaba. —No me dejas otra alternativa, Azaël. Sahriel levantó la mano y, después de un fogonazo de luz, apareció su espada en ella; la espada de la Verdad. —Por lo visto, no eres el único aquí que quiere combatir contra mí —se rió Azaël—. Dos contra uno, no me parece muy justo. Una luz resplandeciente inundó el salón y Sahriel reconoció el aura potente y magnífica que envolvía la estancia. Se dio la vuelta para ver avanzar al brazo ejecutor de Dios, el Arcángel Mijaël. No había imagen más hermosa y terrible que la del Arcángel ataviado para el combate y proyectando toda su energía. No había ángel más puro y letal que él. No había ángel más despiadado y eficaz que el jefe de la Milicia Celestial. Mijaël no conocía ni la compasión ni los remordimientos. Por eso Dios siempre le confiaba las misiones más desagradables. Su aspecto encantador, con su pelo castaño claro y sus ojos celestes, no era más que un engaño. No había nada dulce en él. Era frío como el acero. Era el ángel de la Justicia y de la Muerte. —¿Qué te trae por aquí, Mijaël? —preguntó Azaël con insolencia. —¡Calla, impuro! —La voz del Arcángel se disparó como un trueno—. Dios me ha mandado para castigar vuestros crímenes y no pararé hasta haberos ajusticiado a todos. La pena y el dolor sacudieron a Sahriel y cerró los ojos durante un segundo. No habría redención posible. Dios nunca se apiadaría de sus hijos. Mijaël, su mano derecha, iba a exterminarlos a todos.

Prólogo El invierno ya se hacía notar en las inmensas tierras de Islandia y las primeras nieves habían cubierto de blanco la hierba rojiza de la estepa. Un viento helado recorría la inhóspita pradera sumida en un profundo silencio. La temperatura y el paisaje se asemejaban a lo que se podía encontrar en las frías tierras de Alaska y era lo que había determinado a Ranulf, Príncipe de los Kraven y guardián de los Senadores dormidos, a buscar refugio en este lugar. Después del asesinato del Cónsul por un ser potente y desconocido, había tomado la decisión de trasladarse a Islandia con los demás miembros del Senado y reforzar su seguridad. En realidad, esa decisión se había tomado después de reunir a todos los miembros despiertos del Senado y solo Ranulf y el Pretor Chen, jefe de la guardia personal de los Venerables, conocían el paradero exacto del Senado en Islandia. Eran meras precauciones porque Ranulf dudaba de que un ataque como el que había tenido lugar en Alaska pudiera repetirse. Aunque más valía ser precavido ya que el asesinato del Cónsul los había pillado a todos con la guardia baja. Pero ¿quién podía imaginar que existía un ser capaz de matar a un Senador? Durante siglos, debido a la falta de amenaza concreta, los guardianes se habían ido relajando y ahora pagaban las consecuencias de esa falta de atención. Y Ranulf no estaba dispuesto a que ocurriese otra desgracia. Una desgracia que pondría en peligro la Sociedad vampírica por la que su padre había dado su vida. Su padre, el ángel Arataqif, se había sacrificado para que los hijos de los Elohim pudiesen sobrevivir, protegidos por las leyes de la Sociedad vampírica, y él tenía que seguir con su ejemplo. Por eso se afanaba en no dejar ningún detalle suelto y había desplazado a su propia familia, los Kraven, al sur de Islandia. De hecho, pronto tendría que reunirse con ellos porque era su líder, su Príncipe, y a pesar de que su misión era mucho más importante y de que su lealtad hacia el Senado era inquebrantable, no podía dejarlos sin protección. Eran su familia.

Una familia que contaba con un nuevo miembro, aunque Ranulf sabía que era por poco tiempo. Eneke, la vampira húngara con muy mal carácter y miembro de los Pretors, le había pedido proteger a su amada y él había accedido. Se lo debía. En otros tiempos, la ayuda de la vampira había sido determinante. Además, a Ranulf no le molestaba la presencia de Mariska en el seno de su familia: al contrario de su colérica amada, la joven vampira tenía un carácter dulce y tranquilo como unas aguas mansas. Así que la había instalado en una de las habitaciones de su mansión, escondida en un parque natural al sur de Islandia, y había encomendado a los miembros de su familia que la trataran bien para poder volver a la vigilancia de los miembros dormidos del Senado. Ranulf sabía que no tenía por qué preocuparse. Nadie sería capaz de alcanzar a Mariska estando allí. Sin embargo, estaba muy equivocado… El sol apenas acababa de esconderse detrás de las montañas, dejando lugar al crepúsculo lleno de tímidas estrellas. En la mansión de los Kraven, los vampiros más antiguos llevaban ya un tiempo despiertos. No era el caso de Mariska. Con apenas setenta años de existencia, era demasiado joven como para despertarse tan temprano y seguía sumida en un sueño tan profundo como el coma humano. Su cuerpo, hermoso y delicado, estaba tendido en una inmensa cama con sábanas de satén azul y las persianas metálicas de las ventanas estaban cerradas herméticamente. Ese tipo de persiana se había instalado en la mayoría de las casas de los miembros de las familias principescas como medida de protección contra el sol. Se levantaban cuando ya había oscurecido completamente. Sin embargo, las persianas de la habitación de Mariska estaban programadas para levantarse mucho más tarde. Pero esa noche se abrieron antes de tiempo para dejar pasar una neblina de un color azul oscuro que rodeó la cama en la que Mariska estaba tendida. Mariska, Mariska… El tenue sonido llegó hasta sus oídos y se adentró en su consciencia haciendo que sus párpados empezaran a agitarse. Despierta, Mariska… La voz masculina, suave y aterciopelada insistió y forzó a Mariska a recobrar un estado de semiinconsciencia. Despierta, hija de Israel. Te necesito.

Mariska se despertó de golpe y se enderezó en la cama con un movimiento enérgico, lo que hizo que sus cortos y rubios rizos rozaran su delicada mandíbula. —¿Mi Señor? Sus ojos, de un azul pálido, recorrieron la estancia en busca de alguna presencia conocida, pero no había nadie más que ella en la habitación. En ese momento, se percató de la neblina que rodeaba su cama. Se levantó y se arrodilló sin osar mirar hacia ella. —¿Qué queréis de mí, mi Señor? Su voz sonó frágil, casi temerosa. No debes temer, Mariska. No te haré daño. Necesito tu ayuda. La voz aterciopelada reverberó tan cerca de su oído que Mariska levantó la cabeza para ver si algún vampiro se había materializado ante ella. Pero seguía sola en la habitación. —Debéis haberos confundido, mi Señor. Soy muy joven y no soy poderosa. No puedo seros de gran ayuda. Mariska vio que la neblina se acercaba a ella. Eso no es un problema. Yo te haré poderosa, pero necesito que hagas algo para mí. —Lo que vos deseéis, mi Señor. Soy vuestra sierva. Ese consentimiento no era temerario por su parte. Sabía a quién pertenecía esa voz. La había oído en su cabeza desde siempre, incluso antes de ser salvada y convertida por Eneke. Tienes que entender, hija de Israel, que ese favor que te pido podría significar el fin de tu existencia. No puedo garantizar que salgas intacta de esto. —No importa, mi Señor. Confío en vos. ¿Y Eneke? Mariska guardó silencio durante un segundo. Esbozó una sonrisa y cerró los ojos para poder vislumbrar el rostro amado de su compañera. ¡Su terrible guerrera húngara! Tenía un carácter espantoso, salvo cuando estaba con ella. Cuando estaban juntas, Eneke era muy dulce y la miraba como si fuera su sol y su luna. Había insistido mucho para que ella viniera aquí y estuviera protegida porque Mariska no quería apartarse de su lado. Pero el bien común y el bien de la humanidad estaban por encima de la felicidad particular. —Lo entenderá, mi Señor. Ella lucha con los Pretors y yo lucharé a mi manera.

Bien. Entonces te otorgaré una parte del poder del que dispongo y te convertirás en mis ojos y en mis oídos. Protegerás a mi alma, Mariska. ¿Aceptas ponerte a mi servicio? —Acepto —contestó ella con un movimiento de la cabeza. La neblina se acercó un poco más y envolvió a Mariska, como dándole un abrazo. No temas… Mariska sintió cómo un poder inconmensurable penetraba su cuerpo e invadía cada célula de su ser. Tuvo la impresión de estar asfixiándose, como si hubiese saltado al mar desde un acantilado, y luchó por respirar. Pero todo pasó rápidamente y la dejó con una sensación increíble de potencia. Se sentía invencible y era un sentimiento que no había experimentado nunca. Aunque sabía que era una ilusión y que ese poder le había sido prestado para servir a un propósito mucho más importante que su propia existencia. Sal de esta mansión y reúnete con uno de mis fieles Lacayos que te espera en medio del bosque. Me aseguraré de que nadie te vea. Mariska se levantó del suelo y se vistió con rapidez. Envolvió su menuda figura en una túnica oscura con capucha para poder tapar sus rizos rubios y su rostro de porcelana. Salió de su habitación sin mirar atrás y enfiló el largo pasillo que llevaba a la puerta de la entrada. Toda la mansión estaba fuertemente protegida con sistemas de vigilancia muy sofisticados, pero eso no preocupaba a Mariska porque sabía que el poder procedente de la neblina los estaba dejando fuera de servicio el tiempo suficiente como para que ella pudiera salir. Tampoco se detuvo cuando se cruzó con algunos vampiros que pasaron a su lado como si no existiera. Una vez estuvo fuera, se paró a la espera de las instrucciones de la voz. Sigue ese sendero que te llevará hasta Valean, mi Lacayo. Él te dará mis instrucciones. No puedo quedarme mucho más por aquí. He gastado mucha energía. —Lo entiendo, mi Señor. Podéis contar conmigo. La neblina envolvió a Mariska y, durante un segundo, ella sintió cómo un vampiro alto y fuerte le daba un abrazo. La voz aterciopelada le susurró una última cosa al oído y desapareció. La joven vampira se quedó mirando la oscuridad de la noche, tocándose el oído de forma distraída donde, un segundo antes, había podido sentir unos labios dulces y firmes moverse para darle las gracias por lo que iba a hacer.

Parpadeó varias veces para salir de su ensoñación y se apresuró a seguir el sendero que se adentraba en el bosque. Cuando llegó al punto de encuentro marcado por la voz, había un vampiro esperándola, un Lacayo. Mariska llevaba muy poco tiempo viviendo en el seno de una familia y nunca había frecuentado la alta sociedad por lo que desconocía el sistema de rango y la posición ocupada por cada vampiro. Eneke era una Aliada y no pertenecía a una familia en concreto, aunque prestara sus servicios a los Némesis, y Ranulf no era un Príncipe a las antiguas usanzas. Lo único que sabía era que los Lacayos eran unos vampiros muy fieles y muy obedientes. Unos simples peones al servicio de los más poderosos. Pero el vampiro que la esperaba, visiblemente irritado, no aparentaba ser un peón. Era de todo menos un simple peón. —¡Llegas tarde! —espetó el Lacayo brutalmente. Mariska se detuvo, sorprendida, y lo observó con atención. Se le podía considerar atractivo porque era muy alto, con un cuerpo musculoso y ágil, y tenía un rostro muy sensual con sus ojos azules y su pelo castaño rozándole la cara. Pero la mala leche y la fuerza salvaje que desprendía no ayudaban mucho a tener una buena opinión de él. No parecía muy simpático. —Perdona el retraso. Soy Mariska —contestó ella, conciliadora. Sabía por experiencia propia, gracias a su amada Eneke, que a veces las apariencias engañaban. —Sí, sí; sé quién eres —cortó el Lacayo, molesto—. Yo soy Valean, un Lacayo Metamorphosis al servicio de los Némesis. —¿Un Metamorphosis? —preguntó ella, sin entender el término. Valean enarcó una ceja. —Un vampiro capaz de transformarse en animal, mejor dicho, en depredador —le explicó pausadamente, como si fuera tonta—. ¡Por Dios! Pero ¿de dónde sales? Mariska ni se inmutó ante ese arranque de mal humor. Estaba más que acostumbrada. —Bueno, no tenemos toda la noche. ¡En marcha! Valean se dio la vuelta y extendió sus brazos. —¡Un minuto! —Mariska lo agarró por la manga de su chaqueta de cuero marrón—. ¿Qué tengo que hacer? Valean le echó una mirada por encima de su hombro.

—Recoger mi ropa y seguirme. Luego, mi Señor nos dará las instrucciones. Dicho eso, volvió a extender los brazos y se transformó en una enorme águila de plumas marrones y blancas que empezó a describir círculos en el cielo lleno de estrellas. Durante un momento, Mariska se quedó mirándolo y luego se agachó para recoger su chaqueta y su pantalón. ¿Todos los Metamorphosis se quedaban desnudos cuando se transformaban? No lo sabía y era una cosa que no quería averiguar, así que se apresuró a seguir al águila, que se estaba alejando en el cielo, sin darse cuenta de que alguien lo había presenciado todo. Agazapado en lo más alto de un árbol, un magnífico jaguar negro se levantó de su escondite y saltó sobre el suelo blanco. Olfateó los alrededores y escrudiñó el cielo en busca del águila. Agachó la cabeza y, tras un destello de luz, se convirtió en una espléndida mujer de piel negra y ojos ambarinos. Savage, Metamorphosis al servicio de los Kraven, chasqueó los dedos y pasó de estar desnuda a estar completamente vestida. Resopló cuando vio cómo el águila volaba muy lentamente para que la joven vampira encapuchada pudiera seguirlo. Había reconocido a Mariska, la joven protegida al cuidado de su Príncipe. —¿Qué te traes entre manos, Valean? —murmuró entre dientes, sin perder de vista al águila. A su Príncipe no le iba a hacer ninguna gracia que su protegida se fugara con un Metamorphosis. Pero Savage sospechaba que había algo más detrás de eso. Como buena Metamorphosis siempre se fiaba de su instinto, así que se dispuso a seguir a la joven vampira desde una distancia prudencial. Savage ignoraba por completo que con ese gesto acababa de presentarse voluntaria para combatir en una guerra encarnizada. La guerra entre la Luz y la Oscuridad. La guerra entre dos sangres hermanas…

PRIMERA PARTE: El palacio de las mentiras

Capítulo uno Las luces y los sonidos pasaban delante de ella y giraban a su alrededor como si fuesen una sinfonía, pero no la alcanzaban. Luchaban una y otra vez para llegar hasta donde ella estaba. La rozaban, como pétalos de rosas cayendo sobre su cuerpo y su rostro, pero no lograban introducirse en su consciencia. Donde ella se encontraba, solo había oscuridad. Un mar amargo de silencio y oscuridad. La pérdida de su consciencia y de su mente, que ella había considerado privilegiada, era lo que más la aterraba. ¿Se quedaría así eternamente, atrapada en la noche? ¿No volvería a ver nunca más la luz? Sentía cómo su alma se había separado de su cuerpo y cómo luchaba por regresar. Pero no podía hacer nada en medio de tanta oscuridad. Su alma, desolada, tenía ganas de llorar, pero tampoco podía hacerlo. Sin embargo, la oscuridad fue cediendo lentamente y dejó pasar algún que otro sonido conocido, y su consciencia empezó a despertar. El proceso siguió hora tras hora, día tras día, hasta que pudo reconocer los sonidos. Entonces llegaron las imágenes. Primero, fue un torbellino confuso; luego, una explosión de colores sin ton ni son; y finalmente, la oscuridad volvió a adueñarse de ella. Pero fue para poco tiempo porque volvió a vislumbrar las imágenes. Estaban mezcladas: había momentos del pasado reciente con momentos de su infancia; había momentos que pensaba haber olvidado y otros que no pensaba haber vivido. Intentó ordenarlas de forma meticulosa para escapar a la oscuridad y recobrar la consciencia. Pero era una tarea titánica porque cuando pensaba haberlo conseguido, cuando pensaba que por fin iba a poder abrir los ojos, las imágenes volvían a mezclarse hasta desaparecer. Entonces tenía que volver a empezar… ¿Volvería a recobrar la consciencia alguna vez o se quedaría dormida para siempre? No podía quedarse en la oscuridad. No quería permanecer en el silencio.

Se aferró a las imágenes y lo intentó otra vez. Esa vez lo lograría. Estaba tan cerca de despertarse. Fue en ese momento cuando oyó a la niña. La niña estaba llorando, sola y perdida, sentada en el suelo en un halo de luz en medio de las tinieblas. Su pelo castaño claro brillaba con la luz que parecía bajar del cielo, y dos mechas más claras enmarcaban su precioso rostro, hermoso a pesar de las lágrimas. Ayúdame… Oyó la voz de la pequeña en su mente, pero no vio sus labios moverse. Se acercó lentamente hacia ella, preguntándose cómo había logrado llegar hasta ella. Ayúdame… La niña tenía la cabeza agachada hacia una forma tumbada aparecida a sus pies. En ese momento, levantó la cabeza y clavó su mirada en la suya. Tenía una mirada de un color muy particular, unos ojos de un gris plateado parecido al reflejo del acero. Una mirada que ella conocía. Volvió a agachar la cabeza y puso sus dos pequeñas manos sobre la forma que estaba a sus pies. La forma cambió y dio paso al cuerpo de una mujer. Una mujer hermosa cuya piel lechosa y llena de moratones anunciaba que acababa de morir de una muerte violenta. La niña insistió. Ayúdame. Mi mamá no se mueve y no consigo resucitarla. Su alma se escapa, su alma se escapa… Decidió dar un paso más hacia la niña y entonces vio a su madre, Athalia, tendida en el suelo y muerta. Su consciencia se rebeló contra esa imagen espantosa y luchó por volver a funcionar. Libró la batalla contra la oscuridad y ganó, devolviendo su alma a su cuerpo. Entonces Diane supo que la niña era ella. Dio un paso hacia atrás e intentó huir, ignorando la súplica de la niña; su propia súplica. No podía volver a la luz para ver esa imagen. No tenía fuerzas suficientes para poder afrontarla. ¡No me dejes sola! ¡No me dejes en la oscuridad! Se dio la vuelta para no verla, pero la niña apareció delante de ella. ¡Tienes que luchar, Diane! ¡Eres la luz! ¡No dejes que la oscuridad gane! —¡Oh, cállate! —imploró, tapándose los oídos. Tienes muchos poderes. Tienes que sacarlos a la luz. Despierta tus poderes, Princesa de la Aurora. ¡Despiértalos! —No puedo, no puedo…

La niña desapareció y el silencio volvió a reinar. Diane se dio la vuelta sobre sí misma. La oscuridad estaba cediendo dejando paso a una leve claridad, como cuando el sol se levanta. —Padre, ¿dónde estás? No hubo respuesta. El silencio lo envolvía todo. Diane se frotó las manos. Tenía tanto frío. Nunca había sentido un frío tan intenso. Parecía estar penetrando por todos los poros de su piel. —¿Voy a morir? —preguntó en voz alta. Estaba atrapada. Condenada a una eternidad de oscuridad. Ese era el lema en latín que había leído en un cuadro representando a su padre, el Príncipe de los Némesis. Había nacido de la luz y la habían conducido a un infierno de oscuridad. No has nacido de la luz. Eres la luz. La Luz y la Sangre de Sahriel. —¿Quién habla? ¿Quién eres? No conocía esa voz. No era la voz aterciopelada de su padre, ni la voz fría y desagradable de sus sueños. La voz era grave, pero sonaba limpia y pura. Ven. Deja que te enseñe una cosa… Diane se acercó a una luz que brillaba más que cualquier otra cosa. Quería levantar su mano para tocarla, pero no se atrevía. —¿Quién eres? —repitió—. ¿Qué quieres de mí? La luz la rodeó por completo. Quiero que veas con tus propios ojos por qué eres tan importante. Quiero que entiendas que has nacido del amor; un amor que no podía existir y que, sin embargo, existió. Diane cerró los ojos, sintiendo cómo su cuerpo se iba calentando gradualmente. Observa y recuerda por qué has nacido. Cuando despiertes, estarás en un mundo mucho más oscuro que en el que te encuentras ahora y necesitarás recordar en cada momento dónde está la verdad. —Pero ¿y si no consigo despertarme? Lo harás y habrá días amargos en los que desearás no haberlo hecho. Días de lucha y días de dolor. Entonces tendrás que recordar quién eres. La luz se desplazó y se paró en frente de ella, cegándola. Diane solo pudo atisbar una silueta en la claridad absoluta. Recuerda, Doncella de la Sangre. Tu sangre es lo más valioso para los dos mundos porque es el Principio y el Fin de cada cosa. No puedes y no debes entregarla a cualquiera. Nadie te la puede arrebatar por la fuerza.

—No entiendo lo que significa esto. Lo entenderás en su debido momento. Y ahora, observa y recuerda… La luz estalló violentamente y destruyó la oscuridad reinante. Diane se sobresaltó y se dio cuenta de que ya no estaba en la oscuridad, sino en una especie de vestíbulo decorado de forma elegante. Podía ver con nitidez todo lo que había a su alrededor y podía oír los sonidos. De hecho, escuchaba cómo una orquesta tocaba música y podía distinguir el sonido del violín entre los instrumentos. Se quedó paralizada cuando dos jóvenes aparecieron de repente, con un vaso en la mano, y pasaron muy cerca de ella. Pero se relajó cuando pudo comprobar que no la veían dado que estaba parada en medio de la sala y no le habían hecho caso. Por su belleza y sus ojos brillantes, ella supo que eran vampiros y que lo que estaban bebiendo no era precisamente vino. Los dos individuos se rieron de algo y se fueron. Diane decidió investigar dónde se encontraba, ya que nadie podía verla, y se dirigió hacia la música. La orquesta estaba situada en el fondo de un enorme salón de baile repleto de vampiros vestidos de manera muy sofisticada que formaban grupos de conversación. Llevaban trajes oscuros y las vampiras unos vestidos que parecían sacados de la última ceremonia de los Oscars. Era una especie de reunión mundana. La joven se paseó entre los invitados, admirando su belleza refinada, y observó intrigada que una pequeña multitud se congregaba a los pies de una escalera de mármol, a la espera de alguien. Alguien que debía de ser importante a juzgar por la extraña excitación palpable entre los vampiros reunidos allí. De repente, la orquesta dejó de tocar y el salón enmudeció. Todos los vampiros miraron hacia lo alto de la escalera y ella hizo lo mismo. —¡Papá! Diane no pudo contener ese grito. El que bajaba la escalera, vestido con un traje azul oscuro con corbata de seda, era su padre, el Príncipe de los Némesis. A su lado, y vestido de forma tan elegante, iba su fiel Consejero Zenón; un ángel rubio al lado de un ángel moreno. —No puede oírte —susurró la voz en su cabeza—. Esto es una visión del pasado. Escucha y observa atentamente.

Diane asintió y siguió a su padre por el salón de baile mientras iba de un grupo a otro, con Zenón a su lado presentándole a cada vampiro. Todos miraban y hablaban con gran respeto al Príncipe y él contestaba con una sonrisa en su hermoso rostro. Sin embargo, ella tenía la impresión de que estaba triste. Su mirada, de un azul intenso, se veía un poco apagada. —Mi Señor —interrumpió un Sirviente—, alguien desea veros. —No se puede molestar al Príncipe en este momento —intervino Zenón—. Que esa persona vuelva más tarde. —Es que… —titubeó el Sirviente—, esa persona ha insistido mucho. Diane vio que la mirada de su padre cambiaba ligeramente. —Zenón, volveré enseguida. ¿Dónde has llevado a esa persona? —le preguntó al Sirviente. —Al salón de la Aurora, mi Señor. Diane se dispuso a seguir de nuevo a su padre, pero, al segundo siguiente, se encontraba en el salón nombrado. De espaldas a la puerta y frente a una inmensa ventana, había una mujer envuelta en un abrigo largo con capucha. Había algo familiar en esa mujer, algo que la consciencia de Diane reconoció como un recuerdo lejano. —¿Por qué has venido aquí sola? Su padre había entrado sin hacer ruido y se apoyaba contra la puerta, como si no quisiera adentrarse más en el salón. —Lo sé. Prometí no volver a verte, pero no tenía elección. —Algún degenerado podría haberte matado, ¿no te das cuenta? —Ephraem se acercó finalmente a la mujer hasta detenerse delante de ella—. No los controlo a todos, Athalia. En un movimiento rápido, Ephraem le bajó la capucha. Diane se llevó las manos a la boca. Era su madre. Era hermosa y delicada, y tenía los ojos del color de la lluvia. —¿No te alegras de verme? —preguntó ella con una sonrisa triste. El rostro de Ephraem era impasible, pero sus ojos brillaban intensamente. —Esa no es la cuestión. Has puesto en peligro tu vida. ¿Por qué? —Porque… —Athalia suspiró y se apretó contra él. El Príncipe cerró los ojos, pero no se movió—. Porque no puedo vivir sin ti. Me muero lejos de ti… —¡Morirás si te quedas aquí conmigo! —la interrumpió, apartándola suavemente de su pecho—. Sabes muy bien lo que soy, Athalia. Un vampiro, un condenado. No hay futuro conmigo.

—Sé lo que eres y no me importa. Me dan igual nuestras diferencias porque yo también soy diferente. —No es lo mismo y lo sabes. Tú no eres inmortal. Ephraem le dio la espalda. Diane contenía la respiración descubriendo el sufrimiento de sus padres. Esa situación era muy parecida a la suya. —Te devolví a tu familia y prometí no volver a acercarme a ti. Di mi palabra y tienes que marcharte. Athalia lo abrazó desde detrás y empezó a sollozar. —No me dejes, Ephraem. No me dejes… Quiero quedarme contigo, quiero estar a tu lado el tiempo que sea. No me importa mi familia, solo me importas tú. —Por favor, no llores… Ephraem se dio por vencido y la estrechó entre sus brazos. —Esto es una locura… —murmuró contra su pelo—. No puedo permitir que caigas conmigo; tú eres una luz y yo no puedo cambiar lo que soy. —No quiero que cambies, Ephraem. Te amo, te amo… Diane sintió una emoción incontenible viendo a sus padres besarse con fervor, como si nada más existiera en el mundo excepto ellos dos. —¡Santo cielo, Athalia! —El Príncipe dejó de besarla, pero sus manos se quedaron en sus mejillas—. Yo también te amo, pero no podemos seguir con esto. Nunca estarás a salvo aquí y no permitirán que te quedes conmigo. Además, nuestras sangres no pueden mezclarse y no puedo condenarte a una vida solitaria mientras yo guio a mi familia porque es mi deber. Athalia respiró hondo y se apartó de él. —Te equivocas, Ephraem, respecto a lo de nuestras sangres. Hay otra cosa que tengo que decirte… Le cogió la mano y se la puso en su vientre todavía plano. —Espero un hijo tuyo. La noticia fue como una bomba para Ephraem y, por una vez, su rostro impasible reflejó la sorpresa más absoluta. —¡Eso es imposible! —exclamó, anonadado. Sin embargo, sabía que su amada no mentía y que estaba embarazada. Había sentido el alma y la energía del feto; una energía muy poderosa para un ser tan diminuto. —Sabes muy bien que fuiste el primero. Me amaste como un hombre…

—¡Pero no soy un hombre! No puedo tener hijos, ya no. Ninguno de nosotros puede tenerlos de forma natural. —Lo sé. Me lo dijo el ángel. Ephraem la miró alarmado. —¿El ángel? ¿Qué ángel? —Soñé con él la otra noche, pero no sé su nombre. Era hermoso como tú y tenía un símbolo en la frente, como una estrella. Me dijo que tenía que venir aquí y quedarme contigo, tal y como yo lo deseaba con todas mis fuerzas. Me dijo que no debía temer por esa nueva vida y que era la Nueva Alianza con Dios. Pero no sé lo que significa esto. —Todo esto es un engaño. Intentan llegar hasta mí a través de ti. —¿Por qué dices esto? —Porque desde los tiempos del Génesis y la Noche del Castigo los ángeles no pueden comunicarse con nosotros, ni siquiera a través de los humanos como tú. Lo tienen prohibido desde que sus Hermanos Celestiales tuvieron descendencia con las mujeres humanas; desde que Dios hizo caer toda su furia. Por eso dudo mucho que, al cabo de tantos siglos, haya cambiado de parecer. No perdonará jamás los crímenes de los Elohim. —Pero esa nueva vida que está en mí existe, Ephraem. Y eso significa algo. Es un milagro. Es nuestro hijo. Ephraem la miró intensamente. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Desde hacía miles de años, nada había conseguido conmocionarlo tanto. Iba a ser padre de forma biológica y eso era más que un milagro. Cierto era que Athalia no era una humana normal porque tenía algunos poderes paranormales, que él había detectado rápidamente a pesar de que ella hacía todo lo posible por esconderlos en su interior. Pero de ahí a poder quedarse embarazada de él, había un trecho. Entonces Ephraem se preguntó si había algo más en la sangre de Athalia y si era por eso por lo que esa familia la había confinado en sus dominios durante tantos años, como si fuese una monja de clausura. Se prometió a sí mismo que iba a averiguarlo, pero no quitaba el hecho de que una felicidad descomunal empezaba a embargarle. Su corazón ya desbordaba de amor por ese ser que era sangre de su sangre, pero también sentía miedo por su vida. Athalia era humana. No podía quedarse en la Sociedad vampírica. Era la ley y él más que nadie cumplía con la ley.

—Y ahora, ¿qué vamos a hacer? —preguntó ella, percibiendo su preocupación. —Nuestra hija lo cambia todo y no dejaré que nadie le haga daño. Athalia abrió mucho los ojos. —¿Hija? Ephraem sonrió. —Sí. Tendrá tus ojos y la llamaremos Diane, la pequeña Luna, por su antepasado. ¿Te gusta ese nombre? —Me encanta —contestó Athalia, acariciándose el vientre. —No te preocupes —dijo Ephraem, abrazándola—. Te quedarás a mi lado y cuidaré de vosotras. Acunó su rostro y la besó delicadamente. —Te amo y haré lo que sea necesario para que estéis bien. No importa el precio que tenga que pagar ni lo que tenga que hacer. Os amo más que a mi propia eternidad. En ese momento, la imagen de los padres de Diane empezó a distorsionarse y desapareció. —¡No! —exclamó Diane—. Por favor, quiero ver más cosas sobre mis padres. No recuerdo nada. —No te impacientes —dijo la voz—. Me quedan más cosas que enseñarte. —¿Me enseñarás cómo murió mi madre? La pregunta había salido clara, pero le había costado hacerla. Tenía un gusto amargo en la boca. —Ese momento llegará, pero ahora no. La claridad volvió a inundarlo todo, cegándola otra vez. Cuando recuperó la visión, su padre se encontraba en una especie de cripta llena de pequeños mosaicos. Vestía un abrigo largo azul oscuro y estaba de pie delante del altar, vuelto hacia la entrada. Agarraba en su mano el medallón que Diane conocía y que era su herencia; su insignia de poder. No estaba solo. Frente a él estaba Zenón, cuyos ojos se habían vuelto de un color turquesa imposible, como cerrándole el paso. Había mucha tensión en el ambiente y Diane se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración. —¿Vas a levantar la mano contra mí, mi fiel amigo? —preguntó Ephraem dulcemente. —Lo siento, mi Príncipe, pero no puedo permitir que os vayáis y que nos abandonéis. Sois demasiado importante para nosotros y para toda la Sociedad.

No podéis renunciar a vuestro cargo. —Sabes muy bien por qué lo hago, Zenón. —¿Ese hijo es más importante que todos nosotros? —Es el futuro de nuestra especie y de la humanidad. Su sangre es sagrada y su vida muy valiosa, y tengo que protegerla. La temperatura bajó considerablemente y volutas de humo blanco empezaron a salir del cuerpo de Zenón. —Si os vais, la Sociedad se tambaleará y los avances contra los degenerados que beben sangre humana se vendrán abajo. Habéis luchado tanto para promulgar y hacer cumplir esa ley. No podéis sacrificarlo todo ahora. El suelo de mármol empezó a congelarse alrededor de Zenón mientras levantaba la mano hacia Ephraem. El Príncipe le lanzó una mirada triste. —No puedes utilizar tu poder contra mí. Sigo siendo el hijo de un Elohim. —¡No me dejáis otra alternativa, mi Príncipe! Zenón lanzó una potente ráfaga de hielo contra Ephraem, pero él la deshizo sin siquiera moverse. Las paredes que estaban detrás de él se convirtieron en bloques de hielo. El Príncipe levantó un solo dedo y Zenón cayó de rodillas en el suelo, sin poder levantarse. —He levantado la mano contra vos. Tenéis que destruirme —recalcó Zenón mientras el Príncipe se acercaba a él. Ephraem suspiró, apenado. —No soy tan vengativo, amigo mío. Vivirás para guiar a mi familia mientras yo no esté, y lo harás muy bien. Levantó las manos para coger su rostro. —¿Qué pensáis hacer? ¿Limpiar mi memoria? —preguntó Zenón con los ojos brillantes de dolor contenido. —No tengo más remedio. Mi hija significa muchísimo para todos nosotros. Mi hija es la respuesta a todo. Una onda azul oscuro rodeó la cabeza rubia de Zenón y los ojos del Príncipe se volvieron tan brillantes como dos zafiros. —Vas a olvidar todo lo que ha ocurrido salvo esto: he desaparecido y no quiero que me busquéis. Es más, mi energía va a desaparecer como si nunca hubiese existido. Algún día volveré con mi hija y la servirás tan fielmente como me has servido a mí; pero hasta que llegue ese día, no volveremos a vernos. Cuida de mi familia, Zenón.

Cuando Zenón cerró los ojos, la imagen desapareció por completo. El silencio regresó dejando a Diane sola, en medio de una sala vacía y llena de tenues colores. —¿Dónde estás? ¿Por qué me has enseñado todo esto? Dio una vuelta completa sobre sí misma. —¿Qué significa? ¿Que Dios permitió que yo existiera? Avanzó un poco, pero se dio cuenta de que en realidad no se movía. —¡Contesta! ¿Y qué le pasa a mi sangre? ¿Por qué es tan importante? —Porque es sangre sagrada —dijo la voz detrás de ella. Diane sintió una presencia física. Ya no era solo una voz, había alguien detrás de ella. —Tendrás que recordar todo lo que has visto. —¿Quién eres? —preguntó ella, intentando darse la vuelta. Pero antes de tener la oportunidad de moverse, sintió una intensa sacudida mientras la voz decía: —Es hora de despertarse y de cumplir tu destino. Entonces, todo estalló a su alrededor. El primer sonido real que alcanzó a Diane iba y venía, de tal forma que tuvo que concentrarse para determinar de qué se trataba. Luego, el calor reconfortante que la rodeó le indicó de que lo que oía era el crepitar de un fuego en la chimenea. El problema era que ella no tenía chimenea en su piso de Sevilla, así que se obligó a abrir los ojos para averiguar dónde se encontraba. La operación no fue sencilla porque sus párpados parecían haberse convertido en dos bloques de cemento, pero, tras parpadear varias veces, consiguió entreabrirlos un poco. No era la primera vez que tenía dificultades en despertarse y que no sabía dónde se encontraba. ¿Se estaría convirtiendo en una especie de Bella Durmiente moderna? Las luces se filtraron a través de sus párpados y soltó un gruñido. No era una sensación muy agradable. Además, le dolía la cabeza. Respiró hondo y abrió lentamente los ojos. No estaba en su habitación del piso de Sevilla. Parecía haber aterrizado en pleno cuento de hadas. Las paredes estaban enteramente cubiertas por tapicerías medievales, representando a jóvenes damas tocando instrumentos de música, y había cortinas de terciopelo azul en cada lado de su cama que bajaban de un techo elevado.

Tampoco era la habitación de la finca de Cassandrea y Gawain, en la sierra sur de Sevilla. Entonces, ¿dónde estaba? Diane intentó moverse para incorporarse un poco, pero desistió cuando vio el tremendo esfuerzo que eso suponía. Debía llevar mucho tiempo en esa cama, en esa habitación desconocida, porque tenía los miembros entumecidos como si llevara mucho tiempo sin utilizarlos. «Diane, poco a poco», se encomendó a sí misma. Primero giró levemente la cabeza y luego intentó mover los brazos y las piernas, sintiéndose aliviada cuando lo consiguió. Por lo menos todo funcionaba y no tenía nada roto. Entonces, se armó de valor y logró apartar levemente con las manos el considerable espesor de las mantas que la cubrían. Bajó la mirada y se dio cuenta de que llevaba un camisón blanco, muy finamente bordado, que parecía sacado de uno de sus libros sobre el esplendor del Renacimiento italiano. Alguien había tenido que desnudarla para ponérselo porque ella no recordaba haberlo hecho. Pero ese era el menor de sus problemas en ese momento. Se sentía débil y agotada, y no conseguía hacer una cosa tan simple como incorporarse en una cama. Además, tenía mucha sed. Suspiró frustrada. ¿Cuánto tiempo llevaría en esa cama? Decidió hacer un esfuerzo, a pesar de su terrible dolor de cabeza, para recordar todo lo que había pasado hasta el momento en el que había abierto los ojos en esa habitación desconocida. Hasta hacía poco había vivido en París con su tía, que había resultado no serlo, y se había marchado a Sevilla para estudiar. Allí había hecho amistad con dos estudiantes, Carmen y Miguel, y había compartido piso con Irene. También había encontrado un verdadero amigo en la persona del profesor de Historia del Arte, Yanes O’Donnell, cuya hija había muerto en horribles circunstancias. Pero la rutina de su existencia había cambiado por completo cuando, en la noche de Halloween, había conocido a Alleyne, un joven vampiro, y cuando había descubierto que su padre no había muerto y que era un Príncipe de la Sociedad vampírica, lo que la convertía a ella en Princesa. Sin embargo, su vida se había complicado aún más cuando se había descubierto que, según una antigua profecía, ella era la Doncella de la Sangre, es decir, un ser sagrado para los vampiros cuya vida había que proteger de la codicia de algunos de sus congéneres, dispuestos a todo para beber su sangre. Hasta ahí, bien. Pero después, la memoria de Diane se volvía confusa y las imágenes se mezclaban.

«Venga, Diane, ¿qué es lo último que hiciste?», se preguntó cerrando los ojos para intentar visualizarlo. Había ido al piso de Sevilla con Gawain, el padre vampiro de Alleyne y Aliado de su propio padre; Eneke, una vampira con muy mal carácter y muy guerrera; y Alleyne, el vampiro del que se había enamorado perdidamente y que acababa de poner fin a su relación porque se consideraba inferior a ella dada su nueva condición de Princesa y ser sagrado. Diane tenía que recuperar su medallón, la insignia de poder de su padre que demostraba que era un Príncipe, pero en el piso había ocurrido algo, algo horrible… Se afanaba en visualizar la escena, pero por más que lo intentara, no conseguía tener una imagen clara. «Venga, recapitula: estábamos en el piso y yo tenía el medallón en la mano, y delante de mí estaba Irene y…». Nada. No había manera. Lo siguiente que recordaba era despertarse en esa habitación desconocida y decorada como si formara parte de una recreación medieval. Y sus amigos vampiros, ¿dónde estaban? ¿Y Alleyne? ¿Estarían por aquí? Diane movió un poco las manos y se encontró con algo duro cerca de su cadera. Lo cogió y, después de un tremendo esfuerzo, consiguió sacarlo de entre las mantas para ver de qué se trataba. ¡Era su medallón! No lo había perdido. Recordaba haberlo agarrado con fuerza para que alguien no se lo quitara. Pero ¿quién? ¿Y por qué? Hizo una mueca, agobiada. Al parecer sus problemas de memoria, ya presentes en el pasado, se habían intensificado. Y era muy frustrante. Bueno, no servía de nada obsesionarse. Su memoria volvería en el momento menos oportuno, como siempre. Además, no se sentía tan bien como para librar una batalla consigo misma. Prefirió dejarlo estar, de momento, y centrarse en el medallón. Era una cosa que, al menos, recordaba y hubiera podido trazar de memoria su dibujo enigmático: un ángel negro, con sus alas desplegadas, sosteniendo un cáliz del que salía un rubí parecido a una gota de sangre. Un cáliz lleno de sangre… Un recordatorio, sin duda, de la condición de su padre, un vampiro poderoso y líder de una familia aristocrática dentro de una sociedad de vampiros muy hermética. Una sociedad que la estaba esperando, siendo ella la heredera de su padre, es decir, la Princesa de la familia Némesis.

Diane recordaba haber prometido a su padre no defraudarle en su nuevo papel, después de aceptar a duras penas su nueva realidad. Esa enorme responsabilidad la asustaba y se había hecho aún más pesada con el distanciamiento de Alleyne; aunque luego había entendido el porqué de su comportamiento cuando ella también había tenido que separarse de su mejor amigo y profesor, Yanes. La vida de Diane se había vuelto muy complicada en poco tiempo y sus sentimientos habían sido muy intensos. Había tenido que asimilar de golpe una información que se salía de lo normal: los vampiros existían y los más antiguos y poderosos eran los hijos de los ángeles, los Elohim, condenados por Dios por haberse enamorado de las mujeres y haber tenido descendencia con ellas. Debido a esa eterna condena, no podían reproducirse de forma natural y solo podían convertir a un humano intercambiando su sangre con él. Pero la noticia de que Diane era la hija biológica del Príncipe de los Némesis había roto todos los esquemas y había agudizado la necesidad de protegerla. En miles de años, ningún vampiro había vuelto a tener descendencia de forma natural y, de repente, aparecía una joven de esencia humana, con inmensos poderes, que era hija de uno de los Príncipes más importantes y respetados de toda la Sociedad. Bueno, lo de sus inmensos poderes la fastidiaba un poco porque, al igual que su memoria, iban y venían sin control. Había sido capaz de pulverizar a un vampiro bastante poderoso y de entrar en la mente de Eneke. Y eso era todo. A ella le daba igual la noción de poder porque era humilde y un poco tímida, pero sabía muy bien que necesitaba sacar a la luz esos poderes cuanto antes para intentar dirigir la familia de su padre. Ningún vampiro en su sano juicio obedecería a una simple humana y, tarde o temprano, ella iba a tener que mandar. Pero eso no era lo más importante ahora. Lo que apremiaba era averiguar en qué lugar estaba y dónde se encontraban sus amigos. «Padre, ¿dónde estás? Te necesito. Necesito tu fuerza», pensó mirando el medallón que descansaba en su mano. En otras ocasiones, su padre se había manifestado con su voz o a través de sus sueños para ayudarla, a pesar de llevar más de veinte años desaparecido y sin dejar ni rastro. Diane había soñado cosas de su pasado y se había reunido con él varias veces en sus sueños. Pero habían sido momentos muy breves porque su padre siempre parecía estar vigilado por alguien. Alguien con un poder muy oscuro…

Diane sintió un leve malestar. Tenía la impresión de que ella había estado en contacto directo con ese poder recientemente. Recordaba una sensación de frío intenso penetrando su cuerpo lentamente y unos brazos muy duros rodeándola. Algún vampiro la había llevado hasta allí, un vampiro que ella conocía, pero que no era ni Alleyne ni uno de sus amigos. «Piensa, Diane, piensa…», se ordenó a sí misma. De repente, un pensamiento cruzó su mente. ¿Habrían vuelto a borrarle la memoria? Jefferson, el vampiro que ella había aniquilado, había entrado en su mente para borrar el recuerdo de su encuentro en el metro de París, y su propio padre había bloqueado sus poderes en el pasado. ¿Sería por eso por lo que no podía recordar lo que había pasado en el piso de Sevilla? Diane se tensó por la frustración y la rabia, y apretó aún más el medallón en su mano. ¿Quién era esa persona que estaba jugando con su memoria? Sin previo aviso el medallón, que se había calentado lentamente, empezó a desprender una luz de un color azul oscuro en una onda cada vez más grande y se calentó tanto que Diane tuvo que soltarlo por encima de las mantas. Se miró la mano, afortunadamente intacta, y decidió que ya era hora de incorporarse y así poder ver lo que había pasado con el medallón. Pero una cosa era decidirlo y otra cosa hacerlo: tardó más de diez minutos en ponerse en una postura más o menos sentada, empujando en el proceso las mullidas almohadas contra el dosel de la cama. Una vez que estuvo medio sentada y recuperada del esfuerzo, pudo encontrar rápidamente el medallón gracias a que la luz del fuego llegaba hacia ella dado que las cortinas de su cama no estaban echadas. Lo tocó con un dedo para ver si seguía caliente y, viendo que no había peligro, lo cogió entre sus dos manos para observarlo detenidamente. Le dio la vuelta por todos los lados, mirándolo con el ceño fruncido, pero el medallón ya no volvió a emitir ninguna luz o calor. Diane se dio por vencida y decidió apartarlo. —Tenía la impresión de que querías decirme algo porque sé que guardas una parte del poder de mi padre en ti —comentó en voz alta, echándole un último vistazo—. Pero, por lo visto, me he equivocado. A Diane no le dio tiempo a dejarlo sobre las mantas porque, en ese momento, el medallón volvió a brillar como si hubiese estando esperando que ella hablara. —¿Qué quieres decirme? —le preguntó, centrándose en el dibujo del ángel. Recuerda, Doncella, recuerda…

El medallón desprendió una luz intensa que envolvió a Diane por completo. La luz tenía tanta fuerza que ella tuvo que cerrar los ojos. Entonces empezó a recordar lo que había pasado en el piso: el comportamiento irracional de Irene y su posterior ataque por un vampiro que parecía un militar; su encuentro con una vampira adolescente muy guapa que había pretendido ser su amiga; y, finalmente, la sensación de estar atrapada en una oscuridad que no tenía fin. —¡Ay, Dios! —exclamó ella, abriendo los ojos de golpe. Lo último que acababa de recordar eran esos ojos tan negros como la noche que la habían perseguido en sus sueños desde que era muy joven. Estaba convencida de que los había visto hacía poco, desde muy cerca. Pero ¿dónde? —Sí, lo he visto en persona… —reflexionó en voz alta, recostándose en las almohadas sin soltar el medallón—, ese hombre que está presente en mis sueños y que parece protegerme y atormentarme al mismo tiempo. Un malestar indefinido volvió a apoderarse de ella cuando su intuición le sopló algo que ella había pasado por alto: no era un hombre, era un vampiro y… ¡El hombre de sus sueños y el vampiro que la había llevado hasta aquí eran la misma persona! —Vamos, Diane, un esfuerzo más… —se amonestó en voz alta, poniendo el medallón en su regazo para poder masajearse las sienes—. Recuerdo el frío de sus brazos, sus ojos tan negros y… me dijo algo. ¡Ay! ¿Qué es lo que me dijo? Apartó las manos de sus sienes, perpleja. —Me dijo que era mi hermano… —recordó, asombrada. ¡Eso era ridículo! Ella no tenía hermano. Su madre era humana y había muerto, y ese ser era un vampiro. Un vampiro que se veía muy antiguo y poderoso. —Madre mía… —suspiró, cansada. ¡Como si su vida necesitara una complicación más! ¿No era ya suficiente haber descubierto tantas cosas inexplicables en tan poco tiempo? —Ese vampiro miente, no tengo hermanos. Mi padre me lo habría dicho — intentó convencerse. ¿O no? No había que olvidar que su padre había borrado sus recuerdos y le había impuesto un bloqueo mental. ¿También le habría ocultado que tenía un hermano? Diane sintió que el cansancio y la irritación empezaban a hacer mella en ella. Seguía sin saber dónde se encontraba y sus amigos no se habían manifestado

todavía; lo que no era una buena señal. Un ligero pánico se apoderó de ella. ¿Y si ese vampiro la había secuestrado para hacerle daño? «Tengo que salir de aquí como sea», pensó con determinación. Tenía que moverse y salir de esa cama, aunque le costara mucho esfuerzo. Recorrió primero la habitación con la mirada para ver dónde habían puesto su ropa, pero no la encontró por ningún sitio. Se dio cuenta de que había un cofre de madera a los pies de la cama y una especie de armario apartado de la chimenea. Bueno, tendría que buscar en los dos sitios. Diane se percató de un detalle extraño: no había ventana en la habitación, solo paredes decoradas con esos magníficos tapices. «Eso me confirma que aquí viven vampiros», pensó. Empujó las mantas con decisión y consiguió girarse hasta poner los pies en el suelo. Sus zapatos también habían desaparecido y no había nada que se pareciera a unas zapatillas, pero eso no le iba a impedir levantarse. Cogió el medallón y decidió ponérselo alrededor del cuello, a pesar de su peso. Lo hizo con muchas dificultades porque se sentía tan débil como un recién nacido. Estaba en ello y tenía la cabeza agachada cuando oyó un chasquido. Frunció el ceño mientras la puerta se abría lentamente y se dio cuenta de que estaba totalmente indefensa. ¡Ni siquiera tendría fuerza suficiente como para arrojar el medallón contra su agresor! Se tensó a la espera, pero los minutos pasaron sin que nadie entrase. De repente, Diane sintió miedo y contuvo la respiración cuando un enorme perro negro pasó el umbral de la puerta y la miró con sus ojos marrones. Durante un minuto, el tiempo pareció detenerse mientras ella y el animal se observaban mutuamente. —¡Dios! —exclamó ella sin poder evitarlo. No era un perro, era un lobo. Un enorme lobo negro con una curiosa marca en la frente; algo parecido a una media luna. Genial, sencillamente genial. ¡Su suerte mejoraba por momentos! Iba a morir devorada por un lobo en un lugar desconocido. Diane intentó no moverse y siguió fijando la vista en el lobo. Un minuto. Lo conocía, lo había visto antes; aunque no le sirviera de mucho en esos momentos. Había soñado con él, reconocía esa marca que lo hacía diferente a los otros lobos. Acompañaba al vampiro de ojos negros… Se echó para atrás cuando el lobo dio un paso hacia ella.

—¡No te muevas! —ordenó, a sabiendas de que el animal no iba a obedecer. Pero, para su más absoluto asombro, el lobo se paró y se sentó sobre sus patas traseras sin dejar de mirarla. —Muy bien… —musitó Diane sin poder creer en su suerte. El problema era que el lobo se había parado entre la cama y la puerta, y que no había manera de rodearlo. El lobo ladeó un poco la cabeza y empezó a jadear como si se estuviera burlando de ella. Pero seguía sin mostrar ni un ápice de agresividad. —¡Vete! ¡Vete! —soltó Diane intentando ahuyentarlo. Desgraciadamente, el resultado fue todo lo contrario: el lobo se irguió y se acercó a ella hasta quedarse muy cerca de la cama. Ella se pegó todo lo que pudo al dosel de la cama mientras el animal empezaba a olfatear el aire y luego las mantas. Cuando inclinó la cabeza para oler el bajo de su camisón, ella pensó que su última hora había llegado. «¿Por qué mis poderes no se manifiestan cuando deben?», se preguntó con desesperación. Como si fuese la respuesta a su pregunta, el medallón emitió un pitido agudo que hizo que el lobo se retirara hasta la puerta gruñendo. —Gracias —murmuró ella con fervor, envolviendo el medallón entre sus manos. Pero el lobo no se había ido. Estaba delante de la puerta y la miraba con un brillo extraño en los ojos que no presagiaba nada bueno. —¿Por qué no te vas de una vez? —se impacientó Diane. Una risa cristalina, muy parecida a unas diminutas campanillas, le contestó. —¿Has oído, lobo? —preguntó una hermosa adolescente rubia, entrando por la puerta—. Anda, ponte ahí, al lado de la chimenea. El lobo pareció resoplar, pero obedeció y se echó delante del fuego mientras la puerta se cerraba sola. —¡Princesa! ¡Qué alegría veros despierta! —exclamó la chica avanzando hacia Diane. A ella también la conocía. Era la joven vampira del piso de Sevilla. Recordaba esa preciosa cara de porcelana, enmarcada por un pelo rubio oscuro y rizado, y esos grandes ojos marrones. Desde luego que una belleza tan particular no se podía olvidar fácilmente, incluso por su parte; más aún cuando esa vampira se empeñaba en llevar vestidos de jovenzuelas sacados del siglo XIX. Ese día llevaba un vestido de mangas cortas y abultadas color melocotón, con una cinta a juego en su precioso cabello. Parecía la inocencia personificada.

Sin embargo, Diane volvió a sentir su alarma personal mientras la chica se acercaba, como flotando, y se paraba a su lado. —¿Quién eres y dónde estoy? —preguntó Diane fríamente. La vampira sonrió con dulzura. —Me llamo Hedvigis y deberíais acostaros de nuevo, mi Señora. Habéis estado muy enferma y habéis dormido durante mucho tiempo. Levantó la mano hacia ella para instarla a tumbarse, pero el medallón emitió una luz azul oscuro como advertencia. La vampira retiró la mano con un mohín encantador. —No debéis tener miedo, Princesa. Ni este lobo ni yo queremos haceros daño. Al lobo le gusta curiosear —Hedvigis le echó una mirada y el lobo levantó la cabeza— y dormir en las camas ajenas, pero es inofensivo. Con un movimiento rápido, la vampira consiguió tapar un poco a Diane con las mantas. —No has contestado a mi segunda pregunta: ¿dónde estoy? —Estáis en un lugar seguro. —Hedvigis sonrió con tranquilidad—. En el palacio de vuestro hermano, Marek. Diane se tensó y se alteró. —¡Yo no tengo un hermano! ¡Soy hija única! ¿Dónde están mis amigos? ¿Cuánto tiempo llevo en esta cama? Hedvigis pareció un poco apenada y eso sorprendió a Diane, ya que sabía que los vampiros no solían mostrar sus sentimientos. De hecho, la mayoría tenían una cara impasible. —Princesa, os lo voy a contar todo, pero tenéis que tranquilizaros antes. Diane decidió que era mejor obedecer de momento para poder obtener respuestas, y se recostó como pudo en las almohadas. —Así está mejor —convino Hedvigis con una gran sonrisa—. Vuestro hermano, el Príncipe Marek, no es hijo de vuestra madre sino de vuestro padre, el Príncipe de los Némesis. Sois medio hermanos, pero eso a él le da igual porque os quiere muchísimo. —¡Pero si no me conoce! —exclamó Diane. —Siempre os ha protegido desde que erais muy joven y, sobre todo, cuando vuestro padre desapareció por razones que nadie conoce. Por eso os ha traído aquí, pero se quedó muy preocupado viendo que no despertabais. —Hedvigis se inclinó levemente hacia Diane—. Lleváis algo más de dos semanas en esta habitación, y habéis perdido mucha fuerza. Diane se quedó helada.

—¡Dos semanas! Mis amigos andarán locos buscándome. ¿Los habéis avisado de dónde me encontraba? Un frío intenso se apoderó de ella cuando un pensamiento negativo, casi una certitud, cruzó su mente ya lucida. —¿E Irene? ¿Qué ha pasado con Irene? Hedvigis bajó la mirada lentamente. —Intenté protegerla de los demás vampiros, os lo aseguro, mi Señora. Pero llegué demasiado tarde y tenía que sacaros de ahí porque os iban a atacar. No pude hacer nada por ella. Eran demasiado numerosos y fuertes. —Pero ¿de qué estás hablando? —gritó Diane, conmocionada por la noticia de la muerte de Irene y con los ojos nublados por las lágrimas. —Esos vampiros que os acompañaban. Fueron ellos quienes mataron a la humana. Diane la miró horrorizada. —¿Estás loca? —dijo finalmente—. Son mis amigos. Jamás levantarían la mano contra un humano. ¡Jamás! Estaba convencida de ello. Había vivido con ellos y sabía cómo actuaban y cómo eran. Gawain, fiel a su pasado como jefe de un clan escocés, tenía mucho honor y era muy respetado por su papel de Pretor, una especie de policía que daba caza a los vampiros degenerados que bebían sangre humana. Eneke tenía muy mal carácter, sí, pero era una guerrera y cumplía las órdenes de Gawain a rajatabla. En cuanto a Alleyne, jamás había atacado a un ser humano para beber de él y no iba a empezar ahora. Ella lo amaba y sabía que anteponía su deber antes que su propia felicidad. Y su deber era todo lo contrario a atacar a los humanos. —Había otro vampiro. ¡Fue él quien atacó a Irene! Era rubio y tenía un acento extraño. —Sí, Burke. Era un Lacayo del Príncipe de los Draconius. —Ves cómo te equivocas —soltó Diane, enfadada. Hedvigis suspiró. —Tenéis muchos enemigos, Princesa. Vuestros supuestos amigos os tendieron una trampa en el piso de Sevilla porque querían recuperar el medallón de los Némesis. Pero no habían previsto que el Príncipe de los Draconius se adelantara al tener la misma idea. Menos mal que vuestro hermano me mandó para protegeros, de lo contrario no sé lo que habría pasado…

Diane la miró como si su pelo se hubiese convertido en miles de serpientes, con una expresión de horror absoluto en la cara. ¡Esta loca estaba mintiendo! Sus amigos no le habían tendido una trampa. Recordaba con absoluta nitidez cómo Gawain había tomado todas las precauciones necesarias al entrar en el piso y cómo flotaba algo raro en el aire, mucho antes de que llegaran. Además, no podían haberla engañado así mientras ella estuvo en la finca con ellos. Tantos vampiros, tan diferentes, no podían haberse confabulado contra ella de esa manera. Era imposible que Sasha o Gabriel le hubiesen mentido. Y si querían matar a un humano, habrían matado a Yanes en vez de salvarle la vida. Diane se serenó interiormente. La vampira estaba mintiendo. Había detalles que no conocía y el más importante era la prueba de sangre que había compartido con Gawain. Esa prueba no podía mentir. Su padre confiaba en Gawain y ella también. Hedvigis la observaba con atención, pero no conseguía entrar en su mente ya que el medallón bloqueaba su poder. Pero no le hacía falta hacerlo para darse cuenta de que sus mentiras no habían funcionado. Tendría que utilizar otra estrategia para doblegarla. —Lo siento tanto, Princesa. Siento haberos apenado porque no era mi intención. Sé que ahora pensáis que os estoy mintiendo, pero algún día os daréis cuenta de que os decía la verdad. Sé muy bien de lo que es capaz Gawain. Es mi hermano de sangre. —¿Qué? —se sorprendió Diane a su pesar. Hedvigis tuvo una mueca dolorosa. —Cuando era humano, se volvió loco y mató a toda su familia. Mi padre, que en aquella época estaba en Escocia, no tuvo más remedio que convertirlo para salvarlo de su locura. Pero, una vez transformado en vampiro, Gawain se imaginó que era mi padre quien había masacrado a su familia y decidió vengarse persiguiéndolo para eliminarlo. Convenció al Senado de que mi padre había cometido unos crímenes horribles contra los humanos, para así incluirlo en la lista de los degenerados a eliminar. Hedvigis se apretó las manos con desesperación. —¡Pero no es verdad! Lleva siglos detrás de nosotros y me duele esa situación. Por eso cuando vuestro hermano me habló de vos con tanto amor y me comentó su deseo de protegeros, me sentí identificada y decidí prestarle mi ayuda. ¡Os quiere tanto y desea tanto demostrároslo!

Diane sentía que su dolor de cabeza había vuelto con más fuerza, debido a que se estaba estrujando los sesos a más no poder para determinar de qué iba esa vampira. Sabía que le estaba mintiendo porque Gawain no podía haber matado a su familia. Para él la familia lo era todo, y había protegido a Alleyne como si fuera su hijo. Pero ella nunca había visto a un vampiro tan expresivo y tan emotivo como aquella preciosa criatura de poca cordura. ¿Qué se hacía con los vampiros locos? ¿Se les seguía la corriente como a los humanos locos? Sabía que tenía que seguirle el juego porque no tenía otra defensa contra ella, pero estaba muy cansada y muy alterada por la noticia de la muerte de Irene. Su paciencia se había agotado. —Quiero irme de aquí —anunció con voz gélida. Hedvigis la miró con mucha tristeza y agachó un poco la cabeza. —Siento haberos molestado con esas historias. No debí alteraros tanto y cansaros más de lo que estáis ahora. Es solo que —le echó una mirada a través de sus pestañas como una niña avergonzada— pensé que podía hablaros con franqueza, como a una verdadera amiga. Llevo mucho tiempo sola y siento una conexión muy especial con vos. Parecía sincera y Diane se apiadó de ella. Tanta soledad podría haberle afectado en su visión de las cosas. —No me gusta que se digan barbaridades de mis amigos, eso es todo. Los ojos de Hedvigis se iluminaron. —¿Eso significa que me perdonáis? —Te perdono con la condición de que no vuelvas a mencionar a mis amigos. —Muchas gracias, Princesa. —Hedvigis bajó la cabeza humildemente—. Os quedaréis una temporada con nosotros, ¿verdad? Estáis demasiado débil todavía como para poder andar y tenéis que recuperar fuerzas. Además, tenéis que conocer a vuestro hermano. ¡Se pondrá tan contento de ver que habéis despertado! Hedvigis se levantó contenta y Diane pensó que sus emociones eran tan cambiantes como las de un niño chico: pasaba de las lágrimas a la risa en un santiamén, y eso era agotador. —Debéis tener hambre también. Voy a ir a avisar para que una sirvienta os traiga algo… —No te molestes —la interrumpió Diane, exhausta—. No tengo hambre. Quiero estar sola.

No tenía hambre. Tenía ganas de llorar de puro agotamiento físico y psíquico. —Muy bien, os dejaré sola. Pero volveré más tarde para ver si necesitáis algo. Además, no podéis quedaros sin comer. Hedvigis miró al lobo y este se levantó para ponerse a su lado. —Una última cosa —dijo Diane, recostada y tapada con las mantas gracias a una simple mirada de la vampira—: avisa a mis amigos de que estoy aquí. Hedvigis esbozó una sonrisa ladeada que Diane no pudo ver desde donde se encontraba. —Como deseéis, mi Señora. En cuanto la puerta se cerró, las lágrimas empezaron a resbalar por el rostro de Diane. Sabía que estaba en peligro, en manos de una loca y de un oscuro hermano desconocido, y que no debía mostrar debilidad ante ellos porque aquello sería su perdición. Estaba sola y tenía mucho miedo. —Alleyne, Alleyne… —sollozó como una niña pequeña hasta quedarse dormida por el cansancio. —¡Menuda actuación has dado ahí dentro! —se rio Thánatos, vuelto a su forma de vampiro y vestido con una camiseta negra y un pantalón de cuero—. Si fueras humana, ya te habrían dado un premio, y de los gordos. Hedvigis sonrió fríamente y un segundo después estampó al Metamorphosis contra la pared más cercana con la fuerza de su poder. Thánatos cayó de rodillas mientras la vampira se acercaba a él sigilosamente. —Mi querido lobo —empezó a decir, parándose delante de él y levantando su cabeza tras agarrar con violencia su cresta de roquero—, no vuelvas a fallarme o tendré que matarte muy lentamente. No puedes entrar allí y asustar a la Doncella. Tenemos que ganarnos su confianza para que nos entregue su sangre porque no hay otra forma de obtenerla. Hedvigis hizo una mueca descubriendo sus colmillos crecidos. —¡Es tan humana y patética! Pero no podemos utilizar la fuerza, si no su sangre perdería todo su poder. Por eso es tan importante que sea un don voluntario. —¿Y te parece que se ha creído tus mentiras? —preguntó Thánatos con insolencia—. Vamos, ¡que se la ve encantada contigo! Hedvigis frunció los labios. —Sí, es cierto; me ha sorprendido. No pensaba que había tanta fuerza en ella. Pero han caído vampiros más poderosos que ella, y créeme —la joven vampira

sonrió de forma siniestra—, caerá. A continuación, empujó la cabeza del Metamorphosis sin demasiadas contemplaciones para tener acceso a su yugular. —Doblegaré su voluntad de una forma o de otra y si las mentiras no sirven, manipularé ese corazoncito tan tierno que tiene. Dicho eso, Hedvigis clavó sus colmillos con fuerza en la garganta expuesta y Thánatos se dejó hacer con una sonrisa extática en los labios.

Capítulo dos Una semana más pasó, pero Diane perdió por completo la noción del tiempo. Las horas y los días se sucedían mientras ella dormía para recuperar fuerzas y, como no había ventana, no podía averiguar si era de día o de noche cuando despertaba. Iba recuperando energía paulatinamente, pero no le parecía lo suficiente. Nunca se había sentido tan débil y el más leve gesto le costaba un esfuerzo tremendo. Nunca había tenido tanto sueño y tanto deseo de quedarse tendida en la cama para siempre. Sin embargo, su voluntad y su instinto de supervivencia se impusieron a su cuerpo cansado poco a poco. No podía quedarse en esa cama eternamente. Tenía que recuperar la movilidad para salir de allí. Pero Diane era demasiado inteligente como para engañarse a sí misma. De momento, era incapaz de estar despierta lo suficiente como para poder intentar andar. Su cuerpo agotado le pedía paciencia y reposo, y ella sabía que no le quedaba otra opción que obedecer si quería recuperarse por completo. Al principio, su consciencia volvía a sumergirse en la oscuridad cuando cerraba los ojos y, en los breves momentos en los que conseguía abrirlos, no recordaba si había soñado o no. Luego tuvo alguna pesadilla con imágenes confusas y mezcladas que tenía como tema principal la muerte de Irene a manos del vampiro rubio. Como no lo había presenciado, su mente le mandó imágenes de la agresión de Yanes por parte del vampiro Jefferson. Imágenes terribles y dolorosas para ella que, sin embargo, no conseguían despertarla. El cuerpo de Diane se sobresaltaba en la cama, pero sus párpados no se levantaban. Finalmente, su sueño se tranquilizó y logró mantenerse despierta durante un lapso de tiempo cada vez más grande. Entonces empezó a recordar los detalles de lo que había ocurrido cuando había estado atrapada en la oscuridad. Recordó una voz muy hermosa, que no era la de su padre, hablándole y guiándola para enseñarle cómo sus padres habían vivido momentos difíciles por

culpa de su amor vetado, y el enfrentamiento que su padre había tenido con el Consejero Zenón. Diane logró mantenerse lo suficientemente despierta como para poder analizar y reflexionar acerca de lo que había visto y así compararlo con su situación actual. Su padre había abandonado su cargo para estar con su madre y poder protegerlas a ambas. Había renunciado a su condición de Príncipe porque sabía que el hijo que su amada esperaba era muy especial y muy por encima de cualquier consideración. Ese punto en concreto asustaba mucho a Diane porque se preguntaba la misma cosa una y otra vez: ¿si Dios había condenado a los hijos de los ángeles caídos a no tener descendencia, por qué había permitido que ella naciera como fruto de una unión contra natura? Intuía que todo eso guardaba relación con la Profecía y con su sangre. Dios no dejaba nada al azar. Le había encomendado una tarea, pero ella no sabía todavía en qué consistía. A lo mejor su padre sí lo sabía… Pero había desaparecido y no había mantenido el contacto con nadie capaz de dar con su paradero. Diane empezaba a sospechar que había muchas más razones, aparte de la de sus poderes, por las que su padre se había visto obligado a imponerle ese bloqueo mental. ¿Y qué pintaba su pretendido hermano en todo esto? Bueno, medio hermano, y a saber si lo era verdaderamente… Ese tipo de reflexión no conducía a ninguna parte y la agotaba aún más ya que eran preguntas sin respuestas. Pero ella no quería perder su agilidad mental de nuevo tras haber sido engullida por la oscuridad, por lo que se obligaba a pensar. Respecto a su situación actual, decidió que tenía que idear un plan de ataque para no dejarse atrapar del todo en ese sitio. El primer movimiento era callar y observar. De momento, su universo se resumía a esa habitación cómoda y peculiar sin ventana. Pero ahora que había logrado mantenerse despierta y en cuanto recuperara toda su movilidad, podría investigar el resto del lugar en el que se encontraba. Paciencia. Su padre, en uno de sus sueños, le había aconsejado la paciencia y ella empezaba a entender el porqué de ese consejo. Sin embargo, el cansancio y la soledad empezaban a causar estragos en ella. Se torturaba preguntándose si sus amigos la estarían buscando o, ya que había

pasado mucho tiempo, si habrían dejado de hacerlo. ¿Por qué no habían aparecido aún? Pero luego recordaba quién era y la importancia que tenía para la Sociedad vampírica, así como la extraña conexión que la unía a Gawain. Confiaba en él, conocía su honradez de primera mano. Entonces se ponía a pensar en las mentiras de la joven vampira. ¿Por qué intentaba confundirla? ¿Cuál era su verdadero propósito? Diane sentía que debajo de esa fachada de inocencia se ocultaba algo más. Pero había aprendido que la mayoría de los vampiros eran unos maestros en el arte de disimular, así que no sabía qué pensar. Había alguien en particular en el que no quería pensar por miedo a derrumbarse. Alleyne… Lo echaba tanto de menos. Quería volver a sentir su mirada sobre ella y anhelaba su contacto. Se sentía incompleta y perdida sin él, como si le hubieran arrancado la mitad de su ser. Recordaba cada minuto pasado con él y sacaba fuerzas de esos recuerdos. Tenía que recuperarse y salir de ahí para volver a verlo, aunque no cambiaría la situación entre ellos. Solo quería volver a verlo una vez más. Haría todo lo posible para volver a verlos una vez más. En el fondo de su corazón, alimentaba la llama de la esperanza de volver a verlo y esperaba que estuviera buscándola, no porque fuera la Doncella de la Sangre sino porque seguía amándola como ella lo amaba a él. También echaba de menos a Yanes, pero de otra forma. Echaba de menos su amistad desinteresada y sus buenos consejos. Se preguntaba si se habría ido ya de la finca y si habría vuelto a la vida normal sin consecuencias. Durante esa semana, y a pesar de haber estado durmiendo la mayor parte del tiempo, Diane no había estado completamente sola. A la mañana siguiente de haber hablado con Hedvigis, unas sirvientas habían entrado en la habitación y se habían ocupado de ella. La habían lavado y le habían dado de comer, y se habían asegurado de que estaba bien para luego marcharse para dejarla dormir. Ahora que se encontraba mejor recordaba haber sentido sus manos frías sobre ella, pero no recordaba haber oído sus voces. Se sentía un poco avergonzada al pensar que unas desconocidas la hubieran desnudado para lavarla y eso era buena señal porque demostraba que había recuperado su lucidez y su forma de ser.

Al octavo día, Diane se encontró con fuerzas suficientes para poder sentarse en la cama y observar la entrada de las sirvientas a su habitación. Las sirvientas eran cuatro jóvenes vampiras, a juzgar por su tez blanca y sus ojos brillantes. Tenían más o menos su altura y vestían con unas especies de trajes medievales que se componían de un vestido largo rojo y ceñido, cuyas mangas llegaban a la altura de los codos, y de un cinturón ancho de color dorado. Entraron silenciosamente en la habitación y se detuvieron delante de la cama, pero sin acercarse demasiado. Todas tenían la cabeza agachada y las manos juntas puestas delante, como si estuvieran esperando órdenes de Diane. Pero ninguna la miraba. No parecían sirvientas. Parecían más bien esclavas. Esclavas temerosas de hacer enfadar a su amo… —¿Cómo os encontráis, Princesa? Hedvigis apareció de repente, con un vestido rosa esta vez, y se colocó a su lado con una sonrisa dulce en los labios. Las sirvientas no se movieron, pero Diane tuvo la impresión de que tres de ellas se habían encogido ligeramente cuando la joven vampira había pasado cerca de ellas. Al parecer, todas tenían miedo de ella; salvo la última. El hecho de tener que contestar a Hedvigis le impidió observar a la cuarta sirvienta más detenidamente. —Un poco mejor, supongo —contestó fríamente. No era una persona desagradable, pero después de las mentiras que le había dicho, sabía que no debía fiarse de ella. La joven vampira pareció resentirse de esa bienvenida poco acogedora y su mirada se volvió triste. Lo que hizo que Diane se sintiera fatal. Bueno, podría darle otra oportunidad si no volvía a decir mentiras sobre sus amigos. Pero su intuición le indicaba no confiar demasiado en ella. —¿Has venido mientras yo dormía? —le preguntó en un tono más amistoso. Hedvigis asintió, sonriendo de nuevo. Había notado el cambio de tono por parte de Diane. —¡Claro que sí, mi Señora! Vine cada día de la semana pasada para asegurarme personalmente de que estabais bien. Pero siempre que venía, estabais durmiendo profundamente. Así que mande a estas cuatro sirvientas para que atendieran todas vuestras necesidades, incluso mientras dormíais. Diane frunció el ceño.

—No sé cómo he podido dormir tanto… Estaba tan cansada que no conseguía despertarme. No tengo ni idea del porqué de tanto sueño. Hedvigis la miró impasible. Ella conocía muy bien la respuesta. Diane había estado en contacto directo con el poder nefasto de la Daga de la Oscuridad y si hubiese sido una humana normal y corriente, habría muerto. Pero siendo la Doncella de la Sangre, el poder oscuro solo había alcanzado su esencia vital y la había sumido en una especie de Letargo vampírico, es decir un estado muy parecido al coma humano. Sin embargo, le había afectado durante mucho tiempo, lo que confirmaba que los poderes de Diane no se habían liberado. Seguía siendo muy vulnerable y además tenía el mayor defecto posible para lograr sobrevivir: era demasiado bondadosa. Hedvigis reprimió una sonrisa desdeñosa. Era pan comido. Incluso sería más fácil que engañar al Príncipe de los Draconius. Lo más importante ahora era evitar que sus poderes despertaran antes del momento adecuado. —Ese sueño se debe seguramente a todos los acontecimientos extraordinarios que habéis vivido, mi Señora —comentó con tranquilidad, fijándose en el medallón que Diane acariciaba distraídamente. Ese dichoso medallón podía ser un ligero contratiempo. No dejaba que nadie tocara a Diane. Nadie que tuviera poderes oscuros, claro, porque sí que había permitido que las sirvientas se ocuparan de ella. Bueno, Il Divus tendría que encontrar una forma de quitárselo o de destruirlo. A lo mejor el medallón se quedaría inactivo frente a él, ya que provenía de la misma sangre. —Sí, puede que tengas razón. Han sido muchas cosas en muy poco tiempo — convino Diane. Hedvigis asintió sin dejar de mirar al medallón. ¡Qué fastidio! Si no lo llevara puesto, habría podido entrar en su mente e imponerle su voluntad en un periquete. Quizá podía intentar convencerla… —Mi Señora, deberíais quitaros el medallón y guardarlo en el cofre, por ejemplo. Pesa demasiado para vuestro cuerpo cansado y estáis en un lugar seguro. Además, nadie se atrevería a… —No —la interrumpió Diane con firmeza—. No me lo quitaré. Me gusta tenerlo contra mí y me he acostumbrado a su peso. Hedvigis esbozó una sonrisa radiante para ocultar su enfado. La princesita había salido testaruda… No pasaba nada. No perdía nada por intentarlo y volvería a hacerlo.

—Como vos deseéis —contestó con humildad. —Cambiando de tema y hablando de lugar seguro: ¿has informado a mis amigos sobre mi paradero? —preguntó Diane, mirándola fijamente. No estaba dispuesta a que volviese a mentirle. —No ha sido necesario, mi Señora. El Senado se ha encargado de informar a todas las familias principescas y os ha puesto bajo la protección de vuestro hermano hasta que os recuperéis completamente. Además, ha ordenado a los Pretors que arresten al Príncipe de los Draconius por haberse atrevido a atacaros. —¡Qué! —exclamó Diane, atónita—. ¿Qué significa eso? ¿Que mis amigos no van a venir? No sabía si creerla, pero lo del Senado sonaba convincente. ¿No iba a volver a ver a Alleyne en breve? ¡Eso no podía ser! Hedvigis ladeó un poco la cabeza y la observó con atención. —Los Pretors tienen prohibido acercarse a este palacio, salvo si lo ordena el Senado o si reciben una invitación de vuestro hermano. No pueden desobedecer esta norma. Diane sintió algo extraño. Tuvo la fugaz impresión de haberse convertido en un conejo atrapado por un cazador, sin posibilidad de escapar. Pero apartó esa impresión en un segundo, atribuyéndola a la decepción causada por el hecho de no volver a ver a sus amigos en poco tiempo, y sobre todo a Alleyne. —¿Y por qué mi… hermano no los invita a venir? —Eso se lo tendréis que pedir vos en persona, mi Señora. —Muy bien. ¡Y cómo que se lo iba a pedir! En cuanto estuviera totalmente recuperada y lo conociera, sería la primera cosa que le iba a decir. ¿Y por qué narices el Senado había decidido intervenir en todo este asunto? ¿Ya no le quedaba libertad para decidir dónde quería estar? Había algo muy raro en todo eso. Pero, como de momento no podía valerse por sí misma, tendría que llevar a cabo su plan: callar y observar. —Parecéis levemente contrariada, mi Señora. ¿Todo va bien? —Bueno, me habría gustado volver a ver a mis amigos. Pero como no puede ser… Diane se encogió de hombros. Lo que le valió un tirón en la espalda. —Vaya, me duele todo el cuerpo —comentó, haciendo una mueca— y tengo todos los músculos agarrotados. Quizá debería intentar andar. —Tengo una idea mejor, mi Señora. Un baño caliente os vendría bien.

Hedvigis miró a las sirvientas y estas salieron de la habitación sin decir ni una palabra, en busca de todo lo necesario para preparar un baño. —¿No hablan nunca? —se extrañó Diane. Hedvigis le lanzó una mirada sibilina. —No deben hacerlo; pero hablan de vez en cuando, aunque sin mover los labios. —La joven vampira se pasó un dedo sobre la frente—. Comunican con el pensamiento. A decir verdad, todos podríamos hacerlo de la misma forma, pero es una mala costumbre heredada de nuestras vidas humanas. Diane la miró con curiosidad. —¿En qué siglo naciste? Espera, déjame adivinar…, en el siglo XIX, ¿verdad? Hedvigis se rio, de esa forma tan peculiar que le era propia. Era un sonido muy hermoso y cristalino. —No os podéis basar en mi atuendo, Princesa, porque nací muchísimos siglos antes de aquella época. Lo que pasa es que me gusta vestirme con trajes de este tipo porque me sientan bien. Me he acostumbrado tanto a ellos que sería muy difícil para mí ahora llevar túnicas romanas… —¿Naciste en Roma? Diane se quedó boquiabierta. ¡Madre mía! Esa vampira, que parecía una dulce e inofensiva jovencita, era la más antigua de todos los vampiros que había conocido hasta ahora. Sus poderes tenían que ser considerables. Y su vida apasionante. ¿Cuántas cosas habría visto y vivido a lo largo de todos estos siglos? —Demasiadas cosas como para poder contarlas todas —comentó Hedvigis con dulzura. Esas palabras fueron suficientes para apagar el entusiasmo y la curiosidad de Diane. Era lo bastante poderosa como para poder captar sus pensamientos más leves, cosa que le costaba a los demás vampiros. Tenía que tener mucho cuidado con ella, a pesar de que se moría de ganas de conocer más detalles sobre su existencia. Hedvigis frunció los labios para no soltar una carcajada ante esa pequeña victoria. Había sido capaz de captar el pensamiento de la Doncella, lo que significaba que estaba bajando la guardia. Bien, seguiría alimentando su curiosidad si ese era el medio para tenerla a su alcance. —Si vos lo deseáis, mi Señora, podría contaros algunas aventuras mías después de vuestro baño y mientras coméis algo. Me da la impresión de que os

gusta mucho la historia universal. —Sí, sería una buena forma de pasar el tiempo —contestó Diane, intentando aparentar indiferencia. Nunca había sido una buena actriz y ahora tendría que esforzarse el doble para aparentar una impasibilidad extrema. No iba a ser tarea fácil… En ese momento, las sirvientas volvieron con una enorme tina que depositaron delante del fuego. A continuación, empezaron a verter agua caliente en ella hasta que estuvo casi llena. Todo eso sin levantar la cabeza y sin hablar, claro. —Vuestro baño os espera, Princesa —dijo Hedvigis con una pequeña reverencia. —Un minuto, no pretenderás que me bañe delante de todas vosotras, ¿verdad? —preguntó Diane ruborizándose. La joven vampira la miró como si le hubiese salido otra cabeza. —Sin ánimo de ofender, mi Señora, estas sirvientas ya os lavaron cuando estabais inconsciente. Además, en la antigua Roma era muy normal desnudarse y bañarse delante de la servidumbre. Solo son… sirvientas. Diane frunció el ceño. —Ya. El problema es que no estamos en la antigua Roma y que yo soy muy pudorosa. Hedvigis soltó un pequeño suspiro muy humano. —Princesa, tenéis que ser razonable. Yo puedo irme si queréis, pero no podéis estar sola. Todavía estáis débil y podríais necesitar ayuda. —Vale, lo entiendo —terció Diane—. Pero prefiero que te vayas. —Muy bien. Me iré en cuanto estéis cerca de la bañera. Diane asintió con la cabeza. —Sinceramente, Princesa —añadió la joven vampira—, no deberíais avergonzaros de vuestro cuerpo. Sois preciosa. Diane volvió a sonrojarse por el comentario y por vergüenza ajena. No sabía dónde estaba y la habían puesto bajo custodia de un medio hermano desconocido, y allí estaba ella, montando una escenita para no desnudarse delante de personas, más bien de sombras, que ya la habían visto desnuda. Muy bien. Muy maduro por su parte. Diane soltó un enorme suspiro. No podía cambiar su forma de ser de un día para otro. —Vale, allá vamos.

Se destapó y puso los pies en el suelo. Esa vez sí había zapatillas; unas bailarinas muy calentitas. Hedvigis hizo una señal a las sirvientas para que la ayudaran a levantarse. —No —exclamó Diane, levantando una mano—. Quiero hacerlo yo sola. La joven vampira no dijo nada y la observó con las manos en la espalda. —Vais a tener que quitaros el medallón para bañaros, mi Señora —comentó como si nada. Diane, que estaba intentando levantarse, se paró en seco y la miró. —Me bañaré con él. No volveré a quitármelo. —Razón de más para que haya una sirvienta que lo sostenga para que no se moje —recalcó Hedvigis. —Vale, se quedarán conmigo. Diane se dio un leve impulso y se levantó con un solo movimiento. Esperó un segundo, a ver si empezaba a marearse, pero no pasó nada. Era muy curioso. Como mínimo, después de pasar varias semanas sin moverse, debería sentir algún que otro mareo. Pero no era así. Se sentía… bien. —Bueno, pues no estoy tan débil después de todo. Dicho eso, empezó a dar un primer paso, pero al segundo se tambaleó y sintió que alguien la sostenía de inmediato. Giró la cabeza y se dio cuenta de que se trataba de la cuarta sirvienta. La sirvienta levantó la cabeza y sus miradas se encontraron durante una fracción de segundo. Entonces algo extraño ocurrió: Diane sintió cómo el aura familiar de su padre envolvía a la vampira y cómo entraba en ella a través de sus manos, que seguían sosteniéndola por los brazos. El medallón empezó a calentarse sobre su pecho y Diane abrió la boca para decirle algo a la sirvienta. ¡No digas nada! —Gra… gracias —balbuceó Diane, obedeciendo a la voz en su cabeza. ¡Era la voz inconfundible de su padre! ¿Qué narices estaba pasando? ¿Por qué esa sirvienta tenía el aura de su padre en ella, o alrededor de ella? —¿Pasa algo, mi Señora? —preguntó Hedvigis con fingida inocencia. No había captado el extraño intercambio, pero había percibido algo. Pensaba que el medallón volvía a hacer de las suyas. —Nada. Me he mareado un poco. Otra sirvienta se puso a su lado y entre las tres llegaron a la bañera humeante. Las sirvientas se inclinaron a la espera de sus órdenes. Diane miró a Hedvigis de forma elocuente.

—Ahora os dejaré sola. Pero volveré en cuanto estéis de nuevo acomodada en la cama. Diane asintió y la joven vampira la dejó sola con las sirvientas. Suspiró aliviada. No sabía por qué, pero no se sentía cómoda del todo en su presencia y era extraño porque, a pesar de las mentiras del primer día, Hedvigis era atenta y bastante agradable. Sin embargo, su intuición insistía en que no debía bajar la guardia en ningún momento. Aprovechó que las sirvientas tenían la cabeza agachada para desnudarse rápidamente, pero no sin dificultad. Luego, sostuvo su medallón en el aire sin quitárselo y entró con cuidado en la bañera. En ese momento, las sirvientas empezaron a actuar: una vertió sales aromáticas en el baño, lo que hizo que el agua empezara a burbujear; la segunda recogió su camisón del suelo y se alejó para cambiar la cama; la tercera empezó a masajearle la espalda y la cuarta, la que más interesaba a Diane, se colocó a su lado para sostener el medallón en su lugar. Con los ojos entrecerrados por el calor del agua y el masaje, y recostada en la bañera, Diane pudo observarla con atención. Era preciosa y debía tener más o menos su edad cuando fue convertida en vampira. Tenía el pelo rubio, del mismo color que el de Gabriel, y los ojos de un azul pálido. Sus cabellos eran una mezcla de rizos y de bucles y no le llegaban más allá de la mitad de la nuca. Pero lo más llamativo para Diane era la paz y la serenidad que desprendía. Era como estar rodeada de unas aguas mansas y tranquilizadoras cuando se estaba a su lado. Durante un segundo, la sirvienta levantó la vista hacia ella, pero enseguida volvió a mirar el medallón. Diane se quedó petrificada cuando tuvo la certeza de que la había visto con anterioridad, aunque había sido de forma muy breve. Pero ¿cuándo? ¡Maldita memoria suya que iba y venía a su antojo! ¿Le contestaría ella si se lo preguntara disimuladamente? Pero no tuvo tiempo ni siquiera de abrir la boca porque oyó de nuevo la voz de su padre en su cabeza. Puedes confiar en ella, pero no puedes preguntarle nada. No debe hablar en voz alta contigo. La sirvienta la miró de soslayo como si ella también hubiese oído la voz del Príncipe de los Némesis. —¿Una de vosotras podría lavarme el pelo, por favor? —preguntó Diane para ocultar el intercambio.

La sirvienta que había vertido sales en el baño se apresuró en obedecer. Mientras le frotaba el cuero cabelludo con delicadeza, Diane pudo reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir. Por lo visto, esa sirvienta y su padre estaban unidos por una especie de conexión, pero ignoraba por qué la había mandado hasta allí y por qué quería que estuviese con ella. ¿Acaso su padre no se fiaba de la decisión del Senado? ¿O no se fiaba de con quién la había dejado? Todo eso era muy confuso y ahora tendría que esforzarse en no pensar en ello cuando estuviera con Hedvigis o con otro vampiro para que no pudieran leer su mente. Sin embargo, y a pesar de esa nueva problemática, el baño caliente consiguió relajar los doloridos músculos de Diane y se sintió mucho mejor. Después de aclarar su pelo, la sirvienta se unió a las demás para sostener una gran toalla, o mejor dicho un paño, en lo alto para que pudiera salir y secarse. Ninguna de ellas la miraba, así que Diane no se lo pensó dos veces y salió rápidamente para taparse con la toalla, o lo que fuera. El medallón volvió a descansar sobre su pecho y una de las sirvientas le tendió otro paño más pequeño para que se secara el pelo. Le indicó con la mano una silla tapizada, puesta delante del fuego, y se fue con las demás para sacar la tina de la habitación y recoger todo lo que habían utilizado. Diane se quedó sola durante un par de minutos y aprovechó para vestirse con el camisón elegante y las braguitas que habían dejado encima de la cama limpia. De nuevo, la prenda parecía antigua, pero, curiosamente, la ropa interior era moderna. «¡Mejor! No me veo poniéndome unos pololos o cualquier artilugio de siglos pasados», pensó con alivio. Tuvo el tiempo justo de enrollarse el segundo paño alrededor de la cabeza y de sentarse en la silla antes de que volviesen a entrar las sirvientas. Una de ellas se acercó y empezó a pasarle un peine en el pelo mojado mientras que las otras transportaban una mesa pequeña. Diane se dedicó a observarlas mientras entraban y salían llevando todo tipo de alimentos para ponerlos encima de la mesa. Le vino a la cabeza el recuerdo de Rimiggia y su temible carrito lleno de comida que había que engullir a la fuerza para no padecer el mal carácter de su dueña. Soltó un gran suspiro. ¡Qué no daría ahora por tener que volver a comer bajo la amenazadora mirada de Rimi! Tenía la impresión de llevar siglos encerrada en esa habitación y se sentía más sola que nunca.

«Venga, Diane, no empecemos otra vez. Tienes que ser fuerte», se regañó mentalmente. Las sirvientas habían puesto la mesa cerca de ella para que pudiera comer mientras se le secaba el pelo. Pero Diane no tenía hambre, lo que no era muy normal en ella. Respiró el olor suculento de los diferentes platos, pero su mirada siguió vacía de cualquier interés. Eso era muy desconcertante. A esas alturas debería estar famélica porque no recordaba la última vez que se había alimentado. Frunció el ceño, confusa. No le habían puesto suero como en la finca de Cassandrea. Entonces, ¿cuánto tiempo llevaba sin comer? ¿Días, semanas? Ningún ser humano podía aguantar tanto tiempo sin alimentarse o beber y, a pesar de que no era un ser humano convencional, una parte de ella era humana. Sintió un leve miedo insinuarse en ella. ¿Estaría cambiando su metabolismo? ¿Se estaría convirtiendo en un… vampiro? No, eso era absurdo. No tenía ganas de sangre. Entonces, ¿qué le estaba pasando? Diane se acercó a la mesa, decidida a cortar por lo sano esos absurdos pensamientos. No pasaba nada, iba a comer un poco para probarse a sí misma que se había equivocado. Pero nada más ponerse un trozo de carne en la boca, le entraron ganas de vomitar. —¿Qué me está pasando? —se preguntó en voz alta, sintiendo que estaba a punto de desmoronarse. La cuarta sirvienta empujo un vaso hacia ella, con un líquido que parecía agua. Diane la miró sin decir nada y sus miradas se encontraron. Ten confianza y bebe. Tu cuerpo está intoxicado, pero todo volverá a la normalidad dentro de poco. La sirvienta bajó la mirada y Diane bebió el contenido del vaso sin rechistar, preguntándose qué era lo que había intoxicado su cuerpo. —¿Qué ocurre, mi señora? —preguntó Hedvigis entrando en la habitación con el lobo a su lado. —Nada. No tengo hambre —contestó Diane, echando una mirada de reojo al lobo. Era un animal impresionante, desde luego. Tenía una mirada muy inteligente que parecía entenderlo todo. Lo que sonaba ridículo. Era un animal, no una persona. Las sirvientas se apartaron rápidamente y, por segunda vez, Diane tuvo la impresión de que tenían miedo. ¿De Hedvigis? ¿Del lobo? ¿O de los dos?

—Recogedlo todo y dejadnos —ordenó la joven vampira—. Me ocuparé de la Princesa. Con movimientos demasiado rápidos para sus ojos, las sirvientas recogieron la mesa y se fueron, dejándola sola con Hedvigis y el lobo. —¿Siempre te acompaña? —preguntó Diane, señalando al lobo con cautela. —Sí, todo lo que puede. Es mi… mascota. ¡Mascota, tu padre! Hedvigis sonrió ante el estallido de furia de Thánatos, que la miraba con cara de pocos amigos. —No parece muy sociable que digamos —puntualizó Diane—. Te mira de forma rara. —Está enfadado conmigo porque no lo he dejado salir a jugar en el bosque. Quería que estuviera aquí con nosotras para daros la oportunidad de conocerlo mejor. —¡Qué bien! —masculló Diane con poca convicción. En general, le gustaban los animales y se llevaba bien con ellos. Pero no era lo mismo tener a un gato como mascota que tener a un lobo. —No os hará ningún daño, Princesa. Dejad que se acerque a vos. —Vale. Ella no se movió mientras el lobo se acercaba tranquilamente, olfateando el aire con la cabeza agachada. —Podéis acariciarlo si queréis. —No sé si es una buena idea. ¿Cómo se llama? Hedvigis tardó un segundo en contestar y Diane tuvo la impresión de que el lobo le echaba una mirada de reojo. ¿Tenía alucinaciones o qué? Era un lobo. No podía hacer eso. —Se llama Mort. Diane la miró sorprendida. —¿Mort? Eso significa muerte en francés. —¿Ah, sí? No lo sabía. ¡Menos mal que no me has dado un puto nombre de chucho, si no te habría arrancado la mano de un mordisco! La joven vampira siguió sonriendo. Vaya, vaya. Estás muy crecidito, ¿verdad, Thánatos? Lo que tienes que hacer es callar y seguir actuando como un buen perrito. ¿Por qué no le das la patita? ¡Bruja!

—Qué marca tan curiosa tiene en la frente, ¿no? —comentó Diane, ajena al furioso intercambio mental. —Sí, ya la tenía cuando lo encontré en el bosque. El lobo se sentó sobre sus patas traseras y gimió un poco, como si estuviera esperando a que Diane lo acariciara. Levantó la mano para tocarlo, pero el medallón empezó a calentarse otra vez. Bajó la mano y el lobo se retiró hacia atrás. De haber seguido con su gesto, el medallón habría vuelto a emitir esa luz azul para protegerla. No quería que ella tocara al lobo. ¿Por qué, si no era agresivo? —Es hora de que vuelva a acostarme —dijo Diane, levantándose sin dificultad. Estaba recuperando las fuerzas de una forma muy rápida. Demasiado rápida para ser normal. —¿Os ayudo, mi Señora? —se ofreció Hedvigis con el lobo a su lado. —No, puedo yo sola. Caminó con lentitud hacia la cama por temor a caerse, pero no tuvo ningún problema. Se acomodó contra las almohadas y se tapó con las mantas. —¿Me permitís? —preguntó Hedvigis, indicándole con la mano si se podía sentar en la cama. Diane asintió y la joven vampira se sentó, pero a una distancia razonable y mirando al medallón para ver si empezaba a brillar. Pero no hubo reacción por su parte, dado que la vampira estaba bastante lejos de ella debido al tamaño de la cama. —¡Qué bien, mi Señora! Ahora que estáis totalmente recuperada, vais a poder ver a vuestro hermano. Lo conoceréis dentro de dos días. Diane entrecerró los ojos. —¿Y por qué no ha venido a verme? La joven vampira le sonrió. —Lo hizo, pero estabais durmiendo. Además, estaba preparando una gran bienvenida para vos con toda la gente del palacio. —¿Toda la gente del palacio? ¿Hay mucha gente aquí? —Claro, toda la corte de vuestro hermano. Y está deseando conoceros. —¿También estará el Consejero Zenón? El rostro de Hedvigis siguió impasible mientras evocaba mentalmente al apuesto e intocable Consejero de la familia Némesis. El brazo derecho del Príncipe que no había aprovechado su desaparición para arrebatarle el mando. ¡Menudo idiota! ¿Dónde se había visto un vampiro con tanta integridad? Qué

pena que no hubiese caído en sus manos porque, al parecer, era puro fuego debajo de esa fachado de hielo. Pero tiempo al tiempo… —No, no vendrá. La familia Némesis también se está preparando para recibiros cuando estéis a salvo de cualquier peligro. Hasta ese momento, no podréis reuniros con ellos. Diane sintió un leve malestar. ¿Por qué tenía la sensación de que todo eso sonaba falso? —Dime una cosa: si mi hermano también es un Príncipe, ¿por qué no es el heredero de la familia Némesis? Los ojos de Hedvigis brillaron durante una fracción de segundo, pero lo disimuló girando la cabeza como si estuviera conteniendo las lágrimas. ¡Qué fastidio! Esa cría era mucho más lista de lo que pensaba. Pero a ella siempre le habían gustado los retos y enredarla en sus mentiras se había convertido en un pasatiempo muy divertido. —No soy la más indicada para contaros nada, pero hace miles de años, vuestro padre y vuestro hermano tuvieron un pequeño altercado. El Príncipe se enfadó tanto que lo desheredó, de tal forma que cuando vuestro padre desapareció, el Consejero no dejó que vuestro hermano se pusiera a la cabeza de la familia. Hedvigis soltó un pequeño suspiro muy lastimero. —Vuestro hermano se quedó muy dolido, pero cuando supo de vuestra existencia, decidió olvidarse del pasado y cuidar de vos. También está deseando guiaros ahora para que os convirtáis en una excelente Princesa, ya que él no ha tenido esa oportunidad. —Entiendo —dijo Diane, ocultando lo que pensaba de verdad. Sintió que era absolutamente necesario no pensar nada en ese momento para disimular sus verdaderos sentimientos frente a la joven vampira. Fingió un bostezo para que se fuera lo más rápidamente posible. —¿Estáis de nuevo cansada, mi Señora? —La verdad es que sí. Tiene que ser el baño, que me ha relajado mucho. —En este caso os dejaré dormir. Pero volveré mañana para asegurarme de que todo va bien. Hedvigis se levantó de la cama y la miró. Diane entrecerró levemente los ojos como si empezara a tener sueño. —Pasado mañana vendré a preparaos para la recepción de bienvenida. Espero que para entonces estéis totalmente respuesta.

—Yo también lo espero —comentó Diane dócilmente. La joven vampira esbozó una sonrisa satisfecha mientras salía de la habitación de la Princesa. Después de todo, no iba a ser tan complicado hacerle creer todo lo que quisiera. Diane esperó cinco minutos para poder incorporarse en la cama, rezando por que Hedvigis se hubiese alejado lo suficiente de la puerta. ¿Sería capaz de captar sus pensamientos a través de ella? No lo sabía y no quería averiguarlo, pero necesitaba ordenar sus pensamientos si no quería volverse loca. En primer lugar, no estaba dispuesta a creer a la joven vampira tan fácilmente. Ya le había mentido y Diane no se imaginaba a su padre con ese carácter tan vengativo. Lo que había podido ver de él en sus sueños, y durante la prueba de sangre con Gawain, no concordaba para nada con el episodio del supuesto altercado entre su padre y su… hermano. Su padre era un ser bondadoso y pacífico, y francamente no lo veía enfadarse hasta tal punto de rechazar así a su hijo. Sobre todo, cuando se suponía que no podía tener descendencia. ¿Cómo su padre había podido tener no a uno, sino a dos hijos? Era un misterio que tendría que dilucidar. En segundo lugar y en el caso de que su padre se hubiese enfadado de verdad, eso no decía nada bueno en cuanto a la personalidad de su supuesto hermano. ¿Habría intentado quitarle el sitio a su padre y este le había castigado por ello? Diane suspiró. Se sentía cada vez más perdida y confusa por ese embrollo. No tenía muchos elementos para poder juzgar la situación y, además, no podía fiarse de la única persona que le había hablado hasta ahora. Había algo que olía muy mal en toda esa historia… Una cosa estaba clara: su hermano quería que ella estuviera a su lado, y Diane no sabía si era bueno o malo. ¿Y ella? ¿Alguien se había preocupado de saber cuál era su opinión al respecto? ¡Por supuesto que no! ¡El Senado había delegado su protección a un príncipe desconocido, como si ella fuera la patata caliente, y todos habían callado! Incluso Gawain y los que formaban parte de su guardia personal. Incluso Alleyne… Todos habían obedecido sin interesarse por sus sentimientos, como si ella fuera un asunto molesto que había que zanjar.

Diane cerró los ojos e intentó contener las lágrimas. Se sentía abandonada por sus amigos. No se habían molestado en venir a verla para explicarle por qué la dejaban aquí, con ese hermano surgido de la nada. Hedvigis había dicho que los Pretors no podían venir sin una autorización previa, pero ¿tan poco interés tenían en ella como para obedecer sin más? ¿La amistad no significaba nada para ellos? ¿O nunca había habido amistad, solo deber y respeto? Diane se secó las lágrimas con vehemencia. Un minuto, ¿qué estaba haciendo? ¿Estaba dudando de sus amigos por culpa de las palabras de una vampira desconocida? No, allí había gato encerrado. Su intuición se lo gritaba. Esa vampira quería sembrar la duda en ella y no sabía por qué, pero iba a hacer todo lo posible para descubrirlo. Callar, observar y disimular sus verdaderos sentimientos. Ese iba a ser su credo de ahora en adelante. No iban a conseguir volverla loca. Se iba a convertir en la mejor actriz del mundo para conocer toda la verdad de ese asunto y poner en evidencia las mentiras de la joven vampira. Además, no estaba sola. Su padre, a través de esa criada, estaba con ella. Y eso, por una parte, la tranquilizaba; pero por otra, le confirmaba que tenía razón de sospechar. ¿Por qué, si no, su padre habría venido de esa forma si no era para ayudarla? Los dos días siguientes transcurrieron de la misma manera. Diane se despertó sin saber si era de día o de noche y aprovechó que estaba sola para hacer ejercicio en su habitación. Se sintió aliviada cuando comprobó que había recuperado toda su fuerza y su movilidad. También comprobó que sus sentidos parecían haberse agudizado más de lo normal porque pudo oír perfectamente cómo las sirvientas avanzaban hacia su puerta; lo que le dio tiempo a volver a acostarse. No quería que nadie supiera que se había recuperado del todo, aunque era una tontería intentar engañar a un vampiro en ese aspecto. Las mismas sirvientas entraron y le prepararon el baño en silencio. Diane decidió dejar su pudor a un lado y se bañó delante de ellas, aunque ninguna levantó la cabeza. Ni siquiera la que tenía esa conexión con su padre. A ella le habría gustado saber su nombre, pero sabía que no podía contestarle en voz alta, así que se dedicó a observarla con la esperanza de que pudiera recordar dónde la había visto. Pero no recordó nada.

Luego, su apetito volvió a renacer de sus cenizas y pudo saborear la comida con deleite. Al principio, miró los platos con suspicacia, pero viendo que la sirvienta rubia se encargaba de servirla, comió con total confianza. Más tarde, tuvo la visita de Hedvigis y del lobo, que se puso al lado de la chimenea sin intentar acercarse a la cama donde Diane se encontraba. La joven vampira se alegró de que se encontrara mejor y se dedicó a hablarle de su hermano y de sus hazañas como Príncipe. Se esmeró en pintarlo todo de color rosa, de tal forma que ella tuvo que fingir un interés que estaba lejos de sentir. Tenía la impresión de haber caído en una especie de secta y que Hedvigis la estaba sometiendo a un lavado de cerebro. ¡Según ella, su hermano era casi como un dios gracias a su bondad y a su generosidad! El espíritu crítico de Diane estaba deseando intervenir, pero se refrenaba porque tenía que disimular. Le dolía la mandíbula de tanto sonreír como una idiota a todo lo que decía Hedvigis. Se afanaba en poner su mente en blanco para que la vampira no captara nada. Y eso era agotador. Después de varias horas de charla sobre lo magnífico que era su hermano, Hedvigis volvió a dejarla sola. Diane soltó un sentido suspiro, esperó diez minutos y se dedicó al segundo punto de su plan: sacar a la luz sus poderes. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no obtuvo ningún resultado. Se sintió frustrada al no poder averiguar cómo funcionaban y cómo conseguir activarlos. Además, el ejercicio la cansó tanto que se durmió rápidamente. El tercer día, el día de la recepción en la que iba a conocer a su supuesto hermano, fue muy diferente. Diane no tuvo tiempo de prepararse mentalmente para ese encuentro porque, nada más despertarse, se encontró a Hedvigis entrando en la habitación con las sirvientas. —Buenos días, Princesa. Es hora de prepararos. Diane ahogó un suspiro y observó a las sirvientas preparar el ritual del baño. Pero esa vez la joven vampira no parecía querer irse. —No me baño en público —soltó con frialdad. En el rostro de Hedvigis apareció una expresión contrita. —Lo siento, pero debo quedarme con vos. Es el deseo de vuestro hermano. Diane tuvo muchas dificultades en no refunfuñar. —Vale, pero date la vuelta. Hedvigis obedeció y ella se apresuró a quitarse la ropa y a entrar en la bañera. Una sirvienta le recogió el pelo mientras que la sirvienta rubia le sostenía el medallón en lo alto.

Por tercera vez, y después de darse la vuelta, la joven vampira insistió en que Diane se quitara el medallón, pero ella se volvió a negar. Una vez bañada, las sirvientas la ayudaron a ponerse una fina camisola y prepararon la mesa para que se sentara a comer. Diane miró a Hedvigis con expresión interrogante. —Tenéis que comer. No habrá comida en la recepción —informó la vampira con tranquilidad. Diane intentó ocultar un escalofrío. No, claro; no iba a haber comida precisamente. Se le había olvidado que iba a estar rodeada de vampiros, y no sabía si estos vampiros habían jurado no beber sangre humana como sus amigos, a pesar de la ley promulgada por el Senado. Pero a saber si su hermano respetaba la ley… Intentó captar la mirada de la cuarta sirvienta varias veces, pero esta tenía mucho cuidado en presencia de Hedvigis. Comió un poco, pero tenía el estómago cerrado por los nervios. Por fin iba a conocer a ese hermano desconocido y no sentía ningún deseo de hacerlo. No sabía lo que le esperaba. Hedvigis le indicó que se sentara en la cama mientras las sirvientas lo recogían todo. Luego, Diane tuvo la impresión de haber dado un salto atrás en el tiempo cuando dos sirvientas volvieron a entrar en la habitación, sosteniendo un impresionante traje medieval lleno de pedrería y de hilos de plata, dando así comienzo a una especie de ritual para vestirla. Pensó que se había convertido en una verdadera princesa de otros tiempos. Las sirvientas la vistieron y la peinaron, bajo la atenta mirada de Hedvigis. Cuando terminaron, salieron y trajeron un espejo muy grande para que pudiera contemplarse. Diane no se atrevía a mirarse. El vestido era precioso, pero pesaba una tonelada. Le dolía un poco la cabeza por culpa del complicado recogido que las sirvientas le habían hecho. Hasta le habían puesto una diadema que no podía ver bien. Tenía la impresión de haberse transformado en la reina Isabel I de Inglaterra. Finalmente, se miró en el espejo y se quedó boquiabierta. No era una princesa. Era una diosa. La diosa de la luna. El vestido era de manga larga y se ajustaba a su cuerpo. Era de un color entre blanco y gris y estaba lleno de diminutas piedras brillantes. Los ribetes del escote, de las mangas y de la cintura estaban tejidos con hilos de plata. El escote realzaba su pecho que, sin embargo, quedaba un poco escondido gracias a la presencia del medallón.

Su pelo había sido domado gracias a los esfuerzos de las sirvientas y brillaba por culpa de las piedras diseminadas en él. Su frente, despejada de su flequillo habitual, estaba coronada por una diadema de plata con una media luna inclinada en su centro. Diane se sintió abrumada por su reflejo. No era ella. Era una desconocida. Era la Princesa de los Némesis. Se percató de que el color de su pelo parecía haberse aclarado levemente y de que sus ojos grises nunca habían sido tan brillantes. Como si tuvieran vida propia. —¡Sois preciosa! —exclamó Hedvigis, juntando las manos. «¡Esa no soy yo!», pensó Diane con un leve pánico. —Si me permitís, mi Señora, iré a cambiarme y vendré a buscaros para llevaros a la recepción. Vuelvo enseguida. Ella asintió con un nudo en la garganta. Sin saber por qué, se sentía atrapada irremediablemente. Tenía que hablar con la cuarta sirvienta. Necesitaba escuchar la voz de su padre como fuera. —Un momento —la llamó mientras se giraba para irse—. Te olvidas de… ¡esto! Diane cogió la primera cosa a su alcance, que resultó ser un peine muy ricamente decorado. Miró con intensidad a la sirvienta mientras sus manos entraban en contacto. Entonces volvió a oír la voz de su padre en su cabeza. Tienes que ser fuerte, pequeña Luna. No te creas nada de lo que te digan. Todo son mentiras. Diane intentó preguntarle algo a su padre, pero la sirvienta retiró la mano precipitadamente y se fue. Cerró los ojos con fuerza para tranquilizarse. Hedvigis vendría pronto a buscarla…

Capítulo tres Hedvigis no tardó ni diez minutos en reaparecer en su habitación. Por una vez, no llevaba un vestido sacado del siglo XIX sino un traje medieval muy parecido al suyo, pero más sencillo. Su vestido era de un tono azul oscuro, casi negro, con ribetes blancos. La joven vampira se había soltado su melena rizada y se había puesto una diadema oscura. Estaba muy guapa, pero su imagen cambiaba mucho de la personificación de la inocencia que había intentado encarnar delante de Diane en su primer encuentro. Ese atuendo le daba un toque más adulto a su apariencia. Más cercano a lo que parecía ser su verdadera personalidad. —Seguidme por favor, mi Señora. Diane procuró no pensar en nada mientras salía de la habitación detrás de Hedvigis. Estaba ansiosa por poder conocer el lugar en el que se encontraba y salir del confinamiento de su habitación. Quería centrar toda su atención en los detalles que iba a poder observar para poder orientarse bien luego. Pero temía el encuentro con su hermano porque no sabía lo que podía esperar de él. La primera impresión que tuvo, al salir de su habitación, fue que ese lugar era inmenso. Ahora entendía por qué la joven vampira había hablado de «palacio». Sí, era un palacio. Pero de los grandes y de los ricos… La mirada de Diane escrudiñaba todos los detalles del pasillo por el que se encaminaban, desde las llamativas tapicerías medievales que cubrían las paredes hasta el suelo brillante de mármol. Caminaban despacio, ya que su traje pesaba mucho, lo que le permitía observar con precisión el dibujo de las tapicerías, que parecían contar una historia. Diane se dio cuenta de que los personajes tenían alas muy grandes. Ángeles. ¿Se podía tratar del episodio de la condena de Dios? Tuvo ganas de preguntarle a Hedvigis, pero se regañó a sí misma. La curiosidad había matado al gato y tenía que centrarse en aparentar la máxima impasibilidad. Después de andar más de cinco minutos a través de ese pasillo que no parecía tener fin, llegaron a una magnífica galería repleta de ventanas que daban al

exterior. Diane se acercó disimuladamente a una de ellas, aprovechando que Hedvigis se había parado, para ver lo que había fuera. Era de noche, lo que era lógico estando rodeada de vampiros, y lo único que pudo vislumbrar fue el reflejo de la luna sobre el agua. Al parecer, el palacio estaba rodeado de agua o había un lago cerca. Tuvo la certeza de que estaba muy lejos de España. ¿Habría vuelto a Francia? No se atrevía a preguntar porque sabía que la joven vampira no le contestaría claramente. La miró sorprendida al ver que no seguían avanzando por la galería. —¿Pasa algo? —le preguntó finalmente. El cuerpo de Hedvigis denotaba cierta tensión y su mirada estaba fija en el fondo de la galería. Diane miró con atención en esa dirección para ver lo que había allí. Al principio no vio nada, pero luego una neblina blanca surgida de la nada empezó a invadir lentamente la galería y la temperatura ambiente bajó muchos grados de golpe. Diane agradeció que el vestido fuera tan pesado y tan ricamente decorado porque la protegía del frío intenso que recorría la galería. Tenía la impresión de estar en medio de un videoclip de algún cantante famoso porque era el tipo de efecto visual que se utilizaba para recrear un ambiente terrorífico o fantástico. Pero, a esas alturas, ya nada podía sorprenderla. Sin embargo, se sobresaltó un poco cuando dos personas aparecieron de entre la niebla, como por arte de magia. Atravesaron la galería como si estuvieran flotando y se pararon bastante cerca de ellas, por lo que Diane pudo observarlas mejor. Eran dos seres de sexo masculino, pero no sabía si se trataba de vampiros o de otra cosa porque eran muy extraños. Los dos iban vestidos de negro y llevaban una especie de uniforme, parecido al atuendo que llevaban los ninjas en el Japón medieval. Pero el primero tenía rasgos asiáticos mientras que el segundo parecía más bien caucásico; aunque los dos tenían la misma mirada vacía. A Diane le pareció que eran como dos sombras y se percató de que llevaban un medallón alrededor del cuello, muy similar al suyo, pero con otro símbolo: dos serpientes enrolladas la una con la otra, mirándose. Había algo muy siniestro en ellos y eso que empezaba a estar bastante familiarizada con el mundo de lo extraño. Sintió un escalofrío viendo sus rostros grises y su falta de expresión, y tuvo la certeza de que carecían de alma.

¡Y ella se quejaba del rostro impasible de los vampiros! De repente, se oyó una voz femenina en el otro extremo de la galería y las dos sombras se fundieron literalmente con el suelo, como si hubiesen desaparecido a través de él. Diane se esforzó en no abrir la boca de asombro. ¡Madre mía! Su vida cotidiana se estaba convirtiendo cada vez más en la tercera dimensión. —¿Y estos quiénes eran? —le preguntó en voz baja a Hedvigis. No hubo respuesta inmediata. La joven vampira seguía en tensión. —Los Guías —contestó finalmente. Diane frunció el ceño. ¿Y eso qué era ahora? La niebla se disipó un poco para dejar paso a un tercer personaje. Tenía el aspecto de un joven hombre apuesto e iba vestido enteramente de rojo, desde su jubón ceñido hasta sus botas. Era rubio y hermoso, pero su cara era muy pálida y parecía irreal, como si fuera una máscara. El joven se acercó lentamente hacia ella. —Hedvigis —la saludó, inclinándose ante ella con una sonrisa que a Diane le pareció un poco desdeñosa, como si él fuese un ser superior—. Il Divus te espera… —Berith —contestó la aludida con una frialdad extrema—. Estamos de camino. El tal Berith desvió la mirada hacia Diane y esbozó una sonrisa desagradable, lo que le provocó una sensación de frío repentino en lo más hondo de su ser. —Bienvenida, Doncella… Se oyó otra vez la voz femenina y Berith rio y se fue. Bueno, mejor dicho, desapareció sin más. Diane sabía que algunos vampiros podían aparecer y desaparecer a su antojo, como Sasha, por ejemplo. Pero estaba convencida de que ese ser no era un vampiro. Tenía la belleza de los ángeles, propia de los vampiros también, pero había algo profundamente malvado en él. Malévolo. Diane se tensó y el medallón vibró. Era un demonio, no había otra explicación. —Esas tres personas no eran vampiros, ¿verdad? —preguntó en voz alta. Hedvigis ladeó la cabeza y la miró. —Y entonces ¿qué eran, Princesa? Diane empezaba a estar harta de las respuestas poco claras de la joven vampira. Ella era una chica honesta y sincera, y odiaba el disimulo y las mentiras. Y allí estaba más que servida…

Sintió que el fastidio que le provocaba toda esa situación se estaba transformando en un gran enfado. ¿Esa vampira la tomaba por una tonta? ¡Sabía perfectamente que esos tres no eran vampiros! Había algo en ellos muy diferente a la esencia de los vampiros y hasta su aspecto físico difería levemente. —¡No te atrevas a mentirme otra vez! —explotó Diane, sin saber que la tonalidad de sus ojos estaba cambiando—. Quiero una respuesta clara por una vez. Durante un segundo, Hedvigis no supo cómo reaccionar y se quedó mirando los ojos de la Doncella. Su mirada se había vuelto más brillante que la plata más pura. Era una mirada escalofriante. ¡Maldición! Había olvidado que las emociones fuertes solían liberar una parte de sus poderes, y en ese momento su cuerpo irradiaba una energía extrema. Si le decía otra mentira, iba a empeorar las cosas… —Tenéis razón, Princesa; son demonios. No quería asustaros y por eso… Una risa femenina salió del fondo de la galería e interrumpió a Hedvigis. Diane dejó de mirarla y se giró hacia la niebla que se estaba disipando lentamente. Un perfume floral llegó hasta sus narices y vio como una figura femenina se abría paso a través de lo que quedaba de niebla y se detenía cerca de ellas. —¿Necesitas mi ayuda para contestar a la Doncella, Hedvigis? Diane miró con asombro, muy a su pesar, a la vampira de rasgos asiáticos que estaba frente a ellas. Como todas las vampiras, era de una extrema belleza, pero, en su caso, su hermosura parecía etérea, como si viniese de otro lugar, de otro mundo. Vestía un kimono japonés negro con diminutas flores rojas, que parecían gotas de sangre, y el cinturón —el obi— también era de un tono rojo muy fuerte. Su pelo negro y sedoso estaba recogido en un moño complicado, que se mantenía gracias a unas horquillas rojas preciosas y delicadas. Su frente estaba tapada por un flequillo abundante de pelo negro y dos mechas negras enmarcaban su pequeño rostro. Su piel era tan blanca y delicada que parecía la superficie brillante de una perla, y el contraste con su boca tan roja era muy llamativo. En cuanto a sus ojos, eran tan negros que destacaban en medio de tanta blancura. A pesar de tanta perfección y belleza, Diane sintió una antipatía visceral hacia ella que no supo explicar. Al igual que con los tres demonios, un leve malestar impreciso la había invadido mientras la observaba atentamente. Había algo

extraño que flotaba alrededor de ella, algo que iba más allá de la mera esencia vampírica. Diane supo que ese tipo de intuición y de pensamiento se debía a sus poderes ocultos porque no conseguía explicar por qué esa vampira desconocida le caía tan mal. Se percató de que llevaba un medallón, con el símbolo de las dos serpientes mirándose, colgado del obi. La vampira había seguido su mirada y le dedicó una sonrisa un tanto desagradable. —Mi símbolo de poder —comentó con una voz suave y seductora, sin rastro de acento—. Veo que tú también llevas el tuyo… —Buenas noches, Hime —intervino Hedvigis, inclinándose con respeto ante ella al estilo japonés. La vampira siguió mirando a Diane sin contestar. Su mirada era muy intensa, como si la estuviera analizando desde todos los ángulos, y ella empezó a sentirse incómoda. —¿Te llamas Hime? —le preguntó para intentar desviar su atención. La vampira siguió mirándola y, de repente, estalló en carcajadas. —No; Hime significa princesa en japonés. Me llama así porque soy Naoko, la Princesa de la familia Kasha; una de las cinco familias más importante de la Sociedad vampírica. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Diane la miró con cara de pocos amigos. —Sí, me hago una idea —replicó con ironía. Ahora, le caía aún peor. ¿Qué pensaba? ¿Que era tonta de remate? —¡Eres tan ingenua! —soltó Naoko, observándola con asombro. Parecía estar viendo un bicho fascinante—. Llevaba siglos y siglos sin ver a un ser tan genuinamente puro como tú… —¿Genuinamente puro? —se extrañó Diane, frunciendo el ceño. ¿A esa vampira también le faltaba un tornillo o qué? Hablaba de un modo raro. —Eres asombrosa —siguió Naoko—. Percibo tu enfado y tu desconcierto, pero no consigo entrar en tu mente. ¿Cómo lo haces? No aparentas ser tan poderosa como dicen y, sin embargo, no logro penetrar en ti. Sin duda es por culpa de ese fuerte bloqueo, pero tus poderes también están actuando. Es fascinante… Naoko ladeó la cabeza y Diane pudo ver sus colmillos blancos cuando habló. —¿Qué te parece nuestro primer encuentro? Diane la miró sorprendida. ¡Qué pregunta más extraña!

—Los he tenido mejores. Los ojos de Naoko brillaron y fue una visión casi hipnótica. —No tienes miedo de mí, ¿verdad? —¿Debería? —contestó Diane con bravuconería. Ese pequeño juego empezaba a cansarla. Naoko se rio. —La verdad es que sí… ¿Sabes?, la Princesa de los Kasha manda sobre todos los espíritus y estos son mucho más temibles que los vampiros porque pueden aparecer en cualquier lugar y hasta pueden poseerlos. Imagínate estar atrapada en tu propio cuerpo sin que este pueda obedecerte. Esa es la peor de las pesadillas y ese es mi Poder. Naoko esbozó una sonrisa siniestra y puso una mano en su medallón. —Soy el ama de los espíritus… ¿Sientes miedo ahora? Diane le dedicó una mirada airada. ¿Cómo había podido quejarse del carácter especial de Eneke? ¡Al lado de esa vampira, era un ser encantador! —Me temo que no. Naoko sonrió y sus ojos brillaron. Hedvigis sintió que tenía que intervenir. Era muy lista y sabía cuándo había que inclinarse ante un ser más poderoso. Y buscarle las cosquillas a la Princesa de los Kasha era una pésima idea. Pero no podía dejar que Naoko siguiese complicándolo todo con sus explicaciones sin pies ni cabeza. Su meta era que la Doncella confiara en todos ellos no que se asustara porque, de lo contrario, alargaría el proceso de recuperación de sus poderes. Y sin estos, su sangre no valdría nada. —Hime, ¿no vais a venir a la fiesta? Naoko dejó de observar a Diane. —Los preparativos me aburren y, además, tengo hambre. Por eso he mandado a los Guías, para que me busquen algo de comer… Hedvigis no la dejó dar más explicaciones sobre el tema. —Entonces ya es hora de irnos. El Príncipe Marek nos aguarda y no debemos hacerlo esperar. Tiene muchas ganas de ver a la Princesa —insistió la joven vampira. —Sí —enfatizó Naoko, volviendo a mirar a Diane—, tiene muchas ganas de verte. Soltó una carcajada y se acercó más a ella. —Il Divus sabrá cómo llegar hasta ti. —La vampira levantó una mano hacia Diane—. Eres fuerte y eso es bueno, porque vas a necesitar toda tu fuerza.

Pero antes de que Naoko llegara a tocarla, el medallón lanzó una luz azul oscuro que bloqueó su movimiento. —¡No me toques! —soltó Diane con una mirada belicosa. Naoko frunció levemente el ceño y bajó lentamente la mano con elegancia, como si fuera el ala de una mariposa. Hubo un silencio tenso y se afrontaron con la mirada. —Esos ojos… —murmuró Naoko con cierto respeto—. Son los ojos del ángel de la plata. Ahora entiendo… Y con esas misteriosas palabras sueltas en el aire, la Princesa de los Kasha desapareció, envuelta de nuevo en una densa niebla. Diane se quedó mirando la niebla con una sensación entre perplejidad e incomodidad. Esa vampira era el ser más raro de cuantos había conocido. No pertenecía a ningún mundo en concreto. El ama de los espíritus… ¡Más bien el ama de los chiflados! Hablar con ella había sido como hablar con una persona mentalmente enferma: no había por dónde cogerla. Diane sabía que no tenía sentido darle vueltas a lo que había dicho, pero había una pregunta que no le daba tregua: ¿quién era Il Divus? Il Divus… El Divino. ¿Tendría algo que ver con su hermano? El demonio vestido de rojo también había hablado de él. Suspiró. Tendría que averiguarlo por sí misma porque no servía de nada preguntárselo a la joven vampira. Ya tenía suficiente de esas respuestas sin sentido por hoy. Un cansancio inexplicable se apoderó de ella. Era como si su cuerpo hubiese estado en tensión durante el intercambio con esa princesa chiflada y que ahora se fuera relajando. Sintió el deseo irrefrenable de darse la vuelta y de echar a correr hasta llegar a su habitación. Estaba a punto de venirse abajo. Tanto esfuerzo para no pensar en nada había provocado un sinfín de imágenes y de preguntas que ella no quería afrontar. En ese momento, el recuerdo de Irene la atormentaba particularmente y tenía ganas de llorar. ¿Por qué los inocentes siempre tenían que pagar? ¿Quién era el verdadero asesino de Irene? Cerró los ojos con fuerza para impedir que las lágrimas contenidas se deslizaran sobre sus mejillas. Agarró el medallón con una mano y sintió que emitía un suave calor, como si estuviera reconfortándola. Inspiró varias veces para calmarse. Tenía que ser fuerte si quería descubrir toda la verdad. No podía

esconderse. Abrió los ojos con renovada determinación y se topó con la mirada de Hedvigis. Una mirada que parecía inusualmente preocupada. Diane tuvo el fugaz pensamiento de que, a lo mejor, se preocupaba de verdad por ella y de que, al lado de la vampira asiática, era mucho más cuerda. Pero un poco mentirosa… —¿Os encontráis bien, mi Señora? —preguntó la joven vampira, frunciendo levemente sus delicadas cejas. —Muy bien. ¡No todos los días se conoce a gente tan… encantadora! — contestó ella con ironía. No solía utilizar a menudo la ironía, pero si era el único medio para seguir mentalmente sana, la iba a emplear mucho más. Hedvigis dejó de mirarla y bajó un poco la cabeza. Era la segunda vez que adoptaba ese comportamiento humilde. —Debéis disculpar a la Princesa de los Kasha por sus palabras. Los vampiros asiáticos son diferentes a los demás y la Princesa, en particular, es muy… peculiar. Da la impresión de estar viviendo en otro mundo. —Sí —convino Diane—, me parece que viene de otro planeta. —Todos los vampiros comparten esa sensación. —¿De verdad? Pues a mí me ha parecido que tenía algo contra mí. Algo muy fuerte… Hedvigis pensó rápidamente. ¡Maldita fuera la loca de Naoko! Había conseguido arruinar un poco su plan. Tenía que soltar algo creíble para explicar su comportamiento. —En realidad, Princesa, la razón de su desavenencia con vos es muy sencilla. —Me gustaría saber cuál es, dado que no me conoce —puntualizó Diane, cruzándose de brazos. —Está celosa de vos. Diane se quedó sorprendida, pero rápidamente volvió a adoptar una expresión impasible. —¿Celosa de mí? ¡Explícate! Hedvigis jugueteó con uno de sus rizos rubios que había caído sobre su escote. —Veréis, antes de vuestra llegada la Princesa Naoko era la consejera más preciada de nuestro Príncipe y siempre estaban juntos. Pero luego, él empezó a hablarle de vos y de los planes que tenía preparados para vuestra estancia con él en su corte, y Naoko se sintió desplazada por vos en su corazón. ¡El Príncipe le ha hablado tanto de vos y de vuestra pureza! La Princesa de los Kasha es una

vampira muy orgullosa de su rango y del lugar que ocupa en la corte del Príncipe Marek. Tiene miedo de que ya no cuente con ella. Diane la miró en silencio. Su explicación parecía plausible. Esa vampira asiática, además de loca, estaba celosa de ella. ¡Qué bien! —Entiendo. Pero no tiene ninguna razón para ello y en el futuro podría esforzarse en ser más amable conmigo. —Desde luego, Princesa. Así se lo haré saber. Hedvigis le dedicó una sonrisa encantadora. Estaba muy satisfecha de haber encontrado una solución a ese problemilla tan rápidamente. Su mente seguía tan ágil como siempre y era su arma más mortífera. No era la vampira más poderosa, pero sí la más astuta. Y en numerosas ocasiones, la astucia valía mucho más que la fuerza. No obstante, la Doncella estaba poniendo a prueba su inteligencia porque no era tonta y no se dejaba engañar como los simples humanos. En realidad, lo que acababa de contarle tenía una pizca de verdad. Naoko era muy apreciada por Il Divus porque era una de sus numerosas amantes, y una de las más imaginativas en la cama. Pero no era el caso de Hedvigis. El Príncipe de la Oscuridad no parecía interesado en ella de esa forma y ella lo prefería así porque no quería convertirse, como tantos otros, en su esclava sexual. Aquello significaba transformarse en una especie de sombra y no volver a tener voluntad propia nunca más. Hedvigis ya había sido el juguete de otros en su vida humana. No recordaba todos los detalles, pero sí la humillación que se sentía. Y ella había renacido para humillar, no para ser humillada. Le convenía mucho más haberse convertido en uno de los Generales de Il Divus; aunque tuviera que ceder y fingir sumisión ante la Princesa de los Kasha, el otro General. Con su padre, Oseus, no tenía problema; y con Zahkar era otra historia. El único punto desagradable de su nueva misión al lado de la Doncella era tener que aparentar una gran inocencia y bondad. Era una experta en el engaño, pero empezaba a cansarse de tantas emociones positivas. Tenía ganas de destrozar a alguien con sus colmillos, después de provocarle mucho dolor. Tendría que esperar un poco más para poder juguetear con Thánatos de nuevo… Tenía que seguir aguantando la estúpida candidez de la Doncella de momento. —¿Vamos, Princesa? —Hedvigis se giró para invitarla a seguirla.

—Un momento. —Diane la miró intensamente—. Me gustaría saber por qué hay demonios aquí. ¿No se supone que son… malévolos? Hedvigis le dedicó una mirada tranquila, a pesar de que en su interior se contenía a duras penas para no abofetearla por hacerle perder el tiempo con preguntas tan inútiles. ¿Los demonios malévolos? ¡Qué va! La peor raza jamás creada, nacida de la esencia pura y del Caos. No, los demonios no eran malévolos. Eran retorcidos, sádicos y con una imaginación infinita a la hora de torturar a los humanos. Pero, sobre todo, eran poderosos; tan poderosos como los vampiros. Y seguían sus propias reglas. O las reglas impuestas por el más fuerte de todos ellos… Hedvigis se dispuso a soltar la mayor mentira de todos los tiempos. —No todos los demonios son malvados, Princesa; es como con los vampiros. Se podría decir que somos primos y, aunque sean levemente diferentes a nosotros, vienen a ayudarnos de vez en cuando. No se les puede juzgar a todos por igual; un poco como nosotros. —¿Y qué hacen aquí exactamente? —insistió Diane. Había aceptado el hecho de que los vampiros podían ser buenos y no beber sangre humana, pero no se fiaba de los demonios. Para ella, eran sinónimos de maldad y tinieblas; mucho más que los vampiros. —Han sido invitados por vuestro hermano y vienen a presentaros sus respetos. Diane la miró escéptica. El demonio rojo no le había parecido muy respetuoso hacia ella, y si eran todos como él… Volvió a sentir un malestar difuso pensando que estaban hablando de demonios. Lo que significaba que su hermano tenía el poder de convocarlos y que ellos se dignaban en acudir a su llamada. Algo en todo ello no cuadraba con el carácter propiamente dicho de los demonios: por lo que ella había leído, eran muy caprichosos y no solían obedecer fácilmente, y no lo hacían si no era mediante un pacto. Un pacto de sangre. O su hermano era muy poderoso o esos demonios eran totalmente diferentes a lo que los manuales y la literatura decían de ellos… Diane recordó al punto que todo lo que había leído sobre los vampiros no había sido muy exacto y que también podía ser el caso de los demonios. Pero seguía sin gustarle la idea de encontrarse con ellos. —Vuestro hermano os está esperando, Princesa —la instó Hedvigis. Ella asintió y la siguió hasta el final de la galería, iluminada por la luz de la luna y unas velas. La niebla había desaparecido por completo. Llegaron a otro

pasillo, decorado de la misma forma que el primero, y conforme se fueron acercando pudieron oír el sonido de unas conversaciones y de la música. Diane respiró hondo viendo que Hedvigis se detenía en la puerta. —No debéis preocuparos, todo va a ir bien a partir de ahora —le dijo la joven vampira con una sonrisa. Esbozó una sonrisa tímida como respuesta y le agradeció en su interior que se preocupara por ella. A pesar de su defecto con las mentiras, era simpática y agradable después de todo. Un vampiro, que tenía pinta de ser un sirviente, se inclinó ante Hedvigis. —Su grandeza, ¿a quién debo anunciar? —A la Princesa de los Némesis, hermana del Príncipe. El vampiro se dio la vuelta y se adentró en lo que parecía ser una enorme sala circular, dejando a Diane y a Hedvigis en el pasillo. Desde ahí, Diane no podía ver nada de lo que había en la sala. Solo oía el rumor de la gente hablando y una música de estilo oriental con flautas y pequeños tambores. De repente, pudo escuchar la voz fuerte del vampiro que anunciaba su llegada. —Su Alteza, la Princesa de los Némesis y Doncella de la Sangre. El silencio se apoderó de la sala mientras ella entraba, con el corazón desbocado por la aprensión, seguida de Hedvigis. La sala circular, que hacía de salón de baile y de sala del trono, era inmensa y estaba atestada de vampiros y vampiras vestidos para la ocasión. Diane paseó una mirada nerviosa por la estancia y se percató de que había, por lo menos, cien vampiros reunidos allí, observándola con aguda atención. La multitud le abría un camino hasta el fondo de la sala y se inclinaba ante ella conforme iba pasando a su lado. La mirada de Diane iba de un lado a otro, apuntando mentalmente todos los detalles de lo que veía: la magnificencia de la sala con su suelo de mármol pulido; las numerosas velas colocadas en cualquier lugar y los espléndidos trajes medievales y renacentistas que lucían los vampiros. Ese detalle en particular le llamaba mucho la atención: ninguno de los vampiros allí presentes llevaba una prenda moderna. Algunas vampiras vestían un traje renacentista y otros un atuendo más propio de las civilizaciones árabes. Pero ninguna llevaba un esmoquin o un vestido más contemporáneo. Al igual que cuando había despertado en esa habitación desconocida, Diane volvió a tener la impresión de haber dado un salto en el pasado.

Hedvigis, que venía detrás de ella, se adelantó y se paró delante de unas escaleras de mármol. Diane tuvo la extraña sensación de que ya había visto ese sitio. —Mi Príncipe, os traigo a vuestra hermana. —Te lo agradezco y te doy las gracias por cuidar de ella, Hedvigis —contestó una seductora voz masculina que Diane reconoció al instante. Esa voz profunda y ligeramente ronca… Llevaba años oyéndola en sus sueños. La había acompañado desde que tenía recuerdos. La respiración de Diane se alteró mientras seguía con la vista clavada en las escaleras. El corazón se le iba a salir del pecho. Estaba a punto de descubrir el rostro que se escondía detrás de esa voz; estaba a punto de averiguar si pertenecía al vampiro que la había llevado hasta allí. Se armó de valor y levantó la vista poco a poco, rezando para que el medallón le diera fuerzas. Se encontró con la mirada más tenebrosa que jamás había visto. Era la mirada penetrante y perturbadora del hombre de sus sueños; era la mirada del vampiro que la había llevado en brazos. El impacto fue tal que Diane tuvo la impresión de que algo la había golpeado y su mente se quedó en blanco. ¿Ese era su hermano? ¿Ese ser tan… tan…? No estaba preparada. No había palabras para describirlo. El vampiro que estaba delante de ella, de pie ante un trono de piedra, era el epítome de la belleza masculina. Había un aura oscura y peligrosa alrededor de él y desprendía un magnetismo sexual tan devastador que Diane se sintió muy acalorada de repente. No había nada dulce o gentil en él. Era fuerza, virilidad y poder. Era la seducción oscura en persona. El deseo irrefrenable. La locura de los sentidos. Las fantasías femeninas secretas en carne y hueso. Era muy alto y su físico no tenía nada que envidiar a los modelos griegos o romanos. Vestía una larga túnica negra de mangas anchas bordada en plata, muy abierta sobre su pecho blanco y musculoso, y llevaba alrededor del cuello un collar de plata de estilo egipcio, un tanto extraño, con un símbolo en su centro. Diane fijo su atención en el dibujo y se dio cuenta de que se trataba de un murciélago negro con las alas desplegadas y la boca abierta sobre sus colmillos. Pero su mirada volvió a centrarse rápidamente en su hermano. Tenía el pelo negro y ondulado, que le llegaba hasta los hombros fuertes y anchos. Su piel no era tan blanca como la de los demás vampiros y sus rasgos no eran europeos: su nariz levemente aguileña, su boca grande y sensual y sus

pómulos altos indicaban de que se trataba del rostro de alguien perteneciente a una raza antigua, bizantina o tal vez hebrea. Sí, se parecía a un hebreo. Un hebreo mezclado con griego. Un Cristo. Un Cristo oscuro y sensual… Diane nunca había conocido a un ser cuya belleza fuese tan difícil de resistir. Había algo peligroso y excitante en él. Algo capaz de hacerle perder la cabeza a una mujer… o a una vampira. Su mirada era ardiente y tan negra como la más oscura de las noches. Un fuego negro y arrebatador. Un fuego lleno de sensuales promesas… Ella se ruborizó intensamente y se avergonzó de sus pensamientos. Pero ¿qué le estaba pasando? ¿Tenía algún problema o qué? ¿De verdad estaba babeando sobre el ser que se suponía que era su hermano? Ese sueño inexplicable debía de haberle afectado más de lo que pensaba. Bueno, se podía decir a su favor que nunca había visto a un ser tan inexplicablemente sensual y atractivo. Ni siquiera Yanes le llegaba a la altura, y eso que era guapo y un verdadero imán para las mujeres. Pero tampoco podía olvidar tan fácilmente que su supuesto hermano había invadido sus sueños durante toda su vida, y que algunos de esos sueños habían sido bastante subiditos de tono. Normal, ¡con ese cuerpo y esa sensualidad a flor de piel! Diane se percató de que llevaba cinco largos minutos recorriendo, más bien devorando, al Príncipe con la mirada y que todos los vampiros estaban pendientes de lo que estaba pasando. ¡Dios, qué vergüenza! Desvió la mirada hacia su medallón, que no mostraba signos de inquietud, para no seguir mirándolo. Marek esbozó su sonrisa más sensual. Su Poder Oscuro de seducción letal estaba actuando como siempre y percibía la confusión de su hermana por sentirse atraída por él. Bien, a pesar de sus poderes y de su condición no era inmune a su carisma. El juego de la seducción más perversa podía empezar… —¡Hermana mía! —exclamó con una sonrisa, al tiempo que bajaba las escaleras para encontrarse con Diane. Le echó una mirada al medallón y le mandó una oleada de poder oscuro para neutralizarlo y dejarle así tiempo para poder abrazarla. A pesar de que su odiado padre seguía encerrado en la Cripta de los Caídos, el medallón seguía activo y protegía a la Doncella. Si su poder se manifestara al acercarse a ella, su hermana sospecharía de inmediato. Menos mal que la fuerza de su poder oscuro iba en aumento y que los poderes de la Doncella no habían despertado del todo.

Diane no supo reaccionar cuando su supuesto hermano la abrazó con evidente cariño, apretando su cuerpo increíble y duro contra el suyo. De cerca, era aún más alto ya que la cabeza de Diane apenas le llegaba a la mitad del pecho. Se quedó paralizada contra él puesto que no sabía si devolverle el abrazo o no. No lo conocía de nada, salvo por sus sueños, y además no estaba muy familiarizada con el contacto humano; bueno, vampírico. De hecho, le parecía muy extraño que un Príncipe tuviera ese tipo de comportamiento cariñoso típicamente humano. Tuvo una impresión muy rara, atrapada así contra él, como si fuese un insecto prisionero de una gigantesca telaraña. Se sintió de repente muy agobiada, pero el medallón seguía sin reaccionar. —¡Cuánto me alegro de que estés aquí conmigo, sana y salva! —le susurró Marek con fervor al oído. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Diane, mezcla de miedo y deseo. Era una sensación que se salía de lo normal, algo que ya había experimentado en sus sueños. Tuvo ganas de retroceder. —¿Qué te ocurre? —se percató Marek, liberándola para mirarla con intensidad. —No sé quién eres —recalcó ella, muy tensa. No se fiaba. Había algo demasiado oscuro y peligroso en ese vampiro. Su alarma personal estaba sonando en su cabeza. Marek sonrió y le cogió las manos. Diane se dejó hacer de mala gana. —Claro que sabes quién soy. Me conoces desde que eras pequeña. Siempre he estado contigo. —Querrás decir que siempre te has invitado en mis sueños, pero resulta que nunca te he visto la cara. Y nunca me has dicho tu nombre. —Es cierto —convino Marek, soltando sus manos—. Me presento: soy el Príncipe Marek de los Lamiae, tu hermano. También me llaman Il Divus porque soy un Pura Sangre por partida doble. Diane frunció el ceño, perpleja. —¿Un Pura Sangre por partida doble? ¿Qué significa eso? —Significa que mi padre y mi madre son descendientes de los Elohim. Ambos. —Pero ¿Dios no condenó a los hijos de los ángeles a no tener descendencia? Marek entrecerró levemente los ojos. —Entre otras cosas… Pero nuestro padre siempre ha sido muy especial. Ha sido capaz de tenerte a ti con una humana. ¿No te parece una prueba suficiente?

Ella frunció los labios, molesta. —Nuestro padre nunca me habló de ti. Sin previo aviso, Marek soltó una carcajada. A Diane le pareció un sonido maravilloso y aterrador al mismo tiempo, como el rugido de un animal salvaje. Un sonido demasiado sensual y preocupante… —¡Qué mente más desconfiada! —Marek le dedicó una gran sonrisa, pero se puso serio al instante—. Pero tienes razón en dudar. Desgraciadamente, nuestro padre no tuvo tiempo de hablarte de mí. Sus enemigos aprovecharon un descuido suyo para encerrarlo en un sitio muy lejano… —¿Sabes dónde está? —lo interrumpió ella con esperanza. La mirada negra de Marek acarició su rostro iluminado por las velas. ¡Qué fácil era leer sus sentimientos! ¡Qué fácil iba a ser apoderarse de ella! Era demasiado humana por su propio bien y él iba a cambiar irremediablemente esa situación. —Siento decepcionarte, hermana. Sus enemigos eran demasiado poderosos y destruyeron todo rastro de su energía. Llevo años intentando localizarle, pero no lo he conseguido. No sé dónde está. La luz de la esperanza se apagó en la mirada de Diane y bajó la cabeza. Tenía tantas ganas de ver a su padre, tantas ganas de conocerle en persona. Marek sonrió para sus adentros. Manipularla estaba resultando más fácil de lo que pensaba. Dentro de muy poco estaría saboreando su cuerpo y su sangre. Sabía perfectamente dónde se encontraba su padre porque él mismo lo había encerrado allí. Aunque le había costado años poder recuperar una parte de su fuerza, debido al gran despliegue de energías. Pero había logrado pagar a su padre con la misma moneda. Se había pasado más de 2500 años atrapado en el Abismo por su culpa, porque quería proteger a sus queridos humanos. Su odiado padre, el maravilloso Príncipe de la Aurora… En el polo opuesto, él era la Oscuridad y ese odio inconmensurable alimentaba su fuerza y su poder. Iba a alcanzar y a destruir definitivamente a su padre gracias a la persona que más quería: su preciosa y vulnerable hija. El asesinato del Cónsul, ese traidor que lo había delatado y encerrado, solo había sido el preludio. El principio del fin. —¿Y quiénes eran esos enemigos? —volvió a preguntar Diane, deseosa de ahondar en el tema. —La Milicia Celestial, hermana. Los ángeles. Nos quieren aniquilar a todos y no cesaran en su empeño hasta conseguirlo. Tienen una orden de Dios.

Diane lo miró asombrada. ¿Los ángeles? Si mal no recordaba, cuando había estado atrapada en la oscuridad su padre había dicho que ya no podían comunicarse con los vampiros desde la condena de Dios. Ella había dado por hecho que tampoco podían actuar contra ellos. Y menos contra su padre. ¡Pero si su padre siempre había protegido a los humanos! ¿Qué habría hecho que mereciera un castigo? Sintió que su cabeza iba a estallar por culpa de todas esas complicaciones. Vampiros, demonios y ahora ángeles. ¿Qué más se podía pedir? —Mi querida hermana, no debes preocuparte por todo esto ahora. Estamos aquí todos reunidos para darte la bienvenida, felices de ver que no te ha pasado nada. Ven —Marek le pasó un brazo alrededor de los hombros y se giró nuevamente hacia las escaleras para subirlas—, siéntate conmigo para que mi corte pueda presentarte sus respetos. —Un minuto —Diane se zafó de su abrazo—, nunca me han hablado de la familia Lamiae. ¿Por qué no te llamas Némesis? Un destello oscuro brilló en la mirada de Marek y ella se estremeció un poco. A lo mejor no le gustaba su pregunta, ya que Hedvigis había mencionado un altercado entre él y su padre. Pero había demasiadas cosas que no cuadraban y demasiadas preguntas sin respuestas. —Mi madre era la Princesa de los Lamiae y yo heredé ese título —contestó finalmente Marek—. Tú eres la heredera de la familia Némesis y así está bien. Le tendió una mano conciliadora. —Ahora, hermana, ven y siéntate aquí. Dejemos las preguntas para más tarde, ¿vale? Diane logró disimular una mueca dubitativa. Vale, dejaría las preguntas para más tarde, pero después iba a tener que darle respuestas más convincentes y sobre temas muy delicados… Cogió su mano e hizo el vacío en su mente. Subió las escaleras y se sentó en una magnífica silla, dispuesta al lado del trono de piedra, que los sirvientes acababan de colocar. —Hermana —Marek ladeó la cabeza y su pelo ondulado le rozó la mejilla—, te presento a mi corte. En primer lugar, vendrán los cuatro miembros más importantes de mi gobierno. Marek mandó una señal silenciosa para que los cuatro Generales se acercaran. Naoko había reaparecido en el momento oportuno. —¿No tienes Consejero? —se extrañó Diane. Marek le dedicó una sonrisa enigmática.

—No necesito Consejero. Mi existencia ha sido lo suficientemente larga como para poder gobernar sin uno. Ella lo miró de reojo. Sí, esa frase se asemejaba bastante a la que debió pronunciar Luis XIV en su momento: «El Estado soy yo». Al parecer su hermano era un déspota. Pero no sabía si era un déspota ilustrado o no. Se percató de que su hermano la miraba intensamente y se sintió hipnotizada por esa mirada. Era como mirar a una serpiente hermosa y letal. —No deberías fruncir así el ceño. No debes preocuparte por nada. —Marek levantó un dedo y le acarició la frente con dulzura—. Yo cuidaré de ti, hermana mía. Diane no conseguía desviar la mirada. Se sentía atrapada por ella y por sus palabras, que se parecían demasiado a las pronunciadas en su último sueño en el que había conocido también al lobo de la curiosa marca. —Tu piel es tan dulce —Marek le acarició la mejilla con ternura— y tus ojos tan bellos, pequeña Luna… Esa caricia, esas palabras. Pertenecían a otro. Pertenecían a Alleyne. Alleyne… Solo él tenía el derecho a tocarla y a decirle eso. Solo él. Su recuerdo fue tan fuerte que ella se echó para atrás, lejos de la mano de Marek. La tristeza y el anhelo inundaron su ser y luchó por recobrar una actitud impasible. No podía dejar que nadie entrara en su mente. Los momentos vividos con Alleyne eran solo suyos. Marek bajó la mano rápidamente, conteniendo su furia y aplacando su poder que pedía a gritos ser liberado. ¡Bastardo joven vampiro! Asegurarle a Diane en sus sueños que no podía fiarse de él no había servido de nada. Había conseguido colarse en su corazón. Había conseguido que lo amara. Pero era un arma de doble filo. Podía utilizarlo para doblegarla y apoderarse de ella. Sí, conseguiría arrancarlo de su corazón. Ese gusano no había logrado poseerla, pero él lo haría. Le arrebataría su virginidad y su sangre, y de paso mataría a ese vampiro débil y bueno. Y lo haría delante de ella, como recordatorio de su sumisión. —Perdona si te he ofendido, hermana —se disculpó, besándola en la mano y mostrando su cara más amable. —No estoy acostumbrada a ese tipo de acercamiento —mintió Diane, un poco avergonzada por su reacción—. No te conozco lo suficiente. —Entiendo —terció Marek—. No pasa nada.

La verdad era que ella no sabía cómo reaccionar. Su hermano no había hecho nada malo y se mostraba cariñoso con ella; muy cariñoso para ser un vampiro con miles de años de existencia. Pero su contacto había sido demasiado porque se había sentido atraída y asqueada por él al mismo tiempo. No quería que otro vampiro que no fuese Alleyne la tocase. No podía soportarlo. Decidió centrarse en el vampiro que había avanzado hacia ellos para no pensar en nada. Su mente tenía que ser como un libro blanco. —Te presento a mi fiel General Oseus, hermana —dijo Marek con una sonrisa, quitándole importancia a lo que acababa de ocurrir—. Estaba deseando conocerte. Diane intentó por todos los medios no reaccionar ante ese nombre. Oseus… Era el nombre que Gawain había pronunciado cuando ella había visto imágenes del pasado en la prueba de la sangre. El nombre de su peor enemigo. El nombre de un ser vil y cruel. —Princesa, es un honor conoceros —dijo el General, inclinándose con respeto ante ella. Diane lo observó atentamente. Era bastante alto y, a pesar de su pelo blanco, tenía un cuerpo fuerte y joven. Llevaba un jubón medieval rojo y negro de mangas largas, que parecía ser un uniforme, con pantalones y botas negras. Tenía el pelo muy corto, al estilo romano. No aparentaba ser muy peligroso, pero Diane cambió de opinión cuando su mirada se encontró con la suya. Tenía una mirada gélida de ojos claros, fríos como la muerte. Una mirada de loco dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de salirse con la suya… Un intenso malestar le retorció el estómago y el medallón empezó a calentarse. Diane cerró los ojos por culpa de la fuerza de las imágenes que empezaban a invadir su mente; imágenes espeluznantes de muerte y de dolor. Una imagen se impuso a todas las demás: la de Gawain, todavía humano, en medio de un salón de una fortaleza medieval en el que yacían un hombre moreno en un charco de sangre y dos niños pequeños muertos en brazos de una mujer mayor. También había otra mujer, más joven y muy hermosa, al lado de una silla donde estaba sentado Oseus. Diane abrió los ojos y le dedicó una larga mirada al vampiro, inconsciente de que sus ojos brillaban de un modo terrible. El medallón vibró levemente, como lanzándole una advertencia, y ella supo lo que quería decirle. Disimular, tenía que disimular, porque acaba de recobrar momentáneamente la facultad de ver la verdad en los vampiros que la rodeaban.

—General Oseus —inclinó levemente la cabeza. No podía mentir y decirle que estaba encantada de conocerle porque sentía náuseas con tan solo mirarlo. No veía su rostro sino el rostro de todos los inocentes que habían muerto por su culpa. Y entre ellos se encontraban los familiares de Gawain. Ese vampiro era un demente, ávido de sangre humana y sumamente feliz al causar dolor en sus víctimas. ¿Ese era uno de los miembros más importantes de la corte de su hermano? ¿Qué relación le unía a él? Diane se sobresaltó cuando la mano fría de su hermano se posó sobre la suya. —¿Todo va bien? —inquirió Marek, mirándola intensamente. —Sí —contestó ella, esbozando una sonrisa. Marek siguió mirándola durante un segundo, percibiendo un rastro de energía, pero finalmente no le dio importancia. Podía ser una pequeña manifestación de su poder, pero era demasiado inestable como para afectarle. Y él haría todo lo posible para que siguiera así. —Bien, sigamos entonces. Esa vampira, en concreto, ya la conoces. Te presento a tu asistente personal, Hedvigis. Estaría encantada de convertirse en tu mejor amiga. —¡Oh sí, Princesa! —exclamó la joven vampira con entusiasmo, haciendo una reverencia impecable—. ¡Daría lo que fuera por ser vuestra amiga y poder complaceros en todo! —Filia… —avisó Oseus en tono bajo, tras colocarse a un lado de las escaleras. Hedvigis le echó una mirada de reojo y pareció avergonzarse. —Debéis disculparme, Augusta —la joven vampira hizo un mohín encantador—, sé muy bien que no estoy a vuestra altura. Sería un inmenso honor para mí poder serviros. —¿Augusta? —se sorprendió Diane. Eso era latín y antes Oseus había dicho Filia. Hija. ¿Era el padre de Hedvigis? —Es el término que se emplea para los seres sagrados. Y tú, hermana, eres sagrada —le explicó Marek. Sí, ya. Lo de la Profecía que la convertía en la Doncella de la Sangre… El problema era que ella no se sentía sagrada para nada y que sus poderes se manifestaban a ratos. Diane siguió observando a Hedvigis con el ceño fruncido. —¿Oseus es tu padre?

La joven vampira sonrió. —Sí, tuve la inmensa suerte de que él me convirtiera cuando los dos vivíamos bajo el imperio romano. —Hedvigis miró a su padre, que se había acercado a ella—. No se puede tener mejor padre. —No, Filia —dijo Oseus, poniéndole una mano en el hombro—, tú siempre has sido y eres la mejor hija que un padre puede desear. Padre e hija intercambiaron una mirada cómplice. Los ojos negros de Marek brillaron con malicia. ¡Qué estampa más absurda y empalagosa! Pero era justo lo que necesitaba para provocar nostalgia en su hermana, tan ansiosa por conocer a su padre. Sus dos Generales eran muy buenos actores, casi tanto como él, y esperaba que ese espectáculo de amor paterno-filial hubiese convencido a su hermana de que estaba a salvo, rodeada por vampiros que formaban una familia. Claro que la verdad era bien diferente. Todos los vampiros de su corte se odiaban entre sí y luchaban para obtener más poder. A Marek esa lucha le complacía sumamente. Él era Il Divus, un dios de la oscuridad, y los demás vampiros solo existían para complacerlo y humillarse ante él. Si se sentía magnánimo, les concedía algún que otro favor o les convertía en sus esclavos sexuales. Pero para poder engañar a Diane, les había ordenado que se comportaran como en una corte normal, con un grado menor de sumisión. Y, de momento, lo estaban haciendo a la perfección. Marek sonrió. Sí, esos dos Generales en concreto parecían tener una relación padre-hija muy normal, mientras que su relación era demasiado ambigua para serlo… Diane observó la complicidad reinante entre Hedvigis y su padre y, extrañamente, no se sintió conmovida en absoluto. Había algo, en todo eso, que la hacía sentirse incómoda, como si no estuviera viendo a un padre y a su hija sino a una pareja. A lo mejor, tenía esa impresión porque había visto la verdadera cara de Oseus y no lo creía capaz de mostrar unos sentimientos como la ternura o el cariño. Intentó centrarse en Hedvigis, para ver si acudían a su mente imágenes de ella. No sabía qué pensar de ella, salvo que era una mentirosa compulsiva. Era demasiado exuberante y locuaz para ser tan antigua. ¿Podía ser que fuese tan inocente como intentaba aparentar después de todo? A veces, se comportaba como una niña pequeña, y los niños pequeños solían mentir muy a menudo. Quizás lo hacía por complacer a su padre.

Diane entrecerró levemente lo ojos y tuvo una visión del pasado de Hedvigis; una visión fugaz que se desvaneció rápidamente. Roma. Imperio romano en pleno apogeo. Hedvigis vestida con una túnica roja y con un brazalete de oro en su brazo color carne, ofreciendo su cuello a Oseus con total abnegación. Los dos compartiendo un beso lleno de sangre. Sintió unas repentinas ganas de vomitar y respiró varias veces para que se le pasaran. No había podido averiguar si ella era inocente o no, pero en el pasado se había ofrecido de buena gana para que Oseus la convirtiera. Aunque no sabía qué circunstancias habían rodeado ese ofrecimiento. Seguía sin saber si podía fiarse de ella, pero en la duda prefería no hacerlo. No del todo. Hedvigis se separó un poco de su padre y volvió a inclinarse ante Diane. —¿Me permitís ofreceros toda mi ayuda, Augusta? —preguntó con la cabeza agachada. —Solo si no me llamas Augusta —contestó Diane con voz cortante. ¡Lo que le faltaba! Apenas se había acostumbrado a ese trato tan reverente que ahora tenía que lidiar con algo más formal todavía. Empezaba a odiar el protocolo vampírico. —Me hacéis un gran honor, Princesa —respondió Hedvigis, radiante de felicidad. Diane se quedó pasmada. ¿Cómo una vampira tan antigua podía expresar tantas emociones con su cara? Si no fuese porque poseía la piel blanca y la belleza inconfundible de los vampiros, podría haberse hecho pasar por una humana perfectamente. ¿Cómo lo hacía? Incluso Alleyne no era tan expresivo. Diane sintió un leve pinchazo en el corazón. No, no podía permitirse pensar en él. No era ni el momento ni el lugar más adecuado. Volvió a dejar su mente en blanco mientras Hedvigis y su padre se retiraban a un lado para dejar pasar a la Princesa de los Kasha. Diane suspiró y le dirigió una mirada muy fría. A pesar de las explicaciones de la joven vampira sobre su extraño comportamiento, esa vampira seguía sin gustarle. Aunque tenía que reconocer que era una de las más bellas de las que había visto hasta ahora. Pero también una de las más raras… —Hermana, te presento a Naoko la Princesa de los Kasha, líder de los vampiros asiáticos… —Ya nos conocemos —dijo Diane entre dientes. Naoko sonrió y dejó al descubierto sus colmillos crecidos.

—Nunca se conoce totalmente a una persona, Augusta —replicó la vampira. Lo que no le gustó mucho a Marek, que le mandó una señal silenciosa para que cambiara de comportamiento. Naoko se estaba pasando de la raya. Había dejado plantado al Príncipe de los Draconius después de siglos de alianza entre las dos familias por él, pero empezaba a comportarse de forma posesiva, como si tuviera derechos sobre él. Y nadie podía tener ese tipo de derechos. Iba a tener que castigarla muy cruelmente. Azotarla con saña. El problema era que a Naoko le gustaban los azotes y el dolor que procuraban… —La Princesa de los Kasha viene a presentar sus respetos, ¿no es así? — comentó Marek con un tono sombrío, muy diferente al que estaba utilizando con Diane. La vampira asintió con la cabeza, con un movimiento grácil, pero sin dejar de mirar a Diane. Acataba la orden, pero no cedía. —Os presento todos mis respetos, Augusta —la vampira insistió sobre la última palabra a sabiendas de que no le gustaba—, y estoy aquí para serviros. Diane esbozó una sonrisa sarcástica. ¡Sí, claro! A saber de lo que sería capaz estando a solas con ella. —El jefe de la delegación demoníaca también quiere presentarse ante vos — continuó Naoko como si nada. ¿Delegación demoníaca? Diane frunció el ceño y miró a su hermano para preguntarle qué significaba eso. Pero él no le dio tiempo a abrir la boca. —Contestaré a todas tus preguntas más tarde, pero tienes que saber que los demonios han sido injustamente juzgados al igual que los vampiros. No todos van por ahí intentando hacer daño a los humanos o poseerlos. Y no se parecen en nada a como los describe la Biblia. —Pero, entonces, ¿no son malévolos? —preguntó Diane dubitativa. Marek la miró intensamente y ella sintió que los latidos de su corazón se disparaban. ¿Qué tenía esa mirada oscura para provocar tal reacción en ella? Conseguía hacerle olvidar gran parte de su resentimiento hacia él por haberla traído hasta aquí, separándola de sus amigos, y por haber invadido sus sueños durante años. —¿Son malos todos los hombres, Diane? ¿O los ángeles buenos? —Cierto, pero no les precede una reputación tan horrible como a los demonios —recalcó ella con convicción. Marek rio, complacido por su ingenio.

—¡Qué placer poder conversar con alguien tan inteligente como tú, hermana! —exclamó con una gran sonrisa. Sí, para él era toda una novedad ya que nadie se atrevía a replicarle. Y si lo hacía, moría de forma atroz. Nadie podía contestarle a un Dios. Si conservara ese espíritu, sería un placer hablar con ella durante los miles de años que iban a estar juntos. Siempre y cuando se sometiera, claro. —Bueno, pues puedes estar tranquila. Estos demonios, en concreto, no son tan horribles como los pintan. Ahora sí, tienes que saber que tienen una forma muy diferente de entender las cosas. Son muy… especiales, así que no te alarmes. —Marek le dio un apretón en la mano. Diane enarcó una ceja, pero no dijo nada más. Marek sonrió. Muy especiales… Eso era quedarse corto. Los demonios mandados por su primo, el Príncipe de las Tinieblas, habían sido elegidos entre los mejores para servirlo, obedeciendo así las órdenes de su amo. ¿Malévolos? No, eran mucho peor que eso. Él lo sabía muy bien porque había heredado esa parte de su madre, y se había criado entre ellos. —Acércate, Balaam —ordenó Marek. El aludido salió de las sombras proyectadas en las paredes y Diane lo miró con aprensión. Tenía la apariencia de un hombre joven, de más o menos su edad, con el pelo negro corto y de punta. Su piel tenía el color de la carne humana y no parecía tener frío ya que vestía una larga túnica de estilo oriental abierta hasta la cintura, y que dejaba al descubierto sus perfectos abdominales. Podía pasar por un chico joven y guapo, pero había algo en él que llamaba demasiado la atención. Sus ojos tenían un color muy singular y en su frente lucía un símbolo extraño que se asemejaba a un ojo. Además, el aura que se desprendía de su cuerpo era oscura y fría. Diane tuvo la misma sensación repulsiva que cuando había conocido al joven vestido de rojo. Definitivamente, no le gustaban los demonios. —Doncella —la saludó el demonio sin inclinarse. Su voz sonó profunda y carente de emoción. —Los demonios, mi querida hermana, no reconocen nuestros títulos nobiliarios —le explicó Marek—. Prefieren nuestras… singularidades. Por eso te llaman de esta manera. Il Divus le echó una mirada al demonio. —Son capaces de coger cualquier apariencia y suelen obedecer a su amo. —¿Y quién es su amo? —inquirió Diane con curiosidad—. ¿Tú? Marek volvió a sonreír de forma enigmática.

—No. Algunos pertenecen a mi primo; primo por parte de madre —señaló, viendo que ella lo miraba perpleja—. Otros están al servicio de Naoko, porque ella manda sobre los espíritus y sobre algunos demonios. Pero todos están aquí para protegerte. —¿Protegerme de qué? —preguntó ella, frunciendo el ceño. —De los que quieren hacerte daño y de la codicia. Del Príncipe de los Draconius, por ejemplo. ¿Has olvidado que intentó secuestrarte dos veces? —No, no lo he olvidado. ¿Dos veces? Entonces, ¿había sido él en el piso de Sevilla? —Sí, sabes muy bien a lo que me refiero… Balaam le dirigió una larga mirada a Diane. —Con nosotros, nadie podrá acercarse a vos, Doncella. Ella enarcó una ceja. Se suponía que esas palabras debían tranquilizarla, pero a ella le parecían amenazadoras. Se sentía como si hubiese caído en una trampa. Había demasiados elementos desconocidos en todo ese asunto. —Puedes retirarte, Balaam —ordenó Marek. El demonio se volvió a fundir en las sombras. Diane se sentía inquieta. El nudo en su estómago seguía presente y tenía un mal presentimiento. Tenía la íntima convicción de estar rodeada por el peligro, pero, y a pesar de seguir caliente, el medallón no había mandado ninguna señal aún. Una joven vampira mentirosa, una Princesa antipática y chiflada, un General cruel y frío, unos demonios con apariencia engañosa y aura siniestra… ¿Cuál sería la próxima sorpresa? Diane se preguntó, con desasosiego, cómo sería el cuarto miembro especial de la corte. ¿Tan rarito como los demás? Bueno, qué podía esperar estando rodeada de vampiros y de demonios. Se percató de que la muchedumbre no se había movido ni un milímetro desde el inicio de lo que parecía ser una ceremonia oficial. Así, tan rígidos y blancos, parecían estatuas de mármol. Su disciplina era impresionante. Diane dejó escapar un suspiro de cansancio. —No quiero ser irrespetuosa, pero ¿falta mucho? —Vas a tener que acostumbrarte a este tipo de ceremonia, hermana —la reprendió cariñosamente Marek—. Eres muy importante para todos nosotros. —Lo sé, pero estoy un poco cansada.

—Es normal. —Le cogió la mano y le besó los nudillos—. Son muchas novedades en poco tiempo. Te presentaré a mi mano derecha y nos retiraremos a otro sitio para charlar tranquilamente, ¿te parece? Pero tienes que saber que habrá otras muchas reuniones para que toda mi corte pueda conocerte. Diane asintió, pero lo miró confusa. —¿Tu mano derecha? ¿No me dijiste que no tenías Consejero? —Y no lo es. Ese vampiro no me da consejos, pero me sirve fielmente; con absoluta… dedicación. Por eso es como mi mano derecha. Marek no podía explicar con más detalles lo que le unía a su General más antiguo. Era su esbirro, su sombra, su alma maldita. No había guardián o asesino más fiel que él. No se trataba de amistad, porque Marek desconocía el significado de esa palabra. Era una devoción oscura y letal. Una unión que solo la destrucción de uno de los dos podía romper. Su sombra había velado su cuerpo y había encontrado un modo de sacarlo del Abismo, agradeciéndole así el don de la eternidad que él le había otorgado miles de años antes. Marek no confiaba en ninguno de sus Generales, salvo en Zahkar, porque él lo había creado. Era su doble, su alter ego. —Ain —lo llamó en una lengua desconocida. Un vampiro moreno, tan alto como el propio Marek, apareció de la nada. —Amo —dijo el vampiro arrodillándose ante las escaleras de mármol, sin levantar la cabeza. —Hermana, te presento a tu protector Zahkar, mi mano derecha. Él te protegerá de cualquier cosa. Levántate —ordenó Marek con una leve inclinación. —La voluntad de mi Amo es mi voluntad —contestó Zahkar obedeciendo. La mirada ambarina del vampiro se encontró con la mirada gris de Diane y ella se quedó sin aliento. Había algo turbulento en esa mirada, algo tan poderoso como la mirada oscura de Marek. Era como asomarse a un pozo sin fin, como mirar cara a cara la oscuridad más absoluta. Todo su poder radicaba en esos ojos turbados porque el resto de su persona era bastante normal, en lo que a vampiros se refería. No aparentaba tener más de veinte años y tenía el pelo negro muy corto, salvo por un mechón muy largo detrás de su oreja que le llegaba hasta el pecho. Iba vestido de negro, con un atuendo oriental muy similar al de Marek, y sus rasgos tampoco eran europeos.

Él también había pertenecido a una raza del extremo oriente. Tenía unas pestañas muy largas y negras y, a pesar de su actual piel blanca, Diane estaba convencida de que había sido hebreo o egipcio en su vida humana. Su belleza llamaba la atención, pero no tanto como la de Marek. Sin embargo, había algo indefinible en él que suscitaba un profundo interés. Era una seducción sutil, no tan poderosa como la seducción letal que exudaba Marek por todos los poros de su piel, pero una seducción, al fin y al cabo. A pesar de que Zahkar la miraba de forma indiferente, sin mostrar ni un ápice de interés, Diane experimentó una sensación muy extraña. Sintió una conexión ambigua con él, como si un hilo invisible acabara de unirlos. No era la misma clase de conexión que la unía a Gawain, mediante la sangre que compartían; o a Alleyne, por la atracción que sentían el uno por el otro. Era… otra cosa, imposible de explicar. Diane se centró en su cara e hizo el vacío en ella. Tenía que leer en él, tenía que saber quién era verdaderamente. Sintió una potente energía fluir a través de ella, recorriendo cada célula de su cuerpo. Su poder se estaba manifestando, pero ahora estaba consciente y lo reconocía. El medallón le lanzó una advertencia, pero ella hizo oídos sordos. No sabía por qué, pero en ese momento era más importante para ella entrar en la mente de Zahkar que disimular. Había algo en él que tenía que conocer, algo que necesitaba saber. El silencio se hizo a su alrededor, dejándolos solos y afrontándose con la mirada. Dos fuerzas antagonistas midiéndose; el bien y el mal mirándose a los ojos. La mirada de Diane refulgió como el mercurio y las imágenes asaltaron su mente, ofreciéndole recuerdos de tiempos pasados. —¡Hay que matar el chico! ¡Yahvé quiere un sacrificio! —¡Sí! ¡Además, es un extranjero! El vocerío de la muchedumbre iba en aumento y el odio había convertido sus ojos en llamas aterradoras. —¡Maldito egipcio! Uno de los hombres allí congregados se adelantó y le cruzó la cara con un bofetón. Zahkar sintió el gusto amargo de la sangre en su boca, pero no se movió. Siguió de rodillas, delante del altar improvisado, rezando con fervor a su protector el dios Anubis, el dios de los muertos.

—Oh, Anubis, sálvame, sálvame de los malvados. Te daré mi kà, mi alma a cambio… —¿Qué estás haciendo? —lo increpó otro hombre, tirándole del mechón de pelo más largo que lo distinguía como miembro de la aristocracia—. ¿Estás rezando a tu dios impío? ¡Solo hay un dios y es Yahvé! —¡Matémoslo! Zahkar cerró los ojos, resignado. Qué más daba. Habían matado a su familia delante de sus ojos. Habían violado y degollado a su madre y a sus hermanas, y él no había podido hacer nada para impedirlo. Lo habían dejado inconsciente y cuando se había despertado, se encontraba en ese poblado hebreo a merced de su furia. Estaba en medio de unas bestias salvajes. Nada podía salvarlo, salvo la ayuda de su dios. Pero Anubis no parecía haberle oído. —¡Te mataremos como a un cordero! Dos hombres corpulentos lo levantaron y lo pusieron en el altar, y Zahkar no se resistió. —Anubis… —farfulló, mirando el cuchillo levantado hacia su cuello. —Tu dios no está aquí para salvarte, egipcio —se burló el hombre que le sostenía los brazos. Zahkar miró por última vez el cielo lleno de estrellas y se preparó para morir. Sin embargo, no murió. El hombre que le sostenía las piernas se tambaleó y se cayó al suelo con los ojos vidriosos, y el otro se desplomó sin vida sobre él. El hombre que levantaba el cuchillo lo dejó caer para poder llevarse las manos al profundo corte que tenía en la garganta, antes de caer él también al suelo. Zahkar se liberó del cuerpo muerto, que estaba empapando su túnica blanca de sangre, y se bajó del altar. Miró a su alrededor y se percató de que la mayoría de los hombres habían muerto. Solo quedaban cinco y en ese momento estaban postrados y miraban aterrorizados algo que estaba detrás de él. Entonces giró la cabeza y él también se quedó petrificado. Frente a él estaba el ser más hermoso que jamás había visto. Su piel era tan blanca como el marfil más puro y sus ojos negros refulgían a la luz del fuego. No era un hombre. Jamás una mujer normal hubiese podido concebir a un hombre tan oscuro y bello. El desconocido hizo una señal y otros seres como él, pero no tan bellos, rodearon a los cinco hombres temblorosos como lobos hambrientos. Zahkar oyó sus gritos y quiso mirar hacia ellos, pero la mano blanca y fría del desconocido se posó sobre su rostro moreno.

—Zahkar… —murmuró en su lengua materna, con una voz profunda y levemente ronca. —¿Quién eres? —preguntó él, hipnotizado por la mirada oscura. —Soy el dios que has invocado. El dios de los muertos. El desconocido acercó su cara a la suya y lamió la sangre de su boca. Zahkar se estremeció violentamente y cerró los ojos, presa de un deseo devastador. Un fuego extraño se apoderó de sus entrañas y tuvo ganas de restregarse contra el cuerpo blanco y casi desnudo del dios. —He venido a salvarte, Zahkar —murmuró el dios contra su oído, provocándole deliciosos escalofríos—, y quiero tu alma a cambio. Zahkar lo miró a los ojos y se pegó contra él. —Tuya es —susurró con los ojos entrecerrados. El dios sonrió y dejó entrever sus colmillos largos y afilados. —Estarás a mi lado para toda la eternidad, mi pequeño Ain —murmuró el dios poniendo su boca sobre la suya. El frío intenso, que partía de su mano y seguía subiendo, devolvió a Diane a la realidad del momento. El medallón emitió un pitido que se quebró al instante. Ella se dio cuenta de que su hermano le agarraba la muñeca con firmeza y de que sus ojos negros brillaban de forma muy peligrosa. Le dirigió una mirada confusa, aún descolocada por los acontecimientos vividos en su mente, y Marek le soltó la muñeca con una sonrisa. —Hermana mía, no he tenido piedad de ti y estás exhausta. Vámonos a un sitio donde puedas descansar. Marek se levantó y todos los vampiros se arrodillaron. Diane parpadeó varias veces, para salir del estado de trance en el que se había sumido por culpa de las imágenes recibidas, y vio que su hermano le tendía la mano. —Ven, Diane, es hora de descansar. Su mirada se paseó sobre el rostro de su hermano y sobre el de Zahkar, que a pesar de estar arrodillado la miraba intensamente. Miró finalmente la mano tendida de Marek como si fuese una serpiente venenosa. Esa mano había interrumpido el flujo de las imágenes y había propagado un frío intenso a través de su cuerpo. ¿Podría su hermano haber averiguado que ella estaba entrando en la mente de Zahkar y haberse molestado? ¿Por eso la había interrumpido? Diane se sentía conmocionada por lo que había visto. Había sido un momento trágico, violento y muy… erótico. Sí, en el ambiente se habían mezclado la

muerte y el deseo. Se negaba a juzgar las preferencias sexuales de su hermano, pero sentía lastima por Zahkar porque, al parecer, nadie era capaz de resistirse a la sensualidad brutal que exudaba Marek. Incluso ella sentía un leve deseo por él y eso le provocaba repulsión. Eros y Thanatos. Deseo y Muerte. Zahkar había elegido someterse a un dios desconocido, un vampiro, para no morir. Pero quizás no había calculado todas las consecuencias de esa sumisión. Se había convertido en un vampiro poderoso y oscuro. Se había vengado del destino que lo quería muerto. Había matado a inocentes para beber de ellos. Pero Diane tenía la absurda convicción de que era más una víctima que un verdugo. Había dado su alma a cambio de un pacto troncado. Se había dejado seducir por la oscuridad. Diane se levantó y cogió la mano de su hermano. Disimular y resistirse; resistirse al perverso encanto de Marek. No caer en la oscuridad que la rodeaba. No rendirse jamás. Atravesaron el salón de baile con lentitud, con todos los vampiros prostrados a sus pies como si fuese una pareja de dioses. Sin embargo, cuando iban a salir del salón y adentrarse en el pasillo, Diane se detuvo y le dirigió una larga mirada a Zahkar, quien le sostuvo la mirada. Entonces ella supo por qué había sentido esa extraña conexión y por qué sus ojos le habían parecido tan peculiares. A través de ellos, el alma de Zahkar había aparecido brevemente y le había pedido a gritos que la liberara del mal.

Capítulo cuatro Marek condujo a Diane a través de un laberinto de pasillos, sin mediar palabra y sin soltarle la mano en ningún momento. Estaba molesto consigo mismo por no haberse percatado a tiempo de que su hermana había podido entrar en la mente de Zahkar y ver sus recuerdos; recuerdos que lo incluían directamente a él. De momento, no necesitaba que ella se diese cuenta de que había caído en una trampa mortal, dada su verdadera naturaleza. Primero tenía que seducirla y poseerla. Luego, cuando ya le hubiese arrebatado sus poderes, tendría tiempo de averiguar qué tipo de hermano era él; el tipo que te apuñala por la espalda. Pero Marek no quería matar a Diane, porque eso sería un dolor demasiado breve para su padre. No, él quería hundirla y humillarla hasta tal punto que estaría agradecida de permanecer a su lado durante toda la eternidad. Y eso sería la cúspide de la venganza. Si había algo que superaba su astucia y su malevolencia, era su odio milenario hacia su padre y hacia todo lo que le rodeaba. Su padre, la compasión y la bondad personificadas, no había querido que él naciera. Al igual que su hija ahora, había caído en una trampa. Era demasiado joven e inexperto cuando su propio padre, el ángel Sahriel, había desaparecido para permitir que su madre y él siguieran existiendo. Los Lamiae, los demonios de la lujuria, lo habían hecho prisionero y lo habían convertido en esclavo. Su madre, la princesa Meforat, había exigido que fuese su juguete personal, pero no había conseguido doblegar su voluntad. Pero la muy zorra de su madre era muy astuta y paciente. Había esperado el momento más oportuno para forzarlo a copular con ella, mediante unos hechizos muy potentes, y había logrado engendrarlo. Era todo un logro y un trofeo para ella. Un ser con la sangre de un ángel y de un demonio. Un dios de la oscuridad. Pero no por ello lo había tratado bien o lo había amado. Los malos tratos y la violencia estaban a la orden del día en el mundo de los demonios, y él había mamado esa violencia desde el día de su nacimiento.

Sin embargo, siendo muy joven, había esperado que su padre lo tratase con amor; pero Ephraem lo había mirado con horror, culpándose por haberlo concebido. Entonces, Marek había sentido el poder del odio y lo había alimentado milenio tras milenio. Ahora estaba libre de nuevo y listo para destruir todo lo que su padre adoraba, desde sus queridos humanos hasta su preciada hija. A ella la había concebido con amor y la había mimado hasta lo indecible. Hasta Dios la había bendecido con poderes extraordinarios y capacidad para hacer el bien. Para Marek, someterla sería como matar a dos pájaros de un tiro: obtendría un gran poder y destruiría la estrategia de Dios. La oscuridad volvería a reinar sobre la tierra de los hombres y él se convertiría en el nuevo dios al que tendrían que adorar. Sí, era un plan perfecto, salvo por el poder inestable de su hermana. Su potencia radicaba en la fuerza de sus emociones y si se soltaba antes de tiempo, no valdría para nada. Tenía que mantenerlo bajo hechizo hasta el momento más idóneo, e iba a ser más complicado de lo que pensaba. El medallón también era un obstáculo porque seguía demasiado activo para su gusto y protegía demasiado bien a su hermana. Pero él también era tan astuto como su madre y tenía tanta paciencia como ella. La historia iba a repetirse porque iba a utilizar el mismo hechizo que había hecho realidad su nacimiento. Haría cualquier cosa con tal de poseer a la Doncella de la Sangre. A pesar del poder residual del medallón, Diane no era inmune a su seducción. Y eso era muy bueno… La condujo hasta uno de los numerosos salones de su palacio. Ese, en concreto, era pequeño y acogedor, y decorado al estilo renacentista. Un estilo que gustaba mucho a su padre y que Diane parecía haber heredado. Un salón perfecto para lo que tenía en mente: traspasar sus barreras de protección y llegar hasta su corazón. El tierno y bondadoso corazón de su hermana era su punto débil. Él, en cambio, no tenía ese problema porque carecía de ello. Ningún híbrido de demonio podía sobrevivir siendo un patético debilucho con corazón. —Adelante, hermana —dijo Marek con una cálida sonrisa, abriendo la puerta y retirándose para que pudiera entrar. Diane entró en el salón con cautela y con todos los sentidos en alerta. No le gustaba estar a solas con Marek porque no se fiaba de la misteriosa atracción y

seducción que emanaba de su cuerpo. No sabía si era lo suficientemente fuerte como para resistirse a él. Pero no podía acobardarse ahora. Su hermano tenía preguntas que contestar. Entró lentamente y recorrió la estancia con la mirada. El salón no era muy grande y estaba decorado con sencillez en tonos azules y plata. Todas las paredes estaban cubiertas por unos símbolos que representaban unas medias lunas de plata. En el fondo del salón había una enorme chimenea blanca con leña ardiendo, al más puro estilo renacentista, y unos sofás y banquetas romanas colocados en círculo a su alrededor. En el medio había una gran ventana con cortinas de terciopelo azul, que daba al exterior. Diane hizo como si admirara las paredes y se acercó a la ventana. —¿Te gusta el paisaje, hermana? —le preguntó Marek al cerrar la puerta. Ella se sobresaltó levemente y maldijo su transparencia. Desde luego que no tenía ningún futuro como espía. O como actriz… —¿Dónde estamos exactamente? —preguntó con inocencia, observando con asombro que el agua rodeaba buena parte del palacio. —En Europa, pero muy lejos de España. Diane lo miró por el rabillo del ojo. —¿En Francia? —No —contestó Marek, desplazándose silenciosamente hasta llegar delante de la chimenea—, no estamos en la tierra en la que naciste; estamos más al norte. —¿En un país escandinavo? —insistió ella, dándose la vuelta y cruzándose de brazos. Marek ladeó la cabeza y la miró intensamente. —¿Por qué quieres saberlo? —Porque me gusta saber dónde estoy. Así no tengo la impresión de estar… prisionera. Marek soltó una profunda carcajada. —Al parecer, se te ha pasado el cansancio y tu combatividad se ha despertado. Ven, hermana, siéntate —le dijo, señalándole la banqueta más cercana al fuego. Diane frunció el ceño, dispuesta a rebelarse; pero algo atrajo su atención en el exterior. —¡Está nevando! —exclamó, viendo cómo enormes copos blancos caían del cielo hasta llegar sobre el agua. —Sí, pronto la nieve lo sepultará todo y estaremos totalmente aislados.

Sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. El tono de voz de su hermano era completamente anodino, pero ella detectó una sutil amenaza. Totalmente aislados… totalmente a su merced. Disimular. Resistirse. Ganar tiempo. ¿Ganar tiempo para qué? Nadie, salvo el Senado, sabía dónde estaba. Y su hermano no parecía dispuesto a contestar claramente sus preguntas. —Si estamos en un país de Europa, ¿cómo haces para que nadie pueda venir hasta aquí? —Diane se dio la vuelta—. ¿Hay gente viviendo a los alrededores de este palacio? Marek sonrió y miró el fuego. —El palacio está rodeado por un tupido bosque y es una propiedad privada. Ningún humano puede llegar hasta aquí sin que yo lo sepa. —¿No tienes ningún sirviente humano? —se extrañó ella, acercándose al fuego. —Todos los que me sirven son vampiros o… demonios. —Marek la miró a los ojos—. No hay ningún humano aquí, salvo tú. Diane se quedó petrificada bajo su atenta mirada. Parecía sincero, pero ella volvía a tener esa sensación de malestar. ¿Entonces Marek, al igual que sus amigos, no se alimentaba de sangre humana? ¿También intentaba no hacerles daño? ¡Mentira! ¡Mentira! Oyó la voz en su cabeza y tuvo miedo de que su hermano pudiese oírla también. Pero él seguía mirándola fijamente, con su sensual rostro totalmente impasible. —Bueno, voy a sentarme —dijo ella para escapar a su mirada hechizante. —Espera… Diane contuvo la respiración viendo cómo Marek se acercaba a ella y levantaba las manos despacio. ¡Ay, Dios! ¿Qué iba a hacerle? —No me mires como un conejillo asustado, Diane. No te voy a hacer daño. Voy a hacer algo que estoy deseando hacer desde que te vi entrar en el salón de baile, y seguro que me lo agradecerás. Diane sintió una ráfaga de aire a su alrededor y lo miró sorprendida. Notó que su pelo caía libremente sobre sus hombros y levantó una mano para tocarlo. —¿A qué estás mejor así? —le preguntó Marek, enseñándole las horquillas de plata que descansaban en la palma de su mano. —La verdad es que sí —se asombró ella al constatar que le dolía menos la cabeza—. Gracias.

—De nada. —Marek hizo un movimiento con la mano y las horquillas desaparecieron—. Te prefiero así, más natural. Le sonrió con ternura y le pasó los dedos entre los mechones rebeldes de un tono castaño. —Me encanta la textura de tu pelo… —murmuró con un tono bajo y sensual. Diane abrió mucho los ojos, rompiendo así el intento de seducción. ¡No! ¡Otra vez no! Las mismas palabras que Alleyne. Solo Alleyne tenía derecho a tener ese efecto sobre ella. —Mejor me siento, estoy cansada. Se zafó de los dedos de su hermano y se sentó apresuradamente en la banqueta; Marek bajó las manos y se situó delante del fuego, dándole la espalda. Esbozó una sonrisa siniestra. La pequeña Luna era más astuta de lo que pensaba. Se estaba dando cuenta de su pequeño juego y no le estaba poniendo la tarea fácil. Bien, le gustaba su desafío. —¿Tienes hambre o sed? —le preguntó, dándose la vuelta para mirarla. —No, nada de eso —negó ella, intentando tranquilizarse para controlar los latidos de su corazón—. Quiero que contestes a mis preguntas. Los ojos de Marek brillaron durante un segundo. —Muy bien. Pero tendrás que aceptar lo que conllevan mis respuestas. Diane enarcó una ceja. ¿Qué significaba eso? Era ya bastante complicado para ella aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. No entendía cómo la simple presencia de su hermano podía abrumarla tanto. Siempre había sido una chica razonable y seria, pero a su lado se sentía extraña, como si sus instintos hubiesen ganado la batalla contra su intelecto. Respiró hondo. Tenía que llegar hasta el fondo de ese asunto. —¿Qué ha pasado exactamente en el piso de Sevilla? Marek desvió la mirada hacia la ventana y soltó un suspiro hastiado, más propio de los humanos. —¿No te lo ha contado ya Hedvigis? —preguntó, mirándola de nuevo. Diane frunció la boca con terquedad. —Sí, pero no me lo creo —replicó con determinación—. Jamás mis amigos, los Pretors, habrían hecho daño a Irene, mi compañera de piso. —No, salvo si estaba en medio del fuego cruzado, por decirlo así. En este caso, no habrían podido impedir su muerte. —Pero… —Es así, Diane —la interrumpió Marek con autoridad—. Los inocentes pagan muy a menudo por los culpables. Son las víctimas colaterales de cualquier

conflicto, ya sea humano o vampírico. Diane sintió que la duda empezaba a insinuarse en ella. ¿Eso era lo que había pasado? ¿Gawain y los demás habían tenido que sacrificar a Irene para poder salvarla? No, no podía ser. Habrían encontrado una forma para que no sufriera daño alguno. —Es curioso… —comentó Marek, mirándola con atención—, tienes más confianza en unos vampiros desconocidos que en tu propio hermano. Ella lo taladró con la mirada. —No sé nada de ti, y ellos me salvaron la vida y me protegieron. Incluso salvaron a mi amigo Yanes. —Que resultó herido en tu confrontación con Jefferson. ¿No es eso ser víctima del fuego cruzado? —Cierto, pero podrían haberlo dejado morir y no lo hicieron… —Simple cuestión de estrategia —sentenció Marek. Diane sintió que se enojaba. ¿Y qué sabría él? —Lo sé todo, hermana —dijo con gravedad—. Veo y siento todo lo que te ocurre. Tenemos la misma sangre y estamos vinculados por ella. Por eso siempre he estado a tu lado, aunque no físicamente porque me era imposible. Pero hay cosas que tú desconoces… —¿Qué tienes en contra de mis amigos? —se enfureció Diane. Los ojos de Marek brillaron con fuerza en su pálido rostro. Al parecer, estaba haciendo un gran esfuerzo para contener su enfado. —Los Pretors no son tus amigos, Diane. No son los amigos de nadie. Tú estás muy por encima de ellos, y ellos son el brazo ejecutor del Senado. Obedecen sin más y si hay que matar, matan. —¡No, no es así! —soltó ella enfadada, levantándose y apretando los puños —. No son meros asesinos; eliminan a los vampiros que beben sangre humana, pero a nadie más. Gawain es digno de confianza y sé cómo es Alleyne. No mataría a… —¿Alleyne? —la interrumpió Marek—. ¿El vampiro del que estás enamorada? Diane se quedó con la boca abierta. Sí, su hermano lo sabía absolutamente todo. —Sí, exactamente —asintió ella, alzando la barbilla—. ¿Tienes algo que decir en contra? Marek le dedicó una mirada tan triste que se quedó sorprendida.

—Que hizo bien en apartarse de ti, aunque te doliera. Entendió que lo vuestro no tenía futuro y no intentó retenerte con mentiras; y eso me parece muy noble por su parte. Hermana —Marek se acercó y le cogió la mano con delicadeza—, sé que estás sufriendo por esta situación, pero eres demasiado importante para nuestra raza. Eres un milagro y no puedes actuar a la ligera; no puedes dejarlo todo por un amor que no tiene futuro. Tienes que hacer las cosas bien, aunque te duela. Y también tienes que saber la verdad… Marek le soltó la mano y se dio la vuelta para apoyarse contra el marco de la chimenea, mirando al fuego con la cabeza agachada. Diane se volvió a sentar en la banqueta, completamente desconcertada por la actitud y la compasión de su hermano. No le había echado en cara esa relación y no la había sermoneado. Simplemente estaba triste porque ella estaba sufriendo. Y en ese momento, cuando el silencio se había hecho ensordecedor, parecía estar luchando con un dilema interior. En comparación, la actitud de su pretendida tía Agnès al saber de su relación con Alleyne había sido mucho más autoritaria. No sabía qué pensar. Su hermano era una mezcla de frialdad, seducción absoluta y emociones a flor de piel; algo totalmente desconcertante en un vampiro. —No es oro todo lo que reluce, Diane —murmuró Marek en voz baja—. Las apariencias engañan, sobre todo en nuestro mundo. Intenté avisarte de los peligros que te acechaban, mandándote imágenes fuertes y sueños que pudieron parecerte extraños. Ahora me doy cuenta de que me equivoqué porque no gané tu confianza, sino todo lo contrario. Pero no tenía otro medio para alcanzarte y los sueños se volvían confusos, presentándome como un ser oscuro y frío… —Pero ¿de qué estás hablando? Marek se dio la vuelta bruscamente y le dirigió una mirada torturada. —El Senado no es lo que aparenta ser, Diane. Por eso no me fío de los Pretors y no quiero que se acerquen hasta aquí. Me siento tan aliviado de que estés aquí conmigo, protegida por todos nosotros. —Pero… pero fue el Senado el que me puso bajo tu protección, ¿no? Diane lo miraba sin entender, perdiendo pie. El Senado era el órgano de control de la Sociedad vampírica y ella no lo conocía en persona, pero después de haber recuperado el medallón, tenía que haberse presentado ante él. Sin embargo, las circunstancias habían impedido el encuentro. ¿Qué estaba insinuando Marek? ¿Que el Senado quería hacerle daño? Su hermano soltó una carcajada amarga.

—El Senado no te puso bajo mi protección. Utilicé mi autoridad como Príncipe y el hecho de que soy tu hermano para que pudieras permanecer a mi lado, lo que no le gustó mucho. Ha empezado a considerar a las familias principescas de la Sangre como un obstáculo en su camino hacia el poder absoluto, y quiere aprovecharse de la situación provocada por la rebelión del Príncipe de los Draconius para actuar contra todos nosotros. Y tú, hermana, eras una pieza clave en su juego. —Marek le clavó su mirada intensa—. Quería tenerte en sus manos para utilizar tus poderes. Diane se quedó atónita. Si eso era cierto, empezaba a ver la realidad de otra forma. —¿Por eso me decías en mis sueños que me mentirían para beber mi sangre? —Entre otras cosas. Hay por ahí un montón de vampiros malintencionados que quieren utilizarte en su beneficio. —Sigo sin entender qué es lo que hace que mi sangre sea diferente —dijo ella, meneando la cabeza—. En cuanto a mis poderes, van y vienen, y no consigo controlarlos. —Todo llegará, hermana. —Marek se sentó a su lado y le cogió las manos—. Eres un ser excepcional, no lo dudes. Eres la Doncella de la Sangre, y yo haré cualquier cosa por protegerte. Diane volvió a sentirse atraída sin remedio por la oscura mirada de su hermano. Con mucho esfuerzo, consiguió bajar la vista hacia sus manos enlazadas. —Puedes confiar en mí, pequeña Luna… —susurró con voz hechizante. Cerró los ojos. Había algo tremendamente sensual y corrosivo en esa voz. Algo que invitaba a relajarse y a dejarse llevar… Una sonrisa triunfal apareció en los labios de Marek. Muy bien, sus mentiras estaban haciendo efecto y su barrera de protección se estaba agrietando. Presentarle las cosas con lógica había sido una buena opción, y la tenía a punto. ¿Qué tenía su sangre de diferente? ¡Qué ingenua e ignorante de su poder! Su padre la había protegido con el bloqueo mental, permitiendo que llevara una vida humana normal; pero, al mismo tiempo, había imposibilitado que accediera al conocimiento de su verdadera naturaleza. Su sangre…, su sangre era la combinación perfecta entre lo terrenal y lo celestial; entre lo humano y lo divino. Su sangre contenía la esencia de Dios. Y sería suya. —Debes confiar en mí… —siguió susurrando Marek, encerrando su rostro entre sus manos.

El medallón vibró con fuerza contra el pecho de Diane y le mandó una oleada de calor. ¡No! ¡No lo escuches! ¡No confíes en él! ¡Te está mintiendo, Diane! Una fuerza separó a Diane de Marek y la echó para atrás en la banqueta. Marek se puso de pie y le dedicó una mirada terrible al medallón, pero cambió rápidamente de expresión cuando se percató de que su hermana lo miraba con suspicacia. Su rostro se volvió impasible de nuevo. ¡Puñetero medallón! Había estado a punto de entrar en las defensas de Diane. Pero tenía muchos recursos y un as en la manga. Iba a succionar la energía del medallón mediante su mejor actuación. Diane miraba a Marek, totalmente perdida. ¿Por qué la voz de su padre estaba gritando en su cabeza? ¿Y por qué el medallón los había separado con tanta violencia? ¡Oh, Dios! ¿La estaría engañando desde el principio, enredándola en un sinfín de mentiras? Su respiración empezó a alterarse y una angustia repentina le retorció el estómago. ¿Quién decía la verdad? ¿Cómo separar la verdad de la mentira de todo lo que había visto u oído hasta ahora? —Estás tan lejos de mí, Diane… —murmuró Marek con la voz rota. Ella lo observó, sorprendida. Tenía el rostro desencajado por el dolor y la mirada perdida. Parecía estar sufriendo por el rechazo del medallón. No pudo evitar que se le encogiera el corazón de pena. Marek levantó una mano y una silla se desplazó hasta él. Se sentó pesadamente en ella y se inclinó, hundiendo su cabeza entre sus manos. Un tenso silencio se hizo entre los dos. Ella tocó el medallón, que había vuelto a la normalidad, y se quedó mirando a su hermano, indecisa. No sabía qué hacer y no se atrevía a moverse. —Es normal que el medallón reaccione así —dijo de repente Marek, sin levantar la cabeza, como si estuviera hablando consigo mismo—. No confías en mí y te está protegiendo. Piensa que te voy a hacer daño. Marek levantó la cabeza y clavó su mirada en la suya; una mirada demasiado brillante, como si estuviera abnegada de lágrimas. Diane se quedó anonadada por el dolor contenido en esos ojos. ¿Los vampiros podían llorar? Desde luego que su hermano era capaz de expresar sentimientos extremos. Y ella empezaba a sentirse fatal por haberlo herido de esa forma. —Bien sabe Dios que nunca quise dejarte sola —siguió Marek en un tono bajo—, pero me apartaron de tu lado. No querían que tú supieras nada de la verdadera identidad de nuestro padre, pero yo solo quería protegerte. Sin

embargo, cuando fui en busca de nuestro padre, me detuvieron y me encerraron, y el único medio que tuve para llegar hasta ti fue a través de los sueños. Marek se levantó bruscamente y se pasó una mano por el pelo con desesperación. Todos sus movimientos denotaban una gran agitación. —¡Solo quería protegerte y amarte como tu hermano mayor! Pero la familia Némesis y el Senado no lo entendían así. Dijeron que, debido al altercado que había tenido anteriormente con mi padre, yo quería aprovecharme de mi posición para reclamar la herencia. ¡Era mentira! ¡Una sucia mentira! Marek apretó los puños con enfado. —¡Qué me importaba a mí el liderazgo de la familia Némesis! Yo ya soy Príncipe por parte de mi madre. Pero Zenón convenció al Senado de que yo quería hacerte daño y me tendieron una trampa. —¿El Consejero Zenón? —preguntó Diane sorprendida. —Sí, el mismo que en estos momentos es el líder indiscutible de la familia Némesis. ¿Entiendes ahora por qué no quiero un Consejero? —Marek le echó una mirada y se volvió hacia el fuego, sin llegar a darle totalmente la espalda. Diane arrugó la frente, perpleja. ¡Esa historia cada vez se parecía más a una historia de locos! Estaba más que confusa y no entendía nada de nada. Su hermano parecía sinceramente desesperado y torturado por culpa de los acontecimientos pasados, y no sabía si le estaba mintiendo. Le faltaban varios elementos como para poder juzgarlo, ya que no conocía ni al Senado ni al Consejero Zenón. Solo había visto fragmentos del pasado y de momentos ocurridos muchísimo antes de que ella naciera. No sabía lo que había podido pasar después. Diane miró el hermoso y sensual perfil de su hermano, que reflejaba un profundo sufrimiento. Si lo que contaba era verdad, ¿habrían hecho algo más que encerrarle? ¿Por eso parecía tan torturado? Intuitivamente, apretó el medallón con su mano, pero no hubo reacción. ¿En ese momento, su hermano le estaría diciendo la verdad? Tampoco oía la voz de su padre en su cabeza. ¿Podría ser que su desconfianza aumentara la reacción del medallón? Su hermano parecía tan triste que eso empezaba a afectarla. Le recordaba el sufrimiento de su amigo Yanes. —¿Estuviste encerrado mucho tiempo? —preguntó suavemente, esperando que su pregunta no le provocara más sufrimiento. Marek no contestó inmediatamente. —Desde el día en el que cumpliste cinco años —dijo por fin en voz baja y sin mirarla—, y hasta hace seis meses.

Diane se mordió los labios. Más de quince años encerrado porque ella era la heredera de los Némesis. —¿Dónde? ¿Aquí? Marek se dio la vuelta lentamente y le lanzó una mirada dolorosa. —En un sitio tan horrible que el Infierno es un paraíso en comparación. Y no solamente me encerraron, sino que también me torturaron, dándome paliza tras paliza. Una tortura infinita siendo inmortal… Ella lo miró horrorizada. Tenía un nudo en la garganta. —Aprovechaba los momentos en los que me dejaban solo para que mis heridas cicatrizaran y así poder seguir pegándome, en reunir la energía suficiente para proyectarme en tus sueños. Pero, a veces, esos sueños se distorsionaban por culpa del dolor y se volvían confusos. Marek se estremeció levemente. —Pero me daba igual —continuó sin mirarla—, de momento podía verte. Estaba feliz viéndote crecer y tener una vida normal, pero no podía olvidar… no podía olvidar que… Marek jadeó y se tambaleó, víctima de sus emociones. Se acercó a la silla y se dejó caer en ella. Volvió a hundir su cabeza entre sus manos y se quedó en silencio. Diane tenía el corazón en un puño. Tenía la impresión de estar viviendo otra vez el momento en el que Yanes le había confesado la muerte y violación de su hija. El sufrimiento de su hermano era tan palpable como el de su amigo. Se levantó y se acercó lentamente, sin saber muy bien qué hacer. Levantó la mano con indecisión y la acercó hacia el negro y sedoso pelo de Marek. —Lo más duro para mí, Diane —dijo él de repente, entre sus manos—, no eran las palizas… La mano de Diane se detuvo en el aire. —Lo más duro era saber que mi hermana pequeña, a la que adoraba, estaba sola —siguió él con voz rota, mirándola intensamente—, sin protección, a merced de cualquier vampiro, y que si la atacaban yo no podría hacer nada para impedirlo. Solo podía susurrarle en sus sueños que no se fiara de nadie, pero no pensaba que eso se volvería contra mí… Diane bajó la mano, conmovida. No sabía qué decir. —He estado tan solo, hermana. He tenido tanto miedo por ti. No me rechaces ahora —suplicó con voz trémula—. ¡Te he echado tanto de menos! Antes de que Diane pudiese prever su movimiento, Marek se dejó caer de rodillas y la encerró en sus brazos, mandando previamente una intensa descarga

de poder oscuro para bloquear el medallón. Ella jadeó por la sorpresa y dejó caer sus manos sobre los hombros de su hermano permitiendo así, y sin saberlo, que pudiese traspasar la barrera de protección erigida a su alrededor. Marek desplazó el medallón con la mejilla y pegó su rostro contra el abdomen de su hermana. Ahora su poder estaba listo para actuar. Sí, la pequeña Luna iba a experimentar toda la fuerza de su poder… La sorpresa inicial de Diane empezó a transformarse lentamente en otra cosa; una cosa extraña que surgía de su interior. Empezó a sentir calor y su respiración se volvió más irregular. Un fuego abrasador nació en sus entrañas y recorrió todo su cuerpo como un rayo. Tenía la impresión de que su sangre se había convertido en lava. Ahogó un gemido cuando unas oleadas de calor la golpearon una y otra vez. Sentía los brazos de su hermano alrededor de su cuerpo, su cabeza cerca de su pecho, su boca peligrosamente cerca de su piel… Dios, ¿qué le estaba pasando? Tenía las mejillas acaloradas y los brazos de su hermano desprendían un calor demasiado intenso. ¿Calor? ¿Desde cuándo los vampiros tenían la piel caliente? Levantó la cabeza, tratando de encontrar aire. La cabeza le daba vueltas y se estaba ahogando. Tenía ganas de… ganas de… Cerró los ojos con fuerza cuando una nueva oleada brotó de sus entrañas. ¿Qué era esa sensación tan poderosa? Tenía ganas de gemir y de apretarse más contra su hermano. Diane abrió los ojos de golpe, asqueada y horrorizada. ¡Cielo santo! ¡Era deseo! ¡Sentía un amoral y devastador deseo por su hermano! Pero ¿qué clase de mente retorcida tenía? ¿Cómo había podido convertirse en eso? Ella no era así. No tenía experiencia. La única vez que había sentido deseo había sido con Alleyne. No, tenía que parar eso. Su mente le estaba mandando imágenes sucias y chocantes: su hermano y ella, desnudos y enlazados. Diane apeló a sus poderes, suplicando en su fuero interno para que ese deseo parase, pidiendo la ayuda del medallón y de su padre. Oh, Dios. Tenía tanto calor. Se estaba consumiendo. Quería quitarse la ropa porque le quemaba la piel. Diane, recuerda lo que viste con Zahkar. Es lo mismo. ¡Utiliza tu poder! Marek sonreía contra el cuerpo de su hermana. Sentía cómo el deseo que le estaba mandando su poder la afectaba y hacía tambalear su protección y sus principios. Tenía ganas de arrancarle el traje medieval y tumbarla sobre el suelo para hacerla suya de una vez por todas. Siempre le habían gustado las vírgenes porque la posesión venía precedida por un torrente de lágrimas.

Pero con Diane tenía que ser paciente. Ella tenía que entregarse voluntariamente para poder obtener todos sus poderes. Lo de hoy era solo para bloquear sus defensas y hacerla más vulnerable a su poder. Sin embargo, estaba más que satisfecho por los resultados obtenidos. Su hermana era incapaz de actuar contra él. Derribarla iba a ser más rápido de lo que esperaba. Marek esbozó una sonrisa diabólica y le mandó un mensaje a su padre, consciente de que su aura rodeaba a Diane mediante el medallón. ¡Pobre papi! ¡Tu niña querida ha caído en mis manos y va a sufrir muchísimo! Espero que disfrutes del espectáculo cuando, por fin, la haga mía… De haber podido, se habría echado a reír a carcajada limpia. De pronto, dejó de sonreír. Algo estaba bloqueando su poder con una fuerza inusual; algo que parecía brotar del interior del cuerpo de su hermana. Se despegó levemente, para poder echar un vistazo, y se dio cuenta de que una luz intensa de un color plateado los envolvía a los dos. La mano de Diane agarró con fuerza su pelo y le levantó la cabeza con brusquedad. Marek pudo comprobar en persona que el aspecto de su hermana había cambiado: sus ojos eran como plata fundida y brillaban de un poder contenido, y una fría determinación se había apoderado de su rostro. Ya no se parecía a un conejillo asustado y no quedaba mucho de su lado humano. Era un ángel vengador que iba a por él. —¡Levántate, demonio del Infierno! —ordenó ella con una voz mortífera—. ¡Y deja de tocarme! Marek sintió el impacto de su poder a través de su mano y decidió que, de momento, era más prudente obedecer. Hizo un movimiento con la cabeza, para que su hermana dejara de agarrarlo, y se puso de pie con lentitud, sin perderla de vista ni un solo instante. —¿Quién te ha dado permiso para tocarme? —preguntó ella, sus ojos convertidos en dos llamas plateadas. La tensión por el poder contenido se hizo insostenible y Marek supo que ella lo iba a atacar. Al parecer, su hermana tenía toda la intención de destruirlo, y eso que no era del todo consciente. Pero él no pensaba perder esa pequeña batalla. Sus poderes eran envidiables y tenían que ser suyos. Diane levantó la mano para mandarle una descarga, pero él se abalanzó sobre ella y la cogió por la nuca. Hundió su mirada negra en sus ojos plateados y conjuró un hechizo para volver a encerrar su poder en su interior. Le habló en la lengua de los demonios Lamiae y le ordenó cerrar los ojos y tranquilizarse. Al principio, Diane se resistió y su poder le quemó la mano. Pero, poco a poco, la

intensidad fue cediendo y, finalmente, Marek la sostuvo en sus brazos cuando ella se desplomó sin conocimiento. La instaló en la banqueta y se sentó en una silla para observarla. Hervía de furia y se controlaba a duras penas. Tenía ganas de romper algo o de despedazar a alguien. Había sido un necio, y eso no era propio de él. Un dios no se equivocaba. Había subestimado el poder latente de su hermana por culpa de su frágil apariencia humana. Había olvidado lo que era ella. Se miró la mano quemada y apretó los dientes. Tendría que consumir la sangre de varias vírgenes para reparar el daño, ya que no había alcanzado todavía la totalidad de su poder oscuro. Había sentido la necesidad de responder al ataque de su hermana, pero la necesitaba viva. De haberlo hecho, uno de los dos habría sido aniquilado. Marek frunció el ceño y una de las paredes empezó a agrietarse. Una mezcla de deseo y de odio lo invadió mientras observaba a Diane. Le recordaba demasiado a su padre. Tenía que acabar con ella para completar su venganza. No le gustaba perder. La última vez que lo había hecho se había pasado más de dos mil años encerrado en el Abismo. Su mirada negra recorrió el cuerpo de Diane. Era una hermosa criatura y ni siquiera podía abusar de ella, dado que su poder seguía latente. Pero no todo había sido malo en esa pequeña escaramuza. Acababa de descubrir la forma de llegar hasta ella. Primero, continuaría enredándola en un mar de mentiras, haciéndose pasar por un hermano afectuoso y preocupado por obtener su confianza; y luego, la atacaría donde más vulnerable era: en el mundo de los sueños. Marek se relamió los colmillos crecidos, satisfecho con su ocurrencia. Estando despierta, el poder de Diane podía actuar, aunque fuese de forma parcial. Pero atrapada entre consciencia e inconsciencia, tendría más dificultades para hacerlo. Y él conocía la manera perfecta de engañarla y hacerla ceder… Le iba a costar más esfuerzo y tiempo de lo previsto, pero merecía la pena. Marek vio que Diane empezaba a parpadear. Bien, la función podía seguir, porque no había hecho más que empezar. Ese pequeño revés solo era una minucia. Ella abrió los ojos y se incorporó lentamente. Esa vez recordaba todo lo que había pasado… hasta que su hermano se había puesto de rodillas y la había abrazado.

Era un asco tener un colador por memoria. —¿Estás mejor? —le preguntó Marek, sentado en una silla. —Sí, supongo. —Ella se frotó la nuca, ya que le dolía—. Déjame adivinar: me he desmayado, como siempre. —Es normal, estás agotada —respondió su hermano con dulzura. Diane casi soltó un bufido de irritación. No, no era normal. Le ocurría con demasiada frecuencia. Además, esa vez había sentido su poder justo antes. —¿Qué ha pasado exactamente? —preguntó con sospecha. —Por lo visto, la intensidad de mis sentimientos te ha asustado —contestó él con tristeza—, y te has desplomado. Diane desvió la mirada. ¿Había vuelto a rechazarlo? No, había otra cosa porque había oído la voz de su padre en su cabeza. Pero, como de costumbre, no recordaba por qué. —Será mejor que te lleve a tu habitación para que descanses —dijo Marek, levantándose—. Es suficiente por hoy. —Espera, hay varias cosas que tenemos que aclarar antes. —¿Como cuáles? —preguntó él con paciencia. Diane lo miró a los ojos. —¿Puedo pasearme libremente por este palacio? El rostro de Marek mostró cierta sorpresa. —Por supuesto. Eres mi hermana, no mi prisionera; y esta es tu casa. —En tal caso, ¿puedo salir fuera, a la luz del día? Marek la miró sin contestar. —No soy un vampiro, necesito el sol —añadió ella. —No te gusta esa habitación sin ventanas, ¿verdad? —No me importa si puedo salir fuera. Marek resopló. —Muy bien ‒dijo cruzándose de brazos—, podrás salir al patio interior, siempre y cuando estés acompañada por un demonio. Es por tu seguridad — recalcó, viendo que Diane fruncía el ceño. —No me gustan los demonios… —O eso o no hay salida —puntualizó Marek con autoridad de hermano mayor. —Vale —aceptó ella, recordando que tenía que ceder porque no las tenía todas consigo—. Pero se quedará bien lejos de mí. Marek se acercó, pero se detuvo viendo su expresión. —¿Algo más?

Ella asintió, sentada en la banqueta. —¿Por qué el vampiro Oseus está a tu servicio? —preguntó sin rodeos. El Príncipe enarcó una ceja. —¿El General Oseus? —se sorprendió—. ¿A qué viene esa pregunta? —¡Es un asesino! —exclamó ella con desprecio—. Ha matado a miles de inocentes; lo he visto en su cabeza. —Cuando un humano se convierte en vampiro, no siempre hace cosas buenas… —¡Mató a la familia de Gawain, y delante de sus ojos! —Los hechos no ocurrieron exactamente así, Diane. Y no estabas ahí para verlo. Oseus no es ningún santo, pero se arrepiente de lo que ha hecho. Tengo una deuda con él, por eso está a mi servicio. Marek hizo una pausa. —Hermana, tienes que entender que en nuestro mundo no todo es blanco o negro —explicó—. Hay muchos matices de gris, porque se trata de sobrevivir. Ningún vampiro puede decir que no ha tenido nunca la tentación de matar. Incluso tratándose de un vampiro tan excepcional como nuestro padre. La ley del más fuerte impera y es una ley injusta. Diane decidió callarse. Lo que había visto en la cabeza de Oseus no era una lucha para sobrevivir. Era puro sadismo. Sus dudas sobre las buenas intenciones de su hermano eran más que razonables porque estaba rodeado de vampiros que no jugaban limpio. No, seguía pensando que confiar en él era una mala idea, por muy encantador o protector que fuera. —¿Más preguntas? —No. —Diane forzó una sonrisa—. Quiero descansar… y también bañarme —añadió precipitadamente. Se sentía tan cansada que temía no poder levantarse, pero tenía que entrar en contacto con la sirvienta rubia para averiguar qué había pasado cuando su hermano la había abrazado. ¿Por qué su poder se había despertado? Intentó ponerse de pie, pero las piernas le fallaron. Tenía la impresión de que su energía se había vaciado por completo, como cuando había estado sumida en la oscuridad. Su cuerpo le pesaba mucho. —Voy a llevarte hasta tu habitación —dijo Marek, pasando un brazo por debajo de sus piernas—. No puedes andar. Marek la levantó sin esfuerzo y Diane se aferró a su cuello. De nuevo, el olor sensual y extraño de su hermano le asaltó las narices. Olía como el pecado…

—¿Estoy obligada a vestirme así todos los días? —preguntó para centrarse en otra cosa que en el cuerpo de su hermano. Marek rio. —No, hay trajes más sencillos que te esperan en el armario. Pero no encontrarás nada moderno, como pantalones o camisetas. Odio las prendas modernas. Son tan… vulgares. Diane puso los ojos en blanco. Genial. Tendría que vestirse como una princesa medieval todos los días, lo que se antojaba muy cómodo. Esperaba que, al menos, sus prendas íntimas fuesen modernas; pero no se veía haciendo ese tipo de preguntas a su hermano. Salieron del salón y recorrieron un pasillo diferente al de los tapices de los ángeles. A pesar de su cansancio, ella se dio cuenta de que su habitación se situaba en el ala más apartada del palacio, y que se podía llegar hasta ella por sitios diferentes. Una complicación más. El palacio era un verdadero laberinto y dudaba de que tuviera la oportunidad de pasearse a solas. Finalmente, llegaron delante de la puerta de la habitación y Marek no se detuvo para abrirla. La puerta se abrió sola, tras una simple mirada, y después de entrar depositó a Diane sobre la cama. Luego Marek se arrodilló a su lado y la miró. —¿Necesitas algo más? —preguntó con una sonrisa. Ella negó con la cabeza sin decir nada. Intentaba no pensar porque lo que quería de verdad era que se fuera. —Las sirvientas llegarán dentro de poco para preparar tu baño. Marek se acercó y Diane intentó no retroceder. —Que descanses, querida hermana —murmuró, dándole un beso en la mejilla. Un beso frío y caliente a la vez—. Nos vemos mañana. Diane se quedó en blanco durante un segundo y, cuando alzó la vista, Marek había desaparecido. Se frotó la mejilla, embargada por una extraña sensación entre asco y agrado. Dos sentimientos totalmente contrarios. Suspiró y se mesó las sienes, cansada y preocupada. Su hermano era un ser demasiado complejo y lleno de secretos y, a pesar de sus modales exquisitos y de su evidente cariño hacia ella, no se sentía como una invitada. Más que nunca, tenía la impresión de estar encerrada en una cárcel dorada.

—Amo, ¿deseáis beber más sangre? —preguntó el sirviente, con una voz que denotaba su miedo. Marek se limpió la boca de la sangre de su última víctima, una muchacha rubia e inocente de apenas quince años, con el dorso de la mano y le echó una mirada despectiva al sirviente. —¡Lárgate! —le espetó con maldad. El sirviente se apresuró en recoger el cuerpo sin vida de la muchacha y se esfumó. Marek, sentado en una especie de trono situado delante del fuego de la chimenea y vestido con una larga túnica negra desabrochada por completo, se miró la mano quemada por el poder de su hermana. La piel empezaba a regenerarse gracias a toda la sangre que había ingerido. Esa pequeña ingenua era más poderosa de lo que pensaba, pero el bloqueo mental era tan fuerte que no conseguía sacar sus poderes de forma completa. Una rabia intensa volvió a apoderarse de él y el fuego ardió con más fuerza. El ojito derecho de su padre lo tenía todo y él nada, pero pronto lo tendría. La paciencia era una de sus mejores armas. Sin embargo, estaba ansioso por poder saborear la piel y la sangre de su hermana. Ya podía imaginarse el placer devastador que iba a obtener de su cuerpo. Iba a ser… indescriptible. Pero tenía que andar con pies de plomo con ella, y todos los que la rodeaban tenían que actuar de la misma forma que él. Por eso, iba a tener una pequeña charla con Naoko; una charla bien violenta como a ella le gustaba… —Amo, ¿estás herido? —preguntó de pronto la voz de Zahkar en las sombras. —Ven, Ain. El vampiro se acercó al trono, con su paso felino, y Marek lo observó con deleite. Era como observar a un magnífico depredador, una hermosa máquina hecha para matar. Era su discípulo, su compañero. Él se lo había enseñado todo y Zahkar había superado sus expectativas con creces. De no ser por él, todavía se estaría pudriendo en el Abismo. —Tu mano, Amo —dijo el vampiro, arrodillándose delante de él para cogerle la mano con reverencia—. Ha sido culpa de la Doncella de la Sangre, ¿verdad? Los ojos de Zahkar adquirieron un tono dorado y salvaje. —¿Y qué vas a hacer, Ain? —preguntó Marek con una sonrisa ladeada—. ¿Matarla? Sabes muy bien que no podrás hacer nada contra ella. No tienes suficientes poderes y la necesitamos viva. No hemos hecho todo esto para nada. —Hay algo en ella que no me gusta. Es demasiado peligrosa y demasiado…

—¿Pura? Zahkar asintió con una mirada sombría. —Hay demasiada luz en ella. Marek le acarició la mejilla con la otra mano. Solo con Zahkar tenía ese tipo de gestos porque la unión entre ellos era plena y diferente. E imposible de definir. —Es normal que sientas ese intenso rechazo hacia ella. Cuando uno ha nacido en la oscuridad, no tolera bien la extrema claridad. Zahkar clavó su mirada en la de Marek. —Dime que te desharás de ella en cuanto obtengas sus poderes. El Príncipe bajó su mano hasta su cuello y se lo acarició. Empezaba a sentir excitación. —¿Tanto miedo te da, Ain? —Nos puede destruir a todos, y no hablo solo de nuestros cuerpos. Siento que es capaz de vencer a la oscuridad. —No te preocupes; no dejaré que eso pase —murmuró Marek, acariciando el mechón de pelo más largo con suavidad—. Antes la mataré con mis propias manos. Zahkar cogió su mano y la besó con adoración, como si estuviera rindiendo homenaje a sus antiguos dioses. —Sabes que mi existencia te pertenece, Amo. No dudes en utilizarla si la necesitas para vencer a la Doncella. —Y no dudaré en utilizarla, Ain. Zahkar le soltó la mano y se desabrochó la túnica. Ladeó la cabeza y ofreció su cuello. Marek sonrió y deslizó un dedo por el musculoso pecho de alabastro y por el vientre plano y duro. El vampiro cerró los ojos, consumido por la misma fiebre ardiente que aquel día en su primer encuentro. Marek inclinó la cabeza para lamerle el cuello. —¿Por qué no te quedas con nosotros, Ain? ‒murmuró contra su cuello. Zahkar abrió los ojos de golpe y retrocedió un poco. Sus ojos se habían vuelto muy brillantes y su cuerpo se tensaba por el enfado. —No me gusta compartirte, Amo. Pero si es lo que deseas, me quedaré contigo. Marek rio suavemente. —¡Criatura salvaje! No, no me apetece imponerte mi voluntad esta vez. Me deleitaré contigo en otro momento. Il Divus le acarició la boca y lo miró con un brillo sardónico en los ojos.

—No te gusta la zorra asiática, ¿verdad? —No me fío de su locura. —No te fías de nadie, salvo de mí. Y eso es bueno. Marek lo atrapó entre sus piernas abiertas y puso sus manos en sus hombros. —Mi fiel guardián, mi sombra… —murmuró contra su boca. Dicho eso, le dio un beso voraz y apasionado, soltando un gruñido animal. Zahkar se dejó hacer, a merced del deseo oscuro que se había apoderado de sus entrañas, saboreando ese momento de íntima conexión que se hacía cada vez más raro. Sin embargo, Marek interrumpió el beso y lo alejó de él. Entrecerró los ojos de un modo peligroso. —¿Molesto? —preguntó la voz de Naoko entre la niebla aparecida de repente. Marek la miró con un rostro impasible, pero Zahkar le lanzó una mirada de puro odio. La vampira sonrió, complacida por su reacción. En un abrir y cerrar de ojos, él se volvió a abrochar la túnica y se puso de pie, al lado de Marek. —No te necesitaré esta noche, Ain. —Muy bien, Amo. Zahkar se inclinó y, tras una última mirada de odio a Naoko, desapareció. —No sé por qué te gusta… —comentó la vampira desdeñosamente, moviendo la mano para que la niebla se disipara del todo. Apenas hubo terminado ese gesto que se vio arrastrada por una onda oscura hasta los pies de Marek, quedando arrodillada ante él. Il Divus cruzó sus manos blancas sobre su vientre lleno de abdominales y la miró fríamente. Pero desde su posición, Naoko pudo apreciar que seguía muy excitado a pesar de su enfado. Aunque con él nunca se sabía. Era una bestia insaciable, y a ella le encantaba su desmesurado apetito sexual. —Un poco de humildad te vendría bien, Princesa… —Yo nunca he sido humilde y no voy a empezar ahora. Marek esbozó una sonrisa siniestra. —Ten cuidado en tu forma de dirigirte a mí. Sin previo aviso, la cogió con fuerza por la mandíbula y acercó su rostro al suyo. —No olvides que yo soy un dios y que tú no eres más que una puta asquerosa. Si vuelves a faltarle al respeto a mi hermana, que dentro de poco será tu reina, te clavaré un millón de diminutas agujas por el pecho y te quitaré lentamente tu milenaria existencia. Si te atreves otra vez a comentar mis gustos, te colgaré de un gancho y laceraré tu cuerpo para que mi corte pueda beber de ti.

También dejaré que los plebeyos jueguen contigo. —Marek le enseñó los colmillos—. Será extremadamente humillante y no te gustará… Marek le soltó la mandíbula y le dio una patada terrible, mandándola cerca de la chimenea. —¡Puta Kasha! No estás tratando con el Príncipe de los Draconius, por si no te habías dado cuenta. Naoko se incorporó y se puso de rodillas, al estilo japonés. Se pasó una mano por el vientre, con una gran sonrisa dibujada en su rostro, y empezó a quitarse el obi y a abrir su kimono negro. —¡Me encanta cuando me pegas tan fuerte! —comentó levantando las manos para deshacer su moño, de tal forma que le enseñaba los pechos a Marek—. Me excita mucho y a ti también. Puedo oler tu deseo. —Cuando me canse de ti, te exterminaré a fuego lento —sentenció el aludido sin moverse. Naoko soltó una carcajada. —Sí, pero de momento me necesitas porque yo controlo los espíritus. —La vampira empezó a acercarse a Marek gateando, balanceando sus caderas de forma sensual para enseñar su cuerpo desnudo debajo del kimono—. Pero tienes razón, Amo. He sido una perra muy mala y me tienes que castigar. Te prometo que no volveré a hablarle mal a la Doncella. No se debe hacer enfadar a un ángel… —Mi hermana no es un ángel, zorra —masculló Marek con rabia, aprovechando que volvía a estar delante de él para arrancarle el kimono—. Es la Sangre de Dios y la primera de una nueva especie. Y tú te inclinarás ante ella, ¿entendido? —Sí, Amo —contestó ella con un brillo perverso en los ojos. Se lamió los labios de forma provocativa y se acarició los pechos desnudos. —Déjame darte placer, Amo —murmuró, acariciando el bulto que tensaba sus pantalones de cuero—, y después podrás pegarme lo más fuerte que quieras. —Eres una puta viciosa y loca… —comentó Marek con una mirada de puro deseo. —Sí, Amo… —contestó ella, desabrochando sus pantalones para lamerlo desde el cuello hasta el ombligo. Marek sonrió encantado y dejó que la Princesa de los Kasha le diera placer con su boca, imaginando que era su hermana.

Diane luchó contra el cansancio, a la espera de la llegada de las sirvientas. Se sentía rara y tenía el estómago revuelto, como si tuviera náuseas, y miraba la puerta con desesperación. Tenía que entrar en contacto con su padre. Analizaba una y otra vez en su mente la conversación mantenida con su hermano, pero seguía sin tener sentido para ella. ¿El Senado y el Consejero Zenón lo habían encerrado por querer protegerla? ¿Habían dejado que lo torturasen? Si era cierto, ¿por qué ahora habían dejado que Marek se ocupara de ella? Además, él le había dicho que le habían encerrado cuando ella había cumplido los cinco años. ¿Qué había pasado antes de esta fecha? Ella había nacido el 24 de junio, el día de San Juan, pero no recordaba ningún cumpleaños anterior a sus seis años, en el solitario piso de su tía en París, sola delante de una enorme tarta. Había vislumbrado fugazmente recuerdos de momentos pasados con sus padres, como el episodio del poni o las sesiones de pinturas en el jardín con su añorada madre. Pero nada de eso daba respuestas concretas a sus preguntas. Estaba forzando su memoria para saber lo qué había ocurrido cuando su hermano se había arrodillado ante ella. Pero lo único que sacaba de eso era una persistente sensación de que no estaba a salvo allí. Además, no podía negar que había sentido un deseo arrollador por su hermano, y eso no era normal y la repugnaba. El único al que amaba y deseaba era a Alleyne, y se preguntaba si se estaba volviendo loca por culpa de su ausencia. Algo oscuro la rodeaba, tan oscuro como la personalidad enigmática de su hermano. Sí, era hermoso y encantador, y parecía haber sufrido mucho por ella. Pero Diane tenía la aguda sensación de que todo lo que proyectaba su hermano era un bello espejismo. Demasiado bonito para ser real… Suspiró, muy cansada. ¿Por qué había oído la voz de su padre en su cabeza y por qué ahora no se manifestaba? Necesitaba su ayuda desesperadamente. Se sentía sola y aislada. El fugaz recuerdo de sus amigos Carmen y Miguel atravesó su mente y esbozó una mueca triste. Echaba mucho de menos sus discusiones y sus tonterías. ¡Y pensar que durante todo ese tiempo había creído que era hija única! ¿Por qué su padre no le había comentado que tenía un hermano cuando le había revelado su verdadera naturaleza? Aunque se hubiesen peleado con anterioridad, era una información importante para ella. Diane se tocó la nuca, que seguía molestándola un poco. Bueno, no podía empezar a desconfiar de todo el mundo, y sobre todo de su padre. El Príncipe de

los Némesis sabía lo que hacía, estaba más que segura de ello. Tendría una buena razón para no haberle revelado la existencia de su medio hermano. Agudizó el oído de repente. No oía pisadas, pero tenía la certeza de que las sirvientas iban a llegar en ese momento. Así que no se sorprendió cuando la puerta se abrió sola. ¡Qué raro! ¿Estaría sacando, por fin, algunos aspectos de sus poderes? Ya había sido capaz de leer la mente de vampiros muy antiguos, pero no había podido entrar en la mente de su hermano. Y ahora tenía ese presentimiento, como si su oído estuviera muy desarrollado… Pero sus poderes no aparecían cuando ella quería. Tendría que esforzarse más. Como si fuera una chica de los X-Men, o algo así… —Estoy más cansada de lo que pensaba… —refunfuñó en voz baja, burlándose de sí misma. Vale, no era el momento más adecuado para pensar tonterías. Esperaba que la sirvienta rubia estuviera en el séquito que le iba a preparar el baño que había pedido. «Por Dios, ¡que no entre Hedvigis!», rezó con fervor. Estaba demasiado cansada para aguantar a la joven vampira. Por ello, casi suspiró de alivio cuando comprobó que la sirvienta rubia había llegado y que no había ni rastro de la joven vampira. Bien, ahora tenía que encontrar una excusa para volver a quedarse a solas con ella. ¿Y si se lo pedía sin más? ¿No se suponía que era la invitada de su hermano y una Augusta o lo que fuera? Diane esperó a que las sirvientas colocaran todo lo necesario en la habitación para que pudiera bañarse. Luego, cuando vio que habían terminado y que se quedaban paradas y con la cabeza agachada, se levantó y se acercó a la tina. Lo hizo despacio, por el cansancio y por el peso del traje, que en ese momento parecía pesar más que antes. Cruzó mentalmente los dedos antes de hablar, rezando para que su plan funcionara. —No necesito que estéis todas conmigo para bañarme. Solo necesito a una de vosotras para que me ayude con el traje. Veamos… —Diane paseó la mirada por los rostros de las sirvientas como si estuviera reflexionando—. Tú —dijo señalando a la sirvienta rubia—, tú te quedarás conmigo. Las demás os podéis retirar. Se tensó, a la espera de que su orden fuese rechazada. Sin embargo, las sirvientas inclinaron la cabeza y se fueron sin más, dejándola sola con la vampira rubia. Entonces soltó un suspiro de alivio y se giró hacia ella. Iba a abrir la boca

para hablar, pero recordó que cualquier vampiro podía oírla. Tenía que tocarla para averiguar si podía volver a entrar en contacto con su padre. —Ayúdame con el traje —le ordenó mirándola intensamente. La vampira rubia se acercó a ella, sin levantar la vista, y en vez de tocar el traje tocó el medallón. Le dirigió una mirada tranquila y Diane volvió a sentirse rodeada por el aura reconfortante de su padre. —Espera, yo… No habléis, de lo contrario romperéis el contacto. Diane frunció el ceño. —¿Estás hablando en mi cabeza? —Así es. Estamos en una frecuencia protegida, por llamarlo de alguna forma. —¿Quién eres? ¿Y por qué estás conectada al aura de mi padre? —Me llamo Mariska y vuestro padre me ha mandado para ayudaros. Diane frunció aún más el ceño. ¿Mariska? ¿Dónde había oído ese nombre? Lo tenía en la punta de la lengua… —¿En qué tienes que ayudarme? —No tenemos tiempo para preguntas porque nos pueden descubrir. Vuestro padre va a entrar en contacto directo con vos. Pero será la última vez que lo hará porque eso debilita mucho su poder y ahora lo necesita más que nunca. —¿Por qué? ¿Qué le pasa? ¿Dónde está? —No hay tiempo, Princesa. Abrid vuestra mente. Mariska soltó el medallón y acercó sus dos manos hacia la cabeza de Diane. Una luz de un tono azul oscuro brotó con fuerza y difuminó el espacio que la rodeaba, mandándola a un sitio atrapado en el tiempo. Diane abrió los ojos y se sobresaltó. Ya no se encontraba en su habitación y tampoco llevaba el traje medieval: estaba en un lugar que parecía una cripta de estilo griego, y llevaba un peplo blanco. —¡Diane! Ella se dio la vuelta y abrió mucho los ojos cuando vio a su padre acercarse. Vestía una larga túnica azul y seguía ten hermoso como un ángel. —¡Papá! —gritó ella, precipitándose con los brazos abiertos. —Alma mía, menos mal que estás bien —dijo Ephraem, estrechándola entre sus brazos. Su padre aparentaba unos veinticincos años y su abrazo era duro como el mármol. Pero para Diane era el mejor sitio del mundo.

—Papá —dijo ella, retirándose un poco para mirar a su padre a los ojos, unos ojos de un azul intenso—, ¿por qué no me dijiste que tenía un hermano? ¿Y por qué has entrado en mi cabeza para avisarme cuando estaba con él? —Diane, escúchame bien —Ephraem cogió el rostro de su hija entre sus manos—, no debes creerte nada de lo que diga Marek. Todo lo que sale de su boca son mentiras. Todo su ser es un perfecto engaño: aunque aparente lo contrario, no te ama y quiere hacerte daño, mucho daño. Diane lo miró confusa. —Pero ¿por qué? Vale, es un poco extraño y despierta en mí sentimientos anormales que me avergüenzan mucho. Pero no parece tan… —No debes sentir vergüenza, Diane —la interrumpió Ephraem—. Ese deseo anormal forma parte de su poder, el poder oscuro. Es el Príncipe de la Oscuridad, el príncipe de las mentiras. Es un maestro en el arte de engañar, por eso no puedes fiarte de él en nada. Todo lo que te ha contado sobre el Senado y Zenón son mentiras. ¿Por qué crees que está rodeado de demonios? —Entonces yo tenía razón. Los demonios no son buenos. —La gran mayoría, no. Un demonio no es más que un ángel que ha vendido su alma a cambio de algo. A diferencia de los vampiros, los demonios no tienen sentimientos y no pueden hacer el bien. Y Marek es medio demonio. Diane tragó saliva, intentando esclarecer sus ideas. —¿También era mentira cuando me dijo que lo habían encerrado y torturado? —Yo mismo tuve que encerrarlo por culpa de sus locuras. Pero es una historia muy larga y no tengo tiempo para contarla. Ojalá no lo hubieras conocido nunca. —Una sombra pasó por la mirada de su padre—. Es un ser malvado y retorcido. El miedo empezó a apoderarse de Diane. —Y yo estoy aquí sola, a su merced. Nadie sabe dónde estoy, ¿verdad? Ephraem le acarició las mejillas. —Te encontrarán, Diane. Te lo prometo. Gawain y los demás te están buscando con ahínco y yo les ayudaré todo lo que pueda. Pero mientras, tienes que disimular y aparentar humildad y obediencia. El mayor defecto de Marek es su orgullo: se cree un dios y si piensa que ha conseguido engañarte, bajará sus defensas. Recuerda que tú eres mucho más poderosa que él. —Pero ¿qué es lo que quiere de mí? —Lo que quieren todos: tu sangre. Pero él también quiere tu cuerpo. Ella sintió que un profundo asco le revolvía las tripas.

—No me queda más tiempo. Necesito toda mi fuerza para lograr liberarme, por eso no volverás a verme físicamente. A Diane le entró el pánico. —Pero… pero todavía sigo sin controlar mis poderes, y no soy buena actriz. Tengo que esforzarme mucho en no pensar y… —Tendrás que superarte a ti misma, hija mía. Confío en ti, lo conseguirás. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, aguanta hasta que lleguen los Pretors y no te enfrentes a Marek hasta que tus poderes se hayan manifestado del todo. Diane miró a su padre con miedo. —¿Y si me mata antes? Su padre le dirigió una larga y triste mirada. —No puede matarte. Si no te necesitara, ya lo habría hecho. Eso fue lo que hizo en el pasado. Diane frunció el ceño cuando un recuerdo borroso le vino a la mente, pero no consiguió visualizarlo. ¿Qué le estaba ocultando esta vez su padre? Al parecer, algún recuerdo doloroso para ambos… —El tiempo mínimo para que no se percaten de mi presencia se ha agotado. Seguiré en contacto contigo a través de Mariska, pero necesitaré tiempo para recuperar fuerzas. Ephraem la miró intensamente, su bello rostro marcado por el dolor. —Recuerda que hace algún tiempo te dije que se avecinaban pruebas y obstáculos y que tendrías que ser fuerte. Ese momento ha llegado, alma mía, y debes superar esta prueba. Ojalá las cosas fuesen diferentes, pero, a veces, tenemos que afrontar nuestro destino. Ephraem la estrechó entre sus brazos. —¡Oh, hija mía! Lo daría todo para que no tuvieras que pasar por esto. Pero el destino es el destino. —Intentaré sacar todos mis poderes a la luz, padre. Intentaré ser fuerte y disimular. Ephraem se alejó de ella, y Diane sintió mucho frío. —Una última cosa: no dejes que ningún vampiro o demonio te toque, y no comas nada ofrecido por Marek. Diane asintió con un nudo en la garganta. —Estoy orgulloso de ti, mi vida. No olvides quién eres: eres la Princesa de la Aurora, y la luz debe prevalecer. Diane cerró los ojos para no llorar y sintió que su padre la besaba en la mejilla antes de desaparecer. Entonces el aura de su padre se apagó y ella volvió

a la habitación del palacio de Marek. Diane inspiró hondamente y se tambaleó, como si su alma hubiese salido de su cuerpo para encontrarse con su padre y acabara de regresar de golpe. Mariska la miró por última vez a los ojos y luego bajó la cabeza, retomando su papel de sirvienta, y empezó a quitarle el traje con eficiencia. Ella la dejó hacer, demasiado absorta por sus pensamientos y por el encuentro con su padre. Seguía sin recordar dónde había visto a Mariska, y en ese momento tenía cosas más importantes en la mente. Se dio cuenta, sin embargo, de que la vampira se daba la vuelta para que ella terminara de desnudarse y poder entrar en la bañera, por lo que lo hizo con rapidez. Cuando estuvo metida en el agua, Mariska se arrodilló y recogió el pesado traje del suelo. Entonces la imagen de su hermano en la misma postura impactó la mente de Diane y ella recordó el deseo oscuro y arrollador que había sentido en aquel momento. Se llevó la mano a la boca, profundamente asqueada. Su padre le había avisado de que Marek quería su cuerpo, pero ¿cómo su hermano podía desearla? Era… repugnante. Aunque eran medio hermanos, ¿el parentesco familiar no significaba nada para los vampiros? Bueno, en realidad Marek era medio vampiro y medio demonio. Una combinación que no conocía los principios, por lo visto… Diane tomó plena conciencia de lo delicado de su situación: estaba sola, completamente aislada, y durante no sabía cuánto tiempo tendría que lidiar con vampiros y demonios, y con un ser perverso que quería aniquilar su voluntad. Pero llegada a ese punto, el miedo que le retorcía las entrañas se transformó en una férrea determinación. Su padre le había asegurado que ella era más poderosa que Marek y aunque no lo fuera, jamás le dejaría ganar. —¡Jamás me tendrá! —se juró a sí misma en voz alta. Mariska, que se había apresurado en levantar su medallón para que no se mojara, esbozó una sonrisa y asintió levemente. Sí, no se había equivocado. La Princesa de la Aurora podía parecer ingenua y débil porque tenía un gran corazón, pero había una fuerza inconmensurable en ella y tenía una voluntad de hierro bajo su fachada tímida. Y cuando toda esa fuerza lograra salir a la superficie, el Príncipe de la Oscuridad se llevaría una desagradable sorpresa…

Hedvigis se incorporó en la cama, con el cuerpo en tensión y los sentidos en alerta. Acababa de percibir un aura descomunal que no procedía de la oscuridad, y estaba segura de que no se trataba de la Doncella. —¿Qué pasa? —ronroneó Thánatos, lamiendo su hombro desnudo—. ¿Quieres ir a por más? —¡Calla! —le ordenó la joven vampira, dándole un codazo. El Metamorphosis gruñó, pero obedeció y Hedvigis agudizó su capacidad de percepción, pero no logró captar nada. —Ha pasado… —comentó, frunciendo el ceño. —¿Era la Doncella? —preguntó Thánatos, apretándose contra ella. —No. Era un poder demasiado antiguo. Él la miró, levemente sorprendido. —¿Quién sería lo bastante tonto como para colarse en un sitio lleno de demonios, a sabiendas de que lo pueden rastrear? Hedvigis frunció la boca. —Alguien lo bastante poderoso y conocedor de la esencia demoníaca como para impedir que rastreen su energía…; y lo acaba de demostrar conmigo. Esto no me gusta. La joven vampira hizo un movimiento para levantarse, pero Thánatos la retuvo contra él. —¿Adónde vas? —preguntó con voz ronca—. Si ya casi es de día, y la ingenua y tonta Doncella está durmiendo… —No la subestimes —lo interrumpió ella, frunciendo levemente el ceño—. Ha conseguido quemar la mano del Divus. —¡Bah! Era un acto reflejo. No significa nada. Hedvigis ladeó la cabeza. —Al contrario, puede que signifique mucho más. No la voy a dejar sola en ningún momento. —Pero ahora está en su cama y todo va bien —murmuró él, acariciándole el pelo—. Quédate… Hedvigis enarcó una ceja y le dedicó una mirada malvada. —¿Me estás suplicando, perrito? Una furia repentina deformó el rostro del vampiro. —¡Que te den, bruja! —exclamó con rabia, apartándose de ella. Pero Hedvigis no lo dejó irse y le clavó las uñas en el rostro para que la mirara.

—Lobito mío, tienes que recordar dos cositas: la primera es que te puedo hacer trizas en segundos, y la segunda es que no tienes la exclusiva. La joven vampira lo empujó con brutalidad, lamiéndose la sangre de los dedos. —No te pertenezco, Thánatos —dijo con desdén, poniéndose una túnica romana en un segundo—. Soy propiedad exclusiva de mi padre. Le dedicó una última mirada desdeñosa, como si él no fuera más que un montón de basura, y desapareció de la habitación. La rabia y el dolor se agolparon en el pecho del vampiro y maldijo en voz alta. Rabia por no poder devolverle los golpes a esa furcia, y dolor por tener sentimientos no correspondidos y sentirse rechazado. Finalmente, la rabia ganó la batalla y el vampiro se transformó en lobo para adentrarse en el bosque cercano y vengarse sobre cualquier animal que encontrara. Tenía que darse prisa; el sol no tardaría mucho en aparecer.

Capítulo cinco Una semana pasó, una semana de engañosa tranquilidad en la que Diane aprendió, poco a poco, el difícil arte de disimular. El día —o lo que fuera porque Diane no podía averiguarlo ya que seguía sin ver la luz del sol— empezaba siempre igual: Hedvigis venía para despertarla, pero ya la encontraba despierta porque Diane la oía llegar, ya que estaba desarrollando sus sentidos a una velocidad asombrosa. Con la presencia de la vampira, el ritual podía empezar: le servían un copioso desayuno y luego la bañaban y la vestían para que pudiera reunirse con su hermano, que la esperaba en la sala del trono. Diane procuraba comer lo que le servía la sirvienta rubia, tal y como le había indicado su padre, intentando no pronunciar su nombre en su cabeza. Los vestidos de corte medieval que llevaba eran más sencillos que el primero, pero seguían siendo demasiado incómodos y ostentosos para su gusto. Sin embargo, eran el menor de sus problemas. Hedvigis la seguía a todas partes como una sombra y solo la dejaba tranquila cuando estaba con su hermano. A pesar de que Diane lograba adivinar cuándo iba a aparecer a su lado, no había manera de perderla de vista. No es que fuera un incordio porque la joven vampira, que no había vuelto a hablarle de temas delicados o a mentirle, era una compañía agradable. Le contaba historias de la antigua Roma, con truculentas anécdotas que la divertían mucho, y jugaba muy bien al ajedrez. El problema radicaba en que estaba siempre a su lado, lo que impedía a Diane investigar más a fondo las salas del palacio. Una vez consiguió despistarla y llegar a una puerta de una sala desconocida, pero no pudo abrirla porque, de pronto, apareció un ser muy extraño, con apariencia de mujer, que sin lugar a duda era un demonio que pertenecía al séquito de Naoko. La mujer demonio, morena y de piel blanca, llevaba una enorme serpiente alrededor del cuerpo y del cuello y le dedicó una sonrisa tan extraña que se le puso la carne de gallina. En eso llegó Hedvigis y la mujer demonio, llamada Pursan, se fue. Diane había sonreído a la joven vampira como si nada, disimulando su frustración. Tenía a dos poderosos enemigos en el palacio: los vampiros y los demonios; y no sabía cuál de los dos era el peor.

Antes de reunirse con su hermano, después de desayunar, Diane se esforzaba en recordar todo lo que su padre le había dicho. Su hermano se mostraba tan encantador y cariñoso que cualquiera habría jurado que su padre era un mentiroso. Siempre le hablaba con dulzura y con una sonrisa pintada en su sensual rostro. Siempre intentaba tocarla y Diane se afanaba en evitarlo. Empezó a querer complacerla de todas las formas posibles: le regaló trajes y vestidos suntuosos y joyas lujosas, pero ella ni se inmutó ante todo eso. Entonces la llevó a una sala en la otra ala del palacio, y Diane descubrió con asombro la biblioteca más grande que jamás había visto. Había libros de cualquier tamaño y de épocas remotas, desde papiros egipcios a libros impresos modernos. Ella no había podido contener su más sincera admiración y Marek se había regocijado: a su hermana no le gustaban las joyas y el lujo, sino los libros y el estudio. A pesar de saberlo, porque la vigilaba desde su más tierna infancia, pensaba que le costaría más que unos simples libros para terminar de embaucarla. Parecía haber aceptado el hecho de que estaba a salvo con él y se mostraba dócil y confiada. La pena era que no podía entrar en su mente para leer sus pensamientos más íntimos, pero se conformaba con esa actitud. Diane luchaba con todas sus fuerzas para no dejarse seducir por la extraña sensualidad de Marek, lo que le provocaba cierta tensión que tenía dificultad en eliminar cuando se encontraba sola en su habitación. Entonces, sus sueños se convertían en cruentas pesadillas plagadas de imágenes violentas y muy tórridas. Se despertaba asustada y sudorosa, y lloraba desconsoladamente llamando a Alleyne. Después de reunirse con su hermano, Hedvigis venía a buscarla para que almorzara algo, y luego se iban a un salón dorado, sin ventanas, donde pintaban y escuchaban música proveniente de los instrumentos que tocaban varios sirvientes. También jugaban al ajedrez o a las cartas hasta que Oseus entraba en el salón, dando la señal para que se retiraran a la habitación de Diane para prepararla para la cena. Por más que se esforzara, ella no conseguía hablarle a Oseus porque le repugnaba demasiado. Pero a él no parecía importarle ya que siempre le sonreía y se dirigía a su hija. De vuelta a su habitación, ella cenaba algo y las sirvientas la preparaban, vistiéndola como a una verdadera princesa con trajes pesados parecidos al de la primera noche, para el banquete.

Todas las noches —Diane suponía que era de noche— Marek organizaba unos banquetes medievales en un salón enorme, enteramente tapizado y con una chimenea de dimensiones impresionantes. Las mesas se colocaban en forma de U delante de la chimenea, y ella se sentaba al lado de Marek en la mesa central. En las otras mesas se sentaban los cuatro generales, la aristocracia y los guerreros. Ningún vampiro comía, por supuesto, pero todos bebían sangre que se vertía en sus copas de plata. También había música, una música muy oriental, y espectáculos de juglares y de bailarinas. Diane tenía la impresión de estar atrapada en un incansable sueño medieval, que se tornaba repetitivo y un poco absurdo. Su ánimo empezaba a caer en picado y sentía que se ahogaba por minutos. Quería volver a ver a sus amigos, pero sobre todo a Alleyne. Quería volver a ser libre para deambular por las calles de Sevilla a la luz del sol. También añoraba la hermosa ciudad hispalense, con la que sentía una conexión innata y especial. Aquí todo era oscuridad y falsedad. Los vampiros de la corte de su hermano la trataban bien, con una deferencia absoluta como si fuese una diosa en vez de una princesa; su hermano y sus consejeros más allegados también la trataban bien, incluso Naoko parecía hacer un esfuerzo y le hablaba de forma respetuosa cuando se veían. Pero ella no se dejaba engañar. No se sentía a gusto en ese ambiente y no tenía ni un solo amigo en ese palacio. No se fiaba de nadie y observaba lo que pasaba a su alrededor, repasando las advertencias de su padre en su mente. Por muy simpática que fuera Hedvigis, con su apariencia dulce e inocente, había algo oscuro encerrado bajo la superficie. Y era una pena porque la joven vampira podía ser muy divertida. Diane se sentía agobiada por la constante vigilancia que había a su alrededor. No, no era una simple invitada. No había que ser un genio para darse cuenta de ello. Cuando, en muy pocas ocasiones, Hedvigis no había estado a su lado, el lobo negro la había sustituido y la había seguido por donde fuera. Muchas veces, ella lo había mirado con cara de pocos amigos, pero al lobo no le había importado y la había observado minuciosamente. No le gustaba ese animal, parecía entenderlo todo y además había estado en sus sueños. Diane había podido comprobar que había muchos vampiros en el palacio, pero no parecían muy poderosos. También había un puñado de demonios, que ya conseguía reconocer debido a su esencia tan particular, y algún que otro sirviente Guía que pertenecía a Naoko.

El único vampiro que despertaba su interés y su curiosidad era Zahkar. No lo había visto muy a menudo durante esa semana; era muy discreto y solía aparecer al lado de su hermano, como si fuese su sombra. A pesar de que sabía muy bien que no podía confiar en él, porque era demasiado cercano a su hermano, seguía percibiendo esa extraña conexión hacia él; extraña e inexplicable. Quizá fuese por lo que había visto de él o por el dolor atrapado bajo su fachada inexpresiva, pero Diane estaba convencida de que ese vampiro no era tan malvado como aparentaba. Zahkar no engañaba con sus palabras melosas o con su sonrisa cautivadora. El vampiro no le hablaba y no la miraba con simpatía. Su actitud era hosca y fría. Pero, aun así, Diane sabía que escondía mucho más en su interior. Saltaba a la vista de que tenía una relación muy especial con su hermano. Sus ojos brillaban cada vez que lo miraba. ¿Estaría Zahkar enamorado de Marek? ¿Por eso se había convertido en su sombra? Nunca sabría la verdad porque la verdad no tenía cabida en ese palacio. Diane sospechaba de que estaban ocurriendo cosas muy feas a su alrededor. Todas las noches, después de haber permanecido un buen rato presidiendo la mesa central, Marek se levantaba de su silla y ordenaba a Hedvigis que la acompañara hasta su habitación. En dos ocasiones, Marek intentó despedirla con un beso en la mejilla, pero desistió viendo cómo el medallón empezaba a brillar. Optó por inclinarse ante ella, al igual que los demás vampiros. Después de saludarla, todos volvían a sentarse y la fiesta seguía. Diane se preguntaba qué tipo de festejo tenía lugar una vez que ella se marchaba, pero intuía que más le valía no estar presente. Por fin había entendido por qué su hermano la había puesto en un sitio tan alejado de la parte central del palacio: para poder estar tranquilo y para que ella no pudiera enterarse de nada. Pero ¿qué estarían haciendo todos en la sala cuando ella salía? Sin lugar a duda, era mejor no saberlo… Se reconfortaba con ese pensamiento y estaba contenta por poder tener esos momentos a solas en su habitación. Sin Marek, sin Hedvigis, sin lobo… Entonces podía pensar libremente y recordar cada momento vivido con Alleyne, cada sonrisa suya, cada beso suyo. Cerraba los ojos y dejaba que sus recuerdos invadieran su mente.

También pensaba en Yanes, en Gawain y en los demás vampiros que había conocido. Hasta tenía pensamientos para Eneke y su mal carácter. Echaba en falta los buenos consejos de Yanes y la presencia segura y tranquila de Gawain, la dulzura de Cassandrea y los piques entre Eneke y Sasha, y la paciencia de Gabriel. Intentaba no llorar acordándose de ellos y pensando en la cruel muerte de Irene, que no había tenido la culpa de nada. Pero, al final, el sentimiento de soledad y de aislamiento se hacía tan fuerte que empezaba a llorar amargamente. ¿Volvería alguna vez a verlos? ¿Volvería alguna vez a sentir los labios de Alleyne sobre los suyos o a fundirse en su abrazo? El confinamiento hacía mella en ella y sentía cómo se asfixiaba mental y físicamente por la falta de luz natural. No era un topo. No podía vivir así. Su hermano le había asegurado que podía salir bajo la vigilancia de un demonio, pero ella seguía sin salir. Tenía que cumplir con su palabra. Al octavo día, Diane se despertó chillando después de soñar que la enterraban viva. Estaba sofocada y no podía aguantar más. Tenía que salir de ahí, aunque fuese un cuarto de hora. Se levantó rápidamente, se puso la bata de seda y las zapatillas a juego, y empezó a pasearse con agitación, esperando la llegada de Hedvigis. Tenía que tranquilizarse, pero no podía más. Se estaba marchitando como una flor que no recibe la suficiente luz. Se paró en seco cuando sus sentidos le alertaron de que la joven vampira se estaba acercando. Por fin había conseguido despertar y manejar una pequeña parte de sus poderes, pero esperaba que el resto fuese a manifestarse pronto. Diane se cruzó de brazos viendo cómo la puerta se abría sola. —Buenos días, Princesa. —Hedvigis se inclinó ante ella, sin inmutarse ante el hecho de que ya estuviera levantada y esperándola. —¡Quiero ver a mi hermano! —contestó Diane a modo de saludo. —¿No deseáis desayunar y vestiros antes? —No quiero desayunar. Me voy a vestir y voy a ir en busca de Marek — recalcó ella, abriendo el armario para coger el primer vestido a su alcance—. Quiero salir fuera. Necesito salir fuera. Sé que no lo entendéis porque la luz del sol es mala para vosotros, pero yo la necesito —enfatizó con fuerza, al borde de la histeria. Diane se puso el vestido como pudo, maldiciendo y tirando de él. Hedvigis la observaba con frialdad. La Doncella respiraba entrecortadamente y parecía al borde del colapso. Tenía que hacer algo o iba a volver a liberar su poder mediante la rabia contenida. ¡Qué criatura más irritante! Después de llevar

varios días a su lado, estaba llegando al límite de su aguante como actriz y sentía unas ganas irrefrenables de hacerle daño. Disfrutaría mucho haciéndole daño; no tanto como si fuese Ligea, la puta de Kether Draconius, pero un poco sí. En vez de eso, la joven vampira le sonrió de un modo tranquilo. —Mi Señora, os tenéis que tranquilizar. Es mejor que desayunéis algo mientras voy a avisar a vuestro hermano de que queréis salir al patio interior. ¿Os parece correcto? Diane entrecerró los ojos y la miró hoscamente. —Muy correcto, pero date prisa. Las sirvientas entraron con el desayuno y Hedvigis se fue a cumplir su cometido. Mariska le sirvió una especie de bol con cereales y Diane se llevó una cuchara a la boca, mirándola. Tocó el medallón con disimulo, lo que provocó el inicio de la frecuencia protegida establecida entre ellas dos. Mariska le echó una mirada de reojo, haciendo como si estuviera colocando cosas sobre la mesa que ella y las otras sirvientas acababan de instalar. —Necesito salir fuera. Marek no me va a dejar, ¿verdad? —Por supuesto que sí. No podréis escapar estando vigilada por un demonio como Caym. —Sin embargo, mi padre ha conseguido que tú te infiltraras aquí y ha establecido esta frecuencia entre nosotras dos. Ha logrado engañar a Marek. —Ese engaño es muy precario y depende de vos, no lo olvidéis. —¿Yo podría lograr escaparme si lo intentase? —No, todavía no. No ha llegado el momento. Confiad en mí. —¡No aguanto más, Mariska! ¡Quiero irme de aquí! ¡Quiero ser libre! —Tenéis que ser fuerte. Lo peor está por llegar y lo tenéis que afrontar. Mariska le dirigió una mirada triste y levemente reprobatoria. Diane se sintió avergonzada por su comportamiento, pero no pudo evitar sentir un poco de miedo por sus palabras. ¿Lo peor estaba por llegar? ¿Qué podía ser peor que estar encerrada aquí, lejos de sus amigos y de su amor? Incluso la muerte no le parecía tan terrible frente a la pérdida total de su libertad. —Vuestra fuerza reside en vuestro corazón. Dicho eso, la vampira rompió el contacto y salió de la habitación. Diane terminó de comer en silencio, meditando sobre lo que acababa de oír en su cabeza. —Princesa, ¿habéis terminado? —preguntó Hedvigis en la puerta de la habitación, nuevamente abierta—. Vuestro hermano os está esperando.

Diane se limpió la boca con una servilleta y dejó que una de las sirvientas le cepillara el pelo suelto. Se lavó los dientes, con una mezcla que parecía bicarbonato, y siguió a Hedvigis por los pasillos tapizados. —¿Vamos a la sala del trono? —le preguntó al cabo de un rato. La joven vampira negó con la cabeza, moviendo sus rizos rubios. —Vamos al salón de Marte donde está la antesala que da al patio interior. Diane no dijo nada más y apuntó mentalmente el camino que seguían. Cogieron una bifurcación que iba hacia otra ala del palacio. ¿Cuántas alas habría? Por lo visto, tres o cuatro; todas diferentes y hechas como verdaderos laberintos. —Hemos llegado —anunció Hedvigis, abriendo la puerta mentalmente. Diane entró en el salón de tono rojo oscuro cuyas paredes estaban repletas de armas antiguas. Había espadas, dagas, ballestas; un verdadero arsenal muy bien conservado. Coleccionistas como los amigos de su supuesta tía habrían matado por tener una sola de esas armas. El salón de Marte, claro. El dios de la guerra en la mitología romana. —Buenos días, hermana. —La voz de Marek llegó desde el otro extremo del salón, detrás de una gran estatua de mármol blanco representando a un hombre desnudo y armado—. Estás muy madrugadora hoy, ¿no? Diane dejó su mente en blanco, como siempre, y se acercó a él. —Estaba admirando al dios de la guerra, Marte. O Ares, como lo llamaban los griegos. ¿Te gusta la cultura clásica? —añadió el vampiro. —Conoces muy bien mis gustos, Marek —recalcó ella con una ligera sorna. El aludido enarcó una ceja. —Parece que nos hemos levantado con mal pie… —¡Quiero salir fuera! —explotó Diane, apretando los puños—. ¡Estoy harta de esas salas sin ventanas! ¡Quiero ver el cielo y el sol! —Diane, cálmate. —Marek se acercó a ella y levantó la mano. —¡No me toques! —masculló ella retrocediendo. Marek la miró impasible durante un segundo y luego su mirada se suavizó. —No te voy a hacer daño, pequeña Luna. Solo quiero que te tranquilices. Empleaba un tono de voz bajo, como si estuviera intentando acercarse a un caballo desbocado. Un tono tranquilizador, pero también muy sensual como era habitual en él. Diane cerró los ojos para no mirarlo y caer rendida. Se ordenó calmarse porque de lo contrario no podría seguirle el juego.

Humildad y docilidad. Tenía que ceder para confortar su orgullo. Tenía que volver a encerrar ese fuerte carácter que vivía debajo de su fachada tímida, pero le estaba costando cada vez más. Ella era una chica libre e independiente. No una muñeca vestida lujosamente a la que dictar su voluntad. Pero, de momento, no tenía más remedio que doblegarse. —Lo siento —terció, bajando la mirada—. No aguanto más el estar encerrada, eso es todo. Marek esbozó su particular sonrisa, dado que ella no lo miraba. Sí, muy bien. Un poquito más de confinamiento y la tendría donde él quería. Ya empezaba a ceder… —Hermana, eres libre de salir al patio interior con un demonio cuando quieras. De hecho, podrás hacerlo dentro de un rato, pero antes tengo una sorpresa para ti. Diane levantó la mirada y frunció el ceño. —¿Una sorpresa? Sabes, no es necesario. Con todo lo que me has regalado ya es suficiente. Además, no me… —Diane, espera —la interrumpió él, riéndose—. Esa sorpresa te va a gustar, créeme. Marek se dirigió a una especie de cesta, que se encontraba en un rincón, y volvió con algo negro en los brazos. —Mira lo que tengo aquí —dijo enseñándole el bulto que tenía apretado contra él. —¡Lupita! —exclamó ella al reconocer a la gata que había encontrado en la terraza del piso de Sevilla y de la que Irene se había encariñado tanto—. ¿Dónde la has encontrado? —Hedvigis fue al piso a buscar algunas cosas tuyas y la encontró en una calle cercana, totalmente abandonada —explicó Marek, viendo cómo su hermana cogía la gata, que había empezado a ronronear. —Pensé que los padres de Irene se encargarían de ella, después de… —A Diane se le quebró la voz e inclinó la cabeza hacia la gata. No era el momento de dejarse vencer por sus emociones, pero el recuerdo de Irene era demasiado doloroso. Por el rabillo del ojo, vio cómo Marek se acercaba a ella para reconfortarla, y probablemente tocarla, así que se alejó rápidamente y se sentó en la silla más cercana. —Es increíble, parece que me reconoce —comentó en voz alta para cambiar de tema, en un intento de aplacar las posibles dudas de su hermano en cuanto a

su comportamiento un tanto extraño. Marek se detuvo y sonrió. Si su hermana pensaba que con solo huir podría escapar del alcance de su poder oscuro, estaba muy equivocada. Se había dado cuenta de que ella no lo dejaba tocarla, de ninguna manera. Pero eso no hacía más que retrasar lo inevitable. —Por supuesto que te reconoce. Los animales tienen la memoria de los olores y la gata reconoce el tuyo perfectamente. Marek ladeó la cabeza. —¿Te gusta mi sorpresa? —Mucho —contestó ella sin mirarlo—. Muchas gracias. —De nada, Diane. No olvides que no hay nada que no pueda darte. Nada. Ella levantó la cabeza, sorprendida por el repentino tono tan solemne, y se encontró con la mirada oscura y brillante de su hermano. De nuevo, se sintió hechizada por la promesa sensual contenida en esa mirada. Sabía que Marek no se estaba refiriendo solo a cosas materiales sino a cosas mucho más pecaminosas. Sin ninguna clase de pudor o de moral. Bajó la cabeza y se ruborizó. No podía olvidar que su hermano quería su cuerpo, nada más ni nada menos, y que nunca lo tendría. Su cuerpo y su alma pertenecían a Alleyne y a nadie más. —Hermana, no huyas de mí… —murmuró Marek tan cerca de ella que Diane se estremeció. No lo había visto desplazarse y su mano avanzaba ya hacia su rostro. Entonces levantó rápidamente la gata, que lanzó un maullido de protesta, de tal forma que la mano de su hermano se encontró con el pelaje negro en vez de su mejilla. Marek entrecerró los ojos y una expresión levemente amenazadora transformó su rostro. Ese pequeño juego empezaba a cansarlo, ya que siempre obtenía lo que quería. Diane se percató de la sutil amenaza marcada en su rostro y el miedo se insinuó en ella. Esa era su verdadera cara y su paciencia hacia ella se estaba agotando. Podía hacerle mucho daño. Pero ¿cómo podía lograr que Marek no la tocara si él no paraba de intentarlo? ¿Por qué querría tocarla a toda costa? Si al menos ella encontrara la forma de concentrar su poder para que ese contacto no la afectase tanto…; pero, de momento, no había otra solución que la de rechazarlo. Diane compuso la expresión más cariñosa que pudo.

—Gracias por cuidar de mí, hermano —le agradeció con suavidad, rezando por que fuera suficiente para calmarlo. La expresión de Marek se suavizó de nuevo. —Soy tu hermano mayor. Siempre cuidaré de ti. Algo llamó la atención de Marek y giró la cabeza hacia la puerta. Diane reprimió un suspiro de alivio. Había estado muy cerca de presenciar la cara menos amable de su hermano y de conocer, por fin, su verdadero carácter. Intuía que no le habría gustado mucho. Se sentía muy cansada de esa situación y tenía ganas de chillar para aliviar tanta tensión. No aguantaba más todas esas mentiras y esas apariencias engañosas. Ese mundo ficticio la estaba minando poco a poco. ¿Cuánto tiempo más podría fingir sumisión y docilidad? ¿Cuánto tiempo faltaba antes de que estallase como una bomba de relojería? —¿Amo? —preguntó una voz en la puerta. —Pasa, Ain —contestó Marek, sentándose en una silla cerca de la estatua. Diane dejó de acariciar a la gata para centrar su atención en el recién llegado. El animal aprovechó ese descuido para escapar y saltar encima de las rodillas de Marek, y así poder acomodarse en su regazo. Ella frunció el ceño, incómoda. No entendía por qué la actitud de la gata le molestaba, pero le parecía un comportamiento demasiado familiar hacia un supuesto desconocido, como si conociera a Marek de antes. Era absurdo pensar eso porque, cuando vivía en el piso de Sevilla con Irene, la gata siempre había sido cariñosa con los desconocidos y muy rara vez había sacado las uñas o había arañado a alguien. Pero aun así, Diane tenía la sensación de que había algo oculto detrás de esa actitud y de que Marek y la gata se conocían muy bien. Demasiado bien en realidad. —Amo, te he traído lo que me has pedido —dijo Zahkar entrando en el salón con un abrigo ribeteado de piel blanca y con capucha en las manos. —Muy bien, Ain. Pero no te vayas: tú te encargarás de la Princesa. —Sí, Amo —asintió el vampiro con una inclinación. Diane lo observó detenidamente mientras se acercaba a ella y sostenía el precioso abrigo para que ella se lo pusiera, sin intentar tocarla. Al contrario de Marek, a Zahkar no parecía agradarle el hecho de tener que entrar en contacto con ella; es más, evitaba hacerlo por todos los medios. Se levantó e intentó clavar su mirada en la suya, pero el vampiro eludió el contacto visual también. Sus ojos ambarinos miraron obstinadamente al suelo, lo

que avivó la curiosidad de Diane. Era curioso ver cómo su actitud difería totalmente de la de su hermano, ya que no tenía ni un ápice de engaño. Su frialdad indicaba muy bien que no le gustaba su presencia. Pero aun así, Diane no se sentía totalmente rechazada por él. Era totalmente incomprensible… Vestía enteramente de negro, con esa peculiar túnica oriental, y estaba quieto, a la espera de nuevas órdenes. ¿Qué secretos escondía en su interior? ¿Y por qué a ella le parecía tan fascinante? Se abofeteó mentalmente. ¿No tenía ya suficientes problemas como para hacerse preguntas estúpidas que no servían de nada? Tenía que acallar su curiosidad innata y cernirse a su plan. —¿Estás lista para salir? —preguntó Marek sin levantarse. —¿Esto significa que él puede salir a la luz del sol? —inquirió Diane sorprendida, señalando a Zahkar. —No, no puede. Marek se levantó y se acercó a ella con una gracia felina. Diane hizo todo lo posible para no retroceder, consciente otra vez de la sensualidad extrema que parecía evaporarse del cuerpo de su hermano. Un ser magnífico y peligroso. Terriblemente peligroso… —Zahkar te conducirá hasta la puerta del patio interior. El demonio Caym te espera fuera y él se quedará en la puerta para esperarte. La mirada de Marek encontró la de su fiel servidor y los ojos del vampiro se volvieron tan brillantes que una imagen cruzó la mente de Diane como un rayo. Una imagen del pasado, tan fuerte e íntima que ella se sonrojó y desvió la mirada. Al parecer, a su hermano le gustaban tanto las mujeres como los hombres y a Zahkar no le importaba participar en sus juegos… Era más que sumisión por parte del vampiro. Era devoción absoluta. Y Marek lo sabía perfectamente y utilizaba toda esa devoción y ese amor a su favor. Diane volvió a tener el pensamiento absurdo de que Zahkar era una víctima de su hermano, lo que era ridículo dado que el vampiro tenía más la apariencia de un verdugo que de una víctima. —Hermana… Marek se acercó un poco más, interrumpiendo sus pensamientos. Entrecerró levemente los ojos y la capucha del abrigo blanco cayó sobre la cabeza de Diane, escondiendo su pelo castaño. —Disfruta de tu paseo al sol —murmuró con una sonrisa.

—Gracias… —balbuceó ella, tras acomodar la capucha alrededor de su cara para no mirarlo a los ojos. ¡Dios! No quería enojarlo, pero cada vez que lo miraba se sentía hipnotizada por esa mirada tenebrosa y sentía que sus firmes resoluciones se esfumaban. Mejor no mirarlo. Marek lo dejó estar porque sabía que no podría huir eternamente y salió del salón de forma normal. Si había podido aplastar al Príncipe de los Draconius, su hermana no iba a tener mejor suerte si seguía resistiéndose por más tiempo. El momento había llegado. Muy pronto, Diane sería suya… Diane siguió a Zahkar por el oscuro pasillo, iluminado de vez en cuando por una antorcha como en los antiguos castillos medievales. No había electricidad en el palacio de Marek. En realidad, no había nada proveniente del mundo moderno. Su hermano seguía anclado en el pasado, a diferencia de Gawain y de los demás. Se concentró en la espalda del vampiro para no pensar en sus amigos. Este se movía a velocidad humana para que ella pudiera seguirlo con facilidad, pero sin hablarle. No le había dicho ni una sola palabra desde que habían salido del salón de Marte. Así que se dio contra él cuando se paró bruscamente. —Es aquí —dijo Zahkar señalando una puerta de hierro en el fondo—. Caym os espera fuera. El vampiro se cruzó de brazos, a la espera de que ella se fuera, y se quedó en la penumbra. En vez de salir, Diane se plantó delante de él y buscó su mirada. —No te gusto, ¿verdad? —preguntó con rotundidad. A lo mejor estaba jugando con fuego, pero le daba igual. Prefería la brutal honestidad a la hipocresía reinante, incluso si resultaba peligroso para ella. Al cabo de un rato silencioso e incómodo, Diane pensó que el vampiro no iba a contestarle y se sintió un tanto decepcionada. Había esperado otra cosa de él; más franqueza debido a su actitud fría. Sin embargo, Zahkar ladeó la cabeza y la miró a los ojos. —No estoy aquí para opinar —contestó suavemente. Diane observó atentamente ese rostro y esos ojos tan enigmáticos y algo se removió en ella. La extraña conexión volvió a surgir, como si su alma y la del vampiro hubiesen entrado en contacto, y vio todo el dolor y el sufrimiento que contenía. Sufrimiento por estar obligado a hacer el mal. Dolor por querer de forma incondicional a un ser malévolo e irresistible.

—¿Tanto lo quieres, Zahkar, que estás obligado a sacrificarle una y otra vez tu alma? —Los ojos de Diane brillaron con una luz abrumadora y levantó la mano como si fuese a tocarlo. Ella sintió cómo su poder crecía y su aura plateada empezó a envolverla. Podía salvar a Zahkar. Quería salvar a Zahkar; salvarlo de sí mismo. Él había matado por amor. Se había entregado por completo a la persona equivocada, convirtiéndose en su sombra. Su alma se lo gritaba, pero su corazón no quería escuchar. No era un ser malvado por naturaleza. Era un ser dividido entre la luz y la oscuridad. Y ella tenía el poder de salvar su alma. Zahkar se tensó cuando sintió el calor reconfortante que provenía del poder de la Doncella; un calor que intentaba penetrar en él y ahondar en su alma. ¡Maldición! Sabía que era demasiado peligrosa y que esa aparente debilidad no era más que una fachada. Sabía que su Amo era astuto y que siempre se salía con la suya, pero la estaba subestimando demasiado. Tenía que actuar ya o esa cría iba a destruirlos a todos. Al parecer uno de sus poderes era la empatía porque él sentía cómo su voluntad iba cediendo lentamente y cómo empezaba a agradarle ese calor reconfortante. Si la Doncella lograra tocarlo, se convertiría en su más fiel defensor y comería de su mano, como esos dragones de la liturgia cristiana domados por las santas vírgenes. Zahkar visualizó la imagen de su dios y Amo para romper el contacto con Diane y escapar de su poder. —¡Lo quiero más que a mi alma! —espetó con furia contenida, lanzando un destello dorado con los ojos antes de retroceder. Diane dio un paso hacia atrás y parpadeó varias veces. Sintió cómo su poder volvía a encerrarse en su interior y comprendió que Zahkar había rechazado su mano tendida. No quería su ayuda. No le interesaba su salvación. Pero su alma decía otra cosa… —El demonio os espera. —El vampiro miró la puerta pesada y esta se abrió un poco, dejando pasar un rayo de luz al lado opuesto de donde él se encontraba. Diane le dedicó una larga mirada, a pesar de que no podía ver su rostro porque se había vuelto a poner entre las sombras. «Esto no ha terminado», pensó con absoluta determinación. Si era tan poderosa para hacer el bien, era su deber salvarlo a pesar de su rechazo. Era su responsabilidad.

Ahora empezaba a comprender lo que su padre había intentado explicarle sobre el equilibrio y sobre su papel determinante. Y lo más importante era que empezaba a actuar conforme a ese rol marcado por el destino. —Me quedaré aquí esperando —murmuró Zahkar en la oscuridad, mientras Diane salía fuera y la puerta volvía a cerrarse sola. Ella no dejó de observar la puerta mientras esta se cerraba, pensando en el paralelismo que había entre las palabras del vampiro y su situación. Ella volvía a salir a la luz del día y él se quedaba en la oscuridad, esperando, en alguna parte de su alma, ser rescatado. Se prometió a sí misma que si lograba escapar de Marek, intentaría romper la terrible atracción que ejercía sobre Zahkar para salvarlo. Aunque primero tendría que salir de ese palacio y la cosa no parecía muy fácil de hacer. Estaba siendo más vigilada que uno de los valiosísimos cuadros de su pretendida tía… Agnès. No había pensado mucho en ella, la verdad, y no le había preguntado a Marek qué relación tenía con todo ese asunto. Pero preguntarle algo a su hermano era una tontería ya que no se podía saber si la respuesta era la verdad o una sarta de mentiras. Diane giró la cabeza y tuvo que taparse los ojos por la intensa luz del día puesto que sus ojos ya no estaban acostumbrados a tanta luminosidad. Entre el momento de su prolongada inconsciencia y la semana pasada de confinamiento, llevaba un mes sin ver la luz del sol. ¡Normal que se mostrara un tanto irritable! Le faltaban los rayos de sol y respirar el aire puro del exterior. Y ninguna vela, o toneladas de velas, podían recrear la luz solar. Bajó la mano y abrió poco a poco los ojos para poder echar un vistazo a su alrededor. El patio interior conducía a un jardín a la francesa rodeado por un gran bosque, y debía haber nevado mucho durante esa semana porque todo estaba cubierto por un manto blanco, salvo por donde ella pisaba. Diane echó una mirada circular y pudo comprobar que el palacio no estaba completamente rodeado por el agua. Pero era igual de infranqueable: por delante, había una especie de lago y, por detrás, estaba ese bosque que no parecía tener fin. Sería toda una hazaña poder salir de ahí sin ayuda… Respiró varias veces y un pequeño vaho salió de su boca. El aire era gélido, pero, curiosamente, no tenía frío. Se encaminó hacia el jardín, observándolo todo con intensa acuidad y preguntándose dónde estaría el demonio encargado de su vigilancia. Pero mejor no pensar en él de momento y disfrutar de su paseo.

A pesar de todo, Diane se sentía feliz por poder pasear fuera y mirar otra vez el cielo, que hoy era de un azul intenso. Tenía ganas de correr y de gritar como si hubiese recobrado la libertad; incluso si solo era una ilusión. Cerró los ojos y ofreció su cara al sol invernal y se quedó así durante un buen rato. Luego dio un largo paseo, sin que el demonio se manifestara, y llegó hasta una pequeña fuente central, totalmente congelada, que le recordó a las fuentes del palacio de Versalles. Sin lugar a duda, a su hermano le gustaban el lujo y la ostentación, y sabía rodearse de las cosas más exquisitas. Un poco como Agnès… Se sentó en el borde de la fuente, que no tenía nieve, procurando no mojar sus delicados zapatos de brocado, y tocó el hielo con la mano. Le vino a la mente lo que había pasado con Zahkar. Por eso el vampiro no quería tocarla, porque él también había percibido esa extraña conexión entre ellos dos. Ella solo había sentido algo parecido, y muy diferente a la vez, con Gawain. Con el fiel aliado de su padre, había tenido la impresión de conocerlo desde siempre mediante la sangre que compartían. Pero con Zahkar, no había sangre de por medio. Era alma contra alma. Una tristeza repentina la invadió. Su alma y su corazón en ese momento no necesitaban a Zahkar. Necesitaban desesperadamente a Alleyne. Diane se tapó los ojos para no llorar. ¡Dios! ¡Cómo lo echaba de menos! Era como un dolor físico, como si le hubiesen arrancado el corazón; como si le faltase su otra mitad. Nunca hubiese pensado que se pudiera llegar a sufrir tanto por amor, y ni siquiera podía pensar abiertamente en él por miedo a que leyesen sus pensamientos más íntimos. Le daba igual que él se mostrara igual de indiferente como la última vez que lo había visto, con tal de volver a verlo. Se volvía a sentir dividida entre su razón y su corazón. Su razón le decía que no era un buen momento para pensar en él, porque tenía que centrarse en encontrar un medio para salir de allí. Pero su corazón lo añoraba demasiado. —Alleyne, te necesito tanto… —murmuró llevándose las manos a la boca. De repente, el medallón empezó a vibrar con fuerza. ¡Diane! ¡Diane! ¿Dónde estás? Diane soltó una exclamación y se enderezó. ¡Era la voz de Alleyne! ¡Acaba de oír la voz de Alleyne! Se levantó frenéticamente y agarró el medallón, que seguía vibrando. La estaba buscando y, a lo mejor, estaría cerca de allí. Tenía que entrar en contacto

con él, pero ¿cómo? La única posibilidad era intentar utilizar el medallón porque si hablaba en voz alta o si pensaba en él, Marek lo captaría. Cogió el medallón con las dos manos e hizo el vacío en ella. Se concentró en mandar imágenes de todo lo que había visto hasta ahora para que pudieran localizarla. Sintió que una inmensa paz invadía todo su ser y empezó a vislumbrar una imagen borrosa que, poco a poco, fue precisándose. Era Alleyne. Alleyne con una vampira morena de belleza exótica que no conocía. Estaban hablando y él parecía muy tenso… —¡Puedo sentir su presencia! —Tranquilízate, Alleyne. Concéntrate en no perderla para que yo pueda localizarla. —¡No puedo, Vesper! ¡Algo está bloqueando mi poder! —Tranquilo, tranquilo… —¡No! ¡No! ¡La estoy perdiendo! ¡Diane! ¡Diane! Una enorme sombra negra pasó y rozó a Diane con fuerza, de tal forma que esta se cayó sentada sobre el borde de la fuente y dejó de agarrar el medallón. La imagen de Alleyne y de Vesper se desvaneció por completo, dejándola un poco aturdida. ¡Maldición! Había estado muy cerca. ¿Qué extraña cosa la había rozado? Diane se levantó y miró a su alrededor, dispuesta a encontrar una respuesta. Entonces oyó el potente y desagradable graznido de un cuervo muy grande, situado cerca de ella. A ella nunca le habían gustado mucho esos pájaros y ese, al igual que el lobo negro, la estaba observando minuciosamente. El único punto positivo de ese episodio, por llamarlo así, consistía en que ahora tenía la prueba definitiva de que Marek mentía y de que era la cautiva de su hermano. ¿Por qué, si no, Alleyne la estaría buscando desesperadamente, desobedeciendo las órdenes del Senado? Eso no tenía sentido, conociendo a Alleyne. Diane esperaba no haberlo puesto más en peligro. Ahora, tendría que tener más cuidado que nunca; empezando por ese bicho… Miró al cuervo que seguía observándola con esas dos perlitas negras que le servían de ojos. ¿Sería eso el demonio? Como respuesta, el cuervo volvió a lanzar un graznido y voló hasta aterrizar sobre el puño cerrado de un desconocido, situado un poco más lejos. —Buenos días, Princesa —dijo el ser vestido de negro, con una voz tan desagradable como el graznido del cuervo.

Diane se giró hacia él y sintió un escalofrío cuando el desconocido levantó la cabeza de tal modo que ella pudiera ver su cara, parcialmente tapada por la sombra proyectada por el ala de su gran sombrero negro. —Soy el demonio Caym y espero que mi amigo Mitzra no haya interrumpido vuestro… paseo. —El recién presentado empezó a acariciar al cuervo—. Lo veo todo gracias a él. Absolutamente todo… Caym soltó una carcajada siniestra, muy acorde con su terrible aspecto. El demonio era espantoso, como si hubiese salido de una pesadilla. Era alto y muy delgado, y llevaba una larga capa negra que hacía juego con su sombrero y su largo pelo lacio. Pero lo peor era su rostro: la parte izquierda de su cara estaba enteramente quemada, incluido el ojo, y la otra parte presentaba horribles cicatrices en la mejilla y alrededor del ojo de pupila blanca. Como colofón final, sus dientes eran puntiagudos como los de un tiburón dispuesto a atacar. —No parece que os agrade lo que estáis viendo, Princesa —se rio Caym, enseñando más los dientes. —¿Puedo pasearme sola o necesito la aprobación de tu cuervo? —replicó ella con altanería. ¡Si pensaba asustarla con su aspecto, andaba listo! Diane había dejado de asustarse con facilidad. La hermosura diabólica de su hermano le parecía mucho más temible que el espantoso aspecto de ese pobre demonio. Mucho más temible y peligrosa… Caym compuso una mueca extraña, como si se hubiese sorprendido de que ella no le tuviera miedo, y el cuervo hizo un ruidito. Diane se quedó mirándolo fijamente para subrayar el hecho de que su cara le traía sin cuidado. —Podéis pasear por el jardín —soltó finalmente el demonio—, pero no debéis adentraros en el bosque. Es peligroso. —¿Más peligroso que estar contigo? —exclamó ella con ironía, antes de darse la vuelta y de alejarse de la fuente y del demonio. El cuervo soltó un graznido que sonó un tanto amenazador. —Es cierto, Mitzra —murmuró Caym, acariciando su cabeza—. Parece que el inocente corderito no es tan complaciente como lo pintan y que sabe morder. Pero, afortunadamente, nadie podrá sacarla de aquí, por mucho que intenten comunicarse con ella. Diane se alejó lo más posible, evitando pensar en lo que acababa de ocurrir. Lo más probable era que el demonio hubiese captado algo. No era tan ingenua como para pensar lo contrario.

Dios. Era imposible salir de allí. Era imposible comunicarse con sus amigos. Miró a lo lejos, hacia los árboles inmensos y cubiertos de nieve que componían el bosque. ¿Qué habría allí? ¿O era solo una treta para que ella no se acercara? Suspiró y decidió volver a caminar puesto que el cuervo se había separado de su amo y volvía a acercarse a ella. ¡Qué incordio! Empezaba a aborrecer cierta clase de animales, tipo cuervo o lobo negro. De momento, solo la gata se salvaba. Un ligero soplo de aire gélido empezó a correr por las avenidas nevadas del jardín, pero Diane seguía sin tener frío. De hecho, era un poco extraño ya que no llevaba guantes y sus zapatos eran demasiado finos para ese tipo de paisaje. Era como si hubiese perdido la noción del frío o del calor, como si las funciones vitales de su cuerpo se hubiesen modificado. Se miró las manos y comprobó que su color seguía siendo normal. Demasiado normal, en realidad, para un ambiente tan gélido. ¿Su cuerpo estaría cambiando? ¿Se estaría volviendo más resistente y menos… humano? Le daba miedo perder lo que le quedaba de humanidad por culpa del despertar completo de sus poderes, pero no tenía elección si quería salir de esa cárcel dorada: tenía que activarlos y manejarlos cuanto antes. Aunque seguía sin saber cómo hacerlo… En ese momento recordó las palabras de Yanes cuando le había dicho que Roma no se había hecho en un solo día. Sí, pero ella necesitaba hacerlo ya. Llegó al final de una de las avenidas y decidió sentarse en uno de los bancos de piedra, que no tenía nieve por encima, para observar y reflexionar. Bueno, podía pensarlo justo aquí. Pasó un buen rato en silencio, escuchando el ruido que hacía el viento en las copas de los árboles y cómo mecía su capucha. Debía llevar horas fuera y el hambre tampoco se hacía sentir: otra función vital que estaba perdiendo, pero, de momento, seguía teniendo un sueño normal. ¿Sería por culpa del confinamiento? Decidió mirar al sol para calcular cuánto tiempo había transcurrido desde su salida, pero oyó un leve ruido detrás de ella. Se dio la vuelta despacio y se encontró con una pequeña ardilla levantada sobre sus patas traseras, que movía el hocico. —No tengas miedo… —murmuró Diane, inclinándose para tocarla. Se sorprendió mucho cuando vio cómo el animalito se quedaba quieto y se dejaba acariciar. Le había pasado algo parecido con los caballos que había en la

finca de Cassandrea. Al parecer, tenía un don con los animales; salvo con los horribles lobos y cuervos, claro. Sin previo aviso, la ardilla se tensó y se escapó corriendo hacia el bosque. Diane se percató de que había una sombra en el cielo y de que era eso lo que había asustado al pequeño roedor. Se alejó del banco de piedra para ver de qué se trataba y escrudiñó el cielo. La sombra pertenecía a una magnífica águila, de plumas marrones y blancas, que estaba describiendo perfectos círculos en el aire; lo bastante cerca como para estar visible. Diane se quedó maravillada mirándola. Nunca había visto a un águila desde tan cerca y era impresionante. El ave majestuosa parecía estar buscando algo… Otra sombra más pequeña cruzó su campo de visión y volvió a rozarla con fuerza. Ella levantó las manos en un acto reflejo y se echó para atrás. —¡Dichoso pájaro! —exclamó furiosa cuando se dio cuenta de que se trataba otra vez del cuervo. El ave le respondió con un graznido atronador que sonó igual de furioso. —El paseo ha terminado. Tenéis que entrar en el palacio, ¡ya! —lanzó Caym tras salir de la nada. —Pero ¿por qué? —preguntó Diane frunciendo el ceño—. Si todavía no… El cuervo la interrumpió con varios graznidos y empezó a batir las alas con furia, sin dejar de observar al águila. —¡Ahora, Princesa! —ladró el demonio con enojo, haciendo una mueca grotesca. Hizo un movimiento para cogerle el brazo, pero los ojos de Diane relampaguearon con un destello plateado. —No me toques —le ordenó con una voz muy dura—. Puedo ir yo sola. Caym abrió la boca, perplejo, pero se hizo a un lado para dejarla pasar. Diane se encaminó hacia la puerta de hierro y comprobó por el rabillo del ojo que el águila seguía volando en el cielo. Una idea absurda nació en ella, como la débil llama de la esperanza. ¿Y si estuviera buscándola a ella? Si el lobo o el cuervo parecían estar al servicio de los sirvientes de Marek, ¿podría el águila ser una enviada de algunos de sus amigos? No parecía tan absurdo después de todo. El demonio se había puesto bastante nervioso cuando la había visto en el cielo. Diane intentó retrasar lo más posible el momento de llegar ante la puerta porque temía volver a estar encerrada en el palacio. No sabía cuánto tiempo iba a

pasar antes de poder volver a salir. Finalmente, levantó la mano para tocar la puerta, pero esta se abrió sola. Entonces, ella suspiró y entró con resignación. Cuando la puerta se cerró a su espalda, el pasillo estaba más oscuro que antes puesto que había menos antorchas encendidas. De hecho, había muy poca luz para orientarse. —¿Zahkar? —llamó con vacilación. El vampiro no le contestó y el pasillo se quedó en silencio. Diane pensó que estaba sola, pero, al segundo siguiente, sintió una presencia detrás de ella. Una presencia que se cernía sobre ella de forma amenazadora… Supo inmediatamente de quién se trataba y luchó por no pensar en nada y por mantener el miedo a raya. —¿Te ha complacido el paseo, hermana? —susurró la voz de Marek a su oído, con esa mezcla tan particular de sensualidad y de amenaza—. ¿Has encontrado todo lo que buscabas? Ella intentó respirar lo más tranquilamente posible. —¿Te refieres a que había mucha luz, mucha nieve, un pájaro estúpido y un demonio grotesco? —ironizó con voz firme. Marek se desplazó con suavidad, como si se hubiese convertido en una letal serpiente, y se puso delante de ella bloqueando su visión. Diane no levantó la cabeza para mirarlo a pesar de que sentía cómo el miedo se insinuaba en ella. Su hermano sabía lo que había pasado en el jardín, pero ella prefería morir al hecho de desvelarle que le tenía miedo. Él puso sus manos sobre el borde ribeteado de piel de su capucha, alrededor de su cara, y le levantó la cabeza con suavidad. —Pequeña Luna… —murmuró, bajándole la capucha lentamente para clavar su mirada oscura en la suya. Diane levantó la barbilla con coraje y logró ver, en la tenue luz, cómo la boca de Marek se estiraba en una sonrisa de depredador haciendo brillar sus colmillos blancos y largos. Algo pasó por su mente, un recuerdo sacado de la imagen de uno de sus primeros libros sobre leyendas antiguas: la imagen del sacrificio de la princesa, ofrecida al mal para salvar a su pueblo. En ese momento, se había convertido en aquella ofrenda y, como ella, estaba viendo la verdadera cara del Mal; el Mal en todo su esplendor. Una serie de imágenes terroríficas cruzó su mente —escenas de torturas, asesinatos y violaciones—, y oyó los gritos agónicos de sus víctimas. Lo que

veía era peor de lo que había visto en la mente de Oseus. La locura de su hermano era mucho más grande que la suya. Mucho más abominable. El Bien y el Mal frente a frente. La luz y la oscuridad. Las dos caras antagonistas del principio del equilibrio universal. Diane tuvo la impresión de que su ser se escindía en dos: por una parte, tenía demasiado miedo y se veía demasiado débil como para poder actuar frente a tanta maldad; y, por otra parte, sentía cómo su inmenso poder se despertaba otra vez, invadiendo cada célula de su ser. No, no podía dejarlo ganar. Llevaba demasiado tiempo destruyendo y matando a inocentes. Ella había nacido para aniquilarlo. Ese era su destino. Pero seguía sin estar lo suficientemente preparada como para hacerle frente. Sin embargo, ese momento llegaría… Marek se inclinó poco a poco hacia Diane y su nariz rozó su cuello. Su cuerpo empezó a emitir un olor dulzón y penetrante en oleadas oscuras y, antes de que ella estuviese totalmente envuelta en su poder y no pudiese hacer nada, otra serie de imágenes pasó velozmente en su mente; imágenes que ella no entendió. Vio a su madre asustada y escondiéndola en algún lugar oscuro, rogándole con desesperación que no hiciera ruido. Se vio a sí misma, una niña muy pequeña, sentada al lado del cuerpo sin vida de su madre y levantando la mirada hacia su padre, cuyo rostro reflejaba todo el horror y el dolor del mundo. Pero lo más curioso de esa visión fue ver al vampiro Gabriel, tan rubio y angelical como siempre, detrás de su padre, como si hubiese llegado con él. ¿Qué hacía Gabriel con su padre? ¿Y quién había matado a su madre? Diane no tuvo tiempo de preguntarse más cosas. Sintió unos brazos invisibles inmovilizarla y percibió nítidamente el poder oscuro y letal que salía del cuerpo de su hermano, como si fuesen tentáculos que querían aplastarla. Una voz sensual y ronca empezó a murmurarle algo al oído y se coló en su cerebro, repitiendo una y otra vez el mismo mensaje Entrégate a mí. Cierra los ojos y entrégate a mí… Sintió que su cuerpo se relajaba y que sus párpados pesaban cada vez más. Tenía calor y le dolía la cabeza. Quería cerrar los ojos y que alguien le quitara el maldito vestido. ¡Despierta, pequeña Luna! ¡Despierta! El medallón vibró y Diane abrió los ojos, con la mente totalmente despejada de nuevo. Vio el rostro hermoso y sensual de su hermano, situado a escasos centímetros de la vena de su cuello, convertido en una máscara espantosa:

pequeñas venas oscuras surcaban su cara y el blanco de sus ojos se había vuelto totalmente opaco, y su boca se abría desmesuradamente sobre unos colmillos larguísimos y afilados como hojas de cuchillo. Diane soltó un grito de terror y lo empujó con la fuerza de su mente, propulsándolo lejos de ella. Marek consiguió no estrellarse contra la pared y se irguió lanzando un gruñido animal de puro odio y frustración, muy parecido al de un lobo. Esa pequeña zorra acababa de rebasar los límites de su paciencia. El juego había terminado. Marek la miró y le lanzó una orden mental muy potente. ¡Olvida! Diane, con el cuerpo en tensión, parpadeó rápidamente y se llevó una mano a la cabeza. Cerró los ojos una fracción de segundo y cuando los abrió de nuevo, el pasillo estaba iluminado como antes de su salida y su hermano estaba ante ella como si no hubiese pasado nada. —¿Te he asustado, hermana? —preguntó Marek con fingida preocupación—. He venido a ver cómo había ido tu paseo fuera y cuando me has visto, te has puesto a chillar como si hubieses visto a un fantasma. —El… el pasillo estaba a oscuras y no te vi venir. Lo siento —explicó ella, intentando controlar los latidos de su corazón y disimulando los recuerdos de lo que acababa de ocurrir en realidad. —¿Estás bien ahora? Diane asintió con la cabeza. —Eso me alivia. Has dado un largo paseo y será mejor que vayas a tu habitación a descansar porque esta noche tendremos un invitado muy especial. Más adelante, las sirvientas vendrán para que comas algo y para prepararte como es debido. Los ojos de Marek brillaron. —Quiero que estés resplandeciente esta noche. —Muy bien —contestó ella forzando una sonrisa. La mirada de su hermano se demoró en su rostro, estudiándolo con precisión. —Parece que el paseo te ha sentado bien y que estás de mejor humor… —Sí, estoy muy contenta de haber salido fuera —comentó Diane con su mejor sonrisa, intentando parecer relajada—. Te lo agradezco muchísimo. —No hay de qué. Hedvigis —llamó Marek sin dejar de observarla—, acompaña a la Princesa a su habitación —le ordenó a la joven vampira, que acababa de aparecer—. Nos vemos más tarde, Diane.

Marek desapareció en una nube oscura y reapareció en su habitación. Cayó de rodillas sobre el suelo de mármol y se arrancó la túnica con las dos manos, sintiendo cómo un fuego abrasador iba quemando su torso. Una furia devastadora se apoderó de él cuando observó la herida profunda provocada por el poder de su hermana. Él era un dios indestructible y esa débil ingenua había conseguido herirlo por segunda vez. —¡Maldita perra! —gritó con una rabia tremenda—. ¡Conseguiré acabar contigo de todas las formas posibles! ¡Serás mía! ¡MÍA! Dicho eso, Marek lanzó un grito aterrador. Mientras tanto, ajena a todo eso, Diane siguió dócilmente a Hedvigis por el laberinto de los pasillos hasta llegar a su habitación. No dejó de sonreír y despidió amablemente a la joven vampira, diciéndole que estaba cansada y que quería echarse una siesta antes de cenar. Cuando se quedó sola y tuvo la certeza de que nadie iba a molestarla, se dejó caer en la cama y su cuerpo empezó a temblar sin control. Se abrazó a sí misma y luchó por no llorar, pero las lágrimas se deslizaron silenciosamente sobre sus mejillas. Marek no había logrado borrar sus recuerdos. Recordaba cada detalle de lo ocurrido en el pasillo, sobre todo su cara espantosa y demoniaca. No, no había visto a un fantasma. Había visto al diablo. Y el diablo era su hermano. Diane estaba de pie frente a la chimenea, completamente vestida, y observaba las llamas del fuego. Estaba esperando a que Hedvigis viniese a buscarla para llevarla al salón donde Marek había organizado un banquete en honor a su invitado especial. Por una vez no tenía ninguna curiosidad en conocer la identidad del misterioso invitado. Se sentía demasiado nerviosa y perturbada por los recientes acontecimientos. El hecho de que Alleyne y los demás la estuvieran buscando no conseguía deshacer el nudo que tenía en el estómago. Se sentía tensa y con los nervios a flor de piel, y sabía que tenía que tranquilizarse para poder sobrevivir entre esas paredes. No se hacía ninguna ilusión. Tenía las cosas bien claras: si sus poderes no se activaban de forma definitiva en breve, no tendría ninguna oportunidad frente a su hermano.

Diane se estremeció. Había sentido su poder y había visto su verdadera cara y, aun así, no sabía si sería capaz de resistirse por más tiempo a esa extraña sensualidad que se infiltraba lentamente en ella. Ese era el poder de su hermano, un poder oscuro que minaba poco a poco las defensas y destruía la resistencia más férrea. Tenía miedo. Miedo de convertirse en Zahkar y de entregar su voluntad a Marek. Se veía demasiado impotente y débil. Acarició el medallón y pensó que no iba a poder protegerla eternamente. A pesar de contener una parte del poder de su padre, tenía sus límites y el poder de Marek lo estaba dejando fuera de combate. ¡Por Dios! Pero ¿dónde estaba el botón que activaba sus poderes? Si existía, debía encontrarlo ya porque tenía el presentimiento de que algo terrible iba a ocurrir, algo que la iba a empujar definitivamente en el precipicio de la desesperación y la locura. Se dio la vuelta lentamente y se mordió el labio con ansiedad. Tenía cierta dificultad en moverse por culpa del atuendo que llevaba. Dos horas antes, las sirvientas habían entrado con todo un arsenal de objetos y ropa para prepararla. Diane se había visto obligada por Mariska a comer un poco, a pesar de que no tenía ni pizca de hambre, y luego se había dejado bañar, perfumar, vestir y peinar como si fuese una delicada muñeca. En el gran espejo había observado el resultado de tantos preparativos con una mirada apagada y sin ningún interés. Llevaba un vestido renacentista que bien hubiera podido llevar Lucrecia Borgia: era de color marfil con diminutas perlas incrustadas en el corpiño y tenía un escote cuadrado y amplias mangas ribeteadas de hilo dorado. Unos pendientes y una diadema de perla hacían juego con el traje. Las sirvientas habían conseguido domar de nuevo su pelo rebelde y le habían hecho un complicado peinado lleno de horquillas y de perlas. Su reflejo era el de una joven y bella princesa renacentista, pero a Diane le traía sin cuidado. Estaba demasiado preocupada por lo que iba a pasar esa noche. Sí, estaba resplandeciente, tal y como quería su hermano. Y eso la llenaba de angustia. ¿Cuál era el plan de Marek para esa noche y por qué se esmeraba tanto? Al final, ella no tuvo más remedio que preguntarse quién era ese enigmático invitado por el que su hermano se estaba esforzando tanto. Diane sintió un cosquilleo en la nuca y supo que Hedvigis estaba a punto de llegar. Se giró hacia la puerta y esperó. Un minuto después, la puerta se abrió y la joven vampira hizo una reverencia.

—Seguidme por favor, Princesa —dijo ella, vestida también con un traje renacentista completamente negro. Diane sintió una oleada de angustia, pero levantó la barbilla. Sí, tenía mucho miedo, pero no era una cobarde y no estaba dispuesta a que su padre se avergonzara de su actitud. Era su heredera y la Princesa de los Némesis, e iba a demostrarlo. Siguió a Hedvigis por los pasillos, pero se dio cuenta rápidamente de que no estaban cogiendo el mismo camino. Se estaban dirigiendo a otra ala del palacio. Cogieron un pasillo diferente, lleno de esculturas de bronce y de mármol, y llegaron ante una inmensa puerta antigua de piedra. Diane se percató de que había alguien delante de la puerta, alguien vestido con una túnica negra. Hedvigis dijo algo en un idioma extraño y un símbolo apareció en la puerta, como si fuese un código para abrirla. Acto seguido, la pesada puerta se abrió lentamente y el desconocido se hizo a un lado para dejarlas pasar. Diane sintió un inexplicable escalofrío al pasar cerca de él. —¿Dónde estamos? —le preguntó a Hedvigis sin alzar mucho la voz. Empezaba a marearse y no era debido únicamente a la preocupación y al miedo. Había algo detrás de esa puerta que la estaba afectando. —Es la Sala de los Antiguos —contestó la vampira antes de entrar. Diane entró detrás de ella y vio cómo se paraba y hacía una reverencia tan profunda que su frente casi tocó el suelo. —Mi Príncipe Il Divus —saludó Hedvigis sin cambiar de posición. Marek se detuvo frente a su hermana y sus ojos la recorrieron con evidente satisfacción. —Hermana, estás… incomparable. —Marek sonrió y a Diane le pareció ver una señal luminosa indicando un peligro inminente—. Acompáñame, por favor, hasta donde se encuentra nuestro invitado. Marek se puso de lado y levantó el puño para que ella pusiera su mano encima. Diane recordó que no debía tocarlo, pero, en esos momentos, no tenía otra opción. No podía rechazar su contacto abiertamente delante de todos los vampiros reunidos en esa sala. Intentó no apoyar mucho su mano y avanzó lentamente para poder observar la sala y los vampiros. La sala era bastante grande y amplia, y decorada como si fuese un antiguo templo romano. La bóveda estaba decorada por lienzos y pinturas, y debajo de esta había un friso lleno de relieves de estuco. Unas estatuas antiguas, que representaban a diferentes dioses, estaban diseminadas por toda la sala.

Marek, al igual que todos los vampiros ahí presentes, vestía enteramente de negro. Llevaba otra vez una especie de túnica oriental, de estilo persa, muy abierta sobre su pecho blanco. Diane casi se estremeció. Era tan sensual y tentador como la serpiente del Edén que había embaucado a Eva con sus palabras. Siguió observando la sala, para no mirarlo, y se percató de que había un grupo reducido de personas que no estaban vestidas de negro. Ese grupo se encontraba a los pies de una escalera de mármol, que llevaba a un estrado con un trono. Diane se centró en ellos y reconoció al demonio Caym, con su cuervo, y al demonio rubio vestido de rojo. Había cuatro desconocidos más y todos ellos eran demonios. Demonios que estaban vigilando, como si estuvieran protegiendo a alguien. Quizás a ese hombre, o lo que fuera, que estaba de espaldas, vestido de rojo sangre y con un pie apoyado sobre una de las escaleras… Marek se detuvo ante él y todos los vampiros hicieron una reverencia al mismo tiempo. Los demonios los observaban con atención. —L, te presento a mi hermana Diane, la Princesa de los Némesis y Doncella de la Sangre —dijo inclinándose con respeto, lo que la dejó anonadada. ¿Quién era ese personaje para que Marek se inclinara ante él? Seguramente, alguien muy importante… —Así es —confirmó el desconocido en voz alta, leyendo sus pensamientos. Bajó la capucha roja que ocultaba sus rasgos, liberando así su larga melena oscura y ondulada, y se dio la vuelta hacia ella. —Bonsoir, petite Diane —dijo el desconocido en francés, con una pronunciación perfecta y una voz grave y hermosa. Diane sintió el impacto de un poder aterrador que reverberó por todo su cuerpo. Se quedó helada y tuvo la impresión de que una mano fría le apretaba el corazón. El demonio con apariencia de hombre que tenía ante sus ojos era de una belleza incomparable; la belleza de los ángeles caídos realzada por el embrujo demoníaco. Todo era perfecto en él: su cuerpo musculoso vestido de cuero rojo; su pelo larguísimo ondulado y negro; sus rasgos cincelados y sus ojos de un color entre verde y azul fulgurante que quemaban. Pero ella estaba acostumbrada a la belleza perfecta de los ángeles ya que su padre descendía de uno de ellos. Sin embargo, a diferencia de la hermosura de su padre que venía acompañada por un aura de compasión y de bondad, la belleza

de este ser estaba rodeada por un aura extremadamente tenebrosa y tan potente como el propio Caos. Era la maldad en estado puro, la maldad envuelta en una apariencia angelical. El primer ángel caído, el que no había querido inclinarse ante Dios por orgullo. Un frío intenso sacudió a Diane por completo cuando adivinó, con extraña exactitud, de quién se trataba. El Príncipe de las Tinieblas. La antigua estrella de la mañana. El ángel más hermoso jamás concebido, antes de rebelarse contra Dios. Empezaba a tener serias dificultades por respirar normalmente. Estaba delante de Luci… —Una pequeña rosa hermosa y muy lista —dijo el Enemigo de Dios con una sonrisa helada—. Pero no hace falta que pronuncies mi nombre en voz alta porque ya sabes quién soy. —Lucifer clavó su mirada en la suya y Diane se estremeció de puro miedo—. ¿Cómo decía la Biblia, ese libro inútil? Ah, sí: «Y vendrán a vosotros lobos feroces disfrazados de corderos». Muy apropiado, ¿no te parece? El Príncipe de las Tinieblas sonrió mientras que los demonios, que componían su guardia, no dejaban de observarla como si fuesen lobos hambrientos. Lobos disfrazados de corderos… Diane sintió un agudo dolor de cabeza, como si alguien le estuviese retorciendo los sesos. Un sinfín de imágenes pasó delante de sus ojos, tan rápidamente que ella no pudo centrarse en ninguna. Experimentó una terrible sensación de angustia al sentirse atrapada en un lugar donde estaba el mismísimo Diablo. Tenía que disimular, forzar una sonrisa, hacer como si no pasara nada… Pero ¿cómo se podía disimular frente a semejante personaje? Seguro que ya lo sabía todo de ella. —¿Nos sentamos, hermana? —preguntó de repente Marek. Diane bajó la vista y asintió lentamente. Reunió fuerzas para subir las escaleras y no desplomarse ante ellos. No estaba dispuesta a otorgarles esa pequeña victoria. L se sentó en el trono principal, hecho de oro, y Diane lo hizo a la izquierda de Marek. —Espero que me tengas preparadas muchas más sorpresas —comentó el ilustre invitado tras dedicarle una mirada a Diane. —Por supuesto, primo —dijo Marek haciendo una señal.

Los vampiros abrieron un espacio y aparecieron varias bailarinas orientales, muy poco vestidas, que empezaron a contorsionarse al ritmo de unos tambores y flautas, al más puro estilo egipcio. Diane no le prestó mucha atención al espectáculo, que parecía del agrado de L, e intentó meditar sobre lo que acababa de ocurrir, a pesar de que empezaba a encontrarse cada vez peor. Era obvio que su hermano había hecho un pacto con su… primo, porque, de lo contrario, no estaría allí y sus demonios no se habrían quedado con Marek. Intuía que una parte de ese pacto la incluía a ella; a ella y a su sangre. Su cuerpo, su sangre… No podía luchar contra Marek, no sabía cómo huir de ese lugar, nadie conocía su paradero. ¡Cielo santo! ¿Cómo podría ella afrontar al Señor del Infierno? Era imposible. Ella no era lo suficientemente poderosa. No podía hacer nada, era inútil. Una gran opresión se instaló en su pecho y numerosos escalofríos la recorrieron de arriba a abajo. Su frente se cubrió de pequeñas gotas de sudor. Los minutos pasaron lentamente y se convirtieron en horas. Diane tenía frío y calor al mismo tiempo, y empezaba a marearse. La cabeza le pesaba y parecía estar a punto de estallar. No se había sentido tan mal en toda su vida: era como si su cuerpo se estuviera contaminando poco a poco. Pero tenía que aguantar. No podía comportarse como una cobarde frente al Mal. Sería como traicionar a su padre. Sin embargo, cuando empezó a sentir náuseas, decidió que lo más prudente sería intentar retirarse. Si se desmayara, Marek intentaría aprovecharse de la situación, con la ayuda de su ilustre primo. —Me parece que la Princesa no se encuentra bien —intervino L, antes de que Diane abriera la boca. —Sí, mi hermana tiene mala cara —convino Marek mirándola. —¿Puedo retirarme a mi habitación? —preguntó ella con una voz apenas audible. —No veo inconveniente —le contestó L, sin dejar de observar a las bailarinas. Diane se levantó de su asiento con dificultad mientras Marek la miraba con atención. Hedvigis apareció y se inclinó al pie de las escaleras para esperarla. Mientras tanto, la música y el baile seguían, y Diane tenía la impresión de que los tambores se habían instalado en su cabeza. Respiró hondo y dudó antes de empezar a bajar. Miró a su hermano, pero hizo todo lo posible por no mirar a Lucifer. Marek asintió levemente, como despidiéndola. Entonces ella bajó lentamente las escaleras de mármol, su cuerpo sacudido por pequeños temblores.

—Que te mejores, prima —exclamó Lucifer en voz alta, en el momento en el que ella llegaba ante Hedvigis. Diane no pensó en la temeridad de su acto. Fue una reacción espontánea que nació desde lo más profundo de su ser. Un movimiento soplado por su alma. —¡No soy tu prima, Hellel, antigua estrella de la mañana! —replicó dándose la vuelta, sus ojos grises convertidos en plata fundida. El silencio se hizo en la sala y la música cesó bruscamente. Marek se enderezó en su trono, con evidente sorpresa, y los demonios sisearon y adoptaron una postura amenazante. Lucifer y Diane se afrontaron con la mirada. El medallón emitió un sonido agudo y el aura azul oscuro empezó a envolverla. —La luz es la hermana de la oscuridad, las dos caras de una misma moneda. No lo olvides, Doncella… —Lucifer siguió sonriendo, sin inmutarse ante su reacción. Los demonios se relajaron al momento y Diane hizo acopio de valor para darse la vuelta y marcharse. Atravesó la sala silenciosa, con Hedvigis detrás de ella, y los vampiros se inclinaron con respeto a su paso. Cuando llegó a la puerta de piedra, la música volvió a sonar y las bailarinas reanudaron su baile. L miró de soslayo a Marek, con un brillo perverso en la mirada. —Tómala cuando antes, primo, o no serás capaz de controlar sus poderes. No se puede jugar con la sangre de Dios. —L ladeó la cabeza y sonrió de forma siniestra—. ¿Necesitas que te eche una mano? Podría jugar un rato con ella, antes que tú… —Soy el Príncipe de la Oscuridad, ¿lo recuerdas? —lo interrumpió Marek, molesto—. Sé muy bien lo que tengo que hacer. —Estás subestimando sus poderes y el tiempo se agota, Lamiae. Su Despertar está muy cerca y hay mucha gente buscándola. ¿A qué estás esperando? Los ojos de Marek brillaron, llenos de odio. —No puedo forzarla. Se tiene que entregar a mí voluntariamente, por si lo habías olvidado. —No, no lo he olvidado. —L se inclinó hacia él y le dedicó una mirada helada y llena de peligro—. Lo que pasa es que no tengo una paciencia infinita como mi adversario, y me parece que la muchacha no está por la labor de dejarse poseer con agrado. —Hay muchas formas de engañar una voluntad. —Pues encuentra una forma ya, y arrebátale su virginidad para poder darme lo que me debes. La Puerta del Infierno no se va a abrir sola.

Marek se relajó y sonrió ante la impaciencia, conocida por todos, del Príncipe de las Tinieblas. —No tienes por qué preocuparte. Mañana por la noche beberé su sangre y obtendré sus poderes; y así, el mundo humano y la Sociedad vampírica serán nuestros para siempre. —Marek soltó una carcajada—. Mi poder oscuro es capaz de enredar a cualquiera y ha logrado neutralizar a la gran Sibila y sus visiones de futuro. Mi pobre hermana no tiene escapatoria… Lucifer guardó silencio, pero sus ojos helados brillaron de forma aún más malévola que antes.

Capítulo seis Diane apretó los dientes para no tambalearse y vomitar, y consiguió llegar hasta la puerta de su habitación. La puerta estaba abierta y las sirvientas la esperaban dentro. —Mi Señora, tenéis muy mal aspecto. ¿Puedo ayudaros? —se ofreció Hedvigis. —No… no —contestó Diane con dificultad, apoyándose contra la pared—. Déjame sola con… —vio a Mariska de refilón—, con esta sirvienta, por ejemplo. Solo quiero quitarme este vestido y descansar, ¿vale? Hedvigis observó a Mariska con atención, pero no dijo nada. —Muy bien. Llamadme si necesitáis cualquier cosa. Diane aguantó hasta verla salir de la habitación, y luego se abalanzó sobre la palangana, que acababa de traer Mariska, para vomitar. Cuando hubo terminado, la vampira rubia le pasó un paño frío por la cara y le deshizo el moño en un abrir y cerrar de ojos. Empezó a quitarle el vestido y ella se sentó en la cama y se dejó hacer, su cuerpo sacudido por ligeros espasmos. —Tengo… tengo frío y calor… —comentó en voz alta mientras Mariska la refrescaba y le ponía un camisón blanco. Sin decir nada, la ayudó a levantarse y a tumbarse en la cama. —¿Qué… qué me está pasando? —preguntó Diane, cerrando los ojos y temblando. Mariska la miró con preocupación y le acarició la mejilla con su mano fría. El cuerpo de la Princesa se estaba despertando a su verdadera naturaleza y, debido a la potencia de sus poderes, el Despertar era muy violento. No sabía si iba a poder soportarlo, a pesar de que el Príncipe de los Némesis le hubiese asegurado lo contrario. Durante mucho tiempo, se quedó mirándola. Cuando vio que los temblores parecían remitir y que la Princesa se quedaba más tranquila, se dio la vuelta para macharse. No podía arriesgarse y confirmar las sospechas de Hedvigis hacia ella. —¡No, no te vayas! ¡No me dejes sola! —Diane se agarró a su mano y la miró muy asustada—. Estoy rodeada por el Mal, no me dejes.

Una pequeña onda expansiva salió de su cuerpo y recorrió la habitación, haciendo temblar los muebles y los objetos. Mariska la miró con asombro. Nunca había sentido un poder semejante, y eso que el Despertar solo estaba empezando. Era como estar atravesando un campo de estrellas. La mirada de Diane se clavó en la suya, y sus ojos se volvieron de un tono similar al metal. —Me acuerdo…; ya me acuerdo de ti… —Mariska tuvo la sensación de que Diane estaba viendo su alma—. Te vi en la mente de la vampira que tú amas y que te ama. Te vi en la mente de E… Diane se interrumpió antes de decir el nombre, pero la vampira tocó el medallón pensando que lo iba a pronunciar. Una luz de un tono azul oscuro se proyectó alrededor de ellas, como si fuese una barrera protectora, dejándolas aisladas del resto del palacio. Mariska sintió que esa protección era mucho más potente que la anterior porque iba combinada con el poder de la Princesa. Además, Marek y sus invitados estaban demasiado ocupados con la espectacular orgía que acababa de empezar como para preocuparse de ellas. Y si rastreaban una energía particular, pensarían que se trataba de un efecto secundario del Despertar de la Princesa. —Tengo tanto miedo… —confesó Diane, soltándole la mano y recostándose contra la almohada. —Es normal —dijo la vampira, sentándose en la cama a su lado—. No todos los días se conoce al Señor del Infierno. Diane cerró los ojos y guardó silencio. —No, no es normal —dijo finalmente. Abrió los ojos y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos—. No puedo ser cobarde. La Doncella de la Sangre no puede permitirse ese lujo… —¡Oh, vamos! El hecho de que lloréis no significa que seáis una cobarde — intentó consolarla Mariska. No soportaba verla sufrir por algo que no había elegido—. Vuestro cuerpo está cambiando y eso asusta a más de uno. Además, ¿alguien sería capaz de encararse con el mismísimo Diablo como vos lo habéis hecho? Diane hizo una mueca. —No me lo recuerdes. ¡Estoy completamente loca! Mariska sonrió con dulzura. —No, sois digna de admiración. Ella la miró con agradecimiento y sintió que esa vampira podría llegar a ser una buena amiga. Era tan dulce y serena, todo lo contrario de Eneke.

—¿Así que tú eres su amada compañera? Mariska asintió con una dulce sonrisa. —Espero que no estéis demasiado escandalizada por este hecho, Princesa. Sé que la sociedad humana no ve con buenos ojos que dos hombres o dos mujeres estén juntos, y recuerdo su intransigencia al respecto. —Solo los humanos más conservadores piensan eso —afirmó Diane, pensando en su amigo Miguel—. Para mí, y para muchos otros, el amor es lo más importante y da igual que uno se enamore de un hombre o de una mujer, mientras que su amor sea correspondido. —La miró con atención—. Lo único que me pregunto es, ¿cómo un ser tan dulce y razonable como tú puede aguantar a una vampira como ella? Mariska se rio. —No es tan insoportable como aparenta. Es solo una fachada para protegerse de los demás, os lo aseguro. —¿Sabe que estás aquí, conmigo? —preguntó Diane con preocupación. Conocía el carácter impredecible de Eneke y había visto cuánto amaba a Mariska. —Sabe que he desaparecido, pero no sabe dónde estoy. —Vaya… —Diane resopló—. ¡No me gustaría estar en el lugar de Gawain en estos momentos! —Sí, bueno; el Laird sabe cómo controlarla y le tiene mucho afecto. —Sí, y mucha paciencia… Diane cerró los ojos y suspiró. —¡Cuánto les echo de menos a todos! —En particular a Alleyne, ¿verdad? Diane abrió los ojos y la miró con tristeza. —Sí. Lo amo tanto como tú amas a Eneke. —No os pongáis triste, mi Señora. —Mariska le apretó la mano con delicadeza—. Volveréis a verlo, os lo prometo. Ella le sonrió, pero su expresión cambió cuando el dolor regreso a su cuerpo y volvió a sentir frío y calor. —¿Este proceso dura mucho? —preguntó, respirando con dificultad. —No lo sé, nunca he asistido a un Despertar. De hecho, sería mejor que me marchara ya que podría alterar el proceso con mi energía. —¡No, no, por favor! ¡No quiero estar sola! —Diane apretó su brazo con desesperación—. Quédate conmigo. Cuéntame… cuéntame cualquier cosa. Por ejemplo, ¿cómo conociste a Eneke?

Mariska la recostó con delicadeza. —Tenéis que respirar más profundamente —le indicó, tocándole la mano para darle ánimo. Diane obedeció e intentó no pensar en el dolor que se expandía por todo su cuerpo—. La conocí en Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial. Yo era una joven judía polaca detenida por los nazis y lista para ser enviada a un campo de concentración. Como era muy guapa, iban a convertirme en una de las numerosas prostitutas que albergaba el campo. De hecho, esa misma noche los guardias iban a violarme para enseñarme mi futuro trabajo… Diane la miró con horror y se avergonzó de sus quejas de antes. —Pero un milagro ocurrió esa noche —siguió Mariska—. Una mujer alta y rubia con unos ojos brillantes entró en el edificio en el que estaban retenidas decenas de familias, incluida la mía, y mató a todos los nazis para liberarnos. Luego, nos llevó a un lugar seguro, con la ayuda de otros seres tan hermosos como ella, y consiguió salvarnos. Mariska se quedó en silencio, recordando su primer encuentro con Eneke. Los soldados nazis la mantenían en el suelo, después de abofetearla varias veces. Le habían arrancado la camisa y uno de ellos se disponía a violarla, entre risas e insultos a su condición de judía. Mariska ya no tenía voz para poder chillar. Había gritado demasiado cuando los soldados le habían dado una paliza a su padre porque se había puesto delante de ella para que no se la llevaran. Uno de ellos se había cansado de darle patadas a su anciano padre y le había pegado un tiro en la cabeza. Había muerto delante de sus ojos. Ahora, solo le quedaban las lágrimas y el dolor. El dolor y el miedo; un miedo atroz que nacía en sus entrañas. El soldado le abrió más las piernas y ella cerró los ojos para no ver su cara. Se preparó para sentir dolor, pero no sintió nada. La luz se fue y cuando volvió, estaba libre y los soldados yacían muertos en el suelo, desnucados. Mariska se incorporó con dificultad y miró sin entender a la mujer alta y rubia que estaba delante de ella. Era el ser más extraño y bello que jamás había visto. Su piel era extremadamente blanca y sus ojos brillaban como dos zafiros. Parecía el ángel de Abraham. ¿Acaso Yahvé se había apiadado de ella y había mandado a alguien? ¿Por qué querría salvarla, después de dejar morir a tantos inocentes? No, todo eso era una ilusión. Los soldados estaban abusando de ella y ella había huido a un mundo de fantasías para no afrontar lo que estaba pasando en realidad.

Mariska se sumó en un estado cercano a la locura. Sonrió al ángel rubio y se dejó llevar a un lugar seguro, convencida de que estaba soñando. Eneke le habló en polaco con dulzura y cubrió su desnudez. Limpió la sangre de su cara y la cogió en sus brazos. La apretó contra ella, con inmensa ternura, y se aseguró de que estuviera a salvo. Cuidó de ella durante meses y después la convirtió para evitar que el dolor y la muerte volviesen a alcanzarla. Mariska no tenía nada que perder. Habían destruido su casa y matado a toda su familia. Se salvó del horror humano y encontró un amor fuera de lo normal, en todos los sentidos. Eneke se convirtió en su amiga, su amante, su única familia. Y Mariska nunca tuvo remordimientos de haber bebido su sangre. —Recuerdo que cuando yo era humana —dijo ella, volviendo al presente—, mi único sueño era casarme con un hombre, elegido por mi padre, y tener hijos. Nunca pensé que podría enamorarme de una mujer, y menos aún de un ser tan extraño como una vampira. No podía imaginar lo que me deparaba el destino. — Mariska le dedicó una larga mirada—. Nuestro futuro es incierto y solo hay dos opciones frente a él: aceptarlo sin más o luchar para cambiarlo. La vampira rubia se inclinó hacia Diane. —Yo acepté mi destino porque no podía luchar contra él. Acepté seguir a una vampira, vivir con ella y amarla; acepté convertirme en uno de ellos. Y no me arrepiento porque mi futuro eran la humillación y la muerte. —Le cogió la mano —. Pero vos, Princesa, tenéis la fuerza y el valor suficiente para cambiar el futuro. Tenéis que luchar contra la Oscuridad y contra vuestro Despertar para que vuestros poderes no os maten. Tenéis que aniquilar a Marek. Ser victoriosa, ese es vuestro destino. Diane sentía tanto dolor que tenía ganas de llorar, y se odiaba por ello. —¿Y si no tengo el valor suficiente? —preguntó entre jadeos. —Lo tenéis —afirmó la vampira—. Y me siento muy honrada de poder ayudaros. Os parecéis mucho a vuestro padre. Diane, asustada y rota por el dolor, no pudo aguantar más y rompió a llorar. Se incorporó y buscó consuelo en los brazos de Mariska. La vampira la abrazó con ternura y sintió la misma conexión que con el Príncipe de los Némesis. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ella. Un sentimiento desconocido de protección creció en ella. Eneke siempre la había protegido, pero ahora, ella sentía la necesidad de proteger a Diane. No dejaría que le hicieran daño. —Podéis contar con mi amistad, Princesa… —murmuró suavemente.

Se acercó a su oído y empezó a canturrearle una nana en polaco para tranquilizarla, tal y como hacía su abuela con ella cuando era humana. Diane cerró los ojos y, a pesar del dolor constante, se tranquilizó poco a poco. Se dejó llevar por la voz suave de Mariska y una serie de imágenes atravesó su mente: vio a la vampira siendo una niña pequeña jugando en los prados verdes de Polonia, la vio a manos de los soldados nazis y cómo Eneke se la había llevado para ponerla a salvo, vio el amor absoluto que existía entre ellas y el cambio de carácter de la vampira a su contacto. No había amor más bello ni más fuerte. Un amor que iba en contra de todas las convenciones, pero no existía norma capaz de encerrar un amor así. Eneke estaría desesperada por encontrarla, al igual que Alleyne con ella. Bueno, eso era lo que esperaba: que él no la olvidara al no conseguir encontrarla. De repente, Diane sintió un dolor agudo en el pecho y algo pasó en su mente e hizo desaparecer las hermosas imágenes. La visión de una mirada malévola, observándolas y espiándolas, interrumpió el momento de paz. Era la mirada de Hedvigis y sus sospechas acerca de Mariska se estaban confirmando. No podía dejar que la vampira rubia pagase caro su ayuda. Tenía que salir de esa habitación cuanto antes. —Me… me siento mejor —mintió, volviendo a acostarse—. Deberías irte antes de que sospechen demasiado de ti. Será mejor que no vengas mañana, para disimular. —Sí, es una buena idea —asintió Mariska, acomodando la manta para taparla porque volvía a tener frío—. Pero me pasaré de todas formas para asegurarme de que estéis bien. No me importa poner mi existencia en peligro por vos. —No digas eso —soltó Diane, cogiéndole la mano—. No permitiré que te pase algo por mi culpa. Mariska sonrió y le devolvió el apretón de manos. —Nadie conoce su destino, Princesa. Mañana seréis otra persona. Una persona mucho más poderosa. La vampira le acarició la mano y tocó el medallón para desactivar la barrera de protección. Diane apretó los dientes y le sonrió con valentía. Ella le devolvió la sonrisa y agachó la cabeza antes de salir de la habitación. Mariska enfiló el pasillo hasta llegar a la escalera de caracol, que llevaba al cuarto miserable y frío de las sirvientas. Un cuarto que se parecía más a un calabozo. Al llegar al último peldaño, sintió una energía oscura y apenas tuvo tiempo de poner un pie en el suelo antes de verse empujada contra la pared más cercana.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Thánatos, acercándose a ella en su forma humana—. Un bocadito suculento… El perro de Hedvigis, claro. Esa vampira no se dejaba engañar con facilidad. Mariska no levantó la vista, ni siquiera cuando sintió cómo el Metamorphosis empezaba a olfatear su pelo. —Tienes un olor muy particular —comentó el vampiro contra su oído—, un olor que no me gusta. A Hedvigis no le agrada que pases demasiado tiempo con la Doncella, así que no te acerques a ella durante una temporadita. ¿Queda claro? Thánatos le apartó un poco el pelo y le lamió el cuello. —No me obligues a hacerte cosas muy feas, plebeya —recalcó el vampiro, enseñándole los colmillos antes de desaparecer. Mariska levantó la cabeza y apretó los puños con impotencia. Ojalá el Despertar no matara a la Princesa y la transformara en un ser lo suficientemente poderoso como para destruir a toda esa basura. Mientras, Diane, ajena al desafortunado encuentro, luchaba contra el dolor que llegaba en oleadas cada vez más intensas. Tenía la impresión de que un cuchillo invisible laceraba todo su cuerpo y, a veces, el dolor era tan insoportable que apretaba la manta con fuerza para no chillar. En otros momentos se asfixiaba y luchaba por respirar. Había tenido mucho frío y ahora tenía tanto calor que su cuerpo estaba empapado en sudor y sentía como si su camisón le quemara la piel. Luchó durante horas y creyó morir varias veces. Repitió una y otra vez el nombre de Alleyne y de su padre en su cabeza, con la sensación de que un poderoso veneno se expandía a través de sus venas. Su cuerpo ya no le pertenecía y se estaba consumiendo lentamente. No le quedaban fuerzas. Iba a morir sin haber vuelto a ver a Alleyne. Sin embargo, después de alcanzar un punto álgido, el dolor empezó a remitir y perdió intensidad. Diane cerró los ojos, exhausta, esperando que ese fuese el final de su sufrimiento. Rezó para caer en la inconsciencia más profunda, para no volver a sentir, y esperó. Esa noche, preludio de la noche terrible que cambiaría su apariencia y su forma de ser para siempre; esa noche, soñó y vivió su trágico pasado. —¡Mamá! ¡Mamá! ¿Por qué estamos corriendo? —Shhh, Diane. No hagas ruido.

Athalia se detuvo frente a la pared y empujó el panel secreto escondido en ella. Empujó suavemente a su hija para que entrara, pero la niña se resistió. —¿Qué pasa? ¿Por qué tengo que entrar ahí? Athalia miró por encima de su hombro y se arrodilló. —Mi vida, estamos jugando y tienes que esconderte para que Papá no te encuentre. Los ojos plateados de Diane brillaron y su cara mostró un aspecto mucho más maduro que la cara de una niña de cinco años. —Maman, no me mientas. Athalia suspiró. ¿Cómo pensaba engañar a su hija, su hija que lo sabía todo porque era Todopoderosa? —Alguien ha venido para hacerte daño y yo voy a hacer todo lo posible para impedirlo. Pero me tienes que ayudar escondiéndote allí hasta que Papá llegue. ¿De acuerdo, mi vida? —Pero Mamá, yo puedo ayudarte con mis poderes… —No, eres demasiado pequeña y no quiero que te pase algo malo. —Athalia frunció el ceño cuando oyó un ruido—. Por favor, Diane, entra ahí y no hagas ningún ruido. Oigas lo que oigas, no debes salir del escondite. Ahora, entra. —¡Mamá! ¡Te quiero! —La niña se pegó a su madre de repente, sintiendo que era la última vez que la veía con vida. —Yo también, mi vida —contestó ella antes de besar y de acariciar su rostro, enmarcado por las dos mechas rubias. Se contenía a duras penas para no llorar —. Diane, no olvides nunca quién eres. No olvides nunca que eres la luz y que lo puedes todo. Athalia empujó a su hija en el escondite y volvió a cerrar el panel justo a tiempo. A través de la puerta, Diane percibió que otra persona entraba en el salón y pegó su oído para escuchar lo que pasaba. Estaba demasiado asustada como para activar su poder que le permitía ver a través de las cosas y de las paredes. —¿Dónde está la niña, zorra? —preguntó una voz que ella no conocía. —Nunca la tendrás y no deberías estar aquí. En cuanto Ephraem llegue, te destruirá para siempre. El desconocido soltó una carcajada siniestra. —Me temo que el Príncipe está un poco… liado. Además, el único ser capaz de alcanzarme es tu hija. Por eso he venido a por ella. ¿Dónde está, puta humana?

Diane oyó un ruido fuerte, como si algo hubiese golpeado la pared. Su madre soltó un quejido. —Puedes matarme si quieres. —La escuchó decir después de un rato. Su voz sonaba entrecortada—. Nunca te la daré. Y eso va a ser un problema para ti porque, por lo que veo, tus poderes no están al cien por cien como para adivinar dónde se encuentra. ¡No eres lo suficientemente poderoso, engendro de la oscuridad! Hubo un silencio y Diane se apretó más contra la pared. —¿Quieres jugar, humana? —soltó el desconocido con una voz llena de rabia —. ¡Nadie se atreve a hablarme así! ¡Te voy a cortar en pedazos! ¿Dónde está la niña! —¡Jamás te lo diré! —Esto va a ser muy divertido —se burló el desconocido. A continuación, Diane escuchó muchos ruidos diferentes: golpes, objetos y muebles que se rompían, paredes que vibraban como si fuesen a estallar. Pero lo más terrible para ella era oír los jadeos de dolor de su madre. —¿Tienes suficiente o seguimos? —El desconocido se rio—. ¡Qué necia eres! ¿Qué pensabas? ¿Que Dios iba a mandar a un ángel para ayudarte? ¡Está demasiado ocupado por lo visto! Athalia soltó una exclamación de dolor, pero volvió a levantarse. —No… no necesito a un ángel —empezó a decir con dificultad—, ya me casé con uno. Y él te volverá a mandar de dónde vienes. Pero antes, te impediré encontrar a nuestra hija, aunque sea lo último que haga. Una luz brillante empezó a filtrarse a través de la puerta y Diane la miró asustada. ¿Qué estaría haciendo su madre? —¿Qué pretendes hacer con esto? —se volvió a burlar el desconocido—. Tu poder es insignificante y no puede hacer nada contra el mío. —Voy a liberar el alma del pobre desgraciado que mataste. Así ya no podrás utilizar su cuerpo. —Athalia cerró los ojos y le mandó un mensaje a Ephraem—. Adiós, mi amor. Cuida de nuestra hija. Te quiero y siempre te querré. Diane cerró los ojos y se tapó los oídos cuando el poder de su madre se elevó hasta el máximo e inundó de luz toda la casa. El desconocido gritó con furia y su madre chilló. Un terremoto sacudió la casa y luego el silencio cayó sobre ella. Diane bajó las manos lentamente y esperó a que su madre viniese a buscarla. Viendo que tardaba mucho en hacerlo, la niña se concentró y no percibió

energía alguna detrás de la puerta. Entonces, abrió la puerta y salió rápidamente. —¿Mamá? ¿Mamá? El salón estaba destrozado por completo y su madre yacía cerca de la puerta de entrada, muy lejos de su escondite. Diane corrió hacia ella y se arrodilló a su lado. Su cara estaba demasiado blanca y había sangre a su alrededor. Su madre no respiraba. —Mamá… —sollozó ella, acariciándole la mejilla—, no te preocupes. Te voy a traer de vuelta, para que vuelvas a reír conmigo… La niña puso sus pequeñas manos sobre el cuerpo de su madre e hizo aparecer una luz. Esperó un poco, pero nada ocurrió. El alma de su madre se había perdido para siempre. —Mamá, mamá… —Diane empezó a llorar desconsoladamente. —¡Athalia! De repente, Ephraem Némesis apareció en el salón seguido de cerca por el vampiro Gabriel. Los dos presentaban evidentes muestras de haber luchado y la cara del Príncipe era una máscara de dolor. —¡No! ¡No! ¡Dios, no! ¡No me la quites! Ephraem se arrodilló y apretó contra él el cuerpo sin vida de su amada mujer. —Mi amor… —murmuró con la voz rota por el dolor. Diane miraba a su padre con asombro. Nunca lo había visto así, él siempre tan tranquilo y sereno. Lo que más le impresionaba era verlo llorar, porque nunca lo había hecho. Además, eran lágrimas de verdad, como las suyas o las de su madre, y no lágrimas de sangre, como las de los demás vampiros. En un gesto que denotaba muy bien su desesperación, el Príncipe buscó con la mirada a su amigo, el médico. —Gabriel, ¡sálvala! —le pidió, a sabiendas de que eso era imposible. El vampiro rubio lo miró con pesar. —No puedo, mi Príncipe. Vuestra mujer está… se ha ido para siempre. Ephraem Némesis cerró los ojos y soltó un grito agónico que sobresaltó a Diane. Gabriel se acercó y cogió a la niña en sus brazos con delicadeza para apartarla del cuerpo de su madre. Ella se pegó instintivamente a él, y el vampiro le acarició el pelo para reconfortarla. —Sois muy valiente, Princesa de la Aurora; muy valiente —le murmuró al oído.

Diane empezó a llorar contra su pecho, odiándose por no haber podido salvar a su madre. —Mi Príncipe, al parecer vuestra mujer destruyó el cuerpo prestado antes de que él encontrara a vuestra hija. Esto nos da una pequeña ventaja para ponerla a salvo. —Pero yo no he conseguido llegar a tiempo… —Ephraem acarició el rostro sin vida de Athalia—. Te fallé, mi amor. Por eso no quería que estuvieras a mi lado. Ahora, te he perdido… —Os queda vuestra hija y ella es lo más importante —lo interrumpió Gabriel para hacerlo reaccionar—. Tenemos que darnos prisa, mi Príncipe, y ponerla a salvo antes de que vuelva. Ephraem Némesis lo miró con determinación y se levantó con el cuerpo de su mujer en sus brazos. —No te preocupes, Gabriel. Voy a arreglar todo esto. No permitiré que la vida de mi hija se vea truncada como la de su madre. No permitiré que viva con miedo. Solo me queda una solución… Gabriel frunció el ceño, sin entender. —Lleva a mi hija a París, donde tú sabes. Tengo que encargarme de mi sangre; cosa que debí hacer hace mucho tiempo. Ephraem apretó el cuerpo de Athalia y su aura, de ese tono azul oscuro tan reconocible, se desplegó a su alrededor con furia. —¡Te maldigo, Príncipe de la Oscuridad! ¡Acabaré contigo de una vez por todas! ¿Me oyes? ¡Acabaré contigo, Mar…! Diane se despertó chillando, con un dolor fulgurante atravesando su cabeza. Se incorporó de un golpe en la cama y se apretó las sienes con las dos manos ya que una sirena estridente, muy parecida a la alarma de un coche, había empezado a sonar en sus oídos. El medallón emitió una luz intermitente y el sonido duró más de cinco minutos. Sin previo aviso, se fue como había venido y todo quedó en silencio. Se recostó y suspiró, aliviada por la interrupción. Se tocó la frente para comprobar que ya no tenía fiebre, y recordó su sueño. Bueno, no había sido un sueño; era un recuerdo, un recuerdo muy doloroso de la muerte de su madre. Y Gabriel estaba presente… Por eso había tenido una sensación extraña al conocerlo. Lo que ella no entendía era por qué su padre había permitido que el vampiro estuviera presente dado que se había despedido anteriormente de su familia, de su Consejero Zenón y de su fiel amigo Gawain.

De una cosa estaba segura: su madre había muerto para protegerla, para que alguien muy poderoso no se la llevara. Alguien cuyo nombre empezaba por Mar… Diane contuvo una arcada y se llevó una mano a la boca, horrorizada. ¡No! ¡No podía ser! ¡Era demasiado terrible y vil, incluso tratándose de él! —¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —gimió, totalmente aterrada. Pero no se podía engañar. Marek y el Príncipe de la Oscuridad eran la misma persona. Había reconocido su aura oscura, presente aquel triste día. Su hermano había matado a su madre para hacerse con ella, golpeándola sin piedad. —¡No! ¡Nooo! —gritó con rabia, de la misma forma que su padre había gritado su dolor. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Sonreír ante el asesino de su madre? —No, no puedo. —Diane apartó la manta y se levantó sin ninguna dificultad —. Todas estas mentiras tienen que terminar ya. Sin embargo, no empezó a moverse y miró a su alrededor con extrañeza. Ya no sentía dolor alguno y su cuerpo parecía más fuerte que antes. Su visión había mejorado hasta límites insospechados dado que era capaz de ver los detalles más insignificantes, como la materia de los muebles o la composición del tejido de la manta. Era como si tuviera rayos láser implantados en los ojos. —¡Genial! ¡Me he convertido en Supergirl! Bueno, daba igual; con tal de afrontar a Marek. A pesar de su rabia, sintió curiosidad y decidió ponerse delante del espejo de pie para ver si había sufrido algún cambio físico. Se observó con atención y notó que su pelo parecía más liso y más largo que antes: hace un mes, lo tenía por encima de los hombros y ahora, le llegaba casi por debajo del pecho. El color también parecía haberse aclarado, pero las dos mechas rubias que enmarcaban su rostro en la infancia seguían sin aparecer. Diane bajó la mirada para examinar su cuerpo y volvió a alzarla rápidamente cuando un detalle le llamó poderosamente la atención. Se apartó un poco el camisón para ver si tenía razón. Sí, estaba en lo cierto. Tenía más pecho y caderas que antes, como si su cuerpo se hubiese transformado después de una gestación. —Vale, no pasa nada. Siempre he querido tener más pecho y más… —echó un vistazo a su trasero en el espejo— culo. Frunció el ceño. Había otra cosa nueva en ella: tenía una marca al final de la espalda y estaba medio tapada por el encaje de su braguita. Al bajarla un poco,

se dio cuenta de que se trataba de un dibujo en forma de media luna. Suspiró con una mezcla de rabia y frustración. ¿Habría sacado algo más útil de su Despertar, tipo nuevos poderes insuperables? —Muy bien, se acabaron las tonterías. Hora de comprobar si soy más poderosa para poder darle su merecido a Marek. Diane cerró los ojos y respiró varias veces para tranquilizarse. Se concentró y, al cabo de pocos minutos, sintió su energía fluir a través de ella y rodearla. Abrió los ojos despacio y vio, en el reflejo del espejo, como su mirada brillaba con un intenso color plateado. —Quiero vestirme —dijo en voz alta para ver si ocurría algo. Pero no pasó nada. Volvió a fruncir el ceño. ¿Qué podía hacer para activar su poder? Pensó en algún vestido simple que había visto en el armario y chasqueó los dedos. El camisón desapareció instantáneamente, reemplazado por el vestido color oro de mangas largas. —¡Bien! —exclamó, contenta por ese pequeño logro. Parecía una tontería, pero estaba consiguiendo manejar sus poderes y era una victoria para ella. Hizo lo mismo con los zapatos y se recogió el pelo en una coleta. Se detuvo cuando percibió la energía de Hedvigis en el pasillo. Su hermano mandaba buscarla para asegurarse de que estaba bien después del Despertar y porque quería hablar con ella sobre lo de la noche anterior. Diane se quedó pasmada por lo que acababa de hacer. ¡Era increíble! Acababa de recorrer la mente de la vampira sin ninguna dificultad, como si hubiese abierto un libro para leerlo. Lo había visto todo tan nítidamente… Incluso había podido comprobar hasta qué punto Hedvigis era malvada y desalmada. La reina de las mentirosas y de las embusteras. ¡Y pensar que la había encontrado divertida! Tenía la misma mente retorcida que su padre. De tal palo tal astilla. Pero, pensándolo bien, ningún vampiro o demonio se salvaba en ese palacio; salvo Mariska, claro. Bien, ahora iba a demostrarles a todos que ella no era tan débil como pensaban. —Espero que estés preparada, Hedvigis… —El aura plateada de Diane empezó a rodearla de nuevo. No, no es el momento. Diane frunció el ceño cuando oyó la voz que le había hablado en la oscuridad. —¿Quién eres?

El momento de desplegar toda tu fuerza no ha llegado aún. Sin saber por qué, Diane obedeció y bajó la intensidad de su energía, pero abrió la puerta con la mente antes de que la vampira lo hiciera. Hedvigis, vestida con un traje victoriano azul y blanco de niña buena, se quedó en el umbral, pero su rostro no mostró ninguna sorpresa. Diane esbozó una media sonrisa. No esperaba menos de un ser tan astuto como ella. —Supongo que mi hermano te manda para ver si todo va bien y para que me lleves ante él, ¿verdad? —preguntó con ironía, cruzándose de brazos. La joven vampira entrecerró levemente los ojos cuando sintió el impacto de su poder recién despertado. Vaya, sí que era poderosa… Lo mejor sería no cabrearla demasiado. Tendría que adoptar la misma táctica que cuando estaba con la loca de Naoko: inclinarse y poner buena cara. —Buenos días, Princesa. Estamos todos aliviados de ver que se encuentra bien después de… —¡Corta el rollo! —la interrumpió Diane de mala manera, fulminándola con la mirada—. Puedo leer cada uno de tus pensamientos, Hedvigis, y sé perfectamente que me odias. Así que no es necesario que pierdas el tiempo. ¿Marek quiere verme ahora mismo? Puedo llegar hasta él yo solita, no necesito tu ayuda. Pasó cerca de la joven vampira, que ya no podía ocultar su sorpresa, y recorrió el pasillo sin mirar atrás. Rastreó la energía oscura de Marek y llegó hasta las puertas de un salón totalmente desconocido. Abrió la puerta sin tocarla y entró, decidida. —¡Princesa! —La joven vampira apareció delante de ella, bloqueándole el paso. —Todo va bien, Hedvigis —dijo la voz de Marek desde el fondo del salón—. Puedes retirarte. Diane le lanzó una mirada asesina y la joven vampira no pudo evitar mirarla con odio, confirmando así sus verdaderos sentimientos hacia ella. Desapareció de la estancia, con evidente enfado, y Diane avanzó hacia su hermano. El salón estaba decorado en tonos marrones y las paredes estaban cubiertas de tapicerías y cuadros. Marek estaba sentado en una silla tapizada, delante de una gran chimenea de mármol, de cara al fuego, y estaba acariciando a la gata acurrucada en sus brazos. En lo alto de la chimenea, había un cuadro de grandes dimensiones y Diane se paró en seco cuando vio de quién se trataba. Era ella, pintada como si fuese la diosa de la luna y rodeada de… demonios.

Sí, no eran ángeles. Eran pequeños demonios y sonreían de forma siniestra. —Me sorprende verte de pie tan pronto, después de un Despertar tan violento. Deberías estar exhausta —comentó Marek sin darse la vuelta. —Estoy muy bien. Mejor que nunca —enfatizó ella, desplegando un poco de su energía. Durante una fracción de segundo, la mano de Marek dejó de acariciar a la gata. —Ya veo… Se levantó despacio y dejó a la gata encima de la silla. Se dio la vuelta y observó a Diane. Como de costumbre, llevaba una túnica larga de estilo medieval de color negro, con un cinturón de plata. Definitivamente, el negro parecía ser su color favorito. —Estás más hermosa que nunca. Diane resopló y se cruzó de brazos. —¿De qué querías hablarme? ¿A lo mejor querías comentarme algo sobre tu invitado especial de la otra noche? —preguntó con sarcasmo. El rostro pétreo de Marek empezó a alterarse un poco. —Hermana… Ella no pensaba dejarse intimidar. Su prudencia innata había desaparecido y veía el rostro sin vida de su madre pasar delante de sus ojos. —Ah, no; espera. Sé lo que me vas a decir. ¿Vas a intentar convencerme de que el Diablo es un pobre inocente que ha sido víctima de Dios, al igual que sus pobres demonios? Los ojos de Diane empezaron a brillar y el fuego se avivó. —¿No es así, Marek? Los demonios no son tan malos, ¿verdad?, y tú también eres una pobre víctima del Senado y nunca has matado a nadie. ¿No es cierto? Su hermano no se dejó amedrentar por su aura plateada y esbozó una sonrisa torcida. —Todo depende del punto de vista. Marek se aprovechó de la inexperiencia de Diane en el manejo de su energía y le mandó una pequeña descarga de su poder oscuro, empujándola contra la pared. Apareció ante ella y la arrinconó sin tocarla. —No volverás a hablarme así nunca más —siseó con maldad, sus ojos negros brillando como el ónice—, y no volverás a faltarle al respeto a mi primo. No olvides que soy un dios, y te inclinarás ante mí. Diane le sostuvo la mirada.

—No eres un dios, eres un engendro monstruoso —recalcó despectivamente —. Estoy harta de tus engaños. ¿No te cansas nunca de mentir? Por una vez en toda tu existencia, di la verdad. ¿Qué quieres de mí, Marek? Una nube negra rodeó a su hermano y su rostro se transformó por culpa de la rabia que sentía. —¿Cómo te atreves a hablarme así? —rugió con furia, levantando su mano hacia su rostro. La antigua Diane habría tenido miedo y se habría inclinado, pero la nueva Diane se irguió contra la pared y preguntó: —¿Qué? ¿Vas a levantar la mano contra mí? ¡No puedes! ¡No eres lo suficientemente poderoso! Diane se concentró para liberar aún más su poder, preparándose para recibir un golpe; pero el golpe nunca llegó. Marek bajó la mano lentamente y retrocedió, mirándola con sufrimiento y pena. —Yo no quería esto —murmuró, alejándose de ella—. Quería cuidar de ti, quería hacerte feliz… Diane frunció el ceño, sorprendida por ese cambio de actitud. ¿Cómo podía pasar de la rabia más absoluta al arrepentimiento más sincero en tan poco tiempo? ¡Mentiras! ¡De las mentiras se alimenta su poder! —¿Estás intentando engañarme otra vez? —gritó avanzando hacia él—. ¡No más mentiras, Marek! Su hermano se dio la vuelta al mismo tiempo que ella le tocaba el brazo. Una pequeña bola, mezcla de sus dos energías confrontadas, los rodeó a ambos. Diane jadeó y se inclinó hacia delante por culpa de la intensidad de esas energías, pero no soltó el brazo de Marek. Entró de lleno en su mente y vio todas las acciones malvadas que había llevado a cabo en el pasado, respecto a ella y a su entorno. Marek gruñó y sus colmillos se alargaron cuando sintió cómo su hermana invadía su mente. —Has… has estado vigilándome y acechándome toda mi vida —dijo ella entre jadeos—. Mataste a muchos inocentes, incluida mi madre, para llegar hasta mí. Incluso te has librado del Príncipe de los Draconius, después de haber utilizado su cuerpo para entrar en el Santuario del Senado y asesinar al Cónsul. —Diane meneó la cabeza mientras las imágenes iban desfilando en su mente—. ¡Has matado a tantas personas! Te… te condenaron al Abismo por tus crímenes, y…

Diane lo miró, incrédula. —¡Fuiste tú! Tú le provocaste un infarto a ese pobre chico de mi clase, Jérôme, porque quería besarme. —No quería besarte, hermana, quería acostarse contigo —masculló Marek, intentando retirarse. —¡Has controlado toda mi vida! También intentaste separarme de Alleyne, pero no funcionó. Él vendrá a buscarme. Marek soltó una carcajada demencial. —¡No seas necia, Diane! Ese vampiro debilucho nunca llegará hasta ti. Lo destriparé antes. —Nunca te dejaré hacerle daño y… —Ella se interrumpió y su mirada se volvió espeluznante—. Tú… tú te enfrentaste a nuestro padre. Luchaste contra él con todas tus fuerzas. Sabes perfectamente dónde está porque tú lo… Algún tipo de arma extraña, parecida a un cuchillo afilado, surgió de la nada y pasó volando entre Diane y Marek, y se clavó en la pared. El medallón lanzó un pitido estridente y emitió la barrera de protección para separarlos. Diane respiró hondo, como si se hubiese despertado después de una pesadilla, y tocó el medallón para deshacer la protección alrededor de ella. Miró a Marek con el ceño fruncido y desvió la mirada hacia el arma punzante clavada en la pared. Parecía sacada de una película de ninjas. —Siento molestar, mi Príncipe. —Naoko apareció entre una niebla blanca, con otra arma parecida en la mano. —No pasa nada, Hime. Tenía una pequeña charla con mi hermana. Ain — Marek miró a Zahkar que acababa de aparecer también a su lado—, no hacía falta que vinieras. Zahkar inclinó la cabeza, pero no se fue. Trató de no mirar a Diane. Un silencio tenso se instaló entre todos ellos mientras se observaban. Diane intentaba tranquilizarse porque se sentía fuera de sí por todo lo que había visto en la mente de Marek. Había estado jugando con ella como si fuese una marioneta desde siempre. Pero ahora ya no era una débil humana. Ahora tenía un poder descomunal y podía responder a sus ataques. Marek esbozó una sonrisa perversa y lanzó una orden mental a otro de sus esbirros presentes en el salón. La gata negra, que hasta ahora se había mantenido al margen del afrontamiento, saltó de la silla y se abalanzó sobre Diane como si fuese una pantera en vez de un gato. Diane, desprevenida, no reaccionó de inmediato y la gata consiguió morderla en la mano antes de que su poder de protección la estrellara contra la pared con fuerza.

Sintió un dolor abrasador, como si se hubiese quemado la mano, y una extraña marca negra apareció en ella. Anonadada, levantó la vista hacia la gata herida y, en vez de ver al animal, otra imagen cruzó su mente: una vampira de pelo negro y ojos azules cogiendo a Irene entre sus brazos y bebiendo su sangre hasta dejarla muerta. —¡Hécate! Hedvigis apareció en el salón y corrió hasta la gata. Se arrodilló y la acarició, lanzándole una mirada de puro odio a Diane. —Dios… —Diane se llevó su otra mano a la cabeza mientras tenía otra visión del pasado. La gata era una vampira que podía cambiar de forma y había sido enviada al piso de Sevilla por Hedvigis para vigilarla. Eran… eran amantes, por eso la joven vampira la miraba con tanto odio, porque la quería; aunque también se estaba acostando con otro vampiro, el vampiro con el peinado de estrella de rock que Diane había visto en sus sueños. La visión también le enseñó lo que había pasado la noche de su secuestro, en el piso de Sevilla: ella quemando con su poder al vampiro rubio mandado por el Príncipe de los Draconius; Hécate, la supuesta gata, matando a Irene; pero, sobre todo, vio a Hedvigis utilizar la Daga de la Oscuridad y herir de gravedad a Alleyne y a Gawain. Diane miró con furia a la joven vampira, dispuesta a liberar una parte de su poder para castigarla por el daño que le había hecho a su amor y a su amigo. Sin embargo, en vez de sentir su energía plateada fluir a través de ella, sintió una energía oscura bien diferente y un dolor atroz subió por su brazo. —¡Pero mira que eres mala, hermana! ¡Tratar así a esa pobre gata! —exclamó Marek sonriendo con sorna—. ¿Y después yo soy el ser malvado que hay que destruir? Marek soltó una carcajada. —¡No es una gata! ¡Es una vampira que está a tus órdenes! —Diane hizo una mueca de dolor y se apretó el brazo. Vio con horror cómo la marca negra se iba extendiendo. —¿Os encontráis bien, Princesa? —Naoko la miró y le sonrió con perfidia. Diane paseó la mirada por todos esos rostros enemigos y se sintió acorralada. El único que no la miraba con hostilidad era Zahkar, pero daba igual ya que era la sombra de su hermano. La cabeza empezaba a darle vueltas y se sentía muy cansada. ¿Qué le había hecho la gata al morderla? ¿Le habría infectado alguna especie de virus?

Vio cómo Marek la miraba con deleite, saboreando su victoria. No, no iba a ponérselo tan fácil. —Marek, sé que quieres una cosa de mí y nunca la tendrás —afirmó con fuerza—. ¡Nunca! La expresión de su hermano cambió y la miró con pena, como si se sintiese decepcionado por su actitud. —Quería hacerte feliz y que estuvieras a mi lado de buen grado para toda la eternidad —murmuró con pesar—. Pero eso ya no es posible. No me dejas otra opción… Diane se irguió, a pesar del dolor de su brazo, y se preparó para defenderse. Tenía que salir de allí, pero se sentía muy débil de repente. —¡No te acerques a mí, Marek! ¡Ni tú ni tus secuaces! Mi poder acaba de despertarse, pero soy muy capaz de defenderme. No lo olvides. Ella le lanzó una última mirada de advertencia y cerró los ojos para concentrarse. Pensó en su habitación y desapareció del salón. Marek se acercó a la silla y se sentó en ella como si no hubiese pasado nada. —Está controlando sus poderes de forma muy rápida, Amo —dijo Zahkar, poniéndose a su lado. —Sí, su verdadera esencia está saliendo a la superficie mucho antes de lo que pensaba. Pero el bloqueo impuesto por mi padre no ha desaparecido del todo. —Si me permitís, mi Príncipe, quiero retirarme para atender las heridas de Hécate —intervino Hedvigis con la gata en los brazos. —Vale, puedes irte. Esta Metamorphosis me ha sido de gran ayuda. Intenta salvarla si puedes. La joven vampira asintió con la cabeza y se fue. —Bueno, me parece que la Doncella no se ha ido muy contenta. —Naoko se acercó a la chimenea y miró a Marek con una sonrisa torcida—. Lo tienes bastante crudo ahora, mi Príncipe, para que comparta su lecho contigo con una sonrisa, ¿no crees? Marek le dedicó una mirada malvada mientras Zahkar se apoyaba contra la pared más alejada de ella para mirarla con desprecio. —Mi querida princesa ignorante…, ahora es cuando salgo victorioso de todo esto. Gracias a este pequeño hechizo oscuro, la tengo en la palma de mi mano. —Marek miró el arma de Naoko, clavada en la pared, y se la devolvió con el poder de su mente—. Cuando caiga la noche, entrará en un mundo de fantasías y me entregará su virginidad y su sangre por voluntad propia. Entonces, me convertiré en el ser más poderoso de todo el Génesis.

Marek le sonrió con maldad y Naoko le devolvió la sonrisa. Zahkar, sin embargo, se quedó pensativo y con un mal presentimiento.

Capítulo siete Encerrada en su lujosa habitación sin ventanas, Hedvigis llevaba un par de horas intentando salvar a Hécate y estaba a punto de rendirse. Había sacrificado a un niño inocente para que bebiera su sangre, pero la Metamorphosis estaba demasiado débil para alimentarse. Yacía en la enorme cama en su forma humana y su piel, menos pálida que la de los demás vampiros, se estaba poniendo más blanca que el mármol. No tenía ninguna herida visible y no sangraba. El daño era interno y eso era mucho más peligroso para ella. Había sido alcanzada por el poder de la luz; un poder demasiado puro como para soportarlo. Lo único que le quedaba a Hedvigis era ofrecerle su sangre, pero no sabía si Hécate iba a poder beber y si iba a ser suficiente. La joven vampira sintió una emoción muy parecida a la preocupación, cosa que no tenía sentido porque llevaba siglos sin sentir nada. Cuando su padre había salido gravemente herido de su afrontamiento con Gawain, lo había ayudado, convencida de que se iba a recuperar gracias a su poder. Pero eso era diferente. No sabía cómo funcionaba la regeneración de un Metamorphosis porque Hécate nunca había sido alcanzada por nada. Y ahora, por muy astuta que fuera, no encontraba una solución. —¡Maldita Doncella! —masculló con rabia. No podía dejar que Hécate dejara de existir y se convirtiera en polvo o en otra cosa. Llevaba muchos siglos a su lado, desempeñando cualquier tipo de tarea, y le tenía… afecto. Sí, afecto. Dudaba de esa palabra porque no tenía sentimientos, salvo la devoción que sentía por su padre. Se aprovechaba, sin ninguna clase de escrúpulos o remordimientos, de cualquier vampiro lo suficientemente tonto como para querer servirla, y luego lo destruía. Pero no podía hacer lo mismo con Hécate. No sabía por qué, pero no podía. Le dolía demasiado. Pensándolo bien era una tontería porque si la gata despareciera, podría reemplazarla por el lobo, que era tan fiero y perverso como ella. Pero nunca sería lo mismo: Thánatos era su particular juego peligroso, como cuando uno se

acerca al fuego deseando quemarse, y la satisfacía plenamente. Pero no sentía lo mismo que cuando estaba con Hécate. Hedvigis acarició el cuerpo laxo de la vampira. ¿Qué le había hecho esa bastarda? No sabía cómo salvarla. Había ido a buscar a su padre para que la ayudara, porque él tenía más conocimientos sobre hechizos oscuros que ella; pero Oseus se había reído y le había ordenado que la dejara extinguirse. El poder de la Doncella era demasiado poderoso. —No, tiene que haber algo para contrarrestarlo —reflexionó en voz alta. Intentaría primero con su sangre. Tenía que funcionar. La joven vampira ladeó la cabeza de Hécate y acercó su garganta a su boca. —Tienes que beber… —le ordenó, haciéndose un corte para que las gotas de sangre cayeran en su boca ligeramente abierta. La Metamorphosis entreabrió los ojos e intentó lamerse los labios manchados de sangre. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no tuvo fuerzas suficientes. —Vamos, felina mía —la apremió Hedvigis, apretándola contra ella. La vampira consiguió mirarla y esbozó una sonrisa. —Ama, estoy… estoy contenta por haberte servido —murmuró con dificultad. —No, Hécate. —Le acarició las mejillas—. Tienes que quedarte conmigo. Pero la vampira volvió a cerrar los ojos y pareció perder el conocimiento. Hedvigis intentó reanimarla con su energía, pero no funcionó. Su existencia se estaba acabando ante sus ojos. —Vaya, parece que tu gatita está muy mal herida. —Thánatos sonrió y se apoyó contra uno de los postes de la cama. Solo llevaba un pantalón negro de cuero y su collar de plata. —¿Qué quieres, lobo? —Hedvigis lo miró de manera hostil—. No tengo tiempo para tus tonterías. A Thánatos no le dolió el rechazo porque se estaba acostumbrando. Le dolió ver cómo la joven vampira trataba a Hécate, con esa dulzura y forma de amor. A él siempre le había gustado la violencia ya que era lo único que conocía. Pero ahora, viendo cómo ella se comportaba con la gata, quería algo más. Quería que ella lo tocara de la misma forma, que ella lo amara también un poco. Era un tonto de remate. Hedvigis nunca sería su compañera para toda la eternidad. Ella era mucho más poderosa y lo dominaba. Lo utilizaba cuando quería y hacía con él lo que le daba la gana. Y él, como un imbécil, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Incluso rebajarse e intentar salvar a otra vampira.

—Beber tu sangre no le va a servir de mucho. Necesita alimentarse de pureza —le explicó sin dejar de observarla. —¿Ah, sí? ¿Y cómo se hace eso? —preguntó ella con sorna. Quería su dulzura, pero esa faceta suya, agresiva y perversa, también lo excitaba mucho. —Nuestra raza es un poco diferente de la vuestra. No conocéis todos nuestros secretos, ni nuestros hechizos. Hedvigis entrecerró los ojos. —Muy bien, y ¿qué hay que hacer concretamente? Thánatos admiró en secreto su aplomo que le impedía abalanzarse sobre él para pegarle. En ese momento, lo odiaba tanto como a la Doncella. Se pasó la lengua sobre los colmillos crecidos. —Necesita el hechizo de la plata, y solo un Metamorphosis puede llevarlo a cabo. Consiste, básicamente, en devorar el corazón de un recién nacido degollado por la plata más pura. Pero no sé si podrá hacerlo… Hedvigis se levantó y se acercó a él. Thánatos sintió su energía crepitar en el aire como chispas. —¿Y por qué harías algo tan noble por ella? —le preguntó arañándole el pecho con sus uñas, lo que le provocó deliciosos escalofríos. —No lo haría por ella. Lo haría por ti. Y no es gratis. —¿Y qué quieres a cambio? Thánatos la apretó contra él y le inclinó la cabeza. —Si salvo a tu gatita, no volverás a abandonarme para entrar en su cama nunca más. Te acostarás solo conmigo y te alimentarás solo de mi sangre. Los ojos de Hedvigis brillaron con furia. —Ten cuidado, lobo —siseó con maldad—. No olvides con quién estás hablando. —Vale, tú misma. Thánatos la soltó y se dio la vuelta para salir. —¡No! —La joven vampira lo agarró del brazo—. Por favor, ayúdala… El lobo la miró incrédulo, más sorprendido que si le hubiesen crecido unas alas de repente. ¿Hedvigis suplicando? ¡Ver para creer! La observó detenidamente y vio algo aún más sorprendente reflejado en su rostro perfecto de muñeca: dolor y tristeza. Una sensación extraña lo embargó. —¿Lo harás? ‒preguntó ella con suavidad. —Sí, lo haré por ti —contestó él, completamente subyugado por esa nueva actitud.

—Gracias, seré solo tuya. —Hedvigis lo besó y Thánatos se sintió como el amo del mundo. Se sintió poderoso. Sería suya, solo suya. Thánatos le lamió el cuello, como si fuese un lobo emparejándose de por vida, y se acercó a la cama. Cogió a Hécate en brazos con delicadeza, echó una última mirada a Hedvigis y desapareció de la habitación sin más. La joven vampira se acarició un rizo dorado y soltó una carcajada un tanto amarga. Sí, los vampiros Metamorphosis eran diferentes del resto. Parecían haber conservado intacta la capacidad de sentir algo por alguien. Algo real. Incluso si ese alguien te despreciaba abiertamente y te dejaba bien claro que estaba interesado en otra persona… —Al parecer, se ha enamorado de mí. ¡Pobre tonto! ¡No sabe dónde se ha metido! Hedvigis sonrió con maldad. Su tontería le iba a costar caro, muy caro. Diane no se encontraba bien. El malestar que sentía era muy diferente al que la había acompañado durante el Despertar de sus poderes. Su cuerpo ardía y el brazo le dolía muchísimo. La cabeza le daba vueltas y tenía la visión nublada. La cama se alzaba, tentadora, pero ella dudaba. Si se acostaba para dormir y reponer fuerzas, Marek podía entrar en la habitación para hacerle daño. Sin embargo, le costaba cada vez más tener los ojos abiertos. No tenía más remedio que tumbarse un rato. Pensó en un camisón y chasqueó los dedos para cambiarse. Frunció el ceño cuando nada ocurrió, lo que le provocó un dolor atroz en la frente. ¿Qué les pasaba a sus poderes? Parecían estar fuera de servicio. Se deshizo del vestido como pudo, jadeando por el dolor de su brazo, y consiguió ponerse el camisón refinado y de mangas cortas. Se dejó caer en la cama, agotada y dolorida, pensando que solo iba a dormir un poco, y ni siquiera se tapó con las mantas. En cuanto su cabeza tocó la almohada, Diane cayó en la inconsciencia más absoluta. Se adentró en un mundo oscuro y desconocido, donde la voluntad quedaba reducida a nada y donde el alma se encontraba prisionera y a merced de un ser acostumbrado a tanta oscuridad. El medallón vibró con fuerza y lanzó una alarma más estridente que nunca, pero ella no lo oyó. Diane ya no podía oír ni percibir nada. Estaba atrapada en el mundo de oscuras fantasías creado por Marek y el potente hechizo, trasmitido por la mordedura de la gata, anulaba sus poderes.

Tuvo la impresión de estar recobrando la consciencia después de haber caído en un sueño profundo. Se sentía bien y el brazo ya no le dolía. Abrió los ojos lentamente y se incorporó poco a poco. Miró a su alrededor, extrañada. La habitación era la misma habitación sin ventanas que antes, y ella estaba vestida como antes. Entonces, ¿por qué miraba por todas partes como si estuviera buscando algo más, algo nuevo? Bajó la cabeza y vio que el medallón seguía en su sitio. De repente, sintió que alguien se acercaba a la puerta, una energía conocida que no era la de Marek. Su corazón empezó a latir con más fuerza. Esa aura… ¿podía ser que fuese la de…? La puerta se abrió despacio y dejó paso a un hombre; no, a un vampiro. Diane se llevó las manos a la boca y ahogó un sollozo. —¿Diane? Alleyne apareció ante ella y la puerta se cerró sola. Ella lo miró, enmudecida por la emoción. No podía estar pasando. Alleyne no podía estar delante de ella, era demasiado increíble. No había cambiado, estaba igual que en sus recuerdos, tan hermoso como siempre. Solo llevaba puesto un vaquero negro y una camisa blanca muy abierta, pero no le extrañó ese atuendo porque no podía creer que estuviera delante de ella. —¡Alleyne! En un segundo, él la estrechó entre sus brazos y Diane empezó a sollozar contra su pecho. No podía ser real, por fin volvía a estar con él. —¡Oh, Diane! ¡Te he encontrado! —Alleyne rozó su mejilla con la suya y ella respiró su perfume. —Estás aquí, estás aquí… —murmuró entre sollozos. —Sí, he logrado encontrarte y llegar hasta aquí. —Pero ¿cómo has conseguido entrar? —Diane se apartó un poco y lo miró a los ojos, esos maravillosos ojos verdosos—. Este palacio es una verdadera fortaleza y mi hermano es muy poderoso. —Bueno, no ha sido fácil —reconoció Alleyne, limpiando sus lágrimas con los pulgares—. Pero tuve suerte y un poco de ayuda. Diane entendió lo que quería decir y a quién se refería, pero, por una razón extraña, decidió no pensar en Mariska abiertamente ni pronunciar su nombre. Fue un acto reflejo que salvó a la vampira de una destrucción inmediata. —Pero ¿cómo…? —Shhh… —la interrumpió Alleyne, pasándole el pulgar por el labio inferior —, lo más importante es que haya logrado llegar hasta ti, ¿no crees? —Diane

asintió con la cabeza—. ¿Te han hecho daño? Ella vio preocupación en su mirada. También vio algo extraño que no supo interpretar. —No, Marek me ha tratado bien. Hasta ahora… Alleyne suspiró, aliviado. —Eso me tranquiliza mucho. Tenía miedo de que te hicieran algo. —Bueno, y ¿dónde están Gawain y los demás? ¿Y el Senado? ¿Está al corriente de lo que trama Marek? Alleyne se rio con suavidad. —Diane, consigo encontrarte después de semanas interminables de búsqueda ¿y tú me hablas del Senado y de los demás? Ellos no tienen importancia ahora. Lo más importante para mí, en este momento, es poder abrazarte y besarte. Se ruborizó bajo su ardiente mirada. Había olvidado lo que era sentirse deseada por una persona amada y se sentía abrumada por tantas emociones. Sin embargo, percibía algo muy raro en todo ello; raro y difícil de definir. —Tenemos que huir de aquí, antes de que Marek y los demonios se den cuenta de tu presencia. —Ella hizo un movimiento para levantarse, pero Alleyne la cogió por los hombros. —Tranquilízate, Diane, tenemos tiempo. Hemos conseguido paralizarles de momento. —Bien, entonces tenemos que aprovechar esa ventaja para salir de aquí… La expresión de Alleyne cambió y se volvió triste. —¿No te alegras de verme? Ella lo miró desconcertada. —¡Dios, claro! ¿Por qué dices eso? No quiero que te cojan y que te hagan daño. Alleyne clavó su mirada en la suya y puso sus manos en sus mejillas. —¡Te he echado tanto de menos! Solo quiero besarte. Déjame besarte… Su voz sonaba diferente, ronca y oscura. Diane se sentía atrapada y hechizada por su mirada que se estaba volviendo cada vez más brillante. El deseo la golpeó con fuerza, un deseo arrollador que le provocó una sensación extraña en el estómago. —Alleyne… —susurró antes de que su boca quedara atrapada por la suya. El beso no fue suave y la sorprendió. Alleyne nunca la había besado de esa forma, tan feroz y voraz. El beso que le había dado para despedirse había sido sensual e intenso, pero no así. La besó con una pasión desenfrenada y saqueó su boca con su lengua. Parecía querer devorarla y despertó en ella una ansiedad

desconocida. Al principio, ella respondió tímidamente, pero al final se dejó contagiar por su frenesí y le devolvió cada embestida de su lengua. De pronto, su cuerpo empezó a desprender un calor infernal y una oleada descomunal de deseo la recorrió de arriba abajo, mandándole pequeños escalofríos. —No… no puedo respirar —murmuró contra su boca. —Entonces, no respires —contestó él antes de volver a besarla con furia. Sin dejar de besarla, la recostó contra la cama y la acunó contra su brazo izquierdo mientras que su mano derecha empezaba a bajar por su cuello y por sus hombros. Diane gimió cuando la sensación de su mano fría sobre su piel caliente le mandó pequeñas sacudidas eléctricas. Se estremeció y se sintió consumida por la fiebre. Su cuerpo quería más de él. —Oh, Diane… eres tan dulce… —murmuró Alleyne contra su oído—. Déjame acariciarte… déjame lamerte… La confusión y el deseo nublaron los sentidos de Diane. Se sentía diferente, excitada y tan caliente como las llamas de un fuego. Quería sentir su cuerpo desnudo contra el suyo, ansiaba que él la hiciera suya. Ella lo quería y él la había encontrado. No había dejado de buscarla y ahora estaban juntos. Todo estaba bien, ¿verdad? No era necesario pensar, solo había que entregarse al placer. Ese placer oscuro que la sacudía como una gigantesca ola. Alleyne deslizó su lengua por el cuello y la arañó delicadamente con sus colmillos crecidos. La dejó contra la almohada y siguió bajando con su boca y su lengua. Diane jadeó y sintió cómo sus manos tiraban del camisón para descubrir sus pechos. Entreabrió un poco los ojos, que había cerrado, y lo vio sentado sobre sus talones, contemplándola. Se había quitado la camisa y ella tuvo ganas de acariciar su pecho esbelto y musculoso a la vez. ¿Dónde se habían ido su pudor y su timidez? Estaba semidesnuda ante sus ojos y solo pensaba en acariciarlo y besarlo como él hacía con ella. —Eres preciosa… —Alleyne sonrió y algo en esa sonrisa inquieto a Diane. Era una sonrisa de lobo, impropia de él. Pero apartó ese pensamiento. Estaba nerviosa porque era su primera vez y no sabía cómo interpretar sus rasgos. Jadeó, sorprendida, cuando él deslizó sus manos desde su cuello hasta sus pechos. Sus manos se detuvieron sobre ellos y sus pulgares empezaron a acariciarlos. Gimió y arqueó involuntariamente su cuerpo cuando él inclinó la

cabeza para llevarse uno de sus pezones a la boca. Sintió una necesidad desconocida crecer en su interior y la parte más íntima de su cuerpo empezó a humedecerse. Una Diane atrevida y ansiosa se había apoderado de ella. El fuego del deseo la consumía sin parar y quería a Alleyne dentro de ella. Sí, eso era lo que quería, lo que necesitaba, que alguien apagara ese fuego que la quemaba por dentro. —Alleyne… —gimió, mordiéndose los labios por culpa de ese extraño sufrimiento. —Te gusta, ¿verdad?, y me deseas. —Sí… Alleyne se rio contra sus pechos y la sensación fue como otra pequeña sacudida. —Esto no ha hecho más que empezar. Su boca volvió a posarse sobre su pecho mientras que su mano empezaba a acariciarle la pierna y a subirle la parte inferior de su camisón. Cuando su vientre plano y sus braguitas quedaron al descubierto, empezó a lamerla y besarla con meticulosidad. Diane se sacudía y se derretía sobre el colchón, sus manos agarrando fuerte las mantas. Sin embargo, en medio de tanto placer y tanta locura erótica, tuvo una reminiscencia extraña: recordó el sueño en el que su hermano le hacía lo mismo, como si se estuviera preparando para devorarla. ¿Por qué le venía eso a la cabeza? No era el momento más oportuno para pensar en ese tipo de cosas. Un sonido impreciso le llegó a los oídos. Parecía el llanto de un niño…; no, de una niña pequeña. Pero el placer devastador, provocado por la lengua de Alleyne trazando círculos alrededor de su ombligo, le impedía concentrarse. Alleyne se desplazó desde su ombligo hasta sus muslos y le abrió las piernas lentamente. Diane se tensó como un arco. ¡Dios! ¿La iba a besar… allí? —N… No… —protestó agarrándole un poco por su pelo ligeramente ondulado. —No pasa nada, Diane. —Él se apretó contra ella y la besó, por lo que ella pudo sentir el bulto duro que deformaba sus vaqueros contra su vientre—. No te haré daño. Solo te daré placer, mucho placer… Alleyne volvió a besarla con más ardor mientras que su mano se deslizaba por su vientre hasta llegar a sus braguitas. Sus dedos empezaron a acariciar el elástico con insistencia.

—Sí, eso es… —murmuró, lamiéndole la boca—. Eres tan dulce y hueles tan bien. Quiero saborearte… Diane sintió cómo sus dedos se abrían camino y quiso protestar, debatiéndose entre el placer y la alarma. Aquello no estaba bien. Había algo que no iba bien. Algo que no cuadraba. Alleyne detuvo el avance de sus dedos y le lamió el cuello como si fuese a plantarle los colmillos. —Entrégate a mí, pequeña Luna… —susurró con una voz muy diferente. Entonces, en una fracción de segundo, Diane la vio. Vio a la niña que estaba llorando en un rincón. Se vio de nuevo a los cinco años, cuando su madre acababa de morir. No lo dejes ganar, Diane. No lo dejes robarte tu esencia y tu sangre. Un destello luminoso estalló en su mente y ella parpadeó como si acabara de despertar, recobrando la vista de golpe. Miró horrorizada el pelo negro y ondulado del vampiro que estaba lamiéndola y acariciándola, y que intentaba tocarla de una forma que nadie había intentado hasta ahora. No estaba a punto de perder su virginidad con Alleyne. Estaba a punto de ser tomada por Marek, su medio hermano. —¡NOOO! —gritó a pleno pulmón, empujándolo con las dos manos con toda su fuerza. El aire pareció distorsionarse y la imagen de Alleyne desapareció, dando paso a un Marek con cara de pocos amigos. No vestía nada más que un paño negro de estilo egipcio y un extraño collar de plata. Su hermosura era impactante, como la de un dios oscuro y pagano de la sexualidad. Un dios que hacía enloquecer a sus víctimas con el deseo más ardiente y devastador jamás conocido. Diane intentó escapar, pero Marek la sujetó por los hombros y atrapó una de sus piernas. —Eres mía, Diane —dijo con un tono amenazador, enseñándole los colmillos. Sus ojos ardían como el fuego del infierno. —¡Estás loco! ¡Eres mi hermano! —chilló ella, debatiéndose y presa del pánico. —Ese es un pensamiento muy humano. La familia es un tanto diferente entre los demonios y los vampiros. ¡Quédate tranquila! —Marek la sujetó por el cuello y, después de arrancarle el camisón, le puso una mano sobre el vientre—. No te debatías tanto hace un rato, cuando pensabas que estabas con ese vampiro, ¿verdad? Te gustaban sus caricias y estabas tan excitada… —Su hermano se rio —. Sin embargo, yo seré tu primer amante, pequeña Luna.

Diane dejó escapar un sollozo angustiado. Sus poderes no funcionaban. —Te voy a tomar muy lentamente —susurró Marek con sadismo cerca de su oído—, y cuando rompa la barrera de tu himen, hundiré mis colmillos en la vena de tu cuello para beber tu sangre. Y luego, plantaré mi semilla en tu vientre y me darás un hijo que se convertirá en el Mesías de la Oscuridad. ¿No te parece grandioso? Marek se rio y le levantó los brazos por encima de la cabeza. Diane intentó chillar, pero él se colocó sobre ella y ahogó su grito con un beso voraz. Le volvió a abrir las piernas con una rodilla y bajó las manos para arrancarle la ropa interior. Diane empezó a llorar y gritó en su mente, pidiendo ayuda a su padre. La iba a violar. Su sangre se perdería para siempre. Las consecuencias de esa locura recaerían sobre la tierra y la Humanidad para toda la Eternidad. Como si hubiese oído su súplica, el medallón lanzó una potente ráfaga de luz de un azul oscuro que apartó momentáneamente a Marek de su cuerpo. Por desgracia, su potencia empezó a menguar rápidamente. —¡Puto medallón! ¡No te interpondrás nunca más! —Marek volvió a acercarse a Diane, envuelto en una nube oscura, y le arrancó el medallón de un tirón, lanzándolo contra la pared cercana a la chimenea. Este se partió en varios fragmentos y Diane lo contempló, aterrada. Era lo único que le quedaba de su padre. Era su símbolo de poder. Marek acababa de destruir el último vestigio de su pasado. El tiempo se detuvo, como si la tierra hubiese dejado de girar. El silencio se adueñó de la habitación y todo lo que había en ella, incluido Marek, desapareció ante sus ojos. Ella no apartó la vista del medallón y, durante una fracción de segundo, dejó de respirar. El fuego de la chimenea se apagó y cuando volvió a prender, había una persona en el lugar del medallón que había desaparecido. Un ángel, con un cáliz lleno de sangre en la mano y las alas desplegadas, había sustituido al medallón. El ángel, cuya voz no le era desconocida, se acercó a ella y empezó a hablarle en su mente. Despierta, Princesa de la Aurora. Despierta de una vez por todas. Tú, Sangre de Dios y de Sahriel, cuya frente es coronada por la luna y las estrellas. Tú, Principio y Fin de la vida. No permanecerás nunca más en la Oscuridad, y no necesitarás nunca más el medallón de tus antepasados. Recupera tu memoria y tu verdadera esencia.

Harael, el ángel protector espiritual de su familia, levantó un dedo y le tocó la frente. Millones de luces y de imágenes estallaron en su mente con una potencia tan grande que una gota de sangre se deslizó por su nariz. El bloqueo mental impuesto por su padre desapareció y la luz se hizo en ella, como si alguien enchufara un circuito desconectado. Entonces Diane lo entendió todo: comprendió por qué su sangre era tan valiosa y se sintió aterrada y abrumada por el peso de su destino. Vio a sus padres en medio del salón lujoso y vio la cara de total sorpresa de su padre cuando su madre le había revelado su secreto. Oyó la voz de su madre que decía: —El ángel ha vuelto a hablarme, Ephraem. No soy una humana normal: soy la última descendiente de José de Arimatea, cuya sangre estuvo en contacto con la sangre de Cristo. Los caballeros medievales se equivocaban cuando buscaban un cáliz, porque el Santo Grial no era un cáliz sino la sangre de Cristo. — Athalia había cogido las manos de Ephraem y las había apoyado sobre su vientre —. Y ahora, esa sangre se ha mezclado con la sangre de un ángel, y es doblemente sagrada. Todos querrán beber de ella, pero solo nuestra hija podrá entregar su sangre por voluntad propia. Ella es el Santo Grial que todos querrán obtener. Harael clavó su mirada en la suya y los ojos de Diane brillaron como nunca. Esa es la Verdad, Luna resplandeciente. La luz se fue y volvió. La tierra giró de nuevo alrededor del sol. El sonido reapareció en la habitación. Diane volvió a ser consciente del momento presente y sus ojos llamearon como un fuego de acero. Ajeno a la intervención angelical, que había durado apenas un segundo, Marek mantenía atrapados sus dos brazos con una sola mano y estaba a punto de obtener lo que quería. De repente, una luz plateada lo bloqueó y lo paralizó. Sus manos se movieron solas, como si tuviesen vida propia, y retrocedieron hasta soltar a Diane. —El permiso para tocarme no te ha sido concedido —dijo ella, incorporándose en la cama rodeada por su aura plateada. Con una mirada, siguió empujando a Marek. Il Divus intentó moverse, pero no pudo. Miró a Diane y sus ojos la fulminaron con un odio letal. El bloqueo había desaparecido y estaba manejando sus poderes a la perfección. La Doncella de la Sangre había despertado para siempre.

—¿Cómo pudiste disfrazarte de Alleyne para tenerme? ¿No era ya suficiente haber matado a mi madre para intentar beber mi sangre? Marek siseó cuando un fuego plateado empezó a quemarle lentamente. Pero, aun así, soltó una carcajada malévola y dijo: —¡Maté a tu madre porque era una puta humana que estaba plantándome cara a mí, un dios! Además, valió la pena con tal de hacer sufrir a nuestro padre. ¡Ay, la cara de dolor que puso! —Marek se relamió los colmillos—. Fue… ¡magnífico! Y ahora te toca a ti: me aprovecharé de ti en todos los sentidos. —No, eso no pasará. Te destruiré antes. Diane parpadeó una vez y el camisón volvió a tapar su cuerpo semidesnudo. Levantó la mano y una bola de energía plateada apareció, lista para ser lanzada contra Marek. Sin embargo, él sonrió con maldad. —No creas que te va a ser tan fácil destruirme como cuando destruiste a esos vampiros Lacayos. Mi poder es muy antiguo y puede luchar perfectamente contra el tuyo. Una nube oscura lo rodeó y consiguió liberarlo del poder de Diane durante un segundo. Lo aprovechó para lanzarle una descarga hecha de niebla oscura, pero ella lanzó la bola de energía plateada al mismo tiempo. Las dos energías se quedaron suspendidas en el aire y cada uno luchó para empujarla hacia el otro, y así poder dejarlo fuera de combate. El poder de Diane empezaba a ganar terreno cuando el dolor de su brazo reapareció y se hizo más agudo. Un pentagrama negro apareció en su mano y la quemó, pero ella no dejó de empujar la bola con su poder. —Veo que mi pequeño hechizo sigue funcionando —comentó Marek con malevolencia. —¡Necesitarás más que esto para pararme! —replicó la nueva Diane. Se había transformado en otra persona, mucho más combativa y fuerte. No obstante, era consciente de que el poder oscuro de Marek era muy potente y de que sus propios poderes, recién despertados, seguían teniendo ciertas limitaciones. Se dio cuenta de que su bola de energía estaba retrocediendo y de que iba a perder esa batalla. —Te queda mucho por aprender, pequeña Luna —exclamó Marek, triunfal. Entonces, una calma inusual se apoderó de Diane y su aura plateada empezó a cambiar de color. El plateado inicial se mezcló con un color azul oscuro y un color dorado, y la luz se hizo cada vez más cegadora.

Sintió la energía y la presencia de su padre uniéndose a la energía de Gawain, cuya sangre se había mezclado con la suya. Sus ojos se volvieron totalmente plateados y pequeñas descargas eléctricas saltaron a su alrededor y la rodearon. La cama y las paredes de la habitación empezaron a moverse con violencia. Marek levantó la mano y lanzó otra descarga de poder oscuro contra Diane. Ella la bloqueó y alzó sus dos manos hacia la bola de energía plateada que creció hasta coger un tamaño impresionante. —¡Yo soy un dios! —gritó Marek, levantando también las dos manos para aumentar su poder. La explosión de las dos energías fue tremenda y sacudió el palacio entero. La cama y todos los muebles de la habitación se desintegraron como bajo el impacto de una bomba nuclear. La luz plateada lo invadió todo y el poder oscuro desapareció repentinamente. Diane, de pie y en el lugar exacto donde antes había estado la cama, abrió lentamente los ojos y la luz de plata alrededor de ella empezó a menguar poco a poco. Miró el fragmento del medallón, que había aparecido en su mano, y vio cómo se convertía en un collar de plata y cómo se colocaba solo alrededor de su cuello. El dibujo era el mismo que el del medallón: un ángel, cuyas alas plateadas se desplegaban alrededor de su cuello, que sostenía un cáliz del que salía un rubí. Pero ahora el ángel no era negro sino plateado. Un mechón de su pelo le rozó la mejilla y vio que se había vuelto rubio. Las dos mechas rubias, que enmarcaban su rostro de pequeña, habían aparecido de nuevo debido al desbloqueo total de su mente. Diane disipó la energía restante y vio la habitación totalmente destrozada y llena de escombros; una escena más propia de un terremoto. Sin embargo, no había conseguido destruir a Marek. Necesitaba desplegar mucho más poder para lograrlo. El Príncipe de la Oscuridad se levantó del suelo donde había caído y se apoyó contra la pared agrietada de par en par. Estaba malherido y su sangre, negra como el petróleo, se deslizaba por todo su cuerpo. Pero lo más terrible era el enorme agujero sangriento que tenía en mitad de la cara y que dejaba ver los huesos de su mejilla y de su mandíbula. —¡PUTA ASQUEROSA! —gritó enloquecido, después de tambalearse. En ese momento, Zahkar consiguió aparecer, tras varios infructuosos intentos, y se desplazó rápidamente hacia él. —¡Amo! ¡Déjame ayudarte!

Marek lo empujó con la mente, presa de una furia incontenible y destructora. —¡Acabaré contigo! ¡Te haré sufrir lo indecible! ¡Torturaré y mataré a todos tus seres queridos delante de tus ojos! ¡Me suplicarás! ¿Me oyes? —Marek cayó sobre una rodilla, pero siguió gritando hacia Diane—. ¡Me suplicarás para que ponga fin a tu tormento! Lanzó un grito espantoso de dolor y ella no pudo reprimir el impulso de avanzar hacia él. Pero Zahkar le cerró el paso. —Si quieres destruirlo, tendrás que destruirme a mí antes. Diane miró esos hermosos ojos ambarinos y sintió mucha pena. —Tu lealtad te honra, Zahkar, pero está muy mal empleada. No merece ni tu amor ni tu devoción. Es un engendro monstruoso y te ha obligado a matar durante siglos, encadenándote a él mediante ese deseo imperioso. Te ha utilizado y, si se lo permites, seguirá haciéndolo. —Me salvó la vida y se convirtió en mi dios, y no podréis hacer nada al respecto —repuso el vampiro con fiereza, volviendo al lenguaje formal. —Todavía estás a tiempo. Puedes dejar atrás la oscuridad e ir hacia la luz. Puedes salvar tu alma… La luz plateada empezó a brillar de nuevo alrededor de Diane. Levantó la mano para tocarlo, pero Zahkar hizo un movimiento para apartarse. De pronto, una forma invisible apareció entre ellos dos y puso algo alrededor de la muñeca de Diane. —Gracias por tu ayuda, vampiro —dijo una voz desconocida. Ella retrocedió y la luz plateada se apagó de inmediato. Miró, desconcertada, lo que tenía en la muñeca. Era una especie de antiguo brazalete diseñado con símbolos extraños. Símbolos demoníacos sin duda. La forma invisible dejó paso a un demonio de pelo rubio, casi blanco, y de ojos rojos, vestido con una casaca gris. —Nuestro Señor Lucifer dijo que esto podría pasar y tomó ciertas precauciones —explicó el demonio con una sonrisa ladeada—. Así que ese pequeño brazalete, forjado en el Infierno con la sangre de un ángel, limitará tus poderes durante un tiempo, Doncella. Diane frunció el ceño e intentó utilizar su poder. Pero sintió como el brazalete lo bloqueaba. Fulminó al demonio con la mirada. ¡Vaya, menuda suerte! Otro obstáculo en su camino. —¿Ves, hermana? ¡Yo siempre gano! —gritó Marek entre gruñidos de dolor. Andras, el demonio, le echó una mirada socarrona a Zahkar.

—Deberías encargarte de tu amo antes de que se le vaya completamente la olla. Tiene que recuperarse rápidamente de sus heridas porque le debe un enorme favor a Nuestro Príncipe. —El demonio miró a Diane con malicia—. Doncella, un placer. Andras desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Zahkar se acercó a Marek, desplomado sobre el suelo, y puso su brazo sobre sus hombros. —Volveré para llevaros a otra habitación —le dijo a Diane, sosteniendo a Marek inconsciente. —¿Para qué? —repuso ella, cruzándose de brazos—. Sería más eficiente llevarme directamente a los calabozos, ¿no crees? Zahkar la miró sin contestar. —Para que podáis prepararos para lo que viene —dijo finalmente—. Aquí, las torturas son más refinadas. En su fuero interno, la antigua Diane se estremeció, pero por fuera, la nueva Diane le devolvió la mirada sin inmutarse. Le sorprendió, sin embargo, ver la pena y la tristeza reflejarse en el rostro inmutable del vampiro antes de que desapareciera con Marek. Una vez sola, hizo el balance de la nueva situación: sus poderes habían despertado por completo y había conseguido herir de gravedad a su hermano. Se sentía diferente y más poderosa que nunca, pero, en el último momento, habían logrado bloquearla de nuevo. Diane observó con atención el antiguo brazalete. ¡Maldito chisme! ¿Cómo se quitaba? De pronto, se sintió totalmente aterrada, como si la Diane humana hubiese vuelto con fuerza, y un miedo absoluto la embargó por completo. Su situación era peor que antes: su hermano había intentado abusar de ella y volvería a intentarlo en cuanto sanase de sus heridas; sus poderes estaban fuera de servicio por un tiempo indeterminado y seguía sin saber cómo se salía de ese maldito palacio. Las imágenes violentas de lo acontecido con Marek volvieron a su mente, golpeándola. Diane, casi en estado de shock, se tapó la cara con las manos y se dejó llevar por su miedo y su dolor. Una nueva Diane acababa de nacer, fuerte y poderosa. Pero, en ese momento, solo quería llorar. Sí, en ese preciso momento, para ella ser el Santo Grial de las leyendas no significaba nada. Solo quería llorar y recordar que, a pesar de todo, una parte de ella seguía siendo humana.

SEGUNDA PARTE: La Princesa perdida

Capítulo ocho Cuatro semanas antes

Un frío repentino se apoderó de Cassandrea y un cosquilleo desagradable le recorrió la espina dorsal. Levantó el lápiz del dibujo que estaba haciendo y se quedó muy quieta, intentando percibir de dónde venía esa sensación de alarma. Estaba sola en el cuarto de la finca sevillana, dedicado exclusivamente a su arte y a sus pinturas, y estaba dibujando un retrato de Diane, la Princesa, que podría ser útil a la hora de presentarla dado que nadie sabía de su existencia. Era la única vampira que quedaba en la finca. Sasha se había desmaterializado para ir a ver al Edil, miembro del Senado que actuaba como sus ojos y sus oídos, y Gabriel y Candace habían cogido un jet privado para llegar a Roma donde se encontraba el Consejero Zenón y así poder traerlo de vuelta rápidamente. En cuanto a Gawain, Alleyne y Eneke, estaban en Sevilla con la Princesa para que ella pudiese recoger el medallón que había pertenecido a su padre y que era su símbolo de poder. Sí, solo quedaba ella en la finca; ella y Yanes, el humano demasiado tentador del que se había despedido para siempre y al que había prometido no volver a hablar en privado nunca más. Su amor por Gawain se había reafirmado con la deliciosa prueba que había supuesto sentirse tentada por Yanes, y Cassandrea no era una vampira dada a romper sus promesas. Sin embargo, había compartido su sangre con el humano y ese vínculo le permitía sentir todas sus emociones como si fueran las suyas propias. Pero ese pinchazo desagradable de alarma no venía de Yanes. Cassandrea había sentido la pena y la tristeza que lo habían embargado cuando había tenido que despedirse de Diane, su antigua alumna y amiga, porque ella se había convertido en Princesa de los Némesis ya que él, como humano, no podía entrar en la Sociedad vampírica. Yanes había vuelto a su habitación y había repasado en su mente todos los recuerdos que tenía de Diane, como alguien que hojea un álbum de fotos. Pero ahora, estaba tranquilamente sentado en un sillón y estaba leyendo uno de los libros que ella le había dejado delante de la puerta.

Cassandrea había escogido libros que hablaban de Venecia, conservados desde el siglo XVI por ella, porque sabía que Yanes, profesor de Historia del Arte en la universidad de Sevilla, tenía un interés particular por ese tema. Quería dimitir de su puesto y ya tenía la carta escrita, pero ella sabía que nunca dejaría de investigar el pasado de la Humanidad porque era una mente sabia e inquieta. No, el problema no venía de él. Venía de los dos seres a los que ella había dedicado su eterna existencia. Había pasado algo muy grave en el piso de Sevilla. Gawain y Alleyne estaban heridos. Podía oler su sangre derramándose tras el impacto de una energía oscura y poderosa. La misma energía que también la había herido a ella. La marca del hechizo había desaparecido de entre sus pechos, pero todavía podía sentir la energía descomunal y malévola que lo había utilizado. Cassandrea dejó el dibujo sobre la mesa y se paseó, muy preocupada. Gawain, Alleyne, Eneke y la Princesa llevaban casi dos horas fuera, y ella no podía dejar la finca sin protección para ir a buscarlos. Había dejado de llover y era de noche, momento en el que todos los vampiros estaban despiertos y listos para atacar un nido desprotegido lleno de humanos. Había muchos vampiros rondando por ahí; vampiros que atacaban a los humanos para beber su sangre y, sin la ayuda de Gawain que podía salir durante el día, podrían atreverse a atacar como las bestias desesperadas que eran. Además, flotaba en el aire esa amenaza oscura y sin rostro… La vampira morena se paró en seco cuando el cosquilleo volvió con fuerza. Gawain… Gawain estaba herido, pero Alleyne se había llevado la peor parte. El dolor y la angustia desfiguraron su hermoso rostro. No podía ayudarlos de momento. Tenía que quedarse allí y esperar, y era lo más duro que había hecho nunca. Se desplazó rápidamente hasta el vestíbulo y esperó cerca de media hora, moviéndose con ansiedad. No podía imaginar el resto de su existencia si le pasara algo a Gawain o a Alleyne, algo como una herida imposible de curar. Finalmente, percibió el avance del Mercedes negro en la carretera secundaria que iba a una velocidad extrema. Eneke estaba al volante y había dejado suelta su pasión por la conducción peligrosa, pero esa vez a Cassandrea no le importaba. Cada minuto era importante para intentar salvar a Alleyne. Desconectó con la mente el sofisticado dispositivo de seguridad de la finca para que el coche pudiese entrar en el garaje, y se precipitó hacia allí. Eneke salió del vehículo hecha una fiera y despotricando en húngaro, su idioma natal. Tenía ganas de destruir cualquier cosa con una patada, pero primero tenían que atender al chaval cuyas heridas no pintaban nada bien. Las

heridas de Gawain también eran feas, pero empezaban ya a cicatrizar. Llevaba a su hijo en brazos, después de rechazar la ayuda de Eneke, y su cara, normalmente impasible, reflejaba una gran rabia y mucho dolor. Cassandrea se acercó a ellos, sin poder dar crédito a que Alleyne pudiese resultar tan gravemente herido. Su ropa estaba hecha trizas y estaba cubierto de profundos cortes que no paraban de sangrar. Miró a Gawain con dolor y levantó una mano temblorosa para acariciar el rostro del joven vampiro que era como un hijo para ellos. —Necesita mucha sangre. Tenemos que darnos prisa y llevarlo a la cámara de regeneración —dijo Gawain, dirigiéndose a la escalera que llevaba al sótano. —No hemos utilizado esa sala nunca y no sabemos si funciona —indicó Cassandrea siguiéndolo con Eneke—. Además, tú también estás herido. Déjame llevarlo… —No —contestó Gawain sin pararse—. Lo mío no es nada. Lo más importante ahora es Alleyne. —Nada, nada… —intervino Eneke, después de refunfuñar—. ¡Esa zorrita rubia te ha atacado con esa puñetera daga, mi Laird! Dudo mucho que esa herida del costado sea como una caricia. —¡Eneke! ¡Déjalo! Mi hijo primero… La vampira frunció la boca, pero no dijo nada más. Entendía perfectamente la angustia de Gawain. Ella estaría histérica si hubiesen herido de esa forma a Mariska… Cassandrea aprovechó ese momento para coger a Gawain del brazo y mirarlo de nuevo a los ojos. Vio con nítida precisión todo lo que había ocurrido en el piso. —¿Kether Draconius se ha atrevido finalmente a secuestrar a la Princesa? — preguntó con el ceño fruncido. —No es Kether, pero lo sabe todo —contestó Gawain, abriendo la puerta de la cámara—. Al parecer, conoce muy bien al Príncipe que se esconde detrás de todo esto y ya lo ha ayudado a entrar en el Santuario para matar al Cónsul. —Y ese Príncipe es muy cercano a los demonios y sabe manejar sus armas — enfatizó Eneke, abriendo la tapadera de una especie de bañera metálica situada en el medio de la cámara. Gawain depositó con delicadeza a Alleyne dentro mientras Cassandrea y Eneke sacaban decenas de bolsas de sangre de unos frigoríficos pegados a la pared.

—Hay que llamar a Sasha y avisar al Senado para que mande refuerzos — comentó Cassandrea mientras vaciaba bolsas sobre Alleyne—. Tenemos que encontrar a la Princesa cuanto antes. —El Senado ya habrá percibido la energía oscura proyectada por la daga — dijo Eneke sacando más bolsas—. Y si llamamos a Sasha, vendrá con el Edil. —No tenemos otra opción —recalcó Gawain, situándose detrás de la bañera, a la altura de la cabeza de su hijo—. Pero antes, Alleyne necesita también ingerir sangre y yo no puedo ofrecérsela. Gawain tenía la sangre de Ephraem Némesis en sus venas, uno de los pocos vampiros capaces de salir al sol, y el Senado le había prohibido compartir su sangre con alguien, después de convertir a Cassandrea sin su permiso. —¡Menos mal que, después de todo, el chaval me cae bien porque si no! — exclamó Eneke vaciando las últimas bolsas. —Te lo agradecemos, Eneke. —Cassandrea inclinó su cabeza en señal de agradecimiento y Gawain hizo lo mismo. Eneke esbozó una pequeña sonrisa. —Supongo que haríais lo mismo por mí o por algún Pretors. Además, esta situación no se da todos los días entre nosotros. —La vampira rubia se dirigió hacia uno de los armarios metálicos y cogió un escalpelo de uno de los cajones. Esa cámara también podía servir de sala de operación dado los instrumentos quirúrgicos que se encontraban en ella—. ¿Sabéis lo que nos vendría bien ahora? ¡Un Metamorphosis! El lobo de la zorrita era uno de ellos. Cassandrea se tensó y sus ojos de color violeta brillaron. —Había otro Metamorphosis en el piso… La… ¡La gata! —Hécate —puntualizó Gawain con el ceño fruncido—. Está al servicio de Hedvigis desde hace más de tres siglos. —Los Metamorphosis no suelen vivir tanto tiempo —se extrañó Cassandrea. —¡Esa zorra le habrá dado su sangre para prolongar su existencia! —Eneke gruñó y soltó un taco en húngaro—. ¡Ese bicho ha estado espiando a la Princesa para ella! Menudo cerebrito tiene la esclava romana… —La vampira le lanzó una mirada a Gawain—. ¿Los Némesis no tienen Metamorphosis a su servicio? —Sí, muchos. —Gawain se inclinó sobre Alleyne y le sostuvo la cabeza, después de abrirle un poco la boca—. Y algunos destacan como Valean, el Metamorphosis Águila, o Quin, el Metamorphosis Tigre. Son muy listos y rápidos, pero solo el Consejero puede llamarlos porque solo le obedecen a él. —Pues será cuestión de que lo haga rápidamente, en cuanto Gabriel lo traiga de vuelta —refunfuñó Eneke, poniéndose a la izquierda de Gawain mientras

Cassandrea se ponía a la derecha—. Vale, chaval —la vampira rubia extendió su puño cerrado sobre la boca de Alleyne al mismo tiempo que Cassandrea—, espero que puedas beber tanta sangre como te sea posible… Gawain sujetó la cabeza de Alleyne, cuyo cuerpo estaba enteramente cubierto de sangre, y Eneke agarró bien el escalpelo para cortar sus venas y las de Cassandrea. Sin embargo, no tuvo tiempo de hacer un movimiento. Una luz de un potente color azul oscuro surgió de la nada y rodeó la bañera metálica y su mano. El escalpelo salió volando y volvió a meterse en el cajón por sí solo. —Y ahora, ¿qué pasa? —exclamó Eneke, poniéndose tensa y enseñando los colmillos crecidos. —Tranquila, Eneke —dijo Gawain al reconocer el aura de Ephraem Némesis que también había rodeado a Alleyne en el piso—. Es el Príncipe de los Némesis y quiere ayudarnos. Los tres vampiros dieron un paso atrás cuando la luz se hizo más brillante alrededor de la bañera. Una pequeña estela se posó sobre la herida de Gawain y esta desapareció al momento. Voy a curar las heridas de Alleyne, pero necesitaré tiempo y energía… La voz de Ephraem Némesis reverberó por toda la cámara. —Mi Príncipe —empezó a decir Gawain—, vuestra hija… Sí, lo sé. Hicisteis todo lo que pudisteis, pero no podíais luchar contra un arma de esa magnitud. El ser que retiene a mi hija se hace llamar el Príncipe de la Oscuridad, y yo no tengo la suficiente energía como para salvar a Alleyne y localizarla. Buscadla sin demora porque corre un grave peligro. Me encargaré del joven vampiro. —Muchas gracias, mi Príncipe —dijo Gawain con los ojos brillantes. Tened cuidado. El Príncipe de las Tinieblas y sus demonios están implicados en este asunto y quieren algo a cambio de su ayuda. La misma expresión de leve contrariedad se reflejó en los rostros de los tres vampiros. —¡Genial, lo que faltaba! ¡Un duelo gratis con Lucifer y sus macacos! ¡Como si no tuviéramos suficiente diversión con los Custodios! —explotó Eneke antes de salir de la cámara y tras echarle un último vistazo a Alleyne—. Tengo que ponerme en contacto con Vesper. Cassandrea se acercó a Alleyne y lo miró con preocupación. —Es la misma energía oscura que también me hirió a mí… —susurró antes de oír la voz aterciopelada del Príncipe en su mente.

Sí, es el poder de los demonios. Pero no te preocupes por él, sé cómo eliminar ese poder de su cuerpo. Lo curaré y rescataré su esencia del Otro Mundo, aunque me cueste mucha energía. —Será mejor que nos marchemos para que el Príncipe pueda actuar, mi amor. —Gawain puso una mano en su hombro. —Sí, tienes razón. Ambos miraron una última vez el rostro de Alleyne y se dieron la vuelta para salir de la cámara a velocidad humana, como si no quisieran abandonar a su hijo a su suerte. Pero Gawain confiaba plenamente en los inmensos poderes de Ephraem Némesis que, a pesar de estar Dios sabía dónde, era capaz de proyectar su energía de forma omnisciente. Cassandrea y Gawain sellaron la cámara con sus dos energías combinadas y subieron la escalera para reunirse con Eneke en uno de los salones. —Se estará comunicando con Vesper —comentó Gawain—. Su Don nos puede ayudar y mucho, y espero que pueda desplazarse lo más rápida… El vampiro se interrumpió cuando percibió una repentina tensión en el cuerpo de su amada. Estaba captando algo que parecía no gustarle demasiado. Gawain se paró y esperó ya que, en esos momentos, no podía interferir con su propia energía. —Yanes está en el salón con Eneke y ella se está mostrando tan encantadora como siempre —dijo finalmente Cassandrea con sutil ironía—. Yo me encargaré de ir al otro salón y de llamar a Sasha. —A Chroi —Gawain se pegó a ella y la miró a los ojos. Su mirada dorada, llena de amor, brillaba tenuemente—, no hace falta que te vayas para no estar en la misma habitación que él. Todo ha quedado claro entre nosotros. —He hecho una promesa, Gawain, y yo siempre intento cumplir mis promesas —contestó ella con firmeza—. Además, alguien tiene que llamar a Sasha y recibir al Edil. Cassandrea le dio un suave beso en los labios y desapareció rápidamente hacia el otro salón. No podía encontrarse con Yanes ahora porque, según lo que había podido captar, iba a tener que romper su promesa y salvarlo de un rescate no deseado en breve. Los Custodios habían mandado a la persona idónea para ese trabajo, pero, conociéndola como la conocía, seguro que se había ofrecido voluntaria. Y conociéndola como la conocía, era más que probable que Micaela Santana iba a esperar a que amaneciera para actuar.

Yanes estaba frente a frente con la vampira rubia que había conocido en la galería de arte de Cassandrea en Sevilla, y tenía la impresión de que ella se moría de ganas de pegarle una paliza para que dejara de hacer preguntas. Bueno, la impresión, no, ¡la absoluta certeza! —¿Dónde está Diane? —insistió sin embargo. Los ojos azules de la vampira empezaron a brillar de un modo muy peligroso. Yanes pensó que sus tendencias suicidas estaban llegando a unos niveles insospechados y que era una mala idea tirar de la cola del diablo. Pero sabía muy bien que estaba en lo cierto y que algo le había ocurrido a Diane. Estaba leyendo tranquilamente en su habitación cuando una angustia repentina lo había atravesado de tal forma que había tenido que levantarse para dar algunos pasos. La imagen de Diane cruzó su mente y tuvo que pararse. Había pasado algo y ella estaba involucrada, y no se trataba de un presentimiento. Era como si alguien se lo estuviera contando en voz baja… En circunstancias normales era un hombre sensato y práctico, pero después de sobrevivir al ataque de un vampiro gracias a la sangre de otra vampira y de descubrir que su antigua alumna y amiga era la princesa de una familia vampírica, empezaba a creer en cosas imposibles como tener repentinos episodios de mediumnidad. ¿Sus sentidos se habrían desarrollado de forma anormal gracias a la sangre de Cassandrea? Era la explicación más lógica teniendo en cuenta que su cuerpo se había vuelto mucho más fuerte dado que ya no tenía el brazo izquierdo escayolado. Lo seguía teniendo sujeto en un cabestrillo y le molestaba un poco, pero lo movía con total normalidad y eso era una recuperación casi milagrosa. Los brazos rotos no sanaban tan rápidamente normalmente… Yanes resopló, disgustado. No podía quedarse encerrado allí sin saber lo que había pasado. Sin saber si Diane se encontraba bien o no. Tenía que bajar y preguntar a cualquier vampiro que no fuese Cassandrea. Ella se había despedido de él para siempre, y él tenía que respetar ese hecho, aunque le doliera. Iba a abrir la puerta, pero se quedó con la mano en el picaporte, sorprendido. Sentía la presencia de la vampira veneciana en la planta baja y podía ver con exactitud el lugar donde se encontraba. Era como si tuviera un detector para localizarla implantado en el cuerpo. Sí, todos esos cambios se debían a su sangre que corría ahora por sus venas con mucha fuerza. Yanes se alejó de la puerta y esperó un poco. Cuando tuvo la certeza de que no iba a encontrarse con Cassandrea, bajó la escalera y se dirigió hacia el primer

salón que vio. Y se encontró con la vampira rubia, la que hablaba húngaro, que parecía estar de muy mala leche y bastante reacia a contestar a sus preguntas. —Debería volver a su habitación, profesor —soltó finalmente la vampira en un tono bajo, muy poco amistoso. —No me iré de aquí antes de saber si le ha pasado algo a Diane —contestó él con determinación. Esa joven era su amiga y la quería muchísimo y, a pesar de que ella también se había despedido de él horas antes, no podía volver a una vida normal sin saber la verdad. La vampira gruñó y empezó a decir cosas en húngaro, cosas que no tenían pinta de ser cumplidos. Pero Yanes no se dejó intimidar y la miró impasible. Eneke hizo una mueca. ¿Por qué los humanos con los que se cruzaban últimamente no parecían recordar que ella era una vampira y que podía hacerles mucho daño? —¡Genial! ¡Otro humano tocanarices! —exclamó en español. —¡Eneke! Podrías ser un poco más amable con nuestro invitado, ¿no crees? —Gawain entró de forma normal en el salón y reparó en que Yanes ya no llevaba el brazo escayolado. La sangre de Cassandrea estaba obrando milagros, pero al ser tan potente en él, el humano podía convertirse en una amenaza para todos ellos si caía en manos equivocadas. Desgraciadamente, ya no podía hacer algo al respecto. Los Custodios ya estaban de camino para intentar «recuperarlo» y ellos tenían un problema mucho más importante ahora. El único punto positivo capaz de salvar mínimamente la situación era el afecto genuino que sentía el humano hacia la Princesa y su integridad como persona. Nunca sería capaz de traicionarla por voluntad propia. Sin embargo, los Custodios tenían numerosos métodos para sonsacar información; métodos muy desagradables… Lo mejor era decirle la verdad y confiar en su lealtad y su amistad por Diane. Yanes miró la camisa desgarrada por un lado de Gawain, que no había pensado en cambiarse de ropa, y el miedo se apoderó de él. —¡Dios! Diane está herida, ¿verdad? —dijo plantándose delante del vampiro. Tuvo que levantar un poco la cabeza para mirarlo a los ojos. Él no era precisamente bajito, pero el vampiro era más alto y más musculoso. La preocupación de Yanes aumentó cuando la mirada dorada de Gawain se volvió más triste. —No sabemos si está herida. La han secuestrado.

—¡Qué! —gritó él, atónito. No, otra vez no. No podía vivir otra vez la misma situación. Los recuerdos eran demasiado dolorosos y recordaba demasiado bien la terrible angustia experimentada durante el secuestro de su hija por parte de un pedófilo, y el espantoso resultado final. —Pero… ¿cómo ha podido ser? ¿No teníais que protegerla y cuidar de ella? —se enfadó, desesperado por la similitud entre su pasado y el momento presente. Otra vez volvía a sentir la rabia y la impotencia frente a una situación injusta. Pero su hija no iba acompañada por una guardia de vampiros, seres que se suponía que eran temibles e invencibles. —¡¿No teníais que impedir que esto pasara?! —gritó con desesperación. Ese estallido colmó el vaso de la inexistente paciencia de Eneke. En un abrir y cerrar de ojos, Yanes quedó estampado contra la puerta cerrada y el rostro de la vampira se detuvo a muy pocos centímetros del suyo. —¡No sabes una mierda, humano! —Los ojos de Eneke se convirtieron en dos llamas azules—. ¡Uno de los nuestros está muy mal herido por intentar protegerla! El aura dorada de Gawain la empujó hacia atrás, a pesar de que era muy consciente de que nunca le haría daño al humano y de que el empujón contra la puerta había sido bastante suave en comparación con lo que era capaz de hacer. —Eneke, recuerda tu juramento de Pretors. —La voz de Gawain sonó muy fría y tranquila, y consiguió rebajar un poco la tensión. Pero la furia de la vampira se había desatado y Yanes no se atrevió a moverse. —¡Es fácil juzgar! Sí, le hemos fallado a la Princesa, pero resulta que ahora tenemos que combatir no solamente contra los vampiros sino también contra los demonios. Así que, si quiere echarnos una mano, profesor, ¡adelante! Una de las lámparas del salón estalló debido a la intensidad de la energía de la vampira. —Eneke, estás demasiado alterada. —La serenidad de Gawain se tiñó de leve amenaza y sus ojos dorados brillaron—. Retírate. Es una orden. Los dos vampiros se miraron y la furia de Eneke se aplacó de inmediato. Yanes se quedó impresionado por la autoridad tranquila de Gawain. Se parecía más que nunca a un antiguo jefe celta, y no necesitaba la violencia para hacerse obedecer. —Acato la orden, mi Laird, pero no me gusta la situación y no me gusta que un humano nos juzgue. —La vampira inclinó la cabeza con respeto y Yanes se

desplazó rápidamente para que pudiera salir. El profesor suspiró y se frotó los ojos con la mano derecha. —Siento haber provocado todo esto —se disculpó con voz cansada—. No pretendía juzgaros, es solo que tengo mucho miedo por lo que le pueda pasar a Diane porque me recuerda a… Yanes se interrumpió y carraspeó. —Sé lo de su hija —dijo Gawain. —Claro. Lo sabéis todo. —No, todo no. —El vampiro frunció el ceño—. No sabemos dónde está la Princesa. —Y Alleyne está herido. Es él, ¿verdad? Gawain asintió. —Y es muy importante para Cassandrea y usted —afirmó Yanes, percibiendo cosas. —Así es. Pero Diane no está tan indefensa como su hija, profesor. Cuando despierte a su verdadera condición, será el ser más poderoso jamás creado. Y no tenga ninguna duda de que la encontraremos. El rostro de Yanes se iluminó. —Yo puedo ayudaros. La buscaré durante el día mientras vosotros… —Recuerde que yo puedo salir durante el día y… —La mirada de Gawain se desvió durante un segundo y luego volvió a clavarse en el rostro de Yanes—. Lo siento, profesor, tiene que volver a su habitación. Gracias por querer ayudarnos, pero no es posible: nuestra Sociedad sigue vetada a los humanos. Yanes frunció el ceño, molesto. Entonces Gawain hizo algo sorprendente para un vampiro: levantó la mano y le estrechó levemente el hombro. —La Princesa nunca me perdonaría si le pasara algo. Tendrá noticias nuestras en cuanto sepamos algo. —Ella es muy importante para mí. ¿Piensa que con eso es suficiente? —Tendrá que serlo. Diane es muchísimo más importante de lo que imagina para todos nosotros. La mirada verde de Yanes brilló de enfado contenido por sentirse tan fácilmente excluido en la búsqueda de Diane. —Esto no termina así —soltó con voz helada, antes de cerrar la puerta del salón tras de sí. Gawain se quedó pensativo durante un segundo. —Al parecer, los Custodios van a tener más dificultades de lo que pensaba con este humano —dijo finalmente en voz alta, y luego se marchó para reunirse

con Cassandrea, Sasha y el Edil, que acababan de llegar. —Venerable. Cassandrea se inclinó respetuosamente ante el Edil, a pesar de que no le gustaba mucho recibir a un miembro del Senado en su nido. La política no la atraía ni lo más mínimo y los Aliados, como Gawain o ella, no solían participar en los acontecimientos cotidianos de la Sociedad. Se mantenían al margen y solo intervenían si el Príncipe de la familia lo ordenaba. Pero, esa vez, tenían que contar con la ayuda del Senado. —¿Cómo está Alleyne? —preguntó Sasha con una leve preocupación en su voz—. ¿Ha logrado sobrevivir al poder oscuro que todos hemos sentido esta tarde? Antes de que Cassandrea pudiera contestarle, el Edil se adelantó y dijo: —Hay un Pura Sangre que se encarga de su recuperación. ¿No percibes su aura? Sasha frunció un poco el ceño y se quedó casi inmóvil durante un segundo. —El Príncipe de los Némesis, mi Señor. —Así es, el Príncipe desaparecido que no logra reaparecer del todo. Tiene que estar en un sitio muy, muy poderoso; y solo veo uno con esas características… —reflexionó el Edil en voz alta. Cassandrea lo observó detenidamente. Todos los Senadores eran vampiros muy antiguos, de miles y miles de años de existencia, pero solo cuatro de los siete eran de Pura Sangre, es decir descendientes directos de un ángel. Bueno, solo quedaban tres ya que el Cónsul había sido asesinado durante su Letargo, único momento en el que los Senadores eran vulnerables. A pesar de su antigüedad, Vyk, el Edil, tenía la apariencia de un hombre joven de unos treinta años; un hombre con el aspecto de un guerrero de alguna tribu germana. Llevaba el pelo largo y castaño recogido en una cola, y una sombra de barba oscurecía su rostro tallado en acero, lo que no era muy habitual entre los vampiros que solían llevar un rostro imberbe. Sus ojos, también castaños, brillaban con una acuidad muy particular, propia de los vampiros antiguos, y denotaban una fría y precisa inteligencia. El contraste entre su aspecto de guerrero y su ropa era muy curioso ya que llevaba la toga verde con inscripciones de oro que lo distinguía como miembro del Senado que no era Pura Sangre. Sin embargo, su formidable aura dejaba bien claro que estaba un peldaño por debajo de los Pura Sangre y eso, en una Sociedad cuya jerarquía se basaba en el Poder, constituía una clara advertencia.

—Si vos sabéis dónde se encuentra el Príncipe de los Némesis, Venerable, ¿no podéis liberarlo? —preguntó Cassandrea, intrigada. El Edil la miró impasible. —Si está en la Cripta de los Caídos, nadie puede liberarlo. Solo un ángel poderoso, un demonio o Dios pueden hacerlo. Pero siendo el hijo de un Elohim, la otra manera sería forzar su propia energía; cosa que no puede hacer si la dispersa por ahí… —El Edil entrecerró levemente los ojos—. Además, tenemos un asunto muy importante entre manos en este momento. El Senador miró la puerta, situada a su izquierda, y la abrió con una orden mental. —¿Dónde está la guerrera húngara? —le preguntó a Gawain, que cerró la puerta sin tocarla. —Está… ocupada —contestó él, reuniéndose con Cassandrea y poniéndole un brazo alrededor de los hombros a modo de advertencia hacia Sasha. El vampiro moreno hizo una ligera mueca y dejó de mirar a su amada, como llevaba haciendo desde que había aparecido en el salón con el Edil. —Venerable. —Gawain inclinó la cabeza sin soltar a Cassandrea. El Edil esbozó una ligera sonrisa que no alteró su hermético rostro. —El Senado os agradece personalmente lo que habéis hecho por él y por la Sociedad, y lamenta que tu amada haya salido herida en el proceso. No obstante, el Senado, a través del Pretor, quiere confiarte una nueva misión y tienes que reunirte con él lo antes posible. La mirada de Gawain brilló ligeramente. —Venerable, nunca he desobedecido una orden del Senado en todos los siglos que llevo existiendo. Sin embargo, hay una persona mucho más importante que él ahora y en la que he depositado toda mi lealtad, y no pararé hasta encontrarla… —Tranquilidad, Gawain —lo interrumpió el Edil—, el Senado lo sabe y por eso el Pretor quiere verte. Tu misión tiene algo que ver con el paradero de la Princesa heredera de los Némesis. —Diane no es solamente la Princesa de los Némesis —intervino Cassandrea —, también es la profética Doncella de la Sangre. —Eso ya se comprobará en su debido momento —contestó el Edil de forma misteriosa—. La Profecía no es muy clara y solo el Magistrado puede aclarar nuestras dudas al respecto. Por eso el Senado ha decidido despertarlo, pero el proceso es arduo y complicado. Sasha parecía muy sorprendido.

—¿No es muy peligroso, mi Señor, que todos los miembros del Senado estén despiertos al mismo tiempo? —preguntó con un leve deje de asombro en la voz. El Edil le dedicó una mirada brillante. —Las circunstancias extraordinarias imponen esa medida drástica. Solo se ha dado el caso dos veces desde la creación del Senado y se necesita mucho tiempo y mucha energía para llevarla a cabo. Pero no tenemos elección. —¿Eso significa que algún miembro del Senado sabe dónde se encuentra la Princesa? —preguntó Cassandrea, más preocupada por el tema de Diane que por el tema del Senado. La amada de su hijo era mucho más importante a sus ojos que el propio Senado. Diane representaba el futuro de la Humanidad y de la raza vampírica, y los Venerables no parecían darse cuenta de ello. —Sabemos de su importancia, Cassandrea —puntualizó el Edil, leyéndole el pensamiento—, pero hay numerosos puntos oscuros que deben ser aclarados antes que nada. —El Edil levantó una mano y señaló los sofás de cuero dispuestos uno en frente del otro—. Sentaos, por favor, y os diré lo que sabe el Senado y lo que no sabe. Los tres vampiros obedecieron y se sentaron, cosa que no se habían atrevido a hacer antes por respeto al Senador. —Pasa, Eneke —el Edil abrió la puerta con una mirada y la vampira rubia entró—, solo faltas tú. —Venerable —Eneke inclinó la cabeza—, estaba contactando con Vesper y me ha costado un poco. —Le echó una mirada a Sasha, quien le dedicó una sonrisa burlona—. ¿Os importa que me quede cerca de la chimenea sin sentarme? —le preguntó al Edil, evitando mirar al vampiro ruso. —No, mientras controles ese carácter tuyo. —Lo intentaré —contestó ella, fulminando a Sasha con la mirada. Eneke se apoyó contra la repisa de la chimenea y se cruzó de brazos. Se centró en la cara del Edil y no miró a Gawain. Sabía que el Laird tenía razón y que estaba muy alterada, pero no sabía si era por el episodio violento del piso de Sevilla o por el presentimiento sin fundamento que sentía respecto a Mariska. No tenía ningún sentido. Estaba a salvo con los Kraven. Nadie podía acercarse hasta allí para hacerle daño. —Bien —empezó el Edil, interrumpiendo las cavilaciones secretas de Eneke —, desgraciadamente, el Senado no sabe dónde se han llevado a la Princesa de los Némesis ya que ninguno de sus miembros consigue rastrear su energía. Esto se debe a que los poderes de la Princesa no se han despertado del todo, pero

también, y eso es más preocupante, al hecho de que una energía oscura la rodea por completo. —El Edil hizo una pequeña pausa y observó a los tres vampiros —. Esa energía oscura procede de un poder demoníaco que ha logrado interferir en las visiones y las predicciones de nuestra Sibila de tal forma que no pudo ayudarnos. Solo pudo mandarnos a Selene con un nombre: el Príncipe de la Oscuridad, pero eso ya lo sabéis. El Edil clavó su mirada en el fuego de la chimenea. —Poco se sabe de él y lo poco que se conoce no es muy halagüeño. Es primo del Príncipe de las Tinieblas y al tener un poder demoníaco, tan parecido y diferente a la vez del nuestro, es muy difícil de aniquilar. Además, las dos personas relacionadas con él y capaces de resolver nuestras dudas han desaparecido. La primera era el Príncipe de los Némesis que, por lo visto, tuvo un enfrentamiento con él. Y la segunda era el Cónsul. —El Edil miró a Gawain —. El Senado está convencido de que ese Príncipe mató al Cónsul porque era el único capaz de identificarlo, gracias a la colaboración del Príncipe de los Draconius. —Y apuesto a que también encerró al Príncipe de los Némesis en la Cripta de los Caídos —intervino Gawain, apretando la mano de Cassandrea. El rostro del Edil reflejó una leve sorpresa. —Eso significaría que ese ser desciende de un ángel y de un demonio a la vez… —comentó con incredulidad. —¿Quizá el Príncipe de las Tinieblas lo ayudó? —aventuró Cassandrea. —Eso lo dudo mucho —recalcó Sasha con una mueca—. Lucifer no ayuda a nadie en persona. Solo lo hace mediante un pacto. ¿Qué ganaría a cambio de encerrar al Príncipe en la Cripta? —¿La sangre de la Doncella y sus poderes, a lo mejor? —soltó Eneke con ironía. Sasha la miró con una mueca cómica. —¡Cuando consigues aplacar tu tremendo carácter y utilizas tu cerebro, eres brillante! —bufó con una sonrisa. Eneke gruñó y le enseñó los colmillos. —¡Razón de más para encontrar a la Princesa lo antes posible! —exclamó Gawain, soltando la mano de Cassandrea para levantarse—. Mi hijo está herido por culpa del poder de los demonios, y Dios solo sabe lo que le pueden hacer a la Princesa. No perdamos más tiempo en charlas —insistió, viendo que el Edil se quedaba pensativo—, tendremos ocasión de averiguar la identidad de ese Príncipe cuando encontremos a la Princesa.

—Lo siento, Gawain, pero tendrás que ir a ver primero al Senado. Es una orden directa del Pretor y de Aymeric. El aludido dejó de mirar al Edil y miró a Eneke. —El Senado ha ordenado a Vesper quedarse cerca del castillo fantasma de los Draconius y esperar tu llegada, mi Laird —explicó la vampira, captando la orden implícita en la mirada de Gawain—. Debe, entre otras cosas, vigilar al loco de Kamden MacKenzie que quiere entrar a toda costa allí para matar a Ligea delante de las propias narices del Príncipe. —¡A ese humano le falta un tornillo! —exclamó Sasha, entornando los ojos al estilo humano. El Edil pareció estar analizando la información durante un segundo. —Los Custodios desconocen la verdadera naturaleza de la Princesa ya que es mitad humana —declaró finalmente, sin mirar a nadie en particular—. Es curioso que no hayan enviado a nadie para rescatar a los humanos, después de que el Senado no contestara a su petición de rescate… —Han mandado a uno de sus mejores agentes y está a punto de llegar —dijo Cassandrea. Todos los vampiros la miraron, convencidos de que conocía perfectamente la identidad del agente en cuestión. —Estos humanos… —El Edil frunció levemente el ceño—. Solo el Príncipe de los Némesis conseguía hablar con ellos, y eso era antes del cambio directivo. —De pronto, clavó su mirada en Cassandrea—. Sea quien sea ese agente, deja que se lleve al humano. No podemos iniciar una segunda guerra con los Custodios en este momento. —¡Ya estamos en guerra, Venerable! —La mirada de Eneke brilló como un fuego azul—. Por si no lo ha notado el Senado, cada día intentan ir más allá de su cometido y matar a vampiros degenerados por su cuenta. Llegará un momento en el que tendremos que dejarles las cosas bien claras. —Pero ahora no, Eneke. —El Edil la miró fríamente—. No estamos en posición fuerte en estos momentos. Un poder demoníaco nos ha atacado y se ha apoderado de alguien muy valioso para todos nosotros, y tenemos que centrarnos en su búsqueda. —Vale, muy bien. —La vampira húngara gruñó—. ¡Pero no pierden nada por esperar! Sasha meneó la cabeza, pero no dijo nada. Repentinamente, el Edil se quedó muy quieto y el aire vibró a su alrededor.

—El Senado ha hablado —dijo al cabo de un minuto con los ojos brillantes —. Gawain, con la ayuda de Sasha, te llevaré ante el Pretor para que te transmita tu nueva misión. Eneke, te quedarás aquí para esperar a Gabriel y al Consejero Zenón e informarles de los últimos acontecimientos. Esa energía oscura también rodea al Consejero, por lo que no hemos podido transferirle datos —explicó al ver una leve sorpresa en el rostro de la vampira. —¿El Consejero está convencido, al menos, de que Diane es la hija y legítima heredera del Príncipe? —intervino Cassandrea, preocupada porque había visto cómo Diane había desaparecido con el medallón, única prueba de su verdadera identidad. —Ha sentido el aura del medallón —explicó el Edil—, pero no recuerda nada de lo ocurrido antes de la desaparición del Príncipe hace veinte años. Lo que confirma las sospechas del Senado: algún Pura Sangre borró sus recuerdos justo antes de que el Príncipe desapareciera… Pero esa es otra cuestión y no tenemos tiempo para dilucidar ese misterio ahora. Cassandrea, te encargarás de que el Custodio se lleve al humano sin que haya problemas. —¿Significa que, si el Custodio intenta atacarla, ella no podrá defenderse? — preguntó Eneke mordaz. Esa férrea defensa de esos pobrecitos humanos armados con cuchillos y armas de fuego para matarlos empezaba a tocarle las narices. No eran monjitas, eran vampiros, y los Custodios los querían muertos sin hacer distinción entre degenerados o no. El Edil empezó a mirar a Eneke de un modo peligroso, dando señales de que estaba a punto de perder la paciencia con ella. —Si el Custodio ataca, Cassandrea se defenderá, pero sin matarlo —comentó Sasha para aplacar el creciente enfado del Senador, echándole una mirada significativa a Eneke para que se callara de una vez. La vampira entrecerró los ojos y se giró hacia la ventana para no volver a intervenir. —Bien, todo queda claro. Nos vamos. —El Edil se acercó a Gawain y Sasha apareció a su lado de repente. —Un segundo, Venerable. No puedo dejar a mi hijo herido y a Cassandrea en peligro. El Senador se detuvo y lo miró impasible. —Laird Gawain, tu hijo está en buenas manos y el proceso de recuperación puede durar semanas debido a la energía intermitente del Príncipe. En cuanto a

Cassandrea, es muy capaz de defenderse sola. Cuanto más tardemos, más complicado será encontrar a la Princesa. —No te preocupes, amore —dijo ella acariciando la mejilla de Gawain. Entendía muy bien su reticencia a dejarla sola después de prometerle no abandonarla nunca más—. Ella lo es todo para Alleyne y tenemos que encontrarla. No me pasará nada. Sin embargo, Venerable —la vampira desvió la mirada hacia el Edil—, mi amado ha perdido mucha sangre y necesita alimentarse de mí antes de irse. —¿Eso no te debilitará demasiado frente al Custodio? —inquirió Sasha con una sonrisa para disimular su desagrado ante esa sugerencia. Cassandrea y Gawain no necesitaban reforzar su unión mediante la sangre. Ya saltaba a la vista el profundo amor que se profesaban; lo que, claro, no era del gusto de Sasha. La vampira veneciana le lanzó una mirada asesina, pero no tuvo tiempo de ponerlo en su sitio —¿Y a ti qué te importa, Sasha? —exclamó Eneke, dándose la vuelta y fulminándolo con la mirada—. ¿Desde cuándo interfieres en los asuntos de una pareja? Desde que deseas a mi amada, ¿verdad, Sasha? Pues ten cuidado porque, a pesar de que no nos sobra tiempo para batallitas personales, te estaré vigilando… El vampiro ruso sostuvo la mirada de Gawain durante un segundo, mientras oía su comentario en su cabeza, y luego bajó la mirada. No podía ganar contra él, pero no podía negar que su deseo por Cassandrea iba en aumento, aunque no tuviera ninguna posibilidad. El Edil pareció molesto por la situación. El Senado dirigía la Sociedad vampírica, pero no intervenía en las relaciones personales entre vampiros, salvo cuando se trataba de un Príncipe o cuando dichos vampiros se convertían en animales y luchaban a muerte para obtener los favores de uno u otro. —Tenéis diez minutos —soltó el Senador como si la situación lo aburriese sumamente. Cassandrea cogió la mano de Gawain y lo guio hacia otra estancia, echándole una mirada furiosa de paso a Sasha. El Edil cerró los ojos y se quedó tan inmóvil como una estatua, esperando. Eneke se cruzó de brazos y le dedicó una sonrisa socarrona a Sasha. —¡Eres patético, pequeño filósofo! No puedes tenerla. Sasha le devolvió una mirada triste.

—Métete en tus asuntos, Eneke. ¿Qué sabrás tú del amor? La expresión de la vampira se volvió seria. —Eres igual que el profesor humano: confundes el amor con el deseo. No cometas el mismo error que él, Sasha. Nadie puede separar a Cassandrea de Gawain. ¿No te has dado cuenta ya a estas alturas? Este esbozó una pequeña sonrisa. —Eres menos estúpida de lo que parece, Eneke —dijo en voz alta. La vampira gruñó y le enseñó los colmillos como si fuera a morderlo. —¡Vuelves a insultarme y te arranco la cabeza de cuajo! Sasha meneó la cabeza y se rio. La noche tocaba a su fin y quedaban veinte minutos para que amaneciera. Era el momento de actuar. Agazapada entre las sombras, Micaela Santana comprobó con el mini detector de calor corporal los movimientos de los humanos y de los vampiros dentro de la casa. Solo quedaban dos vampiros en la finca y todos los humanos estaban acostados. El profesor estaba en una habitación de la planta superior frente a ella, pero, curiosamente, no había rastro de la chica ya que había comprobado que en las demás habitaciones dormía el personal de la casa. Qué extraño… ¿Qué habrían hecho esos malditos chupasangres con ella? ¿Encerrarla en otro lugar o… matarla? Era tiempo de averiguarlo. —Voy a entrar —dijo Mike presionando el pinganillo en su oído para que Stefano, el piloto de la avioneta escondida en lo alto de la colina colindante, estuviera alerta. —OK —contestó él, preparado para cortar la seguridad de esa zona en concreto. Los sistemas de vigilancia eran de última generación y muy potentes, y solo se podía provocar un pequeño cortocircuito en una zona en particular. Mike recibió la señal de que estaba hecho y trepó la pared con una agilidad de gato. Saltó y aterrizó detrás de unos arbustos en un rincón lleno de flores. Esperó un minuto, vigilando posibles movimientos, y se precipitó hacia el edificio en cuestión. Cuando llegó sin ninguna dificultad a la ventana del profesor, pensó que, a pesar de su gran experiencia en allanamientos de morada, todo estaba saliendo demasiado bien. Demasiado fácil. Allí había gato encerrado… Los vampiros que vivían en esa finca sevillana no eran vampiruchos de poca monta, y ella sabía muy bien que no se podía entrar así como así. La vampira veneciana no era tan tonta…

Micaela se paró en la repisa de la ventana, que más que una ventana era un ventanal, y forzó la cerradura. Sacó su gran cuchillo de doble hoja de su funda, colocada en lo bajo de su espalda, y se deslizó sigilosamente en el interior de la habitación. Avanzó silenciosamente hacia la cama, donde el profesor estaba durmiendo plácidamente, y echó una mirada hacia la puerta con el cuchillo levantado en posición de ataque. De repente un intenso escalofrío la recorrió por completo, lo que solía ocurrir cuando había un vampiro cerca. Pero, de momento, no había nadie en la habitación salvo el profesor y ella. Mike se tensó y apretó más su cuchillo. ¡Mierda! ¡Esos cabrones lo habían mordido y por eso olía como ellos! Todos los agentes y Ejecutores de la Liga sabían que ella tenía una especie de detector de vampiros en el cerebro y que había fallado muy pocas veces. Y esa vez tampoco se equivocaba. Se acercó a la cama y esperó a que las primeras luces del alba le dieran un poco más de claridad para poder comprobar el estado físico del profesor. Su mirada recorrió lentamente el cuerpo masculino tapado por las mantas hasta llegar a la cara. Entonces, se quedó petrificada durante un largo minuto. ¡Madre mía! ¿Ese era el profesor? La misión de rescate incluía a una chica de veinte años y a un varón de unos treinta y poco, pero Mike se había imaginado a un profesor rechoncho y medio calvo con gafas, no a ese… ese modelo de perfección masculina. ¡Pues sí que tenía buen gusto la vampira veneciana en temas de secuestro! ¡Ese moreno estaba para mojar pan! Normalmente, ella no perdía ni un minuto en tonterías porque era una profesional. Pero ese moreno se merecía un monumento: los contornos de su cuerpo se veían firmes y musculosos, y su rostro era dulce y viril a la vez. Sus labios, en particular, eran bien definidos y muy sensuales. No se apreciaban signos de maltrato, salvo por el brazo izquierdo envuelto en un cabestrillo que descansaba sobre su pecho; pero parecía tratarse más de un esguince que de otra cosa. Sin previo aviso, el profesor ladeó la cabeza y abrió los ojos, como si hubiese sentido su presencia de una forma muy poderosa. Mike se quedó tan impactada que tuvo la impresión de que alguien acababa de pegarle un puñetazo en plena cara. Ese hombre tenía los ojos más hermosos que jamás había visto, tan verdes y magnéticos que provocaban un tremendo efecto hechizante.

Mike se sintió muy alterada de repente, hasta que percibió algo muy poco natural en él, muy poco humano. El resto de algo más… vampírico. Entonces, todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos: el profesor consiguió encender la luz de la mesita de noche con su mano válida antes de que ella lo inmovilizara y le tapara la boca con la mano, apuntándolo con el cuchillo. —Liga de los Custodios. He venido a rescatarle. ¿Dónde está la chica? — preguntó ella sin rastro de amabilidad en la voz. Yanes frunció el ceño y se quedó mirando a la mujer, joven y guapa, que le tapaba la boca con fuerza, pero sin llegar a hacerle daño. En medio de un profundo sueño, había sentido un cosquilleo muy fuerte y la sensación de que no estaba solo en la habitación. El problema era que dicha sensación había sido muy parecida a la que había tenido cuando había percibido el lugar exacto en el que se encontraba Cassandrea. Entonces había abierto los ojos, convencido de que la vampira había quebrantado su promesa de no volver a quedarse a solas con él para venir a verlo. Le había parecido muy extraño por su parte, porque había comprobado en persona el amor que la unía a Gawain, pero había pensado rápidamente que quizá quería hablarle de Diane. Se equivocaba. La mujer que estaba frente a él no era Cassandrea, a pesar de que también era muy sexy y hermosa. Gracias a la luz de la lámpara Yanes pudo observarla mejor: era bastante alta y llevaba un atuendo de cuero de un tono rojo oscuro que realzaba su figura atlética, pero con curvas muy femeninas. Su pelo corto, de un intenso color caoba, estaba totalmente despeinado con una punta en cada dirección. Pero lo que más le llamó la atención fue su boca tentadora, versión humana de la de Cassandrea, y sus ojos grandes del color del caramelo líquido. Durante un segundo, Yanes se sintió muy extraño y tuvo la impresión de que una corriente eléctrica atravesaba su cuerpo de par en par. Esa mujer era humana y, salvo por su boca, no se parecía en nada a Cassandrea. Sin embargo, tenía la extraña sensación de que había algo de la vampira en ella… Y eso era incomprensible. —Voy a quitar mi mano de su boca para que pueda contestarme, pero ni se le ocurra hacer alguna tontería, profesor. ¿Entendido? —dijo la joven en voz baja y sin apartar el cuchillo. Yanes asintió y se incorporó después de que Micaela hiciera lo que había dicho, sin dejar de vigilar la puerta en cada momento. —¿Dónde está la chica? —repitió ella mirando la puerta. —No está. La han secuestrado.

—¿Cómo? —Mike volvió a mirar al profesor, cuyo rostro reflejaba una gran tristeza—. ¿Otros vampiros han entrado aquí para secuestrarla? —No exactamente. —Ah, ya veo… —Ella resopló—. La han cedido a otros vampiros para que se diviertan un rato. ¡Qué asco de chupasangres! —¡¿Qué?! —Yanes la miró, incrédulo—. Se equivoca completamente. ¿Quién es usted? La mujer esbozó una sonrisa fría. —Micaela Santana, Ejecutora de la Liga de los Custodios… los cazavampiros. —Yanes frunció un poco más el ceño—. Vengo a sacarle de aquí y llevarlo a un sitio seguro. —¡Oiga, se equivoca! Estos vampiros no me han secuestrado. Me han salvado la vida. —Sí, claro… —El rostro femenino se volvió frío e inexpresivo. Ella apartó rápidamente las mantas con la mano y observó con atención el cuerpo de Yanes —. Déjeme adivinar: sus amiguitos los vampiros le han chupado la sangre y le han lavado el cerebro… Yanes solo llevaba un pantalón de pijama negro debajo de las mantas. Mike tuvo muchas dificultades en intentar aparentar frialdad ya que la visión de esa piel dorada y de esa tableta de chocolate en el vientre del profesor empezaba a afectarla seriamente. Tenía mucho calor de repente. ¿Era tonta o qué? Vivía rodeada de hombres en plena forma y estaba más que acostumbrada a ver tíos paseándose medio desnudos sin ningún complejo. Sin ir más lejos, Kamden MacKenzie era un claro ejemplo de belleza masculina que ponía a cien a todas las féminas de la Sede de la Liga. Pero no se sentía atraída por él porque era como un hermano mayor para ella. No recordaba haber sentido esa atracción brutal y repentina por alguien como la sentía ahora por ese profesor, que más bien parecía una estrella de cine. Y esa atracción inexplicable se asemejaba mucho a la típica seducción vampírica imposible de resistir… —¿Recuerda el lugar exacto donde le han mordido? —Mike no vio rastro alguno de mordedura en el cuerpo y acercó su mano para tocarle el cuello. Mala idea. En cuanto sus dedos rozaron la piel de su cuello, ella tuvo la impresión de haber metido los dedos en un enchufe, pero mantuvo un control férreo para no retirar la mano precipitadamente. ¿Qué leches le pasaba? Estaba demasiado cerca de él. Podía ver las motitas miel que había en su mirada verde y su boca era una obra de arte. Se tensó

repentinamente. Su piel tenía un olor muy excitante, una mezcla de calidez y algo más vampírico. Yanes intentó no jadear cuando la mano de esa mujer desconocida entró en contacto con su piel. Sintió otra pequeña descarga eléctrica y se quedó desconcertado. ¿A qué venía esa repentina atracción? No era el momento más adecuado para ese tipo de situación. Una vampira bellísima acababa de rechazarlo por otro, después de salvarle la vida con su sangre, y habían secuestrado a una joven a la que quería como a una hija. ¿En qué estaba pensando? —No me han mordido —dijo cogiendo la mano de la mujer para apartarla de su cuello—. Uno de ellos me ha dado su sangre para salvarme la vida. Mike se quedó lívida y apartó su mano bruscamente. Claro, a eso olía, a sangre de vampiro, con todo lo que conllevaba… El deseo repentino se transformó en rabia y lo fulminó con la mirada. —¿Quién ha sido? ¿La zorra veneciana? —espetó con sorna. —¡No tiene derecho a insultarla! —Yanes la miró con enfado. —¡Ya! —Ella soltó una risotada amarga—. ¿Y esto qué es? —preguntó señalando su brazo izquierdo—. ¿El recuerdo de algún juego sadomasoquista que salió mal? Mike resopló y le lanzó una mirada desdeñosa. Vaya, qué pena. Sí, estaba como un tren, pero era uno de esos enfermizos patéticos que quería convertirse en vampiro. —¡Y yo que pensaba que los profesores tenían que ser gente inteligente! ¡Mà qué pazzo! —exclamó ella en italiano, buscando con la mirada el armario. —No puede juzgar la situación si no conoce toda la historia —recalcó Yanes también en italiano, irritado por su actitud terca. Esa mujer acababa de sentenciarlo sin siquiera dejarle la oportunidad de darle una explicación convincente, y eso le molestaba profundamente. —¡Tu vida me importa un bledo, profesor! —soltó Mike, utilizando el tuteo como forma de desprecio. Se desplazó rápidamente hacia el armario empotrado, sin dejar de vigilar la puerta y disimulando su sorpresa por el hecho de que le hubiera contestado en un italiano perfecto. Sacó lo primero que pilló, un vaquero negro y un jersey gris, y lo tiró encima de la cama—. Ahora, vístase porque nos vamos. El protocolo de rescate concluye cuando le entregue a la Liga. —No soy un criminal y usted no es policía, señorita Santana —recalcó Yanes con frialdad, levantándose de la cama. —No, soy una ejecutora de vampiros —enfatizó ella con una sonrisa torcida.

—¿Y a qué se dedica exactamente esa Liga? ¿A matar primero y luego pedir explicaciones? Yanes se dio la vuelta para quitarse el pantalón de pijama y ponerse el vaquero y el jersey. Había llegado a la conclusión de que era mejor obedecer y alejar a esa asesina profesional de vampiros, y sobre todo de Cassandrea. Estaba claro que era el tipo de persona que actuaba antes de hablar. A pesar de su enfado, Micaela le echó una mirada apreciativa. ¡Caray! ¡Tenía un culo impresionante y ese bóxer negro lo resaltaba a la perfección! Una pena que perteneciera a un traidor, amiguito de los chupasangres. —No se puede dialogar con los vampiros, se aniquilan y punto. No existen vampiros buenos. Todos quieren matarnos y beber nuestra sangre. —¿Y eso quién se lo ha metido en la cabeza? ¿Su secta de cazavampiros? Micaela no dejó que Yanes se pusiera el jersey después de haberse quitado el cabestrillo. Se plantó delante de él y lo empujó de tal forma que cayó sentado en la cama. —Todos los días ejecuto a vampiros que matan a inocentes para beber su sangre, divirtiéndose con ellos antes y regocijándose con su dolor. —Su voz sonó más fría que el acero de su cuchillo, que seguía en posición de ataque—. No sea iluso, profesor: los vampiros no quieren convivir con nosotros, quieren matarnos. Para ellos somos como una barra libre de sangre y nada más. —Se equivoca, agente Santana —repitió Yanes—. No todos los vampiros son así y lo sé de primera mano. Un vampiro me atacó y sin la sangre de Cassandrea no habría sobrevivido. Algunos quieren convivir en paz con nosotros. Micaela esbozó una sonrisa sardónica. —Cassandrea, ¿eh? ¿Qué pasa? ¿Le gusta acostarse con cadáveres, profesor? Yanes era un hombre tranquilo y no era propenso a enfadarse, pero esa mujer tenía el don de sacarlo de sus casillas. Se levantó de un salto y se quedaron muy cerca el uno del otro, afrontándose con la mirada. Sin embargo, y a pesar de su terrible enfado, se sintió irremediablemente atraído por ella. Pero ¿qué puñetas le pasaba? Era la segunda vez que le ocurría y en muy poco tiempo. ¿No había sacado ninguna enseñanza de su deseo frustrado por Cassandrea? El golpe en la cabeza debía haberle afectado mucho más de lo que pensaba, o no se había curado bien. ¿Por qué esa muchacha le recordaba tanto a la vampira? Era guapa y sexy, pero su belleza no era tan llamativa como la de Cassandrea y su carácter distaba mucho de ser tan dulce como el suyo. No obstante, percibía

una vulnerabilidad debajo de tanta agresividad y tanto cinismo. Un sufrimiento escondido, muy parecido al suyo. —No me he acostado con ella —contestó Yanes con frialdad—, y no le permito que me insulte. —Está cometiendo un acto de traición defendiéndolos, y tendrá que responder de ello ante la Liga de los Custodios. Si protege a un vampiro, está traicionando la raza humana y… —¿Los Custodios? Se supone que tenéis que defendernos, ¿verdad? —Yanes se puso el jersey con rabia mientras Mike observaba de reojo el amanecer por la ventana, molesta por la interrupción—. ¿Dónde estabais cuando el vampiro atacó a mi amiga en la universidad de Sevilla? ¿Dónde estabais cuando otros vampiros secuestraron a Diane, esa joven de veinte años que teníais que rescatar? Mike enarcó una ceja y le lanzó un abrigo que él atrapó al vuelo. —Un agente murió a manos del vampiro americano por intentar protegerla — explicó ella mientras Yanes se volvía a sentar en la cama para ponerse unos calcetines y zapatos cómodos—. Haremos todo lo posible por encontrarla antes de que sea demasiado tarde para ella. Yanes volvió a levantarse y clavó su mirada en la suya. —No lo entendéis: Diane es muy importante tanto para los vampiros como para los humanos. Su padre es un vampiro y su madre una humana. Mike lo miró, incrédula. —¡Eso es un cuento chino! Los vampiros pueden violar a una mujer, pero no tener hijos con ella. Los seres híbridos no sobreviven más allá de algunas horas y, gracias a Dios, la mayoría de los embarazos no deseados se convierten en abortos espontáneos. El rostro de Yanes se volvió muy pálido. —Sí, a los vampiros también les gustan divertirse de esa forma —recalcó ella viendo su expresión—, pero, normalmente, matan a sus víctimas después. Sin embargo, algunas han logrado escapar para poder contarlo. Yanes se pasó una mano por la cara. —¡Dios! Diane… no. —Miró a Mike, horrorizado—. ¡Tenéis que encontrarla! ¿Por qué no colaboráis con los vampiros? Ellos también la buscan porque su padre es un príncipe de la sociedad vampírica. Podríais trabajar con ellos y… —¡Y una mierda! —espetó Micaela brutalmente—. Nosotros les cortamos la cabeza, no trabajamos con ellos.

—¡La vida de Diane está en juego! —exclamó Yanes, indignado—. Ella es la clave de todo. Es la prueba de que vampiros y humanos pueden llegar a… —Vale, ya basta de tonterías —lo interrumpió ella sintiendo su familiar cosquilleo ante la presencia cercana de un vampiro, al mismo tiempo que oía una señal de alarma en el pinganillo—. Hora de marcharse. En un movimiento rápido, Mike se acercó a Yanes y tiró de él con firmeza para que lo siguiera hasta la ventana, y luego la abrió de par en par tras apartar las cortinas. La luz de la mañana inundó toda la habitación. —¡Da gusto hablar con un miembro de la Liga! —soltó Yanes con sorna. —No tenemos tiempo para charlitas y ya he perdido mucho. ¡Venga, rápido! Y espero que sepa trepar… —¡Santana! —intentó avisarle Stefano por el pinganillo, lo que no dejó de sorprenderla dado que el piloto y ella no se llevaban nada bien. Pero las reglas eran las reglas. No se podía abandonar a un Ejecutor en misión, salvo si los vampiros lo hacían prisionero. Lo que no ocurría muy a menudo… En un abrir y cerrar de ojos, la ventana se cerró sola y una persiana metálica, seguramente a prueba de balas, bajó rápidamente y volvió a sumir la habitación en la oscuridad. La única luz provenía de la lámpara. Micaela se dio la vuelta hacia la puerta y adoptó una posición de ataque. Llevaba años esperando ese momento y, en el fondo, había deseado que ocurriese precisamente ese día. Se había ofrecido voluntaria para el rescate rezando por poder encontrarse con ella, con la zorra veneciana. No le importaba acabar muerta con tal de llevársela a la tumba. Cassandrea entró en la habitación con su habitual elegancia, más hermosa que nunca. Se había cambiado y llevaba un vestido largo de color azul que parecía una túnica griega. La vampira tenía el aspecto de una diosa y, como de costumbre, su pelo negro y ondulado caía libremente hasta llegar a su cintura. Ella comprobó con una mirada que Yanes estaba bien y luego miró de forma impasible a la Ejecutora. Micaela le devolvió una mirada llena de odio y su cuerpo se tensó considerablemente. —Por fin, maldita… Esbozó una sonrisa torcida y se abalanzó sobre ella con el cuchillo en alto. —¡No! —Yanes adivinó su movimiento y se puso en medio para bloquearla con su cuerpo. —¡Stronzo! —lo insultó la Ejecutora en italiano—. ¡Quítate de ahí!

Ella intentó darle un codazo para apartarlo, levantando el cuchillo con la otra mano, pero Yanes consiguió atrapar su mano y la apretó con fuerza para que se detuviera. Mike era una profesional y llevaba muchos años eliminando vampiros. Ningún civil, por muy atractivo que fuera, podía interferir en su misión, sobre todo si se trataba de salvarle la vida, o lo que fuera, a un chupasangre. Ella se liberó con facilidad y le dio un golpe fuerte en el brazo herido para empujarlo. Yanes siseó de dolor, porque su brazo no había sanado del todo y el golpe había dado en el punto clave, pero se mantuvo firme en su posición. Los ojos de Cassandrea brillaron con fuerza. —¿No venías a rescatarlo, Ejecutora? —dijo empujando a Micaela con el poder de su mente con bastante contundencia. La aludida salió volando, pero hizo un movimiento digno de los mejores gimnastas y cayó de pie con el cuchillo levantado. Un tenso silencio se apoderó de la habitación mientras la vampira y ella se afrontaban con la mirada. Yanes las observó sin decir nada, frotándose el brazo dolorido. —¿Estás bien? —le preguntó Cassandrea con suavidad, pero sin acercarse a él. —No debiste venir… —murmuró él, sintiéndose culpable por el hecho de que ella acabara de romper su promesa de alguna manera para salvarlo. —No puedo permitir que alguien intente llevarte a la fuerza o que te haga daño —contestó la vampira con una sonrisa—. Siempre acudiré en tu ayuda cuando lo necesites. —Pero… ella quiere matarte. —Yanes miró a Mike con el ceño fruncido. —¡Por favor! —La Ejecutora entornó los ojos y sujetó más fuerte su arma—. ¡Profesor, por si no lo ha notado, la vampira chupasangre es ella! —Micaela Santana siempre quiere matarme —dijo Cassandrea con cierta tristeza y sin tener en cuenta la interrupción de la aludida—. Pero no puede luchar contra su sangre. Los ojos de Mike echaron chispas abrasadoras. —¡Cállate, zorra! ¡No hay ninguna sangre tuya en mis venas! Yanes las miró a ambas, anonadado. —Ella…, ella es… —empezó a decir, reflexionando a toda velocidad. La expresión de su rostro cambió cuando lo entendió todo. Claro, por eso había cierta similitud entre ellas y por eso su cuerpo había reaccionado de esa

forma. Compartían la misma sangre y eran de la misma familia; y él no era inmune al poder de esa sangre que se diluía lentamente en sus propias venas. —¿Pertenece a tu familia humana? —Sí —la mirada de la vampira se clavó en el rostro de Micaela—, es la descendiente de mi hermana Alessandra. Mike luchó por recuperar su frialdad y su profesionalidad y no soltar toda la rabia acumulada, pero perdió la batalla. Llevaba demasiados años queriendo vengarse. —¡Puta mentira! ¡Eres una maldita chupasangre y tú ya no tienes una familia humana! ¡Dejaste de respirar en el siglo XVI y mataste a muchos inocentes para beber su sangre! —Nunca he matado a ningún inocente y lo sabes perfectamente dado que llevas años persiguiéndome —comentó ella con frialdad—. Quieres eliminarme porque me culpas de la muerte de tu familia, pero yo no tengo la culpa de lo que ocurrió. Lo único que me atormenta es no haber llegado a tiempo para salvarlos, porque me prometí a mí misma cuidar de la descendencia de mi hermana a través de los siglos. Yanes miró con incredulidad a Micaela. —¿Ella forma parte de su familia y usted quiere matarla? —¡Ya está muerta, profesor! —soltó Mike con rabia, sintiendo un odio tremendo—. ¡Ella es una maldita vampira, al igual que los malditos vampiros que asesinaron a mi familia! ¡Y hay que eliminarlos y punto! El enfado ante tanta terquedad hizo mella en Yanes. —¡Y tú eres una maldita cabezota, agente Santana! —exclamó, tuteándola—. No hace falta ser un vampiro para matar y destrozar a una familia. Los humanos también saben hacerlo y se convierten, muy a menudo, en depredadores. —¡Y tú qué sabrás! —replicó ella despectivamente, tuteándolo también. El rostro de Yanes reflejó un dolor intenso. —Un «pobre humano» violó y mató a mi hija pequeña. Durante un minuto, la compasión y la pena embargaron a Micaela haciendo aflorar recuerdos amargos. Entendía perfectamente cómo se sentía porque ella también lo había perdido todo siendo muy joven. Aún conservaba la marca terrible de aquel día en su propio cuerpo. Pero no era el momento de compadecerse. —Los vampiros son una amenaza. —No todos. Algunos quieren ayudarnos. —Yanes señaló a Cassandrea con la cabeza—. Sin su ayuda, habría muerto.

—Pierdes el tiempo, Yanes —intervino la vampira, cruzándose de brazos—. Los miembros de la Liga de los Custodios no pueden entender ese concepto y se han fijado una nueva meta. Antes, solo eliminaban a los vampiros degenerados que bebían sangre humana, pero, ahora, estamos todos en su punto de mira, ¿verdad? —Estamos protegiendo a la raza humana —recalcó Micaela. Cassandrea enarcó una delicada ceja. —¿Estás protegiendo a la raza humana cuando golpeas a este hombre que he salvado de la muerte porque se interpone entre tú y yo? Micaela la miró furiosa y abrió la boca para replicar, pero Yanes se adelantó y dijo: —Esta discusión no nos lleva a ninguna parte. —Le dedicó una mirada a Mike—. Iré con usted, agente Santana, y compareceré ante esa Liga. Hablaré con quien sea preciso y contaré mi versión de los hechos. Intentaré convencer a sus jefes de que es necesario colaborar con los vampiros y de que hay que hacer todo lo posible para encontrar a Diane. —No, Yanes, es una mala idea. —Cassandrea frunció levemente el ceño—. Los Custodios no te van a escuchar y van a utilizar cualquier método para sacarte información sobre nosotros. —¿Qué estás insinuando? —inquirió Mike con voz gélida, bajando un poco el cuchillo—. ¿Que somos capaces de torturarlo para obtener lo que queremos? ¡No somos tan salvajes como vosotros! —Vuestros métodos de trabajo van a cambiar radicalmente ahora que estáis trabajando con el Vaticano —recalcó la vampira con sorna—. Además, tú eres una Ejecutora. ¿Sabes realmente lo que ocurre en la Sede de la Liga cuando estás fuera en una misión? Mike soltó un taco y volvió a levantar el cuchillo. —¡He visto a bastantes víctimas y he salvado a algunas para saber lo que hacéis vosotros con ellas! —exclamó con furia. Yanes resopló. —Vale, esta discusión ha terminado. He tomado mi decisión y soy consciente de los riesgos que conlleva, pero no puedo quedarme aquí de brazos cruzados cuando Diane está en peligro. Pueden torturarme si quieren, no diré nada en contra de vosotros. —¡Nadie le va a torturar! —masculló Mike enfadada. —Yanes… —Cassandrea lo miró intensamente—. Eres un hombre justo y valioso y me siento honrada de haberte salvado la vida. No podré protegerte si

intentan hacerte algo… Micaela se quedó impactada por la intensa preocupación reflejada en el rostro de la vampira y se sintió desconcertada. Su expresión parecía auténtica, pero ella veía a diario lo que los vampiros eran capaces de hacer con los humanos. ¿Podría ser verdad que algunos eran diferentes? Frunció la boca. No, eran todos iguales: chupasangres infernales. Solo era un bonito truco. —Ya has hecho suficiente. —Yanes sonrió con calidez y, sin saber por qué, Mike se sintió molesta por esa sonrisa—. No me pasará nada. —Ejecutora —Cassandrea miró con frialdad a Micaela—, ¿podrás impedir que el Vaticano le ponga la mano encima? —Mike levantó la barbilla, lista para soltarle algo malsonante. Sin embargo, se quedó sorprendida cuando la expresión de la vampira se volvió más conciliadora—. Por favor, ¿puedes intentar que no le hagan daño? Ella frunció el ceño, desorientada. ¡Era el mundo al revés! Una vampira casi suplicando por un humano… —¡Métete en tus asuntos, chupasangre! —soltó finalmente, aferrándose a su odio como a un salvavidas. Retrocedió hasta la ventana sin darse la vuelta y sin dejar de observar a la vampira. —Abre la ventana, ¡y sin trucos! —Podéis salir por la puerta de forma normal, siempre y cuando el profesor O’Donnell te siga por voluntad propia —comentó Cassandrea, apartándose de la puerta. La mirada de Yanes se demoró en su rostro, grabándolo a fuego en su memoria. —No dejéis de buscar a Diane y gracias por todo. Cassandrea esbozó una sonrisa. —No te preocupes, la encontraremos, y tú lo sabrás inmediatamente. La mirada verde de Yanes brilló con intensidad y su hermoso rostro quedó como iluminado. Micaela pensó que jamás había visto a un hombre tan guapo y que era estúpida por tener ese tipo de pensamiento en ese momento. —¡Vamos! ¡Salga de esta habitación, profesor! —le ordenó enfadada consigo misma y rompiendo así el momento de comunión entre ellos dos. ¿Qué mierda le pasaba? Llevaba años soñando con matar a esa zorra y ahora, por culpa de un profesor macizo, no podía hacerlo y en vez de sentirse rabiosa por ello, se sentía furiosa por el hecho de que él mirara así a una vampira.

«¿Has olvidado cómo murió tu familia, Micaela?» pensó, alimentando su odio para no perder la compostura. No, nunca olvidaría. Hay cosas que no se podían olvidar. —Ganas esta batalla, vampira, pero volveremos a vernos —lanzó ella, poniéndose de lado para no salir de la habitación dándole la espalda a Cassandrea. La vampira la miró con notable tristeza. —Las cosas no deberían ser así entre nosotras… —murmuró como hablándose a sí misma. Después clavó su mirada violeta en la mirada caramelo de Mike y dijo—: Cuida de ti, Lea. Micaela se dio la vuelta nada más pasar el umbral y se quedó mirándola, petrificada, olvidando todas las normas básicas de seguridad. Lea… Nadie la llamaba así. Nadie salvo su padre. Nadie podía saberlo, ni siquiera esa vampira, porque ella se negaba a recordar los momentos felices de su vida y, debido al shock post-traumático, había olvidado gran parte de lo ocurrido aquel día. El sudor empezó a brillar en su frente mientras el tiempo se estiraba lentamente. Se sentía atrapada por la mirada de la vampira y algunos fragmentos olvidados del pasado cruzaron su mente. Había oído su voz en el pasado. Había estado con ella. No era la primera vez que Cassandrea la llamaba por el apodo cariñoso que le había dado su padre. Antes, cuando ella era pequeña, también lo había hecho… Mike tuvo un flash: se vio a sí misma, muy joven, al lado de la vampira, después de la tragedia. —¡Me duele! ¡Me duele! —Lloraba y gritaba la niña de diez años, intentando llevarse las manos a la espalda, cuya parte inferior tenía una cicatriz abierta muy profunda, parecida a la zarpa de algún animal. —Tranquila, tranquila, Lea… —dijo la voz suave de una mujer—. Voy a cuidar de ti. Gabriel, necesito tu ayuda. El pinganillo, que había quedado fuera de cobertura en la habitación, emitió un sonido estridente antes de que Mike oyera la voz de Stefano gritando a pleno pulmón. —¡Santana! ¡Santana! ¡Contesta! —¡Puzo, deja de gritar! —contestó ella, parpadeando como si estuviera saliendo de un trance—. Estamos saliendo. En cinco minutos en el punto de encuentro. —OK.

Micaela echó una última mirada ceñuda a Cassandrea y empujó a Yanes para que bajara la escalera delante de ella. Después enfilaron un largo pasillo sin problemas, pero, llegados al vestíbulo principal, el profesor se detuvo. Eneke estaba recostada contra la pared, cerca de la puerta, con los brazos cruzados y una mirada que no presagiaba nada bueno. Micaela se colocó rápidamente delante de Yanes y se preparó para defenderse con el cuchillo. —Eneke… —Cassandrea apareció de repente en la entrada del pasillo y no dijo nada más. —Vale —masculló la vampira, enseñando los colmillos. Yanes avanzó y Mike volvió a ponerse detrás de él. —Cuidado por dónde pisas, Ejecutora —dijo la vampira húngara con un tono amenazador cuando ella pasó a su lado sin dejar de mirarla. —Quédate quietecita, chupasangre, y no habrá problemas —replicó ella, enseñando bien el cuchillo. Eneke gruñó en respuesta. No hubo más contratiempos y llegaron rápidamente hasta la avioneta, que estaba lista para despegar. —¿Por qué has tardado tanto, Micaela? —preguntó Stefano cuando ella se sentó a su lado en la cabina de pilotaje, después de ordenar a Yanes que se abrochara el cinturón—. ¿Qué coño ha pasado allí dentro? —Nada. Una pequeña… resistencia, nada más. —¿Y dónde está la chica? —dijo el piloto después de echarle un vistazo al profesor por encima del hombro. —Deja de hacer preguntas y sácanos de aquí —lo cortó ella fríamente. Stefano resopló y se dedicó a maniobrar la avioneta para despegar. Ya había sufrido las consecuencias de un enfrentamiento con la Ejecutora y sus Ray-bans chulísimas habían pasado a una mejor vida. Más le valía estar calladito. Mike se sentía demasiado intranquila como para permanecer a su lado ya que el piloto la irritaba sobremanera. Decidió levantarse y sentarse en frente de Yanes para evitar nuevas preguntas. Se quitó la funda del cuchillo y se abrochó el cinturón observando el perfil del profesor, que miraba por la ventana. —¿Adónde vamos exactamente? —preguntó sin mirarla. —Ámsterdam. —Haré todo lo posible para que esta guerra absurda entre vampiros y humanos termine de una vez —le dijo, mirándola de repente, y antes de que el ruido ensordecedor provocado por el despegue amortiguase el sonido.

—Pues le deseo muchísima suerte, profesor —bufó Mike, cruzándose de brazos y mostrando una frialdad que estaba lejos de sentir. El caos y las dudas parecían haberse adueñado de su cabeza y en su profesión, nadie podía permitirse el lujo de tener dudas. Las dudas, en su mundo, no dejaban otra escapatoria que una muerte segura.

Capítulo nueve Como todas las veces que el Senado lo había convocado, Gawain no sabía el lugar exacto en el que se encontraba; y, aunque lo supiera, el Pretor le borraría los recuerdos inmediatamente. Desde el asesinato del Cónsul, las medidas de seguridad se habían incrementado notablemente y el Pretor, jefe supremo de la guardia personal del Senado, se desplazaba con mayor frecuencia a la hora de convocar a Aymeric, su subordinado encargado de planificar y hacer cumplir sus órdenes. Lo que dificultaba mucho el posible rastreo de energías. A pesar de sus poderes, Gawain se sintió levemente mareado cuando apareció en una sala desconocida y tenuemente iluminada, acompañado por Sasha y el Edil, que lo habían cogido cada uno por un brazo. Se decía que, antiguamente, todos los vampiros tenían la facultad de aparecer y desaparecer a su antojo, pero que habían perdido esa facultad no se sabía por qué. Sin embargo, Sasha había logrado conservarla siendo más «joven» que él. Que Gawain supiera, solo los Pura Sangre o el propio Senado podían desmaterializarse. Entonces, ¿por qué Sasha era capaz de hacerlo? ¿Habría el Edil compartido su sangre con él? —El efecto pasará enseguida —dijo el Edil, soltándole el brazo—. Cualquier vampiro de más de cuatro siglos podría llegar a desmaterializarse si lograra proyectar su energía de forma inconcebible —explicó, tras leerle el pensamiento —. Pero se arriesgaría a quedar fulminado al instante; por eso pocos lo intentan. —¿Significa que yo podría lograrlo? —preguntó Gawain mientras Sasha le soltaba el brazo y se alejaba. —Sería peligroso dado que las energías similares se anulan entre sí — contestó el Edil de forma enigmática. —No sé si a Cassandrea le gustaría la idea —soltó Sasha, levantando la nariz de forma despreocupada—. A mí siempre me echa la bronca cuando aparezco y desaparezco así como así. —Sí, es verdad —convino Gawain, mirándolo de reojo. A pesar de su evidente deseo por Cassandrea y el hecho de que ella hubiese salido herida por su culpa, él no conseguía sentir una verdadera animosidad

hacia el vampiro ruso. Lo había avisado, claro, porque un vampiro no dejaba desprotegida y al alcance de cualquier otro a su amada; pero, aparte de eso, no había odio entre ellos. Solo una ligera desconfianza. —Bien, llamaré al Pretor y nos iremos. No es prudente que dos Senadores se queden en el mismo sitio durante más de cinco minutos —explicó el Edil. —¡Esto nos va a doler! —exclamó Sasha haciendo una mueca y tapándose los oídos—. Será mejor que hagas lo mismo, Gawain. El lenguaje de los ángeles es muy doloroso para nuestros sensibles oídos. Gawain lo imitó, intrigado. Era la primera vez que se encontraba con dos Senadores al mismo tiempo, estando los dos Despiertos, y nunca había presenciado la llamada de uno a otro. El Edil abrió la boca y su rostro se iluminó como si hubiese tragado una luz. Un sonido agudo y extremadamente desagradable salió disparado de su boca, y el suelo tembló con fuerza. Sasha y Gawain sisearon de dolor durante el segundo que duró el sonido. El vampiro escocés tuvo la impresión de que una pared invisible se abría y luego el Pretor apareció rodeado de tres vampiros que formaban parte de los Pretors como él. Uno era Aymeric, el nuevo jefe de esa especie de policía vampírica; el otro era Mab, un antiguo guerrero celta muy impresionante; y la última era la vampira Iloni, tan escurridiza como las sombras. Chen el Pretor, vampiro de Pura Sangre de rasgos asiáticos y vestido de la toga color berenjena con inscripciones griegas de oro, hizo un leve movimiento con la cabeza al que correspondió el Edil. —Es hora de irnos. —El Edil lanzó una mirada a Gawain—. El Senado ha empezado el proceso del Despertar de los demás miembros. El Senador desapareció sin dar otra explicación. —Que te vaya bien, Gawain. Enfrentarse a un Pura Sangre no resulta muy agradable que digamos —soltó Sasha antes de desaparecer también. El aludido adoptó una expresión impasible, a pesar de sentir una leve exasperación casi humana por el hecho de que el vampiro ruso ya estuviera al corriente de su misión, y se centró en el Pretor y en los otros vampiros. —Acércate, Gawain —ordenó el Pretor con una voz dulce que no era muy acorde a su magnífica apariencia o al cargo que ostentaba. Pero el Pretor, al igual que los demás Pura Sangre, era el hijo de un ángel y algunas de sus características, como la voz o la belleza extrema, se hacían patentes en todos ellos. Uno se olvidaba de lo peligrosos y poderosos que eran y no tenía tiempo para reaccionar.

El único Príncipe de Pura Sangre cuya hermosura no podía ocultar su verdadera naturaleza sanguinaria y despiadada era el Príncipe de los Draconius. Cruzándose con él y mirándolo a la cara, uno sabía exactamente lo que le deparaba el futuro: exterminio y dolor, mucho dolor. En eso se parecía mucho a su padre, que había sido un ángel muy peculiar… Gawain se acercó en un movimiento y en cuanto estuvo ante el Pretor, los demás vampiros se arrodillaron y miraron al suelo. El Pretor abrió más los ojos, que brillaron como una luz negra, y él jadeó cuando el Pura Sangre entró en su mente de forma implacable y sin mediar palabra. —La oscura energía de los demonios… Hacía siglos que no sentía tan nítidamente sus perversos efectos —dijo finalmente el Pretor desviando la mirada mientras Gawain parpadeaba y se tambaleaba—. En fin, no podemos quedarnos al margen de todo esto por más tiempo. Por culpa de un traidor, el equilibrio se ha vuelto muy precario y tenemos que castigarlo. Siento lo de tu hijo —el Pretor rozó con la mano su hombro y él se sintió mucho mejor— y espero que la energía del Príncipe de la Aurora sea suficiente para curarlo. —Venerable, perdonad mi audacia, pero tenemos que encontrar a su hija, la Princesa de los Némesis —se atrevió a decir Gawain sin mirarlo. —El Príncipe de los Draconius sabe algo sobre su paradero —respondió el Senador—. ¿Acaso no es lo que la esclava romana te dijo antes de desaparecer con la Princesa? —Sí, Venerable; pero conociendo a Hedvigis, podría ser una mentira para desviarnos de la verdad y del verdadero culpable. Tenemos que centrarnos y encontrar al Príncipe de la Oscuridad. —Kether Draconius está implicado y sabe dónde se encuentra ese maldito. Por eso lo juzgaremos y su condena será ejemplar. El Pretor levantó la mano y un pergamino con el sello del Senado apareció en ella. —Aymeric, ya sabes lo que tienes que hacer. —¿Y si se resiste, mi Señor? —preguntó el aludido levantándose para coger el pergamino de la mano del Pretor, pero sin mirarlo. —Entonces, será la guerra y los Draconius quedarán marginados para siempre. —El Pretor miró la cabeza de Aymeric, dado que había vuelto a arrodillarse—. Si eso ocurre, no insistáis y volved cuanto antes. No se puede ganar una guerra contra un Pura Sangre si no se planifica muy bien antes. ¿Entendido?

—Sí, mi Señor. El Pretor observó a Gawain detenidamente. —¿Qué ha pasado con tu sed de venganza contra el Proscrito? —preguntó con suavidad. —Diane, la Princesa de los Némesis, es mucho más importante que mi venganza contra Oseus. —La Doncella… —El Pretor esbozó lo que pareció ser una sonrisa—. Dios es un maestro en el arte de complicar las cosas, pero el amor es un poderoso aliado —meditó en voz alta. Gawain consiguió no fruncir el ceño antes esas extrañas palabras. —Gracias por tu ayuda, Laird —dijo de repente el Senador, clavando su mirada en la suya—. El Senado no olvida. Dicho eso, el Pretor desapareció dejando a Gawain un poco sorprendido. En tiempos normales, el Senado no era tan dado a agradecer tanto los servicios prestados. Ordenaba y había que acatar esa orden porque para eso los vampiros habían creado ese organismo: para regentar toda la Sociedad vampírica y salvarla del caos que supondría una guerra entre familias principescas para obtener el poder absoluto. —El Senado está muy alterado por esa esencia oscura y por la aparición de esa Doncella —comentó Aymeric mirándolo, después de levantarse al igual que los otros vampiros. —Y a ti te ha tocado convertirte en el jefe de los Pretors en el momento más complicado. —Así es, pero es Voluntad de Dios. —Aymeric esbozó una leve sonrisa—. Todo es Voluntad de Dios. Esa era la frase que más empleaba, pero no era nada extraño dado que había sido templario. A pesar del modo terrible en el que se había convertido en vampiro, Aymeric nunca había dejado de tener fe en Dios. Situado a su derecha, Mab, el antiguo guerrero celta que medía más de dos metros, apretó más el gigantesco mazo que le servía de arma y soltó un gruñido. —¿No pareces estar de acuerdo, Mab? —Aymeric le lanzó una mirada. El vampiro, que parecía un luchador profesional, volvió a gruñir. Gawain los observó, divertido a su pesar. No había dos vampiros más dispares en toda la Sociedad. La apariencia de Aymeric era la de un ser culto y refinado, con su melena castaña oscura y su perilla de la Edad Media, y su mirada oscura brillaba de inteligencia. En cambio, Mab era una masa imponente de músculos y su aspecto, con ese cráneo liso y

tatuado con motivos tribales y esos ojos azules brillantes y fieros, era capaz de aterrorizar al más aguerrido. Además, el antiguo guerrero celta parecía ser mudo ya que no hablaba nunca. Solo soltaba monosílabos de vez en cuando y Gawain no recordaba haberlo oído pronunciar una frase entera desde que lo conocía, hacía ya muchos siglos. La cabeza y los brazos… Sí, eso era lo que aparentaban esos dos. —Me alegra poder contar contigo, Gawain —dijo Aymeric de repente. Todo rastro de diversión desapareció del rostro del aludido. —No sé si mi presencia será del gusto del Príncipe. Salvé a un humano de sus garras y toda la Sociedad conoce mi lealtad hacia la familia Némesis. Además, sigo pensando que esta misión es una pérdida de tiempo, y una pérdida de tiempo muy arriesgada. Si llegamos a entrar en el castillo de los Draconius, ¿quién nos garantiza que podremos salir sin ningún problema? ¿Qué haremos si el Príncipe intenta destruirnos? —¡Huir como ratas! —sentenció Iloni, con los brazos cruzados—. Incluso si combinamos nuestros poderes, no podremos luchar contra él. Mab enseñó los colmillos, deseoso de luchar. —Me parece que entendéis muy bien a lo que me refiero —comentó Gawain. —Sí; siempre se mata al mensajero, ¿verdad, Laird? —exclamó la vampira con sorna—. Y en este caso, los mensajeros somos nosotros. Aymeric miró el pergamino que tenía en la mano. —Somos Pretors y tenemos una misión que cumplir. Gawain —clavó su mirada oscura en la mirada dorada—, tú fuiste jefe en el pasado. El Príncipe de los Draconius es un jefe también, y un jefe muy orgulloso. No nos hará nada si puede plantarse ante el Senado en persona para intentar destruirlo. No somos nada en comparación con el Senado, desde el punto de vista del Príncipe. — Aymeric entrecerró un poco los ojos—. Sí, sé que es una forma de verlo y que sigue siendo muy arriesgado, pero nosotros hacemos cumplir la ley. —En fin, ¡habremos vivido muchos siglos! —concluyó Iloni, lo que provocó un nuevo gruñido de Mab—. Algunos más que otros… —añadió mirándolo. El rostro de Gawain era una máscara impasible, pero en su interior reinaba la preocupación. No estaba de acuerdo con la vampira morena de ojos castaños. Él tenía mucho más que perder comparado con los demás. Tenía una familia a la que no quería abandonar y una Princesa a la que buscar. Nunca había sido un cobarde, ni siendo humano. Pero nunca había tenido que afrontar a un Pura Sangre por orden del Senado. Era una misión suicida, del tipo

que le gustaba tanto a Kamden MacKenzie. Y, para complicar aún más las cosas, ya había tenido un encontronazo con el Príncipe por su culpa. —Bien, ¿cómo vamos a proceder? —preguntó sin embargo. No podía eludir su deber. Era una cosa que le había enseñado a su hijo: el deber ante todo. Aymeric le dedicó una sonrisa, e incluso Mab pareció sonreír, pero con él nunca se sabía. —Vesper está vigilando el castillo para que no perdamos su localización exacta. Se quedará fuera como retaguardia. —Me adelantaré para avisarla y entrar en el castillo —dijo Iloni. —Es demasiado peligroso que entres tú sola —terció Aymeric. —Soy más rápida que todos vosotros —recalcó la vampira con una sonrisa torcida—. Podré salir de allí en un instante si las cosas se ponen feas. Durante un segundo, Aymeric pareció dudar. —Vale —dijo finalmente—, pero si los Draconius se muestran agresivos, sales enseguida, ¿de acuerdo? Iloni asintió y una repentina corriente de aire indicó que acababa de abandonar la sala a la velocidad del sonido. —Bien, nosotros tres iremos en el jet privado que nos espera fuera y viajaremos durante el día. No sería una buena idea gastar nuestras energías en desplazamientos antes de presentarnos ante el Príncipe. —Aymeric guardó el pergamino en uno de los bolsillos interiores de su largo y sencillo abrigo negro —. Quizá habría sido mejor llamar a más Pretors, excluyendo a Gabriel que ya está ocupado. ¿Eneke, quizás? Gawain enarcó una ceja de forma elocuente y Aymeric no pudo reprimir un suspiro muy humano. —Ya. Es muy buena guerrera, pero, gracias a su lengua viperina y a su carácter, todos los Draconius estarían esperándonos para atacarnos, ¿no es cierto? —Consiguió sacar de sus casillas a Sören —contestó Gawain muy serio. Mab se apoyó contra su mazo y resopló después de hacer una mueca. ¡La vampira húngara no tenía remedio! Kamden MacKenzie se arrodilló y cavó un pequeño agujero en el suelo nevado para introducir la mini baliza que indicaba uno de los puntos que determinaba dónde empezaba el territorio en el que se alzaba el castillo fantasma.

Jan había trabajado muy bien durante su ausencia para asistir a la Eclesía en Jerusalén, y había conseguido encontrar la localización exacta del castillo, después de pasar varios días y varias noches vigilando y apuntando. El hecho de que cualquier sistema informático se volviese loco pasado ese punto también había sido de gran ayuda. El puñetero castillo bien se merecía su nombre de fantasma, y la copiosa nevada que había caído el día anterior había complicado aún más las cosas. Kamden sacó su walkie-talkie del bolsillo de su anorak gris oscuro de forro polar para comunicarse con Jan. Estaba anocheciendo y sabía que solo le quedaba un minuto para hablar con su compañero antes de quedarse sin cobertura por culpa del extraño dispositivo vampírico que rodeaba al castillo. —Jan, ¿lo tienes registrado? —Sí, Kam; tenemos las coordenadas exactas ahora. —Perfecto. Oye, esto se va a cortar otra vez. —Vale, te espero en el campamento base. No intentes nada ra… El aparato emitió un sonido extraño y dejó de funcionar. —¡Vaya mierda! —soltó Kamden, lanzándolo contra su mochila apoyada contra un árbol. Estaba solo y ya era de noche; pero él estaba más que acostumbrado a estar solo ante el peligro. Sabía perfectamente que estaba siendo vigilado por algún vampiro y sabía muy bien de qué vampiro se trataba. Acarició su Sayonara Baby, su Colt plateado escondido en el interior de su anorak. No pensaba ocultarse como un conejo asustado y entraría en ese castillo costara lo que costara para eliminar a la tal Ligea. Cada una de sus misiones era vital para él porque cuando eliminaba a un vampiro, aliviaba, en cierto modo, el dolor y la impotencia que había sentido el día que unos vampiros habían matado a su mujer embarazada. Ojo por ojo. Esos malditos chupasangres no podían quedar impunes después de matar inocentes. Para eso estaba la Liga: para destruir a esa escoria. A pesar del frío que se hacía cada vez más intenso, Kamden se quitó el gorro de lana y se pasó una mano por el pelo corto y cobrizo. No le temía al frío porque, como buen escocés, estaba acostumbrado a los rudos inviernos y a las nevadas prolongadas. Lo que echaba en falta era una botella de whisky. Se arrodilló cerca de su mochila, puso su gorro dentro y sacó tubos de luz química. No se veía nada, salvo el resplandor de la nieve a la luz de la media luna, y era una tontería permanecer en la oscuridad sabiendo que el ser que lo vigilaba no necesitaba ninguna luz para observarlo. Mientras encendía dos tubos

y los plantaba en la nieve, tuvo un pensamiento por Mike. ¿Cómo le habría ido en la misión de rescate en compañía de Puzo? ¿Lo habría matado ya a esas alturas? Kamden esbozó una sonrisa desafiante sintiendo una persona muy cerca de él. Esperaba que los vampiros de Mike no estuvieran tan pegados a su culo como la vampira que tenía detrás de él. Se levantó despacio del suelo. —¿Te gusta lo que ves? —preguntó con sorna, echando una mirada por encima de su hombro. Vesper, situada en una de las ramas más altas de un árbol, saltó y aterrizó en el suelo nevado sin hacer ruido. Se cruzó de brazos y miró tranquilamente a Kamden. —¿No tienes frío? —exclamó el Ejecutor despectivamente, después de recorrerla con la mirada—. Ah, no; ¡olvidaba que eres un cadáver! Disimuló rápidamente el interés que la vampira despertaba en él. ¡Joder! ¡Nadie tenía derecho a estar tan buena, sobre todo una chupasangre! Esa vampira, en concreto, era como una de las fantasías sexuales masculinas hecha realidad. Llevaba una chaqueta de cuero, un minivestido ceñido también de cuero de un color entre azul oscuro y negro, y botas altas de tacón. Su pelo, larguísimo y negro, estaba trenzado y sus grandes ojos oscuros y almendrados resaltaban en su preciosa cara exótica. Era deliciosamente sexy y peligrosa, muy peligrosa… Kamden apretó la mandíbula. Era una maldita chupasangre, no podía olvidarlo por muy apetecible que fuera. —No deberías estar aquí, Kamden MacKenzie. Nadie puede pasearse libremente por los dominios del Príncipe de los Draconius. —¿No me digas? —espetó él, enarcando una ceja—. Resulta que tengo que entrar en este castillo fantasma para hacer una pequeña limpieza. —Tu cabeza es más dura que una piedra, Ejecutor —constató la vampira, mirándolo impasible—. No puedes entrar allí para intentar eliminar a la concubina del Príncipe. —¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú? Kamden la miró con un brillo desafiante en sus ojos azul cobalto, pero ella le devolvió una mirada tranquila. Lo que más le fastidiaba de esa vampira, aparte del deseo que despertaba en él, era la imposibilidad de sacarla de sus casillas. Y eso que lo intentaba una y otra vez.

—El sentido común —dijo Vesper mirando a lo lejos—. No durarás ni un segundo si pisas el castillo. ¿No recuerdas lo que pasó en tu último encuentro con el Príncipe? Kamden le lanzó una mirada furiosa, herido en su orgullo. —¡No necesito que un maldito chupasangre me salve el culo! —masculló con rabia. —Perfecto, porque estaremos demasiado ocupados como para salvarte la vida. El cazavampiros se dio cuenta de que la misión de la vampira no consistía solamente en vigilarlo. Aquí pasaba algo gordo. —Estás esperando a otros chupasangres para entrar ahí dentro, ¿verdad? ¿Qué vais a hacer exactamente? Vesper se dio la vuelta hacia él sin que sus botas de tacón se hundieran en la nieve. Su trenza se movió ligeramente en su espalda. Su mirada oscura estudió el rostro viril y apuesto del Ejecutor y Kamden luchó contra el deseo que empezaba a embargarlo. ¡Mierda! ¿Por qué tenía que ser tan hermosa? Adoptó una expresión inescrutable, rezando para que la vampira no descubriese nunca su deseo por ella. Se sentía estúpido y tenía la impresión de estar traicionando la memoria de su mujer. «Un vampiro bueno es un vampiro muerto», se repitió como un mantra. Pero su cuerpo no era tan maleable como su mente y empezaba a reaccionar. ¿Cómo podía desear a un fiambre? ¡Por Dios, estaba muerta! Sin embargo, él sabía de primera mano que el tema de los vampiros no era tan sencillo y que no funcionaba repetir eso en su mente una y otra vez. —Vamos a hacer cumplir la ley y no necesitamos que los Custodios interfieran en nuestros asuntos —explicó Vesper, sin dar muestra de haber entrado en su mente. Pero ¿quién podía interpretar ese rostro impasible? —Ya, claro. Y nosotros, los humanos, nos vamos a cruzar de brazos mientras mueren víctimas inocentes por culpa de los chupasangres. ¡Eso no te lo crees ni tú! Kamden esbozó su famosa sonrisa torcida, la que sacaba de quicio a cualquiera. Pero, como de costumbre, no dio resultados con la vampira. —Eres un hombre inteligente, Kamden, y sabes muy bien que solo los vampiros degenerados matan a los humanos para beber su sangre y que nosotros, los Pretors, nos encargamos de eliminarlos por ello. Llevas mucho tiempo siendo un Ejecutor y tu familia ha recopilado suficiente información sobre nosotros

como para saberlo. —Vesper esbozó una fría sonrisa—. La verdadera pregunta es: ¿por qué la política de la Liga ha dado un cambio tan radical? —¿Por qué tendría que fiarse de vosotros? —Hace más de cincuenta años lo hacía. Nos respetábamos y trabajábamos de mutuo acuerdo, pero las cosas cambiaron de repente cuando llegó ese nuevo presidente de la Liga. ¿Alguna vez lo has visto en persona? Kamden frunció el ceño, molesto. La vampira tenía razón. El número de misiones de ejecución aumentaba cada vez más y nadie podía describir al nuevo presidente M. A. Himoel con seguridad. Ni siquiera su propio hermano Less, que era el Miembro Permanente del Sector Norte. —¡No estoy aquí para hablar de mi jefe contigo, chupasangre! —Kamden enarcó una ceja y se cruzó de brazos. —Atrincherarse detrás de una barrera de odio es mucho más fácil, ¿verdad? Los humanos lo hacéis constantemente y sobre todo con vosotros mismos. —Oh, ¿y vosotros qué sois? ¿Mickey y sus amiguitos? —recalcó él con ironía—. Te he visto en acción, vampira. A ti también te gusta cazar a los de tu especie; los que incumplen la ley como tú dices. —Entonces somos iguales, Kamden MacKenzie. Tanto tú como yo somos muy buenos eliminando vampiros que se lo merecen. No somos tan diferentes después de todo y podríamos hacer un buen equipo. —¡Ni lo sueñes, bonita! —soltó él con desprecio. Vesper sonrió y el Ejecutor refunfuñó por lo bajo. Gawain también le había avisado de que podrían estar en el mismo bando algún día, después de salvarlo de ese maldito príncipe. ¡Por él, podían esperar sentados! —Claro, es mucho mejor colaborar con el Vaticano. ¿No os dais cuenta de que quiere utilizaros para su propio beneficio? —¡No somos tan estúpidos! El Vaticano no obtendrá nada de nosotros. —Yo no estaría tan seguro… —Vesper sonrió de forma peculiar—. Dudo que la sotana te quede bien, Ejecutor. —Me gustan demasiado las mujeres como para hacerme monje, vampira. Kamden le devolvió la sonrisa y sintió una extraña complicidad con ella. Si no fuese una chupasangre, podrían llevarse bien. Tenía carácter y no se dejaba intimidar por él, un poco como Micaela Santana. Y tenía un cuerpo de infarto… Pero ¿qué puñetas estaba diciendo? Estaba ahí, en medio de una misión, hablando con ella como si fuese su amiga del alma. ¿Había perdido el juicio? ¡Era una maldita chupasangre, no un ángel caído del cielo!

—Basta de chácharas —masculló, furioso consigo mismo. No podía olvidar que el poder de la seducción era un arma de los chupasangres—. Estoy aquí para eliminar a una zorra sádica. Vesper miró a lo lejos y se tensó ligeramente. —Si de verdad queréis ayudar y hacer algo, Custodios, encontrad a la chica que ha desaparecido. —¿Qué chica? —preguntó él, llevándose despacio una mano hacia su arma escondida. Otro chupasangre se estaba acercando sin lugar a duda—. ¿La chica de Sevilla? —Ella es muy especial —dijo la vampira después de asentir con la cabeza—. Es una Princesa, y si le pasara algo, sería el fin de la Humanidad y de nuestra Sociedad. Ella es muy importante también para vosotros y tenéis que buscarla. —Un minuto, ¿me estás diciendo que la chica a la que mi compañera tenía que rescatar ha desaparecido? —Kamden soltó un sonoro taco. ¡Mike tenía que estar de muy mala leche! —Un poderoso enemigo la ha secuestrado, un enemigo de la Humanidad. —No será el cabrón que está al mando en este castillo, ¿verdad? —No, pero el Príncipe sabe algo. Kamden resopló. —¡Ya! ¿Metéis la pata y pensáis que nosotros vamos a ayudaros? ¿Ayudaros a qué, si teníamos que rescatarla de vosotros? Vesper le dedicó una mirada helada. —No era nuestra prisionera. Su sangre es una mezcla de nuestras dos especies, Ejecutor. Es tan importante para vosotros como para nosotros. —¿Mitad humana y mitad vampira? —preguntó él, incrédulo—. ¡Esto es imposible! Sabéis perfectamente que los Dhampyrs son una mera leyenda y que… Otra vampira apareció de repente al lado de Vesper y Kamden aprovechó ese segundo para sacar su arma plateada y apuntarla. —¿Una trampa? —Esbozó una sonrisa torcida—. Ya, claro. Toda esa pequeña charla era para ganar tiempo, ¿no? —Tranquilízate, Ejecutor. —Iloni lo miró impasible—. Si quisiéramos matarte, ya estarías muerto. —Yo no me dejo matar tan fácilmente. —Kamden quitó el seguro y sostuvo su arma con más firmeza. —He venido a hablar con Vesper —dijo la vampira sin inmutarse ante el arma apuntándola—. Si quieres disparar, Kamden MacKenzie, ¡dispara!

Kamden y la vampira se afrontaron con la mirada, pero, de modo inesperado, el Custodio cedió y bajó lentamente su arma. Sí, era un cazavampiros, pero no era un asesino; y esa vampira no estaba en la lista. De momento. Iloni clavó su mirada en la de Vesper y le transmitió todo lo que sabía sobre la orden de arresto de Kether Draconius. —No puedes entrar allí dentro tú sola. El Príncipe te matará. —Tengo que anunciar la llegada de Aymeric y la decisión del Senado, y si me mata será una prueba más contra él. —Déjame entrar contigo, Iloni. —No. Tienes que quedarte en la retaguardia y los demás no van a tardar mucho. Es una orden directa. Iloni le echó una mirada a Kamden, quien le devolvió una mirada hosca. —Además, vas a estar muy ocupada aquí… Vesper se acercó más a Iloni y cogió su mano; un gesto que sorprendió a Kamden dado que los vampiros no solían tocarse entre ellos. —Ten cuidado y no dejes que el Príncipe haga uso de su energía. —Saldré del castillo lo antes posible. Las dos manos de las vampiras brillaron durante un segundo y luego Iloni desapareció. Vesper se dio la vuelta hacia donde tenía que estar el castillo y frunció levemente el ceño. Las órdenes eran las órdenes, pero enfrentarse sola a un Pura Sangre era un suicidio, aunque fuese solamente para entregar un mensaje. —Bueno, y después de este conmovedor intermedio, ¿qué piensas hacer aquí conmigo? —Kamden apartó el arma, pero no la guardó—. ¿Por qué no te apartas para que yo pueda entrar también? ¡Hola! ¿Me oyes? Vesper cerró los ojos para rastrear las energías, a pesar del monólogo del humano. Sintió que el dispositivo alrededor del castillo se debilitaba para dejar entrar a Iloni, y siguió la energía de la vampira en el interior. Durante más de cinco minutos, no pasó nada; pero, de repente, sintió la explosión de una impresionante energía, que no podía ser otra que la del Príncipe. Abrió los ojos. Había pasado algo, tal y como se lo temía. No podía quedarse allí sin hacer nada, mientras Iloni estaba en peligro. Iba a entrar en el castillo y desobedecer las órdenes. —No voy a dejar que entres allí. —La vampira se dio la vuelta hacia Kamden. —¡Oh, vaya! ¡Por fin me contestas! —bufó él. A continuación, su expresión se volvió muy seria.

—Apártate, Vesper. —Kamden se irguió—. No me des motivos para utilizar mi arma contra ti —añadió señalando su Colt plateado. Vesper esbozó una sonrisa muy triste. —Lo siento, Kamden, pero no dejaré que otro humano salga herido por culpa de un asunto entre vampiros. Buscad a la Princesa, eso es lo que tenéis que hacer. Súbitamente, la vampira se desplazó hasta él y apretó su mano con mucha fuerza para que soltara el arma. Pero Kamden no era un cazavampiros normal y corriente y no se dejó sorprender: hizo un movimiento rápido para soltarse y consiguió apuntar hacia ella y disparar. Sin embargo, Vesper desvió el arma en el último momento y la bala de rayos UVA, especialmente diseñada para los vampiros, se estrelló contra un árbol cercano e iluminó la noche durante un segundo. La vampira logró que Kamden soltara el arma y lo empujó contra un árbol. El Ejecutor soltó un taco mientras ella lo inmovilizaba con toda su fuerza. —¡Tengo otros recursos, chupasangre! —bramó él, intentando moverse. —No quiero hacerte daño. —¡Y una mierda! No vas a conseguir que me quede… Entonces la vampira hizo algo que lo dejó totalmente petrificado: lo besó. Kamden parpadeó varias veces, pensando que se le había ido la olla. ¡Dios, no podía ser! Ella no… no acababa de besarlo, ¿verdad? —¿Qué coño…? —No quiero hacerte daño —repitió Vesper con una mirada muy dulce. Kamden supo que estaba perdido cuando se dejó hipnotizar por esos ojos tan negros. Abrió la boca y se dejó besar por la vampira como si ella estuviera hambrienta de él. La pasión se apoderó de todo su ser y, sin saber lo que hacía, le devolvió el beso con furia. ¡Dios! No sabía a muerte; sabía a gloria bendita. Su sabor era tan dulce como la miel y su lengua lo estaba volviendo loco. El fuego recorría sus venas y se estaba excitando cada vez más. Había olvidado que ella era una vampira y él un Custodio. Había olvidado que eran enemigos. Solo importaban esa boca y ese cuerpo sensual que se apretaba contra el suyo. Vesper se obligó a parar ese frenesí erótico, que estaba afectándola más de lo que pensaba, para hacer lo que tenía que hacer. En un segundo, empujó a

Kamden para que se quedara sentado contra el árbol y lo ató a él con una cuerda que sacó de su mochila. —¡Me cago en…! —bramó el Ejecutor furioso, fulminándola con la mirada. —Te dejo tu mochila y tu arma cerca, por si tienes que defenderte de los lobos —comentó la vampira sin mirarlo—, pero tu compañero llegará rápidamente hasta aquí. Kamden le escupió. —¡Maldita perra! ¡Preferiría montármelo con una cabra antes que contigo! Estaba más que furioso con ella, pero sobre todo consigo mismo. ¡Joder! ¡Qué gilipollas era! A pesar de su gran experiencia, lo había engañado como a un tonto. Era peor que el peor de los jóvenes reclutas; incluso peor que el tal Robin. —Eres un gran cazavampiros, Kamden MacKenzie —Vesper se arrodilló a su lado y le acarició los labios con un dedo—, pero no sabes mentir. —¡Vete al infierno! —espetó él brutalmente. La vampira se puso de pie y el Ejecutor levantó la vista hacia ella. —Puede que tu deseo se cumpla… —murmuró ella clavando su mirada en la suya. Se miraron durante un minuto. La mirada de Kamden estaba llena de odio para intentar ocultar el deseo que sentía por ella y que no había logrado sofocar del todo, pero la mirada de Vesper brillaba dulcemente. La vampira le dedicó una última sonrisa y se fundió en la noche. Nunca los vampiros que vivían en el castillo fantasma y servían al Principe de los Draconius habían sentido tanto miedo. Desempeñaban sus tareas lo más sigilosa y eficazmente posible, y se marchaban rápidamente a esconderse en los oscuros escondites del castillo. La furia de su Amo y Señor estaba desatada por culpa de una antigua esclava romana, y no era la típica furia predecible. Se parecía más bien a las repentinas tempestades que asolan el mar cuando está en calma; esos fenómenos naturales impredecibles y devastadores. Cualquier cosa podía activarla, y por eso los vampiros se guardaban de molestar al Príncipe. Kether había ordenado a su Corte que no le molestara y que se quedara en sus aposentos, y se había encerrado en la sala del trono con Ligea, la única vampira cuya presencia toleraba en esos momentos. La guardia personal del Príncipe vigilaba la puerta, pero no se atrevía a entrar porque no deseaba quedar reducida a cenizas. De vez en cuando, se oía una pequeña explosión, fruto de la descarga de la poderosa energía del Príncipe.

Algunos vampiros habían sido interrogados por el Amo y Señor en persona, para saber si Hedvigis había tenido apoyos dentro del castillo, y habían quedado en muy mal estado. Lo que explicaba por qué ningún vampiro se atrevía a traspasar la puerta sin recibir una orden antes. Detrás de la puerta, sentado en su trono de oro, Kether pulverizó una copa de plata con su poder. —¡Pequeña zorra! —soltó el Príncipe con expresión sombría—. ¿Por qué no le arranqué la cabeza en su debido momento? —¿Cómo ha podido engañarte, mi Señor? ¿Quién se cree que es? Ligea dejó de pasear, furiosa, y se desplazó rápidamente hacia él. Se arrodilló entre sus piernas y, después de ponerle las manos encima de las rodillas, levantó su cara hacia la suya. ‒Déjamela a mí, mi Príncipe. La encontraré y cuando termine con ella, deseará haber muerto de verdad. Los ojos azules, llenos de odio, de la vampira brillaron perversos. —Oh, sí, podrías acabar con ella, mi preciosa sádica —Kether acarició su pelo rizado con las dos manos—, pero el verdadero culpable de esa traición es ese bastardo de demonio; y contra él, no durarías ni un segundo. Ese engendro… ¿Piensa que puede burlarse de mí? ¿Piensa que puede competir contra el hijo de un ángel? ¡Il Divus! ¡Ja! No tiene nada de divino. Kether empujó a Ligea y se levantó furioso. Una luz roja lo rodeó por completo. —No es nada sin el poder de la Doncella, y ella no se entregará fácilmente. Acabaré con él por atreverse a engañarme. Le enseñaré que nadie se puede burlar del Príncipe de los Draconius —sus ojos verdes brillaron, diabólicos—, y recuperaré a la Doncella. Ligea se deslizó hasta él y tocó su bota negra. —Pero, mi Señor, tiene la ayuda del Príncipe de las Tinieblas. Esa arma le pertenecía. Kether soltó una carcajada. —¿Lucifer? ¡Y qué! No es más que un Ángel Caído como mi padre. Si le prometo la sangre de la Doncella a cambio de sus servicios, se volverá contra Marek porque estoy convencido de que él nunca se la dará. —Sonrió con maldad —. No necesito la sangre de la Doncella, solo quiero recuperar mi trono; y si Lucifer reina en la Tierra con sus demonios, yo reinaré por fin sobre los vampiros después de destruir al Senado.

Ligea se levantó del suelo y se sentó en uno de los brazos del trono. Se relamió los colmillos cuando percibió una energía vampírica, que no pertenecía a un Draconius, acercándose al castillo con rapidez. —Al parecer, el Senado tiene intención de arrestarte, mi Señor, y nos manda un mensajero. Kether sonrió. —Perfecto. Ese es un buen motivo para empezar una guerra. El Príncipe desapareció y reapareció sentado en su trono con Ligea encima de sus piernas. Inclinó la cabeza y le lamió el cuello, y la vampira soltó un gemido y se restregó contra él. Alguien se atrevió a llamar a la puerta y a entreabrirla. —Mi Príncipe —dijo uno de los vampiros de la guardia, que parecía muy asustado—, hay un emisario de los Pretors… —Déjala pasar —ordenó Kether, viendo a Iloni fuera del castillo—, y que nadie nos moleste. —Sí, mi Señor. El guardia se fue rápidamente por miedo a ser el blanco de la furia latente del Príncipe. —Es solo la avanzadilla —comentó él, acariciando un pecho de Ligea—. La mataré rápidamente. La vampira hizo una mueca. —¡Y yo que quería jugar un poco con ella! —Habrá otras ocasiones. Ahora demostraré mi poder. —Kether le arañó el cuello con sus colmillos—. Bájate. Ligea le dio un beso voraz antes de obedecer y se quedó de pie al lado del trono. La puerta maciza volvió a abrirse e Iloni entró disparada. Se paró delante de las escaleras que llevaban al trono y levantó la vista hacia el Príncipe de los Draconius. Él estaba sentado en su magnífico asiento, situado debajo del enorme dragón de piedra que era el símbolo de su familia, y su concubina, una antigua prostituta del imperio romano, estaba a su lado. En el rostro del Príncipe, tan apuesto y malvado como el mismísimo Lucifer, asomaba una sonrisa cruel. Su mirada verde y brillante se clavó en la suya, e Iloni supo que su existencia tocaba a su fin. Sabía que su estatus de Pretors no iba a protegerla. Sabía que tocarle las narices a un Pura Sangre era un suicidio puro y simple. Pero iba a entregar su mensaje, costara lo que costara.

—Príncipe de los Draconius —Iloni se inclinó en señal de deferencia—, vengo a avisaros de la llegada de Aymeric, jefe de los Pretors, que viene a entregaros una orden de arresto emitida por el Pretor y el Senado. Se os acusa de traición por permitir que un Príncipe de ascendencia demoníaca entrase en el Santuario y asesinase el Cónsul. Además, el jefe de los Pretors os hará preguntas sobre el paradero de la denominada Doncella de la Sangre puesto que tenemos indicios de que vos sabéis algo sobre su secuestro. —La voz de la vampira sonó firme en la inmensa sala del trono—. ¿Vais a permitir que Aymeric y sus Pretors entren aquí para entregaros esa orden y haceros esas preguntas? —¡Pero qué plebeya más insolente! —soltó Ligea con los ojos brillantes—. ¿Cómo osas dirigirte al Príncipe de esta forma? La vampira levantó las manos y se tensó, lista para atacar. Iloni la miró y se quedó impasible. —Pobre mensajera que no tiene la culpa de nada… —murmuró Kether, ladeando la cabeza. El Príncipe se limitó a sonreír y un brillo perverso apareció en su mirada. —Por supuesto que los dejaré entrar en mi castillo, Pretor —Kether levantó la mano e Iloni soltó una exclamación de dolor cuando una mano invisible empezó a estrangularla—, pero no los eliminaré tan rápidamente como te voy a eliminar a ti. Me tomaré mi tiempo con ellos. Ligea soltó una carcajada siniestra mientras él seccionaba la cabeza de Iloni con su poder, rodeándola con su aura para que no quedase reducida a cenizas al igual que el resto de su cuerpo. Luego, hizo un movimiento con la mano y la cabeza voló hasta él. —Bien, quitaré la protección del castillo —dijo Kether colocando la cabeza de Iloni en uno de los brazos del trono, mientras Ligea se pegaba a él y se frotaba como una gata lasciva— y les daremos la bienvenida que se merecen. Vesper levantó la vista hacia el castillo, que había dejado de ser invisible, y se dispuso a entrar por una puerta escondida en un lateral. Sin embargo, se detuvo cuando percibió la energía de Aymeric flaqueado por Mab y por Gawain, y decidió reunirse con ellos para avisarles del peligro. La energía de Iloni había desaparecido por completo. Llegó rápidamente hacia ellos y le bastó una mirada al jefe de los Pretors para que él supiera de inmediato lo que había pasado. —Sabía que Iloni estaba cometiendo una locura —masculló Gawain, intentando controlar su energía.

Mab gruñó y plantó su mazo gigante en el suelo con rabia. —Tenemos que entrar allí y hacer que su sacrificio no haya sido en vano. —Entraré con vosotros —dijo Vesper con determinación. —No. —Aymeric entrecerró levemente los ojos—. El Príncipe nos está esperando así que tenemos que guardarnos un as en la manga. Escóndete y mantén la salida abierta por si tenemos que salir del castillo corriendo. La vampira asintió y echó una última mirada a Gawain antes de desaparecer. Suerte, mi Laird. —Bien, vamos a tranquilizarnos antes de entrar. —Aymeric miró a Mab y a Gawain—. No debemos caer en las provocaciones del Príncipe y tenemos que desplegar nuestras energías en el momento adecuado. ¿Entendido? Mab y Gawain asintieron y los tres se desplazaron hasta la enorme puerta del puente levadizo del castillo. Hubo un destello rojo y el puente empezó a bajar a gran velocidad. Cruzaron con rapidez y, una vez dentro, Gawain se percató de que la guardia del castillo no tenía intención de volver a levantar el puente. El Príncipe de los Draconius tenía mucha confianza en sí mismo y, obviamente, los vampiros bajo su mando le tenían pánico. —Nuestro Amo y Señor os espera, Pretors —dijo un vampiro muy alto y delgado de la Corte. Se dio la vuelta y avanzó a gran velocidad por un largo pasillo, de modo que los tres vampiros se pusieron en marcha para seguirlo. Numerosos vampiros de distintos estatus sociales —caballeros, aristocracia, personal del castillo— se agolparon a lo largo del pasillo, dejando un espacio para que pudieran pasar, y sus ojos brillaron con ferocidad cuando pasaron por delante de ellos. Algunos dejaron escapar algún que otro gruñido. La lealtad al Príncipe era una regla de oro dentro de cada familia, y cada uno de esos vampiros estaba dispuesto a sacrificarse por salvar a su Príncipe. Aymeric sintió que Mab tenía ganas de gruñir y de enseñar los colmillos como un animal a la muchedumbre enfurecida, y le ordenó mentalmente que no lo hiciera. El antiguo guerrero celta era puro instinto y no se paraba mucho a pensar. Con Gawain no había problema, así que Aymeric frunció el ceño cuando este se detuvo bruscamente. —¿Qué pasa, Gawain? El aludido acababa de percibir la presencia de un humano en el castillo, pero en ese momento no podía pararse para averiguar de quién se trataba. —Nada. Sigamos.

Llegaron a la puerta maciza de la sala del trono, que se abrió sola. —Mi Príncipe, los Pretors —anunció el vampiro, quedándose fuera. Aymeric, Mab y Gawain entraron y la puerta se volvió a cerrar. —El Templario y sus perritos —dijo Kether Draconius desde su trono, acariciando la cabeza cortada de Iloni. Los tres vampiros se tensaron imperceptiblemente viendo el macabro trofeo, pero sus rostros permanecieron inescrutables. —Cuidado con vuestros modales o acabaréis como esa pobre plebeya insolente —advirtió Ligea con una sonrisa llena de maldad. Aymeric hizo el vacío en su mente antes de tomar la palabra. —Iloni solo vino a entregaros un mensaje, Príncipe de los Draconius. —Y ese mensaje no me ha gustado —señaló Kether, ladeando la cabeza—. ¿Te atreverás a repetirlo ante mí, Templario? —Tengo una orden del Senado. —¡Y a mí qué me importa el Senado! ¿Olvidas que soy un Pura Sangre? —Eso no significa que estéis por encima de la ley —recalcó Aymeric con mucha serenidad. Los ojos de Kether brillaron intensamente. —¿La ley? ¿Qué ley? ¿La que estos vampiros de tres al cuarto impusieron al resto? ¡Yo soy la ley! —Habéis traicionado a la Sociedad vampírica —siguió Aymeric sin alterarse — y habéis permitido que… —¡Me aburres, Templario! —lo interrumpió Kether, levantándose—. Solo le hice un pequeño favor a alguien que no se lo merecía. Pero me lo pagará con creces. Esas palabras permitieron a Gawain entender lo que había pasado en realidad. Kether Draconius quería apoderarse de la Doncella y había encargado a Hedvigis secuestrarla, pero esta lo había traicionado y había entregado a Diane al Príncipe de la Oscuridad, el verdadero instigador de toda esa historia. Tal y como se lo temía, Hedvigis había ganado tiempo mandándoles hacia una pista falsa. Sin embargo, el Príncipe de los Draconius tenía que saber quién era ese otro Príncipe. —¿Dónde está la Doncella? —preguntó Gawain con una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. El Príncipe desvió la mirada hacia él. —¿Tú otra vez, sirviente de los Némesis? —Kether entrecerró los ojos—. O eres muy valiente o muy estúpido por presentarte otra vez ante mí. Tu presencia

no es de mi agrado. —Sabéis dónde está la Doncella y tenéis que decírnoslo —insistió Gawain sin amedrentarse. —¡Perro de los Némesis! —espetó Ligea enseñando los colmillos. Aymeric y Mab se tensaron sin perder de vista al Príncipe, pero este soltó una carcajada. —¡Tienes agallas, Escocés, y me gusta! —exclamó cruzándose de brazos—. Aunque sea un acto imprudente hablarme en ese tono… —Su mirada verde brilló con más fuerza y Gawain cerró todos los accesos posibles a su mente. Había recibido un entrenamiento muy especial para poder lograrlo, y su Maestro había sido el propio Ephraem Némesis—. Veo que te adiestraron muy bien. Kether bajó las escaleras y se plantó ante Gawain. La mirada verde afrontó la mirada dorada durante un largo rato. El silencio era ensordecedor en la sala. —No, no sé dónde está la Doncella —dijo finalmente el Príncipe con una sonrisa torcida—. El Príncipe de la Oscuridad es un bastardo muy astuto y posee el poder de los demonios; pero eso, ya lo sabes… ¿Cómo se encuentra el joven vampiro al que criaste como a un hijo? Dudo mucho que consiga recuperarse estando donde está… Aymeric, temeroso de su reacción, lanzó un aviso mental a Gawain para que lograra contener su poder, que amenazaba con desbordarse. No había que olvidar que el Príncipe de los Draconius era un maestro en el arte de poner el dedo en la llaga y que aprovechaba cualquier signo de debilidad para atacar. Pero no fue necesario. —¿Esto significa que ese otro Príncipe ha logrado engañaros y desaparecer? —insinuó con mucha calma, dando a entender que había sido más listo que él. Una expresión terrible se apoderó del rostro del Príncipe y su aura roja empezó a brillar a su alrededor. Ligea se preparó para atacar y Aymeric y Mab se posicionaron para defender a Gawain. La tensión era palpable y el poder de Kether iba en aumento. Pero, de repente, el aura roja fue menguando y el Príncipe retrocedió con una sonrisa. —No hace falta que me precipite. Tengo mucho tiempo para divertirme. Gawain le sostuvo la mirada. Sabía que estaba jugando con fuego, pero, a pesar de su gran paciencia, se estaba hartando del jueguecito de Kether. Tenía la impresión de ser un mártir cristiano a la espera de los leones en un circo romano; y él era un guerrero, no un mártir. No dejaría que el Príncipe lo aniquilara sin más. Pelearía hasta el último segundo.

—En respuesta a tu pregunta, puede que ese bastardo haya ganado la primera batalla engañándome —dijo Kether, volviendo a sentarse en su trono—. Pero pienso recuperar a la Doncella y terminar con su fétida existencia. —La Doncella es también la Princesa de los Némesis —enfatizó Aymeric. Kether apoyó su codo sobre la cabeza de Iloni y Ligea se apoyó contra su otro brazo. —Parece ser que sí… ¡Una noticia excelente! —El Príncipe ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír—. Sabéis perfectamente que los Némesis y los Draconius se odian desde los tiempos inmemorables del Génesis. —Sus ojos brillaron de puro odio—. Desde que Sahriel, ese ángel cobarde, ayudó al Arcángel Mijael a encerrar a mi padre en la Cripta de los Caídos, privándole de su trono y privándome de su herencia. Apoderándome de la Doncella, vengaré mi sangre y haré justicia. Mab gruñó y hubo un destello luminoso en sus ojos. —Por lo visto el vampiro que se parece a un mono no está de acuerdo con vos, mi Príncipe —dejó caer Ligea, acariciando el brazo de Kether. —¡No podéis tocarla! ¡La Doncella es sagrada! —exclamó Gawain, luchando por contener su poder. —¿Justicia? ¡Vos no sabéis lo que significa esa palabra! —recalcó Aymeric, lo que sorprendió a Mab y a Gawain. —¿Por qué no me dejáis arrancarle la cabeza? —gruñó Ligea poniéndose de pie. El Príncipe le mandó una orden mental y la vampira volvió a sentarse y a apoyarse contra él. —Templario, di lo que tengas que decir. —El aura del Príncipe volvió a rodearlo, convertida en barrera protectora. —¿Reconocéis los cargos de los que el Senado os acusa? —preguntó Aymeric, enseñando el pergamino. Kether hizo un movimiento y el pergamino llegó a su mano. —Esta es mi respuesta —señaló de forma perversa antes de que una llama roja lo redujera a cenizas. —Entonces, por los poderes que me confiere el Senado —empezó a decir el jefe de los Pretors, levantando la mano— y debido a vuestra traición y al asesinato de la vampira Iloni, y al hecho de que incumplís la ley promulgada, se declara a la familia Draconius renegada y en estado de excepción. Tendréis que acompañarnos ante el Senado para ser juzgado. Kether soltó una brutal carcajada.

—¡Por fin la guerra! ¡Llevo siglos intentando que esos vampiruchos se alcen contra mí de verdad! —Se relamió lentamente los colmillos—. Mi querido Templario, si pensabas que os iba a dejar salir de aquí porque solo me interesa el Senado, estabas muy equivocado. Aymeric, Mab y Gawain se reagruparon rápidamente. —Ninguno de los tres saldrá de aquí —sentenció el Príncipe con una mirada espeluznante—. Os voy a destruir muy lentamente… La risa sádica de Ligea reverberó por toda la sala.

Capítulo diez Kamden MacKenzie se debatía entre el deseo de matar a alguien o de darse cabezazos contra el árbol. Se sentía furioso y estúpido por lo que había pasado con la vampira, pero, al mismo tiempo, no podía quitarse de la cabeza el beso que habían compartido. Si alguien le hubiese dicho que él, uno de los mejores cazavampiros de la Liga, se dejaría besar por uno de los chupasangres a los que tanto odiaba, se habría reído en su cara. Sin embargo, el beso había sido muy diferente a lo que se había imaginado. Había sido pasional y excitante, lleno de fuego y de fuerza, como cuando se besa a una mujer viva y humana… Y eso lo había descolocado por completo; eso y el hecho de que Vesper lo atara para que no le pasara nada en el castillo. Y a él no le gustaba perder pie. ¡Y pensar que se había atrevido a darle consejos al novato Robin! Si este lo viera en ese instante, atado al árbol como si fuese un pobre animalito sin defensas… —¡A la mierda! —exclamó Kamden con furia, apretando los dientes. Había vivido situaciones peores y la vampira había cometido un error dejándole la mochila cerca, porque en ella había cosas muy útiles a la hora de soltarse. El cazavampiros utilizó su pierna para acercar su mochila a su mano y consiguió sacar su navaja suiza del bolsillo delantero. Vesper no lo había atado con toda su fuerza y eso le daba ventaja a la hora de poder mover las manos. Logró abrirla y se tomó su tiempo para cortar la cuerda poco a poco, dada la dificultad por el ángulo de su mano. Eso le traía a la mente recuerdos de su infancia cuando su padre, el gran Liam MacKenzie, los había llevado a su hermano Less y a él al bosque y los había dejado allí solos para que aprendieran la valiosa lección de sobrevivir. Para complicar aún más el asunto, les había atado las manos sin inmutarse ante el hecho de que, en aquella época, Less tenía diez años y él cinco. Su padre… Siempre había utilizado métodos extremos de enseñanza que habían horrorizado a su madre, pero nunca había levantado la mano contra ellos

como otros padres menos temibles. Había sido un padre duro, que los había privado de una infancia y adolescencia normales a cambio de enseñanzas sobre tácticas de supervivencia y destrucción de vampiros; pero nunca había sido un maltratador. Y él lo había defraudado cuando había renunciado a ser un cazavampiros para casarse con la mujer que amaba y cuando no había sido capaz de salvarla del ataque de varios vampiros degenerados. No entraba en cuenta el hecho de que esos malditos lo hubiesen herido de gravedad previamente. Su padre lo había instruido durante años para que nada ni nadie lo pillase desprevenido y, sin embargo, cinco sanguijuelas habían conseguido machacarlo. Apretó la mandíbula cuando logró soltarse. La muerte de su mujer y de su hijo nonato era como un ácido que le corroía las entrañas y, al mismo tiempo, el deseo de vengarlos era el único aliciente que le permitía levantarse por las mañanas para buscar vampiros y destruirlos. En pocos años, Kamden se había convertido en el más feroz cazavampiros de Europa y había alcanzado la fama de su padre a costa de alejarse de su único hermano y de convertirse en un tipo solitario y amargado. En comparación con Less, se sentía miserable y le dolía ver su felicidad cuando estaba rodeado de su familia. Por eso había dejado de ir a verlo y se mostraba tan antipático cuando se cruzaba con él, a pesar de que era su jefe directo en la Sede de la Liga. Era preferible aparentar frialdad y fortaleza en ese mundo, pero él quería a su hermano tan perfecto y sereno, y echaba de menos la complicidad que tenían antaño, cuando su mujer aún vivía. Kamden no se hacía ilusiones en cuanto a su futuro: había elegido un camino y si le tocaba bailar con la muerte, sería luchando para eliminar vampiros. Era su redención por haber dejado morir a su mujer, la única forma de poder mirarse en el espejo. Sí, la vampira tenía razón: era más fácil atrincherarse detrás de una barrera de odio que amar; y le repateaba que una chupasangre tuviese razón. Bueno, en realidad le repateaba sentir lo que sentía cuando estaba con ella, y el beso había sido el colmo. Las cosas nunca eran simples. Lo único simple en su vida era matar vampiros y por eso se le daba tan bien. Pero, últimamente, Kamden tenía la impresión de que su vida y su papel en el seno de la Liga se estaban complicando cada vez más dado que su visión de las cosas empezaba a diferir de la de los demás miembros.

A pesar de que lo había negado ante Vesper, a él tampoco le estaban gustando las nuevas directrices de la Liga porque estaban desvirtuando la verdadera misión de los cazavampiros, que era proteger a los humanos. Odiaba a los vampiros, pero no era un simple matón que mataba sin hacerse preguntas. La Liga tenía reglas ancestrales, reglas que su propio antepasado había forjado con las demás familias cazavampiros, y esas reglas se estaban convirtiendo paulatinamente en otra cosa. Una cosa que no tenía nada que ver con los cazavampiros. En su fuero interno, él también se hacía las mismas preguntas que Vesper: ¿por qué las reglas del juego habían cambiado de la noche a la mañana? ¿Y por qué nadie había visto al nuevo presidente? Sin embargo, tenía que reconocer que la posición de su propia familia se había radicalizado cuando había roto el pacto que la unía al vampiro Gawain desde hacía siglos. En un primer momento, había aplaudido esa decisión, pero ahora, después de lo de esa noche y de que Gawain lo salvara en Moldavia, empezaba a tener dudas. Todo el mundo conocía su carácter y su cabezonería, pero, de vez en cuando, Kamden sabía utilizar su cerebro y sus dudas sobre el buen funcionamiento del nuevo sistema eran más que razonables. Él presentía que iba a obtener una respuesta a sus dudas esa misma noche, pero también veía claramente que iba a adentrarse en la boca del lobo y que tenía pocas posibilidades de salir de ahí vivo. Así que era mejor prepararse a conciencia para poner la suerte de su parte. Volvió a colocar su arma en la funda interior de su anorak y sacó municiones y pequeñas bombas de rayos UVA de su mochila. El departamento técnico de la Liga —o el grupo de los científicos chiflados, como lo llamaban los Ejecutores — había confeccionado pequeños artilugios, denominados Muerte Silenciosa, rellenos de rayos UVA que tenían diminutos pinchos en su extremidad para adherirse a la piel de los vampiros. Con un vampiro degenerado, era fácil eliminarlo con ese sistema porque no eran muy rápidos; pero con un vampiro de más categoría, iba a ser otro cantar. Bueno, sería el primero en lograrlo. Kamden dejó la mochila, que contenía un detector, colgada de la rama de un árbol para que Jan captara el mensaje y se encaminó hacia el castillo. Se escondió un minuto para reconocer el terreno y observó dos cosas anormales: el castillo se veía perfectamente y era mucho más grande de lo que pensaba, y el puente levadizo estaba totalmente bajado, como si los vampiros del castillo

estuvieran esperando una visita. Entonces recordó que Vesper y la otra vampira estaban esperando a otros de sus congéneres para entrar y siguió observando. Había guardias vampiros en la entrada y en las almenas. Tendría que encontrar otra forma de entrar sin llamar la atención. En ese momento, vio una puerta escondida en un lateral y decidió arriesgarse e intentar entrar por ahí. Se deslizó rápidamente por la nieve y se pegó a la pared mientras forzaba la cerradura. «¡Demasiado chupado!» pensó cuando consiguió introducirse en el interior. Pero los vampiros parecían ocupados en otras cosas. Sacó el pequeño detector de calor corporal que todo Ejecutor tenía consigo y se adentró en los pasillos oscuros del castillo. Enarcó una ceja al ver la decoración tan medieval y anticuada que había a su alrededor y tuvo la impresión de haber dado un salto en el tiempo o bien de haber aterrizado en la película Drácula. Algunos vampiros no conseguían adaptarse a los tiempos modernos y vestían y vivían conforme a la época que los había visto nacer. O tenían un sentido del humor muy retorcido y se complacían con la imagen popular que se tenía de ellos. Ese debía ser el caso del señor de ese castillo… Kamden siguió su camino con cautela y fue colocando bombas por donde pasaba. Las bombas se activaban por un control remoto escondido en su cinturón. Se paró cuando el detector señaló la presencia de numerosos vampiros, esperó un poco y luego volvió a caminar. Llegó a una especie de sala abovedada con paredes de piedra donde dos guardias vampiros estaban afilando cuchillos. Los observó durante un segundo y reflexionó sobre el modo de llegar hasta el Príncipe: el castillo era demasiado amplio y no tenía tantas bombas como para desperdiciarlas, y la vampira que había que eliminar estaba con el Príncipe, ya que era su amiguita. El modo más rápido era que esos dos idiotas, que no parecían muy poderosos, lo arrestaran y lo llevaran ante él; aunque, también, podían optar por desangrarlo ahí mismo. Bueno, habría que arriesgarse. —Hola, ¿qué tal? —saludó al entrar en la sala como si nada. Los dos vampiros volvieron la cabeza y lo miraron con sorpresa. Sí, no se había equivocado; eran muy jóvenes porque, de lo contrario, ya habrían reconocido su olor y lo habrían atacado en el acto. —¿Un… un humano? —farfulló el más flaco de los dos con asombro. —¿Qué haces aquí? —le preguntó el otro, amenazándolo con el cuchillo.

—¡Hey, tranquilos chicos! —exclamó Kamden levantando las dos manos en señal de rendición—. Vuestro jefe me ha invitado. El vampiro le enseñó los colmillos y le asestó un fuerte golpe en la mandíbula como respuesta. —Nuestro Príncipe no invita a humanos —dijo gruñendo—. Los destroza. —Bueno, pues, digamos que soy la cena de esta noche —recalcó el Ejecutor, frotándose la mandíbula dolorida. El vampiro lo cogió por el cuello y lo levantó en el aire. Bueno, no era tan débil como pensaba después de todo. —O puede que nuestra cena… —El vampiro sonrió. —Espera —intervino el otro cuando Kamden pensaba que iba a tener que defenderse—, será mejor que lo llevemos ante el Príncipe. —Pero ¿qué dices? ¡Nos fulminará si lo molestamos por eso! —Piensa un poco. Pueda que sea uno de esos cazavampiros que merodean por allí desde hace algunos días. Al Príncipe le gustará encargarse de él en persona. El otro vampiro no parecía muy convencido. —¿Y qué pasa si le importa un bledo y la paga con nosotros? Está con los enviados del Senado en este momento. —Bueno, ¿os decidís de una vez? —intervino Kamden con ironía después de que el vampiro empezará a aflojar su mano alrededor de su cuello—. ¿O sois demasiado cobardes para tomar una decisión? El vampiro lo sacudió violentamente y lo dejó caer al suelo. —Lamentarás mucho nuestra decisión, humano —amenazó el vampiro flaco, tirándole del pelo para mirarlo a los ojos. Kamden le devolvió una sonrisa desafiante, contento por haberse salido con la suya. Aymeric sabía que la situación era desesperada, así que ordenó mentalmente a Gawain y a Mab bloquear sus mentes y reunir sus fuerzas, y se concentró para aumentar su propio poder. Disponía de un pequeño extra de energía, concedida por el Pretor en caso de emergencia, capaz de bloquear durante un segundo a un poderoso Pura Sangre. Lo utilizaría en el momento adecuado para poder escapar de ahí. No era muy glorioso, pero era mejor que terminar pulverizado. —Príncipe de los Draconius, estáis cometiendo un grave error —se atrevió a decir, plantándole cara a Kether.

—¿En serio? —contestó el aludido sin levantarse—. Venís aquí para arrestarme, ¿y yo soy el que comete un error? Nadie se atreve a arrestar a un Pura Sangre. —Sin embargo, habéis dejado que otro utilizara vuestro cuerpo para llevar a cabo un asesinato. Es así como pasó, ¿verdad? Kether sonrió. —Sí, dejé que ese bastardo se apoderara de mí para entrar en el Santuario y matar a Jaim, el Cónsul. —¿Por qué razón, aparte de querer descolocar el Senado? —Pensaba que eras más inteligente, Templario. Simplemente para sacar beneficio y una mejor situación en la nueva jerarquía. Kether se levantó y cogió la cabeza de Iloni en sus manos. —Bueno, puedo ser magnánimo y contaros los planes de futuro de ese bastardo de Príncipe de la Oscuridad puesto que no tardaréis mucho en sucumbir a la pequeña sesión de entretenimiento que os tengo preparada —empezó a explicar, mirando y acariciando la cabeza de la vampira—. Resulta que él odia muchísimo más al Senado que yo porque, por lo visto, no le trató muy bien en el pasado. No obstante, y eso resulta muy curioso, solo el Cónsul era capaz de recordarlo. Al parecer todos los demás han «olvidado» quién es en realidad. Aymeric y Gawain fruncieron el ceño. —Pero si hay alguien al que ese bastardo odia más que al Senado, ese es el Príncipe de los Némesis. —Kether clavó su mirada en la de Gawain—. Está obsesionado con hacerle daño a él y a toda su sangre y, sin embargo, su esencia es muy cercana a la del propio Príncipe. Interesante, ¿verdad? —Kether alisó el pelo de Iloni—. Quizá el bueno de Ephraem le dio su sangre como te la dio a ti, Escocés… Los ojos verdes del Príncipe resplandecieron y la cabeza de Iloni se convirtió en un montón de cenizas. —En fin, él quiere apoderarse de la Tierra y yo quiero recuperar mi trono. Me pareció acertado colaborar con él en ese momento, pero me equivoque. —Kether esparció las cenizas por el aire y volvió a mirar a los tres vampiros—. Bueno, fin de la charlita. Ahora toca sufrir. Ligea siseó y se relamió, expectante. Sin embargo, el Príncipe se echó a reír repentinamente. —Tenemos un invitado sorpresa. ¡Esto se pone cada vez más interesante! Gawain volvió a sentir la presencia de un humano, y ese humano era Kamden MacKenzie. Se concentró para no soltar su poder por culpa de la exasperación.

¡Qué cabeza más dura! Ni Vesper había logrado contenerlo, y eso era muy sorprendente. —Señores, apartaos y disfrutad del espectáculo. —Kether hizo un movimiento con la mano y los tres vampiros fueron apartados hacia un lado de las escaleras como si no pesaran nada. El Príncipe abrió la puerta con el pensamiento para dejar pasar a dos vampiros, uno flaco y el otro más corpulento, cuyos rostros reflejaron sorpresa y temor. Entre los dos iba Kamden MacKenzie, con un hilillo de sangre en la comisura de los labios. —Mi Príncipe… —balbuceó el vampiro flaco. —Dejadlo aquí y marchaos —lo interrumpió Kether. Los dos vampiros soltaron a Kamden, que cayó de rodillas, se inclinaron y se fueron rápidamente. —Vaya, vaya. ¿Esta no es la basura humana que quería eliminarte, querida? —preguntó el Príncipe mientras el cazavampiros se levantaba y echaba un rápido vistazo a su alrededor. —Sí, es ese maldito Custodio MacKenzie. —En un segundo, Ligea apareció arrodillada ante Kether, se apretó contra él y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos—. ¿Me lo dejáis por favor, mi Príncipe? —suplicó como si fuese una niña pequeña suplicando por un caramelo. —Me parece justo —contestó él, pasando sus dedos por su melena rizada—. Pero quiero que dure mucho tiempo y que sufra horrores. Ligea soltó una pequeña risa y Kether la levantó para besarla; lo que provocó que Kamden dejara escapar una mueca asqueada. El cazavampiros evaluó rápidamente la situación, que no le era muy favorable. Estaba solo, en medio de una sala enorme, con varios vampiros poderosos. Ahí estaba el famoso Príncipe, vestido con una casaca medieval en tonos rojizos, y su amiguita, que solo llevaba una túnica griega roja muy escotada. A su derecha había otros tres vampiros: un tipo enorme con tatuajes tribales en su cráneo liso; otro con un largo abrigo negro y con perilla; y Gawain, cuyos ojos dorados brillaban como una luz en medio de la noche. Bueno, ¡estaba bien jodido! A pesar de todo, Kamden sonrió, casi aliviado. El juego terminaba esa noche para él, pero se llevaría antes a unos cuantos de esos al otro barrio. —¡Liga de los Custodios! ¡Agente Kamden MacKenzie! —exclamó sacando su Sayonara Baby para apuntar hacia Ligea—. Vengo a borrarte del mapa, gatita. —Diviérteme —ordenó el Príncipe, acomodándose en el trono.

Ligea le lanzó un beso y se abalanzó sobre Kamden. El cazavampiros apretó el gatillo, pero se dio cuenta de que su arma había desaparecido de sus manos. —¿Buscas esto? —preguntó la vampira con sorna, sosteniendo su arma entre dos dedos. Ligea lanzó el arma contra la pared, que rebotó sin romperse. El metal de su Colt era muy resistente. —En circunstancias normales, no me gusta pegar a las mujeres, ¡pero tú eres una maldita chupasangre! —soltó el cazavampiros, mandándole un puñetazo en plena cara. Sin embargo, ella lo bloqueó sin pestañear y se colocó detrás de él para retorcerle el brazo. —No deberías jugar con los mayores, pequeñín —le susurró al oído, haciendo presión con su brazo— porque yo no soy uno de esos vampiros degenerados a los que estás acostumbrado. —¿Ah, sí? —ironizó Kamden luchando contra el dolor de su brazo y de su clavícula, que empezaba a hacer un ruido extraño—. ¡Entonces me alegraré el doble cuando te corte la cabeza! Ligea se rio y aumentó la presión. —¡Príncipe de los Draconius! —intervino Gawain, intentando desplazarse hasta él, pero sin resultados debido a la especie de barrera invisible levantada alrededor de Mab, Aymeric y de él como si fuese una jaula—. ¡Dejad que el humano se vaya! —Sí, él no tiene nada que ver con nuestros asuntos —lo apoyó Aymeric mientras Mab levantaba su mazo en el aire. Kether abrió desmesuradamente sus ojos verdes espeluznantes y acto seguido los tres vampiros cayeron al suelo sintiendo dolores espantosos por todo el cuerpo. —¿Cómo os atrevéis a interferir en mi diversión para defender a esa escoria humana? —bramó con furia—. ¿Habéis olvidado que los humanos son solo comida? ¡No me interrumpáis más y esperad vuestro turno! Kether desvió la mirada hacia Ligea y los dolores de los tres Pretors empezaron a remitir lentamente. Gawain se apoyó con dificultad sobre los codos para mirar a Kamden, desafiando, en cierta manera, al Príncipe. Durante un segundo, y a pesar del dolor que iba en aumento, Kamden se quedó anonadado por el gesto de los tres vampiros. ¿Por qué habían intentado ayudarlo siendo unos chupasangres como los otros dos? Bueno, Gawain era un

vampiro muy peculiar que tenía la manía de querer salvarle el culo cada vez que se encontraba con él, pero ¿y los otros dos? No tenía ningún sentido. A él le pagaban por cortarles la cabeza, y ellos lo sabían. Sus dudas volvieron con más fuerza. ¿Estaría equivocado desde el principio? ¿La nueva dirección de la Liga estaría manipulando a todos los Ejecutores, haciéndoles creer que todos los vampiros querían matar a los humanos? Kamden jadeó y sintió que el hueso de su clavícula empezaba a ceder. ¿Vesper tendría razón? ¿Habría vampiros buenos y vampiros malos? Bueno, obviamente, la que le estaba arrancando el brazo pertenecía a la segunda categoría. —Ligea, despacio… —ordenó el Príncipe con voz suave y fría, cruzando sus manos a la altura de su boca. La vampira asintió y soltó el brazo de Kamden, que volvió a caer sobre las rodillas. A continuación, lo agarró por el pelo y le clavó sus garras en la clavícula hasta tocar el hueso, destrozando de paso la gruesa manga del anorak. El cazavampiros apretó los dientes para no soltar un grito de dolor. —¡Esta escoria tiene agallas! —aplaudió el Príncipe—. Es la segunda vez que se hace el duro. —No por mucho más tiempo —dijo la vampira, lamiendo la sangre de sus dedos después de soltar al humano. Kamden aprovechó para girarse rápidamente y darle una patada, pero ella desapareció y reapareció detrás de él. —Demasiado lento —señaló, enseñándole los colmillos. El Ejecutor sacó un puñal de su anorak entreabierto e intentó rebanarle la garganta. Sin embargo, Ligea desvió su ataque y el arma acabó plantada en su pecho. —Sabes muy bien que las estacas en el corazón no funcionan —comentó ella, sacándose lentamente el puñal sin dejar de observarlo—. Al menos, no con nosotros. Con un movimiento rápido, la vampira plantó el arma en el brazo del Ejecutor y le asestó un fuerte puñetazo en el vientre que lo dobló en dos. Kamden jadeó y escupió sangre. Con una mueca de dolor, consiguió ponerse a cuatro patas mientras Ligea se alisaba la túnica y se reía. Gawain sintió que su poder crecía en su interior y miró a Aymeric. Tenía que intentar hacer algo. No podía permitir que Kamden MacKenzie muriese ante sus

ojos sin hacer nada. Había prometido a su mejor amigo Russell proteger su descendencia. —¡Tenemos que hacer algo o lo matará! Los ojos castaños de Aymeric brillaron y miró a Mab. —Vale, Gawain. ¡Ahora! El enorme vampiro lanzó su mazo contra la pared invisible al mismo tiempo que Aymeric y Gawain proyectaban sus energías contra ella. Los tres vampiros quedaron libres momentáneamente y Gawain se abalanzó sobre Ligea mientras sus compañeros hacían frente al Príncipe. —¡Mi poder va mucho más allá de una pared invisible! —rugió Kether, lanzando a los dos vampiros por los aires. Gawain consiguió apartar a la vampira de Kamden y herirla en el cuello antes de que Kether lo aplastara contra la pared. —¡Te atreves a herir a alguien de tu raza para salvar a esta bazofia! —gritó el Príncipe bajando las escaleras con su aura roja rodeándolo. Gawain se retorció contra la pared y apretó los dientes cuando una descarga descomunal lo alcanzó. Kamden giró la cabeza hacia él, sin poder levantarse todavía por culpa del color, y miró lo que estaba pasando con asombro. ¿Por qué el vampiro se empeñaba en querer salvarlo una y otra vez? ¿Por qué no pasaba ya de una puñetera vez del maldito pacto? Lo que iba a hacer era la más grande de las locuras, la peor de todas las que había hecho hasta el momento. —¡Hey, chupasangre de mierda! —llamó al Príncipe, tras lograr ponerse de pie—. ¡Sigo vivo! Kether le lanzó una mirada, pero Ligea, que tenía unos profundos arañazos en el cuello, se adelantó. —¡No! ¡Es mío, mi Príncipe! ¡Beberé la sangre de esta basura! —bramó con su mirada azul enloquecida. Kamden no tuvo tiempo de sacarse el puñal del brazo antes de que la vampira le diera un golpe y lo tirara al suelo. Lo aplastó con su fuerza y empezó a sisear como una cobra enseñándole los colmillos para luego intentar morderlo. El Ejecutor forcejeó para quitársela de encima, pero ella aprovechó para pegarle puñetazos en la cara con tal velocidad que él se sintió aturdido. —Estate quieto para que pueda terminar con tu vida de una vez —le ordenó la vampira, tirándole del pelo y ladeando su cabeza para tener acceso a su garganta.

A Kamden le daba igual morir, pero no a manos de una chupasangre sádica como ella. A pesar de que le sangraba la nariz profusamente por culpa de sus golpes, esperó a que la vampira se tirara a por su cuello para desplazar rápidamente su cabeza y darle un tremendo cabezazo. Ligea se echó ligeramente hacia atrás y Kamden aprovechó para sacarse el puñal del brazo y clavárselo en la garganta con fuerza, y luego le mandó un terrible derechazo que logró mandarla lejos. El Custodio se limpió la sangre de la nariz con el brazo y consiguió llegar hasta su arma. Sacó una Muerte Silenciosa y apuntó hacia la vampira, quien se dirigía hacia él hecha una furia. Mientras tanto, Kether había dejado libre a Gawain y estaba rodeado por los tres vampiros, cuyas auras empezaban a desplegarse a su alrededor. —Me vendría bien un buen combate —dijo el Príncipe, levantando la mano en el aire. Hubo un fogonazo y dos espadas aparecieron de repente—. ¡Como en tiempos de mi padre! —exclamó lanzando una espada a Gawain, que la cogió al vuelo—. Los demás podéis atacarme también. No cambiará nada. Kether soltó una carcajada y arremetió contra Gawain mientras Mab, con su mazo, y Aymeric, con una especie de látigo negro sacado de su abrigo, se lanzaban a por él. Entonces empezó un combate espectacular y de movimientos tan rápidos que ningún ojo humano era capaz de seguirlo. El Príncipe parecía estar en todos los sitios al mismo tiempo: Mab abalanzó su mazo contra él, pero Kether lo derribó y lo hirió en el torso con la espada; Aymeric intentó estrangularlo desde atrás con el látigo, pero él se dio la vuelta, cortó el látigo y le dio una patada que lo lanzó contra la pared. Gawain lo atacó sin parar, lanzando la espada a una velocidad prodigiosa; sin embargo, Kether paró todos sus golpes sin esfuerzo y con una sonrisa torcida en los labios. Sabía muy bien cómo utilizar una espada y no podía ser de otra forma: la espada era el arma predilecta de los ángeles, y todos sus hijos sabían cómo utilizarla de forma instintiva. Gawain no se hacía ilusiones: no podía ganar ese combate. Era imposible derrotar a un Pura Sangre; a menos que fueras otro, claro. —No entiendo cómo has podido herir a Oseus con tan poca fuerza — comentó Kether despectivamente—. ¿Ephraem no te enseñó nada más que a bloquear tu mente ante un Pura Sangre? No me extraña. ¡Fue tan patético como su padre! En vez de enfurecerlo, esas palabras provocaron una extraña paz en Gawain.

Sí, él tenía la sangre de Ephraem Némesis en sus venas y, a pesar de la prohibición del Senado, era hora de utilizarla. Bloqueó el último ataque del Príncipe y echó para atrás su espada. Cerró los ojos durante un segundo y apeló a todo el Poder contenido en su sangre. Lo sintió fluir con fuerza a través de él y su aura empezó a brillar como la luz del sol. Miró a Mab y a Aymeric que ya se estaban levantando y preparando a espaldas del Príncipe. —¡Concentrad vuestros poderes y atacad ahora! Los dos vampiros desplegaron su poder y se lanzaron a por el Príncipe con un grito de guerra, mientras Gawain lo cegaba durante un segundo con su aura y lanzaba un mandoble con su espada. Sin embargo, Kether logró recuperarse a tiempo y consiguió parar el ataque del vampiro, al mismo tiempo que se deshacía de Mab con un profundo arañazo en el pecho que lo lanzó hacia atrás. En ese momento, Aymeric utilizó la esencia del poder angelical concedida por el Pretor y paralizó a Kether, cuya espada se había roto al igual que la de Gawain debido al choque entre las poderosas energías. El vampiro escocés aprovechó esa diminuta ventaja y asestó un puñetazo en el pecho del Príncipe con toda la fuerza de su poder. El rostro de aquel reflejó cierta sorpresa antes de que su cuerpo saliera despedido y quedara incrustado entre las escaleras de mármol que llevaban a su trono, lo que hizo que salieran volando pequeños fragmentos por los aires. En la otra punta de la sala, Kamden estaba librando una feroz batalla contra Ligea. La vampira se desplazó hacia la derecha y le asestó una serie de puñetazos en las costillas para que soltara el arma. El Ejecutor sintió que varias de ellas acababan de romperse por los golpes, pero aguantó el dolor y rodó de tal forma que la tenía enfocada de nuevo para poder disparar. Ligea se sacó el puñal de la garganta y la sangre salió a borbotones de la herida, que era muy profunda. —Te destriparé con tu propia arma, pequeño cazador —murmuró con una sonrisa sádica y sin inmutarse ante la pérdida de su propia sangre. —Ven, gatita. ¡Hay muchas balas para ti! La vampira levantó sus garras y gruñó como un animal salvaje. Kamden calculó las distancias y apretó el gatillo justo cuando la tenía encima. Sin embargo, ella se desplazó en un santiamén y la bala alcanzó la pared, y emitió muy poca luz. —¿Qué pretendías con eso? —se rio la vampira, reapareciendo ante él.

—¡Ligea, aléjate de él! —rugió Gawain, desplazándose hacia ellos con Mab y Aymeric. El antiguo guerrero celta sangraba mucho, pero estaba acostumbrado a heridas peores que esas. El aspecto de Aymeric era más normal y solo su pelo despeinado indicaba que había pasado algo más. Ligea echó un rápido vistazo hacia Kether, que seguía sin moverse al estar profundamente anclado en las escaleras, y soltó un gruñido que se convirtió en alarido de dolor cuando se percató de que tenía algo incrustado debajo de la piel a la altura de su cintura. —Es una pequeña bomba de rayos UVA que explotará dentro de tres minutos —explicó Kamden con sorna, mientras se ponía de pie flanqueado por los tres vampiros, que parecían protegerlo—. No pretendía alcanzarte con mi bala sino con esto, zorra. La vampira gritó y se tambaleó hacia atrás cuando la presión se hizo más fuerte en su costado. El Ejecutor respiró entrecortadamente y se llevó una mano a las costillas rotas. Miró con solemnidad a Gawain, sin dar crédito a lo que estaba a punto de decirle. Definitivamente, se le había ido la olla. —Si habéis terminado con este cabrón, será mejor que os marchéis. Cuando esta gatita explote, la luz lo invadirá todo —explicó con una mueca de dolor— y he colocado un motón de artefactos por todo el palacio. Así que, ¡marchaos cagando leches! —Tú te vienes con nosotros, Kamden MacKenzie —dijo Aymeric, mirándolo mientras Mab soltaba un gruñido de aprobación. —La luz no afecta de la misma forma a los Príncipes —comentó Gawain, desplazándose hacia la salida al igual que el resto. —¿Pero si el tío sigue tumbado? —señaló el humano con incredulidad. En ese momento, las escaleras volaron en pedazos y Kether apareció entre una humareda roja, con el rostro desfigurado por la ira. —¡Vaya, qué bien! Es como Terminator y no hay manera de aniquilarlo, ¿verdad? —soltó Kamden, torciendo el gesto. —No se puede destruir a un Pura Sangre —murmuró Gawain. —Tenemos que salir de aquí y rápido —dijo Aymeric, empujando a Kamden hacia la puerta. —¡Hey, un minuto, amigo! Ahora mismo estamos en el mismo barco — replicó el Ejecutor, apuntando a Kether con su arma. El Príncipe parecía tener una mala leche de aúpa, y una virulenta niebla roja lo rodeaba como si fuese una segunda piel.

—Te felicito, Gawain. Nadie había sido capaz de derribarme de esta forma hasta el momento —comentó él con una voz que no parecía la suya—. Buscaré un sitio honorífico donde poner tu cabeza, de modo que todo el mundo pueda verla. —Mi Príncipe… —gimió Ligea de rodillas y con las manos en el vientre. Su corte en la garganta no paraba de sangrar. Kether desvió la mirada hacia ella y su rostro se volvió aún más terrible. —Yo, en tu lugar, iría a ver a mi gatita —dijo Kamden sin dejar de apuntarlo —, porque tiene una bomba a punto de explotar y que os va a convertir en cenizas a los dos. —¡Basura insolente! —gritó Kether, aumentando su aura de forma implacable. Entonces, todo ocurrió rápidamente, como si alguien hubiese presionado el botón de avance rápido. El Príncipe avanzó hacia ellos y Kamden empezó a disparar mientras la puerta se abría a sus espaldas y Vesper entraba en acción. La vampira lanzó varios pequeños cuchillos hacia Kether, ayudada por la concentración de poder de Mab, Aymeric y Gawain. Pero el Pura Sangre lo paró todo: levantó la mano y tanto las balas como los cuchillos cayeron al suelo sin causarle ningún daño. —¡Hay que joderse! —masculló Kamden entre dientes. —¡Soy el hijo de un ángel, escoria! ¡Nada puede detenerme! —gritó Kether con furia diabólica. Sus ojos verdes refulgían como un fuego sobrenatural y sus colmillos blancos eran más largos que nunca. —Prepárate para huir, Kamden —dijo Vesper, tirando de él hacia atrás. En ese momento, el Ejecutor se dio cuenta de que los vampiros se habían colocado a su alrededor de forma que lo protegían de la furia del Príncipe. Gawain y el vampiro de la perilla estaban delante de él; el vampiro enorme estaba a su izquierda y Vesper a su derecha. Kamden se sintió raro. ¿Por qué estaban haciendo eso? ¿Por qué estaban arriesgando su milenaria existencia para que él saliera vivo de allí? De pronto, oyó una voz desconocida en su cabeza; una voz masculina muy bella y aterciopelada. Apunta hacia la vampira, humano. Ella es su punto débil. Sin saber por qué, el cazavampiros decidió obedecer. —¡Salid de aquí! —gritó hacia los vampiros que lo protegían—. ¡Chupasangre, te queda un minuto para salvar a tu gatita! —exclamó, disparando varias balas hacia Ligea.

Kether sonrió y levantó la mano para pararlas. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando las balas, envueltas en un aura de color azul oscuro, siguieron avanzando a toda velocidad. No tuvo más remedio que aparecer delante de la vampira y envolverla en sus brazos para que las balas le alcanzaran a él y así poder absorber su impacto; lo que se tradujo en un gasto considerable de energía. Los demás aprovecharon para salir corriendo, enfilando el largo pasillo como locos, después de cerrar la puerta para protegerse de la inminente explosión. —Me he encargado de los vampiros más problemáticos —dijo Vesper, reduciendo su velocidad vampírica para que Kamden pudiera seguirla—, pero quedan algunos. —El Custodio ha colocado bombas por doquier —explicó Aymeric—. No serán un problema. —Sí, las he visto —dijo la vampira, decapitando a un vampiro surgido de la nada. —En cuanto le dé a este botón —comentó Kamden, señalando el detonador en su cinturón que, gracias a Dios, había aguantado los golpes de Ligea—, el castillo quedará tan iluminado como un árbol de navidad. ¡Daos prisa! Yo soy inmune a la luz solar. Apenas hubo terminado la frase, un vampiro corpulento lo derribó desde atrás y él cayó de rodillas. —Pero no a los vampiros —recalcó Vesper suavemente—. ¡Salid, me encargo de él! —les dijo a los demás. —Vesper… —Gawain y la vampira cruzaron una mirada—. Vale —dijo el vampiro antes de darse la vuelta y pelear contra los de su especie que estaban apareciendo por el camino. Kamden, todavía de rodillas, se dio la vuelta sobre sí mismo y se dio cuenta que el vampiro tenía un hacha impresionante entre las manos. —¿Adónde vas, delicioso trozo de carne? —preguntó el chupasangre, babeando literalmente. El Custodio se echó para atrás y lo apuntó con su arma entre los ojos, pero Vesper apareció y empezó a girar alrededor del vampiro y a asestarle cuchillazos por todas partes. El vampiro intentó defenderse lanzando su hacha contra ella. Kamden se sentía impotente ya que no podía disparar sin herir o eliminar también a Vesper. Antes, le habría importado más bien poco; pero ya no pensaba de la misma forma. ¡Mierda! No se podía creer que estuviera intentando ayudar a una vampira. ¿En qué momento había tomado la decisión de colaborar con ellos? No olvidaba

que su mujer embarazada había muerto a manos de un chupasangre, pero empezaba a asimilar que podía haber diferencias entre los vampiros. El ruido de la explosión y el halo de luz debajo de la puerta de la sala del trono sorprendieron al vampiro y permitió a Vesper darle una patada que lo echó para atrás. Kamden aprovechó y le pegó un tiro limpio, pulverizándolo con la luz contenida en la bala y sin dañar a la vampira. Como los Ejecutores tenían que pelear lo más discretamente posible, las balas eran de dosificación única y eliminaban a un solo individuo, explotando en su interior sin provocar mucha luz a su alrededor. Pero las bombas eran otra historia… —Vámonos de aquí —soltó el Custodio, huyendo con la ayuda de la vampira. Entonces un grupo de vampiros apareció detrás de ellos; vampiros y vampiras vestidos con armaduras flexibles y con espadas en las manos. —La Nobleza Draconius —musitó Vesper, echando un vistazo por encima del hombro mientras corría a velocidad normal—. ¿Qué tal se te da volar, Kamden MacKenzie? El Ejecutor tuvo el tiempo justo de presionar el botón que iniciaba las detonaciones antes de que la vampira lo cogiese casi en volandas para sacarlo de ahí. Las bombas explotaron una tras otra, salvo las que estaban cerca de la sala del trono, e inundaron de luz el castillo. Afortunadamente, Kamden y los Pretors consiguieron escapar sin que la luz los alcanzara. Una vez fuera, se alejaron lo más posible y a una velocidad extrema. Cuando estuvieron lo bastante lejos, Vesper dejó de sostener a Kamden, quien se tambaleó un poco. —Vaya paseíto —resopló con una mano en las costillas, intentando encontrar el aire que le faltaba. —¿Cómo está? —preguntó Gawain mirando a Vesper. —Tiene dos costillas fracturadas, un corte en el brazo que no reviste gravedad y la nariz machacada —dijo la vampira después de echarle un vistazo de arriba a abajo—. O sea, que está bien. —¿Tienes rayos X en los ojos como Superman o algo así? —preguntó el aludido enarcando una ceja. —Más o menos —contestó ella cruzándose de brazos. Kamden se dio la vuelta y miró el castillo que seguía visible y que resplandecía como un faro solitario cerca de una costa desierta. —¡Sí, señor! ¡Así se hace! —se alegró, esbozando su sonrisa torcida—. Le hemos dado una buena paliza a Don Terrorífico, ¿verdad, chicos? —preguntó sin

dejar de sonreír y dándose la vuelta hacia los vampiros. El Ejecutor dejó de sonreír cuando la realidad se abrió paso en su cerebro; cuando se percató de con quién estaba festejando esa pequeña victoria. No estaba con sus compañeros. Él era un humano, un Custodio, y ellos unos vampiros; unos chupasangres, como solía llamarles. Ellos sobrevivían bebiendo la sangre de víctimas inocentes, y él los cazaba y los eliminaba por ese delito. Pero, al igual que con los humanos, no todos los vampiros eran unos asesinos y no todos se alimentaban de sangre humana. Durante años, su odio y su dolor lo habían cegado y había llegado a creer lo que le habían soplado al oído. Pero esa noche había visto la luz, había entendido que estaba equivocado y que estaba actuando como el peor de los chupasangres. Ellos lo habían protegido, atacando a un miembro de su propia raza, y él los había ayudado a salir de allí. No se estaban matando entre ellos porque eran unas bestias salvajes, tal y como lo hacían los Custodios. De alguna forma, ese grupo de vampiros llamado Pretors y ellos, los Custodios, pertenecían al mismo bando. Kamden tuvo la impresión de que perdía pie y se sintió completamente descolocado, como cuando Vesper lo había besado pero multiplicado por cien. ¡Dios, su hermano tenía razón! El pacto tenía que mantenerse, era demasiado valioso. Había sido un gilipollas engreído, un maldito cabezota. Se había creído más chulo que nadie y no había sido capaz de ver más allá de sus propias narices. El Ejecutor tenía ganas de darse puñetazos por haber deseado morir ahí dentro, por haber buscado la muerte en cada una de sus misiones sin entender que su vida en sí no valía nada, pero que su papel como Custodio era fundamental para la supervivencia de la raza humana. Less tenía razón, una vez más. Lo había entendido todo desde el principio. Él era un perdedor; un perdedor con la cabeza muy dura. Y ahora, ¿cómo tenía que actuar? ¿Cómo coño se tenía que comportar con los chupa…, con los vampiros? Se sentía bastante perdido. —Muchas gracias por tu ayuda, Kamden Mackenzie —dijo Gawain de repente, mirándolo como si entendiera su dilema interior; mirándolo como si fuera su amigo. —Sí, muchas gracias —repitió el vampiro de la perilla, arrodillado cerca del enorme vampiro que estaba recostado contra un árbol con su mazo al lado. Vesper y el vampiro en cuestión inclinaron la cabeza en señal de agradecimiento. Kamden carraspeó para disimular su incomodidad. Seguro que

se había sonrojado, y eso que no lo hacía desde los doce años. Se sentía como un maldito imbécil y no sabía cómo reaccionar. —Tu brazo ha dejado de sangrar —constató Vesper, tocándolo suavemente. ¡Ay, mierda! Estaba demasiado cerca y él se sentía demasiado confuso. —Y él, ¿cómo está? —preguntó señalando con la cabeza a Mab para desviar la atención. —Sobrevivirá —contestó Aymeric, ayudando a su compañero a levantarse. Sí, no había duda de ello. La profunda herida que tenía en el torso ya estaba cicatrizando. En ese momento, Vesper levantó la cabeza y miró el cielo lleno de estrellas como si estuviera captando algo. Un diminuto copo de nieve cayó sobre su mejilla seguido por varios otros. —Tenemos que irnos. La Liga ha mandado un helicóptero a por ti y tu compañero viene hacia aquí en motonieve para llevarte hasta él —explicó la vampira mirando a Kamden. —Sí, vámonos antes de que lleguen porque dudo mucho que se alegren de vernos junto a ti —añadió Aymeric antes de darse la vuelta, sosteniendo un poco a Mab. —Un minuto. ¿Había otro de los vuestros en el castillo? —preguntó Kamden de repente, recordando la voz que había oído en su mente. —¿Por qué lo preguntas? —se extrañó levemente Aymeric, mirándolo por encima del hombro. El gruñido que soltó Mab también parecía una pregunta. —Por el aura de color azul oscuro que rodeaba las balas que lograron alcanzar al Príncipe de los Draconius —contestaron Gawain y Vesper al mismo tiempo. Kamden asintió, frunciendo el ceño. —Es el Poder del Príncipe de los Némesis —explicó Gawain con una sonrisa —, el padre de la Princesa a la que estamos buscando. Vesper volvió a levantar la cabeza. —Se están acercando. Aymeric y Mab inclinaron la cabeza hacia Kamden y desaparecieron. Vesper volvió la cabeza hacia él y clavó su mirada en la suya. —Cuídate, Kamden MacKenzie —murmuró con una suave sonrisa. El Ejecutor sintió algo extraño en el pecho, algo que no supo nombrar. —Hasta la próxima —contestó con una mirada abrasadora. Vesper le devolvió la mirada y desapareció en la noche.

—Gracias otra vez —dijo Gawain inclinando la cabeza y dándose la vuelta para irse. —Gawain, espera. El vampiro miró a Kamden detenidamente y sonrió. Por primera vez desde que estaba en activo en el seno de la Liga, veía otra cosa que odio y deseos de venganza en él. Por primera vez desde que lo conocía, Kamden MacKenzie se parecía a su antepasado Russell, antes de la muerte de su gran amor que había sido su propia hermana. El paralelismo entre esas dos vidas era innegable. Kamden también tenía madera para ser un gran jefe, algún día. El Ejecutor respiró profundamente, consciente de que no iba a haber vuelta atrás después de lo que iba a decir. —El pacto sigue vigente. Os ayudaré a encontrar a esa chica, y te avisaré en cuanto sepa algo. —Solo tienes que llamarme y acudiré. —¿Tengo que decir tu nombre tres veces como en las pelis de miedo? —No pudo evitar bromear. A veces, echar mano del humor era la única forma de seguir cuerdo. —No, una sola vez bastará —recalcó Gawain también con cierto humor. El vampiro se dio la vuelta y desapareció. Kamden empezó a caminar para no congelarse. Su compañero Jan no tardó ni cinco minutos en llegar hasta él, y el Custodio sonrió viendo cómo conducía la motonieve a todo gas, con su mochila colgada en la espalda. Kamden MacKenzie sabía que la rueda de su destino acababa de dar una vuelta completa. En cuanto estuviera en la Sede de la Liga, hablaría con su hermano, y su forma de trabajar y de entender las cosas cambiarían drásticamente. Kether Draconius consiguió amortiguar el golpe de las balas, pero no pudo evitar la explosión del artefacto incrustado debajo de la piel de Ligea, por lo que la vampira salió gravemente herida. Logró desmaterializarse con ella hasta una sala secreta, construida en el subsuelo del castillo, antes de que las demás bombas explotaran. Ligea se dejó caer en el suelo mientras él soltaba un rugido terrible. Muchos de los vampiros que habitaban el castillo —siervos, Lacayos y una parte de la Nobleza Draconius — habían quedado reducidos a la nada por culpa de las bombas de rayos UVA. A Kether le importaban más bien poco todas esas existencias perdidas, pero como jefe de familia no podía dejar que su ejército de vampiros se viera

diezmado de esa forma. Y esa noche, habían caído muchos de ellos. Todo por culpa de esos Pretors y de ese humano. Esa escoria humana, mortal y débil… Sin embargo, había percibido otra energía presente en la sala antes de que disparara el humano; una energía muy parecida a la suya. Ephraem Némesis. ¡El puñetero Príncipe seguía estando en todos los lugares al mismo tiempo como antes de su desaparición! —¡Maldición! —soltó Kether intentando desplegar su energía, pero sin resultados. Su piel todavía brillaba tenuemente por haber absorbido tantos rayos de luz. —Mi Príncipe, puedes alcanzarlos —dijo Ligea, volviendo a tutearlo como cuando estaban los dos solos—. Están muy cerca. La vampira se apoyó contra la pared, jadeando. Gran parte de su costado izquierdo estaba atrozmente quemado y empezaba a convertirse en cenizas. Sin embargo, la herida en la garganta había parado de sangrar, dejando una larga y oscura mancha en su piel blanca. A Kether no le importaba nada ni nadie. Nadie salvo Ligea. Ella era su compañera, su amante sádica. Siempre dispuesta a acatar sus órdenes. Siempre dispuesta a ofrecerle su cuerpo y su sangre. Ligea siempre se había mantenido a su lado y él iba a hacer todo lo posible para salvarla. El padre de Kether, al ángel Azaël, no había querido ni a su mujer ni a su hijo; pero él amaba a Ligea, aunque no quisiera reconocerlo por temor a mostrar cierta debilidad. Si no hacía nada, ella dejaría de existir y él volvería a estar solo, como antes de encontrarla. En un abrir y cerrar de ojos estuvo a su lado y la cogió en sus brazos con una delicadeza sorprendente, una delicadeza de la que no se creía capaz. —Voy a cuidar de ti y a salvarte, gatita —murmuró clavando su mirada en esos ojos azules tan brillantes—. Regeneraré tu cuerpo con mi propia sangre si es necesario. —¿Y los Pretors? Ve tras ellos y masácralos. Yo no soy nada. —Tú eres mía. —El Príncipe sonrió de una forma malévola—. No te preocupes por ellos. Más tarde, me encargaré de destruirlos a todos. A todos. Ligea sonrió también, sin saber que su piel empezaba a adquirir un tono gris que no le estaba gustando a Kether. —Entonces, tengo que recuperarme para ayudarte en esa gustosa tarea. —Así es, y cuanto antes. El Príncipe la abrazó más y reapareció con ella en una especie de sala circular de paredes de piedra blanca. Sus ojos verdes brillaron y todas las antorchas,

dispuestas en círculo, se encendieron. La sala, pequeña y oscura, también se encontraba en los subterráneos. —¿Recuerdas la gloriosa noche en la que nos conocimos? —preguntó Ligea entrecerrando los ojos, mientras él la colocaba en un altar de piedra situado en el fondo de la sala. No había puerta y ningún vampiro, salvo un Pura Sangre, podía entrar allí. Kether bajó la cabeza y lamió rápidamente la sangre esparcida sobre el cuello y el pecho de la vampira antes de contestar. —Sí —dijo finalmente, después de relamerse los labios manchados—. Han pasado miles de años, pero lo recuerdo muy bien. Pensé en matarte como a las demás prostitutas, pero tu atrevimiento y tu perversión me hicieron cambiar de idea. El Príncipe acarició los largos y sedosos rizos, entre dorados y cobrizos, que descansaban sobre la piedra blanca. —Una puta cara y perversa… Ninguna humana había mostrado tan poco miedo de mí. —Sabía que eras un príncipe de la noche y que, estando a tu lado, sería la dueña del mundo. ¿A qué más podía aspirar? Había tenido a senadores, patricios y generales romanos en mi cama; pero nunca a un príncipe como tú. —Y te queda una cosa por hacer, gatita. Convertirte en la Reina de los vampiros. Ahora cierra los ojos para que pueda curarte. Ligea obedeció y Kether empezó a pasear sus manos, que se habían vuelto brillantes, por todo su cuerpo. Mientras lo hacía, iba recordando en su mente los detalles de esa noche en la que, movido por un extraño impulso, había convertido a una prostituta humana en la vampira Ligea. Era una noche de verano en la Cartago romana y, a pesar de que ya era de madrugada, el calor seguía siendo insoportable. Pero ni el frío ni el calor tenían poder sobre el cuerpo de Kether Draconius porque él era el hijo de un ángel caído. El único inconveniente de su condición, por llamarlo de alguna forma, era que tenía que alimentarse de sangre fresca, y a él le gustaba la sangre humana. Sin embargo, esa noche, después de vaciar el cuerpo de una docena de prostitutas, Kether no se sentía saciado. El Príncipe empujó con el pie uno de los cuerpos y se acercó al balcón. El palacio romano en el que vivía daba sobre el mar y era conocido y temido por todos los cartaginenses. El palacio de Caronte, como lo llamaban esos

imbéciles. Se sentía aburrido. Los preparativos de la rebelión contra el Consejero de su padre, el antiguo Rae, no conseguían divertirlo del todo. Matar a esas putas había sido un buen entretenimiento, pero había durado muy poco. Necesitaba otra cosa. —Mi Príncipe —intervino a sus espaldas uno de sus fieles—, la meretriz está aquí con las dos chicas que vos pedisteis. —Que las deje aquí y que se vaya. El vampiro obedeció la orden, pero la meretriz no quiso saber nada y se plantó con sus dos mejores chicas en la sala donde estaba Kether. —Noble príncipe —empezó a decir, inclinándose con una sonrisa servil—, déjame presentarte en persona a estas dos preciosas… El resto de la frase se quedó sin terminar y la mujer, enorme y pintarrajeada a más no poder, abrió mucho los ojos y se echó a temblar ante el dantesco espectáculo que veía. Había una docena de cuerpos desnudos y sin vida, tirados alrededor y encima del majestuoso lecho. El Príncipe se dio la vuelta lentamente y, cuando sus ojos verdes brillaron de forma muy poco natural, la mujer lo miró mortalmente asustada. Los cartaginenses estaban en lo cierto: ese hombre, de piel tan blanca y de belleza extraña, vestido con la parte baja de una túnica roja; ese hombre no era de este mundo. Y no era una buena idea hacerle enfadar. —Vete —murmuró Kether con una sonrisa malévola. —Pero… —balbuceó la mujer, mirando a sus dos mejores prostitutas. A pesar de su miedo, Kether vio la codicia en sus ojos. Claro, no le había pagado el exorbitante precio de sus servicios. No temía por la vida de sus chicas, sino por no llegar a cobrar. Rata viciosa y repugnante. —Vete si no quieres morir, porque podría hacer una excepción por ti — recalcó él, murmurándole al oído después de aparecer repentinamente detrás de ella. La mujer empezó a chillar como un cerdo degollado y huyó por el pasillo. Kether mandó una orden mental al vampiro más cercano para que la matara. Uno de sus Siervos humanos podía encontrarle otra meretriz durante el día; no era un problema. El Príncipe se quedó detrás de las dos prostitutas, envueltas en un velo transparente. La que estaba a su izquierda, con el velo azul, estaba temblando y tenía miedo; pero la otra, la del velo rojo, esperaba con indiferencia.

Él pasó lentamente entre las dos y tiró primero del velo azul. La humana morena era joven y guapa, pero tenía los ojos abnegados en lágrimas y su labio inferior temblaba. Lo que desató su crueldad. —¿Qué pretende esa gorda trayéndome a una puta llorona? —espetó brutalmente, tirándole del pelo con fuerza para que se arrodillara ante él. Con una sonrisa pérfida, le quitó el velo a la otra sin dejar de sujetar a la humana morena que intentaba no llorar. La otra humana tenía un pelo cuyo color era una mezcla de oro y de cobre, y sus ojos eran azules. Era mucho más hermosa y no había ningún miedo en ella. No, tenía la absoluta certeza de que todo eso le daba igual, como si estuviera acostumbrada a ver algo tan siniestro todos los días. Esa humana le gustaba más que la otra. Había cierta maldad en ella, e iba a averiguar hasta qué punto era capaz de aguantar el espectáculo antes de matarla. —Quiero que me chupes —ordenó Kether a la humana morena, agarrándola por la nuca— mientras tu compañera nos mira. La soltó sin dejar de mirar a la rubia, y la chica morena se arrodilló e intentó quitarle el bajo de la túnica mientras empezaba a llorar. Sus manos temblaban tanto que no conseguía hacer nada. La otra chica miraba impasible, jugueteando con uno de sus rizos que se había escapado de su elegante moño como si estuviera aburrida. —¡No vales ni para chuparme! —exclamó Kether tirando de la morena al ver que no conseguía hacer nada—. A ver si puedes alimentarme, al menos… El Príncipe enseñó sus colmillos crecidos y la chica se puso a chillar e intentó escapar, pero él la sujetó sin esfuerzo y le clavó los colmillos en la garganta observando detenidamente a la otra humana. Mientras intentaba saciar su sed de sangre, entró en su mente y le complació lo que encontró en ella. Maldad. Vicio. Perversión. Sadismo absoluto… Esa humana era encantadora y le convenía perfectamente. —Ven aquí —le ordenó, soltando el cuerpo muerto de la chica morena. La rubia obedeció y se acercó a él sin miedo, moviendo sus caderas de forma sensual. —¿Cómo te llamas? —preguntó Kether, deshaciendo su moño con solo mirarlo. —Como tú quieras, noble príncipe —contestó ella levantando la cabeza hacia él.

—Ahórrate los trucos de puta —cortó él, agarrando sus rizos con maldad—. Tu nombre… En vez de asustarse y de ponerse a llorar, la chica se rio; y esa risa provocó un violento deseo sexual en Kether, dejándolo bastante sorprendido. Odiaba a los humanos en general y prefería acostarse con vampiras, y si lo hacía con una humana, después la mataba. Pero esa era diferente. —Ligea —respondió la chica, quitándose los lujosos broches que sostenían su túnica—. ¿Qué tal si a mí me muerde aquí, para variar? —preguntó con una mirada viciosa, enseñando sus pechos—. Y luego, le chuparé y lo haré mejor que esta —dijo señalando con la cabeza a su compañera muerta. Kether la aplastó contra él en respuesta. —Yo soy el que decide aquí —murmuró contra su boca de manera amenazadora. Ligea se volvió a reír y se zafó de su abrazo. Kether la dejó ir, intrigado por esa humana que no se parecía a ninguna otra. La chica cogió un largo alfiler de plata del peinado de una de las prostitutas muertas y se sentó en la cama. Con una sonrisa perversa, se subió el bajo de la túnica y se abrió de piernas. —Conozco otros lugares donde morderme que le puedan gustar más — murmuró paseando el alfiler por su cuerpo—. ¿Qué tal este, por ejemplo? Ligea se hizo una pequeña herida con el alfiler en el interior de su muslo, muy cerca de su sexo húmedo. Los ojos de Kether relampaguearon. Nunca se había sentido tan excitado por una humana. Para él no eran más que basura, basura comestible. En un segundo, reapareció ante ella y la tumbó sobre la cama. Ligea se estremeció, pero no de miedo sino de placer anticipado. Le daba igual acabar como las demás, pero antes quería gozar con ese magnífico ser de la noche. —Quería matarte —confesó él después de lamerle los pechos suaves y erguidos—, pero he cambiado de idea. El Príncipe le dio un beso feroz al que ella respondió gustosamente. —Te reservo un trato muy especial… Kether lamió su cuerpo y se arrodilló entre sus piernas. Puso su boca sobre la herida y bebió de ella. Después de un último lengüetazo para que cicatrizara, dirigió su boca hacia su sexo y lo devoró a conciencia, arrancándole gritos de dolor y de placer. El Príncipe de los Draconius acababa de encontrar a su compañera para toda la eternidad. De momento, seguía siendo humana, pero él la iba a convertir

en mucho más que eso. Él era el hijo de un Elohim y su voluntad era la ley. Habían transcurrido muchos siglos desde aquella noche de verano, pero la perversión de Ligea seguía fascinando a Kether. Era una compañera audaz y digna de él, a pesar de que el núcleo más antiguo de su Corte se había opuesto a ella porque era una simple ramera. Kether se había visto obligado a eliminar a todos los vampiros que no habían acatado su voluntad. Para eso él era su Príncipe. Y esa noche, su voluntad volvería a cumplirse. Ligea no podía desaparecer. Él no lo quería. Sin embargo, los daños provocados por la luz de la pequeña bomba eran muy importantes. —Tantos siglos, tanta muerte, tanto placer… —Ligea cerró los ojos de nuevo y se rio suavemente—. Fue glorioso. —Y lo seguirá siendo —dijo Kether sin delatar la inquietud que se insinuaba en él. La luz solar no afectaba tanto a los Pura Sangre ya que eran hijos de espíritus puros concebidos en la luz. Pero Kether había gastado mucha energía absorbiendo sus devastadores efectos en lugar de Ligea, y la piel de la vampira no se estaba regenerando bien. Iba a tener que beber de él. —Nunca he sentido tanto placer como contigo, mi Príncipe —dijo de repente la vampira, incorporándose en la mesa para poner sus manos en sus mejillas con una dulzura muy impropia de ella—. He sido muy feliz a tu lado y sacrificaré mi existencia por ti. La mirada azul de Ligea se clavó en la mirada verde de Kether y, por primera vez desde que la conocía, vio miedo en ella, como si estuviera viendo su final acercarse. Entonces él percibió una alteración en el espacio y sintió de pronto la presencia de cuatro vampiros a su espalda. La potencia oscura y poderosa de uno de ellos llenaba cada centímetro de la estancia. Kether sabía muy bien a quién pertenecía esa energía y comprendió, demasiado tarde, por qué ese bastardo odiaba tanto a Ephraem Némesis. —Me temo que no vas a tener tiempo de salvar a tu ramera, Kether Draconius —dijo el Príncipe de la Oscuridad. Él se dio la vuelta y miró a Marek rodeado de Hedvigis, Oseus y Zahkar, su fiel sombra.

—Ephraem Némesis es tu padre —soltó Kether sin darle importancia a sus palabras. Marek sonrió sin contestar. —Bueno —intervino Hedvigis, lanzando una mirada cruel a Ligea que se había levantado del altar y le enseñaba los colmillos—, como dicen los humanos: a cada cerdo le llega su San Martín.

Capítulo once A pesar de que la herida de su costado seguía expandiéndose, convirtiendo en cenizas cada centímetro de su piel, Ligea se posicionó al lado de Kether y se preparó para combatir. En la mirada de Hedvigis se leía claramente su deseo de terminar con ella provocándole el mayor sufrimiento posible. La pequeña zorra, vestida con una falda negra voluminosa y un corsé estilo gótico, parecía una muñeca diabólica y la miraba expectante, como si le hubiese tocado la lotería. A cambio su padre, Oseus, vestido con un uniforme negro y botas relucientes, parecía aburrido como si encontrarse allí no le hiciera mucha ilusión. A mano derecha, Marek, vestido con una túnica oriental negra bordada en hilos de plata, parecía un dios salido del Infierno acompañado por su fiel devoto Zahkar, también vestido con una túnica oriental enteramente negra. Negro. El color de Marek. El color de los demonios. Su Príncipe lo miraba impasible, pero Ligea sintió que el miedo, esa sensación desconocida hasta ahora, se insinuaba cada vez más en ella. Si lo que acababa de decir era cierto, Marek era mitad Elohim y mitad Lamiae. Mitad ángel y mitad demonio. Una doble dificultad para vencerlo, sobre todo cuando Kether había gastado tanta energía para contrarrestar los efectos de la bomba. Y viendo la sonrisa del Príncipe de la Oscuridad, estaba perfectamente al corriente de la situación. Ligea esbozó una sonrisa torcida para ahuyentar el miedo que sentía. Los vampiros no enseñaban su miedo como los humanos. Si la pequeña zorra quería acabar con ella, se lo iba a poner muy difícil. La mirada verde de Kether se detuvo sobre Hedvigis. —Pagarás muy caro tu traición, pequeña esclava —la amenazó en un tono bajo. —No creo, Príncipe de los Draconius —replicó ella, cruzándose de brazos—. Ahora estoy en el bando de los ganadores y tú eres el perdedor. ¿Cómo pudiste pensar que me interesaba la mierda que me ofrecías a cambio de mis servicios? La oferta que me ha hecho Il Divus ha sido mucho más generosa y me gusta ganar. —¡Eres más puta que yo, esclava! —soltó Ligea con desprecio.

Los ojos marrones de la aludida brillaron. —Dame un segundo y me encargo de ti —dijo con sorna. —Yo también quiero participar —intervino Oseus, enseñando sus colmillos —. Habría preferido encargarme del Príncipe, pero me conformo con ella. En ese momento, el aura roja de Kether lo empujó hacia atrás. —¡Pobre necio! Nadie puede destruirme. Tú también pagarás por lo que has hecho. Marek soltó una carcajada siniestra. —Estás muy equivocado, Draconius. Yo conozco el modo de aniquilarte. —No eres divino, Marek. Tus poderes no han alcanzado todo su potencial. El aura roja de Kether empezó a brillar cada vez más. —Tengo el suficiente poder demoníaco como para hacerte mucho daño, y aumentar la poca energía que te queda no te servirá de nada —enfatizó Marek con tranquilidad—. Además, ¿cómo puedes estar hablando de traición? ¿Acaso no acabas de proporcionarles información sobre mí a los Pretors del Senado? Kether esbozó una sonrisa malévola. Empezaba a entender de qué iba todo eso. —El Senador Jaim sabía que tu padre era Ephraem Némesis. Por eso me utilizaste para destruirlo, para que nadie pudiera saberlo. —No exactamente. —Los colmillos blancos de Marek relucieron—. Destruí a ese desgraciado porque él ayudó a mi padre a encerrarme en el Abismo. En aquel momento tu ayuda fue necesaria, pero ahora ya no te necesito. Tengo a la Doncella de la Sangre en mi poder y resulta que es mi hermana. Está todo bajo control. ¿Qué te parece, Príncipe de los Draconius? Kether empezó a reírse. —¡Si la Doncella es una Némesis, nunca será tuya! La familia Némesis siempre ha sido nuestra enemiga y tengo que admitir que es una digna adversaria. Jamás obtendrás la sangre de la Doncella porque… —Los ojos de Kether brillaron como un fuego verde—, ni siquiera eres un Pura Sangre. ¡No eres más que un bastardo! Los ojos de Marek se convirtieron en dos pozos negros llenos de odio, y una niebla oscura empezó a rodearlo. —Tu sufrimiento no tendrá fin, Draconius. Te demostraré el alcance del poder de un dios. ¡Acabad con esta ramera! —ordenó a Hedvigis y a Oseus, sin dejar de mirar a Kether—. Ain —llamó a Zahkar—, haz que gaste la energía que le queda.

El vampiro se inclinó, sin sonreír. Zahkar era el perfecto asesino. No pensaba, solo obedecía. Levantó los brazos a cada lado de su cuerpo y la niebla oscura rodeó sus manos. Cuando desapareció, había dos sables egipcios curvados en su lugar. —¿Piensas aniquilarme con eso, Marek? —bufó Kether—. Te recuerdo que fue mi padre, el ángel Azaël, quien enseñó a los humanos a fabricar armas. Así que no me pueden hacer nada. —¿De verdad? —se burló Marek, cruzándose de brazos. Hubo un destello rojo y una espada de grandes dimensiones apareció en la mano de Kether. El arma era impresionante y magnífica: el metal de la hoja brillaba como la plata, pero parecía mucho más resistente y ligero, y la empuñadura era un dragón rojo con las alas desplegadas. La espada tenía una longitud considerable y, a lo largo de la hoja, había una serie de símbolos que parecían tener vida propia. —Te voy a conceder el gran honor, bastardo, de cortarte la cabeza con la espada Draconea, la espada de mi padre —dijo Kether con voz cambiada, y sus ojos se volvieron rojos. Como respuesta, Marek mandó una señal a Hedvigis y a Oseus para que atacaran a Ligea, y levantó la mano para que la niebla oscura rodeara a Zahkar mientras este se desplazaba hacia Kether rápidamente, haciendo girar sus sables a una velocidad extrema como si fuesen las aspas de una hélice. Hedvigis y Oseus rodearon a Ligea, siseando como dos depredadores furiosos y hambrientos. La vampira levantó las manos sin perderlos de vista, enseñando sus garras y sus colmillos. —¡He deseado tanto esta noche! —exclamó la joven vampira con una sonrisa cruel—. ¡Voy a disfrutar mucho arrancándote la piel de la cara, puta! —¿Y para eso necesitas la ayuda de tu «papi», zorrita? —replicó Ligea sin dejarse intimidar. Hedvigis y Oseus se abalanzaron sobre ella al mismo tiempo, y empezaron a propinarle varios golpes con una fuerza tremenda. Ligea consiguió bloquear algunos, pero Oseus se ensañó con su costado herido y llegó a atravesar su vientre con la mano como si fuese una espada. La vampira se tambaleó, pero logró darse la vuelta antes de que Hedvigis le clavara las uñas en el pecho. La cogió por la espalda, agarró sus rizos de muñeca y golpeó su cabeza contra el altar de piedra. La joven vampira siseó como una gata salvaje y hundió sus garras en la pierna de Ligea hasta atravesarla.

La concubina del Príncipe dobló la rodilla, pero aguantó un grito de dolor. Sintió cómo se debilitaba rápidamente por culpa de la herida del costado y del vientre, y vio cómo su sangre empezaba a empapar el suelo. Hedvigis se colocó bien los rizos despeinados por el golpe y Ligea intentó desplazarse en el momento en el que ella y su padre volvían a abalanzarse sobre ella. Sin embargo, no pudieron tocarla: una luz roja la rodeó y lanzó a los dos vampiros contra la pared, empotrándolos en ella. Ligea echó una mirada hacia Kether y él se la devolvió. Su Príncipe no estaba en buena postura, pero, aun así, intentaba protegerla. Ella no podía fallarle. No ahora que estaban luchando por sobrevivir. El Príncipe de los Draconius conseguía parar, sin ninguna dificultad, todos los golpes extremadamente rápidos que le asestaba Zahkar con sus dos sables. Cruzado de brazos, Marek los observaba con una sonrisa tranquila; y esa sonrisa no le gustaba a Kether. A pesar de su gran poder, no conseguía elevar lo suficiente su energía como para proyectarla contra Marek y detener los ataques de Zahkar al mismo tiempo. De hecho, sentía cómo su poder iba menguando poco a poco. Tenía la extraña sensación de que su energía no estaba respondiendo de forma normal, y no solo por haber absorbido tanta luz. Como si quisiera darle la razón, Zahkar logró empujarlo hacia atrás. El aura de Kether empezó a parpadear y la espada de su padre desapareció de sus manos. ¿Cómo era posible? ¿Por qué tenía la impresión de que su Poder lo estaba abandonando al igual que la espada? —Ain, ya es suficiente —dijo Marek, y el vampiro dejó de luchar al instante —. Ahora me toca. —¿Te atreves a luchar contra mí, bastardo? —inquirió Kether con sorna. Sin embargo, un grito de dolor de Ligea hizo que desviara la atención hacia ella. Oseus y Hedvigis habían conseguido arrinconarla de nuevo, y el vampiro con cara de loco, de pie detrás de ella, acababa de plantarle sus garras en los omoplatos para obligarla a arrodillarse. Mientras tanto, Hedvigis se preparaba para hacer lo que más ansiaba desde hacía siglos: arrancarle la cara con sus uñas. —¡Alejaos, perros! —gritó Kether, aumentando la energía que le quedaba para proyectarla hacia ellos. El aura roja creció y creció, como si se tratara de la lava de un volcán, pero desapareció bruscamente, sin llegar a tocar ni a Hedvigis ni a su padre.

Kether Draconius sintió preocupación por primera vez en toda su existencia milenaria. Su Poder había dejado de fluir en sus venas, como si algo desconocido lo hubiese apagado. —¡Tu ramera será tu perdición, Kether! —se burló Marek, mientras Hedvigis arrancaba tiras de piel del rostro de Ligea con deliberada lentitud y crueldad. La vampira se contuvo, pero no pudo evitar soltar un grito ahogado por el dolor; lo que provocó la risa de Hedvigis. —¿Quién va a querer a una puta desfigurada? —se rio, sacudiendo en el aire su mano llena de sangre—. Te lo mereces, por llamarme esclava. Ligea gruñó, como un animal herido mortalmente, e intentó zafarse de Oseus, pero ya no tenía fuerzas suficientes. Se desplomó en el suelo mientras el vampiro sacaba sus garras lentamente de sus omoplatos. Kether intentó desplazarse hasta ella, pero nada ocurrió. Sus piernas parecían haberse convertido en plomo, y su aura se había esfumado. —Esto te pasa por prestar tu cuerpo a un desconocido… —murmuró Marek con satisfacción—. Príncipe de los Draconius, ¿has oído hablar del Venenum Cinerum? Kether lo miró impasible, pero sintió una debilidad desconocida por todo el cuerpo. —Parece ser que no, dado que percibo cierta confusión en ti —prosiguió Il Divus—. Bien, te lo explicaré. ¿Qué es lo que puede debilitar y llegar a destruir a un Pura Sangre? —Marek estudió el rostro impasible de Kether y sonrió—. Sí, la esencia de otro Pura Sangre. Por eso tienes un grave problema porque tú — Marek se acercó a él y Kether no logró moverse—, querido Príncipe, te has impregnado de las cenizas del Cónsul cuando me prestaste tu cuerpo para eliminarlo. Marek se detuvo frente a él y le dedicó una mirada malévola. —Oh, entiendo tus dudas. ¿Puede ser así de simple? ¡Por supuesto que no! Hay que conocer un hechizo muy particular y, como Príncipe de la Oscuridad, lo conozco perfectamente… —Él levantó una mano y Kether se arrodilló como si fuese un muñeco sin voluntad—. Sin embargo, pudiste darte cuenta de que algo extraño estaba pasando. ¿No te resultó llamativo el hecho de no poder entrar en la mente de los Pretors, o de que un humano pudiese entrar tan fácilmente en tu castillo? En ese momento, tu Poder ya se estaba debilitando. Marek entrecerró los ojos y la cabeza de Kether se fue hacia atrás como si una mano invisible acabara de pegarle un bofetón.

—¿Pensabas que podías engañarme y apoderarte de la Doncella a mis espaldas? —El Príncipe de la Oscuridad soltó una carcajada y levantó las dos manos hacia arriba—. ¡Yo soy un dios, Kether Draconius! ¡El Dios de la Oscuridad! Una nube oscura apareció en lo alto de su cabeza y de ella salieron miles y miles de enormes murciélagos negros que se abalanzaron sobre Kether para destrozarlo mientras él se reía. Hedvigis y Oseus dejaron de propinarle golpes a Ligea, tendida en el suelo, para admirar el espectáculo de la destrucción de un Pura Sangre. Kether se tapó como pudo para protegerse de los arañazos y de los colmillos de las bestias furiosas, pero eran demasiadas y lograron herirlo, ya que no podía desplazarse. La sangre empezó a deslizarse a través de su atuendo medieval hecho jirones. A pesar de la falta de Poder y de sus heridas, consiguió moverse poco a poco y empezó a defenderse de las mordeduras. Era el hijo de un Elohim, un Príncipe. No iba a dejarse aniquilar por un maldito bastardo. Se puso de pie, jadeando y sangrando, y rechazó la nube de murciélagos con su sola voluntad. Sus ojos verdes, más brillantes que nunca, se clavaron en la mirada oscura de Marek. —Me impresionas, Draconius. No obstante, sabía que esto podría llegar a pasar. Después de todo, eres el hijo de un ángel caído. —Marek hizo un movimiento con la mano para que los murciélagos desaparecieran. Luego, una especie de aguja de plata apareció entre sus dos dedos—. Voy a tener que activar más el veneno con esto —dijo enseñándole el arma—, cortesía de la Princesa de los Kashas… Por cierto, ella también te ha dejado. —¡Una loca y un bastardo! —soltó despectivamente Kether—. ¡Qué pareja más entrañable! La mirada de Marek se volvió completamente negra. —Pensaba cortarte la cabeza, pero te dejaré sufrir con el veneno y te consumirás lentamente por culpa de tu insolencia. —Escúchame bien, Marek —la voz de Kether se distorsionó, llegando a una pureza extrema, y las heridas de su cuerpo empezaron a cicatrizar cuando una diminuta luz roja volvió a rodearlo—: si la Doncella no consigue exterminarte como la rata que eres, yo mismo volveré del Infierno, del Purgatorio o del lugar que sea para lograrlo.

—Demasiado tarde, Draconius —recalcó Marek, desplegando una niebla oscura a su alrededor—. Además, dudo mucho que seas bien recibido en el reino de mi primo Lucifer. Dicho eso, lanzó la aguja hacia él. Kether concentró toda la energía que le quedaba para protegerse, pero no fue necesario. Para sorpresa de todos, Ligea, más parecida a una sombra que a otra cosa, herida y desangrada, reunió las fuerzas necesarias y protegió a su Príncipe con su cuerpo. La aguja se hundió en su pecho y desapareció. Kether acompañó su caída al suelo y la acunó entre sus brazos mientras ella lo miraba con una sonrisa tranquila. Tantos siglos de eternidad para que el final se resolviese tan deprisa como un suspiro. Hablaron sin mover los labios por última vez. —¿Por qué? —Tienes… tienes que luchar. No dejes que ese bastardo se salga… se salga con la suya. Tu eres el Príncipe… el Príncipe de los Draconius. En un segundo, el cuerpo de la vampira se agrietó y se convirtió en polvo. Kether acarició por última vez su rostro antes de que sus cenizas se esparcieran en el aire, y experimentó un dolor extraño y terrible que no tenía nada que ver con sus heridas. No podía nombrarlo porque no conocía las palabras adecuadas para describirlo. Era una sensación completamente desconocida para él. Siempre había pensado que no tenía debilidad. Siempre había creído que era como su padre y que la herencia humana de su madre se había perdido. Por eso odiaba tanto a los humanos, porque su madre había sido débil y no había podido protegerlo de la furia de su padre, el ángel Azaël. Se había equivocado. La pena y el dolor que sentía ahora acababan de recordarle que los Pura Sangre también eran hijos de madre humana. ¿Qué era esa extraña frescura que mojaba sus mejillas de blanco mármol? Kether no se dio cuenta de que estaba llorando y de que sus lágrimas eran tan puras y cristalinas como las de los humanos. Dejó que la rabia y el odio se adueñaran de él para hacerle frente a Marek. Intentó levantarse, pero fue incapaz de hacer un solo movimiento. Entonces tuvo la impresión de que su cuerpo comenzaba a arder desde el interior. Un grito de dolor se atascó en su garganta. —¡Cuánto siento tu pérdida! —se burló Marek mientras Hedvigis, Oseus y Zahkar volvían a colocarse a su lado—. Pero pronto te reunirás con tu ramera. ¿Olvidé mencionarte que había dos agujas? Sí, me parece que sí.

Kether empezó a retorcerse en el suelo, soltando gritos espeluznantes. En su cuerpo se dibujaron finas líneas negras, como si alguien estuviera resaltando sus venas con tinte negro. A continuación, se inició un fuego de llamas oscuras en sus miembros inferiores. —¡Ah, venenum nostrum! ¡Cómo me gusta el dolor que infliges! —exclamó Marek maravillado. Hedvigis y Oseus se rieron, pero Zahkar no lo hizo. El vampiro de ojos ambarinos miró el cuerpo del Príncipe de los Draconius quemarse lentamente y luego, desvió la mirada. —He aquí cómo se desintegra un Príncipe Pura Sangre que se atrevió a desafiar a un dios —sentenció Marek con suficiencia—. No perdamos más tiempo con estas cenizas. Tengo un asunto pendiente con la Doncella. La niebla oscura reapareció y envolvió a los cuatro vampiros y, al instante, desaparecieron de la sala circular. En el suelo, solo quedaban polvo y cenizas cerca de un esqueleto negro a medio consumir. Sin embargo, una diminuta luz roja, parecida a un copo de nieve, surgió de la nada y cayó encima de él, seguida rápidamente por muchas otras. Entonces, una lluvia de pequeñas luces rojas golpeó el cadáver de Kether Draconius, y lo que quedaba de él desapareció instantáneamente. * * * Sentado detrás de su impresionante escritorio de estilo moderno, Ranulf, Príncipe de los Kraven y Guardián del Senado, abrió los ojos después de pasarse varias horas intentando localizar la energía de Mariska, que había desaparecido. Antes de rastrear su energía de esa forma, sin éxito, había comprobado todas las cintas de las cámaras de seguridad de tecnología muy avanzada. Pero nada. La joven vampira parecía haber desaparecido sin más, y eso solo podía significar una cosa: alguien había logrado introducirse en la casa de los Kraven; alguien lo bastante poderoso como para no dejar ni un solo rastro. Un Pura Sangre, sin lugar a duda. Pero ¿cuál de ellos? ¿Y por qué? Secuestrarla no tenía ningún sentido. Mariska no era una vampira poderosa y era muy joven. No tenía un rango destacado en la Sociedad y era la compañera de una Pretor, una Aliada. ¿Qué ganaría su captor a cambio de retenerla? ¿Sangre fresca? ¿Moneda de cambio para presionar a los Pretors?

Una cosa estaba clara: alguien muy poderoso había venido a buscarla. Y eso era un problema añadido a todos los problemas que Ranulf tenía últimamente. Para añadir más leña al fuego, Savage, una de sus mejores Metamorphosis, también había desaparecido. El Príncipe tuvo la tentación de soltar un suspiro casi humano; cosa que no haría, por supuesto. Él era como una roca gélida y milenaria contra la cual los problemas se estrellaban sin alcanzarlo. Sí, ese siglo era convulso y lleno de sombras; pero él le haría frente como siempre lo había hecho. El Senado tenía que prevalecer para sostener la Sociedad. Y él lo defendería hasta el final. Sin embargo, las nubes negras de mal augurio empezaban a acumularse en una Sociedad que no se había movido en siglos. Y todos sus componentes estaban aterrados. Incluso los dones de clarividencia de la Sibila se habían visto afectados. Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Cosas muy gordas y difíciles de catalogar. Ese era el verdadero problema. ¿Quién era ese Príncipe de la Oscuridad del que nadie había oído hablar hasta ahora? ¿Por qué aparecía de repente esa Doncella de la Sangre, para cumplir una Profecía olvidada, siendo la hija de un Príncipe desaparecido en extrañas circunstancias? ¡Cuando Dios decidía enredar las cosas, no se andaba con chiquitas! ¿Todo eso estaba escrito o formaba parte de su juego perverso para hacer sufrir a los hijos de los Condenados? Ranulf sabía de primera mano que el Todopoderoso podía ser muy rencoroso cuando quería. Pero ¿no les había castigado ya lo suficiente? Los padres de los Pura Sangre, los ángeles caídos, habían sido encerrados para toda la Eternidad; y ellos, sus hijos, no podían morir y estaban obligados a alimentarse de sangre. ¿No era ya suficiente castigo? Los humanos soñaban con la inmortalidad, pero no poder vivir una vida normal durante toda la eternidad no era un sueño precisamente. Uno tenía que ser muy fuerte mentalmente para no volverse loco. Algunos vampiros no lo conseguían y se volvían degenerados. Entonces había que eliminarlos para que no siguieran causando estragos. Sin embargo, la Sociedad vampírica había logrado evolucionar y adaptarse a su eterno castigo. Se había vuelto más civilizada y había promulgado leyes, inspirándose de la sociedad humana. Dios se había mantenido al margen y había permitido que los vampiros pudiesen convertir a humanos en lo que eran. Entonces, ¿por qué las cosas volvían a enredarse una vez más? ¿Por qué Dios

volvía a interesarse por ellos? ¿No tenía suficiente trabajo con los demonios y su principal adversario? Seguro que era cuestión de equilibrio, o algo parecido. Eso era lo que su padre siempre le decía cuando era un niño, en los principios de los tiempos, que había que mantener el equilibrio. El equilibrio… Un concepto que parecía muy precario en esos momentos. A través del Emperador, Nelchael, el Senado había ordenado que nadie lo molestara, después de que el Edil y el Pretor hubiesen vuelto de sus distintas misiones. Ranulf sabía que el Senado estaba barajando la posibilidad de despertar a sus miembros dormidos para afrontar la grave situación del asesinato del Cónsul y de la aparición de la Doncella. Si decidiera hacerlo, sería toda una novedad: nunca el Senado había estado al completo dos siglos seguidos. Pero, claro, nunca antes se había asesinado a uno de sus miembros. Y nunca antes un Príncipe de la Sangre había traicionado de forma tan clara al Senado como el Príncipe de los Draconius. Ranulf cruzó sus enormes brazos y se recostó en el cómodo sillón de cuero negro, pensativo. Kether Draconius. Él también era el hijo de un ángel, pero, al igual que su padre, era demasiado peculiar como para encajar en la Sociedad. Su ambición desmesurada y su sed de sangre humana eran demasiado peligrosas para el bienestar de la Sociedad, pero, hasta ahora, el Senado no había podido luchar abiertamente contra él. ¿Una batalla entre varios Pura Sangre? La última vez que algo parecido había ocurrido, en los tiempos del Génesis, la Tierra había quedado reducida a escombros y los humanos se habían vuelto tan malvados que Dios había mandado el Diluvio para limpiar todo eso. Normal que el Senado se lo pensara dos veces a la hora de atacar frontalmente al Príncipe de los Draconius. Pero esa vez había ido demasiado lejos y se merecía un castigo ejemplar. En ese preciso momento, Aymeric y sus Pretors estarían intentando arrestarlo, y Ranulf esperaba que saliesen ilesos del encuentro. Un asesino oscuro y poderoso, una Doncella profética, y ahora una guerra entre el Senado y un Pura Sangre rebelde. ¿Qué más se podía pedir? Se levantó del sillón y echó un último vistazo al panel de control situado detrás de él. Tenía un problema urgente entre manos y no podía perder tiempo pensando en todo lo que se avecinaba. Debía encontrar a Mariska antes de que Eneke percibiera su desaparición, dado que el vínculo entre un vampiro y su compañero o compañera era muy fuerte y actuaba como un radar.

Él se sentía responsable porque Mariska había quedado bajo su protección, y temía la reacción de Eneke. Esa vampira era como un polvorín andante, totalmente impredecible… Volvió a cerrar los ojos, pero lo único que percibió fue la presencia de Sören detrás de la puerta. ¿Por qué no conseguía rastrear la energía de la joven vampira, y por qué tenía la impresión de que algo bloqueaba sus poderes? —Mi Señor. —Sören se inclinó, después de que la puerta se abriera sola para dejarlo pasar. —Ni rastro, ¿verdad? —afirmó Ranulf, tras mirar al vampiro a los ojos. —Nada. Tampoco hay rastro de Savage. Sören observó el rostro impasible de su Príncipe; tan impasible como el suyo. A pesar de que el Pura Sangre parecía sacado de un libro sobre los Vikingos, debido a su gran altura, su pelo largo muy rubio, su barba poblada y sus ojos azul claro, vestía un traje de chaqueta muy moderno y muy caro. Esa curiosa mezcla le confería más bien el aspecto de un as de las finanzas un poco hippie; y su casa era tan moderna como su traje oscuro. Sin embargo, él era el primero de los Guardianes; el Guardián de las tradiciones en cierto modo, y todos lo respetaban por ello. Por eso el estatus de la familia Kraven era muy particular, y todos los vampiros que formaban parte de ella eran tan eficaces y perfeccionistas como su Príncipe. Y tan impasibles y fríos como Sören. Solo los Metamorphosis se salvaban de esa aparente frialdad, pero era debido a su compleja naturaleza. —Tenemos que encontrar a esa vampira. —Ranulf tocó el medallón, símbolo de su familia, que llevaba alrededor del cuello—. He dado mi palabra. Sören observó el dibujo del medallón: un lobo blanco con un diamante entre los colmillos. No tenía mucha afinidad con Eneke, después de su primer y último encuentro en Cracovia el verano pasado, pero la palabra de su Príncipe era mucho más importante que su impresión personal. Y la pobre Mariska no podía pagar los efectos del mal carácter de su compañera… —Mi Príncipe, hay otro asunto pendiente —dijo el vampiro, clavando su mirada, también azul, en la de Ranulf. El Pura Sangre entró sin ningún problema en su mente, para ver de qué se trataba. —El Senado no recibe a nadie —contestó tocándose la barba, gesto que delataba una leve sorpresa—. No sé por qué la Sibila ha mandado otra vez a Selene aquí. No la recibirán. —Os espera en la sala del Génesis —indicó Sören.

—Muy apropiado —soltó el Príncipe enarcando una ceja—. Sören, encárgate de registrar y comprobar todos los accesos a la casa. Céntrate en los más mínimos detalles. El vampiro rubio lo miró sin decir nada, pero Ranulf leyó la pregunta implícita en su mente. —Busca la esencia de un Pura Sangre; uno más poderoso que yo. —Muy bien, mi Señor —asintió él, sin mostrar sorpresa. Ranulf no necesitó abrir la puerta y andar para reunirse con Selene. Se desmaterializó hasta la sala del Génesis, puesto que esa era una de las características que compartían todos los Pura Sangre. Sin embargo, sus poderes estaban menguando y no sabía el porqué. La vampira Selene, Sacerdotisa de la Sociedad, estaba contemplando un cuadro de grandes dimensiones que representaba a un grupo de siete ángeles: los ángeles caídos, padres y madres de los Pura Sangre. Cada familia principesca tenía una sala parecida a esa: una sala llena de cuadros y objetos muy valiosos que evocaban su propia historia. Era como el álbum de fotos de los humanos; un modo de almacenar recuerdos para no olvidar sus orígenes. —Eredha, Príncipe de los Kraven —saludó Selene, dándose la vuelta como si estuviera flotando en el aire. El movimiento meció la falda de su traje medieval blanco, así como su largo pelo rubio, casi blanco también. —Eredha Pontifex Augusta —dijo Ranulf, inclinando la cabeza con solemnidad—. Me honra tu presencia, pero… —Sí, sé que el Senado no puede recibirme —lo interrumpió ella—, pero no he venido para verlo. Tengo un mensaje para el Emperador de parte de la Sibila, su hermana. Ranulf entrecerró un poco sus ojos azules, intrigado. Nelchael y Hermoni eran mellizos —un hecho rarísimo entre los descendientes de los ángeles— y no necesitaban mensajes para comunicarse porque estaban siempre conectados. De hecho, el Emperador solía transmitir las visiones de su hermana al Senado, antes de que su Poder se viese contaminado por esas ondas oscuras. ¿Por qué la Sibila mandaba ahora un mensaje a su hermano a través de su Sacerdotisa? ¿Estarían sus poderes afectados de una manera irreversible? —En absoluto —lo tranquilizó Selene, leyendo sus pensamientos—, pero está tardando en recuperarse porque el Poder oscuro la está atacando sin cesar. Intenta derribarla y ella se defiende.

—¿Tan poderoso es ese Príncipe de la Oscuridad? —se sorprendió Ranulf—. ¿Quién es en realidad? —Un ser que es una parte ínfima del Mal y que estuvo encerrado en el Abismo. Sin embargo, logró liberarse durante un tiempo hace quince años y ahora se está liberando del todo. —Hace quince años… —meditó él en voz alta—. ¿Tiene algo que ver con la desaparición del Príncipe de los Némesis, cinco años antes, o con la aparición de su hija justo ahora? Selene le dedicó una sonrisa tranquila. —Nuestro destino está escrito en las Estrellas —contestó de forma misteriosa. Esa respuesta no le sorprendió. Intentar obtener una respuesta clara de la Sacerdotisa o de la Sibila era como intentar hacer cantar a una piedra el God Save the Queen, algo imposible. No obstante, eran dos figuras claves de las tradiciones de la Sociedad y eran muy respetadas gracias y por esas visiones tan enigmáticas. Algunos pensaban que la Sibila era capaz de comunicarse con Dios en persona. Ranulf era un poco más escéptico, pero no por ello dejaba de honrar a la Sibila. —No busques más a la vampira Mariska —dijo de pronto Selene, con un brillo extraño en sus ojos aguamarina—. No la encontrarás. —¿Sabes dónde está, Pontifex Augusta? —preguntó él, algo preocupado. Si le había pasado algo, iba a tener un serio problema con Eneke. —Está en un sitio al que nadie puede acceder de momento, y tendrá que salir de allí por sus propios medios. Es su destino —sentenció la Sacerdotisa. —Pero ¿quién consiguió entrar aquí para llevársela? —Nadie se la llevó. Ella siguió por voluntad propia a un ser de luz condenado a la oscuridad… —La mirada de Selene brilló como si se hubiese tragado una potente luz—. El Príncipe de la Aurora. —Eso es imposible. Todos habríamos sentido su Poder si se hubiese manifestado de esa forma. —De todos los Pura Sangre, él es el más poderoso y lo sabes perfectamente. Además, nada debe extrañarte porque nada es imposible… Selene cerró los ojos y los volvió a abrir. —El mensaje que la Sibila quiere transmitir a su hermano le ha sido entregado por un Arcángel —dijo ella con tranquilidad, consciente de que

pronunciar esas palabras era como soltar una bomba en medio de la sala—. El Arcángel Gahvri’el, para ser más exacta. El rostro de Ranulf expresó una sorpresa y una conmoción absolutas, haciendo estallar su máscara impasible. Después de siglos y siglos de existencia, era capaz de encajar cualquier noticia, por muy sorprendente que fuese. Pero eso era imposible de encajar porque iba más allá de lo conocido. El Arcángel Gahvri’el. El mensajero de Dios. El ángel bondadoso que no había sido capaz de cambiar Su decisión cuando los había condenado a todos a la oscuridad, y que se había interpuesto entre el Arcángel Mijaël y su despiadada ejecución. —Ves cómo nada es imposible —comentó Selene viendo su cara desencajada. —Dios…, ¿Dios ha decidido perdonar nuestros pecados? —murmuró Ranulf anonadado. —Solo la Sibila sabe lo que contiene el mensaje —recalcó la Sacerdotisa cruzando sus delicadas manos. —Te llevaré ante el Emperador —dijo él recuperando su habitual impasibilidad—, pero, después del castigo de nuestros padres, no me hago ilusiones. Dibujó un círculo con la mano en el aire y Selene cerró los ojos. El espacio de la sala se distorsionó y se teletransportaron a un lugar situado detrás de una montaña elevada y nevada. Era la antesala que llevaba a los Sarcófagos de los Senadores y a la sala del Tribunicia Maximus donde presidia el Senado. Ningún vampiro podía llegar hasta ahí sin pasar por Ranulf antes, incluso si se trataba de la Sacerdotisa. El propio Senado y él mismo habían aprendido la lección de lo que había ocurrido en Alaska, y el centro de esa montaña en Islandia era un lugar más seguro que la cueva subterránea y helada de antaño. Además, los miembros despiertos del Senado habían mezclado sus sangres para despertar uno de sus poderes más eficaces: cuando el vampiro recibido por el Tribunal se iba de ahí en compañía de Ranulf, no era capaz de recordar el sitio ni de percibir la esencia del Senado. Incluso el propio Príncipe se veía afectado por ese poder. El lugar estaba constantemente vigilado y protegido por una guardia formada por vampiros muy antiguos, la Potestas, que el Senado había vuelto a llamar tras el asesinato del Cónsul, después de siglos de descanso.

—Príncipe de los Kraven —saludaron los dos vampiros de la Potestas, colocados delante de la puerta inmensa de plata con las lanzas cruzadas. —La Sacerdotisa Selene quiere hablar con nuestro Basileus —anunció él. Un aura de colores otoñales los rodeó a todos repentinamente y la puerta empezó a abrirse lentamente. —Nuestro Basileus te espera, Pontifex Augusta —dijo uno de los vampiros. —El Príncipe de los Kraven debe acompañarme —indicó Selene. Ranulf no dijo nada y la siguió hasta llegar ante el Emperador. Había varios lugares diseminados por el mundo donde el Senado podía permanecer y presidir las decisiones más importantes de la Sociedad, y todos eran tan extraordinarios y hermosos como ese. La cueva subterránea de Alaska había sido como un palacio de cristal tallado en el hielo y la nieve; pero allí, el elemento tierra predominaba con sus colores. La antesala o sala del Emperador, llamada también Sala del Edén perdido, era una obra de arte: las paredes estaban cubiertas de diminutos fragmentos de mosaico que relataban la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, y sus colores eran tan vivos y fuertes que las paredes parecían tener vida propia. En el medio de la sala alargada había una fuente octogonal con la figura de un ángel vertiendo agua, cuya procedencia se encontraba en las entrañas de la montaña. Lámparas labradas en la plata más fina colgaban del techo y se balanceaban suavemente. En el fondo de la sala, cuatro vampiros con lanzas custodiaban al Emperador sentado en un trono de piedra lleno de mosaicos, y escondido tras unas cortinas transparentes de un color verde muy claro. Ranulf y Selene se detuvieron ante el sencillo estrado de piedra e hicieron un breve saludo con la cabeza. El Basileus, el Emperador, era el primero entre iguales, lo que significaba que no estaba por encima de los demás vampiros. Era un Príncipe de Pura Sangre, elegido por el Senado y la Sociedad vampírica entre todos los Príncipes, para servir de enlace entre las distintas instituciones. No tenía más poder que el que le otorgaba el Senado y se le nombraba por un siglo como tiempo máximo. No siempre había habido un Emperador. El Senado anunciaba su próxima elección cuando sentía una amenaza muy concreta para la Sociedad, porque el primer deber del Emperador era sacrificarse por ella en caso de necesidad. Hacía un siglo, en 1910, el Senado y la Sibila habían percibido una amenaza muy concreta y Nelchael había sido elegido Emperador. Sin embargo, ningún vampiro, salvo el Senado, la Sibila y el propio Nelchael, sabía en qué consistía

esa amenaza y por qué el Senado había ordenado los comicios. La Sociedad solo sabía que era para preservarla y había acudido a votar confiando en el buen criterio de ese máximo órgano de gobierno y en las visiones de la Sibila. Así funcionaba la hermética Sociedad vampírica y no era tarea fácil explicar sus reglas porque eran numerosas y misteriosas. Pero, desde hacía más de mil años, había ido evolucionando de forma constante y había mejorado notablemente con la puesta en marcha del Senado. Las familias principescas habían dejado de ser clanes que se regían por sus propias reglas para convertirse en parte fundamental de la Sociedad. Bueno, todas salvo la familia Draconius, que seguía siendo un clan cerrado a cal y canto. Pero ahora, con el castigo inminente reservado a su Príncipe, se iba a convertir en una familia de renegados, vetados por todos. Y eso la hacía aún más peligrosa. —Basileus, la Sibila quiere comunicarte algo muy importante —dijo Selene, interrumpiendo las reflexiones internas de Ranulf sobre el sistema político de la Sociedad. Nelchael lanzó una orden mental para que la Potestas se alejara un poco y se levantó de su trono. Ranulf lo observó mientras echaba las cortinas hacia un lado con el poder de su mente y bajaba el estrado como si fuera un humano. El Emperador era la versión masculina de la Sibila: él también era pelirrojo, aunque el color de su pelo era un poco más oscuro que el de su hermana, y su mirada castaña era vivaz y muy brillante. Su pelo, largo y ondulado, estaba recogido en una media cola y su rostro imberbe tenía la dureza del mármol. Tenía la apariencia grácil de un adolescente alto y poco fornido, pero en ese mundo de falsas apariencias, cuanto más frágil aparentaba ser el vampiro, más poderoso era. Nelchael tenía la asombrosa habilidad de poder manipular a cualquier vampiro desde la distancia, entrando en su mente y volviéndolo loco si era necesario. Dicho así, no parecía una gran habilidad dado que todos los Pura Sangre eran capaces de controlar a los vampiros menos poderosos. Pero solo él era capaz de hacerlo desde una distancia considerable. Ranulf había sido testigo del alcance de su Poder y había visto cómo vampiros muy antiguos habían llegado a autodestruirse por una orden suya. No obstante, ese poder se había depositado en manos del Senado mediante un Don de Sangre y Nelchael no podía utilizarlo sin recibir una orden expresa del Senado antes. Además, y para alivio de todos, el Emperador era un Pura Sangre sosegado y nada belicoso, y no le gustaba utilizar esa horrenda habilidad.

En eso, tanto su hermana como él, se parecían a su madre; uno de los pocos ángeles que había adoptado forma de mujer y que se había enamorado de un hombre. El ángel Harnaiah había protegido a los hombres de la locura del ángel negro Azaël y lo había pagado muy caro. Antes de desaparecer para siempre, había ordenado a sus hijos que no buscaran venganza; y así lo habían hecho. El Emperador se detuvo ante ellos, vestido con una larga túnica de tonos dorados y marrones como si él mismo fuese un ángel. La corona dorada de laurel que llevaba en el pelo refulgió con la luz de las lámparas de aceite, colgadas del techo. La mirada sabia de Nelchael se intensificó y Ranulf supo que iban a utilizar el lenguaje mental para comunicarse. Era una forma de proteger la conversación, pero también era cierto que al Emperador no le gustaba «hablar» de otra forma. —¿Mi hermana está logrando deshacerse de esas ondas oscuras que bloquean sus poderes? Mi vínculo con ella se ha debilitado bastante. —Se está recuperando lentamente gracias a una ayuda inesperada. —Sí, lo he percibido. Un Poder similar al nuestro. Nelchael miró a Ranulf. —La energía de la joven Mariska ha desaparecido y el aura del hijo de Gawain está rodeada por la esencia del Príncipe de los Némesis. ¿Alguna aportación nueva sobre todo esto? —No sé nada más, Basileus. Nelchael volvió a mirar a Selene, clavando su mirada en la suya. La conversación fue rápida y silenciosa y, cuando terminó, el rostro del Emperador mostraba cierta sorpresa. —No hay otra forma —dijo Selene en voz alta y con una sonrisa. Él la observó durante varios minutos sin decir nada. —Muy bien —dijo finalmente en voz alta, y su voz sonó joven y hermosa. Sin embargo, la expresión de su rostro cambió como si hubiese envejecido de repente—. Espero ser capaz de descifrar un mensaje angelical como antes. Ranulf sintió que su interés se despertaba porque no sabía lo que iba a pasar. Selene se inclinó y levantó su mano como si fuese una ofrenda, tras echar para atrás su larga manga blanca para despejar la zona de su muñeca. Nelchael se acercó y hundió sus colmillos en su carne inmaculada para beber su sangre. No era una forma de comunicación extraña entre ellos, pero no era muy frecuente. Solo el Senado, y sobre todo el Magistrado, solían utilizarla porque la sangre de un vampiro poderoso era como una droga potente, una mezcla de veneno y de éxtasis, y muy pocos podían soportarla solo para comunicar información.

El Emperador no tardó ni un segundo en dejar de beber y echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. La herida en la muñeca de Selene desapareció sin más, pero la Sacerdotisa siguió sin levantarse. Un largo minuto pasó sin que ninguno de los dos se moviera. Ranulf enarcó una ceja, a la espera, sin saber qué hacer. Súbitamente, Nelchael abrió los ojos convertidos en dos llamas rojas. —Es peor de lo que imaginaba… —murmuró antes de soltar un grito. Ranulf retrocedió, agarrando a Selene, todavía inclinada, cuando una llama gigantesca envolvió al Emperador como si hubiese pisado una trampa de fuego. El vampiro intentó precipitarse hacia él para ayudarlo, atónito por lo que veía; pero Selene lo detuvo sin inmutarse. —A Dios le gusta entregar Sus mensajes de forma espectacular. ¿No te recuerda a lo que pasó con Moisés? —inquirió la Sacerdotisa con un tono que destilaba una fina ironía. —Espero que Su mensaje sea importante —recalcó el Príncipe. —Lo es. El Emperador cayó de rodillas y unas alas blancas y fantasmagóricas se dibujaron en su espalda y luego desaparecieron. El fuego divino remitió lentamente y se convirtió en un símbolo plasmado en el suelo. La Potestas, que al igual que Ranulf se había precipitado para ayudar al Emperador, se quedó mirando el símbolo con asombro. El Príncipe de los Kraven lo observó con atención y la sorpresa lo golpeó con fuerza cuando se dio cuenta de que tenía la forma de un ángel con las alas desplegadas que sostenía un cáliz. Era el símbolo de los Némesis y todo el mundo lo conocía. Nelchael se levantó con dificultad, como si estuviera sosteniendo un inmenso peso. Todos se quedaron impactados por su aspecto: tenía la mirada vacía y en su rostro había gotas de sudor, gotas de sangre; lo que era muy impactante dado que los vampiros no sudaban y menos sangre. El aura del Emperador se disparó y su aspecto volvió a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos. —El Principio y el Fin; el Alfa y el Omega… —susurró, materializándose en su trono con notable cansancio—. Ahora entiendo la Profecía. Tengo que comunicárselo al Senado. —¿Basileus? —aventuró Ranulf, frunciendo el ceño ante la rareza de su comportamiento y de lo ocurrido. Nelchael lo miró como si se hubiese olvidado de su presencia. Selene sonrió, inclinó la cabeza y desapareció sin más.

—Príncipe de los Kraven, no hay nada más importante en estos momentos que encontrar a la Doncella de la Sangre, Princesa de los Némesis —anunció el Emperador con una mirada terrible—. Colaboraremos con los humanos si es preciso, pero hay que encontrarla. De ella depende que nuestra Sociedad siga en pie. Ella es nuestra Salvación o nuestro Fin. Ella es nuestra redención a ojos de Dios. Ranulf lo miró sorprendido, sintiéndose tan desconcertado como un humano. —La Sibila intentó avisar al Senado, pero el Senado no entendió la Profecía —prosiguió Nelchael como si estuviera reflexionando en voz alta—. Su esencia no es ni humana ni vampírica. Esa joven es otra cosa. —¿El qué, Basileus? —preguntó Ranulf, sin entender. —El Senado no le ha concedido la importancia que se merecía y ahora, estamos a un paso de quedar totalmente aniquilados —dijo él sin contestar a la pregunta—. Si le pasa algo, la Milicia Celestial intervendrá y nos destruirá. Esa es la orden de Dios. —¿Y por qué no la buscan ahora? —inquirió el Pura Sangre. El rostro del Emperador se volvió de piedra y su mirada brilló con fuerza. —Porque esa es la tarea que nos ha encomendado Dios: buscar y custodiar al Santo Grial; proteger la sangre de Cristo. Por primera vez en toda su existencia, Ranulf dejó de considerarse como una roca gélida e imperturbable y su mente se quedó en blanco. No conseguía asimilar esa información; esa noticia de que Dios les tendía finalmente una mano para redimir sus pecados después de tantos siglos de desinterés. Aunque, como siempre ocurría con los gestos del Todopoderoso, era una oferta con trampa; un arma de doble filo. Pero, aun así, era mejor que su Eterna Condena. —Nunca perdiste la esperanza de que Dios pudiese perdonarnos, ¿verdad? Todo rastro de sorpresa desapareció del rostro de Ranulf, y le dedicó una mirada muy seria al Emperador. —Nosotros, menos que nadie, tuvimos la culpa de nacer y nuestros padres pagaron con creces por haber amado demasiado Su obra. Dios accedió a que dichos ángeles caídos lo ayudaran a contener la locura destructiva de Azaël, a sabiendas de que a ellos también habría de encerrarlos. Permitió nuestra supervivencia en el mundo que había creado, privándonos de nuestros padres y de nuestra herencia angelical. —Los ojos de Ranulf brillaron como el hielo—. Si Él nos condenó de manera tan implacable, también puede perdonarnos.

—Sin embargo, Sus decisiones siguen siendo tan inescrutables como siempre, incluso para nosotros, los hijos de Sus espíritus puros. Un claro ejemplo de ello ha sido nuestra errónea interpretación de la Profecía. El Senado pensó que la Doncella era única porque combinaba la sangre de un Pura Sangre y de una humana, y que por eso era Augusta. Y resulta que es mucho más que eso… Nelchael entrecerró los ojos. —El Santo Grial, ni más ni menos. Dios tiene un sentido del humor muy retorcido. El Emperador pareció reflexionar y, después de un largo minuto, se levantó de su trono. —Príncipe de los Kraven, comunica a todas las familias que ayuden a los Pretors en la búsqueda de la Doncella de la Sangre mientras me reúno con el Senado para avisarle del contenido del mensaje. De momento, los Venerables no podrán intervenir activamente dado que tienen que juzgar al Príncipe de los Draconius y evitar una guerra con su familia… —subrayó de paso—. Intentad encontrarla con todos los medios posibles, utilizando los poderes de los vampiros que no se hayan visto afectados por esa aura oscura; aunque dudo mucho de que sean mayoría. —No sé si el hecho de aunar energías será suficiente para contrarrestar la enorme potencia de ese Poder oscuro que nos envuelve a todos —recalcó Ranulf con preocupación. —El Senado está intentando averiguar el origen de ese Príncipe de la Oscuridad, pero no es tarea fácil y Dios no nos ha dado ninguna pista. Sin embargo, tenemos que hacer algo y… Nelchael dejó de hablar repentinamente y se tambaleó como si le faltase energía mientras Ranulf experimentaba exactamente lo mismo. Las auras de los dos Pura Sangre se elevaron al mismo tiempo y menguaron también de golpe, como si una mano invisible hubiese girado el botón de la luz hasta su máximo para luego apagarla. Ranulf cayó de rodillas en el suelo y Nelchael consiguió volver a sentarse en su trono. Los dos vampiros se miraron sin dar crédito a lo que acababan de sentir; a lo que acababa de ocurrir. —Una potente energía…, un aura roja —empezó a decir Ranulf con dificultad, intentando visualizar lo ocurrido—; el aura roja de un Pura Sangre acaba de desaparecer. —No; no exactamente —puntualizó el Emperador, devolviéndole una mirada muy cansada—. El Poder oscuro ha logrado derrotar y exterminar al Príncipe de

los Draconius. Entonces el desconcierto y el temor, dos sentimientos novedosos y poco agradables, se apoderaron de todos los vampiros presentes en la Sala del Paraíso perdido. * * * El Consejero Zenón, líder provisional de la familia Némesis desde hacía veinte años, observó atentamente el retrato dibujado por Cassandrea de la supuesta hija de su Príncipe. Él conocía mejor que nadie a Ephraem Némesis porque había sido su discípulo y su amigo, pero tenía un serio problema porque no recordaba nada de la noche de su misteriosa desaparición. Y el hecho de que dicho Príncipe hubiese logrado tener una hija de forma natural era un acontecimiento que no se olvidaba fácilmente. La chica se veía hermosa y muy humana, con esos ojos grises y todas esas pecas, pero no la conocía en absoluto. No despertaba el menor índice de recuerdos en él y, según su punto de vista, no se parecía en nada a Ephraem. Su Príncipe tenía el pelo tan negro como el ala de un cuervo y sus ojos eran de un azul muy luminoso. Esa chica, esa humana, tenía el pelo castaño y sus ojos eran del color de la plata fundida. No, definitivamente esa chica no despertaba en él ningún valioso recuerdo; pero también era cierto que sus poderes habían perdido de su intensidad debido a esa oleada de poder oscuro que los envolvía a todos como una nube. Y, para complicar aún más las cosas, la supuesta hija del Príncipe había sido secuestrada. Bueno, según la prueba de la Sangre y el aura inconfundible que había percibido detrás de la puerta de la cámara de regeneración de esa casa, la chica era verdaderamente la Princesa de los Némesis. Pero Zenón tenía dificultades en admitirlo y quería pruebas aún más contundentes: el Príncipe había sido su amigo y su desaparición había dejado un vacío insoportable dentro de la familia, y era difícil aceptar tan fácilmente un giro tan sorprendente de los acontecimientos. —Tu arte mejora siglo tras siglo —comentó, devolviéndole el dibujo a Cassandrea. La vampira se quedó mirándolo con suma atención, como si intentara leer en su mente.

—Sé que es difícil admitir que Diane es la hija de Ephraem Némesis — puntualizó ella, captando la reticencia del Consejero—, pero lo es. —No, no es fácil para mí —admitió Zenón con una expresión impasible. Su primer movimiento, cuando había llegado la noche anterior, había sido intentar entrar en contacto con Ephraem, después de veinte años de silencio absoluto. Pero, también en esa ocasión, el Príncipe no le había contestado. ¿Por qué su Príncipe se negaba a hablarle y, sin embargo, estaba dispuesto a utilizar su esencia para salvar a ese joven vampiro, Alleyne? Ephraem le había acostumbrado a tomar decisiones que solo él entendía y que siempre habían resultado acertadas, pero a Zenón le dolía que no se hubiese manifestado ante él porque siempre había estado a su lado. La amistad no solía existir como tal en el mundo vampírico y por eso, cuando un vínculo se forjaba entre dos vampiros, era un símbolo muy importante para todos. Descubrir que Ephraem Némesis tenía una hija biológica y no recordar nada al respecto había sido un duro golpe para Zenón, vampiro fiel y totalmente dedicado a la familia Némesis desde su transformación, siglos antes de que naciera el Mesías. No obstante, los siglos le habían otorgado la sabiduría necesaria como para aceptar las cosas con imparcialidad, siempre y cuando la familia Némesis no estuviera en peligro, y parecía ser el momento de aplicar ese don. Aunque le costara y mucho… —Pensaba que la cuestión de la identidad de la Princesa había quedado bien clara —intervino de repente Eneke, paseándose en el salón donde estaban todos reunidos como si fuese un león enjaulado—. ¿No es así, Gabriel? —Es normal que el Consejero Zenón tenga dudas —contestó el vampiro rubio con tranquilidad—. Está al frente de una poderosa familia y no ha oído hablar de Diane, al igual que todos nosotros. Eneke le devolvió una mirada escéptica y centró su atención en Zenón, sin dejar de pasear. El Consejero era uno de los vampiros más antiguos de la Sociedad, incluso más que Sasha, pero su apariencia no se correspondía con ese hecho. Todos los vampiros eran hermosos, pero el grado de perfección del rostro y del cuerpo de Zenón no tenía comparación posible. Tenía la belleza perfecta de las estatuas griegas o de los retratos neoclásicos del principio del siglo XIX, y se parecía a unos de esos jóvenes efebos que tanto les gustaban raptar a los dioses de la mitología.

Dado que Eneke era una Pretor y que los vampiros miembros de una familia no solían mezclarse con el resto, sobre todo si se trataba del Consejero, la vampira no lo conocía muy bien pero había oído hablar mucho de él, como era lógico dado la extraña situación de la familia Némesis. Lo que más le llamaba la atención era su capacidad de convertir en hielo todo lo que tocaba; una variante muy peculiar de su poder puesto que había nacido en la cálida Grecia. Eso y esa serena fuerza que transmitían sus ojos de un increíble color turquesa. Le recordaba un poco a Mariska. Ella también tenía esa fuerza tranquila que le permitía imponerse sin recurrir a nada más. Eneke se paró en seco cuando sintió un nuevo pinchazo en el lugar donde estaba su corazón inmóvil. Desde que había vuelto del piso de Sevilla, había intentado comunicarse con su amada varias veces, pero sin éxito. Percibía que algo estaba ocurriendo y, como no lograba averiguar qué era, eso la ponía más nerviosa que de costumbre. Más nerviosa y más peligrosa. —Estamos perdiendo el tiempo —masculló, apretando los puños. —¿Siempre te mueves tanto? —preguntó el Metamorphosis Quin enarcando una ceja. Eneke volvió lentamente la cabeza hacia él y entrecerró los ojos. El Metamorphosis Tigre, que acababa de llegar a la finca sevillana tras recibir una orden directa del Consejero, estaba apoyado contra la pared cercana a la ventana con los brazos cruzados. Parecía tranquilo y relajado, pero era una mera fachada. Esos vampiros no eran como los demás y se parecían más a los animales en los que se podían convertir que a otra cosa. Sin embargo, resultaba irónico que su aspecto fuese más humano que el de ningún otro vampiro. Quin aparentaba unos treinta años y su piel tenía un color dorado muy llamativo en comparación con la piel tan blanca de los demás. Tenía el pelo de un color entre castaño y cobrizo, corto por detrás y más largo por delante, y sus ojos eran de un castaño vivo; pero, por muy humana que fuera su apariencia, Eneke había visto como sus ojos se volvían casi amarillos cuando captaba o percibía algo extraño en el ambiente. Sí, hacía poco, ella misma había sugerido que la presencia de un Metamorphosis hubiese sido de gran ayuda, pero ahora no sabía si su idea era tan buena. Esos vampiros no pertenecían a la Sociedad y no se regían por sus reglas. Formaban parte de alguna especie de clan misterioso, cuya historia no se conocía muy bien, y muchos de ellos habían decidido vincularse para siempre a una

familia principesca o a un vampiro más poderoso, cumpliendo a rajatabla sus órdenes. Pero no todos. Algunos individuos, de lo más peligrosos, vagaban solitarios y sin rumbo por el mundo, atacando de vez en cuando a los humanos. La mayoría no buscaba alimentarse de su sangre sino de su energía y de su esencia, convirtiendo a los humanos atacados en unos vegetales. No obstante, los Pretors habían tenido que encargarse de algún que otro Metamorphosis a lo largo de los siglos por desobedecer la ley que prohibía alimentarse de sangre humana. En esos momentos, a Eneke le habría venido muy bien darle una buena tunda a ese tigrecito de mirada socarrona; pero era un invitado de Cassandrea y lo necesitaban para encontrar a la Princesa. Además, ella tenía ya un largo historial de incidentes diplomáticos a su espalda y no le hacía falta uno más ahora. La vampira húngara decidió no contestar, pero esbozó una sonrisa torcida con lentitud sin dejar de mirar fijamente a Quin. —¿Alguna noticia de Gawain? —intervino Gabriel, preocupado por el intercambio de miradas peligrosas entre los dos vampiros. —No he podido captar otra cosa que la señal muy débil de Vesper —contestó Eneke, mirándolo por fin. La sombra de la preocupación pasó por la mirada violeta de Cassandrea. Su rostro hermoso e impasible no reflejaba el miedo atroz que sentía por su amado, ahora que Alleyne estaba en manos del Príncipe de los Némesis. —No podemos percibir nada porque están en los dominios de los Draconius —comentó con suavidad—. La red de protección del castillo es muy poderosa. —No tanto como esa aura oscura —puntualizó Zenón, desplazándose hacia la ventana. —¿Usted percibe algo más? —inquirió ella, casi esperanzada. —No. Todos nuestros poderes se han visto afectados y restringidos. —Espero que estén todos bien y que vuelvan de una sola pieza —dijo Gabriel, sentándose al lado de la vampira como para darle ánimo. Los humanos se tocaban para reconfortarse. Los vampiros solo se acercaban y se transmitían una onda de energía, pero era el equivalente a un abrazo. Cassandrea le sonrió con suavidad, consciente de su gesto. Siempre se podía contar con Gabriel y con su presencia tranquilizadora. Cuando se había enterado de lo ocurrido en Sevilla, había dejado que Candace se volviese sola a los laboratorios de Montréal y se había quedado con ella para esperar noticias de Gawain.

Gabriel era un Pretor, pero su estatus de médico de la Sociedad le confería un pequeño privilegio: su misión principal era mejorar la calidad de la sangre artificial que los vampiros tomaban y, si el Senado no le encomendaba otra misión puntual, tenía que volver a los modernos laboratorios para seguir trabajando en ello. Sin embargo, la situación actual era demasiado caótica como para volver al trabajo como si no pasara nada. Gabriel era un vampiro leal ante todo y apreciaba demasiado a Cassandrea y a Gawain como para abandonarlos en ese momento. Además, sentía una conexión especial con Diane, la Princesa, y quería participar en su búsqueda. Él no era un vampiro tan antiguo como los demás y, después de más de dos siglos de existencia, sabía que algunos sentimientos humanos perduraban en el tiempo. Sentimientos como la preocupación y la inquietud que saturaban el ambiente del salón. La cuerda invisible de la tensión reinante se tensaba cada vez más, y el nerviosismo tan notable de Eneke no ayudaba mucho. Gabriel desvió la mirada del rostro de Cassandrea y se fijó en el Metamorphosis. Parecía querer fundirse con la pared y apenas se movía, pero él era el más tenso de todos. Y eso no era una buena señal porque su instinto animal le permitía captar cosas ínfimas, como si fuese una sonda muy precisa. Frunció el ceño cuando vio que sus ojos cambiaban de color. —¿Captas algo, Quin? —preguntó en voz alta, intrigado. Todos los vampiros miraron de repente al Metamorphosis. —No, y ese es el problema —contestó él cuando sus ojos volvieron a la normalidad—. Conseguí encontrar la señal de Valean hace algunos días, pero la he perdido. El aura de ese Príncipe de la Oscuridad lo rodea todo, incluso nuestro propio sistema. —Quin resopló como si fuera humano—. Val podría estar cerca de aquí, pero no logro captarlo. —Valean es nuestro Metamorphosis Águila —explicó Zenón sin darse la vuelta—, y no ha acudido a mi llamada. —Una rareza más porque conozco a Valean y siempre cumple con su deber —comentó Gabriel sin dejar de fruncir el ceño. —Sí, y se lleva muy bien con Gawain —añadió Quin, mirando al suelo para volver a concentrarse y conseguir captar algo. Eneke se cruzó de brazos y ladeó la cabeza en una actitud que Gabriel conocía muy bien. La vampira húngara se disponía a soltar un comentario sarcástico y había que impedírselo.

Gabriel le mandó una rápida advertencia mental. —Eneke, ¡no tires de la cola del tigre! La vampira lo miró de reojo. —Solo iba a tirarle un poco del bigote… —¡Mala idea! —Vale, tranquilízate doctor. Gabriel entrecerró levemente los ojos. —Sé que la situación es grave, pero ¿por qué estás tan nerviosa? Los ojos azules de la vampira brillaron, desafiantes. —Eso no te incumbe, Gabriel. —¡Si un Metamorphosis nos ataca por tu culpa en vez de ayudarnos, será de mi incumbencia! —Tranquilo. El tigrecito está a las órdenes de Zenón. —Tú sabes mejor que nadie que no se puede controlar del todo a un Metamorphosis. —Sí, lo sé, pero… —¡No os han enseñado que es de mala educación hablar de alguien delante de sus narices! —exclamó Quin de repente, fulminándolos con la mirada—. Mi «radar» no está estropeado y estoy captando vuestras chorradas. —¡No me digas! —soltó Eneke con sarcasmo, devolviéndole una mirada belicosa. —Eneke… —suspiró Cassandrea. La vampira torció el gesto y se dejó caer en el sofá más cercano sin decir nada más. Intentaba controlarse, pero le estaba costando mucho. —Discúlpanos, Quin. —Gabriel se llevó una mano al pecho y se inclinó formalmente, como lo hubiese hecho un hombre de su siglo—. ¿Has logrado captar algo más? Quin negó con la cabeza y cerró los ojos. —Quizá podríamos intentarlo entre todos —sugirió Cassandrea, levantándose —. ¿No cree, Consejero Zenón? —No perdemos nada por intentarlo —contestó él, dándose la vuelta hacia ella. —Yo ya lo he intentado —repuso Eneke, cruzándose de brazos y de piernas en una actitud poco colaboradora. —Seguro que sí… —dejó caer Quin sin abrir los ojos. Gabriel le lanzó una mirada explícita a la vampira para que se callara y ella, por una vez, obedeció.

—Bien, empecemos —ordenó Zenón. Todos los vampiros, salvo Eneke, cerraron los ojos y el silencio se adueñó del salón. Durante más de diez minutos, nadie se movió. —¡Mierda! —exclamó Quin, súbitamente—. Tenía algo, pero esa puñetera aura me ha bloqueado. Cassandrea abrió los ojos de golpe y se tambaleó. Eneke y Gabriel se desplazaron rápidamente para ayudarla a sentarse. Los dos vampiros se miraron entre sí con preocupación. —Están a salvo —dijo Cassandrea al captar esa preocupación—, pero la batalla ha sido muy dura. —¿Consejero? —inquirió Quin, viendo que Zenón seguía sin abrir los ojos. Todos miraron al Consejero y el Metamorphosis Tigre se acercó a él. Cuando levantó la mano para romper el posible contacto, un aura de un color azul oscuro lo envolvió y echó para atrás al vampiro. —Es el aura del Príncipe de los Némesis —recalcó Gabriel con cierta reverencia. —Ya. Ningún vampiro puede estar en todos los sitios al mismo tiempo como él. A mí tampoco me dejó acercarme a Alleyne —puntualizó Eneke. El aura era potente, pero acogedora al mismo tiempo. Llenaba el salón de una calidez extrema, como si alguien hubiese subido la calefacción. Cada vampiro percibía ese poder en su propio cuerpo. Gracias a esa fuerza, Cassandrea captó algo relacionado con Mariska. Zenón puso una rodilla en el suelo sin abrir los ojos. El aura pareció explotar y se convirtió en pequeños rayos que fueron recorriendo al Consejero, desde su pelo corto y rubio como el trigo hasta la punta de sus zapatos negros de marca. No dejó ningún centímetro de su cuerpo musculoso, enfundado en un traje moderno, sin recorrer. —Se hará según tu voluntad, mi Príncipe —murmuró el vampiro mientras el aura empezaba a remitir y a desaparecer—. Ojalá volvamos a verte pronto entre nosotros. Hubo un fogonazo y el aura desapareció del todo. —¿Sigue teniendo dudas ahora? —apostilló Eneke antes de que Gabriel le echara otra mirada explícita. —¡Cuida tu lengua, Pretor! —soltó Quin, con un brillo salvaje en los ojos. —Ella tiene razón, Quin. —Zenón paseó su mirada sobre los rostros de Cassandrea, de Gabriel y de Eneke—. Os pido disculpas. No debí dudar del Príncipe de la Aurora porque él lo sabe todo, pero estar al frente de la familia

Némesis conlleva una gran responsabilidad que no es fácil de llevar. —Zenón miró a Eneke y ella percibió una fuerza en él—. Tienes razón, Pretor; hemos perdido tiempo con mis dudas y nuestra Princesa está en peligro. Os ayudaré en todo lo que pueda para encontrarla, pero no puedo involucrarme en persona porque, hasta que la Princesa no esté instaurada formalmente en el cargo, sigo estando al frente de la familia. —Lo entendemos, Consejero —aseguró Cassandrea—. La familia Némesis no puede quedarse sin líder porque sería peligroso. —Así es —admitió él—. Sin embargo, podéis contar con la ayuda de todos los vampiros guerreros más poderosos de la Nobleza Némesis. No tenéis más que mandar una señal y acudirán a vosotros. Zenón miró a Quin y sus ojos turquesa refulgieron. —Quédate aquí e intenta encontrar a Valean. Me comunicaré a través de ti. —Muy bien, Consejero —dijo el Metamorphosis, inclinando brevemente la cabeza. —¿Necesita llevarse el retrato para que los demás miembros visualicen a la Princesa? —preguntó Cassandrea, desplazándose hacia él con el dibujo. El vampiro esbozó una sonrisa y su rostro se volvió aún más hermoso. —Gracias por la oferta, pero el Príncipe me ha dotado de una herramienta mucho más convincente. —Entonces avisaré para que preparen el jet privado y mi chófer personal le llevará hasta el aeropuerto. —Perfecto. A pesar de la gravedad de la situación, Gabriel enarcó una ceja y le lanzó una mirada burlona a Eneke, dándole a entender que, si fuese ella la conductora del coche, el Consejero no llegaría de una sola pieza. Eneke entrecerró los ojos. —Conduzco rápido y bien. ¡Tú conduces como una vieja humana, doctor! —¡Conduces como una loca! Quin hizo una mueca y los miró, recalcando así que había vuelto a captar el pequeño intercambio. Eneke le devolvió una mirada desafiante. —Bien, es hora de marcharme. —En un segundo, Zenón se puso un abrigo azul oscuro que le daba la apariencia de un ejecutivo—. No dudéis en… El Consejero se calló de golpe y Quin se inclinó y soltó un gruñido casi animal. Todos los vampiros se tensaron, percibiendo que algo aterrador e increíble estaba ocurriendo. De pronto, esa percepción se disparó como una onda

expansiva a través del salón, como si la tierra hubiese empezado a temblar, e hizo que los vampiros se tambalearan como si no tuviesen fuerzas. Zenón, acostumbrado al poder y a la esencia de los Pura Sangre, fue el primero en entender lo que había pasado. —¿Qué puñetas ha sido eso? —preguntó Eneke, jadeando e inclinándose hacia delante como si le hubiesen golpeado—. No era el aura del Príncipe de los Némesis, ¿verdad? —No, pero se trataba de un Pura Sangre, desde luego —respondió Cassandrea, volviendo a sentarse con lentitud en el sofá. —¿Habéis sentido algo parecido alguna vez? —inquirió Gabriel con la cara aún más pálida que de costumbre. Siendo el más joven, estaba más afectado que los demás y no se encontraba muy bien—. Si fuese todavía humano, diría que fuese a vomitar… Zenón y Quin intercambiaron una mirada y el Metamorphosis empezó a maldecir por lo bajo. —Tengo que volver al seno de la familia cuanto antes. La situación es mucho más peligrosa de lo que me temía. —Su mirada turquesa se volvió oscura—. El Príncipe de los Draconius acaba de desaparecer… —¡¿Cómo dice?! —exclamó Eneke, atónita. —No ha sido Aymeric ni los demás Pretors —reflexionó Gabriel, desconcertado—. Ya estaban fuera. —Ha sido el Príncipe de la Oscuridad, ese ser que ha matado al Cónsul y que ha secuestrado a Diane, la Princesa… —Una expresión angustiada cruzó el rostro de Cassandrea. —¡Otra vez el dichoso poder de los demonios! ¡Pues estamos apañados! — Eneke hizo crujir sus nudillos y siseó de furia contenida. En ese momento, se sentía tan animal como el Metamorphosis y volvía a tener esa sensación tan desagradable, anunciadora de nuevas malas noticias sin duda. —Hay algo más, Eneke. —Los ojos violetas de Cassandrea se agrandaron como si estuviera viendo algo claramente. La vampira húngara se quedó muy quieta y la miró, sintiendo cómo el pánico se insinuaba en ella y anidaba en su estómago. Temía lo que Cassandrea iba a decir porque intuía el contenido de su revelación. Se preparó para recibir el golpe de esa noticia temida y esperada, a sabiendas de que no iba a poder encajarlo con tranquilidad. —Mariska… Mariska ha desaparecido. Ya no se encuentra con los Kraven.

Durante un minuto eterno, Eneke se quedó mirando a Cassandrea. Luego, algo estalló en ella y su boca de colmillos crecidos se abrió para dejar paso a un grito espantoso que duró mucho tiempo. Un grito lleno de miedo y de angustia, nacido desde las profundidades de sus entrañas, que sacudió toda la casa como la más temible de las tormentas.

Capítulo doce Micaela Santana esbozó una sonrisa seductora y superficial, digna de una presentadora tontita de televisión, cuando el embobado vigilante accedió a ir a buscarle un café, dejándola sola en el puesto de control. —¿Con mucho azúcar? —preguntó el guardia de seguridad del puesto Sur, dándose la vuelta en el umbral de la puerta. —No, solo. Gracias —contestó ella sin dejar de sonreír. El guardia le devolvió una sonrisa de perfecto idiota y se fue. Mike calculó que eso le dejaba cinco minutos para intentar sacar información del ordenador, dado que la máquina del café no estaba muy cerca. Respiró hondo y se puso manos a la obra para rescatar la información que buscaba, segura de que ya estaría clasificada. Todo lo que pasaba en el seno de la Liga se registraba al minuto para dejar una huella. Mike estaba muy cabreada y la falta de sueño la volvía irritable. Después de vendarle los ojos al profesor O’Donnell para adentrarse en la sede de la Liga en Ámsterdam y luego dejarle en manos del equipo médico para su reconocimiento, había intentado dormir algunas horas tras el chequeo físico y psicológico que todos los Ejecutores recibían después de volver de una misión. Sin embargo, había sido en vano. Los amargos recuerdos que Mike había logrado esconder en lo más profundo de su memoria habían vuelto con más fuerza que nunca, y todo por culpa de las palabras de esa vampira. Las horrendas pesadillas también habían vuelto y ella había desistido en su intento de conciliar el sueño. Como no tenía una hora exacta para entregar su informe a su jefe directo, el siciliano Santa Croce, decidió levantarse y adelantarse, después de echarle un vistazo al profesor para ver cómo estaba. Mike tenía que reconocer que lo que más admiraba en un hombre era la valentía, y el profesor era muy valiente. Su forma de defender a la vampira no le había gustado, pero la había impresionado bastante. Estaba claro que el profesor O’Donnell no carecía de valor. Como tampoco carecía de belleza. Esos ojos y esa boca eran un pecado en sí… La Ejecutora meneó la cabeza y entró en la ducha de la habitación privada que la Liga le había asignado, furiosa consigo misma. No sabía lo que le había

hecho ese hombre, pero se sentía como una adolescente llena de hormonas cuando estaba a su lado o cuando pensaba en él. Lo más probable era que ese fenómeno se debiera a la sangre de la vampira, pero ella no podía negar que se sentía irremediablemente atraída por él. Y eso no era bueno ni para él ni para ella. Salió de la ducha, se secó el pelo corto y alborotado, y se puso un vaquero negro y un jersey rojo de cuello redondo. Cuando vio su Opinel sobre la mesa, dudó en volver a colocárselo en la parte baja de la espalda, pero finalmente lo hizo porque se sentía casi desnuda sin él. Lo que era una soberana tontería puesto que se encontraba en la sede de la Liga. Sin embargo, ella siempre se fiaba de su intuición y la pequeña charla que había tenido con Cassandrea no la dejaba en paz. Si pasaba algo raro en el seno de la Liga, quería estar preparada y armada. Salió de la habitación y se dirigió directamente hacia el pasillo que conducía al sector reservado a las posibles víctimas vivas de los vampiros. No era lo habitual, pero algunos humanos conseguían escapar de los chupasangres y eran atendidos en esa parte del recinto. Al cabo de media hora de búsqueda infructuosa del profesor por todas las habitaciones, supo que algo extraño estaba ocurriendo. Entonces recordó las palabras exactas de la vampira sobre la pretendida tortura de humanos en la Liga, y sintió que un cabreo monumental la invadía. El hecho de esconder al profesor O’Donnell, Dios sabía dónde, no formaba parte del protocolo e iba en contra de todas las reglas. Mike había cambiado de itinerario y se había encaminado hacia el puesto de vigilancia del Sector Sur, echando humo por las orejas. Sabía que la entrada y la localización del profesor tenían que aparecer en el ordenador central de ese puesto ya que ella era uno de los titulares de ese sector. Intentó serenarse e idear algo antes de llegar al puesto, a pesar de que le costaba pensar en esos momentos. Normalmente, ella tendría que haber presentado ya su informe y al profesor rescatado a Santa Croce. Y ahora se encontraba con ese misterioso cambio de ubicación del que no había sido informada. Todo el mundo apreciaba a Mike por su enorme profesionalidad y su frialdad a la hora de actuar. Sin embargo, todos conocían también su tremendo carácter que intentaba controlar en cada momento para bien de todos. Pero hoy, exudaba peligro y furia por todos los poros de su piel.

A la Ejecutora no le gustaba dudar. No quería pensar que se había equivocado sobre el bien fundado de las misiones de la Liga. No podía dar ni el más mínimo crédito a la idea de que la hubiesen manipulado durante todos esos años. Tenía que averiguar lo que estaba pasando, aunque no le gustase la verdad. Mike entró sin dificultad en el fichero central de las entradas y salidas y vio el nombre de Yanes O’Donnell, pero cuando intentó entrar en los datos de su localización exacta, el programa se cerró de golpe y le pidió una contraseña. —¡Merda! —masculló en italiano, al sentir también una presencia detrás de ella. —¿Buscas algo, Santana? —preguntó una sensual voz masculina desde el umbral de la puerta. Mike reconoció la voz y se giró lentamente, una mano sobre su arma escondida. —¿Ya has vuelto de tu misión exprés, Eitan? —le dijo al Ejecutor cretense—. ¿Qué tal por Rusia? —Mucho frío. ¿Vas a atacarme con tu cuchillo? —inquirió el hombre, cruzándose de brazos. —Espero que no sea necesario —replicó ella con una sonrisa torcida. La Ejecutora vio cómo Eitan enarcaba una perfecta ceja negra. El cazavampiros Eitan Zeklion era un dios de carne y hueso para todas las mujeres que trabajaban en la Liga, y todas afirmaban haber estado en su cama; lo que probablemente no era un farol dado el magnetismo sexual que desprendía el Ejecutor a cada paso que daba. Utilizaba una tapadera como modelo para ocultar su verdadera actividad y le venía de perla dado su físico. Eitan era alto y tenía un cuerpo musculoso muy trabajado. Su pelo era corto y negro, su piel satinada y de un color dorado muy hermoso, y sus ojos tenían el mismo tono que el chocolate negro e intenso. Su poderío causaba estragos en todas las mujeres con las que se cruzaba, pero, curiosamente, no tenía ningún efecto en Mike. La Ejecutora valoraba más el hecho de que era un genio de la informática y su físico despampanante la dejaba fría… Además, a ella le gustaban más los ojos verdes con motitas miel por lo visto. —¿Qué estás tramando, Mike? —murmuró Eitan, con un leve acento parecido al suyo, tras entrar en el puesto lleno de pantallas y de ordenadores. —Estoy intentando encontrar una información que la Liga está ocultando. ¿Piensas ayudarme o dar la voz de alarma? —¿Qué clase de información? —preguntó él sorprendido.

Mike se dispuso a explicarle toda la situación, pero fue interrumpida por otra llegada. —¡Hola, Mike! ¡Has vuelto! —exclamó Julen Angasti entrando de repente, con una piruleta en la boca—. ¿Cómo ha ido todo? Bien, por lo que veo. Me alegro de que estés de una sola pieza. —¡Jul, baja la voz! —ordenó ella mirando la puerta. —¿Qué? —se extrañó el vasco abriendo la boca. —Mike está intentando pasar desapercibida para poder entrar en el ordenador y averiguar algo —explicó Eitan apoyándose contra una mesa. —¿El qué? —siguió preguntando Julen, dándole vueltas a su piruleta. —Me lo iba a explicar cuando entraste como un tornado. Mike resopló, exasperada. Era un milagro que el guardia no hubiese vuelto corriendo dado el ruido que hacían. —Jul, vigila el pasillo si quieres que cuente algo —dijo ella, volviendo a mirar el ordenador. —Vale. —El vasco se pegó al umbral de la puerta y miro por el pasillo—. Despejado. Eitan ladeó la cabeza, a la espera. —Resulta que la Liga ha reubicado al hombre que he rescatado, el profesor O’Donnell, sin avisarme. No está en el sector de las víctimas y sabéis que eso va en contra del reglamento —explicó la Ejecutora centrándose en la pantalla. —¡Qué cosa más rara! —exclamó Julen sin dejar de vigilar el pasillo—. ¿A qué están jugando? Eitan entrecerró los ojos. —No sé si está relacionado o no, pero me he cruzado con dos sotanas hace menos de una hora cerca de aquí —comentó el cretense. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Micaela. —¿Menos de una hora? Eso es mucho tiempo… —¿Mucho tiempo para qué? —preguntó Julen levantando las dos cejas. —Para torturar y sacar información. ¿Verdad, Mike? Los dos cazavampiros se afrontaron con la mirada. —¿Tienes dudas sobre los métodos de la Liga? —Eitan hizo esa pregunta con pasmosa tranquilidad. —¡Joder, Mike! ¿Qué ha pasado en Sevilla? —farfulló Julen sorprendido. Ella los fulminó con la mirada, furiosa. —¿Me estáis diciendo que estáis dispuestos a confiar en los métodos de la O.V.O.M.?

—¡Por supuesto que no! —contestaron los dos hombres al unísono. —Entonces, ¿qué? ¿Me ayudáis o no? Eitan soltó un largo suspiro. No le gustaba saltarse las reglas y entrar en el ordenador central era como espiar, pero si Santana tenía razón, las reglas ya no valían nada. —Muy bien. Quítate de ahí para que pueda encontrar a ese profe. —Mike se levantó rápidamente para dejarle sitio. —Oh, oh. El idiota de Steer vuelve con un café en la mano —anunció Julen sacándose la piruleta de la boca—. Vale, me encargo de él. Es un fanático de fútbol y le voy a dar la brasa con el Real Madrid y el Barça. —Gracias, Jul —dijo Mike. —De nada, bellisima —contestó el vasco guiñándole un ojo, antes de salir al pasillo. Ella se puso detrás de Eitan y observó cómo sus dedos tecleaban a una velocidad asombrosa. Estaba claro que ese tío sabía utilizar un ordenador y podía entrar en cualquier programa. —Lo tengo —dijo al cabo de un minuto. —¿Dónde está? —preguntó Mike inclinándose hacia la pantalla. —No puede ser… —murmuró Eitan echándose para atrás. Mike tuvo un mal presentimiento y miró su perfil—. Está en el Sector 3. La Ejecutora se enderezó, consternada, mientras Eitan borraba su intrusión en el ordenador y sus huellas. El Sector 3 no se utilizaba mucho y tenía una siniestra reputación. En contadas ocasiones se habían llevado vampiros vivos ahí y no habían sobrevivido mucho tiempo. Esos hechos habían sido clasificados con el secreto absoluto dado que la Convención de Ginebra también se aplicaba a los chupasangres. En teoría… —Joder, ¿por qué han llevado a un humano inocente a ese sector? —Eitan meneó la cabeza, atónito. —¿Para hablar del tiempo, quizá? —replicó ella con sarcasmo—. No pienso quedarme de brazos cruzados y no tengo más tiempo. La Ejecutora se dio la vuelta y se encaminó rápidamente hacia la puerta. —¡Santana, espera! —Eitan la cogió del brazo—. No puedes entrar en ese sector sin más. Necesitas una orden y yo puedo falsificarla. Ayudé a renovar la red informática y sé cómo hacerlo. Mike clavó su mirada en la suya. —No necesitas hacer todo eso, Eitan. Es mi elección, no la tuya. El cretense le devolvió una mirada muy seria.

—Somos hermanos de lucha y nuestras vidas valen muy poco. Si te la juegan a ti, también me la juegan a mí. Mike asintió y dejó que Eitan se pusiera manos a la obra. Diez minutos más tarde, Micaela, Eitan y Julen —que no estaba dispuesto a perderse lo que iba a ocurrir— lograron colarse en el famoso Sector 3, más blindado que el Pentágono, con la falsa excusa de que el profesor tenía que ser trasladado de inmediato al Sector Norte porque el Miembro Permanente Less MacKenzie quería hablar con él. Eitan había averiguado que el hermano de Kamden se encontraba en su despacho y que todos los titulares de ese sector tenían misiones asignadas y que no podían encargarse de ese asunto. Él había pensado en Less porque había quedado patente en la Ecclesía de Jerusalén que no quería que la O.V.O.M. se involucrase en los asuntos de la Liga. Sin embargo, los tres Ejecutores sabían que se arriesgaban mucho con esa falsificación y que esa mentira no quedaría sin sanción. Pero Eitan era un hombre de honor y no le gustaba la idea de ser un mero sicario del Vaticano, y Julen confiaba más en Micaela que en cualquier otra persona en el mundo. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese por ella, sobre todo si tenía razón. Por su parte, Mike se sentía confusa y no dejaba de oír la voz de la vampira en su cabeza, rogándole que protegiera al profesor del Vaticano. Rezaba por no llegar demasiado tarde. Si los curas le habían hecho algo a Yanes, no iban a salir ilesos del encuentro. —Agente Santana —la saludó el agente Meyer, un tipo muy frío, después de comprobar su documentación—. Me temo que llega en un mal momento. La parte más dura del interrogatorio está a punto de empezar. Mike reprimió un suspiro de alivio y le dedicó una sonrisa helada. —Es una orden directa —soltó antes de entrar en la sala con el espejo, desde donde se controlaba el interrogatorio, seguida por Eitan y Julen. —O entramos allí por las buenas o por las malas. —El vasco abrió su chaqueta vaquera para enseñar sus dos pistolas—. Tú decides, Meyer. —Tendrá que ser por las malas —contestó la voz de un hombre recostado contra la pared—. La O.V.O.M. tiene prioridad sobre este asunto. Los tres Ejecutores se dieron la vuelta hacia él. —¿Quién es ese capullo? —preguntó Julen de mala manera. El vasco no era conocido ni por su paciencia ni por su diplomacia. —El agente Ariel de la O.V.O.M. —lo presentó Eitan, sin dejar de observarlo.

—¿Cómo está, señor Zeklion? —el agente Ariel dio un paso hacia delante y salió de la penumbra. Micaela se quedó impactada. El hombre era joven y muy guapo, pero esa belleza perfecta se parecía mucho a la belleza de los vampiros. No obstante, ese rubio de ojos azules no era un chupasangre dado que su piel tenía un color saludable, pero su esencia era muy similar a la de un vampiro. ¿Quién era ese hombre en realidad? —¿Desde cuándo la O.V.O.M. tiene prioridad en los asuntos internos de la Liga? —inquirió Eitan, entrecerrando los ojos. —Desde que todos los Miembros Permanentes firmaron el acuerdo de colaboración entre esas dos entidades —respondió el agente Ariel con tranquilidad. —¡Y una mierda! ¡No todos los Miembros están de acuerdo! —intervino Julen con rabia contenida. Ese tío, con su traje impecable y sus ojos helados, le ponía de los nervios. —¿Señor? —llamó uno de los hombres sentado delante del panel y del espejo, interrumpiendo así el intercambio poco amistoso. El agente Ariel asintió levemente y la atención de Micaela se desvió hacia lo que revelaba el espejo. El profesor Yanes O’Donnell estaba sentado en una silla metálica, delante de una mesa cuadrada, y sus muñecas estaban atadas con unas esposas a ambos lados de la misma. Llevaba la misma ropa que en el momento de subir a la avioneta y su rostro, teñido por una sombra de barba, se veía cansado. Frente a él estaba el siniestro padre Colonna, acompañado por un colega suyo que parecía igual de alegre, y los dos sacerdotes parecían sacados de una película de terror llena de demonios. —Por última vez, señor O’Donnell, ¿dónde está la chica? —preguntó el padre Colonna con una voz escalofriante, en inglés y con un marcado acento. —No lo sé —contestó Yanes con voz cansada, pero firme. El padre Colonna respiró lentamente. —El alma de este hombre ha sido poseída por los vampiros y puedo probarlo. —El cura enseñó un objeto de plata en dirección al espejo—. Esta reliquia sagrada ha sido bendecida por el Papa en persona. Si el señor O’Donnell siente dolor cuando este objeto entre en contacto con su piel, querrá decir que está poseído. Proceda —ordenó al otro sacerdote dándole la reliquia. —Pero esto ¿qué coño es? —exclamó Julen, fuera de sí.

—¡No estamos en los puñeteros tiempos de la Inquisición! —bramó Mike también furiosa. —Agente Ariel, detenga esa pantomima. —La voz de Eitan sonó dura y letal. —Al parecer el señor O’Donnell no es tan inocente como aparenta. Fijaos en el resultado —señaló el aludido sin inmutarse. Todas las miradas volvieron al espejo. El otro sacerdote había remangado el brazo izquierdo de Yanes y le había puesto el objeto encima mientras que su otra mano estaba apoyada de forma aparentemente normal sobre su hombro. En realidad, el cura estaba haciendo presión sobre este punto concreto con una fuerza descomunal, lo que provocó un quejido de dolor por parte del profesor dado que su hombro no se había recuperado totalmente. Eso fue la gota que colmó el vaso de Micaela y la rabia se encendió en su interior. Se sentía asqueada y furiosa por lo que acababa de ver y, en cierta medida, tenía la sensación de que la Liga la había traicionado y había perdido todos sus valores. Dejó que todos esos sentimientos saliesen a la superficie y actuó por instinto. Se giró sobre sí misma y pegó una tremenda patada al agente Ariel, mandándole contra la pared. Sacó su Opinel de su funda, mientras Eitan y Julen sacaban sus pistolas, y lo colocó sobre la garganta de uno de los agentes sentado delante del panel. —Abre la puerta —ordenó con voz mortífera. El hombre obedeció, tragando saliva nerviosamente. —Me encargo de ellos —dijo Eitan, apuntándolos con su Glock negra. El agente Ariel empezó a recuperarse del golpe y el Ejecutor cretense cogió una pistola de uno de los hombres para apuntarlo también. Mike y Julen irrumpieron en la sala del interrogatorio con las armas en alto. —¡Alejaos y poneos contra la pared, fanáticos de mierda! —Julen empujó al sacerdote que estaba al lado de Yanes y pegó una patada a la silla del padre Colonna para que se levantara, sin dejar de apuntarlos con sus dos pistolas. —¡Esto es inadmisible! —exclamó el padre Colonna furioso—. No podéis entrar aquí e interrumpir un interrogatorio de la O.V.O.M. Esto tendrá consecuencias. Julen lo miró con la boca abierta y lo empujó sin miramientos contra la pared. —¡Este tío se cree el puto amo! —El vasco empezó a jugar con sus pistolas y unas gotas de sudor aparecieron de repente en la cara y la frente del otro sacerdote.

—¿Se encuentra bien, profesor? —Mike se agachó al lado de Yanes y le palpó el brazo. —Perfectamente. Estaba teniendo una conversación muy amena con esos dos angelitos del Señor —ironizó él, mirándola con tranquilidad. —Sí, eso parece —convino ella, de nuevo impresionada por su actitud. No había miedo en su impresionante mirada verde y no se había puesto nervioso en ningún momento. Si no fuese un civil, sería un buen agente. —Hija mía, deberías temer por tu alma —soltó el padre Colonna en italiano, fijando su mirada en ella. En el segundo siguiente, el sacerdote estaba de rodillas con el cuchillo de la Ejecutora en la garganta. —Yo en su lugar, padre, me preocuparía por su integridad física —respondió ella también en italiano, tirando de su corto pelo—. Quiero las llaves de las esposas. —¿Por qué no le rebanas el pescuezo, Mike? —dijo Julen mientras el sacerdote le daba las llaves con cara de odio—. ¡A ver si Dios te espera en el otro lado, caraculo! —Cálmate, Jul. —Mike volvió a la mesa, después de empujar violentamente al padre Colonna, y le quitó las esposas a Yanes—. No somos tan mierdas como ellos. —Gracias —dijo el profesor poniéndose de pie y frotándose las muñecas doloridas. —Lo siento mucho. —Lo miró de una forma brutalmente honesta—. La Liga no actúa de esta forma normalmente. Nuestro deber es proteger a la humanidad, no torturarla. Siento no haber podido impedir todo esto. Yanes estudió su rostro tan femenino y duro al mismo tiempo. Una guerrera eficaz y peligrosa cuando las circunstancias lo requerían, pero también una mujer honesta que era capaz de hablar con sinceridad y de admitir la realidad. Bueno, salvo cuando se trataba de los vampiros. La descendiente de Cassandrea era una mezcla muy interesante y no era tan terca como pensaba en un principio. Interesante y tentadora. Demasiado… —Creo entender que esos sacerdotes no pertenecen a la Liga —comentó él, intentando no prestar atención al leve deseo que empezaba a sentir por la Ejecutora; cosa que le estaba ocurriendo siempre que se encontraba con ella. —¡Por supuesto que no! —exclamó Julen en español, mirándolo con simpatía —. En circunstancias normales, no intentamos hacer un remake del Exorcista.

—Ah, menos mal, porque no me veía intentando vomitar cosas verdes — bromeó Yanes esbozando una sonrisa. —¡Hey! ¡Este profe tiene pelotas! ¡Me gusta! —enfatizó el vasco, quitando el seguro de sus armas sin dejar de apuntar a los sacerdotes. —¡Jul, estate quieto! —Mike le echó una mirada—. No queremos que tus armas se disparen por error, ¿verdad? —Claro que no. Sería una pena. El Ejecutor hizo relucir todos sus dientes y volvió a poner el seguro con deliberada lentitud. Mike volvió a mirar a Yanes. —Profesor, voy a llevarle ante un verdadero representante de la Liga para que pueda explicarle de qué manera la O.V.O.M. le ha tratado. No debe preocuparse porque esto no volverá a ocurrir. —¡Este hombre no puede salir de aquí! ¡Está confabulado con los vampiros y está poseído! —gritó de repente el padre Colonna. —¡Cierra el pico, caraculo! —dijo Julen, dándole un toque con la pistola—. Nadie te ha dado el permiso para hablar. El sacerdote frunció la boca, pero no dijo nada más. Las pistolas de Julen podían ser muy persuasivas a veces. —Le llevaré antes a la habitación preparada para usted —siguió Mike sin darle importancia a la interrupción—, para que pueda ducharse y cambiarse, y también comer un poco. —Sí, eso suena muy bien —dijo Yanes, frotándose la mandíbula con una sombra de barba. —Jul, ¿te encargas de esos dos… señores? —Mike enarcó una ceja. —Por supuesto. ¡Lo vamos a pasar genial! —Sin matarlos. Recuerda el primer mandamiento. —Es que tengo un problema, Mike. —El vasco les dedicó una mueca siniestra a los sacerdotes—. Soy ateo. —Ah, en ese caso… —La Ejecutora se encogió de hombros y miró al padre Colonna—. Buena suerte, padre. ¡Mi compañero está como una cabra! El sacerdote entrecerró sus ojos maquiavélicos. —Esto no quedará así —amenazó en voz baja—. Haré que os echen a patadas y vuestras almas arderán en el infierno. —¡Tú no mandas aquí, caraculo! No trabajamos para la O.V.O.M. Julen se acercó a él, amenazador, pero una voz en la otra sala interrumpió su movimiento.

—¡Qué coño pasa aquí! —gritó una voz ronca con fuerte acento italiano—. ¿Cómo es que hay un civil humano en el Sector 3? ¿Quién se ha pasado el protocolo por el forro y lo ha mandado aquí? Cosme Santa Croce, Miembro Permanente del Sector Sur, hizo su entrada en la sala como si fuese un toro entrando en la plaza, resoplando con furia. —¡Mà non posso crederlo! —exclamó el siciliano viendo el panorama. Santa Croce encaró al padre Colonna y se produjo un rápido diálogo en italiano, de alto volumen, mientras el Ejecutor Césaire Bonnefoy entraba también en la sala. —Una vuelta un poco movidita, ¿verdad, Mike? —saludó el impresionante cazavampiros marfileño con una media sonrisa—. Verás cuando se entere MacKenzie… —Sí, me lo imagino. Pero ¿no fue Santa Croce quien dio la orden de traer al profesor O’Donnell hasta aquí? —se sorprendió ella. —¡Pues claro que no, Santana! —se indignó el siciliano, dándose la vuelta hacia ella después de hacerle una señal a Julen para que guardara las pistolas; cosa que hizo entornando los ojos. La miró y le habló en italiano con voz más calmada—. Tú me conoces, Micaela, y sabes que nunca haría algo así. Quiero terminar con los vampiros, pero no sacrificaré a inocentes para lograrlo. ¡La Liga no tiene nada que ver con las camisas negras! Mike clavó su mirada y vio sinceridad en esos ojos de gato malicioso. —Entonces, ¿quién dio la orden, saltándose todas las reglas? —Fui yo, con el beneplácito de la vicepresidenta Larsson —dijo el agente Ariel, entrando en la sala encañonado por la Glock de Eitan. Todos guardaron silencio y lo miraron atónitos. —El profesor O’Donnell tiene una valiosa información sobre los vampiros y sobre esa joven que es capaz de destruirlos —explicó el agente Ariel con absoluta tranquilidad, como si la tortura fuese un mal necesario totalmente aceptable. —¿Y se puede justificar cualquier cosa para obtener información? —bramó Santa Croce. El agente Ariel no contestó y esbozó una sonrisa fría, carente de humanidad. En ese momento, se parecía más que nunca a un vampiro; un vampiro sin colmillos. —La intromisión de la O.V.O.M. nos convierte en una cosa peor que los propios vampiros —masculló Eitan con asco.

—¡No estamos en la Liga para matar y torturar a humanos! —Julen empezó a moverse de forma frenética para no golpear al agente Ariel con todas sus fuerzas. Cosme Santa Croce respiró profundamente. —Como Miembro Permanente, no estoy dispuesto a aceptar estos métodos y los condeno categóricamente. Agente Santana, agente Bonnefoy, llevad al profesor O’Donnell ante el Miembro Permanente MacKenzie, tal y como lo dicta esta orden —dijo Santa Croce echándole una mirada a Mike que daba a entender que sabía muy bien que la orden era falsa, pero que les cubría las espaldas—. Agente Zecklion, agente Angasti, llevad a estos tres caballeros a mi despacho para que podamos comprobar su versión de los hechos con la propia vicepresidenta. —Santa Croce le lanzó una mirada dura al agente Ariel—. Como sabrá perfectamente, está de viaje, y esperaremos el tiempo necesario para aclarar todo este asunto con ella. Mientras tanto, los dos sacerdotes y usted no podrán salir de esta sede sin mi autorización previa. —¡Esto es indignante! —intervino el padre Colonna, poniéndose colorado—. El Vaticano mandará alguien a por nosotros. —¡Me importa un bledo el Vaticano en estos momentos! —rugió Santa Croce fuera de sí—. Aquí mandan los Miembros Permanentes, no Roma. Esto no es la O.V.O.M. Esto es la Liga de los Custodios. Cosme Santa Croce hizo un movimiento con la mano y Eitan y Julen se llevaron a los dos sacerdotes y al agente Ariel a punta de pistola. —Por favor, acepte nuestras disculpas, signor O’Donnell. La Liga le compensará por su pérdida momentánea de libertad. —Santa Croce tendió la mano a Yanes. —Acepto sus disculpas, pero me trae sin cuidado la compensación económica —contestó él, estrechándole la mano—. Quiero algo más de la Liga, algo mucho más importante. El siciliano lo miró con una leve sorpresa. —Bien, háblelo con MacKenzie. Él sabrá escucharle con atención. —Santa Croce esbozó media sonrisa—. Es abogado, y de los buenos. Yanes enarcó levemente una ceja y luego siguió a Mike y a Césaire por el pasillo. Después de todo lo ocurrido, se sentía orgulloso de una sola cosa: había conseguido no revelar nada sobre Diane y sobre los vampiros que le habían salvado la vida.

Horas más tarde, Micaela Santana se encontraba en la habitación del profesor y esperaba a que saliese del cuarto de baño, tras haber descansado y haberse cambiado, para llevarlo ante el Miembro Permanente del Sector Norte. Less MacKenzie ya había sido puesto al corriente de lo ocurrido con los enviados de la O.V.O.M. y su reacción no se había hecho esperar: se había mostrado furioso e indignado ante semejante descaro por parte de los sacerdotes, pero su reacción no había sido tan exuberante como la de Santa Croce. Todo el mundo sabía que de los dos hermanos MacKenzie, Less era el más tranquilo y el que utilizaba la cabeza para pensar. Se había preocupado por el estado de Yanes y había afirmado que no iba a dejar pasar ese asunto; y cuando a un MacKenzie se le metía algo en la cabeza, había que tener mucho cuidado. Mike apoyó su frente contra el cristal de la ventana, que daba a una calle sin salida fuertemente vigilada, y se perdió en sus pensamientos. Estaba hecha un lío y más nerviosa que de costumbre. Lo que había presenciado en aquella sala la había trastornado bastante y tenía la impresión de que su fe y su confianza en su trabajo y en la Liga se habían agrietado irremediablemente. La vampira Cassandrea había dado en el clavo y eso le dolía más que nada. Tenía razón: ella no conocía tan bien la Liga como pensaba y no sabía lo que ocurría cuando los Ejecutores estaban de misión. Bueno, también era cierto que la Liga se había dejado engañar por la O.V.O.M. por culpa de algunos de sus Miembros deseosos de erradicar el problema de los vampiros, pero si el agente Ariel decía la verdad, la orden venía de arriba. Respiró lentamente. El agente Ariel no le gustaba porque había algo extraño en él. La situación actual tampoco le gustaba porque la hacía sentir vulnerable y era una cosa que ella odiaba. Era muy buena en su trabajo y odiaba la vulnerabilidad y la debilidad. Eliminar a vampiros no era precisamente tomar el té y solo los más fuertes sobrevivían año tras año a esa caza que cada vez podía ser mortal. Pero torturar a inocentes civiles y acusarles de endemoniados era otra historia y cosa de fanáticos cobardes. Y ella no era ninguna cobarde y nunca lo sería. Cuando un vampiro tomaba como rehén a un humano, la regla dictaba hacer todo lo posible para salvarle la vida porque uno de los deberes de cualquier Ejecutor era salvaguardar a los humanos. Pero la Liga no tenía ninguna regla para explicar lo que había ocurrido en el Sector 3.

Mike intentó serenarse. Si quedase una persona en toda la Liga en la que confiar ciegamente, aun en esas circunstancias, esa persona era Less MacKenzie. Ese hombre era el único que abogaba por dialogar con los vampiros que no habían cometido delito alguno y no daba nunca la autorización de ejecución hasta haber comprobado una y otra vez toda la información. Hasta ahora, ella lo había considerado demasiado blando y permisivo, todo lo contrario de Kamden; pero, pensándolo bien, quizá era el único Miembro que actuaba con sentido y con responsabilidad. En apariencia, nada había cambiado porque seguía habiendo chupasangres hambrientos ahí fuera, listos para atacar; pero era una ilusión aferrarse a eso porque las cosas habían cambiado radicalmente. El cambio había sido tan drástico y repentino que ella se negaba a admitir que su visión del mundo y de la lógica de los vampiros era errónea. No, no podía aceptar que todo su mundo fuese una farsa y que todo en lo que creía acabara de desmoronarse. No existían vampiros buenos; solo chupasangres sedientos de sangre. Entonces, ¿por qué oía la voz de Cassandrea reconfortarla cuando era pequeña? ¿Por qué veía, una y otra vez, la expresión tierna y preocupada de la vampira al mirar al profesor? Mike estaba tan enfrascada en sus torturadores pensamientos que tardó más de un minuto en percibir la presencia de Yanes O’Donnell detrás de ella. —¿Estás bien? —preguntó él, tuteándola y apretando su hombro con suavidad. Ella se dio la vuelta lentamente y se quedó sin respiración. ¡Merda! ¿Por qué tenía que ser tan atractivo y por qué se sentía incapaz de resistirse a su encanto? —Estoy muy bien —contestó con frialdad para disimular su reacción—. ¿Está listo, profesor? Hizo un esfuerzo sobrehumano, pero no pudo evitar echarle un vistazo. ¡Dios! ¡Estaba como un tren! Le habían dejado un traje de chaqueta de un color gris antracita con camisa blanca y le quedaba a la perfección. Aunque desnudo también estaría perfecto… «¡Genial, Mike! Sigue babeando como una estúpida…» se dijo a sí misma, disgustada. No podía mirar su boca; esa boca sensual que tanto le gustaba. Su boca y sus ojos eran dos trampas mortales para ella.

—No, no estás bien. —Yanes la miró intensamente a los ojos—. Tus convicciones han sufrido un duro golpe y tienes dudas. Ella se quedó anonadada. ¿Ese hombre era capaz de leer en ella o qué? —Es normal que te sientas así —prosiguió él sin dejar de mirarla—, pero no estás equivocada del todo. Hay vampiros que merecen ser eliminados y algunos de ellos han secuestrado a Diane. —Yanes no pudo reprimirse y acarició su rostro con la mano—. ¿Me ayudarás a encontrarla? Mike sintió un calor delicioso recorrerla de arriba abajo cuando su mano entró en contacto con su mejilla. Estaban tan cerca el uno del otro que saltaban chispas de deseo entre ellos dos, y ella tenía tantas ganas de perderse en esa hermosa mirada… Yanes no podía explicar lo que le pasaba con esa mujer, pero lo único que sabía era que despertaba un sinfín de emociones en él: deseo, admiración, excitación; incluso irritabilidad cuando se ponía tan terca. Siempre que estaba con ella, tenía ganas de tocarla. Sí, la deseaba y mucho; pero no de la misma forma que había deseado a Cassandrea. La vampira había despertado sus instintos más básicos, en cuanto a sexo se refería. Su descendiente despertaba en él un deseo mezclado con otra cosa…; un afán protector que solo había sentido con Diane. Era completamente absurdo, dado lo que él había visto en la sala de interrogatorios. La cazavampiros estaba más que capacitada para defenderse sola, de eso no cabía ninguna duda. Pero había una sombra en su mirada: una sombra que parecía el reflejo de sus propios miedos y de su terrible dolor. La mano de Yanes seguía acariciando su mejilla y Mike tuvo la tentación de rendirse, de mandarlo todo a la mierda y de acostarse con él en un arrebato de locura. Era una kamikaze, pero solo en su trabajo. ¡Qué más daba la Liga! ¡Qué más daban los vampiros! Lo que ella quería en ese momento era sentir la piel de ese hombre guapísimo y dulce contra la suya y olvidarlo todo. Pero ¿se podía olvidar el dolor y el sufrimiento con un poco de sexo? ¿Uno podía olvidar lo que era y todo por lo que luchaba, aunque sus razones no estuviesen totalmente acertadas? No; a pesar de sus dudas, ella sabía por qué luchaba con tanto ahínco. Sabía que su motivo para hacerlo no estaba equivocado. Y en esa lucha, no podía haber sitio para la vulnerabilidad o para la debilidad; dos sentimientos que experimentaba cuando estaba cerca de Yanes O’Donnell. No podía permitirse el lujo de ser vulnerable o débil. No podía dejar vía libre al deseo que sentía por ese hombre.

No lo conocía en absoluto y no iba a volver a confiar en alguien tan fácilmente. Yanes O’ Donnell era demasiado peligroso para ella porque la hacía desear cosas imposibles. Necesitaba poner una barrera infranqueable entre ellos dos cuanto antes. —Quite la mano de ahí, profesor, si no quiere perder todos los dedos —dijo con su voz más letal. Yanes obedeció rápidamente y la miró sorprendido—. Que no esté de acuerdo con lo que ha pasado en esa sala, no significa que mi punto de vista sobre los vampiros haya cambiado o que quiera acostarme con usted. Yanes retrocedió, lanzándole una mirada herida. —Le espero fuera. No tarde mucho —soltó ella con brutalidad, saliendo al pasillo. El profesor tensó la mandíbula y cerró los ojos. ¡Esa mujer conseguía excitarlo y enfurecerlo al mismo tiempo! Era más terca que diez mil mulas y tan letal como una serpiente. Vaya, sí que tenía suerte con las mujeres de la familia Corsini y sus descendientes… Sentía ganas de zarandearla, pero también de hacerle el amor hasta dejarla sin fuerzas como para protestar. Dos cosas bastante incompatibles dado que no le gustaba el sadomasoquismo. Tenía que centrarse en Diane y evitar pensar en la agente Santana o se iba a volver más loco de lo que estaba ahora. Se serenó y echó a andar hacia la puerta. Tenía una tarea más difícil y más importante que intentar no matar a esa mujer en ese momento. Tenía que convencer a un alto cargo de la Liga para que colaborara con los vampiros para encontrar a Diane. —¿Quién es el guaperas que acompaña a Mike? —preguntó Mark Dukes, el Ejecutor australiano que parecía un surfista, frunciendo el ceño. —Es el profesor Yanes O’Donnell, su rescate —informó Eitan recién llegado, sin levantar la vista de su iPhone colocado sobre la mesa. —Me esperaba otra cosa… —Mark se relajó visiblemente. En ese momento, Robin Garland entró en la sala de conferencia donde Less MacKenzie había convocado a los Ejecutores disponibles para escuchar lo que el profesor O’Donnell tenía que decir. —¡Oh, mierda! —suspiró Julen recostándose en el sillón de cuero—. Ahí viene el pesado… Robin se fue hacia ellos con su habitual sonrisa.

—¡Hola, chicos! ¿Alguien puede decirme por qué el Miembro Permanente nos ha reunido aquí? —preguntó sin dejar de sonreír—. No han pasado ni dos días de la Ecclesía. Julen entornó los ojos. —¿Por qué ha pasado algo gooorrrdddooo? —ironizó el vasco—. No es más tonto porque no se entrena… —¡Jul! ¡Córtate un poco! —intervino Césaire con aire amenazador. El aludido torció el gesto y soltó un taco en euskera. —No pasa nada —dijo Robin sentándose al lado de Césaire—. En el fondo, sé que el agente Angasti no me odia tanto como aparenta. —¡Mira, chaval…! —El vasco intentó ponerse de pie, pero la manaza del Ejecutor marfileño sobre su hombro se lo impidió. —No tientes a la suerte, amiguito... —le murmuró Mark a Robin. —Ese niñito podría salvarte la vida algún día, Jul. Así que tranquilízate un poco, ¿quieres? —Césaire lo obligó a sentarse—. Tenemos que ocuparnos de cosas más graves ahora. —Vaaaleee… Lo siento —se disculpó Julen de mala gana, cruzándose de brazos. Robin le echó una mirada sonriéndole, pero el vasco le devolvió una mirada torva. La puerta volvió a abrirse y otro Ejecutor entró en la sala. —Chicos —saludó Reda Onega, la cazavampiros bielorrusa del Sector Este, compañera de Mark, Eitan y de Dragsteys el Checo—. ¿Me he perdido algo? —Absolutamente nada —contestó Mark con una sonrisa—. La reunión no ha empezado todavía. —Tú debes ser el nuevo, el que sustituye a Wick —inquirió Reda mirando a Robin con sus ojos azules entrecerrados. —Así es. —El aludido se levantó de su asiento y le tendió la mano—. Robin Garland del Sector Oeste, señora. —¿No eres un poco joven? —preguntó ella, estrechándole rápidamente la mano y haciéndose la misma pregunta que todos los Ejecutores. —No, tiene veintitrés años y su familia se dedica a matar vampiros desde hace mucho tiempo y blablá y blablá —soltó Julen como si el tema lo aburriera muchísimo. —Gracias por la información, Angasti, pero me parece que el agente Garland sabe hablar —se burló Reda, sentándose y mirándolo con una ceja enarcada.

—Es que estoy harto de oír la misma historia —refunfuñó el vasco, haciendo un mohín. Robin se volvió a sentar y observó discretamente a la agente Onega. No era tan atractiva como Micaela Santana, pero para él nadie podía aguantar una comparación con ella. En realidad, Onega era bastante anodina. No era muy alta y su constitución era muy parecida a la de una bailarina rusa, con ese cuello y esos brazos finos y elegantes. Llevaba el pelo castaño con un corte cuadrado y liso, y tenía los ojos de un azul más claro que los suyos. No, el agente Onega no parecía gran cosa, pero Robin sabía que, en numerosas ocasiones, la apariencia engañaba. —Tiene que ser bastante importante lo que tienen que decirnos para que MacKenzie haya llamado también a Veronika Semjonova, Miembro Permanente del Este y mi jefe directo —exclamó Reda, poniendo sus manos delicadas sobre la mesa—. ¿No es así, Eitan? —Un poco de paciencia y tendréis todos los detalles —respondió el cretense, tecleando en su móvil. —¿Se puede saber lo que estás haciendo? —inquirió Mark, intrigado. —Estoy poniendo fuera de juego cualquier micrófono o instalación espía de esta sala —dijo Eitan, echándole un vistazo—. Nunca se sabe. —Vaya, la cosa pinta muy mal por lo que veo —exclamó Reda. Césaire suspiró y observó cómo Mike entraba en la sala acompañada por el profesor O’Donnell y cómo le indicaba dónde sentarse, de un modo bastante frío, para luego reunirse con ellos al otro lado de la mesa, que era enorme. —Saludos, compañeros. —Mike esbozó una muy leve sonrisa, pero su rostro seguía tenso. Césaire miró por el rabillo del ojo al profesor rescatado dos veces y se preguntó si tendría algo que ver con el visible enfado de la Ejecutora. No le gustaba meterse en los asuntos de los demás, pero conocía lo suficientemente bien a Mike como para saber que algo había ocurrido en la habitación del profesor. Tuvo el incongruente pensamiento, totalmente impropio de él, que visto el uno al lado del otro hacían muy buena pareja. Pero eso era olvidar el detalle muy importante de que los Ejecutores no podían tener pareja, ni dentro ni fuera del trabajo. —¡Agente Santana! —Robin se levantó casi de un salto—. Es un placer volver a verla sin un solo rasguño.

—Hola, Bomboncito —lo saludó ella sentándose al lado de Mark, quien se había apresurado a dejarle un asiento libre a su izquierda de forma disimulada—. Reda, ¿qué tal? —Muy bien, Mike. Estoy impresionada por la gran educación del nuevo agente. —Sí, no todos son tan educados. Robin esbozó una sonrisa de oreja a oreja como si Mike le hubiese dicho que era el hombre más guapo del mundo. Lo que le valió la mirada asesina de Julen y de Mark. —Yo también soy educado —refunfuñó el australiano. —Tú eres un encanto, surfista —puntualizó Reda, guiñándole un ojo—, pero Robin es la novedad y es el más joven entre nosotros. Y hablando de novedad… —miró a Yanes que esperaba tranquilamente con las manos cruzadas sobre la mesa—, ¿quién es ese tío bueno con el que has entrado, Mike? Santana frunció la boca, pero intentó disimular la irritación que le provocaban tanto la actitud como la mirada hambrienta de Reda. —Es el profesor Yanes O’Donnell, el rescate de Sevilla —respondió con mucha frialdad. —¿El tipo que ha logrado sobrevivir en una finca llena de vampiros? Vaya, vaya, vaya; qué interesante… —¡No le des tanto mérito, Reda! —exclamó Mike, cada vez más molesta—. Esos vampiros son sus amigos. La cazavampiros del Este parpadeó, sorprendida. —Entonces, ¿su misión ha sido bastante complicada, agente Santana? — inquirió Robin, mirándola con admiración. Mike se relajó un poco y le sonrió; lo que hizo que Julen torciera el gesto. —No. Los vampiros nos dejaron salir de allí sin hacernos nada. —Lo que corrobora que ese vampiro, ese tal Gawain, y su compañera no atacan ni a los humanos ni a los Custodios —reflexionó Césaire en voz alta—. No tenemos ni un solo dato que indique lo contrario, y eso desde los primeros anales de la Liga. Si combinamos esto a lo que Kamden dijo en la Ecclesía sobre la conversación mantenida entre ese vampiro y el príncipe, todo indica que… El Ejecutor marfileño dejó de hablar de golpe. —Nos indica que nos han manipulado para convertirnos en simple liquidadores de vampiros —continuó Eitan levantando la mirada hacia sus compañeros. Algunos de ellos lo miraron con sorpresa—. Todos los días ponemos nuestras vidas en peligro para cumplir una orden, sin preguntarnos por

qué el ser que tenemos enfrente ha degenerado de esta forma. La mayoría de ellos son culpables de horrendos crímenes, pero también sabemos que existen vampiros que jamás han atacado a humanos y que nunca han causado problemas. Sin embargo, el reglamento vigente desde hace cincuenta años nos prohíbe acercarnos y hablar con ellos. —La mirada chocolate de Eitan se volvió de acero —. Han utilizado nuestro odio hacia los vampiros para convertirnos en perfectas máquinas de matar sin cerebro. —¡No se puede razonar con todos los vampiros! —se enfadó Mike, consciente de que ella también había llegado a esa misma conclusión. Yanes, que estaba prestando atención a la conversación agudizando el oído, giró la cabeza hacia ella. —No he dicho eso, Santana. —Eitan permanecía tranquilo frente a Mike—. Hace un siglo la Liga trabajaba codo con codo con los Pretors, esos vampiros encargados de eliminar a los de su propia especie que infligen las normas — explicó con calma—. Hoy día, los despreciamos y preferimos ejecutar a nuestra manera, pero ¿qué pasará cuando nos topemos con un vampiro al que no podamos eliminar? Lo que ha pasado entre Kamden y ese príncipe o el brutal asesinado de Wick han demostrado que nuestros recursos son muy limitados sin esa ayuda interna. Por lo tanto, queda claro que nuestro modus operandi está equivocado y que tenemos que cambiarlo si queremos obtener una victoria duradera. Además, que la O.V.O.M. haya metido las narices en todo esto lo cambia todo. ¿A quién le encanta la idea de convertirse en un peón del Vaticano? —A ninguno de nosotros —dijo Reda, meneando la cabeza. —¡Qué le den por saco al Vaticano! —exclamó Julen haciendo un gesto grosero. —Estoy de acuerdo contigo, Jul —convino Mark. —A mí tampoco me gustan el Vaticano y sus negocios sucios —afirmó Robin. —¿No estás de acuerdo conmigo, Santana? —preguntó Eitan, centrándose en la expresión terca de Mike. —¡Me importa un bledo el Vaticano! —exclamó ella furiosa. —Me refería a lo de los vampiros. Cada uno de nosotros ha perdido a un ser querido por culpa de un chupasangre y algunos pertenecen a familias que intentan eliminarlos, generación tras generación. ¿Esto nos da derecho a actuar como ellos y a meterlos a todos en el mismo saco? Mike lo fulminó con la mirada, pero no tuvo tiempo de contestarle.

—Disculpen la intromisión —dijo Yanes acercándose. Reda le lanzó una mirada apreciativa que enfureció aún más a Mike—, pero estoy totalmente de acuerdo con usted. —El profesor miró a Eitan—. Al igual que con los hombres, no se puede culpar a todos los vampiros de los delitos de algunos. Muchos de ellos quieren ayudaros a combatir a aquellos que se alimentan de sangre humana. —Yanes miró a todos los Ejecutores allí presentes—. Supongo que sabréis que fui atacado por uno de esos vampiros que beben sangre humana, pero no es verdad que los vampiros de Sevilla me secuestraran; me salvaron la vida. Los miró con solemnidad. —Estoy vivo gracias a la sangre de la vampira Cassandrea, la compañera de Gawain. Todos los Ejecutores, salvo Mike, lo miraron atónitos. —¡Joder, tío! —Julen lo miró boquiabierto—. ¿Has logrado sobrevivir teniendo la sangre de un vampiro en ti? ¡No me lo puedo creer! Yanes frunció el ceño, extrañado. —Normalmente, hay muy poca gente capaz de resistir la sangre de un vampiro porque es como un poderoso veneno si se administra en dosis alta —le explicó Césaire viendo su sorpresa—. Y si lo hace, su ADN se ve considerablemente alterado. Hubo un minuto de silencio. —Profesor O’Donnell, ¿no tiene miedo de que podamos utilizar esta información contra usted? —preguntó finalmente Mark con el rostro muy serio y sin su habitual sonrisa Colgate—. La Liga podría considerar que usted pertenece a la misma categoría que los humanos que ayudan a los vampiros durante el día a cambio de dinero y de pequeños favores; y esos humanos no nos gustan mucho. —Además —Reda miró a Mike y luego a Yanes—, ¿qué ha pasado con la chica que estaba con usted? —Chicos, chicos; no sigáis por ahí —intervino Julen, levantando las manos —. El profesor ya ha podido apreciar la amabilidad de la O.V.O.M. hace algunas horas cuando dos sacerdotes intentaron torturarle para poder aclarar estos puntos en concreto. —¡¿Cómo?! —exclamaron Reda y Mark al mismo tiempo. Por una vez, Robin se limitó a fruncir el ceño. —Gracias a la intuición de Mike, pudimos llegar a tiempo antes de que el profesor sufriera mayores daños —explicó Eitan—. Es por esa razón que se ha convocado una reunión urgente entre los Ejecutores disponibles.

—El profesor O’Donnell no es un traidor de la raza —afirmó Césaire de repente—. He visto cómo rechazaba una oferta económica de Santa Croce por los daños ocasionados. Además, está claro que la O.V.O.M. quiere a la chica. — El impresionante cazavampiros clavó su mirada en la de Yanes—. Usted dijo que quería algo más de la Liga. ¿El qué? El profesor puso sus manos sobre la mesa con firmeza y paseó su mirada sobre los distintos rostros de los Ejecutores. —No quiero dinero, pero necesito vuestra ayuda para encontrar a Diane, la joven de veinte años que ha sido secuestrada, al parecer, por otros vampiros. Esa chica es muy importante porque… —¡Y tanto que lo es! —lo interrumpió Julen, afirmando con la cabeza—. Ha sido capaz de fulminar al vampiro que mató a nuestro compañero Wick y por eso la quiere la O.V.O.M. —Al parecer, la chica es un híbrido de vampiro y de humano —comentó Mike sin mirar a Yanes, quien decidió no seguir hablando para escuchar a los Ejecutores. —Pero Kamden dijo que los Dhampyrs no existían —dijo Mark frunciendo el ceño. —Por lo visto, la O.V.O.M. tiene más información que nosotros —murmuró Eitan, reflexionando en voz alta. Yanes no pudo seguir callado. —¿Y vais a dejar que esos sacerdotes fanáticos encuentren a Diane para torturarla como intentaron hacer conmigo? —preguntó, inclinándose sobre la mesa. —Por supuesto que no, profesor O’Donnell —dijo la voz de un hombre detrás de él. Los Ejecutores se levantaron de sus asientos y Yanes empezó a darse la vuelta—. La O.V.O.M. ha ido demasiado lejos y vamos a hacer todo lo posible para que no se salga con la suya. El profesor quedó frente a un hombre alto y moreno bastante joven, de ojos azules y de rostro agradable, vestido con un traje de chaqueta de raya diplomática y corbata que le daban un aire inconfundible de abogado. —Hola, soy Less MacKenzie, Miembro Permanente del Sector Norte —dijo el hombre con un leve acento escocés, estrechándole la mano—. Permítame presentarle a mi compañera Veronika Semjonova, Miembro Permanente del Sector Este —continuó, señalando a la mujer de pelo castaño que lo acompañaba y que él saludó—. Lamentamos mucho lo ocurrido en nuestras instalaciones y tomaremos todas las medidas pertinentes para solucionar este problema.

Less MacKenzie miró a sus subordinados. —Agentes, sentaos. Mientras los cazavampiros obedecían, Less MacKenzie se situó a la cabeza de la mesa con Veronika Semjonova a su derecha, pero no se sentó. —Hoy vamos a tomar una decisión difícil y drástica que alterará el funcionamiento interno de la Liga, después de escuchar atentamente el relato de los acontecimientos de hoy por la agente Santana y por el profesor O’Donnell. —Los ojos azules de Less brillaron con determinación—. Dicha decisión también afectará a los Ejecutores que están cumpliendo una misión y les pondremos al corriente en cuanto vuelvan a esta sede. Tenéis derecho a opinar y si no estáis de acuerdo, podréis abandonar esta sala en cualquier momento sin ninguna consecuencia en relación con vuestro cargo. Los demás Ejecutores también tendrán ese derecho y lo podrán ejercer de la misma forma a su vuelta. ¿Empezamos? Los Ejecutores asintieron, conscientes de que estaban viviendo un momento delicado y complicado de la historia de la Liga de los Custodios. El agente Ariel entró en los servicios, vigilado de cerca por dos agentes altos y musculosos que parecían dos porteros de discoteca. —Tiene dos minutos —le indicó el primero de los dos, con una mirada hosca, mientras cerraba la puerta de una de las cabinas para hacer sus supuestas necesidades. El agente Ariel cerró los ojos y alteró una milésima de segundo el espacio y el tiempo para reunirse con la persona que le daba las órdenes. Reapareció en un lujoso despacho situado en lo alto de un rascacielos de Hong-Kong y con vistas a la ciudad. Era noche cerrada y el despacho estaba tenuemente iluminado gracias a la luz que provenía del ser, situado delante de una de las ventanas, y que miraba la ciudad con impasibilidad. El agente Ariel abrió la boca y un sonido extraño y agudo reverberó por toda la sala. —Es perfecto —dijo el ser sin darse la vuelta, y su voz sonó tan hermosa como el sonido del cristal más puro—. Informaré a nuestro Hermano de ese significativo progreso. Ahora, la Liga quedará dividida y una parte colaborará con los hijos de los Condenados tal y como lo habíamos planificado. Durante un tiempo serás el presunto culpable de todo lo ocurrido, Hermano Ariel, para que Betany quedé libre de carga y pueda seguir actuando en el seno de la Liga.

El ser de rostro joven y perfecto esbozó una sonrisa fría como la muerte. —¡Es tan fácil manipularlos que se vuelve muy aburrido! Nos llevarán hasta la Doncella sin que tengamos que intervenir directamente. Pequeños destellos de luz blanca lograron escapar de su cuerpo como si fuesen rayos de sol. —La Sangre de Dios no puede permanecer ni con los demonios ni con los hijos de los Condenados. Tiene que permanecer con nosotros, sus verdaderos hijos.

Capítulo trece —¿Quién quiere formar parte de ese grupo de trabajo que deberá colaborar con los vampiros, en caso de que fuese necesario, para encontrar a esa joven? — preguntó Veronika Semjonova al final de la reunión. Todos los Ejecutores levantaron la mano, todos salvo Mike. Micaela Santana tenía muchas dudas y esas dudas la corroían como si fuesen ácido en estado puro. Había analizado metódicamente todo lo que se había dicho en esa reunión; había sopesado los pros y los contras; había admirado profundamente el temple y la intensa convicción trasmitidos por cada una de las palabras pronunciadas por Yanes O’Donnell. Entendía todo lo que conllevaba esa decisión de formar un pequeño grupo experimental para ver si era posible llevarse bien con algunos vampiros. Sabía que era una especie de fisura dentro de la solidez de la Liga, pero que era necesaria para lograr encontrar a esa chica que era tan importante para todos. Ella también quería encontrarla antes de que esos vampiros desconocidos le hiciesen algo irreversible. Pero Mike no podía borrar todo su pasado de sufrimiento y de anhelante venganza de un plumazo. No podía estrechar la mano de un vampiro con una sonrisa después de haberse pasado años intentando erradicarlos a todos para siempre. Entendía los matices existentes y sabía que había que hacer compromisos a veces para lograr algo; pero ella era de una sola pieza y siempre le habían gustado las líneas rectas. Sin embargo, no era solo su futuro el que estaba en juego, sino el de todos esos hombres y mujeres valientes con los que ella trabajaba a diario. Y también el de esos ciudadanos anónimos por los que ella luchaba. No podía ser egoísta y pensar solo en ella y en su deseo de venganza. Tendría que ponerlo de lado durante un tiempo. —Será temporal. Solo el tiempo necesario para encontrar a esa chica — añadió Less MacKenzie percibiendo su reticencia. Necesitaba a Micaela Santana. Era una de los mejores cazavampiros, al igual que su hermano. La mirada de Mike se cruzó con la de Yanes y el joven profesor esbozó una dulce sonrisa como si entendiera sus razones y sus dudas.

No se había mostrado rencoroso respecto a los abusos de la O.V.O.M. y había dejado bien claro en su exposición que esa chica, esa Diane, era muy importante para él y que, si la Liga no le prestase su ayuda, se las arreglaría él solito para encontrarla. ¿Habría algo más entre el hermoso profesor y su exalumna? Mike no tenía ni idea de dónde había salido esa pregunta en su cabeza ni por qué le había propiciado un fuerte ataque de celos. No podía bajar la guardia en esa lucha consigo misma para no desear a ese hombre y tenía que volver a esconderse detrás de la barrera protectora que había erigido entre ellos. A pesar de sus dudas, su voluntad de no avalar lo que se había propuesto hacer la O.V.O.M. en la Liga se impuso sobre el resto y, finalmente, levantó la mano. —Insisto en que cada uno de nosotros pueda abandonar ese grupo en cualquier momento y sin dar explicaciones —puntualizó, sin embargo. —Por supuesto, agente Santana. Esa condición se respetará al pie de la letra —afirmó Less MacKenzie. —Tenéis descanso hasta que los demás Ejecutores vuelvan y tomen sus propias decisiones —recalcó Veronika Semjonova, dando la señal que ponía fin a la reunión. Los Ejecutores se levantaron y empezaron a salir de la sala de conferencias. —¿Vamos a comer algo? —preguntó Julen, volviendo la cabeza—. ¡Tengo un hambre atroz! —¡Qué raro! —soltó Césaire con una mueca. —¿Podríamos ir todos juntos al cine para conocernos mejor? —propuso Robin con una sonrisa. Julen dejó de hablar y se dio la vuelta hacia él. —¡Preferiría ir a misa antes que ir al cine contigo, chaval! —exclamó despectivamente. —¡Jul, cierra la boca y sal de aquí antes de que te dé un porrazo por antipático! —lo regañó Césaire, empujándolo hacia la puerta. El vasco refunfuñó y salió meneando la cabeza. —¿Por qué no hacemos una partida de póker? —preguntó Mark, dejando pasar a Reda con caballerosidad, todavía picado por el comentario de la buena educación. —Porque siempre ganas, surfista —dijo Eitan detrás de él. —No, no siempre. A veces me gana Mike.

—No, Mark. A veces te dejas ganar por ella y no es lo mismo —puntualizó Reda, guiñándole un ojo. El australiano esbozó su famosa sonrisa Colgate que dejaba ciego a cualquiera por su blancura. Yanes sonrió después de escuchar esos piques más propios de un grupo de adolescentes. Parecía ser un grupo muy unido, si se ponía de lado el mal rollo que había captado entre el joven vasco y el joven norteamericano con cara de niña. Confiaba en que esos Ejecutores dieran con el paradero de Diane lo antes posible. —Profesor O’Donnell, ¿podría esperarme aquí un minuto? —le preguntó Less MacKenzie mientras se levantaba de su sillón—. Me gustaría que me acompañara hasta mi despacho privado, pero tengo que puntualizar algo con mi compañera antes. —Muy bien. —Yanes terminó de levantarse y fijo su mirada en la de Less—. De todos modos, no tengo a dónde ir —recalcó con cierta seriedad. Less MacKenzie sonrió. —Quiero hablar de eso y de otras cosas con usted. ¿Le parece bien? Yanes asintió, preguntándose de qué otros temas querría hablar con él. Less MacKenzie y Veronika Semjonova salieron seguidos por Mike, que era la última cazavampiros en salir puesto que se había demorado a propósito para saber qué era lo que iba a ocurrir con el profesor. Bueno, estaba sano y salvo, y Less MacKenzie se iba a encargar de que no le pasara nada más. No había necesidad de quedarse ahí plantada como una tonta. Los demás la esperaban y si no la veían salir, iban a volver en breve a por ella. Mike se encaminó hacia la puerta sin pensamientos de detenerse, pero cuando pasó cerca de Yanes, este la agarró de la muñeca con suavidad. Ella se paró en seco y lo miró. El calor empezó a subir lentamente por su brazo y el olor de su colonia llegó hasta sus fosas nasales. Cuando su corazón empezó a latir con más fuerza, intentó imaginarse una pared tan alta como el Coliseo romano para no ceder a su deseo de besarlo. —Gracias por tomar la decisión de ayudarme. —Yanes sonrió y, sin darse cuenta, su pulgar acarició la piel de su muñeca—. Sé que ha sido muy difícil para ti y te puedo asegurar que puedes confiar en Gawain y en los vampiros que viven con él. Mike se quedó hipnotizada por su hermosa mirada y su voz de suave acento. ¿Por qué ese hombre era diferente a todos los demás? ¿Qué poder tenía sobre ella para que se sintiera tan indefensa frente a él?

—Entiendo tus reticencias y sé cómo te sientes —siguió Yanes acercándose a ella movido por un impulso que no entendía—. Conozco muy bien esa sensación de que el mundo se ha vuelto del revés… Tenía ganas de estrecharla contra él y de besarla con suavidad. A pesar de su fortaleza, parecía frágil y tan asustadiza como un cervatillo a punto de escapar. La había observado con atención cuando había tomado esa decisión tan difícil y se había sentido extrañamente orgulloso ante tanta valentía y abnegación. Micaela Santana no estaba de acuerdo con el giro de los acontecimientos, pero sabía poner de lado sus sentimientos por el bien común de su grupo; y eso era digno de admiración. Yanes miró con creciente adoración ese rostro en forma de corazón, esa boca llamativa y deseable, y esos ojos del color del caramelo caliente y apetecible. ¿En qué momento había pensado que Cassandrea era más hermosa que ella? No había nadie más hermoso que Micaela Santana para él; nadie más fuerte y vulnerable al mismo tiempo; nadie que necesitara más su apoyo y su cariño. Había deseado con locura a Cassandrea, pero ella pertenecía a otro mundo y no era para él. La vampira siempre lo había sabido y por eso lo había alentado a que no dejase de buscar a otra persona, a que no dejase de amar después de conocerla. Lo más probable era que ella ya supiera que había otra persona esperándolo en su camino; otra persona en su destino. Una guerrera de ojos ardientes, llena de contradicciones. Una mujer de doloroso pasado a la que ayudar. Una mujer con una herida muy parecida a la suya, a la que amar y defender para toda la vida. Yanes estaba harto de ser un hombre razonable y de intentar hacer lo correcto. La vida le había quitado demasiadas cosas como para despreciar lo que podía darle. Y tener una relación, o lo que fuera, con Micaela Santana parecía ser una de ellas. Todo podía cambiar en un minuto. Era inútil ir despacio y hacerse preguntas. A veces, era mejor actuar que pensar. Mike vio cómo el deseo y la determinación iluminaban la mirada de Yanes, volviéndola aún más hermosa, y se sintió totalmente perdida. Ella también quería olvidarse de todo con él y ceder, pero tenía miedo, miedo de su propia fragilidad. «¡Pared, Mike, pared! ¡Piensa en la maldita pared! Solo los más fuertes sobreviven en este mundo», se ordenó mentalmente.

En el momento en que Yanes se inclinaba hacia ella, acercando esa boca tan tentadora, se echó para atrás y se liberó con un movimiento seco. —Usted no me conoce, profesor, y no necesito su psicoanálisis —recalcó de forma mordaz—. Hago esto porque es mi trabajo y punto. Yanes suspiró y la irritación sustituyó al deseo en su mirada. Siempre que pensaba que Micaela Santana era también una mujer frágil, ella se las apañaba para plantarle las uñas. Sabía muy bien por qué actuaba así: tenía miedo de su deseo y de lo que podría llegar a sentir. —Me da la impresión de que me tiene mucho miedo, agente Santana. —No pudo evitar provocarla con una sonrisa irónica. —¿Miedo? ¿Miedo de usted? —Mike le dedicó una mirada peligrosa. Sin previo aviso, Yanes puso sus dos manos en su cintura y la pegó contra él. —Miedo de lo que pueda sentir por mí —murmuró contra su boca, pero sin besarla. Mike abrió mucho los ojos e hizo todo lo posible para no retroceder, aunque, en realidad, tenía ganas de besarlo. Luchó consigo misma e hizo caso omiso de la pequeña voz que la impulsaba a ceder a su deseo. ¡Dios, era tan difícil resistirse! Su boca estaba a apenas un centímetro de la suya y tenía sus bellas y fuertes manos en su cintura, provocándole un delicioso calor. Sería tan fácil ceder y volver a ser una mujer normal con sus miedos y sus deseos de sentirse protegida; volver a ser una mujer que desea a un hombre sin cuestionarse si está bien o está mal. Pero si cedía, no podría volver a ser fuerte nunca más. No podría volver a luchar nunca más. Y ella había elegido su destino hacía muchos años. El profesor O’Donnell no podía formar parte de su vida. No había sitio para el amor en ella; solo había sitio para la venganza. No podía darse un revolcón con él y olvidarse del tema porque sabía que él era diferente a los otros hombres. Mejor cortar por lo sano, aunque doliese. Mike hizo un movimiento brusco y rápido, y empujó a Yanes en el sillón. —Usted debería tener miedo de mí, profesor —dijo, inclinándose hacia él y lanzándole una mirada gélida mientras Yanes la miraba atrapado entre el desconcierto y el enfado—. Y no se confunda: yo no soy la vampira Cassandrea. —Ese punto me parece bastante claro —enfatizó Yanes tensando la mandíbula. La tensión era palpable entre ellos dos, pero, de repente, la puerta se abrió de golpe y Julen asomó la cabeza.

—Ey, Mike, ¿qué haces? —El vasco no fue más allá del umbral, consciente de la tensión reinante—. ¿Pasa algo? —Nada. Ya me iba —contestó ella, empujándolo con suavidad para que pasara delante de ella. Julen enarcó una ceja dubitativa, pero salió de nuevo al pasillo. Mike le echó una última mirada gélida a Yanes, que le dedicó una sonrisa tirante, y se fue. Este suspiro de nuevo y se frotó la cara con las dos manos. ¡Había conocido rompecabezas más simples que Micaela Santana! ¿Por qué tenía que gustarle tanto precisamente esa mujer? Intentaba centrarse en la búsqueda de Diane y pensar en otra cosa, pero cuando estaba con ella se olvidaba de todo lo que no era ella. Sin embargo, había quedado bastante claro que, otra vez, no estaba eligiendo el camino correcto. Intuitivamente, había descubierto que ella tenía miedo de sus sentimientos porque la hacían sentir vulnerable. No había sido muy difícil para él llegar a esa conclusión dado que había pasado por una etapa similar cuando habían asesinado a su hija. Él había elegido el alcohol para ocultar esa vulnerabilidad y Micaela se estaba escondiendo detrás de su trabajo y de su venganza. Por experiencia propia sabía que no podía presionarla demasiado y, de hecho, estaba bastante sorprendido de ver con que fuerza y rapidez había crecido su deseo por ella. Era como si hubiese encontrado en ella todo lo que llevaba años buscando sin saber. No era el mejor momento y la situación era lo suficientemente delicada y peligrosa como para pensar en otra cosa. Pero era una realidad que no podía eludir: deseaba con pasión a Micaela Santana y quería algo más con ella. El problema añadido era que no solo se trataba de deseo. Era algo mucho más poderoso que no se atrevía a nombrar todavía. —¿Whisky, profesor O’Donnell? —preguntó Less MacKenzie, poniendo otro vaso sobre la mesa del minibar de su despacho privado. —No, gracias. No bebo alcohol —contestó Yanes, sentado en el mullido sofá de cuero. —En circunstancias normales, yo tampoco. Pero esta noche, no estoy en contra de un buen escocés. Mientras Less MacKenzie se aflojaba la corbata y daba un pequeño sorbo a su bebida, Yanes recorrió la estancia con la mirada.

El despacho de muebles oscuros estaba decorado con estilo sencillo y se respiraba un ambiente tranquilo de trabajo. La larga mesa del escritorio estaba llena de papeles bien ordenados y había un portátil cerrado en su centro. En el extremo derecho había varios cuadros con fotos y Yanes desvió rápidamente la mirada hacia otro lado cuando pudo atisbar el rostro sonriente de una niña de ojos claros. Volvió a sentir la habitual punzada de dolor en el pecho recordando a su hija asesinada y prefirió centrarse en el cuadro pintado colgado en la otra pared. Era el retrato de un hombre imponente de cabellos oscuros y con barba, vestido con el típico atuendo escocés de las Tierras Altas. El porte orgulloso del hombre y su mirada fiera le hicieron pensar en Gawain. El hombre del retrato, al igual que el vampiro, tenía pinta de ser un antiguo jefe de algún clan. ¿Habrían vivido en la misma época? ¿Se habrían conocido? Antes de que Yanes meneara la cabeza diciéndose que su curiosidad y su amor por la historia de la humanidad no tenían fin, Less MacKenzie contestó a sus preguntas no expresadas y dijo: —Es mi antepasado, Russell MacKenzie. Uno de los fundadores de la Liga. Yanes lo miró. —Fue el mejor amigo de Gawain, antes de que un vampiro desalmado lo convirtiera en lo que es ahora —siguió Less, dándole vueltas a su whisky—. Eran como hermanos, hasta tal punto que mi antepasado se iba a casar con su hermana… El rostro de Yanes mostró cierta sorpresa, pero no hizo preguntas. —Sí, la vida da muchas vueltas —Less sonrió—, y a veces son muy extrañas. ¿No le parece? —Estoy totalmente de acuerdo. Soy un buen ejemplo de ello —contestó él cruzándose de brazos. Less MacKenzie lo estudió con tranquilidad. —¿En algún momento usted tuvo miedo de que esos vampiros le hicieran daño? —le preguntó de repente, clavando su mirada azul en la suya. —No. Salvarme la vida para luego atacarme no suena muy lógico. —Son criaturas que pertenecen a otra esfera distinta a la nuestra. No piensan con nuestra lógica y muchos no tienen sentimientos. —Quizá los vampiros que usted conoce, pero no los que yo conozco — recalcó Yanes entrecerrando los ojos. Less MacKenzie le dio otro trago a su bebida. —Es increíble. Usted piensa y actúa igual que mi antepasado.

—¿Y eso es malo? —En absoluto. —Less meneó la cabeza—. Él representaba el espíritu genuino de la Liga. Sabía diferenciar entre los vampiros degenerados y los demás y cuando su clan se añadió al grupo inicial de la primera Liga, supo imponer esa forma de ver las cosas. Los cazavampiros se beneficiaron de la ayuda de los vampiros que cumplían la ley. Gawain, por ejemplo, siempre ha ayudado al clan MacKenzie. Yanes frunció el ceño. —Entonces, ¿por qué se ha iniciado esa especie de guerra entre sus agentes y los vampiros? —Es complicado… —suspiró Less, antes de desplazarse hasta su escritorio. Se apoyó contra él, terminó su whisky y dejó el vaso vacío cerca de las fotos. Cogió el cuadro de la niña —su hija seguramente— y lo acarició con el dedo, mirándolo con mucho amor—. ¿Usted tiene hijos, profesor? —preguntó sin previo aviso, levantando su mirada hacia él. Yanes tuvo la impresión de que acababan de darle una patada en el estómago. Intentó permanecer firme y no encogerse por el dolor casi palpable. ¿Por qué ese hombre había tenido que coger la foto de su hija de entre todas las fotos que había sobre su escritorio? —No hace falta que conteste a esa pregunta porque, seguramente, ya lo sabe todo de mí. ¿Su informe no era lo suficientemente detallado? —preguntó él con sutil ironía, rezando para que el dolor en su corazón remitiera rápidamente. Less soltó una pequeña risa. —Es usted un hombre muy inteligente, señor O’Donnell. No, no pedí tantos detalles sobre usted. Solo me interesé por su trabajo y por su forma de pensar. Era la información más importante para nosotros en aquel momento. —Less lo miró con un brillo inquisitivo en los ojos—. El hecho de que usted dejara su puesto en la universidad de Oviedo está ligado a un acontecimiento desagradable, ¿verdad? Yanes se tensó, pero decidió contestar con la verdad. Era una estupidez pensar en mentir ya que esa gente era capaz de sacarle toda la información que quisiera. Le daba igual hablar de su vida, pero no estaba dispuesto a revelar cosas sobre los vampiros de Sevilla. —Si el hecho de que un bastardo desalmado viole y asesine a tu hija de cinco años se pueda considerar como un «acontecimiento desagradable», entonces sí, lo fue. La mirada de Less mostró sorpresa y luego remordimiento.

—Lo siento mucho —dijo con seriedad—. Yo también tengo una hija y entiendo su sufrimiento. —Less dejó el cuadro de su hija en la mesa y se cruzó de brazos. Se había quitado la chaqueta y se había remangado la elegante camisa —. Como ha podido comprobar usted mismo, la Liga tiene un serio problema interno. Hay mucho odio y rencor acumulado a través de los siglos respecto a los vampiros, y las nuevas generaciones de cazadores no saben y no quieren hacer diferencias entre ellos. Además, la nueva directiva los alienta a ello y recluta principalmente a jóvenes que han perdido a un ser querido a manos de un vampiro. Lo que no fomenta precisamente la tolerancia. Less se interrumpió y esbozó una amarga sonrisa. —Esa división llega también a mi propia familia. Mi hermano pequeño es uno de los mejores cazavampiros y su odio hacia ellos no conoce límites y lo está destruyendo lentamente. Yanes lo miró con cierta perplejidad. —Se pregunta por qué le estoy explicando todo esto, ¿verdad? —preguntó Less. El profesor asintió y dijo: —Soy un civil y supongo que no debería estar al tanto de los asuntos internos de su organización. —Sin embargo, usted está implicado y ya ha tomado una decisión. Ha estado rodeado de criaturas de las que solo se hablan en leyendas folclóricas o en libros de terror, y supo hacer la diferencia entre la verdad y los tópicos que pululan sobre ellos. Usted logró ser imparcial en circunstancias que no lo eran. —No fui imparcial —intervino Yanes—. Intenté salvar a Diane del ataque de un vampiro y lo volvería a hacer cien veces. Y ahora no pienso abandonarla, sean cuales sean las consecuencias. Esa joven es muy importante —insistió él, enfatizando cada palabra. Less MacKenzie guardó silencio y se acarició la barbilla, pensativo. Después de un buen rato, soltó un suspiro y dijo: —Seré sincero con usted, profesor O’Donnell. La Liga lleva funcionando como organismo funcional desde el año mil y durante los primeros siglos de su puesta en marcha, se dedicó a recopilar información sobre los vampiros, aunque nunca logró adentrase en su Sociedad. En más de mil años, nunca se ha dado el caso de un ser híbrido, mezcla de lo humano y de lo vampírico. ¿Sabe por qué? —Less se volvió a cruzar de brazos—. Porque los vampiros no pueden tener hijos de forma biológica.

—Sí, lo sé —lo interrumpió Yanes esbozando una sonrisa sarcástica—. La agente Santana ya se ha encargado de darme algunos detalles sobre este tema. —Según una leyenda encontrada en uno de los primeros manuscritos redactados sobre los vampiros en la Roma cristiana —siguió explicando Less—, Dios condenó a estos seres a no tener descendencia de forma natural. Podría tratarse de una mera leyenda, pero lo cierto es que nunca ha habido niños pequeños o bebés entre los vampiros. La vampira más joven que conocemos tiene la apariencia de una adolescente y, sin embargo, fue convertida durante el Imperio romano. Por eso nos resulta muy complicado catalogar a esa joven llamada Diane, sobre todo después de lo que pasó en la universidad de Sevilla con ese vampiro. Eso fue… ¡espectacular! Y créame cuando le digo que estamos acostumbrados a ver cosas sorprendentes todos los días. La mirada verde de Yanes se oscureció. —¿Eso significa que piensan abandonarla a su suerte? Less negó con la cabeza. —Todo lo contrario. Debido a su peculiaridad excepcional y al hecho de que la O.V.O.M. haya metido las narices donde no debía y que parece interesarse mucho por ella, vamos a lanzar la mayor operación de búsqueda y de rescate jamás emprendida en el seno de la Liga. Pero para eso necesito más información sobre esa chica. Yanes meneó la cabeza. —No tengo más información que la que ya os he dado. —Eso es como buscar una aguja en un pajar… —Tendréis que colaborar obligatoriamente con los vampiros. Con Gawain. Less sonrió. —Yo no tengo ningún problema en volver a colaborar con él. Sin embargo, la operación de rescate no cuenta con el visto bueno de los demás Miembros y por eso se tendrá que llevar a cabo de forma casi… clandestina. —Less hizo una mueca—. Siendo abogado no es una fórmula que me guste mucho. Pero no estoy dispuesto a seguir las directrices impuestas por la O.V.O.M. y su deseo de volver a la Inquisición. Utiliza el falso pretexto de que combatimos criaturas extraordinarias, y según ellos demoníacas, para imponer su visión radical de las cosas. —Si me permite la pregunta, ¿por qué la Liga consiente tal intromisión? Less volvió a suspirar. Parecía bastante agobiado. —La O.V.O.M. es muy poderosa —contestó de forma misteriosa—. Demasiado poderosa…

Yanes se levantó del sofá, incapaz de quedarse tranquilamente sentado por más tiempo. —Si conseguimos rescatar a Diane, no pienso dejarla en manos de esa gente —dijo con firmeza. —De momento, y a pesar de que nuestro presidente parece estar encantado con la ayuda de la O.V.O.M., mi compañera y yo no estamos dispuestos a que esos sacerdotes hagan lo que quieran con nuestros rescates. —Less sonrió de forma tranquila—. No tocarán ni un pelo de esa joven, se lo aseguro. Esa respuesta no pareció tranquilizar a Yanes, que tensó la mandíbula. —¿Qué siente por ella? —preguntó Less observando su reacción. El profesor entrecerró los ojos. No podía olvidar que ese hombre era un abogado y que estaba acostumbrado a sacar información como si nada. Y daba igual que empezara a caerle bien por su forma directa de plantear las cosas. —Como usted mismo dijo, es una joven excepcional. Es generosa y saca lo mejor de las personas, y la quiero como a una hermana pequeña. No hay nada más que una gran amistad entre nosotros, pero para mí esa amistad significa muchísimo. Less lo miró con renovado interés. Ese profesor O’Donnell había resultado ser una agradable sorpresa: era inteligente y culto, hablaba varios idiomas a la perfección y era capaz de distinguir entre el bien y el mal. La vida no lo había tratado bien, pero, sin embargo, no había odio en él. Su mirada verde estaba llena de sabiduría y no dudaba a la hora de actuar, incluso en circunstancias que se salían de lo normal. Era un hombre demasiado valioso como para dejarlo irse sin más. Claro que él no se iría antes de haber encontrado a esa joven, pero Less estaba considerando la posibilidad de proponerle algo que lo interesara lo suficiente como para quedarse con él en el Sector Norte. El futuro era más incierto que nunca y Yanes O’Donnell podía convertirse en un elemento unificador entre los vampiros y los cazadores. —Es usted un fiel amigo con el que se puede contar, señor O’Donnell. ¿Qué piensa hacer una vez que encontremos a Diane? ¿Piensa volver a enseñar en la universidad de Sevilla? Yanes enarcó una ceja con sorpresa. —No, he presentado mi dimisión. Pensaré en mi futuro cuando Diane esté sana y salva. —Eso le honra, profesor. Sin embargo, hay un problema legal en cuanto a su presencia en el seno de la Liga. —Less dio la vuelta al escritorio, acercó una

silla de cuero y se sentó en su sillón—. Siéntese, por favor —indicó señalando la silla que había colocado en el sitio donde se había apoyado antes. Yanes obedeció sin dejar de fruncir el ceño. —Como usted recalcó antes, un civil no puede andar suelto en nuestras instalaciones a menos que sea una víctima o que trabaje para nosotros —explicó Less cruzando las manos—. Su caso es un poco diferente, pero si quiere quedarse entre nosotros para ayudar en las tareas de búsqueda como se ha propuesto, tendrá que hacerlo amparado con un contrato legal que le una a la Liga. —Less sonrió y la expresión de su rostro se relajó considerablemente—. ¿Le gustaría convertirse en nuestro nuevo Investigador Vampírico? —¿En qué consiste ese trabajo? —preguntó Yanes, apoyando su cabeza sobre su puño cerrado. Less abrió un cajón y sacó lo que parecía ser un contrato con varios folios explicativos. —Básicamente, usted tendría que buscar y comprobar nueva información sobre los vampiros y catalogarla en nuestros archivos. Se le facilitaría cualquier medio de transporte para recorrer el mundo en busca de esa información y podría crear nuevos campos de investigación sobre los vampiros y su comportamiento. —¿Y dónde está el truco? —preguntó Yanes con una sonrisa ladeada. Less se recostó en el sillón. —En la búsqueda de Diane, usted no podrá intervenir directamente y tendrá que quedarse en la sala de control de la operación. —La expresión de MacKenzie se volvió muy seria—. Además, si no acepta este contrato no podrá quedarse en la Liga. Y le aviso que la duración del contrato es de un año mínimo… Hubo un momento de silencio. —¿Qué me dice? —dijo Less finalmente. —Que usted es un buen abogado —soltó Yanes con una sonrisa sarcástica. Less soltó una carcajada. —¡El mejor de Gran Bretaña! Pero no pretendo engañarle, solo exponerle la realidad de este mundo. El profesor lo miró con expresión dubitativa y cogió el contrato para echarle un vistazo. —Tiene veinticuatro horas para darme su respuesta —añadió Less—; el tiempo que tarden los otros Ejecutores en volver de sus respectivas misiones. Yanes levantó la vista del contrato y clavó su mirada en la suya. —Usted sabe perfectamente que ya he tomado mi decisión.

Less asintió y le sonrió con amistad. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de encontrar a Diane. Incluso firmar un pacto con el diablo si fuese necesario. Un año de su vida no era nada en comparación con lo que ella podría estar sufriendo en ese preciso momento, y todo era poco para asegurarse de encontrarla sana y salva. Además, su vida había dado un giro radical y no había vuelta atrás. Había pensado en dedicarse a la arqueología y quizás ese nuevo trabajo fuese una forma de encontrar datos hasta ahora desconocidos de los vampiros. Datos que podrían acercar la raza humana y la raza vampírica. Sin embargo, en ese momento no le preocupaba todo eso. Su prioridad seguía siendo la seguridad y el bienestar de Diane. —Lograréis encontrarla, ¿verdad? —preguntó sin vacilar. —Utilizaremos todos los medios a nuestro alcance y colaboraremos activamente con los vampiros —afirmó Less con fuerza. —Entonces es suficiente para mí. Yanes cogió una pluma que estaba sobre el escritorio y empezó a firmar el contrato que lo convertía en empleado de la Liga de los Custodios durante un año entero. No había nada que plantearse o nada que estudiar con detenimiento. No había tiempo que perder y Diane valía todos los contratos del mundo. * * * La boca femenina se deslizó por su mejilla hasta llegar a su cuello. Cuando sintió su lengua y el roce de sus colmillos en su yugular, no pudo evitar estremecerse entre miedo y excitación. Sí, a pesar de todo estaba muy excitado y más duro que una piedra. —Tranquilo —murmuró ella contra su cuello, lo que le provocó un nuevo escalofrío—, no he venido a por tu sangre. Solo te quiero a ti. Ella hizo un movimiento y clavó su hermosa mirada oscura en la suya. —¿Eso es lo que quieres? —le preguntó suavemente. —Es una locura, pero, sí, es lo que quiero —contestó él esbozando su habitual sonrisa torcida. Cogió su mano y se la llevó a la entrepierna—. ¿Te parece que tengo elección? Ella se rio y fue un sonido exquisito. Él la miró, preguntándose si los de su especie se lo montaban igual que los humanos.

—El placer sigue siendo el placer —dijo ella leyéndole el pensamiento. Sus manos empezaron a bajar por su torso desnudo y él notó que ya no eran tan frías como antes. Aguantó para no gemir de desesperación—. Y recuerda que fui humana antaño. Él abrió la boca para preguntarle cómo era su vida antes de su conversión, pero ella le dio un lametazo en el pezón y él ya no pudo pensar con claridad. Era una locura. Estaba totalmente indefenso y a su merced. Ella podía cambiar de opinión y plantarle los colmillos hasta dejarle sin vida. Sin embargo, él confiaba en ella. Sabía que podía confiar en ella. —Deja de pensar, maldito cabezota —le ordenó ella en tono juguetón—. Solo disfruta de las sensaciones… Lo ató a la cama en un abrir y cerrar de ojos y él lo aceptó sin oponer resistencia. Después de todo, había maneras más horribles de morir. No volvió a pensar porque una urgencia desconocida se apoderó de su cuerpo y de su mente. Estaba experimentando descargas eléctricas por todo el cuerpo por culpa de sus labios y de sus manos. Cuando esa boca se cerró alrededor de su miembro, más duro que nunca, pensó que se iba a morir de placer. Pero se equivocaba porque cuando ella se sentó sobre él y lo introdujo en su interior para luego montarlo rítmicamente, el placer aumentó hasta límites insospechados. ¡Dios! Era como tocar el cielo con la punta de los dedos. —Mírame a los ojos, cazavampiros —ordenó ella con voz de sirena mientras él se sacudía, presa de un orgasmo demoledor—. ¿Todavía quieres cortarme la cabeza? Él jadeó e intentó tomar una gran bocanada de aire para poder contestarle, pero un pitido desagradable empezó a sonar y le taladró el cerebro. El volumen del sonido aumentó cada vez más hasta volverlo loco y borró todas las sensaciones placenteras que acababa de experimentar. —¡Vaya mierda! —El puño de Kamden MacKenzie destrozó el despertador made in China, situado a su derecha, que acababa de arrancarle sin piedad de uno de los sueños más raros y eróticos que había tenido en su vida. Se incorporó demasiado rápido en su cama y gruñó al poner una mano sobre sus costillas fracturadas y vendadas por la enfermera del equipo de reconocimiento de la Liga.

Bueno, dolían un poco, pero no tanto como su nariz. Esa zorra sádica se había despachado a gusto y ahora tenía una tocha voluminosa en medio de la cara. Voluminosa y llena de colores feos… Kamden resopló y se estiró levemente. ¡Gajes del oficio! Se levantó poco a poco y, cuando estuvo de pie, se pasó una mano por la nuca dolorida. Estaba envejeciendo a pasos agigantados porque no se recuperaba tan fácilmente como antes, y eso no era bueno en su mundo. Pero también era cierto que él era uno de los pocos cazavampiros que aceptaba varias misiones seguidas, lo que no facilitaba el proceso de recuperación. Sonrió sardónicamente. Se merecía ampliamente su reputación de calavera y de cabezota, y le iba a costar mucho cambiar esa imagen. Pero tenía que hacerlo. Tenía que aceptar que muchas cosas iban a cambiar en breve porque el movimiento ya estaba en marcha. Mientras se dirigía al cuarto de baño de su piso blindado situado en el centro de Ámsterdam, pensó en la bienvenida un tanto extraña que había tenido a su regreso a la Liga dos días atrás. Enseguida se había percatado del ambiente raro y sofocante que reinaba entre sus compañeros, pero había preferido no abrir la boca y seguir el protocolo que le obligaba a tener un reconocimiento médico. Una vez vendado e instalado en una cama por seguridad, había recibido la visita de Mike, Césaire y Julen quienes se habían encargado de confirmarle que algo gordo había pasado, pero sin darle más explicaciones. Kamden había captado la indirecta: de momento era mejor no hablar más sobre el tema por prudencia. Se había quedado pensativo, observando el comportamiento anormal de Mike que daba señales de nerviosismo y de preocupación. Su rostro se había vuelto hermético cuando le había preguntado por el rescate de Sevilla, lo que no dejaba de ser llamativo dado que se llevaba a las mil maravillas con ella y que compartían mucha información. Siempre habían tenido una gran complicidad, exenta de cualquier rollo sexual a pesar de la belleza de la Ejecutora. Sí, algo extraño había ocurrido entre las paredes de la Liga. Kamden prefirió esperar porque ya había tenido su lote de cosas raras y la confusión seguía reinando en su cabeza. Habló de todo y de nada con sus compañeros hasta que el médico ordenó que tenía que descansar. Entonces cerró los ojos y durmió un poco. Cuando se despertó, una leve exasperación mezclada con un incipiente cariño se apoderó de él frente a su nueva visita.

La admiración exuberante que Robin Garland sentía por él era como un molesto grano en el culo, pero Kamden tenía que reconocer que empezaba a encariñarse con ese chico con cara de niña. La amistad no estaba prohibida por la Liga, pero resultaba peligrosa para poder desempeñar eficazmente su función; sobre todo si se trataba de salvarle el culo a alguien tan inapropiado como cazavampiros como aparentaba serlo Robin. Aunque, bien era cierto, que él no había podido comprobar en persona todo el potencial del nene por falta de tiempo. Quizá resultara ser una buena sorpresa después de todo. De momento, su manera de mirarlo como si fuese un héroe le ponía de los nervios y conseguía despertar la mala leche de más de uno; sobre todo del vasco. —¿Te has perdido, chaval? —No pudo evitar ironizar al verlo. Como de costumbre, Robin no se enfadó por el comentario y sonrió. Una de dos: o bien era tonto o bien le resbalaba todo. —Me alegra ver que sus heridas no son graves, agente MacKenzie —dijo el chico con una sonrisa luminosa. Kamden resopló y contuvo las ganas de darle una patada en el trasero. Ese angelito despertaba su cariño y su exasperación a partes iguales. —Te he dicho mil veces que puedes tutearme, chaval. Somos compañeros, ¿lo recuerdas? De pronto el rostro de Robin adquirió tal seriedad que él se quedó impresionado. —Me temo que las cosas han cambiado. Kamden entrecerró los ojos, sorprendido muy a su pesar. ¿La ingenuidad de ese joven cazavampiros podría resultar ser una mera fachada? Su rostro parecía mucho más adulto ahora. —Explícate —le ordenó. —Todo viene ahí. —Robin disimuló un pendrive entre los pliegues de las sábanas blancas, sin dejar de sonreír de forma algo forzada. Kamden no era tonto y llevaba muchos años como Ejecutor, trabajando con métodos que se asemejaban mucho a los de un espía profesional. Sabía reconocer los signos que delataban que un sitio ya no era seguro. Y, al parecer, las instalaciones de la Liga acababan de convertirse en uno de ellos. —Espero que se recupere pronto —dijo Robin, alejándose hacia la salida—. Nos vemos, agente MacKenzie. Kamden lo había observado impasible y luego había conseguido esconder el chisme informático entre sus objetos personales.

Horas más tarde, una orden expresa de su hermano había posibilitado que su recuperación se hiciese en su domicilio particular en vez de tener que quedarse en el complejo médico. Lo que iba en contra de todas las normas establecidas. Guardó silencio y aguantó el dolor de sus costillas y de su nariz para no tener que quedarse en el seno de la Liga. Su hermano no solía abusar de su autoridad como Miembro Permanente del Sector Norte por cualquier tontería. Cuando llegó a su piso en el centro de Ámsterdam y pudo descifrar toda la información relativa a lo que había ocurrido en la Liga durante el desarrollo de su misión, entendió el porqué del extraño comportamiento de sus compañeros. Kamden volvió al momento presente y entró en la moderna ducha, después de quitarse con precaución el vendaje. Se quedó un rato largo debajo de la lluvia caliente que aliviaba sus doloridos músculos. Curas fanáticos que torturaban a gente inocente de su propia especie; peligrosos depredadores sanguinarios que se convertían en apoyos y amigos de la noche a la mañana… ¿Se había perdido el cartel que anunciaba que el mundo llegaba a su fin? Los lobos se habían convertido en corderos y los corderos en lobos. En esas circunstancias, era imposible no sentirse confuso y perdido. ¿Eso era lo que había percibido en Mike? ¿Confusión y miedo? Las cosas habían dado un vuelco de forma drástica y nunca volverían a ser las mismas. Adaptarse o morir. No había otra elección posible. Pero ¿cómo podía reaccionar una persona como Mike ante eso? ¿Una mujer huérfana que solo había conocido la Liga? Kamden entendía su preocupación y sus miedos mejor que nadie. Lo único que los mantenía vivos a los dos y los empujaba hacia delante cada día era su venganza contra los chupasangres. Y, de repente, se veían obligados a estrechar la mano que antes habían deseado cortar de cuajo. Era bastante difícil de encajar. Pero Mike tendría que hacerlo. Después de lavarse con lentitud, Kamden cerró el grifo y salió de la ducha. Se secó con la toalla y se situó frente al espejo colocado encima del lavabo blanco. —La vida es una puñetera mierda —murmuró a su reflejo, tras limpiar el vaho. Tenía la misma cara que un boxeador que hubiese recibido una soberana paliza. —Te estás haciendo viejo, MacKenzie. —Kamden meneó la cabeza, pero dejó de hacerlo cuando su nariz empezó a dolerle más.

Estaba vivo de milagro, gracias a la ayuda de unos vampiros. Una espléndida vampira, que despertaba en él un deseo irracional y arrollador, le había salvado la vida dos veces. Él también tendría que encajarlo. Salió del cuarto de baño y se dirigió hacia la habitación principal. Se volvió a vendar, gracias al kit de emergencias que todo cazavampiros tenía en su casa, y se puso ropa deportiva con sus zapatillas negras de deporte. Luego, vestido con su suéter y su chándal gris, se quedó sentado en la cama matrimonial, mirando la cómoda. Sintió el impulso de levantarse y de abrir el último cajón; un impulso que no había sentido en años porque había logrado desterrarlo de sus pensamientos con la fuerza de su voluntad. Al menos eso era lo que había creído durante todo ese tiempo. Kamden se levantó casi de un salto y huyó literalmente hacia la cocina. No era necesario abrir ese maldito cajón de nuevo. Sabía lo que se iba a encontrar. El rostro resplandeciente de Meag, su mujer. ¿Por qué, después de siete años, volvía a sentir esa necesidad de contemplar la foto apartada de su añorada esposa? ¿Le gustaba infligirse un dolor insoportable o qué? ¿O se trataba de algún mecanismo psicológico debido a su extraño sueño y a lo ocurrido con Vesper? Kamden se frotó la cara con las dos manos, confuso. En general, no le gustaba mucho pensar porque prefería actuar y no se le daba muy bien psicoanalizarse. Estaba acostumbrado a luchar, contra todos y contra sí mismo. Pensar no servía de mucho para lograr sobrevivir día tras día. Pero, ahora, las cosas estaban cambiando y no tenía más remedio que hacerlo. Tenía que reflexionar sobre su pasado y sobre los últimos acontecimientos. Se preparó un café extrafuerte y unas tostadas con mantequilla, pensando en lo que se avecinaba y en sus nuevas responsabilidades. El guaperas de Eitan no era uno de sus compañeros favoritos, pero era un genio informático: había logrado esconder en el pendrive un mensaje de su hermano que le proponía liderar el grupo de Custodios que iba a llevar a cabo la búsqueda de la muchacha de Sevilla y que, forzosamente, tendría que colaborar con los vampiros. Kamden no lo decía abiertamente y escondía sus sentimientos en su interior, pero sentía una tremenda admiración por su hermano. Era todo lo que él deseaba ser y, a veces, lo sorprendía más de la cuenta. No había tenido tiempo de contarle en privado lo que había pasado en Moldavia, pero era como si Less lo hubiese adivinado y por eso le confiaba a él la delicada tarea de llevarse bien con los chupas…, con los vampiros.

En otro momento de su vida habría declinado violentamente la oferta. Pero ahora se sentía diferente: se sentía con fuerza y con ganas de aceptar el reto. Llevarse bien con los vampiros no iba a ser moco de pavo ya que él también tenía serias dudas sobre esa nueva forma de relacionarse con ellos, pero era necesario intentarlo. Sí, tendría que volver a encerrar los fantasmas de su pasado en ese cajón si quería llevar a cabo esa difícil misión. Tendría que hacerlo para tener la oportunidad de salvarse de esa lenta autodestrucción que había empezado el fatídico día en el que había perdido a su mujer y a su hijo. No creía en el futuro. No tenía futuro y su única meta era vengar la muerte de sus seres queridos, y para lograrlo había apartado a su padre y a su hermano de su lado. Sin embargo, ahora se preguntaba si todo ese odio acumulado le había servido de algo. Había perdido a su padre para siempre y, por culpa de su actitud chulesca y testaruda, estaba logrando que su único hermano se alejara de él también. Cuando Less le tendía la mano, él se empeñaba en rechazarla de la forma más cruel posible. Kamden terminó su segunda tostada y apartó el plato, sumido en su intensa reflexión. ¿Qué había logrado con esa actitud? Nada. Nada más que sufrimiento y soledad. Su hermano nunca le había dado la espalda, pero él se había sentido tan desgraciado que había llegado a envidiar su felicidad y su buena suerte. Y eso era una actitud aberrante. ¿Acaso Less tenía la culpa de que unos vampiros degenerados hubiesen matado a Meag y al niño que esperaban? Nadie tenía la culpa, pero él había culpado a su familia de lo ocurrido y se había quedado solo por cabezonería. Amaba a sus dos sobrinos y, sin embargo, no los estaba viendo crecer. Un egoísta de mierda. Eso era él. ¿Qué pensaría Meag de esa actitud suya, ella que siempre se preocupaba por él? A buen seguro que no se sentiría muy orgullosa de lo que había hecho hasta ahora. Kamden clavó la mirada en su café humeante; un café oscuro que le recordó a unos ojos también oscuros. ¿Qué nueva locura se había apoderado de él? ¿Por qué sentía tanto deseo por esa vampira? Le parecía de lo más enfermizo, pero no podía luchar contra eso, a pesar de que sabía muy bien que no tenían ninguna posibilidad de un futuro en común. ¿Una vampira y un cazavampiros? ¡Era ridículo!

Era totalmente inviable y constituía una grave ofensa hacia la memoria de Meag. Había amado y seguía amando demasiado a su mujer como para hacerle eso. Aunque su cuerpo dijera otra cosa… Bebió su café, sintiendo una nueva determinación crecer en él. Había llegado el momento de enterrar su pasado y de demostrar que valía mucho más que un simple sicario. No olvidaba su venganza, pero iba a llevarla a cabo de otra forma; una forma menos llamativa, pero igual de eficaz. En cuanto a ese deseo incomprensible, iba a sofocarlo de manera implacable. Desear a Vesper no lo llevaba a ninguna parte y lograría hacer desaparecer ese deseo. No obstante, la tarea más difícil que tenía entre manos ahora era conseguir el perdón de su hermano respecto a su actitud pasada. Kamden recogió la mesa de su cocina de estilo americano y soltó un suspiro triste. ¿Se podían borrar de un plumazo siete años de conflictos y de desentendimiento fraternal? Le había hecho mucho daño a Less y entendería perfectamente que… El sonido de unos pasos en el pasillo exterior interrumpió sus cavilaciones y su cuerpo se tensó en respuesta. Abrió un cajón y sacó un gran cuchillo, sin dejar de escuchar el ruido que se detuvo frente a la puerta de la entrada. Las armas blancas eran la especialidad de Mike y era una experta en el arte de cortar en diminutos pedazos a alguien. A él no se le daba nada mal, pero prefería utilizar su Colt. En esa ocasión tendría que conformarse con el cuchillo porque no tenía tiempo de ir hasta el salón a coger su arma. Era muy temprano y era de día, pero no podía confiarse demasiado. Así era la vida que había elegido siete años atrás: llena de peligros y de muerte; una jungla de acero en la que solo el más fuerte conseguía sobrevivir. Pero, de todas formas, haber nacido varón en una de las más ilustres familias de cazavampiros lo predisponía a ese tipo de vida. La persona que estaba detrás de la puerta golpeó tres veces seguidas y luego dos veces más lentamente. Kamden sonrió al reconocer la antigua señal. Era su hermano Less, pero, aun así, abrió la puerta despacio y levantó el cuchillo para defenderse de un posible ataque. Uno nunca se podía fiar del todo. El atractivo y sonriente rostro de Less MacKenzie apareció detrás de la puerta entreabierta. Vestía, como de costumbre, un traje corbata impecable y un largo abrigo negro de ejecutivo. —¿La agente Santana te ha contagiado su amor por los cuchillos? —preguntó Less en gaélico, señalando el cuchillo que él sostenía.

—No, era lo único que tenía a mano —contestó Kamden con una sonrisa—. Pasa. Less miró a su derecha antes de entrar y le hizo una señal al guardaespaldas, situado un poco más lejos. El hombre asintió levemente y se recostó contra la pared. Kamden frunció el ceño. —Hay que tomar precauciones —explicó Less, captando la expresión de su hermano al cerrar la puerta. —Esos curas de mala muerte nunca se atreverían a hacer algo contra ti — señaló Kamden en gaélico, devolviendo el cuchillo al cajón de la cocina. —No subestimes nunca el poder de la O.V.O.M., hermano mío —dijo Less de forma misteriosa. Kamden se dio la vuelta y le echó una mirada. Se estaba quitando el abrigo y su forma de hacerlo era elegante y pausada; la viva imagen de un hombre que sabe controlar todos los detalles de su vida. Desde que eran niños siempre había sido así. Less siempre había sabido controlarse y siempre reflexionaba antes de actuar. Era un niño serio y aplicado, la joya de la familia. El hijo perfecto… Todo lo contrario de Kamden, que más de una vez había desesperado a su padre por su bravuconería y su irresponsabilidad. Se había ganado a pulso la fama espantosa que seguía alimentando hoy en día. Se cruzó de brazos e hizo una mueca, recordando demasiado tarde lo de sus costillas fracturadas. La mirada de Less se tornó preocupada. —Esa vampira te ha dejado bastante herido por lo que veo. —Su mirada azul recorrió su cuerpo y se clavó en la suya—. No debiste arriesgarte tanto y entrar en ese castillo… En vez de sentirse molesto por el comentario, como tantas otras veces, Kamden sintió una emoción incontenible embargarlo. Estaba claro que su hermano había leído su informe, pero no había censura en su voz respecto a lo que había hecho en Moldavia, más bien un miedo retroactivo por su propia seguridad y por las consecuencias de haber entrado allí. —Tenía una misión que cumplir —murmuró de forma automática, sin pensarlo. —No tendrías que arriesgarte tanto para cumplir tus misiones. Podrías delegar un poco e intervenir si fuese necesario. —La mirada azul cobalto de Kamden se oscureció levemente—. A ver, no me malinterpretes —añadió Less,

dándose cuenta de ello—, eres el mejor del Sector Norte y no te estoy pidiendo que lo dejes, solo que dejes de aceptar tantas misiones seguidas si es posible porque… porque —Less respiró hondo y su mirada se llenó de amor al mirarlo — no quiero que te pase algo malo. Kamden se quedó sin saber qué decir, cosa muy poco habitual en él. Miró a su hermano, impactado por ese amor incondicional que veía en él. No era necesario pedir perdón. Less nunca le había guardado rencor por su actitud. Lo amaba demasiado como para guardarle rencor. ¡Por Dios! Su hermano sí que era perfecto y digno. Un modelo de conducta. Un caballero como los de antaño. Less le dedicó una sonrisa muy tierna y un inhabitual silencio se apoderó de la estancia en la que se encontraban. Kamden bajó la mirada, incómodo. Hacía ya demasiados años que se escondía tras una coraza para no volver a sufrir, y ahora no sabía cómo reaccionar frente a esos sentimientos que volvían a la superficie. De repente, el ambiente le pareció demasiado peligroso para su estabilidad emocional y decidió echar mano del humor para salir del paso. No se le daba nada bien expresar sus sentimientos. Había perdido la costumbre. —¡Joder, Less! ¡Siempre impecable! ¿Es que duermes con el traje o qué? — Kamden esbozó su famosa sonrisa y empezó a darse la vuelta—. ¿Quieres un café? —preguntó, encaminándose hacia la cocina sin esperar la respuesta. —Sí, con azúcar —contestó Less, fijando la mirada en la espalda de su hermano. Prefirió quedarse en el salón y no seguirlo para darle un respiro. Así que se sentó en el sofá y soltó un suave suspiro. Había pasado algo en Moldavia porque el comportamiento de Kamden no era el habitual. En circunstancias normales, y frente a esa pequeña muestra de cariño, su hermano le habría mandado a tomar viento. Pero hoy no lo había hecho. Había mostrado una actitud conciliadora, y eso era toda una novedad. Less sufría mucho por culpa de ese distanciamiento, pero, por una parte, también lo entendía. Su hermano lo había perdido todo en un solo día mientras que él tenía una familia maravillosa. Ese recordatorio constante de la felicidad perdida no facilitaba las buenas relaciones con él, a pesar de que Less insistía para que él formara parte de su vida. Era su hermano y lo quería. Nunca lo dejaría solo. Pero, hasta ese día, ese amor había sido como un lastre para Kamden, a pesar de sus esfuerzos. ¿Qué

había ocurrido en ese castillo lleno de vampiros para que él empezara a cambiar de actitud? En cuanto volviese de la cocina, se lo preguntaría sin rodeos. Kamden tardó más de cinco minutos en volver de la cocina, con una bandeja en la que había una cafetera llena y dos tazas con cucharas y azúcar. —¿Has desayunado? —le preguntó a su hermano, colocando la bandeja sobre la mesita situada delante del sofá. —¡Te has convertido en la perfecta ama de casa! —bromeó Less, enarcando una ceja. Durante un segundo, Kamden frunció el ceño y luego sonrió de forma maliciosa. —¡Vete a la mierda, Less! —soltó con buen humor, vertiendo café en la taza de su hermano. Less sonrió y sintió una gran emoción. Estaba recuperando la antigua camaradería con su hermano. —Te echaba de menos, hermano… —murmuró, apretando su brazo con cariño. Este terminó de servir el café, haciendo todo lo posible para no mirarlo. Tenía un nudo en la garganta y las emociones a flor de piel. Si mirara a su hermano, estaría perdido y tendría una reacción muy impropia de él. ¡Mierda! No iba a ponerse a llorar, ¿no? Eso era de blandengues, tipo Robin Garland. Kamden MacKenzie estaba hecho de otra pasta. Carraspeó, cogió su taza y bebió un poco de café. Less hizo lo mismo mientras su hermano se sentaba en un sillón. —¿Qué ha pasado exactamente en Moldavia? —preguntó sin rodeos, después de dejar su taza sobre la mesita. Kamden esbozó media sonrisa y colocó su taza al lado de la suya. Su hermano siempre iba directo al grano. No tenía futuro como político. —¿No has leído mi informe? Less clavó su mirada en la suya. —Sabes muy bien que me estoy refiriendo a lo que no está en el informe — puntualizó, a sabiendas que su hermano le estaba tomando el pelo. La expresión de Kamden se volvió más seria. —Pasó algo que no me esperaba… —empezó a decir, desviando la mirada hacia su taza al recordar el beso con Vesper. ¡Maldición! Estaba pensando en ella otra vez, y no era el mejor momento para hacerlo. Respiró hondo, clavó su mirada azul cobalto en la de su hermano y

le contó todo lo acontecido con los vampiros en Moldavia; todo salvo el beso, claro. Less se quedó pensativo. —Ese príncipe tenía poderes inconmensurables, pero, aun así, ellos se pusieron delante de mí para protegerme. Eso me descolocó bastante —reconoció Kamden— porque ellos saben muy bien que yo daría cualquier cosa por eliminarlos a todos… —Frunció el ceño como si estuviera reflexionando—. ¿Por qué Gawain se empeña en protegernos, a pesar de que se haya roto el pacto? — preguntó de pronto, como si estuviera hablando consigo mismo. —Gawain es el protector de nuestra familia y lo seguirá siendo hasta que los MacKenzie hayan desaparecido —contestó Less, cruzándose de brazos—. ¿No recuerdas las historias que nos contaba el abuelo sobre él y nuestro antepasado Russell? —Esas historias dejaron de interesarme cuando cumplí los doce años, Less — recalcó Kamden, levantándose. —Y con la muerte de Meag las olvidaste y pusiste a todos los vampiros en tu punto de mira… —murmuró Less con pesar. Kamden se sobresaltó levemente al oír el nombre de su mujer. Se quedó muy quieto y luego se dio la vuelta hacia su hermano con lentitud. Había llegado el momento de disculparse por los errores cometidos en el pasado por pura cabezonería. Less no esperaba ninguna disculpa, pero él necesitaba hacerlo. Necesitaba cerrar ese capítulo amargo de su vida para emprender un nuevo camino. Miró a Less con solemnidad. —Lo siento, no quería hablar de… —empezó a disculparse su hermano, malinterpretando su reacción. —Tienes toda la razón —lo interrumpió él, lo que no dejó de sorprender a Less—. Fui un maldito imbécil y actué como un maldito imbécil. Puse tu vida y la de tu familia en peligro al intentar romper el pacto con Gawain porque solo me importaba mi propia venganza. Me dejé cegar por el odio y olvidé que la misión de los Custodios consiste también en mantener un cierto equilibrio con los vampiros para no provocar una nueva guerra. Quería eliminarlos a todos. — Kamden bajó la mirada y soltó una carcajada amarga—. ¡Qué irónico! Ni siquiera he podido eliminar al bastardo que mato a Meag. Todos, salvo él… Less tenía el corazón en un puño al ver el sufrimiento de su hermano. Quería levantarse y abrazarlo para demostrarle su apoyo y su amor, pero no sabía si le iba a gustar mucho ese gesto.

Ya no era un niño pequeño al que se podía proteger. Era mucho más alto y musculoso que él. Además, era muy púdico a la hora de expresar sus sentimientos y no le iba a sentar nada bien esa muestra de afecto fraternal. No solía dar rienda suelta a sus emociones, y en eso se parecía mucho a su padre, el gran Liam. —No fuiste nada de eso, Kamden —dijo Less de forma tranquila y sin levantarse, a pesar de que tenía unas ganas incontenibles de hacerlo—. Reaccionaste como cualquier hombre hubiese reaccionado frente a tanto dolor para no hundirse. Nadie tiene derecho a juzgarte. —Esbozó una sonrisa llena de orgullo—. Te has convertido en el mejor cazavampiros en generaciones. Nuestro padre estaría orgulloso de ti. Kamden lo miró intensamente. —Yo estoy orgulloso de ti, Kam. —Less siguió sonriendo—. Lo único que te pido es que no te arriesgues tanto a partir de ahora. Kamden pareció tambalearse un poco. —¿Cómo puedes estar orgulloso de mí? Me he portado como un cabrón contigo y siempre te he dado la patada. Más de una vez te he envidiado por tener una mujer y unos hijos maravillosos, y me he apartado deliberadamente para no veros juntos. ¿Te parece motivo de orgullo? Less no aguantó más y se acercó a él cuando vio cómo apretaba los puños cerrados. —Hermano, lo entiendo —dijo al apretar sus fornidos hombros—. Entiendo todo eso y más. —¿Por qué? —preguntó Kamden con cierta sorpresa. —Porque eres mi hermano, el maldito calavera y cabezota Kamden MacKenzie, y no quiero perderte. Te quiero, hermanito. Less observó detenidamente el rostro tan viril y apuesto de su hermano, con esa hendidura en la barbilla y esa nariz maltrecha por los golpes. Vio pena y remordimiento en su mirada, y también el reflejo de algo que no sabía cómo expresar. —Te perdono, Kamden, porque no hay nada que perdonar —murmuró con evidente emoción. Entonces, Kamden cedió y permitió que sus emociones lo traspasaran. Abrazó a su hermano con fuerza y se agarró a él como si le fuese la vida en ello. Cuando Less le devolvió el abrazo, sintió que un calor reconfortante le llenaba el pecho. Ya no estaría solo nunca más. Había vuelto a casa.

Los dos hermanos quedaron abrazados durante mucho tiempo, en silencio, recordando tiempos más felices cuando la muerte aún no les había golpeado con tanta crueldad. Finalmente, Kamden retrocedió y se dio la vuelta. —Bueno, ¿cuál es el plan a partir de ahora? —preguntó, frotándose disimuladamente los ojos demasiado brillantes—. ¿De qué va ese grupo que quieres montar casi al margen de la Liga? —Se trata de colaborar activamente con Gawain y los Pretors para encontrar a esa princesa mitad vampira mitad humana, antes de que la O.V.O.M. lo haga —contestó Less volviendo a sentarse para servirse más café. —¿Esto no es un poco peligroso para tu cargo? —Kamden se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared. —Mi cargo no es relevante frente a la amenaza que representa la O.V.O.M. y la desaparición de esa joven. Además, estoy actuando dentro de las normas de la Liga y de la ley. El único Miembro que pone pegas es Tombling, pero solo tiene un voto. —¿Y la vicepresidenta Larsson? Less esbozó una sonrisa muy parecida a la de su hermano. —Está de viaje. Cuando vuelva, la misión ya estará puesta en marcha y ya sabes que nadie puede interrumpir una misión de este tipo; sobre todo si la mayoría del Consejo la apoya. Kamden soltó una carcajada. —Has pensado en todo, ¿verdad? —Así es. —Bueno, ¿qué es lo que tengo que hacer exactamente? Less bebió un poco más de café antes de contestar. —Quiero que te lleves a los mejores agentes de la Liga a nuestro complejo familiar de Inverness. Os será más fácil trabajar en la búsqueda de esa joven desde allí. —Less le dedicó una mirada aguda a su hermano—. Estaréis menos vigilados y dispondréis de más medios para poder contactar libremente con los vampiros. Tú te encargarás de hablar con Gawain. —¿Y quién servirá de enlace contigo si la Liga no está segura? —El profesor O’Donnell. —¿El rescate de Mike? —se sorprendió Kamden. —Oficialmente es nuestro nuevo Investigador Vampírico. Puede ir adonde le dé la gana y por todo el mundo. Nadie puede tocarlo y, si es necesario, le pondré un guardaespaldas.

Kamden esbozó una sonrisa sarcástica y su mirada se volvió admirativa. —¡Madre mía! Tienes una mente realmente brillante. —Digamos que el destino me ha ayudado muchísimo en esta ocasión. Kamden dejó de sonreír repentinamente. —Solo le veo una pequeña pega a este plan: nosotros, los cazavampiros. No podemos cambiar nuestro comportamiento de la noche a la mañana y va a ser muy difícil para nosotros colaborar con los vampiros. Sobre todo, tratándose de agentes como Santana, por ejemplo… —Lo sé, Kamden, pero es necesario que intentemos restaurar la buena relación que teníamos antes con ellos —repuso Less con seriedad absoluta—. La Liga está tomando un camino que no podemos seguir y que ningún MacKenzie estaría dispuesto a avalar. No podemos consentir que se torture a civiles para sacar información o que la O.V.O.M. le ponga la mano encima a esa chica. — Less meneó la cabeza y suspiró—. Ella es mucho más importante de lo que me pensaba en un principio, algo así como un nuevo eslabón entre la raza vampírica y la raza humana. Algo… milagroso. Kamden enarcó una ceja de forma irónica. —Los milagros no existen, hermano. De lo contrario, los vampiros no existirían. —Bueno, los caminos del Señor son inescrutables… Vale, no he dicho nada —añadió Less, viendo la mirada terrible que le echaba Kamden—. En todo caso, tenemos que encontrarla y protegerla. —¿Y qué pasa si nos topamos con vampiros degenerados en el proceso? —Seguid con el procedimiento habitual —puntualizó Less levantándose—. Una cosa no quita la otra. Me tengo que ir —añadió mirando su reloj de muñeca; un reloj nada ostentoso para ser uno de los abogados británicos más prestigiosos —, tengo una reunión muy importante. Kamden se alejó de la pared y le tendió su abrigo. —No te expongas demasiado —le pidió con cariño. Less se rio suavemente y se puso el abrigo. —¿Cómo te atreves a darme este tipo de consejo? —bromeó, meneando la cabeza—. ¿Es que te vas a convertir en chico bueno? Kamden esbozó su sonrisa torcida. —¡Ni lo sueñes, hermano! Durante un minuto, Less lo miró con una sonrisa cariñosa en los labios. —Ten cuidado, ¿vale? —dijo finalmente, apretando su brazo—. Y no olvides que tienes una familia esperándote.

—Lo mismo te digo, hermano. Less se volvió para irse, pero, de repente, volvió a mirarlo a los ojos. —Eres el jefe ahora, Kamden. Tienes carta blanca. El Ejecutor asintió con gravedad. Ahora todo dependía de su actitud frente a la enorme responsabilidad de dirigir un grupo de cazavampiros sedientos de venganza y tenía que lograr que se llevaran bien con sus antiguos objetivos. La tarea prometía ser muy divertida…

Capítulo catorce Gabriel se acercó a la ventana y miró fuera. Llovía de nuevo, lo que le recordó los versos de Verlaine que decían: «Llueve en la ciudad como llueve en mi corazón…»; unos versos muy apropiados respecto a la situación actual. La desesperación y la tristeza se habían adueñado de la finca sevillana y de todos los vampiros que vivían en ella. A pesar de todos sus esfuerzos e, incluso, tras colaborar de forma extraordinaria con los Custodios, Diane seguía sin aparecer. No conseguían rastrear su energía y ese oscuro bloqueo que planeaba sobre ellos se había intensificado después de la brutal desaparición del Príncipe de los Draconius. Ese hecho había puesto patas arriba el buen funcionamiento de la Sociedad vampírica. A nadie le gustaba Kether Draconius, pero ningún Príncipe de Pura Sangre podía ser aniquilado así como así. Rompía el equilibrio y abría la puerta a un futuro caótico lleno de guerras entre familias. Como en el principio de los tiempos… Lo que quedaba de la familia Draconius ya estaba clamando venganza. ¿Pero venganza contra quién? El Príncipe de la Oscuridad no daba la cara y parecía haberse esfumado, y la Nobleza Draconius había salido demasiado herida como para planear un ataque rápido. Sin embargo, frente a tanta rabia y sed de venganza, el Senado había tenido que intervenir y había mandado a la Potestas para vigilar a esos vampiros exaltados y deseosos de hacer cualquier tontería. También había mandado vampiros poderosos para ayudar en la búsqueda de Diane, pero sin éxito. Los días se habían convertido en semanas y ya iban tres desde que la Princesa había sido secuestrada. Y no tenían ninguna pista. Gabriel levantó la mano y tocó el frío cristal con un dedo. Lo más sorprendente de todo ese asunto estaba siendo la extraña colaboración que se había instaurado con los cazavampiros. Tanto los humanos como los vampiros estaban haciendo enormes esfuerzos para llevarse bien y, de momento, parecía estar funcionando. Pero tampoco estaba dando resultados.

Desde su cuartel general situado en Escocia, el grupo de cazavampiros dirigido por Kamden MacKenzie había logrado infiltrarse en varios países del norte de Europa, después de que el Metamorphosis Quin hubiese captado la tenue energía de su compañero Valean en distintos países de esa zona. Quin, dotado del poderoso instinto de los Metamorphosis, había asegurado que Valean sabía algo y que por eso no había acudido a la llamada del Consejero Zenón. Estaba convencido de que, si lo encontraran, tendrían una pista sobre el paradero de Diane. Los Custodios se habían mostrado dubitativos y había sido necesaria la mediación de Gawain y del profesor O’Donnell para que Kamden MacKenzie aceptase hacer un intento. Gabriel se quedó mirando el dibujo que había hecho con su dedo. Sí, en esos tiempos de desesperación y de egoísmo, también podían aparecer hombres con almas tan grandiosas como la de Yanes O’Donnell. El profesor había rechazado una vida de olvido, lejos de cualquier peligro, para adentrarse en un mundo lleno de oscuridad e intentar encontrar a una joven con la que le estaba prohibido tener cualquier tipo de amistad. Ya no les debía nada a los vampiros que le habían salvado la vida, después de haber defendido a su Princesa con su cuerpo. Sin embargo, Yanes O’Donnell era demasiado generoso y quería demasiado a Diane como para abandonarla a su suerte. A Gawain no le había parecido adecuado que se involucrase hasta el punto de firmar un contrato con la Liga, pero era su decisión y era libre de hacer lo que le diera la gana con su nueva vida, siempre y cuando no traicionara a Cassandrea. ¿Y qué decir del extraño y sorprendente comportamiento de Kamden MacKenzie? El decidido y arrogante cazavampiros escocés no les tenía acostumbrados a mostrarse tan tranquilo y conciliador. Había resultado ser un buen líder y dirigía el grupo con eficacia y sin muestras de autoritarismo. El único punto negativo de todas esas novedades era la falta de resultados por ambas partes. Eso y la lenta bajada a los infiernos de Eneke… Bueno, técnicamente, todos y cada uno de ellos ya se encontraban atrapados entre el Infierno y el Purgatorio, pero el comportamiento de la vampira húngara se había vuelto muy preocupante. La desaparición de su amada Mariska la había destrozado y la había sumergido en una espiral de violencia y de destrucción que la convertía en un ser muy peligroso. Encontrar a su amada se había vuelto una obsesión para ella y la buscaba hasta que los primeros rayos de sol se lo impedían.

Se había vuelto tan inestable que Gawain había desistido en que lo acompañara, junto a Vesper y a Quin, para encontrarse con los Custodios. Nadie dudaba de que sería capaz de matarlos a todos en el acto puesto que había dejado de alimentarse convenientemente. Eneke era un alma en pena que buscaba a su otra mitad sin encontrarla. Se había alejado de los demás y había emprendido su propia búsqueda en solitario. Gawain no había tenido otro remedio que dejarla marchar, pero le había ordenado que no torturase a ningún vampiro degenerado para obtener información, sin tener garantía de que ella fuera a obedecerle. De todos modos, parecía que los vampiros degenerados del norte de Europa no sabían nada. Ninguno de ellos era capaz de resistirse al poder de Vesper, que actuaba como un auténtico suero de la verdad, y, sin embargo, no se había logrado nada interrogándolos. Encontrar al Príncipe de la Oscuridad iba a ser una tarea digna de Hércules. O de Dios… Pero eso era mucho pedir. Él nunca intervendría en ese cruel juego. —¿Dónde estás, pequeña Diane? —murmuró Gabriel, invadido por una gran pena. ¿Quién había dicho que los vampiros no sentían nada? ¿Que eran criaturas diabólicas como los demonios? Él sentía dolor y aflicción por la desaparición de Diane y por el sufrimiento de Eneke. Cada uno de los vampiros que vivían allí sentían la misma cosa. Puso la palma de su mano sobre el cristal y borró el dibujo. Se encaminó hacia la mesa y vertió sangre artificial en una copa de cristal. Después de casi dos semanas de búsqueda en solitario, Eneke había regresado a la finca sevillana con un aspecto demacrado y deplorable. Como buen médico y amigo, él se preocupaba por su estado y no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que conseguir que la vampira húngara volviese a alimentarse, aunque ese intento le valiese un zarpazo o cualquier otro tipo de ataque violento por su parte. Cuando un vampiro está hambriento o desesperado, se vuelve aún más peligroso. Y Eneke no necesitaba ningún incentivo. Sí, era muy arriesgado acercarse a ella en esas condiciones. Pero Gabriel no podía dejarla así. Iba en contra de sus valores y de su profundo sentido de la amistad; las dos únicas cosas que no había perdido con su conversión. Cogió la copa y se desplazó rápidamente hasta llegar ante la puerta de la habitación de Eneke, y sin verter una sola gota del preciado líquido al suelo. Decidió entrar sin llamar para no darle la oportunidad de atacarlo. Si lo hacía, no sabía si Cassandrea, que se encontraba en el salón más cercano a la cámara de

regeneración en la que seguía reposando Alleyne, sería lo suficientemente rápida como para impedirlo. Sin embargo, cuando su mano entró en contacto con el pomo de la puerta, un potente olor dulzón le llegó a las narices y un desagradable escalofrío lo recorrió de arriba abajo. ¡Por todos los santos! ¡Eneke no podía estar haciendo lo que pensaba que estaba haciendo! Esa maldita cabezota estaba utilizando un ritual demasiado potente para su estado actual de debilidad. Gabriel abrió la puerta con el poder de su mente, dejó la copa sobre una mesa y se precipitó hacia el cuarto de baño. —¡Eneke! ¡Detente! —gritó, tras abrir la puerta con fuerza. Una onda furiosa de Poder lo mantuvo en el umbral de la puerta. Gabriel se quedó paralizado y observó el horrendo espectáculo: la vampira húngara se había cortado las venas de las muñecas y había dibujado un círculo con su sangre. Se encontraba en medio del charco de sangre y su cabeza pendía hacia delante como si ya no tuviera fuerzas suficientes. —Eneke… —la llamó varias veces con suavidad. La onda de su poder bajó en intensidad y el vampiro empezó a moverse. —No te acerques, Gabriel —murmuró ella, levantando la cabeza lentamente —. Déjame en paz. —No puedes utilizar el ritual de la Llamada de la Sangre estando tan débil, Eneke —contestó él, utilizando un tono de voz muy tranquilo para no provocarla —. Tienes que alimentarte antes. Eneke no contestó y siguió sin mirarlo. —Tienes que beber sangre —prosiguió Gabriel con el mismo tono de voz—, aunque sea esa copa de sangre artificial. —No volveré a alimentarme hasta que encuentre a Mariska —dijo ella mirando hacia el techo—. Solo me alimentaré de ella. —¡Esto es una locura, Eneke! Estás poniendo en peligro tu existencia y si sigues… Al oír esas palabras, la furia y el dolor de la vampira se desataron en un abrir y cerrar de ojos. Se dio la vuelta hacia Gabriel y rugió como si fuese una leona que hubiese caído en una trampa mortal. Se abalanzó sobre él, enseñando sus colmillos crecidos y con una furia asesina en sus ojos brillantes, y lo empujó contra la pared con tal violencia que casi la partió en dos. —¿Mi existencia? ¡Qué existencia! —gritó, enloquecida—. ¡Lo he perdido todo, Gabriel! ¡No encuentro a Mariska! ¡Ella no me contesta! ¡Podría haber

desaparecido para siempre! —Eneke… tranquilízate… —consiguió decir el vampiro con cierta dificultad. Estaba literalmente empotrado en la pared y la vampira seguía sin soltarlo. —No lo entiendes ¿verdad, Gabriel? —espetó ella con furia—. ¡Mariska es mi alma, mi existencia! ¡Sin ella no soy nada! ¡Me da igual alimentarme! —Si queda una oportunidad para encontrarla, la estás echando a perder — recalcó él a la desesperada—. Estás demasiado débil como para seguir buscándola. La mirada de Eneke se hizo menos brillante y pareció recobrar un poco de autocontrol. Abrió sus garras lentamente y dejó libre a Gabriel. El vampiro hizo una mueca más propia de los humanos y se frotó el pecho dolorido. Debido a su «juventud», seguía siendo sensible al dolor, a pesar de que la curación de los cuerpos vampíricos era mucho más rápida que la de los cuerpos humanos. —No contesta a la llamada de mi sangre, Gabriel… —murmuró Eneke con desesperación, bajando de nuevo la cabeza. Las oleadas de furia se iban aplacando y las heridas de sus muñecas ya estaban cicatrizando. —Estás agotada y ese poder oscuro nos impide utilizar nuestros poderes con normalidad —intentó consolarla. La vampira húngara ladeó la cabeza como si le pesara mucho. —Podría estar herida… Es tan joven… —susurró con evidente cansancio. —Es mucho más fuerte de lo que crees. Hay mucho carácter bajo esa fachada dulce —la animó Gabriel con una sonrisa. Eneke levantó la cabeza de golpe y lo miró a los ojos. —Te he hecho daño —comentó cuando bajó la mirada y se encontró con las dos marcas de desgarro que le había hecho en su camisa azul celeste. —No es nada —la tranquilizó él—. Ya está curado. —Te he hecho daño —repitió ella con cierta tristeza. Gabriel frunció el ceño. Después de la explosión de ira y de energía, el aura de la vampira se estaba apagando de forma anormalmente rápida. Necesitaba beber sangre cuanto antes o iba a tener serios problemas. Dudó una milésima de segundo en tocarla. Los vampiros no se tocaban y no sabía cuál sería su reacción si lo hacía. Finalmente, la cogió por el brazo y la empujó con suavidad hacia la habitación. Ella no protestó y lo siguió con docilidad. —Toma. Bebe esto —dijo, empujando la copa de Artificial Blood hacia ella después de sentarla en la silla.

—No quiero —replicó Eneke mirando al suelo. Gabriel se estaba planteando la posibilidad de utilizar su poder para obligarla a beber cuando Cassandrea apareció acompañada de Vesper. —¿Y ese olor a sangre? —La vampira veneciana frunció el ceño al entender lo que había pasado. Clavó su mirada violeta en la mirada azul de Gabriel—. ¿Todo va bien? —Sí…, más o menos —contestó él, desviando la mirada hacia Vesper. Si había una vampira capaz de imponer su voluntad a alguien, esa era Vesper. La vampira de belleza exótica observó a Eneke con meticulosidad. Su compañera de equipo no tenía buen aspecto: su piel estaba tomando un color muy feo y su mirada permanecía totalmente ausente. Su energía se estaba apagando lentamente. ¡Maldita suicida! ¿Por qué había tenido que alejarse de los demás? Vesper miró a Gabriel y luego a Cassandrea, iniciando así una conversación privada fuera del alcance de Eneke. —La sangre artificial no es lo suficientemente poderosa para recuperarla. Tenemos que mezclar nuestras sangres en esta copa para dársela de beber. Me encargo de tranquilizarla para que lo acepte. Cassandrea y Gabriel asintieron de forma imperceptible y se llevaron la copa al cuarto de baño. Vesper se arrodilló al lado de Eneke y le cogió las dos manos. —Todo está bien, Eneke. La vampira húngara parpadeó un par de veces y levantó la cabeza para mirarla. —Vesper…; no encuentro a Mariska —murmuró como una letanía. —La encontraremos, no te preocupes. —Vesper soltó una de sus manos y le tocó la garganta—. Ahora, escucha mi voz y haz lo que te digo… Tranquilízate… Tranquilízate… Eneke entrecerró los ojos y su cuerpo empezó a relajarse. —Cierra los ojos y recibe lo que te ofrecemos —ordenó Vesper con voz hipnótica. Los ojos negros de la vampira adquirieron un tono muy brillante y Eneke obedeció dócilmente. —Abre la boca y bebe —siguió diciendo Vesper cuando Cassandrea y Gabriel se acercaron a ellas con la copa llena de un líquido mucho más rojo que el anterior. Vesper se hizo una herida en la muñeca para verter su propia sangre mientras Gabriel sostenía la copa. Luego la cogió y deslizó su contenido en la garganta de

Eneke, quien trago sin oponer resistencia. —¿Será suficiente? —preguntó Cassandrea, dispuesta a darle mucha más sangre. —De momento, sí —contestó Vesper, levantándose para dejar la copa en la mesa. —Pero habrá que hacerlo varias veces hasta que su cuerpo acepte sangre artificial —puntualizó Gabriel, cruzándose de brazos. —Exacto. Cassandrea se acercó a Eneke y le tocó fugazmente el pelo corto y rubio; lo que no dejó de asombrar a Gabriel. Pero ella nunca había sido una vampira como las demás. Había mucha compasión en ella; calidad que, añadida a su extrema belleza, la hacían irresistible para los vampiros y los humanos. —¡Cuánto dolor y cuánto amor! —exclamó ella—. No somos tan diferentes después de todo. Cassandrea se quedó mirándola mientras Gabriel la cogía en brazos para dejarla encima de la cama. Observó cómo ligeros espasmos recorrían su cuerpo debido a la potencia de las tres sangres mezcladas y cómo ya se iba regenerando. Al fin y al cabo, eran criaturas casi invencibles, pero no eran inmunes al poder del amor. —Voy a inducirla en un estado de inconsciencia para que se recupere completamente —explicó Vesper poniendo una mano sobre la frente de Eneke. Gabriel se sentía un poco impotente al verla actuar de modo tan eficaz. —Soy más antigua que tú, Gabriel —dijo ella, percibiendo su estado anímico —. Además, es el único poder que no me está fallando. —Sí, pero ¿de qué me sirve ser médico si no puedo hacer nada? —recalcó el vampiro con pena. —Has creado una sangre artificial muy poderosa y nutritiva —intervino Cassandrea con una sonrisa—, y eso es muy importante para todos nosotros. —Vale, me conformaré con esto de momento. Vesper esbozó media sonrisa y dejó de tocar a Eneke. —Está mucho más tranquila ahora —dijo echándole un último vistazo. —Bien; será mejor que nos vayamos y la dejemos descansar. Cassandrea se dio la vuelta y abrió la puerta con la mente. De repente una luz descomunal de un color azul oscuro invadió la habitación y deslumbró a los tres vampiros. En un instante desapareció, dejando paso a una energía que llevaba tres semanas amortiguada y que parecía haber aumentado en intensidad. —¿Qué ha sido eso? —preguntó Gabriel, destapándose los ojos.

—El aura de los Némesis seguida de otra energía —contestó Vesper mirando a Eneke para ver si seguía en el mismo estado de semiinconsciencia. Una sonrisa radiante cruzó el hermoso rostro de Cassandrea. —Alleyne ha despertado y está más fuerte que nunca —anunció con voz queda, tras reconocer esa energía creada con su propia sangre. Vesper y Gabriel intercambiaron una mirada levemente preocupada. * * * Kamden MacKenzie resopló y se tocó el puente de la nariz, que había vuelto a ser la de antes. Ser jefe tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Ventajas: él dirigía el equipo y no recibía órdenes de nadie. Inconvenientes: no había pisado mucho el terreno y tenía que vigilar de cerca a Julen, que se moría de ganas por vaciar sus armas sobre los vampiros que los estaban ayudando. Él mismo tenía que refrenarse muchísimo por no pegarle una paliza al vasco, que no respetaba su nuevo rango y seguía metiéndose con él cuando tenía ocasión. Pero era el jefe y tenía que dar ejemplo. Y ese era el peor de los inconvenientes… Kamden le lanzó una mirada torva a los informes más recientes que no aportaban nada nuevo. Esa búsqueda que, al principio, parecía pan comido se estaba complicando cada vez más. Esa chica parecía haber desaparecido de la faz de la tierra e incluso los vampiros no conseguían encontrarla. Lo que significaba que el vampiro que la retenía prisionera, Dios sabía dónde, era el más poderoso de todos. Y eso era una seria amenaza para la humanidad. El punto más sorprendente de esa historia estaba siendo el buen entendimiento que habían logrado con Gawain y los vampiros que habían acudido a ayudarles. Tenía que reconocer que se había llevado una buena sorpresa viéndolos actuar de forma tan disciplinada y sosegada. Y no se podía decir lo mismo de algunos de sus agentes, como Julen o Micaela, por ejemplo. Cuando se veía obligado a reunirlos a todos juntos, Jul ponía cara de perro rabioso y Mike buscaba cualquier excusa para no quedarse más de cinco minutos. Bueno, Kamden no sabría decir si lo que le molestaba en realidad era la presencia de los vampiros o la del profesor O’Donnell. Parecían llevarse como el perro y el gato, y cuando estaban juntos en la misma estancia saltaban chispas.

Empezaba a sospechar que había algo más que una simple enemistad entre esos dos. Él, sin embargo, no tenía nada que reprocharle a Yanes O’Donnell: sabía resumir las situaciones como nadie y siempre encontraba las palabras adecuadas para rebajar la tensión entre los Custodios y los vampiros. Less había hecho un buen fichaje con él, a pesar de que Kamden había tenido serias dudas sobre el papel que tenía que desempeñar en la misión. Gracias a su ayuda, Gawain había logrado convencerle de que su equipo tenía que centrar su investigación en los países del Norte de Europa debido a que uno de los vampiros había captado algo en esa zona. No habían obtenido resultados concretos, pero los vampiros degenerados de aquella zona se habían mostrado lo suficientemente nerviosos como para levantar sospechas. Había algo en el aire que los volvía demasiado inestables y no podían disimularlo ante cierta vampira. Abrió un informe al azar para no pensar en Vesper. Se negaba a hacerlo durante el día porque ya tenía serias dificultades en no soñar con ella todas las noches. A pesar de todos sus esfuerzos, empezaba a convertirse en una molesta obsesión. Y no tenía más remedio que verla para poder llevar a cabo esa misión. Era muy buena en lo que hacía, pero era demasiado sexy y tentadora para él. Tenía que ocupar su mente en otra cosa. Cerró el informe, se recostó en el sillón de cuero y recordó la instalación del equipo de Custodios en uno de los numerosos castillos pertenecientes a la poderosa familia MacKenzie. El complejo familiar se encontraba cerca de Inverness y tenía la apariencia de una antigua fortaleza medieval muy bien conservada. Pertenecía, oficialmente, a Robert MacKenzie, un excéntrico millonario que invitaba muy a menudo a su numerosa familia para largas temporadas de descanso y disfrute. Todo el mundo sabía que a Robert le gustaban mucho los helicópteros y las avionetas de todo tipo, y que tenía un montón de esos aparatos a su disposición, con todos los permisos en regla, por lo que no echaban cuenta de las idas y venidas de los mismos en el cielo escocés. El tío Rob constituía la mejor tapadera posible y en los sótanos de su fortaleza, se había creado un verdadero complejo militar, con salas de mando y salas de entrenamiento, cuya existencia resultaba totalmente improbable. Kamden dejó escapar un gruñido cuando recordó el comentario supuestamente gracioso de Julen al ver lo que había debajo de la planta baja del castillo medieval. Su mirada se había paseado sobre Robin y sobre él y había preguntado si se trataba de la famosa «batcueva» dado que se encontraba

acompañado de Batman y Robin. Lo que no le había hecho ni puñetera gracia. Ya era suficientemente pesado haber tenido que traer al agente Garland. Kamden había insistido en dejarlo en la Liga puesto que no tenía mucha experiencia, pero Less se había mostrado inflexible: Robin estaba demasiado implicado en el asunto y su seguridad corría peligro en la sede de la Liga. Tenía que formar parte del equipo. Mike se había apiadado de él y había propuesto tenerlo como compañero de equipo, lo que había disgustado muchísimo a Julen. El vasco había amenazado con cortarle las pelotas a Robin si le pasara cualquier cosa a Mike. Pero, evidentemente, el pobre nene no sobreviviría si ocurriese tal cosa porque cada uno de ellos se encargaría de hacerle pasar un mal rato. Todos los hombres adoraban a Mike y Robin Garland tenía que hacer sus pruebas. Kamden se frotó los ojos con cansancio. Él también tenía que demostrar cada día su valía como jefe. La vida de todos los miembros de su equipo dependía de las decisiones que tomaba, y eso era todo un reto para un calavera como él. Pero no tenía intención de defraudar, una vez más, a su hermano o de defraudarse a sí mismo. Tenía que encontrar a esa chica. Hizo un pequeño movimiento y se giró hacia el panel de tecnología punta que reflejaba los movimientos al segundo exacto, y vía satélite, de los Custodios equipados con GPS de última generación. Después de la sugerencia de Mike en el caso Robin, Kamden había tomado la decisión de dividirlos en grupos de dos y les había ordenado que llamaran por la línea segura cada dos días para informar sobre posibles novedades. Pero, de momento, no había mucho que contar. Gawain y los vampiros que iban con él tenían su propia forma de trabajar, pero, una vez a la semana, el vampiro escocés aparecía con el profesor O’Donnell para reunirse con él e informarle de sus progresos durante las noches. Esa misma tarde tocaba reunión. Gawain y el profesor iban a llegar de un momento a otro. Kamden echó un vistazo al panel. Mike y Robin estaban al norte de Polonia, cerca de Lituania. Reda y Mark estaban en Rusia y habían entrado brevemente en Finlandia y en Estonia. Eitan y Dragsteys, el último Custodio en unirse al grupo, se paseaban entre Dinamarca y Noruega. Finalmente, Césaire y Julen habían vuelto del sur de Suecia sin encontrar nada. Entrecerró los ojos, exasperado. Ese extraño vampiro llamado Quin, de aspecto mucho más saludable que los demás, insistía en que la señal captada estaba cerca del mar Báltico. El problema era que había muchos países alrededor

de ese mar. Países de grandes dimensiones. Era demasiado complicado y la frustración se estaba apoderando de todos ellos. Un sonido atrajo su atención hacia el escritorio. Era el teléfono de la línea interna. —¿Sí? ‒La voz de Kamden sonó un poco tensa. No se tomaba sus nuevas responsabilidades a la ligera. —Primo, el vampiro y el profesor van para tu despacho —dijo una juvenil voz femenina con marcado acento escocés. —Vale. Gracias, Lili —contestó Kamden con una sonrisa en los labios. Su prima, Elizabeth MacKenzie, pertenecía a la última generación de cazadores. Sin embargo, siendo la única chica de esa rama de la familia y rodeada por cuatro hermanos mayores sobreprotectores, se había visto relegada a tareas administrativas y hacía las veces de secretaria. Era inteligente y muy mona. Su pelo tenía el mismo tono cobrizo que el suyo y acababa de cumplir los veinte. Pero, a pesar de su aspecto encantador y de su juventud, había heredado el temible carácter MacKenzie. El vasco ya había sufrido las consecuencias de sus patéticos intentos de seducción… Kamden se levantó del sillón y rodeó el escritorio. Su sonrisa desapareció de su rostro mientras se apoyaba contra él. A ver si hoy tenían suerte con las noticias… Como de costumbre, la puerta se abrió sola para dejar pasar a Gawain y al profesor O’Donnell y se volvió a cerrar. —Gawain, profesor. —Kamden saludó al vampiro con una inclinación de la cabeza y se acercó para estrechar la mano de Yanes O’Donnell. Gawain le devolvió el saludo con un rostro impasible. —Agente MacKenzie. —Yanes le devolvió el apretón de mano, pero su expresión fue igual de impasible que la del vampiro. Kamden los observó atentamente. Los dos iban vestidos con trajes de chaqueta oscuros, pero sin corbatas. El rostro del profesor reflejaba un gran cansancio. —Deduzco que no hay novedades —suspiró, cruzándose de brazos. Yanes O’Donnell negó lentamente con la cabeza. —El Poder oscuro de ese Príncipe bloquea nuestra percepción de forma absoluta —explicó Gawain con voz queda—. Además, los pocos vampiros degenerados que podrían saber algo lo temen demasiado como para atreverse a traicionarlo. Pero queda claro que no saben nada. —¡Genial! Ese vampiro es como un gran agujero negro —ironizó Kamden.

—Es una buena definición —convino Gawain con cierta tristeza. El profesor bajó la mirada y apretó la mandíbula. —Y ese tal Quin, ¿ha captado algo más? —inquirió Kamden. —No. La esencia de su compañero sigue estando cerca del mar Báltico. —No tengo suficientes agentes como para rastrear tanto territorio — puntualizó MacKenzie con calma—, y si vosotros no lográis captar más cosas, no podremos hacer nada más de lo que ya estamos haciendo. Yanes apretó los puños y frunció el ceño. —Sí, lo sé —dijo Kamden, dándose cuenta de ello—. La situación es una puñetera mierda. Estamos en un punto muerto. —Y el tiempo pasa… —musitó Yanes con evidente sufrimiento. Kamden lo miró, intrigado. Daba la impresión de que no era la primera vez que pasaba por eso y la tranquilidad que hasta ahora había mostrado se estaba haciendo añicos. ¿Qué terrible acontecimiento habría marcado para siempre a ese hombre tan hermoso como una estrella de cine? Quedaba patente que cada uno de ellos tenía un cajón lleno de secretos y de sufrimiento. Un cajón que era mejor no abrir. —Tiene que haber algo que podamos hacer —soltó Kamden mirando a Gawain—. Estoy esperando la llamada de varios de mis agentes y, quizás, sepan algo más… Gawain giró la cabeza hacia la puerta antes de que esta se abriera de forma brusca y de que Julen entrara como un tornado. —¡Hola, Kam! Aquí tienes el informe de nuestra pequeña investigación, pero te advierto que… —¡Angasti! —lo interrumpió Kamden con voz exasperada—. ¿No sabes tocar a la puerta? Estoy reunido. —¡Oups! Lo siento. ¡Toc, toc! —contestó Julen para nada avergonzado—. Profesor —saludó con una sonrisa. Sin embargo, soltó un gruñido cuando su mirada se encontró con la del vampiro. Kamden sintió que sus ganas de estrangular al vasco volvían con más fuerza que nunca. ¡Qué espectáculo más lamentable estaban dando! Julen debió de captarlo y cambió de tercio. —Puedes descartar a Suecia del mapa de búsqueda —aseguró con seriedad —. Tanto Césaire como yo podemos afirmar que no está allí.

—¿Y cómo podéis estar tan seguros? —preguntó MacKenzie enarcando una ceja. El vasco se rascó la cabeza. —Ese vampiro… Quin, resulta que es muy… persuasivo con los degenerados. —Julen sonrió—. Es muy eficaz, pero no está tan bueno como la morenaza que va siempre con este —añadió haciendo un movimiento despectivo hacia Gawain con la cabeza. Estaba hablando de Vesper. Kamden intentó tranquilizarse y no ceder al impulso de pegarle con fuerza. —¿He oído bien, Julen? —MacKenzie esbozó su famosa sonrisa torcida—. ¿Acabas de hablar bien de un vampiro? Angasti torció el gesto y le lanzó una mirada asesina. —Tenemos que colaborar, ¿no? Esas son tus órdenes. Y este tío, por lo menos, no tiene pinta de chupasangre. —Tiene razón, agente Angasti —intervino Gawain con una sonrisa tranquila —. Quin pertenece a otra especie dentro de la raza vampírica. —¿Superior a la vuestra? —soltó Julen a modo de pulla—. Se está moviendo más que todos vosotros. —Julen… —dijo Kamden con voz amenazadora. —Ah, sí. Tenemos que colaborar… colaborar… colaborar —repitió el vasco varias veces con cara de no haber roto un plato en su vida. MacKenzie refunfuñó por lo bajo y prefirió echarle un vistazo al informe. Gawain miró al joven Custodio insolente y tuvo un fugaz pensamiento por Eneke. A veces, los humanos y los vampiros podían ser muy parecidos. La humanidad no llegaba a desaparecer del todo en algunos casos. Antes de llegar a ese complejo, había percibido que la vampira húngara había vuelto a la finca sevillana después de varias semanas de infructuosa búsqueda solitaria. También había percibido algo extraño en el ambiente y dentro de su propio ser; algo que no había sido capaz de descifrar aún. —Bueno, pues tacharemos a Suecia del mapa… —Kamden se dio la vuelta hacia el panel y suspiró—, lo que nos deja siete países donde buscar. ¡Chupado! —ironizó con una mueca. —Sí, ¡nos lo estamos pasando en grande! —convino Julen, acercándose—. ¿Noticias de Mike? —preguntó, mirando el puntito rojo situado cerca de Lituania. —No, tiene que llamar en breve. —Espero que todo esté bien por allí…

La expresión de Julen se tornó muy dura. No le hacía ni pizca de gracia que Mike estuviera acompañada por el panoli de Robin. ¿Quién iba a cubrirle la espalda en caso de ataque? Mike era buena, pero no podía estar en todos los sitios a la vez. —Santana sabe lo que hace —recalcó Kamden en vasco al ver su cara. —Se hace la dura, pero es demasiado buena. ¡Mira que formar equipo con ese blandengue! —replicó Julen también en vasco. —Tenemos que darle una oportunidad —añadió MacKenzie volviendo al inglés. Julen soltó una carcajada. —¡Venga ya, Kam! ¿Estarías dispuesto a confiarle la vida de tu prima, la secretaria sexy? Kamden soltó un gruñido. —Cuidado con mi prima, Angasti… —Tranqui, era solo un ejemplo —contestó él, levantando las manos de forma inocente—. Pues yo no estoy dispuesto a que le cubra la espalda a Mike. Ese nene no tiene madera y debería volver a su casita de Nueva York cuanto antes porque de lo contrario… —Julen, ¡cierra el maldito pico! La voz de Kamden sonó tan letal y el silencio fue tan repentino que el vasco obedeció de inmediato. Se dio cuenta de que su jefe y el profe estaban observando al vampiro escocés con los ojos muy abiertos. —¿Gawain? —llamó suavemente Yanes. El vampiro había cerrado los ojos y una luz de un tono azul oscuro lo rodeaba por completo. —¿Qué puñetas es eso? —murmuró Julen, acostumbrado a ver cosas raras todos los días. —Es la misma luz que había en el castillo de Moldavia —contestó Kamden con el ceño fruncido—, la que permitió que mis balas alcanzaran al Príncipe. Se trata del poder del padre de la chica que estamos buscando. —¡No fastidies! —siseó Julen, enarcando una ceja. La temperatura en el despacho empezó a subir gradualmente, a pesar de que se encontraba en una planta subterránea. —¡Uf! ¿Soy yo o empieza a hacer mucho calor aquí? —se quejó el vasco. —Angasti, ¡cállate ya! —ordenó Kamden mientras la luz parpadeaba y soltaba pequeños destellos.

De pronto, la luz explotó e inundó toda la estancia de una forma tan poderosa que el suelo se tambaleó. Los tres hombres presentes se taparon los ojos instintivamente y perdieron el equilibrio. —¡Joder! —Julen parpadeó varias veces—. ¡Tengo la impresión de haber recibido un rayo láser en toda la cara! —Profesor, ¿se encuentra bien? —le preguntó Kamden a Yanes cuando logró enfocarlo. —Me parece que sí. —Yanes se frotó un poco los ojos. —¿Y el chupa…, el vampiro? —preguntó Angasti, rectificando en el último segundo. —¿Gawain? —Kamden se acercó al vampiro, que se había arrodillado. Sin embargo, algo le hizo detenerse en seco. La boca del vampiro se movía rápidamente como si estuviera murmurando algo, como si estuviera rezando. Parecía haber caído en un estado de trance. —¡Genial! —bufó Julen con una mueca—. Al final, los puñeteros curas van a tener razón y vamos a tener que llamarlos para que nos echen una mano. —Angasti, ¡no digas eso ni en broma! —lo amenazó Kamden, fulminándolo con la mirada. —Parece que vuelve a su estado normal. —Yanes se acercó y se arrodilló al lado de Gawain—. ¿Estás bien? —Levantó una mano para tocarlo. —Profe, yo que usted no haría eso —le avisó Julen, viendo cómo la luz volvía a cobrar fuerza. Una potente ráfaga echó a Yanes para atrás y una segunda descarga salió disparada y se clavó en el panel, muy cerca del punto rojo que representaba a Mike y a Robin. —¡Me cago en la leche! —Julen tiró de Yanes para apartarlo de Gawain—. ¡Esto parece Nochevieja! —¡O el puñetero cuatro de julio! —Kamden se acercó al panel y lo tocó. Parecía intacto, salvo por la enorme luz azul cerca de Lituania que destellaba como si fuese una sonda marítima. —Kam, mira esto —dijo Julen. El aludido se dio la vuelta y frunció aún más el ceño. La luz azul que rodeaba a Gawain se apagó lentamente y fue sustituida por su propia aura de color dorado. —Alabado seas, Príncipe de la Aurora. Tuya es mi existencia —murmuró Gawain, tocándose el pecho con la mano y sin abrir los ojos. —¿Se le ha ido la chaveta? —inquirió Julen, frunciendo la nariz.

—¡Jul! —le regañó Kamden, dándole un codazo. En ese momento, la puerta del despacho se abrió de golpe y Césaire, Elizabeth y Angus —otro primo MacKenzie— entraron armados hasta las cejas. —¿Qué pasa aquí? —Césaire echó un rápido vistazo y empezó a bajar su Glock cuando vio que no había peligro. —¿Todo va bien, primo? —Lili se acercó a Kamden sin perder de vista a Gawain. Sus hermanos la habían entrenado bien—. ¿Qué ha sido esa explosión que ha movido todo el edificio? —Nada. Los efectos de un poder vampírico. Podéis guardar las armas. —¡No te muevas, chupasangre! —gritó Angus apuntando a Gawain, que se estaba levantando. Angus MacKenzie era un veterano cazavampiros de la vieja escuela y pertenecía a la rama de la familia que procedía de la isla de Skye, lo que significaba que le importaba un bledo el pacto con Gawain. Pero el que mandaba ahora era Kamden y tenía que obedecerle como si fuese el jefe de familia. Kamden abrió la boca para ordenarle que bajara su arma, pero Gawain se adelantó y le dijo algo en gaélico al anciano. La cara de Angus reflejó una perplejidad absoluta. Parpadeó varias veces, bajó el arma lentamente y se fue tranquilamente. —Eso sí que es control mental —musitó Lili con cierta admiración. Debido a la extrema protección de sus hermanos, no había tenido mucho contacto con los vampiros. Además, todos los niños y niñas de la familia MacKenzie habían oído las historias sobre el vampiro Gawain, antiguo jefe MacRae. Y todos sentían una cierta fascinación por él, sin llegar a reconocerlo abiertamente. En su fuero interno, Lili se sentía muy afortunada por haber podido conocerlo en persona. Y Kamden era muy consciente de ello. —Lili, puedes volver a tu puesto —le ordenó de forma un poco autoritaria. A ella se le escapó una mueca, pero asintió con la cabeza y se fue. —Bueno, yo también debería irme, ¿no? —intentó Julen, dispuesto a seguirla. —Julen, como intentes salir de aquí te corto la… cabeza. —Kamden sonrió de forma muy peligrosa. —Vale, me quedo. —El vasco resopló y se cruzó de brazos. —¿Alguien podría apiadarse de mí y explicarme lo que ha pasado? — preguntó Césaire tras guardar su arma.

—Una luz ha surgido de la nada y ha rodeado al chupa…, al vampiro lanzando rayos como si fuese un espectáculo pirotécnico —explicó Julen a su compañero. —Gawain —Yanes volvió a acercarse a él—, ¿puedes darnos una explicación? ¿Qué significa esa luz que parpadea en el panel? El vampiro lo miró con seriedad. Todo su ser reflejaba una gran tranquilidad. —Diane se encuentra cerca de este punto, en Lituania, y gracias a la ayuda de mi hijo Alleyne, que se ha recuperado totalmente de sus heridas, por fin la encontraremos. Yanes lo miró con intensidad y sintió cómo la esperanza, que se había apagado lentamente durante esas semanas, volvía a renacer en él. Pero no todo el mundo pensaba de la misma forma. —Bravo. Una puesta en escena magnífica —Julen se puso a aplaudir de forma sarcástica—, pero no tenemos nada más que un puntito luminoso en un panel. Con esto no vamos a ninguna parte. —¿Su hijo es más poderoso que usted? —le preguntó Césaire a Gawain. El cazador marfileño había aceptado trabajar con él, pero se negaba a tutearlo. Cuestión de principios… —Alleyne quiere a Diane —intervino Yanes—. La encontrará. —Es más que eso —explicó Gawain, mirando a los tres Custodios—: hay un fuerte vínculo entre ellos dos, un vínculo que actúa como un imán. —Eso es en circunstancias normales, supongo —repuso Kamden, después de analizar la nueva situación—, pero ¿qué me dices de ese poder que os bloquea a todos? Es más que probable que también bloquee ese vínculo. —Kam tiene razón —dijo Julen, asintiendo con fuerza. Gawain esbozó una leve sonrisa. —Puede atenuarlo, pero no bloquearlo del todo. Nada ni nadie puede destruir el vínculo existente entre dos seres. Durante un minuto, todos guardaron silencio. —Muy bien. —Kamden resopló y clavó su mirada en la de Gawain—. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Antes de que el vampiro empezara a hablar, el teléfono volvió a sonar. Kamden se apresuró a descolgarlo. —Primo, una llamada del norte de Polonia por la línea interna. Es el agente Garland… —La pausa que siguió hizo que el cuerpo de Kamden entrara en tensión—. No son buenas noticias.

Kamden se sentó en el sillón e intentó aparentar una total normalidad para no despertar el sexto sentido de Julen en todo lo referente a Mike. Hizo una seña a Gawain para que siguiera con sus explicaciones dado que todo el mundo lo miraba, a la espera. Mientras su prima le pasaba la llamada, procuró no hacerle caso al miedo profundo que se estaba insinuando en él. Sabía que formar pareja con Garland era una mala idea y que, tarde o temprano, algo así iba a ocurrir. Siempre bromeaba con Mike sobre la muerte, porque un cazavampiros no le teme a la muerte. Pero, en esos momentos, si algo grave le había ocurrido, no sabía cómo iba a poder encajar esa noticia… —MacKenzie al habla. ¿Qué ha pasado Robin? —preguntó con toda la tranquilidad de la que era capaz. El agente Garland le hizo un breve resumen de la situación, pero sin ocultar nada, lo que volvió a impresionarlo. Por segunda vez, se preguntó si no estaba infravalorando al joven agente. —Vale, lo tendremos todo listo para cuando lleguéis. Tened cuidado. Kamden cortó la llamada y presionó otro botón. —Lili, que preparen un bloque con unidades de sangre y que el equipo se prepare. —De acuerdo. Kamden colgó el teléfono con lentitud, rezando para que Julen no se hubiese enterado de nada. Pero no tuvo esa suerte. —¿Qué pasa? —preguntó el vasco con una mirada peligrosa. Los tres hombres y el vampiro se giraron hacia Kamden. —Se trata de Mike —contestó él, levantándose del sillón para mirarlos a todos con seriedad—. Está herida. Gravemente herida. La cara de los tres hombres mostró la misma expresión de sorpresa y de consternación. Solo el vampiro se quedó totalmente impasible; pero, al fin y al cabo, era su naturaleza. —¡Voy a destrozar a ese desgraciado tocapelotas con mis balas! —rugió Julen con el rostro desfigurado por la ira. Ese estallido de furia no impresionó a Kamden. Estaba más que acostumbrado al carácter extrovertido e inestable de Angasti. Lo que de verdad le impresionó fue el dolor y la angustia reflejados en la cara y en la hermosa mirada de Yanes O’Donnell. El profesor se preocupaba por Micaela Santana. Saltaba a la vista que sentía algo por ella; algo muy poderoso.

*** La puerta de la cámara de Regeneración estaba abierta de par en par y de ella salía una bruma de un color azul oscuro. Frente a ella, Cassandrea dio el primer paso para entrar, impaciente por comprobar en persona que su hijo estaba bien. —Espera —dijo Vesper. Había cierta tensión en su voz. Gabriel también se mostraba muy cauteloso. —¿Sentís esa energía? —preguntó el vampiro con incredulidad—. Es… increíble y… diferente. Al otro lado de la puerta, el aura desconocida vibraba y se expandía de forma lenta y poderosa como si fuese el sonido del mar en calma. —No hay nada que temer. Se trata de mi hijo —afirmó Cassandrea. —Su aura ha cambiado —repuso Vesper, entrecerrando los ojos—. Ahora, su energía se parece a la de los Elohim. Cassandrea frunció levemente el ceño. —Es lógico si se tiene en cuenta que un Pura Sangre le ha ayudado a curarse. Todo va bien, Vesper —intentó tranquilizarla. La vampira morena estaba acostumbrada a sentir la energía del Senado y no le gustaba captar esa aura tan parecida a la de los ángeles. —Ten cuidado, Cassandrea —intervino Gabriel. A pesar de ser más joven, a él tampoco le gustaba esa energía. Había algo de la del Príncipe de los Némesis en ella, pero era más contenida y se manifestaba de forma diferente. ¿Y si se tratase de un aura demoníaca? ¿Podría un demonio haberse apoderado del cuerpo de Alleyne? —Gabriel, Vesper —Cassandrea los miró a ambos, intentando convencerlos —, la sangre no miente. Os aseguro que se trata de Alleyne, y no de un Elohim o de un demonio. Vesper dejó de mirarla y dirigió su mirada hacia la puerta. —Pues vamos a averiguar si tienes razón. La bruma se disipó repentinamente y fue sustituida por una poderosa aura de un intenso color verde que brillaba como el amanecer más espléndido. Gabriel abrió los ojos desmesuradamente cuando el aura se difuminó para dejar paso a Alleyne. Sí, era él; pero, por otra parte, ya no era él. El cuerpo del joven vampiro había ganado volumen, como si se hubiese pasado las tres semanas levantando pesas en un gimnasio en vez de estar tumbado en una especie de ataúd metálico. Solo llevaba puesto el vaquero negro

y se podía apreciar perfectamente que las laceraciones de su cuerpo habían desaparecido por completo. Su pelo castaño, mucho más largo que antes, se había oscurecido ligeramente y el tono verde de sus ojos se había agudizado. Era más… hermoso que antes. Hermoso y letal, como un ángel vengador. Una fría determinación brillaba en su mirada eléctrica. Gabriel sintió cómo Vesper empezaba a desplegar su energía de forma preventiva y temió que la vampira atacara a Alleyne. Si lo hacía, ¿en qué lado tendría que ponerse? A pesar de que la noción de amistad era muy complicada de definir en la Sociedad vampírica, el joven vampiro le caía muy bien. Y la reacción de Vesper no era más que una reacción natural de defensa frente a algo desconocido. Algo que se parecía mucho a un Elohim, el primo hermano aniquilador que nadie querría ver en su casa. Cassandrea también lo sintió y decidió avanzar hacia él. —Alleyne… Su hermosa mirada violeta brilló de ternura contenida. El amor que sentía por él era el amor de una madre que no podía dar crédito a que su hijo hubiese vuelto a casa sano y salvo. No después de verlo casi al borde del final de su existencia. Alleyne se acercó a ella y la tocó como si todavía fuese humano. —Estoy bien —murmuró, acariciándole las mejillas con las dos manos. No era muy común que el lado humano en un vampiro siguiera vivo después de tanto tiempo desde su conversión, pero, en algunos casos, ese lado seguía luchando por sobrevivir. Eneke, por ejemplo, seguía siendo tan hosca e impaciente como cuando era humana; y a Alleyne no le molestaba el contacto físico con sus congéneres, sobre todo con los dos vampiros que eran como un padre y una madre para él. Vesper aplacó de inmediato su poder, más convencida por ese gesto del joven vampiro que por cualquier otra cosa. Gabriel se sintió mucho más tranquilo de repente. —Me alegro de que estés de vuelta entre nosotros —dijo con una sonrisa. Alleyne giró la cabeza hacia Vesper y hacia él. —Tu aura ha cambiado. Tú has cambiado —puntualizó la vampira fríamente. El aludido esbozó una sonrisa ladeada. —Sí, eso es lo que pasa cuando uno vuelve del Infierno. Su voz sonaba mucho más grave que antes. Mucho más peligrosa. Cassandrea frunció el ceño y le tocó el brazo con preocupación.

—Pero, ahora, soy mucho más poderoso que antes —añadió él, echándole una mirada reconfortante a la vampira veneciana. —¿Y en qué piensas utilizar toda esa potencia? —inquirió Vesper de forma poco amigable. Gabriel entendía su punto de vista. Como miembro de los Pretors, muy cercana al Senado, la vampira tenía que velar por el buen funcionamiento de la Sociedad. Y los individuos sueltos demasiado poderosos eran una amenaza muy seria, incluso si se trataba de Alleyne. El joven vampiro nunca había manifestado su deseo de ser un Pretor como Gawain y eso lo cambiaba todo. —Quiero formar parte de los Pretors —afirmó Alleyne con rotundidad, como si hubiese entrado de golpe en las mentes de los dos vampiros—. Hasta este momento, no me sentía a la altura de ese cargo. Me veía demasiado débil — explicó mirando en particular a Vesper—, pero ya no es el caso. —¿Y piensas poder manejar tanta potencia? —soltó la vampira sin darse por vencida. —Confío en que me ayudes, Vesper. Tú sabrás ponerme límites. —¡Te ayudaremos todos! —aseguró Gabriel—. Y no debemos olvidar lo más importante: estás de vuelta y tus heridas se han curado. ¿No es lo esencial, Vesper? ¿Mantenernos unidos? La vampira guardó silencio y se quedó observando a Alleyne. Entonces, él se acercó a ella e hizo un gesto impensable para un vampiro: le tendió la mano. —Cógela, Vesper —dijo en un tono suave—. Entra en mi mente y averigua todo lo que tienes que averiguar para poder confiar en mí. Ella no se lo pensó ni un segundo y agarró su mano con fuerza. Fijó su mirada en él y sus ojos empezaron a brillar cada vez más. De repente, soltó su mano y se alejó un poco. Gabriel la miró con curiosidad mientras que Cassandrea le dedicaba una mirada impasible. —Bienvenido a los Pretors, Alleyne. —Vesper inclinó brevemente la cabeza con respeto—. Eres digno de confianza, a pesar de que sigue sin gustarte el Senado y su política. —Y no pienso cambiar de opinión —recalcó el aludido con una sonrisa ladeada—. Ahora soy un Aliado de la familia Némesis como mi padre, y mi existencia le pertenece. —¿A la familia en general o a su Princesa? —inquirió Gabriel en un intento de relajar el ambiente un poco tenso.

Alleyne le dirigió una mirada muy seria. —Soy más poderoso, sí; pero sé muy bien qué lugar me corresponde. Gabriel bajó la mirada, apenado. La nueva confianza que el joven vampiro sentía por sí mismo tenía sus límites; unos límites que él mismo se había impuesto. Alleyne no iba a dar su brazo a torcer: según su propio criterio, Diane seguía siendo inalcanzable para él. —¿Y ahora qué? —preguntó Cassandrea dulcemente. —Tengo una misión que cumplir y no descansaré hasta lograr que se cumpla —contestó Alleyne—. Sacaré a la Princesa de los Némesis de ese antro y si ese bastardo, que se hace llamar Príncipe de la Oscuridad, le ha hecho daño, lo seguiré hasta el Infierno si es preciso para hacerle pagar. —Te llevaré hasta Gawain en Escocia —dijo Vesper dándose la vuelta. —Será mejor que aprovechéis la oscuridad de esta noche y que os vayáis cuanto antes —puntualizó Gabriel. —El jet privado ya está listo —añadió Cassandrea, y su voz se tiñó de mucha tristeza. El Príncipe de los Némesis había logrado curarle las heridas a Alleyne, pero ¿para cuánto tiempo? La batalla que se avecinaba sería mucho más cruel y sangrienta que la escaramuza del piso de Sevilla, y dudaba de que Gawain o él saliesen ilesos de ella. Alleyne la miró intensamente y, en un abrir y cerrar de ojos, estuvo a su lado. —No debes preocuparte —dijo cogiendo su mano para besarla con mucha ternura—. Siempre serás como una madre para mí, pero ahora me toca librar mis propias batallas. —Sonrió—. Me aseguraré también de que no le pase nada a Gawain. —Eres un buen hijo, sweat heart. —Cassandrea acarició su pelo ligeramente más ondulado que antes. —¡Por Dios! ¡Menos mal que no puedo llorar porque, de lo contrario, estaría llorando como una Magdalena en estos momentos! —exclamó Gabriel con una sonrisa. —Bueno, lamento tener que cortar este momento empalagoso, pero tenemos que irnos —intervino Vesper—. Voy a intentar ponerme en contacto con Gawain para avisarle. —Dame diez minutos, por favor —pidió Alleyne. La vampira se dio la vuelta y lo miró con el ceño fruncido—. Tengo que cambiarme, pero sobre todo tengo que ir a ver a Eneke. —Te doy seis minutos. Ni uno más —puntualizó ella antes de alejarse.

Gabriel hizo una mueca llena de compasión. —¡Como Vesper se convierta en tu Tutor, lo llevas claro, Alleyne! Vas a tener que hacer tus pruebas y ella no te lo va a poner nada fácil. —Vesper será un Tutor perfecto para mí —contestó el aludido sin sonreír—. Lo siento, pero debo irme: no puedo perder tiempo. El joven vampiro inclinó la cabeza y desapareció por la escalera. —Se ha vuelto demasiado serio, ¿no? —se preocupó Gabriel. —Siente muchísimo miedo por Diane y no quiere mostrarlo. Quiere ser digno de ella y ganar nuestro respeto —respondió Cassandrea con una sonrisa triste. Gabriel esbozó una sonrisa luminosa. —Ten por seguro que ya se ha ganado el mío. Vestido con un nuevo vaquero negro y con una chaqueta marrón de cuero, Alleyne se acercó a la cama donde descansaba Eneke. La vampira permanecía tranquila, pero, de vez en cuando, su cuerpo fibroso de depredadora nata se movía solo. Levantó la mano y la situó por encima de su frente, pero sin tocarla. Una suave luz de un tono verde se depositó sobre el pelo rubio y corto de la vampira húngara. —Que conste que no me olvido de que estoy a tu servicio durante un año por haber levantado la mano contra ti, pero te pido una licencia para poder cumplir mi misión —pidió en voz alta. Eneke pareció sonreír sin abrir los ojos y Alleyne asintió con la cabeza. Entonces acercó su boca a su oído y puso su mano sobre la vena de su garganta. La luz verde se intensificó a su alrededor. —Tienes que alimentarte y recuperar toda tu fuerza —le murmuró desplegando su poder—. Mariska está perfectamente y está con Diane. Te prometo que la encontraré, Eneke, y que te devolveré a tu amada. El cuerpo de la vampira se tranquilizó de inmediato como si su cerebro hubiese asimilado de inmediato las palabras del joven vampiro. —Tenga lo que tenga que hacer y cueste lo que cueste, las encontraré a ambas —prometió Alleyne con una mirada acerada llena de rabia contenida.

Capítulo quince —¡ Cabrón! ¡Te voy a machacar! Kamden no tuvo tiempo de intervenir antes de que Julen golpeara en la cara a Robin, empujándolo contra la pared del pasillo. —¡Julen! Césaire se puso delante del vasco de forma intimidatoria, pero Angasti estaba fuera de control: lo rodeó rápidamente y volvió a abalanzarse sobre Robin. —¡Eres un inútil de mierda, Garland! ¡Vuelve a tu puta casa! Kamden consiguió coger su brazo y apretó su hombro con fuerza para llamar su atención. —Ya basta, Angasti. Es una orden —dijo fulminándolo con la mirada. —Por si no te has dado cuenta, Robin también está herido —señaló Césaire con aire amenazador. —¡Me importa una mierda! —espetó el vasco, liberándose de la mano de Kamden de mala manera—. Él no está metido en un quirófano luchando por su vida. Robin se limpió la sangre de la boca en silencio y bajó la mirada. Estaba muy pálido y tenía un brazo y una pierna vendados. Se apoyó contra la pared y no intentó defenderse o buscar una pobre excusa, lo que despertó la vena protectora de Yanes. —No me parece la mejor conducta a tener en estos momentos. Su compañero de equipo está herido, será por algo, ¿no? —inquirió el profesor poniéndose al lado de Robin. —No es mi compañero de equipo. Es el compañero de Mike —recalcó Julen lanzándole una mirada torva al joven agente—. Y, profe, no se meta en esto, ¿vale? Yanes lo miró de forma airada. —Agente Angasti, yo también formo parte de la Liga ahora —le recordó de forma tajante. El aludido lo miró con aire malvado. Kamden decidió intervenir y decirle lo único que podía pararle los pies.

—Angasti, si sigues así, no podrás entrar en esa habitación para ver a Mike. ¿Queda claro? Julen apretó la mandíbula y le dedicó una mirada asesina, pero prefirió callarse porque sabía que MacKenzie nunca amenazaba en vano. Se cruzó de brazos y se recostó contra la otra pared, sin perder de vista a Robin. Kamden frunció el ceño y resopló. ¿En qué momento había pensado que ser jefe tenía sus ventajas? Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no atizarle a uno de sus agentes y tenía a otro gravemente herido en el quirófano. ¡Menudo chollazo de cargo! Lo peor era la profunda angustia que sentía por Mike y que le retorcía las entrañas ya que le recordaba lo vivido con su mujer. Los terribles recuerdos de aquel día empezaban a abrirse paso lentamente en su mente. «¡No pienses en ello!», se ordenó mentalmente. La solicitud de Yanes O’Donnell hacia Robin consiguió distraerlo de sus pensamientos. —¿Se encuentra bien, agente Garland? —Yanes le tocó el brazo no herido con amabilidad. —Sí… sí, no se preocupe —balbuceó Robin sin levantar la mirada. —Hijo, cuéntanos con detalles lo que ha pasado —le pidió Césaire con tranquilidad. Robin levantó lentamente la mirada hacia él, pero volvió a bajarla como si tuviera vergüenza de mirarlo a los ojos. Tanto Julen como el Custodio marfileño eran los verdaderos compañeros de Mike. Compañeros y, sobre todo, amigos. —Hiciste tu trabajo, Robin. Nadie te va a culpar de nada —afirmó Kamden con rotundidad—. Me encargaré personalmente de ello —añadió, echándole una mirada significativa a Julen, quien hizo una mueca. Robin levantó la cabeza de golpe y miró a Kamden. Su mirada azul empezó a brillar con respeto y admiración, como si su opinión fuese lo más importante para él. Como si nada más importara que lo que Kamden pensara de él. Un extraño calorcito, muy parecido al cariño, se encendió en su pecho al ver esa mirada. ¡Condenado idiota! Robin respiró varias veces antes de empezar su relato. Gawain, que se había mantenido al margen de la pelea, lo observó atentamente. —Estábamos siguiéndole la pista a unos vampiros degenerados en la campiña polaca, cerca de la frontera con Lituania. Ese grupo decidió atacar a unos granjeros para alimentarse; vamos, nada fuera de lo normal. Pero oímos cómo uno de ellos decía que pronto no tendrían que esconderse porque el príncipe

oscuro iba a utilizar la sangre de Dios para convertir a los humanos en esclavos, y que después de alimentarse irían a su encuentro. —Robin se tocó distraídamente el brazo vendado—. Como no eran muy rápidos, decidimos adelantarnos y poner a salvo a esa familia para luego seguir rastreándolos. Robin recordó en silencio la carrera a través del campo nevado y el movimiento ágil y fascinante del cuerpo de Micaela Santana al correr. No les había costado mucho convencer a esa familia para que se refugiara en un escondite, dado que la gente era muy supersticiosa en esa zona. Para esos campesinos, los vampiros no eran una mera leyenda. Sin embargo, la habilidad de Micaela había obrado un milagro y los campesinos se habían escondido de forma muy tranquila. La agente Santana… Se había portado muy bien con él y lo había tratado de igual a igual. Robin había aprendido muchísimo en esas pocas semanas que había estado a su lado. Y ahora su vida pendía de un hilo. Había perdido mucha sangre. Garland carraspeó y decidió seguir con su relato. De lo contrario, empezaría a gritar y a darse cabezazos contra la pared. Estaba totalmente de acuerdo con la actitud de Julen hacia él. Él también tenía ganas de darse puñetazos a sí mismo. —Los vampiros nos atacaron y logramos deshacernos de todos, salvo uno que dejamos libre para que huyera y nos condujera a ese príncipe —prosiguió Robin con una mirada demasiado brillante—. Nos disponíamos a seguirlo cuando pasó algo muy raro: la hija de los campesinos, una niña pequeña, salió del escondite, se puso delante de la puerta y nos miró de una forma inocente. Me acerqué a ella para quitarla del camino, pero Mike me gritó que no diera un paso más. —La mirada de Robin se tornó vacía—. Entonces, se desató el infierno… La dulce niña rubia les había sonreído de forma espeluznante. —¡Vais a morir, basura! —había gritado con voz distorsionada al tiempo que se abalanzaba sobre Robin para intentar clavarle un cuchillo tan grande como ella. El cuchillo había dado con el hueso de su brazo, pero Mike había logrado darle una patada a la niña para que soltara el arma. Robin se había quedado petrificado. No podía levantar la mano contra una niña. —¡Muévete, Robin, y coge tu arma! ¡No es humana! —le había gritado Mike antes de hacerle frente a otros vampiros surgidos de la nada. Robin parpadeó y volvió al momento presente.

—A pesar de que faltaba poco tiempo para el amanecer, esos vampiros se lanzaron a por nosotros —explicó con voz cansada—. La agente Santana utilizó su Opinel y yo mi arma de balas solares, pero entonces nos dimos cuenta de que no tenían ningún efecto sobre ellos. No eran vampiros, eran… —Demonios —concluyó Gawain. Todas las miradas se centraron en él y luego volvieron a Robin. —Sí, demonios. —El joven agente dejó escapar un largo suspiro—. Uno se había metido en el cuerpo de la niña y los otros aparecían y desaparecían a nuestro alrededor sin parar, intentando hacernos pedazos con sus dientes puntiagudos y sus garras. Kamden entrecerró los ojos. Eso explicaba las magulladuras y los arañazos que Mike y Robin tenían por todo el cuerpo. —¿Fue uno de esos demonios el que hirió de gravedad a Mike? —inquirió con visible preocupación. Robin negó con la cabeza. —Consiguieron quitarnos las armas y nos acorralaron, pero, de repente, desaparecieron. La agente Santana me empujó y me ordenó salir de allí, pero no tuve tiempo porque apareció una nube blanca y de ella salieron tres demonios vestidos como auténticos ninjas. Entonces…, entonces llegó ella, la vampira. — Robin respiró entrecortadamente, reviviendo el momento—. Era… siniestra y hermosa a la vez. Parecía una geisha. El joven agente se calló de golpe y cerró los ojos. Su cara se había vuelto muy pálida. —Está exhausto —dijo Yanes mirando hacia Kamden. —Tiene que seguir —replicó Julen de forma implacable. El profesor le dedicó una mirada reprobatoria. —Robin. —Kamden se acercó a él y le tocó el hombro—. Solo necesito esa información. Garland volvió a abrir los ojos y clavó su mirada en la suya. —Fue ella —afirmó, pasándose una mano por la frente—. Sacó una katana de la nada y la hundió en el costado de la agente Santana. Luego se volatilizó. Kamden se quedó mirándolo. —No podías hacer nada, Robin. No estamos preparados para matar demonios. Tú tampoco habrías podido hacer algo, Angasti —soltó, echándole una mirada a Julen. El vasco maldijo por lo bajo.

—Deberías irte a descansar, muchacho —intervino Césaire viendo la palidez de Robin—. Tienes mala cara. —Sí —convino Kamden—, es mejor que te vayas a… Se interrumpió repentinamente cuando vio al médico salir del quirófano. Una mano invisible pareció estrujarle el corazón después de echarle un vistazo a su cara. Las cosas no pintaban nada bien. —La herida del costado se ha cerrado de forma adecuada y hemos logrado contener la hemorragia interna. También se ha necesitado una transfusión debido a que la paciente había perdido mucha sangre —explicó el médico, paseando su mirada sobre los hombres presentes—. Sin embargo, algo está afectando a su sistema nervioso y no sabemos lo que es. Julen se tensó y apretó los dientes cuando el médico desvió la mirada. Yanes sintió que un frío repentino se apoderaba de su alma. Robin pareció encogerse por el dolor y la cara de Césaire se volvió más dura que el granito. Kamden intentó respirar con normalidad y se preparó para lo peor. —Ese virus, por llamarlo de alguna forma, la está matando. Se está muriendo. Le quedan una o dos horas de vida como máximo —sentenció el médico bajando la cabeza. —¡¡Joder, no!! —gritó Julen estrellando su puño contra la pared. Yanes cerró los ojos, preso de un dolor insoportable. ¿Estaba condenado por el destino a ver morir a las personas por las que sentía algo? No había tenido la oportunidad de intentar conquistar el corazón de Micaela y no podía soportar la idea de que todo terminara de esa forma. —Está consciente a pesar de la fiebre y la vamos a llevar a una habitación contigua, por si queréis ir a verla. —Gracias, doctor —dijo Kamden enmascarando su dolor. El médico suspiró y volvió a entrar en el quirófano. —No puede ser… no puede ser… —balbuceó Robin, dándose golpes en la cabeza contra la pared. —¡¡Tú deberías estar allí dentro, no ella!! —le gritó Julen con rabia y desesperación—. ¡Deberías estar pudriéndote! Angasti echó a andar hacia Robin, pero, en un abrir y cerrar de ojos, Gawain se interpuso en su camino. Todo el mundo se había olvidado del vampiro. —¿Por qué no se tranquiliza, agente Angasti? —Gawain hundió su mirada dorada en la mirada color whisky de Julen. —¡Tus truquitos mentales no funcionan conmigo, chupasangre! —recalcó el vasco con aire malvado.

—¿Ah, sí? —Gawain puso su mano en su cuello—. Quédese quieto durante cinco minutos —le ordenó, desplegando un poco su aura dorada. La mirada del vasco se volvió turbia y obedeció. Volvió a su sitio y se sentó contra la pared sin decir nada. —¿Qué le ha hecho? —preguntó Césaire con voz amenazadora y tras sacudir levemente a Julen. —Quizá haya una posibilidad de salvar a la agente Santana, pero necesito que nadie me interrumpa —contestó Gawain situándose frente a Robin—. Tengo que averiguar algo y para ello debo entrar en su mente, agente Garland. ¿Me da su permiso? —Sí. Daría hasta mi vida con tal de salvar a Micaela. —No será necesario —dijo Gawain con una sonrisa. —¿Es peligroso? —No pudo evitar preocuparse Kamden, situándose a la izquierda de Robin. No quería perder a otro agente, eso era todo. En realidad, no quería reconocer que se preocupaba de verdad por el chaval porque le caía cada vez mejor. Tenía agallas: no había abandonado a Mike cuando ella le había ordenado huir. —No le causaré ningún daño. Seré muy rápido. Dicho eso, Gawain entró de lleno en la mente de Robin hasta llegar a sus recuerdos. —¡Vete ya, Robin! —Mike lo empujó hasta la puerta que todavía se podía ver. —¡No! ¡No la dejaré sola, agente Santana! Una niebla espesa surgió como por arte de magia y se expandió hasta rodearlos. Un ruido en lo alto les llamó la atención y vieron cómo tres formas negras salían de la pared y se colocaban en círculo. Eran tres demonios vestidos con el atuendo típico de los ninjas y tapados hasta los ojos. —No te muevas, Robin —murmuró Mike, antes de recuperar su Opinel y de abalanzarse contra ellos. Los tres demonios y ella iniciaron un baile mortal de artes marciales y devolvieron golpe por golpe. Pero ellos eran demonios y Mike solo humana. Al final se quedó tendida en el suelo, magullada y herida por sus golpes fuera de lo común, pero sin soltar su arma. —¡Agente Santana! Robin se precipitó hacia ella, pero la niebla le impidió avanzar. —¿Adónde vas, cachorro humano? —preguntó una voz de mujer de entre la niebla.

Él se dio la vuelta y entonces la vio. No era un demonio, era una vampira. Sus colmillos blancos relucían en su boca color sangre. Era hermosamente siniestra. Sus rasgos eran asiáticos y vestía un kimono negro con diminutas flores rojas que parecían gotas de sangre. Una espeluznante geisha de pelo y ojos oscuros y piel mortecina. —Me habéis conseguido suficiente comida. Ya no os necesito —dijo la vampira moviendo levemente la mano hacia los tres demonios. Ellos asintieron y desaparecieron. Robin no pudo seguir mirando hacia Mike porque sintió las manos heladas de la vampira en su cara. —No te preocupes por ella, Hikaru. —La boca de la vampira se acercó peligrosamente a su cuello—. Pronto te seguirá en la muerte. Robin no podía hablar ni moverse. Estaba completamente paralizado. —No tengas miedo, pequeño. Solo te dolerá un poco. La vampira soltó una risotada y Robin vio cómo su lengua se parecía a la de una serpiente, tan letal como la de una víbora. Pero todo cambió repentinamente: no supo de dónde Micaela había sacado las fuerzas necesarias como para volver a levantarse. La vampira debió pensar que ella estaba demasiado noqueada como para seguir luchando, o ella misma estaba demasiado interesada en alimentarse como para prestarle la debida atención. La agente Santana los sorprendió a ambos. —¿Por qué no te vas a dar un paseo, zorra? Mike le asestó un golpe con su Opinel y empujó a Robin hacia un lado. —¡Corre, Garland, corre! —le chilló para despertarlo. La vampira apenas se movió, pero él logró zafarse de su mortal abrazo y se alejó. Ella no lo siguió, sino que dirigió toda su atención hacia Mike. —Tienes suerte de que me guste jugar con la comida, pequeña Custodio. — La vampira lanzó a Mike contra la pared con el poder de su mente—. De lo contrario, te habría despedazado en un instante. La vampira se situó frente a Mike y le levantó la barbilla con sorprendente suavidad para poder observarla minuciosamente. —Eres muy guapa —murmuró, deslizando un dedo frío sobre su mejilla—. Te pareces mucho a la ramera veneciana, la que está con el perro de los Némesis. Mike la miró con odio. —¡No me mires así! —La vampira la agarró por el pelo—. Tienes un poco de su sangre en ti. ¿Sabes? —esbozó una sonrisa siniestra—, deberías mostrarme

más respeto. Soy la Princesa de los Kashas después de todo…; y te reservo un trato muy especial. La vampira le soltó el pelo y levantó la mano hacia lo alto. Hubo un leve destello de luz y una katana bastante larga apareció en su palma. Viendo eso, Robin se asustó y decidió intervenir. —¡Eh! ¡Déjala tranquila! ¡Me tienes a mí! —No me molestes ahora, cachorro. —La vampira le echó una mirada por encima del hombro y lo hizo retroceder con su poder—. Luego me ocuparé de ti. Robin se topó con un muro invisible cuando intentó avanzar de nuevo. Miró frenéticamente a su alrededor, en busca de un arma, mientras la vampira sacaba la katana de su forro y la miraba con un sádico placer. —Vamos a ver cuánto tiempo eres capaz de aguantar mi juego, Custodio — dijo mirando a Mike a los ojos. Mientras seguía inmovilizándola contra la pared gracias a su poder vampírico, acercó la katana a su cara. Sin dejar de observar a la agente Santana, deslizo su lengua por la hoja. —Procura no gritar mucho si te duele. Sería mostrar cierta debilidad, ¿no crees? —murmuró con regocijo. Sin previo aviso cogió a Mike del cuello, abrió su cazadora de cuero con la mente y le hundió la katana en el costado. Hizo todo eso riéndose a carcajadas. Mike soltó un suave quejido de dolor y apretó la mandíbula para no chillar. Robin gritó, horrorizado. —Bravo, eres muy dura. Me gustan las humanas como tú —comentó la vampira, sacando la hoja del cuerpo de la Ejecutora para dejarla caer luego al suelo. Entonces, algo se apoderó de Robin. Su miedo y sus nervios fueron sustituidos por una increíble tranquilidad. Cuando vio que su arma no quedaba muy lejos de él, utilizó toda su fuerza de voluntad para llegar hasta ella y logró apuntar hacia la vampira, a pesar de la herida de su brazo y de su pierna. —¡Vete al infierno, chupasangre! Robin disparó varias balas de rayos UVA. Sin embargo, la vampira utilizó su poder y las balas se quedaron flotando en el aire. —Me parece que has fallado, pequeño —comentó ella con aire socarrón. —Pues yo creo que no —replicó Robin, imitando la sonrisa torcida de Kamden MacKenzie. Volvió a disparar, pero esa vez en lo alto, provocando un enorme agujero en el techo. Ya había amanecido y la luz del sol inundó toda la estancia y vino a

caer justo en la cara de la vampira. Robin la miró expectante, pero se quedó sorprendido cuando vio que no daba muestras de dolor y que ningún humo se desprendía de ella. —¿De verdad pensabas que me iba a convertir en cenizas como la basura a la que perseguís? —se rio la vampira con desdén—. Soy una Pura Sangre, pequeño. Hace falta mucho más que un poco de sol para aniquilarme. Robin maldijo y volvió a apuntarla. Le quedaba una sola bala. Y ella lo sabía. La vampira lamió la sangre de Mike en su katana, pero, sorprendentemente, la hizo desaparecer. —No va a ser necesario. Me he cansado de jugar —soltó, retrocediendo en las sombras—, y tengo otros asuntos que atender. La mirada negra de la vampira se clavó en la de Robin mientras este seguía apuntándola. —Soy Naoko, Princesa de los Espíritus malignos —murmuró con voz letal, provocándole numerosos escalofríos a Robin—, y te prometo que nos volveremos a ver. Entonces, te haré pagar muy caro lo que has intentado hacer hoy. La vampira desapareció en una niebla blanca, tal y como había aparecido. Robin se precipitó hacia Mike y vio que estaba perdiendo mucha sangre. —Micaela…, agente Santana —la llamó, intentando detener la hemorragia. La herida presentaba un aspecto muy curioso y había una sustancia extraña a su alrededor. Su cuerpo estaba muy caliente debido a una repentina fiebre. Ella entreabrió los ojos con dificultad. —¿Por qué… por qué no… te has ido, imbécil? —murmuró con voz ronca. —No la dejaré sola, agente Santana. La angustia y el miedo volvieron con fuerza cuando Robin se dio cuenta de que no conseguía parar el flujo de la sangre, que seguía escapándose inexorablemente del cuerpo de Micaela. El silencio era casi palpable cuando Gawain terminó de hablar. Había estado contando en voz alta los recuerdos extraídos de la mente de Robin. —¿Cómo te encuentras? —preguntó Kamden viendo cómo el joven agente parpadeaba varias veces. —Un poco aturdido…, pero estoy bien. —Has sido más que valiente, agente Garland. —Kamden apretó su hombro y lo miró con respeto—. Te has enfrentado solo a una princesa de Pura Sangre.

—Pero no he podido impedir que atacara a la agente Santana… —murmuró él bajando de nuevo la cabeza. —¿Qué puñetas ha pasado? —masculló de repente Julen, recobrando la plena consciencia. Pero nadie le hizo caso. —¿Qué le ha hecho esa zorra a Mike? —preguntó con aire feroz Césaire a Gawain, olvidándose temporalmente de sus buenos modales. —La sangre de la agente Santana ha sido contaminada por un potente veneno que, normalmente, mata en muy pocas horas —explicó el vampiro, alejándose un poco. —¿Conoces algún antídoto? —preguntó Kamden frunciendo el ceño. —Yo no, pero sé de alguien que lo sabe todo sobre venenos. —Quizás sea demasiado tarde… —susurró Yanes con pesar. Habían pasado muchas horas y Micaela había perdido mucha sangre. —Usted ha vivido una situación similar y ha logrado salvarse. No debería perder la fe tan fácilmente, profesor. Yanes clavó su mirada en la de Gawain y supo que él podía salvar a Micaela como Cassandrea lo había salvado a él. —¿Y a qué espera? ¿A que caigan ranas del cielo? —soltó Julen con rabia después de ponerse de pie. —Estabas mejor dormidito después de todo… —masculló Césaire entornando los ojos. Gawain ni se molestó en mirarlo. —Antes de hacer cualquier cosa, tendrás que darme tu autorización, Kamden MacKenzie, para que pueda utilizar métodos no convencionales —dijo el vampiro con firmeza. Kamden no lo dudó ni un segundo. —Tienes mi visto bueno, siempre y cuando esos métodos no hagan más daño a Mike. Gawain asintió con gravedad. —¡Sasha! —llamó en voz alta. Durante varios segundos, no pasó nada y luego el aire pareció vibrar y, de repente, un vampiro alto y moreno, vestido con suma elegancia, apareció a su lado. Todos los hombres ahí presentes no pudieron reprimir un movimiento de sorpresa.

—¡Joder! —exclamó Julen, llevándose una mano a la funda de su arma que descansaba cerca de su pecho. —Y este ¿quién es? —inquirió Césaire cruzándose de brazos—. ¿La reencarnación del mago Houdini? Sasha paseó una mirada recelosa sobre todos ellos y, cuando llegó a la cara poco amigable de Kamden MacKenzie, entrecerró los ojos. Su presencia allí resultaba muy incongruente, no por el hecho de que fuera un vampiro sino por culpa de su forma de vestir demasiado elegante. Su jersey marrón de angora, su pantalón de pinza color canela y sus zapatos de marca resultaban demasiado vistosos para ese tipo de ambiente. —¿Alguna novedad que haya propiciado que me encuentre en medio de estos Custodios, aparte de que tu hijo se haya curado satisfactoriamente? —preguntó el vampiro con cierta burla. —¿Cuál es el antídoto de la Digitalis? —¿Digitalis? —Sasha entrecerró aún más los ojos y, sin previo aviso, miró a Robin de forma aguda. Su mirada color café empezó a brillar como si estuviera captando algo—. La loca de Naoko… Es increíble que la humana no haya muerto todavía. —Se trata de Micaela Santana —indicó Gawain. El brillo persistió en la mirada de Sasha. —Ah, entonces es comprensible que sea tan resistente. Julen le dedicó una mirada malévola. Tenía ganas de coger su arma y de disparar a lo loco para desahogarse. No recordaba haber sentido tanto dolor y angustia por alguien, ni siquiera por su propia madre. —¿Y eso qué significa, Houdini? —preguntó de mala forma. Sasha lo miró con aire de superioridad. —Me llamo Sasha, Custodio —puntualizó con frialdad—. Significa que la agente Santana es la descendiente de la hermana de Cassandrea, la vampira Cassandrea… —¡Eso es una puta mentira! —gritó Julen, avanzando hacia él con ganas de pelea—. ¡Unos vampiros degenerados mataron a su familia! —¡Jul, para ya! —Césaire lo sujetó rápidamente por detrás. Sasha siguió mirándolo sin inmutarse. —Es verdad —intervino Yanes, clavando su mirada en la del vasco—. Ella misma lo reconoció cuando vino a rescatarme. Julen se tambaleó un poco y bajó lentamente la mirada.

Kamden frunció el ceño, meditabundo. Ese era el gran secreto que Mike arrastraba consigo día tras día. El gran secreto que pesaba sobre sus hombros como una losa y que no le permitía relajarse nunca. Ahora entendía su dureza y por qué ella siempre conseguía encontrar a los vampiros. De alguna forma, estaba conectada con ellos. Pero eso no cambiaba nada. Mike seguía siendo una cazavampiros ejemplar, valiente y leal. —¿Qué más da, Angasti? Mi antepasado fue el mejor amigo de Gawain y Mike es la descendiente de una vampira. ¿Y qué? —exclamó Kamden con rotundidad. —¡Por mí como si fuese la hija del Papa! —recalcó Julen con rabia—. Me ha pillado por sorpresa, ¿vale? Sasha se cruzó de brazos con aire burlón. —¡Ay, estos Custodios! Trabajan juntos y no saben nada los unos de los otros. —Sasha… —La voz de Gawain sonó amenazadora. —¿Qué? ¡Solo he contestado a su pregunta! —Estamos perdiendo un tiempo muy valioso —apremió Yanes, mirando a Gawain con desesperación. —Es cierto. Sasha, ¿cómo se combate la Digitalis? El rostro del vampiro moreno se volvió muy serio. —Mezclando esencia de junípero con sangre; sangre muy poderosa. —Sasha le dedicó una mirada muy aguda a Gawain—. Pero ni tú ni yo estamos autorizados a entregar nuestras sangres. —¿Y quién puede tener ese tipo de esencia? —inquirió Gawain sin echar cuenta de lo último que había dicho. Sabía perfectamente que no podía entregar su sangre a nadie; ni a humanos ni a vampiros. —Gabriel. —Sasha se encogió levemente de hombros como lo hubiera hecho un humano—. Siempre le ha gustado la investigación, cualquier tipo de investigación. Tiene un maletín muy interesante donde guarda un sinfín de mezclas y de antídotos. —No sabía que le interesaran tanto los venenos. —¡A Gabriel le interesa cualquier cosa con tal de investigar! Es un poco nuestro científico loco, pero el Senado está muy contento de poder contar con esa mente prodigiosa. —Pues bien, ve a Sevilla y tráelo de vuelta. Y luego ve a por su maletín. La expresión de Sasha se tornó impasible.

—¿Y cómo piensas remediar el problema de la sangre? Lo siento, Gawain, pero se necesita sangre vampírica para destruir los efectos de la Digitalis, y salvar a un Custodio con nuestra sangre no forma parte del plan. La sangre humana no sirve en este caso. La mirada de Gawain se volvió más gélida que un glaciar. —Entonces, ¿qué propones? ¿Observar cómo esa humana, descendiente de Cassandrea, se muere por habernos ayudado sin hacer nada? Sasha y Gawain se afrontaron con la mirada. —Gabriel podría dar su sangre —dijo finalmente Gawain. —¡No! El Senado lo prohíbe. Ha habido demasiados… experimentos sin su autorización —comentó Sasha, echándole una mirada a Yanes. —¿Ya está? ¿Fin de la historia? —intervino Julen cada vez más cabreado—. ¿La vais a dejar morir como a un perro? Sasha enarcó una ceja. —¡Qué conveniente, Custodio! ¿Ahora necesitáis nuestra ayuda? Julen soltó un grito furioso y Césaire tuvo que sujetarlo bien. Kamden frunció la boca y lanzó una mirada feroz a Sasha. Estaba tentado de olvidarse del pacto durante un minuto para aclararle las ideas a ese vampiro. —¿No hay nada más que hacer? —musitó Robin, implorando con la mirada. Él no era tan orgulloso como los demás y si hacía falta arrodillarse ante ese vampiro de extraño acento, él lo haría. —Yo puedo darle mi sangre a la agente Santana —dijo de repente Yanes—. La sangre de Cassandrea está en mí. Todas las miradas se giraron hacia él. —¿Podría funcionar? —preguntó Robin esperanzado. Sasha observó con meticulosa atención a Yanes. —No hay ninguna garantía porque, a pesar de todo, su sangre sigue siendo básicamente humana —contestó finalmente—. Además, ese nuevo intercambio de sangre muy parecida crearía un vínculo extremadamente poderoso que solo se rompería con la muerte de alguno de los dos. —No me importa, de momento que se salve —aseguró Yanes. —Estaría como emparejado de por vida con la agente Santana —insistió Sasha. —¡Ha dicho que está de acuerdo, maldita sea! ¿Qué más quieres? —rugió Julen. El vampiro moreno pareció suspirar. —Vale. Primero Gabriel y luego el maletín.

Sasha desapareció repentinamente, provocando una nueva oleada de sorpresa entre los humanos. —¡Joder! ¿Siempre hace eso sin avisar? —se quejó Julen, de nuevo libre. —Siempre —contestó Gawain sin sonreír. Kamden se había encargado, de manera educada pero firme, de echar al personal médico fuera de la habitación. También había impedido que Julen entrara con ellos: estaba demasiado nervioso y ya había mucha gente en la habitación. Ahí dentro estaban el profesor O’Donnell, Gawain, el vampiro moreno llamado Sasha y el vampiro-médico rubio, recién aparecido con su maletín. Estaban todos alrededor de la cama de Mike, cuyo aspecto había empeorado. En ese momento tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad; pero, a pesar de esa apariencia frágil de persona enferma, seguía transmitiendo una fuerza impresionante. La fiebre seguía muy alta y la enfermera había intentado refrescarla un poco y le había puesto un camisón verde de hospital. Su cara enrojecida presentaba numerosos arañazos y su cuerpo se sacudía espasmódicamente debido a las pequeñas convulsiones que tenía. Kamden se puso al pie de su cama en silencio, dejando suficiente espacio para que los vampiros pudiesen moverse. Prefirió observar al vampiro rubio, el médico, y desviar la mirada del cuerpo de Mike porque, cada vez que la miraba, su corazón se encogía de pena y la rabia amenazaba con ahogarlo. Sin embargo, era muy consciente de que Yanes O’Donnell sufría tanto o más que él por esa situación. Lo que iba a hacer por Mike no tenía precio y el profesor acababa de ganarse su eterno apoyo y respeto. Era un hombre de honor. Un hombre digno de admiración como su hermano Less. Pero tampoco había que olvidarse del papel relevante de los vampiros en todo ese asunto. Aunque no diese resultados —y Kamden rezaba para que no fuera así —, ellos habían tomado la iniciativa de intentar salvar a un Custodio. Bueno, sobre todo Gawain, porque el vampiro moreno había dejado bien claro el hecho de que estaba más que reticente. Y Kamden lo entendía en parte: no se podía hacer desaparecer la enemistad entre los vampiros y la Liga con un toque de varita mágica. Se necesitaba tiempo y esfuerzo. No obstante, todo eso no entraba en consideración ahora que la vida de Mike estaba en peligro. El vampiro rubio parecía diferente. Había captado la situación en un segundo y se había puesto manos a la obra sin mediar palabra, sacando cosas de su maletín para preparar una mixtura que tenía un aspecto y un olor muy

desagradables. Su apariencia también inspiraba más confianza: su piel era tan blanca como la de los demás, pero vestía de manera sobria y, con ese pelo dorado y esos ojos azules, era una copia fiel de su tocayo el arcángel de la Biblia. Aunque, claro, las apariencias solían engañar. Pero Kamden sabía ciertas cosas sobre él. Una vez, en el transcurso de una de sus misiones, había leído su ficha; una ficha que pertenecía a los archivos de la familia MacKenzie. El vampiro Gabriel había sido médico en su vida humana y su conversión — forzosa, según la ficha— había tenido lugar durante la Revolución Francesa. Nunca se había metido en problemas, pero, sobre todo, nunca había bebido sangre humana. Sí, pese a todo, parecía haber conservado cierta humanidad; si eso era posible para un vampiro. Kamden suspiró y desvió la mirada hacia Mike. El profesor O’Donnell se había sentado a su lado, en la cama, y trataba de aliviarla un poco pasándole un paño húmedo por la cara y el cuello. Su hermosa mirada verde brillaba tenuemente, llena de dolor y de… ¿cariño? ¿Eso que estaba viendo era amor y ternura? Aunque no viniese al caso, él se preguntó si se habría enamorado de ella. ¡Claro que sí! ¿Qué hombre estaría dispuesto a crear un vínculo con una mujer si no sentía nada por ella? Harían una buena pareja: el tremendo carácter de Mike se apaciguaría gracias al carácter tranquilo del profesor. Él le daría la estabilidad emocional que ella tanto necesitaba. Bueno, en caso de que lograra sobrevivir. Kamden tensó la mandíbula. No podía pensar en eso. Mike era fuerte. Tenía que vivir. —El antídoto está listo —dijo de repente el vampiro Gabriel, vertiendo la mixtura en un recipiente de plástico. —¿Cómo procedemos? —preguntó Gawain, acercándose más a la cama. Sasha se quedó en un segundo plano. —El profesor mezclará su sangre con la mixtura y untaré la herida del costado con ella —explicó Gabriel, acercándose a velocidad normal a la cama—. La humana tendrá que estar despierta y plenamente consciente para poder beber lo que queda de mezcla. El vampiro rubio se paró ante Yanes y esperó a que este se quitara la chaqueta y se remangara la camisa. —Un minuto —exclamó Gabriel, después de observar con más atención a Mike—. Qué curioso. Ya intenté curarle una herida a esa joven en el pasado. —¿Cómo dice? —inquirió Kamden, frunciendo el ceño.

El vampiro buscó la mirada de Sasha a través de la habitación, como si estuviera pidiéndole permiso para seguir hablando. El vampiro moreno asintió imperceptiblemente. —Su familia fue masacrada por unos vampiros degenerados y Cassandrea no pudo hacer nada —explicó Gabriel, dejando la mezcla sobre una mesa cercana —. Sin embargo, me llamó para que le echara un vistazo a la herida que tenía en la espalda, una herida profunda y fea. Cassandrea, Gawain y yo la cuidamos durante días, y luego la devolvimos a las autoridades civiles… —Porque el Senado no aprobó que una niña humana se quedara con nosotros, aunque fuese de la sangre de Cassandrea —intervino Gawain lanzando una mirada levemente hostil a Sasha. El vampiro moreno enarcó una ceja. —Nuestra relación con la Liga estaba ya bastante deteriorada como para añadir un problema con una niña humana atacada por unos vampiros y salvada por otros —comentó fríamente. —Pero ella no recuerda nada de eso. —Yanes miró a Kamden y a Gawain—. Piensa que Cassandrea no hizo nada para ayudarla y por eso la odia tanto. —Sí, y el hecho de entrar en la Liga no debió de mejorar mucho la opinión que tenía de los vampiros al mezclarlos sin criterio —lanzó Sasha con sarcasmo. Kamden guardó silencio y miró a Mike. —¿Borrasteis sus recuerdos? —preguntó de repente. —Es el protocolo —contestó Gawain, tendiéndole un escalpelo a Gabriel. Kamden le quitó un mechón de pelo de la frente con mucho cariño. ¡Pobre Micaela! La Liga había utilizado su odio y su falta de recuerdos en su propio beneficio. En realidad, sus mejores agentes eran poco más que asesinos a sueldo. Él también había sido un simple títere en sus manos. Solo su hermano había intentado conservar su voluntad propia. Desvió la mirada hacia Yanes O’Donnell, sintiendo un profundo asco por sus acciones pasadas. El profesor también había captado a la primera el trasfondo malsano que subyacía en las entrañas de la Liga. Exterminar a todos los vampiros era el nuevo credo de la empresa. Y lo peor era que él había pensado igual hasta hacía poco tiempo. —Nunca es tarde para rectificar —puntualizó Gawain, percibiendo sus emociones y sus pensamientos. Él lo miró amistosamente, olvidándose de su rencor pasado. ¿Cómo seguir odiándolo después de lo que estaba intentando hacer por Mike?

—Me parece que ese dicho no forma parte del repertorio del equipo directivo de la Liga —volvió a comentar Sasha de forma sarcástica. —Los justos no pueden pagar por los pecadores, Sasha —dijo Gabriel, cogiendo el brazo derecho de Yanes con delicadeza. —¡Eso mismo pienso yo! —reiteró el aludido con altanería. —No es un buen momento para debatir esto —intervino Gawain con rostro impasible—. Empieza, Gabriel, a ver si funciona. El vampiro-médico hizo un corte limpio en la muñeca del profesor y cogió el recipiente con la mixtura para que su sangre cayera dentro. —Si es tan potente como aparenta, no necesitaremos mucho —explicó de forma tranquila. Cuando estimó que era suficiente, presionó con fuerza su muñeca y alejó el recipiente. —Es un poco embarazoso, pero…, Sasha o Gawain, uno de los dos va a tener que lamer esa herida para que cicatrice al instante. Presione su muñeca con la otra mano —le indicó a Yanes, quien lo miraba con cierta perplejidad—. Nunca he probado la sangre humana —le explicó después de captar sus pensamientos— y no pienso hacerlo hoy, aunque sea de manera indirecta. —Lo haré yo —se adelantó Gawain, desafiando con la mirada a Sasha. Si Sasha probaba la sangre del profesor, también probaría la de Cassandrea. Y él no estaba dispuesto a permitirlo. El aludido hizo un leve mohín, pero se mantuvo quieto, entendiendo perfectamente la reacción de Gawain. ¡Qué compañero tan protector! No había manera de cogerlo con la guardia baja en lo que a Cassandrea se refería. —¿Me da su permiso para subirle el camisón? —le preguntó Gabriel a Kamden de forma muy educada, tras remover la mezcla. Él asintió, levemente divertido muy a su pesar. Difícilmente podría curar su herida del costado si no le subía el camisón, y Mike no era particularmente pudorosa. Cosa que se entendía muy bien viendo esas piernas esculturales, ese vientre plano y ese tanga negro tan sexy… Gabriel observó atentamente la herida que empezaba a supurar un líquido verde. —El antídoto no será efectivo hasta que no lo beba enteramente —vaticinó, untándole la mezcla alrededor y encima de la herida. —Si has terminado con esto, voy a despertarla —dijo Gawain, soltando la muñeca de Yanes que ya estaba cicatrizando gracias a su breve, pero eficaz, lametazo.

El profesor se acercó de nuevo a la cama, con la mirada clavada en el rostro de Micaela para no sentirse tentado en devorar con los ojos ese cuerpo que volvía a despertar su deseo, a pesar de las circunstancias. En ese momento, Mike tuvo otro espasmo y su cara se contrajo de dolor. —Hazlo ahora —indicó Gabriel a Gawain—, antes de que el dolor gane más terreno. Gawain se desplazó en un segundo y se puso delante de Gabriel, que llevaba la mezcla en las manos. —Despierta —ordenó, levantando la mano por encima de la cabeza de la joven. Mike frunció la boca y la nariz y sus párpados se abrieron lentamente. Al principio, se sintió muy confusa y miró a Gawain durante mucho tiempo. Luego tuvo una reacción que nadie se esperaba debido a su gran debilidad. —¡No me toques, chupasangre! —consiguió gritar, retirándose hacia atrás utilizando toda la fuerza que le quedaba. —¡Mike! ¡Cálmate! —Kamden se acercó rápidamente para tranquilizarla mientras Gawain y Gabriel se apartaban un poco. Pero ella no pensaba dejar de pelear. —¡MacKenzie, no dejes que se acerquen! ¿Dónde está Robin? ¿Dónde está? —Está perfectamente. ¡Mike, escúchame! —Kamden cogió su rostro entre sus manos para que dejara de moverse frenéticamente—. Ellos están aquí para ayudarte. No te van a hacer daño. —¡No! ¡No! —gritó ella, zafándose de sus manos para intentar escapar con una mirada llena de miedo y de rabia—. ¡Nos matarán a todos! ¡Nos despedazarán como hicieron con mi madre, mi padre y mi hermano! A pesar del dolor y de la fiebre, Mike hizo un movimiento para bajarse de la cama, pero se topó con el cuerpo de Yanes, quien se había vuelto a sentar cerca de ella. —¿Nos has vendido a los chupasangres, MacKenzie? —gritó con el rostro desfigurado por la ira, presa del pánico. —Te prometo que no te harán daño. Confía en mí —contestó él sufriendo al ver cómo Mike se sofocaba y cómo empezaba a tener problemas para respirar de nuevo. —Esa humana tiene una fuerza interior increíble, y mucha imaginación — comentó Sasha impasible, como si estuviera observando un fenómeno extraño de la naturaleza. Lo que le valió una mirada fulminante de Gawain y de Gabriel. De pronto, Mike se vino abajo y se quedó casi inerte en la cama.

—No… no puedo… respirar —articuló con dificultad, con el rostro lívido—. Me duele… me duele el pecho. —El veneno está atacando las vías respiratorias y el corazón —dijo Gabriel —. Tiene que tomar la mezcla cuanto antes. —Agente Santana, mírame —dijo Yanes con firmeza, inclinándose hacia ella para levantarle la cabeza con delicadeza—. Tienes que beber todo el contenido de ese recipiente si quieres salvar la vida. ¿Entiendes lo que te digo? —Sí… —contestó Mike, parpadeando varias veces y sintiendo que su vida se estaba apagando. A continuación, Yanes le acarició la frente y las mejillas y clavó su mirada verde en la suya. —¿Lo harás por mí, Micaela? ¿Lo beberás todo? —No me… no me dejes sola… no me dejes sola con ellos —consiguió murmurar ella con voz temblorosa. —No te dejaré sola —la tranquilizó Yanes mientras cogía el recipiente que le tendía Gabriel—, pero tienes que beber. El profesor cogió a Mike en sus brazos e inclinó su cabeza de forma que pudiera beber. Ella hizo un esfuerzo tremendo para abrir la boca y la infame mixtura se deslizó por su garganta. —Eso es…, lo estás haciendo muy bien —la apremió Yanes, sin dejar de mirarla con ternura. A pesar de que tenía fama de ser un tipo duro, Kamden se sintió conmovido por esa ternura y ese intercambio silencioso. Rezó de nuevo al dios en el que había dejado de creer para que Mike pudiera salvarse. —Perfecto. Te lo has bebido todo —murmuró Yanes, recostándola en la cama con cuidado después de tenderle el recipiente a Gabriel—. Eso está muy bien. El profesor siguió acariciándole el rostro mientras Kamden escudriñaba su cara a la espera de una mejoría instantánea. Los tres vampiros también seguían observando, imperturbables. La respiración de Mike se tranquilizó lentamente y la fiebre empezó a ceder. Su rostro adquirió un matiz más saludable. —Parece que su estado está mejorando —indicó Yanes, echándole un vistazo a Kamden por encima del hombro. —Intenta decir algo —le señaló este al ver cómo ella se esforzaba en mover la boca con los ojos entreabiertos. —¿Sí? —preguntó Yanes, acercando su oído a su boca.

—Gracias… gracias por intentar ayudarme, profesor. —Mike rozó su mejilla con sus labios—. Dile… dile a MacKenzie que se acerque… —Quiere hablar con usted, agente MacKenzie —dijo Yanes levantándose para que Kamden se sentara en su sitio. El profesor no se alejó mucho y se tocó la mejilla con la mano. Tenía un horrible presentimiento perforándole el pecho y se sentía muy raro. —¿Te encuentras mejor, preciosa? —preguntó Kamden, tapando a Mike con las mantas como lo hubiese hecho un hermano mayor. Mike esbozó una dulce sonrisa que iluminó su rostro. —Has ganado, escocés —murmuró con absoluta calma—. Nos veremos en la otra vida. —¿Qué? —inquirió Kamden con creciente alarma. Micaela Santana cerró los ojos y dejó de respirar. Simplemente dejó de hacerlo. —No respira —anunció Kamden tranquilamente, dividido entre el miedo y la incredulidad. Yanes soltó una exclamación y se precipitó para comprobar el pulso de Mike tocándole el cuello. —¡No tiene pulso! —gritó, invadido por el pánico. —No respira —repitió Kamden con una voz que sonó mucho más amarga—. ¡No respira! —chilló, levantándose y girándose hacia los tres vampiros—. ¿Qué coño está pasando? ¡¡No respira!! Kamden apretó los puños para contener la rabia y el sufrimiento que lo estaban invadiendo. No podía ser. Era una maldita pesadilla. Mike no podía haber dejado de respirar. —¡Por favor! ¡Haced algo! —imploró Yanes, mirando en particular a Gabriel que, a pesar de ser un vampiro, parecía levemente afligido. Repentinamente, el aura dorada de Gawain empezó a brillar. —¿Gabriel? El vampiro rubio asintió y su aura azul celeste empezó a desplegarse a su alrededor. —¿Sasha? El vampiro moreno se cruzó de brazos y le dedicó una mirada hosca a Gawain. —No he visto nada, pero que conste que no estoy de acuerdo. Cuando esa humana y sus amiguitos nos den la espalda e intenten decapitarnos, os lo volveré a recordar —enfatizó con una mueca.

Una cierta exasperación cruzó el rostro de Gawain. En un abrir y cerrar de ojos, los dos vampiros apartaron a Kamden y a Yanes y se pusieron a cada lado de la cama de Mike, descubriéndola sin tocarla. Entonces colocaron las dos manos sobre el pecho de la mujer y un aura cegadora, de colores dorados y azules, los rodeó a los tres. Sasha entrecerró los ojos con una expresión que se asemejaba mucho al fastidio. Desde luego que intentar reanimar a un humano de esa forma no entraba en el protocolo habitual. Yanes y Kamden observaron, asombrados, cómo el aura se desplazaba hasta quedar concentrada en las manos de ambos vampiros. —Vuelve, Micaela Santana —ordenó Gawain con una voz que pareció vibrar y reverberar por toda la habitación. El cuerpo de Mike se tensó y se sacudió como si hubiese recibido una enorme descarga eléctrica, y brilló desde los pies a la cabeza. El líquido verde que había alrededor de la cicatriz se secó y se disolvió en el aire. La cicatriz se difuminó hasta convertirse en una fina línea blanca. Los arañazos y los moratones desaparecieron como si nunca hubiesen existido. El aire volvió a sus pulmones y su corazón latió de nuevo. Micaela Santana abrió los ojos y volvió a la vida, bajo la mirada incrédula y llena de felicidad de Yanes y de Kamden. * * * Julen se frotó los ojos con las manos y soltó un largo suspiro de cansancio. Tenía todo el cuerpo molido debido a la tensión de la espera y de la incertidumbre. Kamden, el profesor y los tres chupasangres llevaban casi dos horas metidos en esa habitación y Césaire no le dejaba acercarse. La estatura y el peso de su compañero y amigo podían ser muy convincentes a veces. Resopló, demasiado cansado como para intentarlo de nuevo. La angustia lo carcomía y absorbía toda su energía. Hacía aproximadamente una hora, se había levantado apresuradamente y se había precipitado de nuevo hacia la puerta cuando había visto una luz brillante filtrarse por debajo de ella. Pero Césaire lo había obligado a volver a sentarse espalda contra la pared. Julen lo miró de reojo. Estaba sentado a su lado, con los brazos y los tobillos cruzados, y tenía los ojos cerrados. Él también estaba muy preocupado por Mike y tenía miedo, pero conseguía ocultarlo mejor. Césaire siempre dejaba explotar su furia cuando no tenía más remedio y como último recurso.

¡Mierda! No sabía cómo lograba aguantar tanta presión, tratándose de Mike, su Mike. A él le faltaba muy poco por reventar. De hecho, intentaba no mirar frente a él para no ceder a la tentación de hacerlo. De espaldas a la otra pared estaba sentado Robin. El nene tocapelotas no había querido marcharse pese a sus heridas y a su agotamiento. Intentaba mantenerse despierto y lo estaba consiguiendo a duras penas. Su cabeza se iba sola hacia delante de vez en cuando. Julen tensó la mandíbula y cerró los ojos. Tenía que reconocer que se había portado como un maldito cabrón con él. Según el relato del chupasangre escocés, el chaval había tenido la valentía de permanecer con Mike hasta el final y no se había ido corriendo como un conejo asustado. Era más de lo que un novato normal era capaz de hacer. Kam tenía razón: no estaban preparados para afrontar demonios, o vampiros que actuaban con demonios, y Robin había tenido el valor suficiente como para plantarles cara sin apenas experiencia. Eso era digno de respeto y él lo sabía perfectamente. Si no se hubiese tratado de Mike, habría actuado de forma diferente. Él no podía controlarse cuando se trataba de ella y siempre se las arreglaba para protegerla a escondidas porque no quería que Mike se enfadara con él. No, eso era una justificación de mierda. Se había portado como un gilipollas y punto. Y por primera vez en su vida, se sentía incómodo y no sabía cómo reparar el daño que había hecho con sus despiadados comentarios. No era muy dado a la autocrítica y, la mayoría de las veces, actuaba sin pensar. Pero, en ese caso, había metido la pata hasta el fondo. Julen se prometió a sí mismo rectificar e intentar tener cuidado con su bocaza en un futuro. En el fondo, quería llevarse bien con el chaval porque no le caía tan mal como lo aparentaba. No podía evitar chinchar a los demás. Era una forma de protegerse. Pero nunca lo hacía con Mike, porque ella era… era muy especial para él. Angasti apretó los dientes como si estuviera sufriendo. A pesar de ser más joven que él, Micaela Santana había cuidado de él como si fuera su hermano pequeño y le había enseñado técnicas de combate cuerpo a cuerpo. Había logrado ser alguien en la vida gracias a ella. Había conseguido sobrevivir a todas sus misiones por estar con ella y por volver a verla. No podía vivir sin su sonrisa. No podía vivir sin contemplar cada día el brillo de satisfacción en su mirada caramelo por el trabajo bien hecho. Sin todas esas

pequeñas cosas, insignificantes para los demás, pero tan importantes para él, su vida de mierda no tendría sentido. Ninguno. Julen ahogó un gruñido de disgusto. ¡Mierda! No iba a ponerse sentimental y llorar como una nena, ¿no? Mike no era una mujer frágil. Tenía mucho aguante. Saldría de esa y le daría una buena tunda por haberse portado como un cabrón con Robin. De pronto, unos picotazos en la nuca le avisaron de un peligro inminente. —¿Agente Angasti, estás despierto? —murmuró Robin, con la mirada fija en algo que se encontraba al final del pasillo. —Sí —contestó Julen, escrudiñando las sombras sin moverse. —Yo también —dijo Césaire, desplazando su mano lentamente hacia su arma. Los tres hombres se tensaron y guardaron silencio, observando con atención lo que se aproximaba hacia ellos. Con pasmosa lentitud y majestuosidad, un enorme jaguar negro de ojos ambarinos salió de la sombra del pasillo y se encaminó tranquilamente en su dirección. —¡Me cago en la leche! —exclamó Julen sordamente—. ¡Lo que nos faltaba! ¡Un puñetero jaguar! —Ni se os ocurra moveros… —murmuró Césaire, sin dejar de observar los movimientos del magnífico animal. Repentinamente, el jaguar se paró y paseó su mirada sobre ellos. Levantó la cabeza y olfateó en dirección a Robin, y se puso a gruñir y a enseñar los colmillos. —Me parece que tampoco le caigo bien al jaguar —musitó Robin con una mueca. —No te muevas, chaval —le encomendó Julen con voz tensa. Consiguió coger su arma en el momento en el que el animal pareció querer abalanzarse sobre ellos y sobre Robin en particular. Julen y Césaire apuntaron hacia él al mismo tiempo, pero un fogonazo de luz les cegó durante un segundo. Cuando pudieron ver bien de nuevo, el animal había desaparecido y en su lugar había una mujer de piel morena, arrodillada y completamente desnuda. —¡Santo Dios! —exclamó Robin boquiabierto. Antes de moverse, la mujer chasqueó los dedos y cuando se levantó del suelo estaba totalmente vestida. Julen y Césaire guardaron las armas al entender que la desconocida formaba parte de la misma categoría que Quin el vampiro-tigre.

—Un truco muy interesante —comentó Césaire repasando con la mirada a la vampira. Era alta, tenía el pelo negro muy corto y vestía enteramente de cuero negro. A pesar de su belleza, desprendía un aura de peligrosidad felina muy marcada. Estaba claro que uno tenía que acercarse a ella con mucha precaución si quería conservarlo todo en su sitio. —¡Eh! ¿Eres uno de esos vampiros que se transforma en animal como el tigre Quin? —soltó Julen a modo de saludo. La vampira no lo miró. Tampoco le contestó. Tenía toda su atención puesta en Robin. Julen entrecerró los ojos, sintiendo como su mala leche volvía y el silencio incómodo amenazó con instalarse. —Por lo que veo, la Princesa loca sigue teniendo una particular predilección por los venenos… —comentó finalmente la vampira, ladeando la cabeza. Su voz era tan sensual como el ronroneo de un gato—. ¿Quién ha sido su víctima esta vez? —Mi compañera de equipo —contestó Robin de forma automática. Una leve mueca cruzó la cara de la vampira, dando a entender que Mike no tenía ninguna posibilidad. —¿Dónde está el Laird Gawain? Tengo que verlo. —El chupa… el vampiro ese está ocupado con nuestra compañera —ladró Julen, cruzándose de brazos. La vampira lo miró por fin y enarcó una ceja. Sin previo aviso, y como para desmentir las palabras del vasco, la puerta de la habitación se abrió y Gawain apareció a su lado. —Soy el Laird. ¿Quién pregunta por mí? Julen abrió la boca, con toda la intención de hacer un comentario y de preguntar por Mike, pero Césaire le plantó la manaza en el hombro a modo de aviso. —Soy la Metamorphosis Savage —contestó la vampira, inclinándose. Gawain la miró, impasible. —He oído que tu Príncipe anda buscándote. Savage esbozó media sonrisa. —He estado… ocupada. He tenido que seguir a Valean durante mucho tiempo. —¿Ese nombre no es el del vampiro que busca el tigre? —murmuró Césaire, sorprendido.

Julen y Robin asintieron en silencio, con el presentimiento de que algo gordo estaba a punto de ocurrir. Gawain clavó su mirada dorada en la mirada ambarina de Savage. —Sé el punto exacto en el que se encuentra Valean —anunció ella con una sonrisa triunfal—. Y resulta que está vigilando muy de cerca a la Princesa de los Némesis a la que estáis buscando. —¡Por fin una buena noticia! —No pudo evitar suspirar Robin. Gawain se permitió esbozar una leve sonrisa. Estaban a un paso de rescatar a Diane del sitio en el que se encontraba. —Entonces son dos buenas noticias —dijo, mirando alternativamente a los tres humanos—. La agente Santana está fuera de peligro. Robin y Césaire soltaron una exclamación de júbilo. Julen bajó la mirada y cerró los ojos cuando un profundo alivio lo invadió por completo, deshaciendo la tensión y la terrible angustia que lo habían atenazado hasta ahora. —Esa es mi Mike… —murmuró para sí mismo.

Capítulo dieciséis —Sentimos el retraso, mi Laird. Al oír esa voz tan sensual, el corazón de Kamden hizo un movimiento extraño en su pecho y se quedó paralizado. Dejó de observar, con disimulada curiosidad, a los dos Metamorphosis que se podían convertir en animales y giró lentamente la cabeza hacia la vampira que vivía en sus sueños. Como de costumbre, su forma de vestir sexy y un tanto provocadora era capaz de cortarle la respiración a cualquier hombre. Menos mal que Angasti había decidido no asistir a la reunión extraordinaria que él mismo había convocado para quedarse con Mike. Sin embargo, la vampira había logrado despertar el interés del guaperas de Eitan —recién llegado de su misión— y la estaba mirando como si fuese un delicioso postre, a pesar de que sabía perfectamente que era una vampira. «¡Por Dios, solo le falta babear!», pensó Kamden enojado. Decidió tranquilizarse y centrarse en el intercambio entre los vampiros para evitar actuar como un imbécil; cosa que estaba haciendo muy a menudo últimamente. —No te preocupes, Vesper. La reunión no ha empezado —contestó Gawain con una leve sonrisa. Su mirada dorada se hizo más brillante cuando se encontró con la mirada del vampiro que acompañaba a Vesper. Kamden se quedó de piedra y consiguió no abrir los ojos como platos. ¡Dios santo! ¿Ese era el muchacho de Gawain? ¿Qué le había ocurrido? El joven vampiro se veía mucho más imponente que antes y desprendía un aire de cierta peligrosidad que no tenía antaño. Daba la impresión de haber pasado de un estado adolescente a un estado adulto en muy poco tiempo. Cosa que era totalmente improbable. —Aquí está nuestro nuevo recluta para los Pretors —dijo Vesper, desplazándose ligeramente para dejar paso al joven vampiro. —Mi Laird. —Alleyne se inclinó ante Gawain con sumo respeto. —Hijo… —contestó él suavemente. Sus rostros seguían impasibles, pero sus miradas brillaban con fuerza.

Kamden desvió la mirada, sorprendido y conmovido a la vez por esa escena. Todo lo que conocía de los vampiros eran ideas preconcebidas. No sabía nada de nada sobre ellos. A pesar de su actitud impasible y de sus rostros inexpresivos, ellos también podían odiar y amar. Y algunos, como Gawain, tenían sentimientos tan fuertes que intentaban crear estructuras familiares muy parecidas a las familias humanas. Los dos vampiros no necesitaban palabras para expresar su felicidad al reencontrarse: sus miradas hablaban por sí solas. No habría abrazo como entre Less y él. Pero el inmenso afecto y amor que sentían el uno por el otro era el mismo que le unía a su hermano. El Custodio pensó que tenía que borrar mentalmente todas sus antiguas ideas sobre los vampiros. Por el rabillo del ojo vio que uno de los Metamorphosis — Quin, el tigre— se cruzaba de brazos y esbozaba una gran sonrisa, digna de un rostro humano. Ese tipo tenía una actitud relajada y amistosa y, con su piel morena, podía esconder perfectamente su verdadera naturaleza entre los humanos. Al igual que su compañera, la vampira que había aparecido en el pasillo convertida en un jaguar negro. Sin embargo, la actitud de ella era mucho más cautelosa. Se había marchado durante más de una hora y acababa de regresar. Kamden había asistido al peculiar saludo ocurrido entre ella y el tigre a su regreso: sus ojos se habían vuelto amarillos y habían permanecido hombro contra hombro durante varios segundos. Gawain había dicho que pertenecían a otra especie dentro del mundo vampírico, y eso despertaba su curiosidad. Pero si representaban un misterio para los propios vampiros, ¿cómo no iban a serlo para los cazavampiros? No se mencionaba a esa especie en ninguna ficha de la familia MacKenzie. Pero, obviamente, algunos miembros de la familia, a lo largo de los siglos, se habrían topado con ellos. Kamden entrecerró levemente los ojos. Sería un buen motivo para iniciar una investigación y podía contar con la ayuda del nuevo Inspector Vampírico, el profesor O’Donnell. Siempre y cuando saliesen sanos y salvos del rescate, claro. —Si estamos todos podríamos iniciar la reunión, ¿no? —susurró la sensual voz femenina cerca de su oído. Años de entrenamiento impidieron que Kamden pegase un notable respingo. Había bajado demasiado la guardia. Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los ojos negros de Vesper. Se había acercado sigilosamente y estaba… demasiado cerca.

No pudo evitar mirar su boca. Su corazón empezó a latir con más fuerza mientras que su sangre corría con más velocidad en sus venas. El Custodio tensó la mandíbula y apeló a toda su fuerza de voluntad. Pero ¿en qué puñetas estaba pensando? Esa vampira tenía la palabra «peligro» escrita en toda la frente. Y daba igual que fuera descomunalmente hermosa o que tuviera unas ganas tremendas de besarla como un loco y de apretar su cuerpo de diosa contra el suyo… Cuando la boca de Vesper esbozó una sutil sonrisa, Kamden palideció y tuvo ganas de pegarse puñetazos. ¡Mierda! Había olvidado durante un segundo que ella podía pasearse por su mente con total facilidad. Sintiéndose como un imbécil, abrió la boca para contestar, pero, en un abrir y cerrar de ojos, la actitud de la vampira cambió y se volvió más fría que el hielo, y se alejó sin esperar la respuesta. Kamden enarcó una ceja, un poco sorprendido. Entonces se dio cuenta de que el joven vampiro los estaba observando. Vesper volvió a colocarse a su lado y el vampiro desvió la mirada hacia otro lado del pasillo. El Custodio se sintió bastante molesto por esa comunicación silenciosa. Era evidente que pasaba algo entre esos dos: habían llegado juntos y se mantenían muy cerca el uno del otro. Sin embargo, la actitud de Vesper no era amigable, ni mucho menos amorosa. «¡Eres tonto de remate!», se amonestó Kamden en su fuero interno, «forman un equipo como el tigre y el jaguar. Eso es todo». La llegada del vampiro-médico lo distrajo de sus pensamientos. Gabriel se encaminó hacia Gawain, Alleyne y Vesper, y se paró frente a ellos. —¿Habéis tenido un buen viaje? —preguntó con una sonrisa. —Sí, pero mucho más lento que el tuyo —contestó Vesper con ironía. —Es rápido, pero no muy agradable… —recalcó Gabriel con una mueca. Alleyne bajó la mirada y permaneció en silencio. El rostro de Gabriel se volvió más serio. Kamden intentó no sonreír. Era imposible resistirse al encanto del vampiro rubio y nunca podría olvidar que le debía la vida de Mike. Había insistido en quedarse mientras que el otro vampiro, el moreno antipático, había desaparecido sin más. Era muy humano para ser un vampiro y había mucha bondad en él. Un vivo ejemplo de que no todos los vampiros eran unos asesinos sádicos sedientos de sangre… Dejó ese pensamiento para otro momento cuando un agente —otro primo MacKenzie— se acercó a él.

—Jefe, la sala dos está lista —dijo, sin dejar de observar a los vampiros por el rabillo del ojo. El entrenamiento para sobrevivir era una asignatura obligatoria en el seno de la familia MacKenzie. —Muy bien. Gracias Tim. —Kamden miró a los agentes y a los vampiros congregados en el pasillo, a la espera—. Damas y Caballeros, seguidme por favor —soltó con una sonrisa sarcástica. El perfecto anfitrión para la perfecta guerra. No cabía duda de que se lo iban a pasar en grande intentando rescatar a esa princesa… Entraron todos en fila en la sala dos, la que tenía una pantalla enorme con sistema de localización. Primero los agentes: Césaire, Eitan y Robin, que quería asistir a pesar de sus heridas y de su cansancio. Luego los vampiros: Gawain, el médico, Vesper, el joven vampiro y los dos animalitos… Kamden fue el último en entrar, detrás del profesor O’Donnell, que se había cambiado de ropa. Llevaba el pelo un poco húmedo y se había puesto un vaquero y un jersey oscuros. La sala era lo bastante grande como para albergar a una veintena de personas. Todos se instalaron en silencio alrededor de la inmensa mesa rectangular, cada grupo por un lado. MacKenzie se quedó de pie, delante de la pantalla, con el portátil a mano. Esperó a que su primo cerrara la puerta y se quedase al otro lado vigilando para empezar. Inspiró profundamente antes de hablar. —Para empezar, haré un recapitulativo de la situación y luego comentaré las últimas novedades —explicó antes de exponer los datos con tranquilidad y precisión. Mientras hablaba, se iba fijando en la cara de los humanos y de los vampiros. Todos lo miraban con atención y seriedad. La cara de los vampiros era inexpresiva, como de costumbre. En la cara de sus agentes había cansancio, pero también determinación y ganas de pelear. Uno de los suyos había salido gravemente herido y no podían dejarlo pasar. Esa especie de guerra entre los vampiros ya no era un hecho ajeno a ellos. Habían entrado de lleno en esa contienda e iban a pelear hasta el final. —Básicamente, esos son los datos que tenemos. —Kamden bajó la mirada y tecleó algo en el portátil—. A continuación, podréis ver en la pantalla la localización exacta de la princesa según las nuevas coordenadas aportadas por… —Levantó la mirada hacia la vampira-jaguar.

—Savage —precisó ella con una voz ronroneante, muy sensual y peligrosa a la vez. —Aportados por Savage —continuó Kamden, sin darle importancia al hecho de que la vampira acabara de guiñarle un ojo con deliberada provocación. Antes de darse la vuelta hacia la pantalla, le dio a una tecla—. Aquí tenéis el perímetro exacto. Un punto azul apareció en el mapa de Europa y la localización vía satélite se fue precisando hasta quedar centrada en un país mientras que los datos correspondientes desfilaban a la derecha de la pantalla. El sistema se parecía mucho a la búsqueda de una calle vía Internet, pero con una fiabilidad insuperable. Funcionaba de maravilla, salvo cuando un vampiro poderoso tenía la capacidad de bloquear todo el sistema, como en ese caso. —Está en el oeste de Lituania, cerca de Letonia —comentó Eitan en voz alta. —El perímetro sigue siendo bastante amplio —señaló Césaire, rascándose la barbilla. —Es cierto —convino Kamden—, pero dadas las circunstancias, nuestros aparatos no dan más de sí. —¿No hay nada alrededor? —preguntó Robin, inocentemente. Kamden se dispuso a contestar, pero Vesper se adelantó y dijo: —Lo más probable es que haya poblaciones y bosques alrededor de este punto, pero ningún dispositivo humano, ni siquiera un satélite, es capaz de registrarlo. Un vampiro muy poderoso o un Príncipe pueden hacer que algo sea totalmente invisible a ojos de los humanos. —Ya —asintió Kamden—. Como el castillo en Moldavia. —Exacto. —No os preocupéis —intervino Quin, cruzándose de brazos—. Seguro que Val se ha encargado de ese problema. —No quiero ofenderte, amigo —dijo Gawain con seriedad—, pero puede que la capacidad de rastreo de Valean se haya visto también mermada por el poder oscuro. —Es un dato a tomar en cuenta —convino Gabriel. Quin miró intensamente a Savage. —¿Llegaste a entrar en contacto con él? La vampira entrecerró los ojos. —Sabes muy bien que no. Lo seguí desde un principio, cuando vino a buscar a la joven Mariska…

Ella se interrumpió cuando todos los ojos de los vampiros, salvo los de Quin y de Alleyne, se volvieron brillantes como si fueran luces en la noche. —Así es —asintió ella, contestando a la pregunta silenciosa—, él vino a buscarla. Pero desde ese día, no he vuelto a verla. —Mariska y Diane están juntas —anunció Alleyne con tranquilidad, haciendo caso omiso de la sorpresa generada por sus palabras—. Llevadme ante Valean y las encontraré. Los agentes humanos lo miraron con curiosidad. —¿Puede hacerlo? —le preguntó Kamden a Gawain. Alleyne lo miró a los ojos y su mirada se volvió de un verde brillante. —Que no le quepa la menor duda, agente MacKenzie —contestó en lugar de su padre. Kamden sintió un leve escalofrío. Habría que tomar en cuenta al joven vampiro y no perderlo de vista. —Bueno, y ¿cómo procedemos? —preguntó Césaire. —¿Tenéis alguna estructura en Lituania o en Letonia? —inquirió Yanes, que hasta ahora había guardado silencio. Kamden negó con la cabeza. —Tenemos una base en la frontera rusa, pero está demasiado alejada y anticuada. —MacKenzie resopló—. Vamos a perder mucho tiempo si tenemos que encontrar un sitio adecuado para trasladar a un equipo completo. Además, un equipo tendrá que quedarse aquí por si… El Ejecutor dejó de hablar y miró a sus agentes y al profesor. Ellos también estaban sintiendo una extraña vibración en el aire. —¿Qué puñetas pasa aquí? —preguntó Eitan, a punto de sacar su arma. —Pase lo que pase, no saquéis vuestras armas —advirtió Kamden al recordar el episodio que había tenido lugar en su despacho—. ¿Qué ocurre? —preguntó mirando a Gawain. —Permaneced tranquilos —insistió el vampiro antes de levantarse de su sillón al igual que todos los demás. Kamden se sorprendió al comprobar que, por una vez, sus caras reflejaban una gran solemnidad. La vampira-jaguar había bajado la mirada en una actitud humilde totalmente opuesta a la actitud un tanto chulesca que había tenido hacía un rato. El Custodio tuvo un fugaz pensamiento por Julen y por el comentario jocoso que, sin lugar a duda, habría hecho de encontrarse reunido con ellos. No tuvo

tiempo para más porque una luz blanca y brillante apareció cerca de la puerta y los dejó totalmente cegados a todos. Bueno, a todos los humanos en realidad. —Espero que no sea otro truco de vuestro amigo Houdini —farfulló Césaire, enfocando la vista hacia la puerta. —No, no se trata de Houdini… —contestó Kamden. Todos los vampiros se habían colocado alrededor de la puerta y tenían la cabeza inclinada en señal de máximo respeto. La vampira-jaguar se había puesto de rodillas y miraba al suelo. —Mi Señor —saludó ella sin levantarse. El vampiro, que acababa de salir de la nada, era un tipo enorme. Debía medir cerca de dos metros, y todo de puros músculos. De no ser porque llevaba un traje chaqueta oscuro, habría podido ser la representación perfecta del antiguo vikingo con su pelo rubio demasiado largo, su barba y sus ojos de un azul pálido. Sí, el dios Thor acababa de aparecer en la sala dos… Había una luz blanca a su alrededor y el aire gélido que salía de su cuerpo había invadido toda la sala. —Eredha, Príncipe de los Kraven —saludó Gawain, levantando la cabeza—. Es un honor recibiros aquí, pero ¿no es un poco peligroso? —La seguridad ya no existe, Pretor —contestó Ranulf con una potente voz—. Pero dejémonos de formalidades: levantad las cabezas, hijos. Los vampiros obedecieron, pero se mantuvieron en posición firme como si fuesen soldados. La vampira-jaguar no se movió. El Príncipe observó a los humanos detenidamente con sus ojos fríos. Kamden tuvo la impresión de que acababa de entrar en cada uno de ellos y que ahora conocía cada rincón de sus almas. Era la segunda vez que él estaba en presencia de un príncipe vampiro. Sin embargo, la energía de ese era muy diferente a la energía malévola que desprendía el príncipe de ojos escalofriantes. Era una energía muy potente, pero, en cierta medida, neutra. Kamden observó con incredulidad como ese ser terroríficamente potente esbozaba una sonrisa. —Unos humanos muy interesantes… Mentes claras y corazones de guerreros. Podéis hacer grandes cosas cuando vais bien encaminados porque sois hombres justos después de todo. —Ranulf dejó de sonreír repentinamente—. Espero que sea suficiente. Eitan y Césaire intercambiaron una mirada desconcertada, pero no dijeron nada. Sabían muy bien que ese vampiro era capaz de aniquilarlos con tan solo

chasquear los dedos. —Savage me ha puesto al corriente de la situación —explicó el Príncipe tras ordenar mentalmente a la vampira que se levantara—. Necesitáis una base operativa y yo puedo proporcionárosla. Ranulf miró a Kamden y este sintió cómo su energía invadía todo su cuerpo. —Jefe MacKenzie —el Príncipe no se movió y desvió la mirada hacia la pantalla durante menos de un segundo—, mis dominios de Kraslava son vuestros; siempre y cuando tus hombres no intenten eliminar a los vampiros que viven allí y que os ayudarán en todo. Como podrás observar en la pantalla — Kamden giró la cabeza—, esa base se encuentra en Letonia, muy cerca del perímetro de búsqueda. Ranulf dejó de mirar a Kamden y clavó su mirada en Eitan. —Manejar los ordenadores y los aparatos de última tecnología no será un problema para ti, agente Zecklion —le aseguró sin sonreír. El aludido se quedó muy tieso. —Ahora te toca a ti decidir si aceptas o no mi oferta, jefe MacKenzie —dijo echándole una mirada antes de volver a fijar la vista en su Lacayo—. Savage, te quedarás con ellos y ayudarás a Quin. —Sí, mi Señor —asintió la vampira inclinándose. —Quin —el Metamorphosis miró al Príncipe—, cuando encuentres a tu compañero Valean, dile que no vuelva a intentar merodear por mi casa, aunque sea una orden directa de un Pura Sangre e incluso si se trata de una orden del Príncipe de los Némesis. —Los ojos de Ranulf se convirtieron en dos bloques de hielo—. Dadas las circunstancias lo perdonaré, pero no me gusta que alguien entre en mis dominios sin mi permiso. ¿Entendido? —Sí, Señor —asintió Quin dócilmente, como si fuese un niño frente a su padre. Kamden ahogó un suspiro lleno de envidia. ¡Ojalá Julen le obedeciese tan fácilmente! Ranulf dejó de hablar y entrecerró los ojos levemente. —Hora de marcharme. La potencia de ese Poder Oscuro no deja de crecer… —En vez de desaparecer, el vampiro se acercó a Alleyne y clavó su mirada en la suya—. Una última cosa: tengo un mensaje para ti de parte de la Sibila. El Príncipe levantó la mano y la puso cerca de la cara de Alleyne. El joven vampiro cerró los ojos cuando una luz blanca lo rodeó. El proceso no duró más que varios segundos.

—Hijo, demuestra a la Sociedad que Ella tiene razón —comentó Ranulf de forma enigmática tras bajar la mano—. Ahora, todo depende de vosotros — concluyó, mirándolos a todos antes de desaparecer. El aire volvió a la normalidad y el silencio se adueñó de la sala. —¡Madre mía! ¡Qué potencia! —exclamó Eitan, sentándose de golpe en el sillón. Normalmente, el cazavampiros cretense era muy callado y no dejaba filtrar sus emociones. Pero esa vez, el desconcierto se leía en su cara. —¿Y tú has sobrevivido a uno de ellos, Kam? —preguntó Césaire enarcando las dos cejas—. ¡Eres mi héroe! —No habría sobrevivido sin la ayuda de Gawain —recalcó este, acercándose a la pantalla para ver los datos de la localización de esa misteriosa base. Savage, Quin, Gabriel y Yanes volvieron a sentarse mientras Gawain se dirigía también hacia la pantalla tras echarle un vistazo a su hijo. En tiempos normales era un gran honor recibir un mensaje personal de la Sibila. Pero él intuía que ese mensaje encerraba nuevas pruebas y duros sufrimientos para Alleyne. Sin embargo, no podía hacer nada: él había dejado de ser su hijo para convertirse en un recluta más de los Pretors. Pasaría las mismas pruebas que los demás y no habría favoritismo. Al contrario, todo iba a ser más complicado para él. Vesper tampoco se sentó de inmediato y se quedó mirando a Alleyne. —Por eso quisiste ir a ver a Eneke, para decirle que tú conocías el paradero de Mariska, ¿verdad? Alleyne le devolvió la mirada sin contestar. —Si eres tan poderoso e importante como para recibir un mensaje personal de la Sibila, no necesitamos la ayuda de los Custodios. Te tenemos a ti y eso basta, ¿no? Vesper esperó la respuesta de Alleyne, consciente de que podía morder el anzuelo del orgullo. La primera regla de los Pretors era la humildad absoluta. No había individuos destacables. Solo el grupo. —No soy poderoso y no es tan fácil. ¿Quieres saber lo que contiene el mensaje de la Sibila? La vampira no mostró que su respuesta la había complacido. Tenía que ser imparcial. —Ese mensaje no me concierne, recluta. Pero no olvides que soy tu Tutor y que me debes respeto. Alleyne bajó la mirada.

—No lo olvidaré, Tutor. Te obedeceré en todo. —Así tiene que ser. Ajeno al intercambio entre los dos vampiros como los demás humanos, Kamden estudió el mapa en silencio con la presencia de Gawain a su lado. —El sitio parece adecuado y está muy cerca… —comentó en voz baja. Desvió la mirada repentinamente y se encontró con los ojos dorados y tranquilos del vampiro. —Tienes que tomar una decisión, Kamden MacKenzie. ¿Confías lo suficiente en nosotros como para trasladar a un equipo de tus agentes a un sitio lleno de vampiros? ¿Estáis dispuestos a quedar expuestos a lo que pueda ocurrir? Kamden lo miró en silencio. Al cabo de un minuto se dio la vuelta lentamente y observó a cada uno de sus agentes y al profesor O’Donnell. Luego, también miró a los vampiros. Había llegado el momento de actuar como un jefe sabio y sereno. Estaba en una encrucijada y tocaba decidirse. ¿Tomaría la decisión correcta o mandaría a sus hombres a una muerte segura? No estaba solo en ese barco. Él era el capitán y todas las vidas dependían de él. Tenía que pensárselo bien. Sin ser consciente de ello, buscó a Vesper con la mirada. Los ojos de la vampira brillaban suavemente, como una hermosa noche sin luna. Su rostro de belleza exótica tan suave era como un faro en medio de una violenta tempestad. Ella había arriesgado su existencia para salvarle en el castillo de Moldavia. Gawain y el médico no habían dudado ni un segundo en utilizar sus poderes para devolverle la vida a Mike. Los vampiros que los estaban ayudando se estaban comportando de manera honrada y no se había registrado problema alguno con ellos. No tenía derecho en dudar de ellos. Habían demostrado con creces que su palabra valía algo y no tenían intención de tenderles una trampa: solo querían encontrar a su princesa. Cuando Kamden MacKenzie tomó la decisión más trascendental de su vida, la que ponía fin a años de odio indiscriminado hacia los vampiros, su mirada azul cobalto se volvió de acero y su mente se quedó más clara que nunca. —Acepto la oferta en nombre de este grupo de Custodios —dijo con un rostro muy serio, buscando con la mirada la aprobación de sus agentes. Eitan y Césaire asintieron con la cabeza—. Sin embargo, un equipo de agentes se quedará aquí a la espera, puesto que tengo una agente herida y necesitamos un equipo de emergencia. Además, tengo que informar debidamente de esta misión a mi hermano Less MacKenzie, miembro permanente del Consejo de la Liga.

—Yo me reuniré con él en el sitio más conveniente —intervino Yanes con voz firme. Kamden le echó una mirada. —Eso nos haría ganar mucho tiempo. —Solo se trata de desempeñar mi nueva función, después de todo —comentó el profesor, encogiéndose levemente de hombros para quitarle importancia. —Bien, entonces necesitaremos dos o tres horas para cerrar el dispositivo del traslado del equipo y… Kamden siguió hablando y explicó los detalles de la operación, pero Yanes dejó de prestarle atención. Sintió que alguien lo observaba con insistencia y cuando giró la cabeza, se topó con la mirada verde y brillante de Alleyne. No había vuelto a verlo desde que había tenido que despedirse de Diane, en la finca sevillana de Cassandrea y de Gawain. No lo había visto herido y se había sorprendido al ver el cambio físico que había sufrido. El joven vampiro seguía siendo muy apuesto; quizás, incluso más que antes. Pero su belleza juvenil se había convertido en algo más viril al igual que su cuerpo había adquirido músculos y su rostro una dureza que no tenía antes. A pesar de su impasibilidad vampírica, el sufrimiento había dejado una huella en su mirada, otorgándole una nueva madurez. A sabiendas de que Alleyne podía entrar fácilmente en su mente, Yanes le dedicó un mensaje. —Espero que no creas que al aceptar este trabajo en el seno de la Liga estoy traicionando a Diane. Jamás podría traicionarla, pero esta guerra absurda entre los humanos y los vampiros tiene que terminar, y Less MacKenzie me parece el hombre adecuado para… Alleyne esbozó una leve sonrisa. —Ahórrese los detalles, profesor. Sé muy bien que usted no tuvo elección. Yanes frunció el ceño, pero el joven vampiro siguió hablándole en su mente. —Sin embargo, usted tiene razón. Cuando encontremos a la Princesa de la Aurora, nuestras relaciones con los Custodios cambiarán para siempre. La mirada de Alleyne se volvió de un verde brillante, provocando una leve incomodidad y preocupación en Yanes. —Todo cambiará para siempre —sentenció en voz alta. Kamden dejó de hablar y, al igual que los otros humanos, se dio la vuelta hacia él y lo miró desconcertado. * * *

Micaela Santana lanzó un último golpe al saco de arena y se movió rápidamente para que este no le diera. No obstante, tomar tantas precauciones era inútil: percibía el momento exacto en el que el saco le iba a dar y tenía el tiempo suficiente para apartarse. Esa vez volvió a ocurrir: paró el saco antes de que la tocara y sintió de nuevo una mezcla de furia y de miedo. Se había recuperado por completo de sus heridas, después de tan solo cinco días, y sus movimientos eran anormalmente rápidos. Su cuerpo estaba lleno de una gran energía y se sentía más fuerte que nunca. No hacía falta ser un genio para entender que su metabolismo había cambiado radicalmente. Y Mike sabía perfectamente a qué se debía ese cambio. A la sangre compartida con cierto profesor de ojazos verdes… Mike soltó un taco en italiano. Tenía ganas de chillar y de destrozar algo porque ya no se sentía capaz de mantener bajo control todas las emociones que la atravesaban. Se sentía extraña y confusa, y no le gustaba ni lo más mínimo. Había perdido el control y había suplicado como una niña pequeña. Se había vuelto débil y su cuerpo ya no le pertenecía, porque se había vuelto diferente. Ella conocía todos los detalles de lo que había pasado en esa habitación. Sabía que había muerto y que había resucitado, gracias a la sangre de Yanes O’Donnell y de los poderes de dos vampiros. Sin embargo, nadie le había contado nada. Sabía todo eso porque había estado allí. Lo había presenciado todo, incluso cuando su corazón había dejado de latir. Lo había visto todo con sus propios ojos, y eso era lo más escalofriante. Creía en muchas cosas, pero los viajes de las almas fuera de sus cuerpos no era una de ellas. Pero no había otra forma de nombrar lo que le había ocurrido. De todo lo que había visto en aquel momento, lo que más le había impactado había sido el dolor y la angustia de Kamden y del profesor. Entendía los sentimientos de su compañero hacia ella porque llevaban muchos años luchando juntos; pero lo que sentía Yanes por ella era demasiado intenso y sincero… Le había dado su sangre para salvarla y nadie le había obligado a hacerlo. ¿Por qué había hecho tal cosa, a sabiendas de que quedarían vinculados de por vida? Era estúpido. Sí, era una buena explicación; o eso o quería parecerse a Cristo. Nadie era tan generoso a cambio de nada hoy en día. Resopló, confusa y furiosa consigo misma. ¿Por qué lo estaba insultando? Le había dado algo muy valioso y lo único que podía hacer ella era tratarlo de estúpido.

Tenía miedo y estaba utilizando el mismo mecanismo de defensa que Julen. Seguía sin querer afrontar lo que sentía por Yanes, incluso ahora, cuando sus sentimientos se habían elevado hasta límites insospechados. Pero no había escapatoria. No podía esconderse sin más, no después de lo que él había hecho por ella. Lo amaba. Lo amaba y punto. Y en lo más profundo de su alma sabía que su amor era correspondido. No había confusión posible con Cassandrea: Yanes la había salvado a ella. El problema radicaba en que llevaba muchos años sin querer a nadie. Bueno, sin querer a nadie de esa forma. Quería mucho a Kamden y a sus compañeros de equipo, sobre todo a Julen, al que consideraba como a un hermano pequeño. Pero amar de ese modo tan intenso y devastador era muy diferente. No sabía si era capaz de volver a entregar su corazón. Mike esbozó una sonrisa ladeada. De todos modos, la vida acababa de tomar esa decisión por ella. Llevaba la sangre de Yanes en sus venas y le había enseñado su lado más débil, suplicándole que se quedara a su lado para protegerla de los vampiros. Había sentido tanto miedo pensando que iban a acabar con ella como habían hecho con su familia… Y ellos le habían devuelto a la vida. Dos vampiros salvando a un Custodio; una cazadora que estaría encantada de decapitarlos y de coserlos a golpe de cuchillos. ¡Qué puñetera locura! ¿Es que el mundo se había vuelto del revés? Tampoco podía olvidar lo que el vampiro rubio había dicho cuando la había visto y sabía que era cierto: Cassandrea había cuidado de ella después de haber intentado salvar a su familia. Recordaba muy bien las imágenes que le habían venido a la mente cuando había ido a rescatar a Yanes. Resulta que no había ninguna verdad en todo lo que había creído: los malvados vampiros no eran tan malos, y los buenos Custodios no eran tan buenos. Y lo peor era que ella lo intuía desde un principio: sabía que la vampira no era el monstruo sediento de sangre que ella se empeñaba en dibujar a ojos de los demás; sabía que se aferraba a ese odio para sobrevivir, para tener una meta en la vida. Había dirigido ese odio hacia la persona equivocada y la Liga se había aprovechado de ello. Sin embargo, ella sabía desde un principio que no era una cazadora normal y corriente. Un vampiro formaba parte de su familia y tenía una conexión especial con ellos. Conexión que utilizaba para encontrarlos y destruirlos.

Micaela había perfeccionado su don durante años, con una idea en mente: acabar con la vampira que había dejado que su familia fuese masacrada. Un ser malévolo que no había movido ni un solo dedo para ayudar a los descendientes de su hermana humana. La realidad era bien distinta. Esa vampira había intentado salvarla, había intentado cuidar de ella, lamentándose por no haber podido salvar a los demás miembros de su familia. Mike golpeó el saco varias veces con rabia. ¡La estúpida era ella! Tenía todos los elementos en mano para ver la verdad y había preferido dejarse cegar por el odio. Su mente no se dejaba engañar durante las noches y le mandaba fragmentos de su pasado; recuerdos de lo que había ocurrido en realidad. Si el Senado vampírico hubiese dado su aprobación, Cassandrea y su amado la habrían criado como a una hija. Y ella se había pasado los últimos diez años ideando técnicas para acabar con ellos. La Liga había encontrado un buen material con ella, como para formar un buen soldadito sin cerebro capaz de morir para lograr su meta. Algo muy conveniente para ellos. Pero eso se había acabado. Las cosas habían cambiado. Mike cogió el saco de arena con las dos manos para detenerlo. Cerró los ojos y respiró hondo. Las cosas eran diferentes. Ella era diferente. Tenía una nueva vida por delante y su meta acababa de cambiar. Iba a pensar más antes de actuar. No se dejaría cegar por un odio infundado nunca más. De una cosa podía estar orgullosa: nunca había aniquilado a un vampiro que no se lo mereciera. De ahora en adelante, redoblaría sus esfuerzos para acabar con los vampiros degenerados que acechaban a los humanos. Pero lo haría con la ayuda de los que velaban en las sombras, a pesar de que ellos también eran vampiros. Por eso, hoy mismo se incorporaría al equipo de Kamden desplegado en Lituania. Y acataría sus órdenes sin rechistar, colaborando con vampiros si fuese necesario. Sí, eso era lo que haría. No tenía elección; a pesar de todo, seguía siendo una cazavampiros. Abrió los ojos despacio. Dejó el saco de arena y levantó su camiseta negra sin mangas de deporte. Observó con meticulosa atención la fina línea blanca que surcaba su costado, prueba de su enfrentamiento con la princesa vampira. Estaba convencida de que la cicatriz terminaría por desaparecer completamente, pero siempre le quedaría la otra marca que tenía en lo bajo de la espalda, el recuerdo amargo de la masacre de su familia. A ella le daba igual

recibir golpes o que su cuerpo quedara marcado para siempre. Le molestaba mucho más el cambio que estaba experimentando su cuerpo por el tratamiento recibido porque no podía ni controlarlo ni detenerlo. Se daba cuenta de que, aparte del incremento de su fuerza y de su rapidez de recuperación, sus sentidos se estaban agudizando más de lo normal. Llevaba ya más de tres horas entrenando y, a pesar de su extrema concentración, podía nombrar a todos los que habían pasado por el pasillo sin llegar a entrar en la sala. Los sonidos le llegaban también como amplificados, lo que resultaba un poco molesto. Era buena, pero no tanto. Los poderes de esos dos vampiros la estaban convirtiendo en una superhumana o algo así. A menos que fuese el poder de la sangre de Cassandrea a través de la sangre de Yanes… Mike dejó caer la camiseta y se frotó los ojos. ¡Menudo trío se había montado! El buen samaritano atraído por la vampira y la cazadora enamorada hasta las trancas del buen samaritano. ¡Qué patético! ¿Cómo una mujer tan controladora y terca como ella había podido enamorarse así tan repentinamente? ¿Por qué se sentía tan atraída por Yanes? Esa segunda pregunta no era muy difícil de contestar: nunca había conocido a un hombre que combinara un físico tan espectacular con un corazón tan generoso. Yanes era hermoso por dentro y por fuera. Y él también se sentía irremediablemente atraído por ella… —¡Mierda! —soltó Mike en voz alta, ruborizándose. Tenía un serio problema. Esos sentimientos la asustaban y no sabía cómo responder a ese amor. Sí, por fuera era la sexy y atrevida Micaela Santana, la que no tenía impedimento en compartir vestuarios con los agentes masculinos; pero por dentro, era algo más reservada frente a sus sentimientos. Había tenido algunas aventuras con hombres que tenían trabajos normales, pero nada importante. Ser un agente de la Liga no ayudaba precisamente a fomentar relaciones personales dentro y fuera de sus instalaciones, y perseguir a los vampiros era un trabajo muy absorbente. No sabía amar. Era demasiado peligroso y doloroso. Su corazón seguía llorando cada día la pérdida de su familia. No obstante, esos sentimientos existían y seguían creciendo, y no podía pasar de ellos sin más. ¿Qué se sentía al ser querido y comprendido por otra persona? ¿Cómo sería para ella poder hablar libremente con Yanes de sus miedos y de sus deseos?

Le había costado años aprender a vivir sola y a defenderse por sí misma. Iba a ser muy duro ahora aprender a contar con alguien, pero podía intentarlo. A pesar de que, a veces, esa faceta suya le irritaba un poco, le gustaba el modo tranquilo que tenía Yanes de afrontar las cosas. Nunca actuaba de manera alocada o desproporcionada. Ella, a cambio, tendría que aprender a moderarse un poco. Las cosas podrían funcionar entre ellos dos… —¡Pero qué coño estoy pensando! —chilló de repente, dándole de nuevo un puñetazo al saco—. ¡Abre los ojos, hija mía! ¡No podía ser tan tonta! No habría final feliz para esa película. Eso solo pasaba en el cine. Era una cazavampiros y siempre lo sería. Su forma de trabajar iba a cambiar, pero su esencia, no. Seguiría destruyendo a vampiros degenerados hasta que, alguna noche, uno de ellos lograra matarla. Ese era su destino. ¿Qué podía aportar de bueno a Yanes O’Donnell en esas condiciones? Nada. Hacerle creer lo contrario sería engañarlo. No valía la pena conocer algunos momentos de felicidad para luego sufrir el doble. No sería justo ni para él ni para ella. «¿Y si él te acepta tal y como eres, y no quiere cambiarte? ¿No sería fantástico tenerlo a tu lado?», insinúo una pequeña voz en su interior. Mike se pasó las manos por su corto cabello de punta, totalmente confusa. Se sentía literalmente dividida en dos por ese dilema interior. No conseguía tomar una decisión firme y empezaba a dolerle la cabeza. Su mente le decía una cosa demasiado tentadora por su bien. Si tomaba ese camino, su corazón y su cuerpo se iban a alegrar mucho porque también deseaba como una loca a Yanes O’Donnell… —¡Basta! —se ordenó en voz alta. Se pasó la mano por la frente con frustración. ¿Por qué torturarse inútilmente con todo eso? Era mejor seguir para delante sin hacerse tantas preguntas. Tenía que seguir entrenando a conciencia, a ver si sus nuevas capacidades podían servirle de algo en su lucha. Bajó la mano y miró su palma, extrañada. A pesar de su duro entrenamiento, había sudado muy poco y no se sentía cansada. Bueno, eso podría ser una gran ventaja a la hora de buscar a esa chica en Lituania. Se estiró un poco antes de seguir con sus ejercicios. Decidió dejar su mente en blanco antes de dirigirse hacia el otro lado de la sala donde la esperaban varios maniquís para entrenar. Algunos estaban colgados en el aire y otros

estaban de pie. Todos tenían más o menos el tamaño y la altura de los vampiros degenerados. Se acercó a su enorme mochila y sacó su cuchillo de su funda. Siempre había tenido una predilección por las armas blancas, sobre todo por ese Opinel. Había logrado vencer a su hermano en combate más de una vez gracias a él. Frunció la boca, esforzándose por detener los recuerdos. Su padre no había querido entrenarla porque era demasiado joven, pero ella lo había hecho a escondidas con su hermano mayor. Todavía hoy se preguntaba si la había dejado ganar para que no se enfadara. Era la más pequeña y su hermano la adoraba. Mike meneó la cabeza. No era el mejor momento para recordar eso, porque los recuerdos felices siempre venían acompañados de recuerdos atroces llenos de gritos y de sangre. Era mejor centrarse en la cara sádica de esa princesa vampira de rasgos asiáticos. Le haría pagar con creces el daño que le había hecho a Robin más que el suyo propio. Pero tenía que reconocer que el chaval se había portado como un hombre. No le había sorprendido mucho dado que ya había vislumbrado las enormes cualidades que él tenía como cazavampiros. Solo tenía que pulirse un poco más. En ese momento, él estaba con Kamden y el primer equipo en Lituania. Reda y Mark acababan de llegar allí, a Escocia, y se quedarían de reserva. Solo Julen, que se había quedado con ella, la acompañaría. En cuanto a Yanes, hacía poco más de una hora que había vuelto de su entrevista con Less MacKenzie en un lugar secreto. Ella había sido la primera en enterarse de su vuelta y sin llegar a verlo en persona. Los latidos de su corazón se habían disparado de repente, como bajo el efecto de una intensa llamarada de deseo. Había sido muy desconcertante. Sí, le debía la vida, pero era muy fastidioso estar conectado a alguien de esa forma. Si lo tenía demasiado cerca, podría perder la concentración en un momento clave. Era una excusa barata, pero una excusa, al fin y al cabo. E iba a apoyarse en ella con toda la mala fe posible. De pronto, atacó a uno de los maniquís que estaba de pie, girando a su alrededor para asestarle golpes certeros y rápidos. Era como un baile mortal y hermoso. El cuerpo de Mike, enfundado en una camiseta y en unas mallas negras, se movía con gracia y ligereza alrededor de su objetivo. La cazadora no se detuvo hasta dejar el maniquí hecho trizas; ni siquiera cuando Julen entró en la sala. El vasco emitió un silbido cuando vio lo que quedaba del muñeco. —¿Te miró mal o qué? —preguntó con aire burlón.

—Me debía dinero —contestó ella, esbozando media sonrisa tras clavar su cuchillo en el soporte que había sostenido el maniquí. —Vale… —dijo Julen, dejando de sonreír—. Recuérdame que tengo que pagarte los veinte euros que te debo. Mike meneó la cabeza, sonriendo. Angasti estaba como una cabra, pero siempre se podía bromear con él. Además, era un buen compañero: no había querido irse sin ella y siempre le cubría la espalda a escondidas. Ella lo sabía perfectamente, pero hacía como que no lo veía. De repente, se tensó levemente cuando una idea absurda le cruzó la mente. No, no podía ser. Julen era cariñoso con ella, pero era normal: lo había entrenado y había cuidado de él. Era una tontería pensar que él…, que a lo mejor… Ajeno a los pensamientos de Mike, Julen carraspeó y decidió tirarse a la piscina, a sabiendas de que esa muestra de afecto podría costarle muy caro. Conocía muy bien el tremendo carácter de su adorada Micaela. —Sé muy bien que me meto donde no debo, pero ¿estás segura de estar lo bastante recuperada como para irte conmigo a Lituania? —preguntó, intentando imitar la cara impasible de los vampiros—. Podrías quedarte un poco más aquí: somos ya muchos para ayudar a Kam, sin contar con todos esos chupa… vampiros. Uno más o uno menos no… No, no podía ser. Mike se echó para atrás y su cara palideció. Era impensable, pero ¿podría ser que Julen se hubiese enamorado de ella? —¿Te pasa algo, Mike? —inquirió el vasco con preocupación, percatándose de su cambio de actitud. Entonces, ella lo miró a los ojos y su duda se convirtió en certeza. Julen estaba enamorado de ella. Podía sentirlo. Podía verlo en su mirada color whisky. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Seguro que llevaba mucho tiempo, quizás desde siempre… —¡Joder, Julen! ¡No! —gritó exasperada por tantos sentimientos. Angasti abrió mucho los ojos, sorprendido. —Vale, no he dicho nada… —musitó frunciendo el ceño. —No, no es eso. —Mike intentó tranquilizarse, pero no lo consiguió—. ¿Por qué tienes que complicarlo todo? —exclamó enfadada. Sin esperar la respuesta de Julen, ella cogió su cuchillo y volvió a ponerlo en su funda. Cerró su mochila y la levantó con rabia. Su compañero se quedó mirándola, atónito.

—Pero… pero ¿qué coño he hecho? —preguntó mientras ella se daba la vuelta y se dirigía hacia los vestuarios y las duchas. —Es mejor dejarlo así —contestó ella sin detenerse. —Espera. —Julen la alcanzó y agarró su mochila para obligarla a darse la vuelta—. Mike, ¿qué pasa? Ella dejó caer la mochila al suelo y giró la cabeza para mirarlo con atención. Julen se sintió incómodo bajo su escrutinio y tragó saliva. No debía haberle preguntado por su estado. La había puesto de muy mala leche. No obstante, no se esperaba la siguiente pregunta de Mike, que lo pilló totalmente desprevenido. —Estás enamorado de mí, ¿verdad? El vasco se quedó lívido y tuvo la impresión de que la propia Mike acabara de pegarle un puñetazo en el estómago. Soltó el aire de sus pulmones sin poder decir nada. Ella siguió mirándolo, a la espera de su respuesta. Julen sabía que no tenía escapatoria y que tenía que contestar. Y mentirle no era una opción. No podía mentirle. La miró con desesperación. ¡Mierda! Era tan guapa y sexy con ese aire rebelde de enfado. Tenía la desagradable impresión de ser como un niño pequeño regañado por su madre, pero no había hecho nada malo. Angasti abrió la boca para contestar de forma sincera, pero ella no le dejó tiempo y dijo: —No hace falta hablar, ya tengo mi respuesta. —Mike soltó una maldición y se puso en jarras, fulminándolo con la mirada—. ¿Cómo puedes ser tan tonto, Jul? ¡Conoces muy bien las reglas de la Liga! ¡Sabes perfectamente que no puedes enamorarte de la persona que puede salvarte el culo! Julen entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, defendiéndose inconscientemente con ese gesto. —Esas puñeteras reglas ya no valen nada —replicó con rostro serio. Mike torció el gesto. —Vale, tienes razón; pero aun así, yo nunca podré amarte de esa forma. Nunca podré enamorarme de ti. El vasco le sostuvo la mirada. Ya se había preparado para la brutal honestidad de Mike. Ella nunca engañaba. —Lo sé —respondió sencillamente. En vez de calmarla, esa respuesta enfureció aún más a Mike. Podía esperar esa mansa contestación de un Yanes O’Donnell, pero no de Julen. Se acercó a él hasta quedar a escasos centímetros.

—¡Sabía que estabas como una cabra, pero no que te gustara el sadomasoquismo! —le gritó en plena cara—. ¡Nos hemos criado juntos y nos han machacado todos los días para convertirnos en lo que somos! ¿Vas a tener los huevos de decirme que te he entrenado para nada? ¿Qué no te he enseñado nada? —Repentinamente, ella le cogió la muñeca y la levantó de tal forma que su tatuaje de la doble cruz, marca de los Ejecutores que ella también llevaba, quedara bien visible—. ¡Esto sigue significando algo! Mike le soltó la muñeca y lo miró casi con odio. Julen se sentía vapuleado por todas las emociones contradictorias que estaba experimentando. Quería acercarse a ella, pero no se atrevía porque le daba miedo su reacción. Quería decirle que sí, que era cierto, que la amaba, que había intentado luchar contra sus sentimientos y que había perdido. Pero, sobre todo, quería que ella dejara de mirarlo de esa forma, como si fuese el tío más odioso del mundo; peor incluso que un chupasangre. En ese momento, se sentía muy desdichado. Había estado a punto de perderla para siempre, y ahora la iba a perder de otra forma. Y no podía aceptarlo. No podía sobrevivir sin su amistad. Era tan vital como el aire para él. Julen decidió arriesgarlo todo y ser honesto. No podía mentirle. No quería mentirle. Y llevaba años haciéndolo al disimular sus verdaderos sentimientos. —Todo lo que soy te lo debo a ti —empezó a decir con voz serena para intentar calmarla. Estaba fuera de sí, lo más probable es que fuera una reacción por todo lo que había ocurrido. Pero Julen no sabía si iba a aceptar todo lo que él tenía que decirle—. Tengo ese tatuaje gracias a ti, gracias a tu entrenamiento y a tu paciencia; y nunca podré agradecértelo lo suficiente. Habría muerto de no ser por ti y moriría gustosamente por ti. Soy consciente de todo esto y de más, pero, Micaela —él la cogió delicadamente por los hombros, rezando para que no lo empujara con violencia—, no puedes ordenarme que deje de amarte porque soy incapaz de hacerlo. Te admiro y te amo como a nadie más en este mundo — Julen clavó su mirada en la suya y, por primera vez, se permitió mirarla como un hombre enamorado mira a la mujer que ama— y no puedes cambiar eso. Julen siguió apretando con suavidad sus hombros. Tenía ganas de besarla, pero sabía que eso sería pasarse demasiado. Podía oír el latir desbocado de su propio corazón. Estaba viviendo el momento más importante de su vida. Mike lo miró con cara inexpresiva. —Entiendo… —musitó con peligrosa suavidad.

Y eso fue lo que despistó a Julen. Por segunda vez, ella volvió a pillarlo desprevenido. —¡Entiendo que eres un maldito gilipollas! —gritó, mientras le asestaba un derechazo en la mandíbula. A Julen no le dio tiempo de parar el golpe y cayó de bruces en el suelo. Mike pegaba fuerte y su derecha era terrible. Nada de golpecito suave. —No necesito a un perrito faldero que me mira con cara de cordero degollado como compañero de equipo —lanzó ella, despectivamente, dividida entre la pena que sentía por haberlo pegado y la rabia que no conseguía retener. Su sangre hervía dentro de ella como si fuese lava—. Nuestra eficiencia es lo único que tenemos para sobrevivir, y un agente enamorado se vuelve débil e ineficaz. Mike dejó de hablar y observó cómo Julen se sentaba y se limpiaba la sangre de la boca. Esas palabras se aplicaban mucho más a ella que a él, y la violencia no conducía a nada. Sin embargo, se sentía frustrada y furiosa por el giro inesperado de ese encuentro. Era absurdo pensar eso, pero ella tenía la impresión de que el vasco había traicionado su confianza queriéndola de ese modo. Se había apoyado en esa amistad durante muchos años y ahora se había quedado sin nada. ¿Por qué los hombres tenían que enredarlo todo? ¿Por qué una cosa simple se volvía muy complicada con ellos? No necesitaba una complicación más en su vida, como lo era el amor de Julen hacia ella. Ya tenía suficiente con los sentimientos tan intensos que despertaba Yanes en ella. Mike apretó los dientes. Estar sola no estaba tan mal después de todo… —Cuando lleguemos a Lituania, si hay que formar equipos, volveré a trabajar con Robin —anunció con voz cansada. Tenía ganas de mandarlo todo al infierno —. Será mucho más sencillo así. Julen se levantó despacio y la miró con cara de pocos amigos. —Intentar no verme o alejarte de mí no cambiará nada, Mike. Somos humanos, no somos máquinas de matar o chupasangres. El amor no nos hace débiles, nos hace más fuertes. Y si no quieres entenderlo es porque… —¿Te hace más fuerte saber cómo mataron a tu madre siendo lo único que te quedaba, Julen? —lo interrumpió ella, cruzándose de brazos para mirarlo con los ojos entrecerrados. La pena y el dolor cruzaron fugazmente el rostro de Julen y la miró frunciendo el ceño.

Mike se odió por haber utilizado eso como argumento, pero si ella muriese, Julen se quedaría tan solo y destrozado como cuando lo había conocido por primera vez. ¿Por qué no se daba cuenta de ello? —¡Merda! —Ella apretó los puños con fuerza. Ese intercambio lleno de rabia no llevaba a ninguna parte. Mejor cortar por lo sano antes de que la cosa fuese a peor—. Vamos a dejarlo así, ¿vale? Empezó a darse la vuelta, pero fue sorprendida por el estallido de Julen, a pesar de que llevaba un rato esperando esa reacción. Se había contenido durante mucho más tiempo de lo previsto. —¡No! ¡Y una mierda! ¡No me vas a dejar con la palabra en la boca! ¡Vas a tener que escuchar lo que tengo que decir! La Ejecutora se volvió, con la rabia encendida de nuevo dentro de ella. —¡Déjalo ya, Julen! No me obligues a ser cruel contigo. —¡Me importa un bledo que seas cruel conmigo! —replicó él—. Pero no puedes darte la vuelta y borrar lo que está pasando entre tú y yo. No puedes irte sin darme una oportunidad de explicarme. —Angasti inspiró con fuerza. Intentar hablar con ella en ese momento era como intentar amansar a una fiera: algo totalmente inútil—. No te estoy traicionando, Mike, pero no puedo dejar de sentir lo que siento por ti. No quiero ser un estorbo y no te pido nada a cambio. Quiero que todo siga igual y nunca más te molestaré con mis sentimientos. Es solo que… Julen se interrumpió e hizo una mueca. Lo suyo no era la elocuencia precisamente y se sentía como un estúpido. Pero estaba dispuesto a ir hasta el final con tal de que ella no lo echara definitivamente de su vida. —¡Joder! —La miró con intensidad—. He estado a punto de perderte y sé que duele, pero aun así te amo. No me he vuelto más débil, porque ahora tengo el doble de ganas de hacer bien mi trabajo para que no te vuelva a pasar nada. Vigilaré con mucha más atención todo lo que pasa a tu alrededor. Me aplicaré muchísimo más y me convertiré en… Mike lo escuchaba con atención, pero, de repente, dejó de hacerlo cuando un escalofrío la recorrió de arriba a abajo. Un calor inconfundible golpeó sus entrañas y se difuminó a través de todo su cuerpo. Un olor conocido, mezcla de colonia y de cuerpo masculino limpio, le cosquilleó la nariz. ¡Por Dios! ¡Lo que le faltaba! —Ya está bien, Julen. No hace falta que sigas. —Ella se apartó y se dio la vuelta para no ver su cara de sufrimiento. Le había abierto su corazón y ella se lo

iba a arrancar de cuajo—. No quiero que me protejas o que vigiles mi espalda. —Lo miró de reojo—. Ya no me fío de ti. El vasco cerró la boca de golpe y su rostro se volvió ceniciento. —Ahora, quiero que te vayas y que prepares el material que vamos a necesitar. Me reuniré contigo dentro de una hora y nos iremos juntos; pero cuando lleguemos a Lituania, tomaremos caminos separados. Julen se dispuso a replicar, pero la llegada de otra persona a la sala no le dejó opción a hacerlo. —Vete —ordenó Mike con una breve mirada. Angasti frunció la boca y puso cara de mala leche. Se dio la vuelta y se marchó a toda pastilla sin saludar al recién llegado, que se quedó un tanto sorprendido. Mike se dio también la vuelta y miró con frialdad a Yanes O’Donnell, intentando ignorar el deseo y la fiebre que acababan de surgir con fuerza en ella por culpa de la visión de su cuerpo y de su rostro. —¿Se ha perdido, profesor O’Donnell? —preguntó con sarcasmo. Mejor eso que derretirse como una adolescente bajo el escrutinio de esa mirada impresionante. Sí, mejor una buena pelea. Estaba harta de todos esos sentimientos a flor de piel. Hoy era el día del combate contra los hombres tontamente enamorados de ella, y el segundo asalto acababa de empezar.

Capítulo diecisiete Yanes dejó de avanzar y le dedicó una mirada tranquila a Micaela. Después de echarle un disimulado vistazo, prefirió guardar sus manos en los bolsillos de su pantalón negro de pinza para no verse tentado a tocarla. No vestía nada provocativo, solo ropa deportiva: unas mallas negras que resaltaban el contorno de sus piernas bien torneadas, una camiseta negra sin mangas que dibujaba su pecho redondo y firme y su vientre liso. Pero para él, era como si se hubiese puesto la lencería más fina dado el intenso cosquilleo, provocado por el deseo, que recorría toda su piel, atacándolo sin piedad. Estaba cabreada, muy cabreada. Su mirada, de ese color tan peculiar muy parecido al caramelo líquido, brillaba con fuerza, y su boca adorable y sensual estaba fruncida por el enfado. Su pelo, con una punta mirando hacia cada lado, estaba aún más revuelto que de costumbre, como si se hubiese pasado una mano rabiosa en él. Acababa de discutir con su compañero, el joven vasco, pero eso no explicaba esa rabia que salía a borbotones de ella. No del todo. Estaba frustrada porque no conseguía contener sus emociones. Estaba asustada porque no entendía esos sentimientos olvidados durante mucho tiempo. Yanes no era ni psicólogo ni adivino. Desde que la había ayudado a beber esa mixtura, mezcla de su sangre y del antídoto para el veneno, estaba conectado a ella las veinticuatro horas del día. Sabía si ella estaba bien físicamente y sentía cada una de las emociones que la embargaban como propias. Era una sensación muy curiosa. Era como tener dos corazones latiendo al mismo tiempo en el pecho. Pero a él no le importaba. Si hubiese sido necesario, habría hecho eso y mucho más con tal de salvarle la vida. Afortunadamente, su sangre y los poderes de Gawain y de Gabriel habían bastado para que Micaela volviese a respirar. Lo que más le intrigaba era saber por qué esa conexión era tan fuerte y precisa con ella en comparación con la conexión que también tenía con Cassandrea. Podía sentir si la vampira se encontraba cerca o lejos de él, pero no podía saber nada de sus actividades o de su estado de ánimo. Pasaba todo lo contrario con Micaela. Yanes suponía que eso se debía a la naturaleza vampírica

de Cassandrea, demasiado diferente a la suya. Con la Custodio era otra historia… A pesar de sus caracteres aparentemente opuestos, Micaela y él eran, por lo visto, totalmente compatibles. Yanes reprimió una sonrisa porque, en ese momento, la mujer que su corazón reclamaba se estaba debatiendo entre su propio deseo y sus ganas de arrancarle los ojos. Podría malinterpretar esa sonrisa y abalanzarse sobre él. Tenía ganas de que lo hiciera, pero de una forma mucho más placentera… Sin embargo, adoptó una actitud muy seria. Estaba confusa y no quería verla así. Quería verla feliz y segura de sí misma, tan arrogante y determinada como cuando la había conocido por primera vez. Ese momento parecía muy lejano en el tiempo, pero, no obstante, hacía muy poco tiempo que la conocía. Aun así, era como si el mito griego que hablaba de las dos mitades separadas al nacer se hubiese hecho realidad. Yanes estaba convencido de que acababa de encontrar a su otra mitad perdida, y la vida lo había maltratado lo suficiente como para que ese pensamiento no sonara a creencia de un romántico empedernido. No era ni un romántico ni un soñador. Era un hombre serio e intelectual, pero sabía ver la realidad de los hechos y de sus sentimientos cuando estos lo golpeaban con tanta fuerza. Estaba enamorado de Micaela Santana y ese amor había hecho imposible que la dejara morir ante sus ojos sin hacer nada. Se había vinculado a ella de por vida y esa decisión era la cosa más justa y sensata que había hecho en toda su vida. Incluso si ella no lo tenía muy claro en ese preciso instante y era capaz de recurrir a la violencia verbal y física con tal de que él la dejara en paz. Yanes se preguntó si habría guardado ese cuchillo de grandes dimensiones que siempre llevaba consigo. Estar enamorado de una guerrera letal y competente tenía ciertos peligros… Decidió que no servía de nada andarse por las ramas. Si necesitaba enfrentarse a él para poder aceptar sus sentimientos, no iba a rehuir esa pequeña confrontación. Micaela tenía que entender que, cualesquiera que fueran las dificultades, él jamás huiría o se apartaría de su lado. Nunca la abandonaría. —¿Cómo te encuentras, Micaela? —le preguntó a pesar de conocer la respuesta y tras reprimir una mirada tierna. Era preferible no tentar a la suerte con muestras de afecto. El aire era tan tenso en esa sala de entrenamiento que solo se necesitaba una chispa para que

todo explotara. —Me encuentro perfectamente. ¿No lo ves? —recalcó ella con aire desdeñoso y voz exasperada. Yanes se abstuvo de enarcar una ceja como muestra de irritación ante su tono. Sí, aparte de la rabia y del miedo, también había mucha exasperación en ella y él tenía la impresión de que no tenía nada que ver con su persona. ¿Sería algo que le habría dicho Julen Angasti? El joven vasco era bastante insoportable cuando quería… —Sí, ya lo veo —contestó él sin poder disimular del todo una mirada apreciativa. ¡Dios! ¿Por qué tenía que desearla tanto? Había estado a punto de morir y él no podía pensar en otra cosa que no fuera tocarla y besarla—. Estás entrenando muy duro —comentó después de percatarse del maniquí destrozado en el suelo—, pero ¿no es un poco pronto? Tus heridas son muy recientes y… —¡Métete tus consejos por donde te quepan y déjame en paz, profesor O’Donnell! —estalló Mike interrumpiéndolo—. ¡Soy lo bastante mayorcita para saber lo que me hago! Yanes se quedó impasible, pero apretó los puños en los bolsillos de su pantalón mientras ella lo fulminaba con la mirada. La Ejecutora se tensó al máximo, totalmente confusa consigo misma. ¿Por qué actuaba así con él? ¿Por qué tenía ganas de abofetearlo y de besarlo al mismo tiempo? Le irritaba tanto verlo tan tranquilo y sereno. Le irritaba aún más sentirse tan acalorada y receptiva frente a su condenada belleza. Estaba luchando contra sus sentimientos otra vez porque sabía que, si él levantara la mano, ella se precipitaría hacia él sin pensárselo dos veces. ¿Por qué tenía ese poder sobre ella? ¿Por qué se sentía incapaz de resistirse a esos ojos verdes, a esa boca sensual y a ese cuerpo viril enfundado en un pantalón negro de pinza y en una camisa de tonos azules? ¿Por qué tenía que ser tan arrebatador y sexy? «¡Deja de mirarlo, Mike! ¡Sal de aquí y huye si no quieres caer rendida a sus pies!», le ordenó desesperadamente su consciencia. —No necesito a nadie —reiteró en voz alta, dándose la vuelta para no verlo — y tengo trabajo. —Todos necesitamos a alguien en momentos así, cuando nos sentimos demasiado confusos y asustados y tenemos la impresión de que nunca más volveremos a controlar nuestras vidas —comentó Yanes con un tono suave y apenado.

Estando ya de espaldas a él, Mike se quedó impactada por sus palabras y cerró los ojos durante un segundo. Su voz sonaba tan sincera y tan triste. Sabía de lo que estaba hablando. Él también conocía a la perfección ese sentimiento de derrota cuando uno no consigue controlar nada y tiene ganas de mandarlo todo a la mierda. Lo había vivido en carnes propias: ella recordaba muy bien el momento en el que le había dicho que su hija pequeña había muerto a manos de un pedófilo. ¿Cómo había logrado sobrevivir con ese dolor y esa rabia acumulada ante la injusticia de la vida? Ella había conseguido mantenerlos a raya convirtiéndose en cazavampiros, pero ¿y él? Mike abrió los ojos y suspiró. ¿Por qué puñetas le había dado su sangre? ¿No habría sido mejor terminar con ese sufrimiento de una vez por todas? —¿Por qué lo has hecho? —preguntó, dándose la vuelta repentinamente para clavar su mirada en la suya—. ¿Por qué me has salvado la vida? Yanes esbozó una tierna sonrisa y su mirada se volvió tan intensa que ella tuvo la impresión de que podía sentir sus caricias sobre su piel. —No quería perderte. No podía soportar la idea de no volver a verte nunca más. Mike sintió como el extraño calor nacido en su corazón se expandía por todo su cuerpo. Sin embargo, siguió luchando contra él. —¿Por qué? ¡No me conoces de nada! Soy una Ejecutora y el hecho de que me hayas salvado la vida esta vez no significa que no vaya a morir mañana. Soy una cazavampiros y seguiré persiguiendo a esos asesinos hasta que… —Te amo, Micaela Santana —la interrumpió Yanes, tras acercarse lo más posible a ella—. No me preguntes el porqué y el cómo, pero te amo. Te amo tal y como eres, y nunca intentaré cambiarte. Mike lo miró anonadada. Una cosa era intuir que él sintiera lo mismo por ella y otra cosa era oírlo de su propia boca. Era totalmente diferente. Desconcertante. Aterrador. Bajó la mirada, literalmente dividida entre sus ganas de huir y sus ganas de pegarse a él y de abrazarlo con fuerza. —Micaela, mírame. —Ella sintió sus manos sobre su rostro, tocándola con delicadeza. Levantó la mirada hacia él y supo que estaba perdiendo esa absurda batalla contra sus sentimientos—. No te puedo prometer un futuro lleno de sol y de alegría, pero si te puedo prometer que nunca te dejaré sola. Nunca te abandonaré; siempre estaré a tu lado. Y si la vida lo decide de otra forma, por lo menos nos llevaremos esto.

Yanes acarició su boca con el pulgar, consciente de que sus corazones latían al mismo ritmo. —Habrá momentos de paz y momentos de intensa discusión —murmuró, inclinándose hacia ella—. Nos enfadaremos y me chillarás, pero no me iré. No te abandonaré porque tú y yo estamos unidos y porque te amo más que a mi propia vida. Entonces Yanes la besó; un beso suave y delicado, nada insistente. Pero para ella la sensación fue tan potente que tuvo la impresión de que su corazón y su alma estallaban en mil pedazos. La dulzura de sus labios, el calor de su cuerpo, el amor que rodeaba ese gesto…; todas esas sensaciones se mezclaron y estallaron en ella. La conexión con él fue tal que una serie de imágenes, pertenecientes a su pasado, invadieron su mente y la pusieron al borde del colapso. Mike se estaba ahogando debido a la fuerza de las distintas emociones que estaba experimentando: felicidad por el nacimiento de su hija; alegría por estar junto a ella; miedo y angustia tras su desaparición; y dolor, un dolor sin nombre frente a la realidad, la cruda realidad de su pequeño cuerpo sin vida. No existía un dolor comparable a ese. No existía sufrimiento peor. Era como estar muerto en vida. El corazón de Yanes había gritado por que alguien se apiadara de él y se lo arrancara de cuajo para dejar de sentir. La respuesta había sido el alcohol; litros y litros de alcohol que provocaban el olvido. Mike tenía su respuesta. Así había logrado sobrevivir: suicidándose a fuego lento con la bebida. Esa niña tan adorable, de grandes ojos marrones, que veía en su cabeza era su hija, ¿verdad? ¿El dolor que sentía era el suyo o el de los dos mezclados? Esa niña tenía un nombre, un nombre que significaba luz… Lo tenía en la punta de la lengua. La veía en brazos de Yanes, riéndose con felicidad, con toda la vida por delante. Era lo único que le quedaba porque hacía tiempo que Isabel, su mujer, había dejado de quererle. La muy zorra se había acostado con muchos hombres para herirlo, porque él no podía darle los lujos que ella quería. Ni siquiera le importaba su hija, esa preciosa nenita tan vivaz… Lucía. Se llamaba Lucía. El dolor se hizo tan agudo, taladrándole los sesos, que Mike se echó para atrás todo lo que pudo y gritó: —¡No me toques! ¡Deja de tocarme!

Levantó la vista hacia él con la respiración entrecortada, pensando que había sido la única afectada por ese fenómeno extraño. Sin embargo, se equivocaba: la respiración de Yanes también estaba muy alterada y su rostro se había vuelto muy pálido. Él también había visto cosas de ella, fragmentos de su pasado. Y eso lo había afectado muchísimo. Mike ahogó un gemido angustiado y apretó su cabeza entre sus manos. ¡Que alguien parara ese dolor! No podía aguantarlo. Su cabeza iba a estallar. Ella iba a estallar o a hundirse en la más completa de las miserias. Tenía que salir pitando de allí. Tenía que refugiarse en otro sitio antes de hacer algo vergonzoso como llorar como la niña pequeña que había dejado de ser a los diez años. —¡No vuelvas a tocarme! —lo amenazó con voz poco firme, antes de recoger su pesada mochila del suelo y de salir escopetada hacia los vestuarios. Yanes no hizo movimiento alguno y la dejó ir. Respiró hondo, cerró los ojos y se frotó la cara con las manos. ¡Dios! ¡Qué imágenes más horribles! Había sido como entrar de pleno en su mente y en su cuerpo; revivir todo su pasado como si fuese ella. Ahora entendía por qué tenía ese carácter tan fuerte y testarudo y por qué no le gustaba aparentar debilidad. Había logrado sobrevivir eliminando cualquier rastro de emoción en su vida. Se había vuelto muy dura por necesidad. Y ahora, por su culpa, estaba perdiendo pie y no conseguía volver a encadenar esas emociones olvidadas. Dejó caer las manos y cerró los puños con dolor. No era un hombre violento, pero, en ese momento, él también tenía ganas de darle un puñetazo a algo. ¿Cómo una niña de diez años había tenido el valor de plantarle cara a un vampiro con ese cuchillo? ¿Cómo había podido encontrar la fuerza de sobreponerse a lo que había vivido y presenciado ese día? Micaela Santana era la mujer más valiente y digna de elogios que él conocía. Había visto morir a sus seres queridos y la habían torturado, y en vez de volverse loca, se había convertido en una temible Ejecutora. No había sido una cobarde como él. No había buscado el consuelo en la bebida o en otra cosa. Había decidido luchar. Y la quería aún más por ello. Yanes abrió los ojos en un intento de ahuyentar las imágenes que veía una y otra vez: la masacre de esas personas inocentes, el terror de Micaela y, sobre todo, ese vampiro de aspecto casi angelical cogiéndole el gran cuchillo de las manos para clavárselo en lo bajo de la espalda entre risas. Había tenido mucha

suerte, por llamarlo de alguna forma, de no quedar tetrapléjica. Había faltado muy poco. Echó un vistazo hacia los vestuarios y tomó una decisión. Micaela necesitaba tranquilidad para serenarse, pero no podía darse la vuelta y dejarla sin más. Sentía su dolor como propio. Ver lo que le habían hecho siendo tan joven le recordaba el infierno vivido con la desaparición y la muerte de su hija. No podía dejarla sola con sus recuerdos. Le había prometido no abandonarla nunca. Que ella lo mandara a tomar viento sería otra cuestión. Llegó rápidamente hasta la puerta de los vestuarios, la abrió y se quedó en el umbral. Esperó un segundo a que su vista se acostumbrase a la penumbra del lugar y recorrió la estancia con la mirada, en busca de Micaela. No fue difícil encontrarla dado que los vestuarios no eran muy grandes. Además, los latidos frenéticos de su corazón le indicaban el lugar exacto en el que estaba. Había poca luz en esa sala con forma de cuadrado y con armarios metálicos pegados a las paredes. Aun así, se podían distinguir dos bancos de madera en el medio de la estancia, con un pasillo en el fondo que daba a las duchas. Ella se encontraba en el fondo, a la derecha de ese pasillo y delante de lo que parecía ser su taquilla. Yanes cerró la puerta con suavidad y se aproximó con lentitud. Estaban solos porque no se oía el ruido del agua en las duchas. En realidad, no se oía nada; nada salvo un leve sonido que él no tardó mucho tiempo en identificar. Se paró en seco y su corazón se detuvo. Tuvo la impresión de que alguien acababa de clavarle un cuchillo en las entrañas. Micaela Santana estaba apoyada contra su taquilla, con los brazos cruzados por encima de su cabeza, y estaba llorando en silencio intentando hacer el menor ruido posible. Su mochila abierta se encontraba bastante lejos de ella, como si la hubiese tirado con fuerza. Solo llevaba sus mallas negras y un sujetador deportivo dado que se había quitado la camiseta negra. La mirada de Yanes recorrió ese cuerpo insolentemente sexy y su deseo se reavivó como una llamarada de fuego. No era el mejor momento para sentir eso, pero su deseo no entendía de momentos. Se manifestaba siempre que él estaba cerca de ella. Sin embargo, cuando su mirada llegó a la cicatriz bastante grande que tenía en lo bajo de la espalda, la ternura lo invadió y se sobrepuso al deseo que lo consumía. Ahí estaba la prueba de su sufrimiento, el precio que había tenido que pagar por ser valiente. Nunca más la dejaría afrontar las cosas sola.

Antes de tender la mano hacia ella, Yanes tuvo un pensamiento por Diane, su querida Diane. A ella también la había consolado más de una vez y se había sentido afortunado de poder hacerlo porque era su amigo. Podían contar el uno con el otro, pero la joven princesa solo despertaba su ternura y su cariño. También había ternura en sus sentimientos por Micaela, pero el deseo y la pasión predominaban sobre todo el resto. Yanes no pensaba en nadie más cuando estaba con ella y no conseguía sentirse culpable por ello. Tendría que centrarse en la búsqueda de Diane, ahora que por fin la esperanza de encontrarla parecía haber vuelto. Pero no, no podía. Lo primero era su guerrera. —Micaela… Dejó caer sus manos sobre sus hombros con delicadeza, temeroso de su rechazo. Durante un minuto eterno, ella se quedó muy quieta y luego empezó a bajar los brazos sin rechazar su contacto. El corazón del profesor se encogió al ver cómo sus lágrimas seguían deslizándose silenciosamente sobre sus mejillas. —No llores… —susurró contra su oído, abrazándola por detrás. Micaela cerró los ojos y sintió el calor de su abrazo. Se tranquilizó gradualmente, pero no logró detener sus lágrimas. Era como si el dique de sus emociones hubiese reventado por completo. —No me gusta verte así —volvió a susurrar Yanes, deslizando sus labios sobre su mejilla mojada. Ella lo dejó hacer, atenta a las sensaciones que volvían a despertar en su interior. Sus besos eran suaves y tiernos y su cuerpo, pegado al suyo, desprendía un calor reconfortante. No recordaba la última vez que alguien la había abrazado así para reconfortarla. No recordaba la última vez que se había sentido querida y protegida. En realidad, no quería recordar porque la última vez que ella había dejado que un hombre se acercara tanto a ella, física y emocionalmente, ese hombre había sido su padre. El último en haberle dado un abrazo de verdad había sido su padre. El dolor por su pérdida, que había logrado esconder en lo más hondo de su ser, volvió a la superficie con más fuerza y amenazó con ahogarla. Yanes se dio cuenta de que ella volvía a ponerse tensa y apretaba los puños. —¿Cómo lo conseguiste? —murmuró con voz dolorosa—. ¿Cómo conseguiste vivir con ese dolor? ¿Cómo lograste levantarte y no acabar con tu vida? Yanes la abrazó aún más y colocó su mejilla sobre la suya.

—Fui un cobarde. No tuve la valentía de acabar con mi sufrimiento. Escogí la vía fácil para olvidarme de todo —confesó con voz suave—. Pero ahora que puedo echar la vista hacia atrás, pienso que hice bien en no matarme. De haberlo hecho, ese maldito bastardo habría ganado. Alguien me ha dado otra oportunidad y, a pesar de todo, la vida merece la pena ser vivida; y más ahora que te he encontrado. —Yanes besó su sien con devoción—. Tú fuiste valiente desde el principio. Afrontaste la vida y le plantaste cara. Hay mucha fuerza en ti, Micaela, y tienes que aceptar tu dolor. —Te equivocas —respondió ella, sin dejar de apretar los puños—. No hay nada más que odio en mí. Solo sé destruir y quiero ver a todos los vampiros reducidos a cenizas. —Es normal sentir odio, yo también lo sentí. Pero tienes que aprender a controlarlo para que él no te controle a ti. Acéptalo y utilízalo de manera eficaz contra los vampiros que se lo merecen y será tu mejor arma. —La boca de Yanes volvió a detenerse contra su oído—. Micaela, quítate de la cabeza que no mereces la pena. Si solo hubiese odio en ti y nada más, no despertarías tantas emociones en mí. No estarías ocupando todos mis pensamientos como lo estás haciendo ahora… Depositó una lluvia de besos sobre su cuello y ella inclinó su cabeza para que tuviera mejor acceso. El calor reconfortante empezó a transformarse en otro tipo de calor y el deseo abrumador sustituyó a la ternura cuando las manos del profesor iniciaron una serie de caricias en su vientre desnudo. Él tenía la impresión de estar aprovechándose de su estado emocional como el peor de los cabrones, pero no podía parar. No podía dejar de tocarla. Necesitaba tocarla y besarla. Un deseo intenso nubló su vista e hizo correr su sangre con más velocidad en sus venas. Su corazón se disparó y su cuerpo reaccionó con fuerza a la textura sedosa de su vientre, excitándose en un instante. La locura del deseo había vuelto a apoderarse de él con más fuerza que nunca. Quería unirse a ella lo antes posible. La quería desnuda entre sus brazos, retorciéndose de placer. Quería oír su nombre en su boca y ver su mirada extasiada mientras él la hacía suya. En vez de zafarse, Micaela se posicionó de forma que él pudiera besarla sin ningún problema. Al parecer, no se estaba aprovechando del todo de la situación. Ella también lo deseaba. Podía verlo y sentirlo de la misma forma que podía oír los latidos de su corazón al unísono con los suyos. Cuando se inclinó para besarla, sintió cómo el amor y la pasión que sentía por ella transfiguraban todo su ser. No se parecía ni remotamente al deseo

desenfrenado que lo había embargado frente a Cassandrea. Micaela no era Cassandrea. La vampira solo había sido un capricho sensual. La Ejecutora formaba parte de su ser para siempre. —Ya no estás sola, Micaela… —murmuró Yanes antes de poner su boca sobre la suya por segunda vez. Ella cerró los ojos y se rindió por completo con la esperanza de que no hubiese una conexión tan violenta como la primera vez. ¿De qué le servía luchar contra sus sentimientos mientras que lo amaba y lo deseaba con locura? ¿De qué le servía aparentar fortaleza en un mundo que se había venido abajo? Llevaba tanto tiempo luchando que había olvidado el significado de la palabra amor. Llevaba tanto tiempo alimentándose de su odio que se sentía muerta por dentro. Conocer a Yanes había cambiado todo eso. Amarlo y ser amada por él constituía una segunda oportunidad para ella y estaba convencida de ello. Él tenía razón: el día de mañana, cuando algún vampiro consiguiera matarla, ¿qué se llevaría a la tumba? ¿Una vida de odio y de venganza? ¿La tristeza y el vacío de una vida solitaria? Llevaba muchos años viviendo con esa amargura. Quería vivir algo bonito para variar. Micaela levantó la mano y le rodeó el cuello para atraerlo más cerca. No esperó a que Yanes profundizara su beso: abrió los labios, penetró su boca con la lengua y la devoró con ansia. No era una mujer pasiva, nunca lo había sido. Le gustaba demasiado actuar como para dejarse besar sin reaccionar, y en ese momento, le importaba un bledo volver a tener una violenta conexión con él. Lo único que quería era sentir el calor de su boca y de su cuerpo de hombre pegado al suyo. Ese gesto fue como la chispa que faltaba para que el ambiente se tornara abrasador del todo. Si a Yanes le sorprendió que ella tomara la iniciativa, no lo dejó notar: le devolvió el beso con creces y soltó un profundo gemido. Entonces tuvo la impresión de sumergirse en un mar de calor y de deseo, y su pensamiento racional se esfumó por completo. La necesidad de tocarla y de hacerla suya lo invadió con una brutal intensidad. Sin dejar de besarla, empezó a acariciarla con una mano y fue subiendo hasta su pecho. Cuando llegó hasta ahí, levantó su sujetador para sentir su dulzura y su firmeza en la palma de su mano. Entonces ella soltó un suave gemido contra su boca y Yanes tuvo que apartarse porque estaba a punto de estallar. El tacto de su piel era tan increíble y su pecho tan perfecto…

Tenía la impresión de no haber tocado a ninguna otra mujer antes que ella; lo que era, evidentemente, una locura. —¡Dios! Eres tan dulce… —murmuró con la respiración entrecortada y mirándola como si nunca hubiese visto a alguien tan hermoso. A pesar de que su ingle empezaba a darle serios problemas por culpa de su tremenda excitación, Yanes quería tomarse su tiempo con ella. No quería abalanzarse sobre ella como un salvaje, pero se estaba conteniendo a duras penas. La deseaba con locura, sí; pero no se trataba solo de poseerla. Se trataba de mucho más. Sin embargo, Micaela no lo entendía así y decidió poner fin a sus cavilaciones secretas. —No soy dulce —recalcó, dándose la vuelta con agilidad para coger su rostro entre sus manos— y no necesito que me trates con caballerosidad. Quiero olvidarme de todo contigo. Quiero ver tu lado más salvaje, profesor. Dicho eso, ella volvió a besarlo con pasión y lo empujó hasta el banco de madera. Cuando Yanes se dejó caer sentado en él, Micaela se sentó a horcajadas sobre él y siguió explorando su boca, enterrándole las uñas en el pelo oscuro. Yanes gimió y perdió el poco control que le quedaba, agarrando con las dos manos su firme trasero para acercarla aún más a su tremenda erección. Micaela dejó de besarlo y jadeó, buscando aire. —¿Esto es lo que quieres? —pregunto él contra su boca, con una voz aterciopelada terriblemente erótica—. ¿Me deseas como yo te deseo a ti? Yanes hizo un ligero movimiento y ella gimió. Dios. Estaba tan caliente y ansiosa. Quería sentirlo dentro de ella. —Sí, profe. Te deseo. Ven, tócame… Él sonrió y buscó su mirada, brillante y más hermosa que nunca por la pasión. No hacía falta tomar precauciones con ella. Micaela era puro fuego y él estaba deseando quemarse. De hecho, tenía la sensación de estar consumiéndose. Yanes acarició sus nalgas y se inclinó para besarla en el cuello. No obstante, se tensó repentinamente y frunció el ceño cuando unas nuevas imágenes cruzaron su mente; unas imágenes que despertaron sus celos como nunca. El joven vasco se había declarado en toda regla y él conocía a Micaela desde siempre. Compartían la misma vida de peligro y pensaban igual. Apretó la mandíbula. No, otra vez no. No quería ser la segunda opción otra vez, no con Micaela. Era de un machismo insuperable pensar así, una reacción más que primitiva muy impropia de él, pero ella era suya. Formaban un solo ser. No quería y no podía compartirla con nadie. Era la otra mitad de su corazón.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, percatándose de su cambio brusco de actitud. Yanes clavó su incomparable mirada verde en la suya. Era preferible oír la verdad de su propia boca, aunque doliese como mil cuchillos. —¿Qué sientes por Julen Angasti? —preguntó sin rodeos. Micaela esbozó una leve sonrisa y enarcó una ceja de forma irónica. —¿Tienes las manos en mi culo y me preguntas qué es lo que siento por Julen? Un poco raro, ¿no te parece? —Ella soltó una breve risa, pero se volvió seria al instante al ver la expresión de su rostro—. Es… es como un hermano para mí. —Sin cambiar de posición, Micaela se frotó la cara para limpiar el resto de sus lágrimas. Luego volvió a mirar los ojos de Yanes y acarició su rostro con las manos—. A pesar de que me lleva dos años, cuidé de él y lo entrené para que pudiera sobrevivir. Nos apoyábamos mutuamente… —ella hizo una mueca—, y resulta que estaba enamorado de mí. Y no me hace ninguna gracia. Yanes no había podido reprimir una sonrisa divertida ante su terquedad casi infantil. —No puedes controlar los sentimientos de las personas, Micaela. —Y tú no puedes estar celoso cuando sientes todo lo que siento —recalcó ella, acariciando sus cejas con un dedo—. Sabes muy bien lo que siento por ti. —¿Ah, sí? ¿Qué sientes por mí? —la provocó él con una sonrisa—. Hace un rato querías pegarme y ahora… —Ahora quiero que me vuelvas loca con tus caricias y tus besos —dijo ella, agarrándolo del pelo y pegándose a él—. Quiero que me hagas tuya, Yanes. Ya no quiero luchar contra ti y contra lo que siento por ti. Yo también te amo. Ti amo… —susurró en italiano antes de volver a besarlo. Antes de devolverle el beso con pasión, Yanes sintió que la alegría y el amor desbordaban su corazón gracias a esas palabras insignificantes para muchos, pero tan importantes para él. Por fin Micaela aceptaba sus sentimientos y la conexión entre ellos era total y absoluta. Ella debió sentirlo también porque dejó de besarlo y se echó para atrás para mirarlo intensamente a los ojos con una expresión entre incredulidad y felicidad. Entonces, la pasión que había explotado entre ellos tomó otro cáliz y se quedaron mirándose como si hubiesen tenido la misma revelación al mismo tiempo. Micaela sentía algo extraño en el pecho, algo muy suave, pero también muy poderoso. ¿Sería eso lo que el mundo conocía por felicidad? ¿De verdad el amor tenía tanto poder sobre los seres rotos por el dolor y el sufrimiento?

Quería creer que sí, tenía ganas de volver a creer en algo más que en el odio y en la destrucción. —Siempre estaré a tu lado —volvió a afirmar Yanes con una voz solemne que sonaba a juramento eterno. Ella esbozó una cálida sonrisa pensando que, por una vez en su vida, podía confiar en la palabra de otra persona como en la suya propia porque creía firmemente en lo que estaba diciendo. Sin embargo, no pudo evitar meterse un poco con él para aliviar el ambiente demasiado serio que se había instaurado entre ellos dos de repente. —¿Incluso si estoy todo el tiempo tocándote las pe… narices? —inquirió con fingida inocencia. Yanes suspiró de forma teatral. —Mujer, es cierto que me va a doler mucho la cabeza contigo…, pero lo aguantaré. Como respuesta, ella le mordió el labio inferior con actitud provocativa reavivando al instante su deseo y la sensación de estar a punto de explotar. —Me parece que he encontrado el método perfecto para que me perdones — murmuró contra su boca. —No me cabe ninguna duda —musitó él con una voz muy ronca. En un movimiento rápido, ella se echó para atrás y se quitó el sujetador deportista. —Basta ya de cháchara —soltó rodeándolo con las piernas con más firmeza y arqueándose para ofrecer su busto a sus besos. Yanes inhaló con fuerza ante la visión de sus dos pechos firmes y suaves, de un color tostado. Eran gloriosamente hermosos y tenían el tamaño perfecto para sus manos. —Eres tan bella… —susurró antes de besarla en el cuello para bajar lentamente hacia sus pechos. Micaela jadeó y sintió un intenso fogonazo de deseo cuando él se llevó uno de sus pechos a la boca y le lamió el pezón. Mientras él estaba ocupado con sus caricias que rozaban la tortura, ella se incorporó levemente y se afanó en sacarle la camisa del pantalón para poder sentir su piel desnuda. Pero no era suficiente así que intentó desabrocharla con una sola mano. Al no conseguirlo, soltó un taco lleno de frustración, lo que provocó una risa muy ronca de Yanes. —Tranquila, ya lo hago yo. Él se quitó rápidamente la camisa ante su atenta mirada.

—Estás demasiado buenorro para ser profesor —comentó ella con una sonrisa maliciosa, acariciándolo lentamente. Yanes no tuvo tiempo de contestar algo gracioso porque se estremeció violentamente cuando la mano de Micaela llegó a su miembro hinchado. —Sí, demasiado buenorro… —repitió ella abriéndole el pantalón para acariciarlo con las dos manos. Él cerró los ojos y soltó un breve gemido. ¡Dios, estaba a punto de reventar! Tenía tantas ganas de hacerle el amor que resultaba casi doloroso y esas manos lo estaban enloqueciendo. —Micaela… —musitó sintiendo cómo se cerraban a su alrededor una y otra vez. —Dulce y poderoso. Tan poderoso… —murmuró ella, besando su mandíbula sin dejar de acariciarlo. Yanes pensó que estaba a punto de morirse de placer. Puso las manos sobre el trasero de Micaela y se aferró a él como si fuese un salvavidas. Ella se apretó contra él y aceleró sus movimientos. —¡Para! —La voz de Yanes salió muy poco firme—. ¿Quieres matarme o qué? Micaela se rio. —Sí, matarte de placer —le contestó en italiano. Él logró agarrar sus dos manos antes de explotar. De repente, no le pareció correcto tomarla allí, en un frío vestuario, como si fuese un macho primitivo. Era el tipo de sensaciones que Cassandrea había despertado en él, un deseo brutal y primario. No quería repetir la misma escena con ella. Era su corazón y su vida; merecía algo más que eso. —Quiero ser tuya, Yanes —dijo ella, besando su rostro sin liberarse de sus manos y leyendo en él como en un libro abierto—. No me importa ni el cómo ni el dónde. —Pero a mí sí que me importa —contestó él con voz muy seria. Micaela dejó de besarlo y lo miró a los ojos. —Quiero que nuestra primera vez sea algo muy hermoso, tan hermoso como tú —le dijo él, deslizando un dedo sobre su pecho. Ella se estremeció tanto por el gesto como por sus palabras. Había tanto amor en su deslumbrante mirada que resultaba aterrador. Ningún hombre la había mirado así, ni siquiera Julen. No quería volver a ponerse nerviosa, pero no sabía cómo reaccionar. Después de muchos años de soledad y de tristeza, tenía la impresión de que acababa de

ganar el premio gordo con ese hombre tan serio, tan dulce y tan seguro de sus sentimientos hacia ella. La respetaba de tal manera que era capaz de no aprovecharse de la situación para aliviar la intensa necesidad que tenía de ella. La amaba tanto que no le importaba estar sufriendo un impresionante calentón por su culpa. Y todo eso era algo nuevo para ella. Algo nuevo y muy bonito por una vez. No sabía si, después de no tener nada, se merecía tanto… —Vaya con el chico bueno… —murmuró, bajando la mirada para apoyar sus dos manos sobre su pecho musculoso. Podía sentir su calor y los latidos de su corazón, y deseó apoyar su cabeza ahí para olvidarse de la dura realidad. Pero no podía—. Solo tengo este momento, Yanes. Puede que mañana esté muerta… — musitó sin levantar la mirada. Él le acarició la espalda desnuda y cogió su rostro entre sus manos para levantarlo hacia él. —No, Micaela. Tendremos muchísimos otros momentos porque ahora eres mucho más fuerte y sabes que estoy aquí, esperándote —afirmó, cogiéndola entre sus brazos para inclinarla, como si estuviese acunándola, y luego la besó con una exquisita dulzura. Ella cerró los ojos con confianza, se acurrucó más contra él y se dejó besar con un suspiro de felicidad. Quería que ese momento durara para siempre, pero la realidad no tiene piedad para los enamorados y se hizo notar con fuerza. Un pitido molesto, proveniente de su mochila tirada, interrumpió el beso e hizo estallar la burbuja de pasión en la que se habían escondido. —¡Mierda! —soltó Micaela, incorporándose y poniéndose de pie. De repente se sintió incómoda y se ruborizó levemente, no tanto por su semidesnudez sino por su forma de soltar tacos todo el tiempo. Se notaba mucho frente a la excelente educación y los perfectos modales de su profesor, pero tampoco podía cambiar su forma de hablar de la noche a la mañana. Tendría que tener más cuidado—. Tengo que prepararme para irme —dijo cogiendo su móvil para apagar la alarma. Yanes se puso de pie con ciertas dificultades debido a su estado de excitación. Empezó a abrocharse la camisa pensando que iba a tener que imaginarse algo espantoso rápidamente para poder volver a la normalidad y poder caminar. —Iré contigo a Lituania. —Micaela, que se estaba poniendo otra camiseta, giró la cabeza y le echó una mirada con el ceño fruncido—. Necesito hablar en

privado con Kamden MacKenzie —Yanes esbozó una sonrisa— y quiero estar cerca de ti. Ella se dio la vuelta con una sonrisa sarcástica en los labios. —O sea que Kam tiene la prioridad… —Para nada. Tú eres lo más importante para mí y no me importa que todo el mundo sepa que… —Preferiría que nadie supiera lo nuestro —lo interrumpió ella, plantándose delante de él—. Yanes, yo te quiero, pero mi trabajo es muy complicado y no quiero que me aparten del caso debido a nuestra relación —le explicó, mirándolo a los ojos—. De momento, será mejor que nadie sepa nada. Durante un segundo, ella temió que reaccionara mal porque conocía de sobra el orgullo masculino. Pero su profesor era un hombre comprensivo y sabía utilizar su cerebro. —No te preocupes, lo entiendo —respondió acariciándole la mejilla con los nudillos—. La situación es muy delicada como para complicarla aún más. Micaela asintió con una sonrisa. Inteligente, atento y guapo… ese hombre lo tenía todo, y la ponía a cien con una sola mirada. —Pero quiero algo a cambio de mi silencio —puntualizó él con una sonrisa un tanto torcida. Mike dejó de sonreír y frunció el ceño. Pues no, el hombre perfecto no existía después de todo. Yanes soltó una risita ante su expresión ceñuda. Su guerrera tenía un rostro muy expresivo cuando quería. —¡No te imagines nada malo! Solo quiero que me prometas dos cosas: la primera que tendrás mucho cuidado en esta misión, y la segunda que harás las paces con Julen Angasti. Mike lo miró con cierta sorpresa. —¿Por qué parece tan importante para ti que me reconcilie con él? Yanes sonrió y le acarició los labios con un dedo. —Porque a pesar de que es un rival en potencia para mí, él es muy importante para ti. Te quiere y siempre estará atento a que no te pase nada. Si es como un hermano para ti, tienes que darle otra oportunidad y aceptar que sus sentimientos hayan evolucionado. No ha hecho nada malo y no se merece que le des la espalda. Ella lo miró intensamente y pensó que era imposible no amar a ese hombre. Su mujer había sido la más tonta de todas por hacerle sufrir y por dejar escapar semejante joya.

—Te prometo que intentaré hacer ambas cosas. Yanes suspiró. —Bueno, es mejor que nada —sonrió y la atrapó entre sus brazos—, pero ni se te ocurra enamorarte de él. Mike enarcó una ceja e inclinó la cabeza. —Es imposible dejar de amarte, Yanes O’Donnell. Eres tan obstinado como una mula y no paras hasta conseguir lo que quieres, ¿verdad? El aludido se rio. —¡Mira quién habla! —exclamó, acercando su rostro al suyo para besarla—. Entonces nos vamos a llevar muy bien porque somos tal para cual. Y dicho eso, devoró su boca a conciencia.

Capítulo dieciocho Castillo de Kraslava, frontera de Lituania, cinco días más tarde

Kamden MacKenzie salió rápidamente de su habitación después de darse una breve ducha y de cambiarse. Se dirigió hacia el ascensor que llevaba al complejo subterráneo —digno del Pentágono— desde el cual los vampiros servidores del príncipe vikingo y los Pretors vigilaban todos los movimientos de la zona. Cuando llegó hasta allí, saludó con la cabeza a los dos vigilantes humanos, que parecían dos porteros vigilando la entrada de una discoteca, y enseñó su tarjeta de identificación. Dentro del ascensor, tuvo que poner su dedo índice sobre el panel para bajar a la planta deseada. Desde luego que ese príncipe no se tomaba a la ligera las medidas de seguridad. Si el castillo MacKenzie era una fortaleza, ese castillo era como el famoso Fort Knox de Estados Unidos. Además, las medidas de seguridad se incrementaban cuando era de día, como en ese momento, y los vampiros no podían salir fuera de las plantas subterráneas. Sin embargo, todas esas medidas de tecnología avanzada eran humanas y no podían contrarrestar el enorme poder de un vampiro muy antiguo; por eso la energía residual del príncipe también se encargaba de proteger sus dominios. Sentir constantemente esa fuerza flotante había sido algo muy raro y Kamden y sus agentes habían tenido que acostumbrarse a ello. Aparte de eso, su instalación en el recinto y la colaboración con todos los vampiros, conocidos o no, se estaban desarrollando a las mil maravillas. La leve incomodidad inicial había sido sustituida rápidamente por un ambiente de intenso trabajo. No obstante, cada uno de sus agentes y él mismo siempre tenían a mano sus armas, aunque sirvieran de poco frente a vampiros de más categoría que los habituales y tan bien entrenados. Pero después de años y años luchando contra ellos, tampoco podían mostrarse tan ingenuos y confiar ciegamente en todos ellos como para deambular por ahí sin armas. Sin embargo, él estaba convencido de que ninguno de ellos tendría que utilizarlas para defenderse de un vampiro en ese castillo. Podía parecer estúpido

por su parte, pero confiaba plenamente en la palabra de Gawain y su forma de actuar y la de los Pretors le daban la razón como para seguir confiando en ellos. Kamden se quedó pensativo frente al panel del ascensor. No, el peligro no venía de dentro sino de fuera. No le había gustado mucho el mensaje en clave que su hermano había logrado pasarle a través del profesor O’Donnell. Conocía demasiado bien los entresijos de la Liga como para creer que la cúpula directiva daba su consentimiento a esa misión de rescate sin más. Al parecer, Betany Larsson, tras volver de su viaje, había votado a favor de la misión sin escuchar los argumentos en contra de Jonathan Tombling y las dudas de Cosme Santa Croce. Por una parte, era lo normal que actuara así dado que no se podía detener una misión en curso; pero, por otra parte, su comentario sibilino acerca de mandar refuerzos no auguraba nada bueno conociéndola. Su hermano Less tampoco se fiaba del cambio repentino de actitud de la mujer de hielo y por eso le recomendaba estar alerta. A él le preocupaba un poco que su hermano estuviera en el ojo del huracán, pero sabía que podía manejar perfectamente la situación. Su equipo de Custodios no necesitaba refuerzos, sobre todo si se trataba de curas fanáticos. Necesitaba avances significativos en la búsqueda de la joven princesa y los estaban teniendo a cuentagotas. Estaban jugando al juego del escondite con el vampiro que la retenía prisionera: el perímetro se estaba estrechando cada vez más, pero seguían sin encontrar la posición exacta de su localización en el mapa. Sumido en sus pensamientos, Kamden se cruzó de brazos repentinamente y soltó una maldición cuando rozó con su brazo su nueva herida. Se estaban acercando y mucho, y las nuevas coordenadas le habían costado lo suyo. Después de varias semanas sin salir al terreno para hacer de jefe, había tenido una fuerte intuición sobre un lugar en concreto y había decidido probar su teoría en persona. Sin embargo, se había topado con varios vampiros y con un demonio, y había salido más o menos ileso gracias a la ayuda del vampiro-tigre. Hizo una mueca e intentó no volver a rozar el profundo arañazo que tenía en la parte derecha de su costado. Los demonios también tenían garras y, al igual que los vampiros, sentían una fatal atracción por sus costillas. Pero esa pequeña herida había merecido la pena por esos nuevos datos. Además, a él le había encantado volver a pisar el terreno porque le gustaba mucho más actuar que estar en un despacho. Pero entendía que tenía que asumir esa nueva faceta suya. La puerta del ascensor se abrió y lo devolvió a la realidad del momento. Estaba de camino a la sala central donde Eitan estaba al mando y manejaba todos

los ordenadores. Kamden esbozó media sonrisa. Había sido como un enorme regalo de navidad para el agente Zecklion estar al mando de tantos ordenadores de tecnología tan avanzada. Hasta había pantallas de tacto digital como las que se veían en las películas de ciencia ficción. No cabía duda de que era un sueño hecho realidad para él. Antes de llegar al pasillo que conducía a la sala central, tuvo que detenerse ante la puerta blindada y su guardián. —Buenos días, agente MacKenzie —lo saludó el vampiro encargado de la vigilancia de esa parte del recinto. —Buenos días —contestó él, echándole un vistazo al vampiro rubio. Cada día, había un vampiro diferente en ese puesto. Pero todos conocían los nombres de los agentes humanos y todos eran rubios y de aspecto encantador. No pudo reprimir el pensamiento de que ellos también se estaban convirtiendo en vampiros puesto que salían a patrullar durante la noche e intentaban dormir durante el día. Pero ese proceder no era nuevo ya que era la norma habitual de los Ejecutores de la Liga. Adaptarse al comportamiento del objetivo era obligatorio para eliminarlo. No obstante, Kamden se había sorprendido viendo cómo los vampiros que se convertían en animales podían salir a la luz del sol bajo esas formas; lo que les estaba ayudando muchísimo y les daba la posibilidad de moverse también durante el día. Esa ventaja no lo era tanto frente a los demonios, que no tenían ningún problema con la luz solar y se mostraban cada vez más viciosos en sus ataques. A veces, eran más peligrosos que los propios vampiros. Kamden enfiló el pasillo de luces fosforescentes sin encontrarse con ningún vampiro o Pretor. No se los veía mucho durante el día, salvo Gawain que hacía de intermediario entre todos ellos. Ayer, por la noche, un nuevo Pretor se había sumado a la búsqueda: el médico había llegado con una vampira rubia de aspecto andrógino y de aire belicoso. Él la conocía muy bien y se había cruzado con ella en numerosas ocasiones: era la vampira húngara llamada Eneke y siempre se la veía en compañía de Vesper. Formaban una especie de equipo, pero ahora la vampira morena iba acompañada por el joven vampiro y no por ella. Tensó la mandíbula e intentó pensar en otra cosa, como en los agentes que estaban desplegados en el terreno en ese mismo momento, por ejemplo. No quería pensar en Vesper. Llevaba más de tres días sin verla: cuando caía la

noche, desaparecía en compañía del joven vampiro, y cuando era de día también estaba con él en una parte del recinto que parecía reservada a los Pretors. Kamden se preguntaba qué estarían haciendo en esas salas. En dos ocasiones, Gawain había salido de allí durante el día y les había proporcionado coordenadas muy precisas y que habían resultado ser muy certeras por cómo los vampiros y los demonios encontrados allí habían defendido el terreno con fiereza. No había sido ninguna casualidad. ¿Los vampiros estarían contando con una ayuda extra? ¿Habrían logrado ponerse en contacto con ese príncipe, padre de la desaparecida, que lo había ayudado a él en el castillo de Moldavia? Los Pretors colaboraban con ellos, pero no soltaban prenda. Colaboraban, pero nunca invadían el terreno de los Custodios; salvo cuando intervenían para ayudarles en una refriega. Y menos mal que lo hacían, porque sus armas no servían de nada contra los demonios. Los demonios… Se habían convertido en su nueva pesadilla y en la de sus agentes: se burlaban de ellos, esquivaban las balas de rayos UVA entre risas, poseían los cuerpos de mujeres, ancianos y niños para desestabilizarlos e intentaban morderlos y arañarlos hasta la muerte. Sin la ayuda de los Pretors, las consecuencias de esos encuentros habrían sido desastrosas para todos ellos. A cambio, la presencia de los Custodios en el terreno durante el día era muy útil porque podían indagar entre la población humana; cosa que era muy difícil para los vampiros ya que la gente se encerraba en sus casas cuando caía la noche y sentía pavor frente a las personas de piel demasiado pálida. Sin embargo, la información obtenida tampoco era muy abundante. Había un férreo pacto de silencio entre los habitantes de todos esos pueblecitos lituanos, como lo había habido en Moldavia. La gente sabía que unos seres extraños y maléficos vivían muy cerca de ellos, pero se callaban por miedo a las represalias o a que los demás los tomaran por locos. Esa siempre había sido la mejor defensa de los vampiros. Nadie creía en su existencia y cuando alguien lo hacía, la sociedad humana se encargaba de apartarlo, tachándolo de ignorante supersticioso o de loco. Kamden recordaba la historia de una famosa cazavampiros, miembro de su familia, que casi había terminado en la hoguera porque la Iglesia consideraba que estaba poseída por el Maligno. Eso había ocurrido en el siglo XVII, pero las cosas no parecían haber cambiado mucho desde entonces. Quizá por ello, él, más que nadie, odiaba la Santa Sede y no le gustaba nada su intromisión en los asuntos de la Liga. La familia MacKenzie siempre había tenido algún que otro problema con la Iglesia y su labor se había visto

entorpecida en más de una ocasión por su culpa. Por eso se echaba a temblar cuando Betany Larsson hablaba de mandarle refuerzos… ¿De verdad ayudaría en algo que un cura con cara de loco, como el padre Colonna, apareciera de repente con todos sus artilugios para iniciar un exorcismo a cualquiera de esos demonios? Francamente, no necesitaban más tonterías y pérdidas de tiempo en esos momentos. Necesitaban un avance significativo como encontrar las coordenadas exactas de ese maldito sitio en el que esa chica estaba retenida. Princesa. No era una chica cualquiera, era una princesa. Una princesa muy importante para todos, humanos y vampiros. Sin lugar a duda, esa era una de las razones por las que la vicepresidenta de la Liga había dado su consentimiento a esa misión, a sabiendas de que estaban colaborando con los Pretors como antes del nombramiento del actual presidente. Kamden estaba convencido, al igual que su hermano, de que Betany Larsson sabía y ocultaba muchísimas cosas. Cosas muy importantes relacionadas con la misión de la Liga de los Custodios y su presidente. Por eso los hermanos MacKenzie no se fiaban de ella. Él siempre se había cuidado de aceptar misiones solo por orden directa de su hermano porque era muy fácil tender una trampa a un Ejecutor para deshacerse de él. A pesar de que era uno de los mejores cazavampiros y de que pertenecía a una de las familias fundadoras, sabía que la protección de su reputación y de su nombre tenía un límite. El clima de sospecha había ido en aumento dentro de la Liga y había que ser muy precavido; y más ahora que algunos de sus mejores agentes se habían dado cuenta de que la realidad no era tal y como la habían pintado sus dirigentes. Sí, definitivamente, el peligro se encontraba fuera y no dentro de ese recinto repleto de vampiros antiguos y poderosos. Y era muy triste llegar a la conclusión de que el hombre seguía siendo un lobo para el hombre. Kamden se detuvo frente a la puerta metálica y puso su pulgar sobre el panel de identificación pensando que si no dejaba de tener esas charlas filosóficas consigo mismo, iba a tener un tremendo dolor de cabeza. Era el momento de supervisar y de actuar conjuntamente con sus agentes en el terreno. Cuando la luz del panel se puso verde y la puerta se abrió, entró y se dirigió hacia el enorme dispositivo de ordenadores que ocupaba la parte central de la sala. Vio que el agente Zecklion, que estaba sentado en un sillón frente a la gigantesca pantalla digital con unos auriculares puestos y tecleando a toda velocidad, no estaba solo. En la parte derecha de la sala, el profesor O’Donnell

estaba sirviendo café en dos tazones gracias a que los criados humanos de ese castillo montaron una mesa con todo lo necesario para no morirse de hambre, al recordar que ellos también eran humanos y que tenían que alimentarse de vez en cuando. —¿Café y muffins, agente MacKenzie? —preguntó Yanes O’Donnell girando la cabeza hacia él. Kamden observó al atractivo profesor, vestido con pantalón vaquero negro y jersey de cuello vuelto verde oscuro, con una sonrisa sarcástica en los labios. —Solo café, gracias. Dudo mucho que se pueda llamar muffin a eso —dijo señalando los pequeños bizcochos de forma extraña puestos en la mesa. El profesor soltó una leve risa. —No saben mal… cuando no hay otra cosa —convino tendiéndole un tercer tazón repleto de café oscuro y humeante. —Ya, ya; menos mal que el almuerzo compensa —contestó Kamden al coger el tazón sin gestos bruscos para no despertar el dolor de su herida. Yanes O’Donnell asintió con una leve sonrisa y se dirigió hacia Eitan con el otro tazón para depositarlo a su lado; pero el agente Zecklion pareció no darse cuenta de ello y siguió tecleando. Entonces, el profesor se sentó en el extremo izquierdo de la mesa y siguió recopilando datos sobre la posición exacta de cada agente en el terreno. Kamden sopló por encima de su tazón para poder beber un poco de café. El profesor O’Donnell no era un Ejecutor por lo cual no tenía permiso para estar fuera, pero ayudaba a Eitan en todo lo que podía. No quería quedarse sin hacer nada y vigilaba constantemente que todos los agentes estuvieran bien y descansaran lo suficiente; en particular Micaela Santana… No pudo evitar sonreír mientras se acercaba al agente Zecklion. El profesor intentaba disimular su preocupación y su gran interés por ella, pero él se había dado cuenta de que siempre estaba averiguando dónde estaba y cómo se encontraba. Mike también había llegado a ese castillo mucho más serena y tranquila que antes, como si se hubiese quitado un peso de encima. A él casi le había dado un infarto cuando había aceptado sin protestar la ayuda de un Pretor para patrullar en el sector que la había asignado a ella y a Robin. La kamikaze que llevaba en su interior parecía haberse esfumado, pero uno nunca se podía fiar de las aguas dormidas. Tal y como Kamden esperaba, había pasado algo entre Mike y el profesor y se alegraba mucho por los dos. Un poco de felicidad en medio de tanta oscuridad

no estaba de más. Sin embargo, la realidad no invitaba ni al optimismo ni al descanso. Esa siniestra sensación de estar adentrándose en un mundo oscuro y peligroso aumentaba cada vez más. —¿Cómo está el personal, agente Zecklion? —preguntó Kamden, tocándole levemente el hombro tras ponerse entre él y el profesor. Enarcó una ceja cuando Eitan no le contestó. —¿Agente Zecklion? —repitió presionando un poco más su hombro. El aludido se sobresaltó levemente y pareció volver a la realidad. Levantó las manos del teclado, después de presionar una última tecla, y miró a su jefe con cara de cansancio. —Acabo de señalizar los últimos puntos y la situación en tiempo real de todos los agentes desplegados —comentó tras coger su café y girar su sillón hacia él. Kamden entrecerró los ojos al observar la cara ojerosa de Eitan, que delataba su falta de descanso, pero que no conseguía quitarle ni un ápice de su legendario atractivo. Entonces se dio cuenta, con cierta ironía, de que se situaba en medio de dos guaperas, a cuál más guapo, y de que muchas mujeres hubiesen matado para poder estar en su lugar. Pero el momento no era para tener ese tipo de pensamiento. Tenía que volver a hacer de jefe porque algunos de sus agentes no estaban descansando lo suficiente. Bebió un poco más de café y observó la gigantesca y sofisticada pantalla con muchísima atención. —Vale, ¿quién lleva más tiempo sin descansar? —preguntó con mirada inquisitiva. —La agente Santana y el agente Garland —intervino el profesor sin mirarlo —. Llevan casi veinticuatro horas sin dormir. Kamden esbozó su famosa sonrisa torcida. Vaya, el cambio de actitud de Mike acababa de irse al traste. Seguía siendo una condenada cabezota. —Hay muchos movimientos en el sector en el que se encuentra Mike — argumentó Eitan, señalando la pantalla. —¿Ah, sí? ¡Me importa un bledo! Un agente cansado es un blanco fácil — recalcó él fulminándolo con la mirada— porque comete errores. Si no me equivoco, Césaire y Julen están cerca. Pueden encargarse de ese sector durante ocho horas, ¿no? —Sí, perfectamente —asintió el profesor con disimulado alivio.

Kamden le echó una mirada. Se veía claramente que no quería intervenir directamente para no tener un encontronazo con Mike, pero tampoco podía dejar que su chica siguiera sin descansar por su propia cabezonería. ¡Pobre profesor! Estaba sentado en una cómoda silla llena de espinas… Eitan resopló y se encogió de hombros. —Sí, pueden hacerlo. No hay muchas novedades donde se encuentran actualmente. Tú mandas, MacKenzie. El aludido volvió a sonreír de forma sarcástica. —¡No sabes hasta qué punto! —recalcó con ironía—. Esto es lo que vamos a hacer: vas a contactar con Mike y hablaré con ella. Luego, introducirás esas nuevas coordenadas en el ordenador y finalmente tú también te irás a tu cuarto para descansar esas ocho horas. Eitan frunció el ceño, molesto. —No puedo descansar ocho horas seguidas. El manejo de estos ordenadores es muy complejo… —¡No me digas! —se burló MacKenzie, cruzándose de brazos—. ¿Sabes?, no soy un completo inepto y sé hacer algunas cosas con un ordenador. —Yo me quedo aquí para ayudarle, agente MacKenzie —se ofreció el profesor con tranquilidad. Kamden se giró hacia él con el tazón en la mano. —De eso nada. Sospecho que usted también lleva un buen rato metido aquí, así que se va a descansar. No quiero ver a nadie con esas caras de no haber dormido en varios días. Recordad que nosotros somos los humanos. Eitan no hizo ningún comentario y se quitó los auriculares. —¿Cuáles son las nuevas coordenadas? Kamden dejó su tazón sobre la mesa y sacó una especie de pendrive del bolsillo de su pantalón de chándal negro para entregárselo. Eitan lo cogió y lo conectó al ordenador central para sacar los datos. A continuación, unas nuevas coordenadas de color azul chillón aparecieron en la pantalla. —¿No os parece que forman una especie de dibujo? —comentó Eitan, intrigado por lo que veía. Kamden observó la pantalla en silencio. Zecklion tenía razón: las marcas estaban tan cerca las unas de las otras que, si se unían, saldría algo de ellas. —Sea lo que sea, indica que nos estamos acercando. —Kamden miró a Eitan —. Antes de irte a descansar, manda a los agentes el mensaje de que se desplieguen en círculo y que vayan avanzando hacia el centro de esas coordenadas juntos.

El Custodio asintió y volvió a teclear con rapidez. Luego cogió los auriculares de nuevo y se los pasó a Kamden con media sonrisa. —Mike al teléfono. ¡Suerte! MacKenzie enarcó una ceja y se puso los auriculares. —Hola, Mike. ¿Novedades en tu sector? —No, ninguna —contestó ella con una voz que no denotaba cansancio—. Estamos solos, Robin y yo. El vampiro se ha ido justo antes de que amaneciera, como de costumbre. —¿Y el tiempo? Mike resopló en el móvil. —Demasiada luz. Ayer nevó durante la noche y todo está blanco y luminoso a nuestro alrededor, lo que nos hace muy visibles. Si a uno de esos príncipes vampiros le diera por pasearse por aquí… —Razón de más para irse a descansar —intervino él—. Os quiero a los dos fuera de servicio durante ocho horas. Volved a vuestro punto de refugio y descansad. Y, Mike, es una orden, no un consejo. Ella se rio. —¡Qué tonito más autoritario, jefe! No iba a protestar. Es obvio que necesitamos descansar. —¡Vaya! ¡Micaela Santana razonable! —se asombró Kamden con una sonrisa —. ¿Seguro que tu doble no te ha cambiado el sitio? —No. A veces soy razonable, ¿sabes? Además, no puedo quedarme de piedra frente a la cara de cordero degollado del pobre Robin. —Ya. Ten cuidado o el chaval terminará por robarte el corazón… —Imposible. El sitio ya está ocupado, jefe. Kamden sonrió y echó una miradita a Yanes O’Donnell, pero no hizo más comentarios. —Vale, retiraos. Césaire y Angasti ocuparán vuestros puestos. Os avisaremos si pasa algo, de lo contrario retomaréis ese punto dentro de ocho horas. ¿Entendido? —Afirmativo —contestó Mike antes de colgar. Kamden se quitó los auriculares y miró a Eitan y al profesor. —Ahora os toca a vosotros, caballeros. Salid de aquí e id a dormir un rato. Me encargo de la vigilancia. El profesor apagó el portátil que había estando utilizando y se levantó, pero Eitan se quedó mirándolo, dubitativo.

—¿Sí, agente Zecklion? —preguntó MacKenzie con mirada feroz. Empezaba a tocarle seriamente las narices que el cretense pensara que era un tonto del culo en el tema informático—. Puedes irte tranquilamente, ¡no voy a destruir esta sala mientras duermes! Tenemos una misión muy importante, ¿lo recuerdas? Eitan compuso una mueca, pero logró contener su mal genio. Estaba cansado e irritable y no podía olvidar que MacKenzie era su jefe ahora. —Solo iba a decir que el ordenador central se ha puesto en modo automático. Si pasa algo que se sale de lo normal, mandará un mensaje de alerta a todos los Ejecutores… —Y si estás durmiendo como los angelitos, ese mensaje te despertará y vendrás aquí cagando leches, ¿no? —Exacto —asintió Zecklion—. De hecho, si todos los sistemas están conectados entre sí y eso ocurre, puede que esta parte del recinto se convierta en un infierno de luces y de sonido. —Bueno, al menos así estaremos al corriente —ironizó Kamden—. Pero si no pasa nada, no quiero verte aquí antes del tiempo estipulado. Eitan entrecerró los ojos. —¡Siempre tan simpático, jefe! —soltó al darse la vuelta para salir. —Es la simpatía escocesa, muchacho. Deberías acostumbrarte a ella. Zecklion no replicó y se fue. Kamden terminó de beber su café mirando hacia la puerta metálica. —Ahora entiendo por qué a mi hermano no le gusta mucho trabajar conmigo —refunfuñó por lo bajo—. ¡No mola nada estar rodeado de cabezotas inestables! Yanes le dedicó una sonrisa. —Tiene un buen equipo, agente MacKenzie. Sus agentes son valientes y muy capaces. Un brillo travieso apareció en la mirada de Kamden. —Tú también formas parte de este equipo, profesor. Así que vamos a dejarnos de formalidades y vamos a tutearnos, ¿no te parece? —Me parece perfecto. —Yanes esbozó una sonrisa ladeada—. ¿Ocho horas? —Mínimo —asintió Kamden. —De acuerdo. Hasta luego, agente MacKenzie. —Hasta luego, profesor. Yanes se dio la vuelta y se fue, dejando a Kamden solo en la sala. * * *

Micaela Santana sonrió cuando vio a lo lejos un diminuto punto negro acercarse a mucha velocidad hacia ellos. Se quitó las gafas de sol y se dio la vuelta hacia Robin, resguardado bajo un pino nevado y cerca de la moto de nieve. —Hora de irse a dormir, bomboncito. Llega el relevo. El aludido no contestó. La miró tranquilamente con sus grandes ojos azules, que parecían aún más grandes por culpa del gorro de lana que se había puesto para proteger sus orejas del intenso frío. —¿Lo puede confirmar, agente Santana? —preguntó finalmente, tendiéndole los prismáticos. Mike enarcó una ceja. —Buena iniciativa, Robin, pero ¿dudas de mí? —inquirió ella al coger los prismáticos. El joven cazavampiros negó con la cabeza. —Prefiero estar seguro, eso es todo. Le dedicó una mirada pensativa antes de mirar con los prismáticos. El chaval se había vuelto mucho más cauteloso desde el episodio de la princesa vampiro y no sonreía tan a menudo como antes. Parecía más triste y apagado, y a ella no le gustaba verlo así. Prefería cuando parloteaba sin cesar, tocándole las narices a todo el mundo. —Son ellos —confirmó ella, devolviéndole los prismáticos para que los guardara en la mochila, lo que él hizo rápidamente. Mike lo observó en silencio. —¿Robin? —¿Sí, señora? —preguntó él levantando la mirada hacia ella. —Lo que pasó con esa vampira asiática no fue culpa tuya. Te defendiste muy bien. —Se acercó hacia él y puso una mano en su hombro—. Estoy muy orgullosa de formar equipo contigo y estoy convencida de que algún día formarás parte de los grandes. Robin se ruborizó intensamente y bajó la mirada. Ella esbozó una sonrisa al pensar que era muy mono cuando hacía eso. —Le fallé, agente Santana… —murmuró de repente, sin mirarla—, pero no volveré a fallarle nunca más. Mike frunció el ceño y se dispuso a negarlo para que se quitara esa idea de la cabeza, pero la llegada de Césaire y de Julen se lo impidió. El Custodio marfileño detuvo la moto cerca de ellos. —Hola, chicos —los saludó con una sonrisa—. Oye, ¿qué pasa con vosotros dos? ¿Estáis intentando batir el récord de quién se queda más tiempo sin dormir,

o qué? —No, ese récord es imposible de batir —contestó Mike, cruzándose de brazos—. Todo el mundo sabe que Jul siempre gana —dijo señalando al vasco que estaba bajando de la moto. Angasti no contestó y empezó a sacar cosas de la moto sin mirarla. Ella lo conocía demasiado bien: habían hablado a su llegada al castillo de los vampiros para aclarar las cosas entre ellos dos, pero él seguía enfadado por su decisión de seguir formando equipo con Robin. Tenía la cabeza tan dura como la suya y la quería demasiado como para no estar celoso del pobre chaval. Menos mal que no sospechaba nada acerca de su relación con Yanes porque, de lo contrario, habría montado un buen pollo… Solo quería ser su amigo, ¿verdad? ¡Ja! La amistad se había vuelto casi imposible con Julen Angasti por culpa de su deseo irrefrenable de querer protegerla en persona. —¿Novedades? —preguntó Césaire a Robin. —Algunos movimientos extraños, pero nada más. ¿Y vosotros? —Nada importante: mucho frío y aburrimiento, algunos vampiros degenerados y un… demonio. Césaire le echó una mirada a Mike. —Sí, nosotros también nos hemos topado con uno o dos demonios. —Ella sonrió de forma irónica—. Bueno, mejor dicho, ellos se toparon con mi cuchillo… Césaire estalló en carcajadas de forma tan repentina que Robin se sobresaltó levemente. —¡Vaya novedad, Mike! ¿Y quién no se ha topado alguna vez con tu cuchillo? Ella iba a contestar cuando una extraña sensación conocida la recorrió de arriba abajo y se tensó. Su radar interno, buscador de chupasangres, se había vuelto de una precisión infalible y acertaba todas las veces. El problema era que no hacía distinción entre vampiros amigos y enemigos. —Bueno, no perdamos más tiempo. Tienen que ir a descansar —intervino Julen, cogiendo su propia mochila y mirando a Robin con insistencia. —Así es —convino el joven Custodio bajando rápidamente la mirada tras acercarse a la otra moto para ponerla en marcha. —¡Qué responsable y serio te has vuelto, Jul! —lanzó Césaire enarcando una ceja. El vasco le echó una mirada asesina.

—Fíjate en la cara del chaval, Césaire. ¡Parece un zombi! Robin frunció la boca, pero no dijo nada. El Custodio marfileño lo observó con cierta preocupación, pensando que se había vuelto demasiado silencioso. Bueno, no era el único en tener un comportamiento anormal: Julen también era mucho más serio que de costumbre. Mientras tanto, Mike había salido de la zona resguardada por los abetos y se había puesto las gafas de sol para observar mejor algo que se movía en el cielo azul y límpido. —¿Qué puñetas es eso? —murmuró con el ceño fruncido—. Robin, dame los prismáticos —dijo tras echarle un vistazo por encima de su hombro. El joven se apresuró en obedecer. —¿Qué pasa, Mike? —inquirió Césaire, poniéndose en guardia. Julen tensó la mandíbula y se acercó a ella en silencio tras sacar de su abrigo una de sus armas. Césaire se quedó donde estaba, pero con el arma a la vista para proteger a sus compañeros. —Parece… parece un águila —comentó ella, observando el cielo con mucha atención—, un águila enorme. Toma, míralo tú, Robin —dijo, pasándole los prismáticos. —No hemos visto muchos animales en la zona desde que estamos patrullando —explicó Césaire desde el árbol. —Sí, parece que han huido todos —puntualizó Julen, mirando también hacia el cielo—. Todos salvo esos vampiros que pueden transformarse. —¿Os han ayudado? —preguntó Mike mirando a Julen. —El tigre nos ha echado una mano —contestó él sin devolverle la mirada. —Las cosas cambian… —murmuró ella bajito. Angasti no pudo evitar bajar la mirada y sus ojos se encontraron. En ese momento, él rezó para que el tiempo se detuviera para así poder ahogarse con total tranquilidad en la mirada dulce y serena de Micaela. Confesarle su amor había sido un error muy estúpido. A ella se la veía más tranquila que antes, pero él sentía un dolor casi físico cuando estaba cerca de ella. Quería muchísimas más cosas de ella y nunca las tendría. Quería estar cerca de ella como antes, pero ya no podía conformarse con su amistad. Ella tenía razón: todo había cambiado entre ellos. Se sentía como un gilipollas de primera por estar celoso de Robin, pero no podía evitar sentirse así: el chaval tenía la inmensa suerte de poder estar junto a ella.

Mike metió sus manos en los bolsillos de su anorak blanco y siguió mirando fijamente a Julen; pero él desvió la mirada de repente. Era demasiado doloroso seguir observándola sin poder tocarla. —Es Valean —dijo Robin repentinamente, interrumpiendo el intercambio silencioso entre los dos cazavampiros. —¿Cómo dices? —preguntó Mike desviando la mirada hacia él. —Esa águila es Valean, el vampiro que puede transformarse —explicó el joven Custodio con tranquilidad. —¿Va con algún equipo? —preguntó Julen a Césaire que seguía tenso. —Que yo sepa no. Angasti volvió a mirar el cielo. —¿Qué coño está haciendo allí? —murmuró entre dientes. —Me gustaría saberlo… —dijo Mike escrutando el cielo con el ceño fruncido. * * * Kamden volvió a introducir la última coordenada en el ordenador y miró de nuevo la pantalla digital. Llevaba casi dos horas haciendo eso para averiguar qué tipo de movimientos en tiempo real se estaban produciendo y, de momento, no había nada extraño. Sin embargo, sus agentes se estaban moviendo más que cualquier otro día, como si se hubiesen olido que él estaba detrás de la pantalla y quisieran fastidiarlo porque, cada vez que lo hacían, había que registrar la nueva posición. Suspiró con cansancio. ¿Cómo Eitan podía estar sentado todo el día en ese sillón sin querer moverse? Él era demasiado inquieto para ese tipo de trabajo, pero, en ese caso, no tenía más remedio que aguantarse. Levantó la mirada y visualizó en la pantalla el punto que representaba a Mike y a Robin. Por lo menos, esos dos agentes habían acatado sus órdenes y se habían marchado a descansar. No obstante, no recordaba haberle dicho a Dragsteys que anduviera por ahí solo… —¡Puñetero checo! —masculló—. Siempre tiene que ir a su bola. Bueno, lo dejaría patrullando por allí un rato, a ver si salía algo bueno de esa iniciativa. Se echó para atrás en el sillón y se estiró, recordando demasiado tarde lo de su herida. —¡Joder! —soltó con una mueca.

Kamden posó una mano sobre su costado pensando que no era normal que una herida superficial le doliese tanto. No había que olvidar que era el arañazo de un demonio, y él no tenía ni idea sobre esa clase de herida. En cuanto tuviese un rato, después de la vuelta de Eitan, se iría a ver a Gabriel, el vampiro médico. Ahora lo que necesitaba de verdad era otro enorme tazón de café para no dormirse de aburrimiento. Hizo el movimiento de levantarse, pero se tensó de repente con todos los sentidos en alerta. Alguien se estaba acercando a esa sala y algo le decía que no se trataba de los criados humanos del castillo que venían a reponer el café o los pastelitos. Deslizó sigilosamente su mano hacia su arma e hizo como si estuviera trabajando. La relajación y la tranquilidad no formaban parte de la vida de un cazavampiros. Era una de las numerosas lecciones que ese tipo de vida te enseñaba por las malas. Pero ningún ser humano estaba lo suficientemente preparado para hacer frente a la extrema velocidad de los vampiros. —No vas a necesitar tu arma, jefe MacKenzie —ronroneó una voz femenina a su oído, sin que le hubiese dado tiempo siquiera a pestañear—. No he venido a buscar pelea. Una mano giró el sillón en el que estaba sentado y se quedó de espaldas a la pantalla y al ordenador. La mirada azul cobalto de Kamden se encontró con la mirada ambarina de la vampira Savage; la que podía transformarse en un dulce e inofensivo jaguar… Él se concentró para aparentar una impasibilidad total mientras observaba detenidamente a la vampira. No era fea en absoluto y el mono de cuero que llevaba se adaptaba perfectamente a los contornos de su cuerpo ágil, pero había un aura de salvaje peligrosidad a su alrededor que hacía honor a su nombre. A Kamden no le gustaban las sorpresas y no tenía ningún dato sobre la raza a la que pertenecía esa vampira, así que no sabía a qué atenerse en cuanto a su comportamiento. Más le valía ser precavido y dejar la mente en blanco para que no pudiera captar nada de él. —¿En qué puedo ayudarte? —preguntó él en inglés, en tono insulso. Savage esbozó una sonrisa felina y se relamió los labios. —Tienes huevos, Kamden MacKenzie, y eso me gusta. Me gustaría mucho conocerte mejor… Él le devolvió una mirada impasible, pero tuvo el fugaz pensamiento de si eso significaba que ella quería hincarle el diente. —¿En qué sentido? —inquirió con tranquilidad.

—En el sentido sexual —contestó ella llanamente antes de sentarse a horcajadas sobre él. Kamden contuvo un movimiento cuando la vampira le inclinó la cabeza hacia atrás y jugueteó con su dedo con el hoyuelo que tenía en la barbilla—. Me encantaría montármelo contigo… —ronroneó muy cerca de su boca. Él tensó la mandíbula y se quedó muy quieto. En otras circunstancias, le habría hecho mucha gracia la entrada directa de la vampira y habría esbozado su famosa sonrisa torcida; pero ese bicho era demasiado peligroso como para tomarse todo eso a la ligera. ¿Y si se le cruzaban los cables y le daba un zarpazo en sus partes nobles? —Vaya —empezó a decir con mucha tranquilidad—, ¿desde cuándo los vampiros buscan otra cosa que la sangre de los humanos? Savage se rio, juguetona. —Los Metamorphosis somos vampiros muy especiales —explicó, acariciando su boca con el dedo—. Se nos conoce por nuestro poderoso lado animal. Somos fieras en la cama… —murmuró acariciándole el pelo con las dos manos—. Vamos, jefe MacKenzie, ¿no te interesa tener una experiencia inolvidable? Kamden se mordió mentalmente la lengua. Lo que quería de verdad era quitársela de encima. Se estaba pegando tanto a él que estaba a un tris de rozarle la herida. —Bueno, me siento muy… halagado —esbozó una sonrisa tensa—, pero no estoy interesado y tengo mucho trabajo, así que… Savage observó su rostro detenidamente y sus ojos se volvieron casi amarillos. —Así que no quieres jugar conmigo… —terminó ella la frase. Kamden pensó que, seguramente, acababa de firmar su sentencia de muerte. Sin embargo, como buen Ejecutor, no se iba a dejar matar con facilidad: no le daba la gana morir por haber rechazado ser el juguetito sexual de una vampira especial. Sin previo aviso, el ambiente de la sala se tornó más gélido que una cámara frigorífica y él sintió otra presencia. Savage se bajó de sus piernas, con un brillo de desafío en la mirada, y se dio la vuelta hacia la puerta. Vesper, de pie cerca de la puerta y con los brazos cruzados, la miró con extrema frialdad. Kamden se incorporó un poco en el sillón y el corazón le dio un vuelco. ¡Llevaba varios días sin verla y tenía que aparecer en el peor momento! Pero, a

pesar de ello, no pudo evitar recorrerla con la mirada. Estaba espectacular como siempre. Vestía con una cazadora de cuero azul marino muy ceñida y con una minifalda a juego. Llevaba botas negras que llegaban por debajo de sus rodillas. Su pelo largo y negro estaba recogido en una trenza y sus ojos, tan oscuros como su cabello, brillaban tenuemente. La tensión entre las dos vampiras era palpable y Kamden se preguntó si estarían comunicándose mentalmente. Todo parecía indicar que sí. Vesper aplacó la furia helada que recorría todo su ser y entró en contacto con la mente de la Metamorphosis. No soportaba la desobediencia y la insolencia en ningún vampiro, y no se fiaba del comportamiento impredecible que podían tener esos elementos sueltos. Tampoco le había gustado presenciar cómo la vampira intentaba seducir a Kamden MacKenzie, pero eso era menos importante ahora. —¿Qué haces todavía aquí? Deberías estar con Valean. Savage también se cruzó de brazos y le lanzó una mirada insolente. —No hay prisa, Pretor. Sé exactamente dónde se encuentra, ¿lo recuerdas? Además, soy muy rápida desplazándome. No tardaré nada. El rostro de Vesper permaneció impasible, pero sus ojos empezaron a brillar cada vez más. Kamden intentó no moverse porque estaba seguro de que la tensión entre las dos vampiras iba a estallar de un momento a otro. —¿Quieres que informe a tu Príncipe sobre tu comportamiento que roza la desobediencia? Hoy estamos más cerca que nunca de poder romper la barrera protectora del lugar en el que se encuentra la Princesa de los Némesis y tu retraso podría ser un obstáculo. Así que sal ya de esta sala… ¡Ahora! Savage lanzó un gruñido felino, pero su mirada se quedó atrapada por la mirada de Vesper. Al cabo de varios segundos, parpadeó, bajó la cabeza de forma sumisa y salió por la puerta sin mediar palabra. Kamden abrió los ojos como platos, impresionado. —Vaya, eres tan buena como Gawain. ¡Eso sí que es control mental y lo demás son tonterías! —exclamó tocándose la barbilla. —¿Llevas años persiguiéndome y sigues sin conocer mis habilidades? — ironizó ella avanzando hacia él. —Debo reconocer que casi nunca te veo en acción. Siempre llego cuando todo ha terminado —dijo Kamden con una sonrisa. Ahí estaba, sonriendo como un idiota, pero se alegraba mucho de verla. —Si piensas que voy a hacerte un cumplido sobre tus dotes como cazavampiros, andas listo… —bromeó ella; pero, de repente, se puso muy seria

—. Espero que Savage no te haya molestado demasiado. Nuestra colaboración con tu grupo de Custodios funciona muy bien y no queremos problemas. —Descuida. Solo me ha tirado un poco los tejos, nada más. Kamden le dedicó una mirada intensa. —Es que soy irresistible, ¿no lo sabías? —puntualizó esbozando su sonrisa torcida y recostándose en el sillón de una manera demasiada brusca. Cuando el dolor estalló en su costado, él se encogió por dentro, pero dejó escapar una ligera mueca que, por supuesto, no pasó desapercibida. ¡Qué gilipollas era! ¿Por qué tenía que comportarse como un tonto en su presencia? —Sí, todo un Casanova herido… —murmuró Vesper plantándose delante de él. —No es nada, un simple rasguño —dijo el aludido intentando empujar su sillón hacia atrás para poner distancia entre ellos dos. Se había acercado demasiado a él y su corazón volvía a latir deprisa por culpa del deseo. Tenía que pensar en otra cosa y no fijarse en su boca tentadora… —Sí, claro; un rasguño —repitió ella, bloqueando su sillón con una mano. Lo miró intensamente a la cara y su nariz se frunció levemente—. Eso no huele a herida vampírica. Huele a demonio. —No es más que un arañazo —insistió Kamden. Vesper le devolvió una mirada impasible. —Quítate la sudadera —le ordenó con voz tranquila. Kamden dejó de sonreír. —¿Cómo dices? —O te la quitas tú, agente MacKenzie, o te la quito yo —puntualizó ella sin inmutarse—. La herida de un demonio nunca es una cosa simple. Kamden pensó que, en ese momento, su cara tenía que ser un poema. ¡Mierda! ¿En qué lío se había metido? ¿Cómo que quitarse la sudadera delante de ella cuando había noches en las que no conseguía dormirse por culpa de los sueños eróticos que los dos protagonizaban? No. No podía tener ese tipo de pensamiento ahora porque, de lo contrario, ella lo captaría enseguida. Él respiró hondo y se dio por vencido para no levantar más sospechas. No tenía alternativa. Vesper observó con aparente frialdad cómo se quitaba la sudadera con un movimiento rápido, dejando al descubierto un torso bronceado y muy musculoso. Aparte del arañazo en su costado derecho —que no tenía pinta de ser leve como él decía— tenía la marca de una cicatriz antigua sobre el omoplato

izquierdo y otra más reciente en la articulación del brazo; recuerdo de su encuentro con el Príncipe de los Draconius. Vesper sabía que la cicatriz de su omoplato era un recuerdo aún más doloroso para él. Era el testigo amargo de su pelea contra los vampiros que habían asesinado a su mujer embarazada. No hacía falta que Kamden le contara nada. Ella lo sabía todo de él, y empezaba a gustarle demasiado por su propio bien. Sí, con esa intensa mirada, esa sonrisa insolente y ese cuerpo duro y hermoso, Kamden MacKenzie era un hombre irresistible. Y Vesper sabía muy bien de lo que hablaba: había visto y conocido a muchos hombres desnudos y semidesnudos en su vida humana, cuando era una de las bellezas del harén más importante del imperio turco. Pero tener una relación con un humano no era posible. Los vampiros y los humanos podían intentar convivir y trabajar juntos, pero nada más. Era demasiado complicado y los humanos demasiado frágiles; dos cuestiones de peso. Sin embargo, el deseo no entendía de razones. Pero Vesper no era Cassandrea: su deber como Pretor era mucho más importante que una hipotética relación con Kamden, aunque lo deseara físicamente. Era mejor actuar de forma impasible para no avivar las llamas de su deseo mutuo. En un movimiento ágil, ella se colocó entre las piernas abiertas de Kamden y se arrodilló para observar mejor la herida. —¿Qué haces? —preguntó él en tono alarmado, tensando el cuerpo. —Tengo que ver bien esta herida, así que quédate quieto —le ordenó ella, inclinando la cabeza y poniéndole las manos a ambos lados del costado—. Las heridas de los demonios se infectan rápidamente. Kamden inhaló bruscamente y un escalofrío recorrió su piel; un escalofrío que no tenía nada que ver con las manos frías de Vesper sino con el poderoso deseo que se estaba adueñando de él. ¡Mierda! Tenía que pensar en otra cosa, distraer su mente, porque ella estaba tan cerca y tan pegada a él que iba a notar enseguida los cambios en su cuerpo por culpa de esa cercanía. Desgraciadamente, su traicionera mente aprovechó la ocasión para mandarle unas inoportunas imágenes de uno de sus sueños eróticos con ella, y él tuvo que aguantar como pudo para que toda la sangre de su cuerpo no se fuera a cierta parte de su anatomía. ¡Qué mente más retorcida tenía! Pero ¿por qué ella tenía que tocarlo así, con tanta delicadeza, como si él fuera importante para ella?

Vesper sentía el ritmo acelerado del corazón de Kamden a través de las palmas de sus manos. Sentía y veía su sangre correr velozmente en sus venas por culpa de su deseo por ella. La tentación se insinuaba, cantándole al oído con voz de sirena, pero ella sabía hacerle frente. Era una conducta que había aprendido mucho antes de convertirse en vampira. Un valioso aprendizaje que le había costado sangre y lágrimas. Cuando sintió que Kamden no conseguía refrenar sus ganas de tocarla y de besarla, levantó rápidamente la cabeza y clavó su mirada en la suya. Leyó su deseo brutal y honesto y vio imágenes de los dos enlazados y desnudos; y una ínfima parte de su ser se sintió complacida y atraída. Pero no podía ceder. Tenía que actuar antes de iniciar el proceso de curación de su herida, dado que había empezado a infectarse. Kamden no podía aguantar más. Tenía tantas ganas de atrapar su rostro entre sus manos para devorar su boca y se estaba conteniendo tanto de hacerlo que unas gotitas de sudor estaban perlando en su frente. ¡Maldición! Pero ¿por qué no conseguía pensar en otra cosa que no fuera ella lamiéndolo de arriba abajo? —Siento mucho lo de tu mujer y tu hijo —dijo Vesper de repente, interrumpiendo su fantasía sexual—. Algún día encontrarás a su asesino y puedes contar conmigo para hacerlo. El rostro de Kamden perdió todo el color y un brillo peligroso apareció en su mirada. Frunció el ceño y la miró con cierta perplejidad, preguntándose por qué sacaba a colación el tema de su mujer en ese preciso instante. Ella aprovechó esa pequeña ventaja para bloquearlo en la silla con su poder para que no se moviera. —¿Qué coño estás haciendo? —rugió él con una mirada peligrosa. —Tranquilo. Te va a doler un poco. Vesper volvió a inclinarse sobre su costado, sacó la lengua y lamió la herida varias veces. Kamden respiró con fuerza, al no poder moverse, e hizo una mueca. Sin embargo, se sintió mejor al instante. Ella, aún arrodillada entre sus piernas, acarició con delicadeza su costado y lo miró con cierta ternura. —El proceso de curación ya está en marcha. Nuestra saliva contiene una especie de antibiótico contra las heridas producidas por los demonios inferiores —le explicó con tranquilidad. —Es la segunda vez que utilizas una treta para inmovilizarme —replicó él con voz tensa, ajeno a su explicación.

—Ese proceso es delicado y tenías que estar quieto —comentó ella, levantándose con elegancia. Sin previo aviso, Kamden, de nuevo libre de movimientos, agarró sus muñecas con fuerza y la atrajo hacia él. Vesper, que tenía el poder suficiente como para impedírselo, lo dejó hacer. —¡No consiento que utilices el recuerdo de mi mujer para llegar a tu fin! — gritó, enfurecido. —No he utilizado el recuerdo de tu mujer, Kamden. Eres tú el que tiene problemas para afrontarlo, porque me deseas con locura —recalcó ella con pasmosa tranquilidad. Herido por el comentario, que sin embargo reflejaba la pura realidad, él tensó la mandíbula y le soltó las muñecas. —Me preguntaba cuánto tiempo tardaría una chupasangre como tú en utilizar esto contra mí… —murmuró con mirada malvada. Vesper lo miró durante un minuto sin decir nada. —A veces eres muy infantil, Custodio. Infantil y humano. —¡Lo que tú digas, chupasangre! —soltó él con su sonrisa torcida en los labios y cruzándose de brazos. ¡Dios! Incluso ahora, cuando la odiaba tanto, seguía deseándola. ¡Maldito gilipollas! ¿No había mujeres en el mundo como para desear a una vampira? ¿Una vampira que no tenía inconveniente en utilizar a su mujer muerta para echarle su deseo en la cara? ¡Demonios! ¡Cómo la odiaba! —Has tenido que encajar muchas cosas últimamente, ¿verdad? —empezó a decir Vesper con suavidad—. Pues tendrás que encajar también tu deseo por mí porque siempre se quedará insatisfecho… En un abrir y cerrar de ojos, se pegó contra él y le inclinó la cabeza con delicadeza para mirarlo a los ojos. —Esto es lo único que te concedo, Kamden MacKenzie. Una parte de mi ser también te desea, pero es imposible. Aunque la línea que separa nuestros mundos es muy delgada, deben permanecer separados. El equilibrio es más importante que todo lo demás —murmuró contra su boca antes de besarlo. Kamden la odiaba con todas sus fuerzas, pero la encerró entre sus brazos para devorar su boca. El deseo enfebrecido le subió a la cabeza y soltó un gruñido de puro placer. Era como la primera vez: su boca sabía a paraíso y a gloria. Quería más, pero el beso terminó tan rápidamente como había empezado. —Vístete. Vas a coger frío —dijo ella lanzándole la sudadera, que Kamden atrapó al vuelo.

Con la respiración entrecortada y la mirada turbulenta, él se vistió y observó que ella se había alejado bastante de él como para darle credibilidad a sus palabras. Sí, ella también lo deseaba, pero no sentía ninguna debilidad humana. Cumpliría su palabra de no tener relación alguna con él a rajatabla. —No dejes de vigilar la pantalla. Puede que hoy el sitio en el que está retenida la Princesa de los Némesis aparezca por fin. —¿Qué habéis estado haciendo exactamente durante estos días? —preguntó Kamden, echándole un vistazo tras levantarse al averiguar que su costado ya no le dolía. —Averiguaciones y localizaciones, a nuestra manera —contestó ella, desviando la mirada hacia la puerta. Kamden frunció el ceño, intrigado. —Lo de tu mujer no era una treta —dijo ella, clavando de repente su mirada en la suya—. Si todo sale bien, te ayudaré a encontrar a ese asesino para que se haga justicia. Él abrió la boca, sorprendido, y se quedó mirándola. ¿Había una explicación al fenómeno extraño que consistía en que el pasado siempre tenía tendencia a repetirse? Era como si estuviera presenciando el nacimiento de un nuevo pacto entre un vampiro y un Custodio para trabajar juntos. No tuvo tiempo de profundizar ese pensamiento porque la puerta se abrió de nuevo y la vampira húngara, llamada Eneke, asomó la cabeza y miró en dirección a Vesper. —Todo está listo. Solo faltas tú —dijo en un idioma extraño que tenía que ser húngaro. La vampira rubia se veía mucho más pálida y delgada que de costumbre. Tenía un aspecto casi enfermizo; cosa que Kamden dudaba que fuese posible. Eneke le dedicó una breve mirada y él reprimió el impulso de buscar su arma puesta sobre la mesa de los ordenadores. Quizá le pasara algo a esa vampira, pero su mirada seguía siendo la de un depredador muy peligroso. —La pantalla, agente MacKenzie. No dejes de mirarla —recalcó Vesper antes de salir y de seguir a Eneke por el pasillo. Kamden volvió a fruncir el ceño y se puso frente a la pantalla. Se tocó los labios con un dedo, preguntándose qué más podría ocurrir durante ese día que había empezado con sorpresas más o menos desagradables. ***

Las dos vampiras, compañeras de equipo desde hacía incontables siglos, enfilaron el pasillo a velocidad humana. Antes de entrar en la sala en la que llevaban varios días intentando romper la barrera protectora del Príncipe de la Oscuridad, Vesper echó un vistazo a Eneke, cuyo aspecto físico dejaba mucho que desear. Se había reunido con ellos demasiado pronto. —Deberías haberte quedado en Sevilla un poco más. No te has alimentado lo suficiente. Eneke le dedicó una mirada aguda. —No sigas por ahí, Vesper. No iba a quedarme de brazos cruzados, esperando noticias. Sé que Alleyne es capaz de encontrarlas a las dos. Hay algo diferente en él… Vesper asintió imperceptiblemente. —Sí, la energía del Príncipe de los Némesis. Eneke puso la mano en el entramado de símbolos de la puerta, que impedía que cualquiera entrase en esta parte del recinto, incluido otros vampiros. —Pues vamos a ver si el chaval es digno de toda esa confianza. Tras un pequeño resplandor, la puerta se abrió y las dos vampiras entraron. Cuatro vampiros de la Nobleza Némesis, mandados por el Consejero Zenón, inclinaron la cabeza a modo de saludo. Vesper recorrió la sala con un vistazo. Estaba completamente vacía porque todos los elementos que podían entorpecer la labor de localización, como ordenadores o sofás, se habían quitado. Incluso los cuadros y las estanterías habían desaparecido. Todo estaba listo. En el suelo oscuro, se había pintado un gigantesco pentagrama con pintura blanca y los vampiros ahí presentes se habían colocado alrededor del último círculo. Alleyne se encontraba en el centro del dibujo, esperándola. Vesper despejó su mente antes de reunirse con él. Sí, eran técnicas casi demoníacas, pero tenían que jugar con las reglas del terreno en el que se encontraban. Y esa vez tenía que funcionar: Gawain estaba con Quin para apoyar a Valean, quien surcaba los cielos lituanos convertido en águila, y Savage estaría en muy poco tiempo junto a ellos para reforzar la retaguardia. La energía procedente del Príncipe de los Kraven —mezclada con otra que, sin lugar a duda, pertenecía al Príncipe de los Némesis— era muy fuerte hoy, al igual que el aura verde de Alleyne. Era el momento clave para hacer mella en esa maldita barrera.

—¿Estás listo, recluta? —preguntó Vesper, clavando su mirada negra en la mirada verdosa del joven vampiro. —Estoy más listo que nunca —contestó él con una voz que denotaba concentración. —Muy bien —dijo la vampira, mandando la señal a los demás vampiros para que se arrodillaran y concentraran sus energías. Las luces eléctricas empezaron a parpadear debido al aumento de la potencia. —Alleyne, cierra los ojos y haz fluir tu energía —indicó Vesper, tocándole brevemente el cuello con la mano—, pero con más fuerza que antes. El joven vampiro obedeció y liberó todo su poder en un segundo, lanzando llamaradas de un verde intenso que se quedaron dentro del pentagrama. El aura de Vesper también creció sin parar y se mezcló a la suya. Entonces una diminuta partícula de un color azul oscuro pasó delante de sus ojos abiertos y ella consiguió captar algo. —Llámala, Alleyne, con toda la fuerza de tu mente y de tu poder —ordenó ella con una voz profunda. Él abrió los ojos de golpe. Su mirada ardía como un foco de luz verde en medio de la noche. —¡Diane! ¡Diane! ¿Dónde estás? La pintura blanca del pentagrama empezó a adquirir un brillante tono azul oscuro. —El Príncipe de los Némesis está aquí… —murmuró Eneke al ver cómo pequeñas luces de ese tono se elevaban del suelo. —Sí, es su esencia —corroboró uno de los vampiros de la familia con reverencia. —¡No perdáis la concentración! —exclamó Vesper—. Casi la tenemos. El pentagrama brilló cada vez más. El cuerpo de Alleyne entró en tensión. —¡Puedo sentir su presencia! —exclamó de repente. Vesper también la sintió y mandó una señal a Valean. —Valean, planea sobre este punto ahora. La conexión, hasta ahora perfecta, empezó a perder fuerza rápidamente. Algo oscuro y pernicioso se estaba insinuando en el ambiente. El cuerpo de Alleyne se tensó aún más y el poder de su aura se tambaleó. —Tranquilízate, recluta. Concéntrate en no perderla para que yo pueda localizarla. —¡No puedo, Vesper! ¡Algo está bloqueando mi poder! La vampira sintió la marca del poder oscuro.

—Tranquilo, tranquilo… Los vampiros arrodillados aumentaron sus energías para ayudarlo, pero el poder oscuro era demasiado poderoso. Alleyne apretó los puños. —¡No! ¡No! ¡La estoy perdiendo! ¡Diane! ¡Diane! Durante un segundo el pentagrama resplandeció y los iluminó a todos. Una imagen imprecisa empezó a dibujarse en el aire. Un lago. Un bosque. Un jardín. Una fuente… La imagen fue precisándose hasta enseñar a una joven humana; una joven humana de pelo castaño claro, vestida con un abrigo ribeteado de piel blanca y cuyos ojos grises brillaban como la plata. —Nuestra Señora… —murmuraron los cuatro vampiros de la Nobleza Némesis al mismo tiempo. —¡Diane! —gritó Alleyne con impotencia. La imagen desapareció repentinamente y el pentagrama dejó de brillar. El ambiente se tornó de plomo y los vampiros se levantaron del suelo cuando sintieron otra presencia, una no muy deseada. Entonces ellos adoptaron una postura de combate y Eneke soltó un gruñido. —Alleyne, no te muevas —susurró Vesper. Una espesa niebla oscura se formó encima de sus cabezas. ¿De verdad pensáis que os dejaré llegar hasta ella? La voz sonaba sensual y mortífera a la vez. Esa imagen es todo lo que tendréis de la Doncella de la Sangre. La niebla se concentró delante del rostro de Alleyne y una mano invisible le dio una bofetada. Es mía, vampirucho débil e insolente. Solo mía… Una profunda risa reverberó por toda la estancia antes de que la niebla desapareciera. Vesper ordenó mentalmente a todos que se quedaran un minuto en silencio para comprobar que la presencia se había ido. —¿Qué tenemos? —preguntó Eneke al final del minuto y sin entrar en el círculo. Vesper cerró los ojos y una ligera crispación recorrió su rostro. —Valean me está mandando más imágenes… —su cuerpo sufrió una leve sacudida—, pero ese maldito las está borrando progresivamente. —¡No! —rugió Eneke—. ¡No vamos a conseguir localizarlas! La vampira morena no contestó e intentó rescatar algunas imágenes para guardarlas en su mente, pero el silencio atronador que se hizo de repente la

obligó a abrir los ojos. Un aura muy poderosa, que casi le quemaba el brazo, salía del cuerpo de un vampiro que se encontraba a su derecha. Y ese vampiro era Alleyne. Eneke frunció el ceño ante semejante poder y los otros vampiros lo miraron sin disimular su asombro. Vesper reconoció el aura casi angelical que había sentido en la cámara de regeneración de la finca sevillana y observó con incredulidad cómo el rostro del joven vampiro se volvía de una belleza perfecta e imposible. —No voy a dejar que ese bastardo se salga con la suya —anunció con una voz fría y letal. Alleyne desplegó su aura verde y luminosa como un ángel despliega sus alas, en una ola de poder tan descomunalmente poderosa que barrió todo a su alrededor y mandó lejos a todos los vampiros que se encontraban cerca de él. Después de varios minutos, la intensidad fue bajando y luego el aura desapareció. Unas sirenas de alarma sonaron en el pasillo. El joven vampiro esbozó una sonrisa un tanto peligrosa. —¡Chaval, la próxima vez avisa! —refunfuñó Eneke haciendo crujir sus nudillos tras ponerse de pie. Vesper le dedicó una mirada perpleja, muda de asombro ante las imágenes que podía visualizar en su mente sobre la localización exacta de la Princesa de los Némesis. —Bien, en estos momentos hay una fisura en la barrera de protección; una fisura tan importante que les va a ser imposible taparla rápidamente —explicó Alleyne con una tranquilidad que resultaba escalofriante—. Además, la energía utilizada para crearla se parece tanto a la energía demoníaca que va a ser muy difícil encontrarla. El joven vampiro se dio la vuelta hacia Eneke, que lo miraba con cierto recelo. —Te prometí que encontraría a Mariska y acabo de cumplir mi promesa. La mirada de la vampira brilló intensamente. Vesper siguió observando a Alleyne con incredulidad, preguntándose en qué clase de vampiro se había convertido. Con ese tipo de aura y de poderes, su adiestramiento como Pretor iba a ser una tarea endemoniadamente complicada… —¡¡Me cago en la leche!! Kamden, sentado en el sillón de cuero, se echó rápidamente hacia atrás cuando un halo de luz de un tono azul oscuro rodeó repentinamente la pantalla y

pareció fundirse en ella. A continuación, la pantalla se volvió loca y una serie de datos y de imágenes vía satélite empezaron a desfilar a toda velocidad. Se levantó de un salto y se acercó para grabar toda esa información en la memoria del ordenador central, pero una onda expansiva de un color verde intenso recorrió toda la sala en un segundo y lo hizo caer de rodillas. El dispositivo de seguridad se puso en marcha y las alarmas se dispararon y sonaron a todo volumen, perforándole los oídos. —¡Genial! ¡El famoso espectáculo de luces y de sonidos! —masculló, poniéndose de pie para acercarse al ordenador. Kamden frunció el ceño al percatarse de que los datos se estaban guardando automáticamente como si una mano invisible estuviera tecleando. El desfile de las imágenes se estaba ralentizando y estas se estaban volviendo cada vez más nítidas. Soltó un taco al no conseguir quitar la alarma. A esas alturas, todo el recinto tenía que estar en pie de guerra. Zecklion no tardaría mucho en aparecer. —¿Qué coño pasa aquí? —gritó Eitan al entrar, como si hubiera oído su nombre. El Custodio cretense no llevaba más que un pantalón de pijama y venía seguido por el profesor O’Donnell, que se había puesto una bata. —Me parece que los vampiros han dado con algo —dijo Kamden volviendo a mirar la pantalla después de echarles un breve vistazo. —Déjame ver. Kamden se desplazó para que Eitan pudiera acceder al ordenador. El cretense se dejó caer en el sillón y se puso a teclear con rapidez. De pronto, la alarma dejó de sonar. —Estas imágenes no son del satélite… —comentó Yanes al observar la pantalla. —Sí, es como si alguien estuviera sobrevolando el perímetro —recalcó Kamden. Las imágenes dejaron de desfilar repentinamente y se colocaron ordenadamente alrededor de un punto luminoso. Una de ellas aumentó de tamaño y mostró a una muchacha de pelo castaño con el rostro levantado hacia arriba. —¡¡Es Diane!! ¡¡Es la princesa!! —gritó Yanes con voz emocionada. —¿Has hecho tú esto? —preguntó Kamden a Eitan, enarcando una ceja. —Va a ser que no… —musitó el cretense—. Mirad esto.

Eitan le dio a una tecla y la imagen precisa de un castillo, antiguo e imponente, apareció en la pantalla con las coordenadas exactas remarcadas en rojo. —Caballeros… —empezó a decir Kamden, esbozando su famosa sonrisa. El timbre de una llamada telefónica lo interrumpió. —Es Angasti —le indicó Eitan. —Ponlo en altavoz —dijo Kamden antes de dirigirse al vasco—. Julen, ¿qué pasa? —¡Joder, Kam! ¡No te lo vas a creer! ¡Un maldito castillo! ¡Ha aparecido un maldito castillo de la nada! —Tranquilízate, Jul. Hemos recibido imágenes y lo estamos viendo. —¿Que me tranquilice? ¡Estaba delante de nuestras narices durante todo este tiempo! ¡Hay hasta un bosque y un lago! —Julen soltó una carcajada—. ¡Nos ha tocado la lotería, jefe! Una gran sonrisa cruzó el rostro de Kamden. —No, es mucho mejor que la lotería. La tenemos, Julen. Hemos encontrado a la princesa perdida. —Está allí dentro, ¿verdad? La mirada azul cobalto de Kamden se endureció, pero no dejó de sonreír. —Así es, y vamos a buscar una forma rápida de sacarla de ese maldito castillo.

TERCERA PARTE: La luz contra la oscuridad

Capítulo diecinueve Diane yacía sobre la mullida alfombra de su nueva habitación con su pelo, mucho más largo y claro que antes, esparcido a su alrededor al igual que la falda de su traje renacentista de color blanco. Sus párpados cerrados se movían levemente y su respiración era tranquila, pero no estaba dormida. Estaba sumida en un intenso estado de concentración para poder lograr activar sus poderes. Era el segundo día después de su Despertar total y absoluto; el segundo día después de su pequeña batalla contra Marek. Hacía ya tiempo que había anochecido y, a pesar de que esa habitación tampoco tenía ventanas, ella había sentido los últimos rayos de sol atravesar su piel como si hubiese estado fuera y al aire libre. Podía percibir cada vibración, cada alteración de cualquier tipo en el ambiente en su propia piel. Nuevas sensaciones, hasta ahora desconocidas, alteraban sus nervios sin parar. El pasado y el presente se mezclaban en su cabeza y millones de imágenes desfilaban en su mente. Al parecer, era muy poderosa y sus nuevos conocimientos no tenían límites. Sin embargo, no conseguía abrir el maldito brazalete demoníaco forjado con la sangre de un ángel. Los ojos de Diane se abrieron lentamente y su mirada se clavó en el dibujo del techo pintado que representaba a la diosa Aurora trayendo la luz al mundo. ¡Qué irónico por parte de su hermano y qué propio de él! No había ninguna luz en ese palacio, solo profundas tinieblas. Ya se sabía de memoria la disposición de esa nueva habitación porque nadie había venido a verla o a sacarla de esa nueva cárcel. La habitación parecía más sencilla que la otra y su estilo era más cercano al siglo XVIII que al Renacimiento: las paredes estaban empapeladas en tonos azules y malva y no había tapices medievales, la chimenea y el armario eran más pequeños y sencillos, y la cama estaba metida dentro de la pared con cortinas de terciopelo, mucho más modestas que las anteriores. No obstante, el lujo refinado seguía presente con el mármol y el oro utilizados para adornarla, así como en los objetos cotidianos ahí diseminados, que tenían que ser unas piezas originales y únicas.

Pero a ella le traía sin cuidado todo ese lujo. Esa habitación seguía siendo una cárcel dorada y, hasta cierto punto, hubiera preferido estar en una celda de verdad para poder afrontar plenamente la situación. ¿Qué clase de tortura estaría ideando Marek para vengarse de ella? Sabía que tenía que prepararse para lo peor, pero, curiosamente, no temía su violencia o sus golpes. Lo que temía de verdad eran sus caricias. Su intento de violación la horrorizaba profundamente y le parecía aún más vil por el hecho de que se hubiese disfrazado de Alleyne, su amor y su corazón. Intentaba no pensar en ello, pero las imágenes y las sensaciones se habían grabado en ella como el fuego. ¿Qué se podía esperar de un Príncipe heredero de lo peor de la raza demoníaca y vampírica, primo del Señor de las Tinieblas? Cualquier cosa retorcida y dolorosa. El envilecimiento del cuerpo y del alma, sin ninguna duda. Su padre había luchado contra él y había perdido. Por eso había querido protegerla con el bloqueo de sus poderes, porque sabía lo que le esperaba si caía entre sus manos. Incluso su madre había dado su vida para que ella pudiera salvarse. ¿Y todo para qué? Si ella era tan poderosa, ¿cómo era posible que una simple joya pudiese limitar la fuerza de su energía? No era justo. Muchas personas ya habían sufrido demasiado por su culpa. No podía quedarse allí sin hacer nada. Tenía que escapar. No podía dejar que Marek bebiera su sangre y abusara de ella. Sangre… Diane empezaba a aborrecer esa palabra por varias razones: no quería compartir el legado de su padre con un ser tan nefasto como Marek y no quería tener el privilegio de tener una sangre tan ilustre. Pero lo que más la aterrorizaba y la repugnaba era que el cambio en su metabolismo se estaba agudizando tanto que empezaba a sentir la misma necesidad de alimentarse de sangre que los vampiros. Sin embargo, esa necesidad era un tanto diferente. No sentía ni el frío ni el calor y no tenía hambre de comida, dado que llevaba dos días sin probar nada. Pero había sentido un dolor punzante en la boca y todo su ser se había estremecido cuando había recordado el olor de la sangre de la vampira Cassandrea en las venas de Yanes. ¿En qué se estaba convirtiendo realmente? ¿La Sangre de Dios se alimentaba de sangre vampírica?

Principio y Fin de la vida. Princesa de la Aurora. Palabras desconocidas e incomprensibles. ¿Qué clase de Aurora y de luz era? ¿Una Aurora teñida de sangre y de muerte? Preguntas y más preguntas. Ninguna respuesta. Ella estaba dispuesta a aceptar lo que le deparaba el futuro, pero no sin respuestas. Se había hartado de los engaños y de las mentiras, y quería la verdad. La dura y cruel realidad sin tapujos. Pero la habían dejado sola con el silencio como único acompañante. Quizá fuese una táctica para minar su espíritu, como privarla de luz había sido una forma de hacerla caer. No iba a morder el anzuelo. Iba a prepararse a conciencia para lo peor. Tenía que ser fuerte. ¿Acaso se podía esperar que el Santo Grial flaqueara? Diane seguía sintiéndose demasiado abrumada como para poder contestar a esa pregunta. Era la Voluntad de Dios, pero ella no sabía nada acerca de esa Voluntad. ¿Piensas que eres lo suficientemente fuerte? Ella se incorporó y se quedó sentada en la alfombra, mirando hacia delante. El fuego de la chimenea, única luz en la habitación, se reflejó en su delicado rostro y en sus ojos grises. Había logrado encenderlo con el poder de su mente. —Te llamas Harael, ¿verdad? —le preguntó en voz alta al ser de apariencia joven que estaba sentado en una silla al lado de la chimenea—. ¿Cómo es que Marek no puede percibirte? El ángel se quedó mirándola sin contestar. Era hermoso, como todos los Hijos de Dios, con su cara dulce, su pelo oscuro un poco largo y sus ojos azules. Aparentaba ser un muchacho de unos quince años y sus alas, replegadas en su espalda, brillaban y mandaban destellos de luz de un tono azul oscuro. Parecía sacado de un cuadro renacentista, pero el largo abrigo azul oscuro que llevaba era de un corte moderno. El ángel no movió los labios, pero ella oyó su voz en su cabeza. El demonio Lamiae no puede verme u oírme porque no estoy vinculado a su sangre. Diane lo observó minuciosamente. —Tú estabas en la oscuridad junto a mí; reconozco tu voz. Me enseñaste el pasado y me ayudaste a despertarme del todo. ¿Por qué? ¿Estás aquí para ayudarme? El ángel siguió mirándola con cara impasible, tan impasible como la de los vampiros. No había ninguna emoción en su mirada.

Soy el protector espiritual de los Némesis. Mi esencia permanece en el medallón. Ella se llevó una mano a la garganta, donde el medallón se había transformado en un collar de plata. —Entonces, ¿estás aquí para protegerme y ayudarme? Tú eres la Sangre de Dios. Estás por encima de todos nosotros. Diane suspiró con un leve fastidio. —Sin embargo, un demonio me ha colocado esto en la muñeca —movió su mano y los símbolos demoníacos brillaron con luz roja— y no consigo abrirlo. ¿Cómo puedo quitármelo? El ángel desapareció repentinamente y ella frunció el ceño. No se había ido del todo porque podía sentir su esencia. —¿A qué estás jugando? —murmuró entre dientes. ¿Piensas que eres lo suficientemente fuerte? —No, no creo que lo sea en absoluto —replicó ella, empezando a sentirse molesta—. Tengo muchos defectos, pero no soy orgullosa. El Lamiae no puede herirte físicamente, pero puede vencerte de otra forma. ¿Serás capaz de resistirle? ¿Serás capaz de afrontarle? —No lo sé —dijo ella meneando la cabeza—. Lo intentaré. ¿Serás capaz de derribarlo? ¿Serás capaz de aniquilarlo? —¡¡No lo sé!! —gritó Diane, enojada—. ¡Ya lo he herido! ¿Qué quieres saber? ¿Si lograré ser tan cruel como él? Su aura plateada se desplegó lentamente a su alrededor. Los símbolos del brazalete volvieron a brillar con más fuerza. —¡Intentaré destruirlo! ¡Intentaré ser fuerte y poderosa! Soy el Santo Grial, ¿acaso tengo elección? ¿Qué quieres de mí? ¿Que sea tan inhumana como los demonios o los ángeles? Diane tuvo un movimiento involuntario de la mano cuando el brazalete apretó su muñeca con más fuerza para reprimir su poder. —¡Mira qué energía tan poderosa tengo! —soltó con amargura—. No soy capaz de librarme de esto. Una mano etérea se posó sobre la suya con suma delicadeza. Ella alzó la vista y se encontró con la mirada azul del ángel. Se necesita un pequeño sacrificio para quedar libre del hechizo del brazalete. Diane frunció el ceño, confundida. ¿Podrás sacrificarte por los demás?

El recuerdo de su madre le vino a la mente y su mirada se tiñó de tristeza y luego de resignación. —¿Eso es lo que quiere Dios? ¿Esa es su Voluntad? ¿Dios quería que ella se sacrificara por el bien de la humanidad como Jesús lo había hecho en el pasado? Entonces, el sufrimiento de sus padres y sus esfuerzos para protegerla no habían servido de nada. Ella tenía que desaparecer. ¿Podrás sacrificarlo todo a cambio de nada? Diane cerró los ojos cuando la sensación de frío invadió su alma y estrujó su corazón. No volvería a ver a Alleyne nunca más. —Si es la única forma de destruir a Marek… El ángel acarició su mejilla con dulzura y algo, muy parecido a la ternura, cruzó su mirada. Su rostro pareció cobrar vida y reflejó sentimientos casi humanos. —Pase lo que pase, el demonio Lamiae no debe beber de tu sangre —susurró de forma humana a su oído—. Esa es la verdadera Voluntad de Nuestro Señor, pequeña Luna. Diane vio cómo el ángel desplegaba sus alas, mandando una infinidad de diminutos cristales de luz de color azul oscuro por toda la habitación. Intentó luchar contra el extraño sopor que la invadía, pero sus párpados parecían estar hechos de plomo. Lo último que ella sintió antes de cerrar los ojos fue el calor del aura de su padre penetrar en su alma para reconfortarla. —¡Mi Señora! ¡Mi Señora! Diane sintió que alguien sacudía levemente su hombro y abrió los ojos con la impresión de que su cabeza pesaba mucho. Se encontró con la mirada azul, llena de preocupación, de Mariska. —Mi Señora, ¿os encontráis bien? Se incorporó despacio. —Sí, eso creo… Le echó un rápido vistazo a la habitación. El ángel había desaparecido y ya no percibía su esencia. Solo estaban Mariska y ella. —Mi Señora, tenéis que poneros el abrigo y seguirme lo más rápidamente posible —dijo la vampira mientras la ayudaba a levantarse de la alfombra, en la que se había quedado dormida. En un segundo, ella recobró la consciencia del momento presente y la miró horrorizada.

—¡Mariska, no puedes estar aquí conmigo! ¡Tienes que irte! Solo Dios sabe lo que te harán si te encuentran aquí —se alarmó, cogiéndole del brazo. La vampira rubia esbozó una sonrisa. —No os preocupéis, mi Señora. El estallido de vuestro Poder ha debilitado considerablemente a Marek, por lo que necesita concentrar toda su fuerza para recuperarse lo antes posible. Eso ha permitido que vuestro padre volviese a ponerse en contacto conmigo y así indicarme lo que tenemos que hacer —le explicó al mismo tiempo que le ponía el abrigo blanco con capucha. —¿Cómo dices? —preguntó Diane, perpleja. Tenía la impresión de que su cerebro estaba atrapado dentro de una densa bruma y que procesaba la información con lentitud. Mariska la miró intensamente y sus ojos brillaron. —Tenemos una posibilidad de escapar, Princesa, pero tenemos que actuar rápidamente. Quedan dos horas para que amanezca y es el momento en el que la fuerza de los vampiros y de los demonios pierde cierta intensidad. —Pero ¿cómo podremos salir de aquí sin llamar la atención? —se extrañó Diane—. Seguro que Zahkar, Hedvigis y la chiflada de los espíritus nos están vigilando sin descansar. —El Poder de vuestro padre nos hará invisibles —explicó la vampira, echándole un vistazo al brazalete antes de que quedara tapado por la manga del abrigo. Esperaba que el Poder del Príncipe de los Némesis estuviera lo suficientemente estable como para neutralizarlo—. Así fue como conseguí salir de los dominios de los Kraven para llegar hasta vos. Diane frunció el entrecejo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué su padre intervenía ahora? ¿Estaría intentando salvarla en contra de la Voluntad de Dios? —Una vez fuera, saldremos por el bosque que rodea la parte norte del castillo —siguió explicando Mariska, preguntándose por qué la Princesa no reaccionaba. Daba la impresión de tener la mente en otro lugar—. Los Lacayos Metamorphosis al servicio de vuestro padre vendrán para escoltarnos y nos llevarán hasta los Pretors. Mariska se interrumpió y observó con preocupación la cara carente de emoción de la Princesa. ¿El Poder Oscuro le habría afectado de alguna forma? —Gawain y los demás nos esperan a la salida del bosque. Vuestro padre logró ponerse en contacto con ellos y han venido con un grupo de Custodios que se ha unido a ellos en vuestra búsqueda. Diane tardó un minuto en asimilar esa información. Sus grandes ojos grises se abrieron con incredulidad.

—¿Me estás diciendo que Gawain está aquí? ¿Gawain, Eneke y…? —No se atrevía a pronunciar su nombre. Era demasiado bonito como para ser real—. ¿Alleyne? —dijo finalmente, sintiendo como su corazón se disparaba al oír su amado nombre. Mariska asintió con una dulce sonrisa. —Sí, mi Señora. Todos han venido para rescatarla. —La vampira cogió sus manos y las apretó para darle animo—. Dentro de muy poco, volveréis a estar libre y estaréis lejos de aquí y de Marek. Pero para eso, tenemos que darnos prisa. Solo tendremos esta oportunidad. Diane no pudo devolverle la sonrisa. Sintió cómo la alegría que se había adueñado de ella se desvanecía por completo, reemplazada por un creciente malestar. Tenía un mal presentimiento. Un ángel había venido para avisarle y un brazalete demoníaco adornaba su muñeca. El plan de su padre para salvarla no iba a funcionar. Estaba convencida de que su destino era algo irreversible. Estaba convencida de que Marek no iba a dejarla escapar tan fácilmente, después de vigilarla y de atormentarla durante más de quince años. Tan solo esperaba que nadie más resultara herido por su culpa. * * * —Julen, ¿situación? —preguntó Kamden a través del pinganillo, sin dejar de apuntar con su Sayonara Baby al claro entre los árboles que señalizaba la salida del bosque que rodeaba una parte del castillo-fortaleza. —Despejado —contestó el vasco situado detrás de un árbol a su izquierda. —Dragsteys, ¿situación? —volvió a preguntar Kamden. —Despejado —contestó el checo, sin quitar el ojo de su objetivo apuntado por el rifle que sostenía. El Custodio checo se había subido a un enorme árbol nevado y había elegido una rama lo bastante fuerte como para aguantar su peso y el de su arma. MacKenzie echó un vistazo a su derecha, donde se encontraban Mike y Césaire vigilando. Tampoco había movimiento por ese lado; todo estaba en calma. Frunció el ceño y volvió a mirar hacia delante. Demasiado tranquilo para su gusto. Incluso el grupo de Pretors, que se habían adelantado y estaban justo

delante de los primeros árboles del bosque, no se fiaban y no relajaban la tensión, observándolo todo con minuciosa atención. La mirada de Kamden se deslizó hacia la vampira que no podía desear y en la que no paraba de pensar. Vesper tenía los ojos cerrados, en un intento de captar cualquier movimiento en el bosque por muy ligero que fuese, y se mantenía un poco apartada de los demás. Parecía muy serena y concentrada en comparación con su antigua compañera de equipo, cuya mirada clara se veía cada vez más peligrosa conforme iba pasando el tiempo. También se denotaba cierta tensión en el cuerpo del joven vampiro, Alleyne, situado entre su padre y Mab, el impresionante guerrero del mazo que se había curado y había venido a prestar sus servicios. Otros cuatro vampiros, pertenecientes a la familia de la princesa, se habían unido y estaban diseminados entre los árboles blancos, a la espera. Apretó la mandíbula, sintiendo el picotazo en la nuca que anunciaba un inminente peligro. Llevaban más de una hora allí, desplegados en forma de abanico, y el amanecer estaba muy cerca. Ninguno de ellos podía adentrarse en el bosque. Solo los Metamorphosis Quin, Valean y Savage habían podido hacerlo, y llevaban ya mucho tiempo dentro para ser vampiros. Kamden focalizó su atención en los primeros árboles del bosque, pensando en los acontecimientos de los tres últimos días. Desde el momento en el que toda la información exacta sobre la localización de ese puñetero castillo había aparecido en el panel, todo se había encadenado de una forma vertiginosa. Había llamado a todos sus agentes para reunirles en el cuartel general del castillo de los vampiros Kraven y, de paso, había puesto al corriente a Mike y a Robin. Todas las mentes eran necesarias cuando se trataba de encontrar un modo de infiltrarse un castillo lleno de vampiros y, sobre todo, de demonios. Sin embargo, no había sido necesario estudiar a fondo ese problema dado que algo llamativo, y casi milagroso, había vuelto a ocurrir hacía dos días. Todos ellos, vampiros y humanos, estaban inclinados sobre un mapa de gran tamaño representando al castillo y sus alrededores con gran lujo de detalles cuando Gawain se había apartado rápidamente con una cara que reflejaba cierto dolor. Los Custodios se habían quedado estupefactos viendo cómo el vampiro se tambaleaba y proyectaba su energía de forma casi incontrolada. Kamden recordó haber pensado en ese momento que tendrían que acostumbrarse a esas intervenciones místicas porque parecían ser algo muy común con esos vampiros, pero la energía desplegada fue tan brutal que todos ellos tuvieron que agarrarse a algo para no volar por los aires. Entonces, el aura

azul oscuro del padre de la chica había reaparecido y había vuelto a envolver a Gawain. Lo que más había llamado la atención de Kamden no había sido ese contacto y el caos provocado por esas energías, sino la respuesta silenciosa del aura del joven vampiro. La fuerza de Alleyne no se había proyectado a su alrededor como la de los demás vampiros, pero su mirada se había vuelto de un verde imposible como si su ser estuviera ardiendo en las llamas de una furia inconmensurable. Ese vampiro aparentaba ser más débil que los otros Pretors, a pesar de su nuevo y fornido físico, pero Kamden sospechaba que se trataba de una espléndida defensa. Intuía que Alleyne era un as escondido en la manga para ellos; un apoyo extra con el que nadie contaba. Luego, cuando todo había vuelto a la normalidad en la sala de reunión, Gawain había explicado en qué consistía el plan ideado por el Príncipe de los Némesis. Una sombra pasó entre los árboles nevados, reflejada por la luz de la luna tan blanca como la nieve, y Kamden agudizó los sentidos. El plan era simple y podía funcionar dado que eran los planes más simples los que solían funcionar mejor. Pero había un elemento vital a tomar en cuenta: el maldito bosque. —Relajaos, chicos. Solo ha sido una sombra —sopló Dragsteys a sus compañeros a través del pinganillo. MacKenzie hizo rechinar sus dientes. Lo de maldito era en el sentido literal de la palabra. Por lo visto, una poderosa maldición envolvía el bosque y solo los demonios que vivían allí, los Metamorphosis y los vampiros aliados de los demonios podían entrar y salir del bosque. El padre de la princesa le había indicado a Gawain que él mismo se encargaría de proteger a su hija y a la vampira que la acompañaba hasta que los tres Metamorphosis dieran con ellas y las trajesen de vuelta. Sin embargo, los minutos caían lentamente, como gotas de agua de un grifo mal cerrado, y la princesa y sus acompañantes seguían sin aparecer. ¿Qué puñetas estaba pasando allí dentro? Al no poder entrar, el tiempo parecía estirarse como un chicle y lo único que podían hacer era quedarse allí y apuntar al bosque con sus armas porque no había plan B. Muy a pesar suyo, Kamden volvió a echar un vistazo hacia Vesper, en el momento justo en el que el cuerpo de la vampira experimentaba una fuerte sacudida. Entonces, la vampira húngara soltó un gruñido muy parecido al sonido que emiten los grandes depredadores el minuto antes de atacar. Gawain giró la cabeza hacia Vesper.

—Algo va mal —dijo la vampira al abrir los ojos. —Sí, el aura del Príncipe está desapareciendo —corroboró Gawain, mirando hacia el bosque. —¡Tenemos que hacer algo! —rugió Eneke avanzando hacia el bosque. —Eneke —la llamó Gawain de forma suave, pero firme. La vampira se paró en seco, obedeciendo. —La maldición oscura debilita nuestro poder, y lo necesitamos intacto y muy fuerte —puntualizó el Laird con calma. Eneke volvió a gruñir y miró al bosque con rabia e impotencia. Como en el piso de Sevilla, el poder demoníaco les impedía actuar. Alleyne siguió mirando fijamente la salida del bosque, intentando no perder la concentración. Durante varios minutos el silencio volvió a reinar sobre el grupo de Pretors y de Custodios. —¿Por qué no salen los dichosos Metamorphosis? —masculló Julen, rompiendo la tensa calma. Mike apretó los dientes y se tensó cuando su alarma personal le mandó un escalofrío a través de la columna vertebral. —Jefe, otros vampiros se han unido al grupo de Metamorphosis y me parece que no es para montar una fiesta… —le indicó ella a Kamden, apretando más el gatillo de su arma de fuego. —¡Menuda mierda! —soltó Julen. —No dejéis de apuntar, chicos —ordenó Kamden al sentir un malestar creciente—. Las cosas se van a poner feas. De repente, el grupo de vampiros pareció quedarse petrificado. El guerrero levantó la cabeza y olfateó el aire. —Sangre… —murmuró Vesper. —Sangre vampírica —puntualizó Gawain, mirando rápidamente hacia la vampira húngara. Pero Eneke no necesitaba información adicional: su sentido del olfato era tan desarrollado como el de los demás vampiros y ella sabía muy bien a quién pertenecía la sangre derramada. El cuerpo de la vampira entró en tensión repentinamente y su aura estalló a su alrededor como si fuese un volcán entrando en erupción. —¡¡Mariska!! —gritó, enloquecida. Vesper y Gawain se colocaron rápidamente delante de ella para impedirle el paso. Ella los miró con la cara desfigurada por el odio y el dolor. —¡¡Dejadme pasar!! —rugió, amenazadora.

—Lo siento, Eneke —contestó Gawain, con su mirada dorada brillando. La vampira se echó para atrás como si él acabara de abofetearla. Bajó la cabeza y empezó a aullar con cada vez más fuerza, su aura proyectando destellos de luz. —¡¡Mariska!! ¡¡Mariska!! —llamó con desesperación, dejándose caer de rodillas sobre la nieve fría y dura. Vesper y Gawain la miraron con pesar. Los Custodios se quedaron sobrecogidos ante esa visión de dolor en estado puro. Entonces, ¿era cierto que los vampiros podían sufrir y experimentar algún tipo de sentimientos? Estaban viendo la prueba de ello en directo. Alleyne siguió mirando al bosque con rostro pétreo. —Los Metamorphosis están saliendo del bosque. Los han dejado marchar — informó de repente, tras varios minutos de silencio—. Vienen hacia nosotros y… —Alleyne le dirigió una mirada seria a Eneke— vienen con Mariska. La vampira rubia se levantó de un salto y se precipitó hacia los primeros árboles, seguida de cerca por Vesper y Gawain. Alleyne se cruzó de brazos con lentitud, reprimiendo con todas sus fuerzas la poderosa furia destructora que recorría su ser y que clamaba por la sangre de los vampiros enemigos. El dolor y la angustia estrujaban su corazón inmóvil. Mariska estaba a punto de salir del bosque y, por lo que podía percibir, iba a hacerlo sola, sin la Princesa. Diane, su corazón perdido y su razón de ser, se había quedado dentro del bosque maldito. Diane y Mariska corrían a velocidad humana a través del bosque; un punto blanco y un punto gris desplazándose rápidamente, envueltos en una especie de nube de un tono azul oscuro. La vampira no estaba utilizando su velocidad sobrenatural: no sabía si la Princesa podía desplegar su Poder por culpa del brazalete y no tenía tiempo para averiguarlo. Tenían que salir de ese bosque cuanto antes. De momento, la protección del aura del Príncipe de los Némesis estaba funcionando. Habían salido sin ningún problema del castillo, pasando delante de vampiros y demonios sin que estos las vieran. Pero, a pesar de ello, Mariska no se fiaba y había preferido salir corriendo de allí. No dudaba del poder del Príncipe de los Némesis, pero no había que olvidar que en ese castillo vivían vampiros muy antiguos y astutos, como Hedvigis o su padre, por ejemplo. Eso sin contar con la presencia de demonios, cuyos hechizos le eran desconocidos.

Era gente demasiado poderosa para una vampira tan joven como ella y no sabía si la Princesa iba a poder intervenir en caso de problemas. Además, percibía algo muy extraño en ella, una tristeza y una melancolía inexplicables. Pero Mariska tampoco tenía tiempo para preguntarle el porqué de esas emociones. Lo más importante para ella era sacarla de allí lo antes posible. Sin embargo, era consciente de que la parte más complicada del plan estaba por llegar y esa consciencia se iba agudizando cada vez más, conforme se iban adentrando en el corazón del bosque. Ese espacio lleno de árboles no estaba exento de peligros, más bien todo lo contrario. En él merodeaban y acechaban criaturas demoníacas, cuyo lado salvaje seguía siendo indómito. Salvajes hasta el punto de que la importancia de la vida de la Princesa no iba a pararles los pies en caso de que quisieran alimentarse de ellas. Eran bestias y no pensaban. Por eso había que darse prisa. Diane seguía los pasos de Mariska, observándolo todo en silencio. No había mostrado sorpresa cuando habían pasado delante de las narices de varios vampiros, convertidas en elementos invisibles gracias al aura de su padre. Lo sentía alrededor de ella, pero esa presencia no conseguía reconfortarla. El mal presentimiento anidaba en su corazón y no la dejaba tranquila. Esa angustiosa sensación aumentó aún más cuando empezaron a correr por el extraño bosque. Ella nunca había visto un bosque así en toda su vida, y eso que en los alrededores de París había muchos bosques en los que pasear. Ese parecía sacado de una terrorífica historia de miedo: las ramas negras sin hojas de los arboles se tocaban entre sí, emitiendo un siniestro ruido en la sepulcral noche oscura, y sus gruesas raíces se deslizaban sobre el suelo nevado como negras serpientes. El bosque daba la impresión de tener vida propia, como si fuese una entidad maléfica a la espera de que sus víctimas se adentrasen en él para luego devorarlas. Diane se reprendió en silencio y siguió avanzando. Siempre había tenido mucha imaginación. Ese bosque era un bosque nevado y nada más. ¿No era ya suficiente estar rodeada de vampiros y de demonios? ¿Acaso todo el mundo tenía la escalofriante suerte de conocer al Príncipe de las Tinieblas así como así, como para añadirle más cosas? Lo que debería sorprenderla de verdad era la facilidad con la que se movía en la oscuridad más absoluta. Su visión ya no era humana y era comparable a la de los vampiros. Veía todos los detalles del bosque con nítida claridad.

Su oído también era mucho más poderoso que antes. Un búho de ojos amarillos ululó en una de las ramas de un árbol, pero ella no levantó la cabeza para mirarlo. Estaba oyendo cómo algo se movía en el bosque, alrededor de ellos. Muy pronto el olor se unió al sonido, un olor fuerte y nauseabundo. El olor de la sangre pudriéndose… —¿Hueles esto, Mariska? —no pudo evitar preguntar, estremeciéndose levemente. —Seguid avanzando, mi Señora. No prestéis atención a nada de lo que hay aquí. Diane frunció el ceño y obedeció, concentrándose en el camino que se iba complicando. Los arboles estaban cada vez más juntos y parecían formar una especie de barrera con sus raíces que salían del suelo. Mariska trepó sobre ellas, sin dificultad, y le tendió la mano. —Estamos más cerca. Podemos hacerlo —la animó, tirando de ella hacia arriba para dejarla a su lado—. ¿Veis?, allí hay un claro y luego está la salida — dijo señalando hacia abajo, donde había un pequeño espacio libre de árboles—. Ya casi estamos. Diane quiso mirar hacia el claro señalado por la vampira, pero el fuerte olor y unos extraños sonidos llamaron su atención y se dio la vuelta hacia atrás. Se quedó helada y abrió los ojos como platos ante lo que veía. —Oh, Dios mío… —musitó, asqueada. Unos riachuelos de sangre salían de varios bultos escondidos por las plumas negras de un sinfín de enormes cuervos, que tenían las garras hundidas en ellos. Cuando uno de los cuervos dio un último picotazo y se marchó, ella se dio cuenta de que los bultos eran los restos de varios cadáveres en descomposición; cadáveres de animales, pero también restos humanos. Ahora se veía claramente el diminuto esqueleto blanco de lo que había sido un bebé humano… Se tapó la boca con la mano, horrorizada. —No os mováis —murmuró Mariska, mirando fijamente a uno de los cuervos que estaba sobre la rama de un árbol y que parecía estar viéndolas. —Es el cuervo del demonio Caym —susurró Diane, reconociéndolo. La vampira le presionó levemente el brazo a modo de aviso, sin dejar de observar al cuervo que, sin embargo, no hizo ningún movimiento. De repente, todos los cuervos empezaron a graznar sin parar cuando otro animal hizo su aparición a lo lejos y se acercó lentamente. Era el lobo negro con

la curiosa marca en la frente y llevaba el cadáver de un niño desnudo, de unos cinco años de edad, entre sus enormes colmillos. El amiguito de Hedvigis. Diane se echó para atrás tanto por el horrendo espectáculo como por miedo a ser descubierta, pero sintió el aura de su padre que actuaba como barrera protectora. No obstante, notó una gran tensión en el cuerpo de la vampira y tuvo de nuevo la sensación de que su huida pendía de un hilo. El lobo no venía solo: iba acompañado por una descomunal pitón negra que se deslizaba sigilosamente por el suelo blanco y rojo de sangre. Unas sombras pasaron entre los árboles y Diane oyó los latidos de su corazón acelerarse por culpa de la creciente angustia. Había ya mucha gente en ese bosque. Demasiada gente. Los últimos personajes en sumarse a ese petit comité eran los famosos Guías de la Princesa de los Kashas, y ella se preguntó si todo eso era normal. ¿Era una reunión casual o estarían ya buscándola? En ese momento, Mariska volvió a presionar su brazo y su voz sonó en su cabeza. —Esto se está volviendo muy peligroso. Tenemos que irnos ya y lo más silenciosamente posible. Diane asintió y empezó la retirada, tras observar cómo el lobo soltaba su inocente presa muerta cerca de los cuervos, quienes revoleteaban para acercarse a ella con precaución. Sin embargo, ella se paró en seco cuando un profundo malestar la golpeó con fuerza. Miró hacia su muñeca, presionada de nuevo por el brazalete, y luego su mirada fue atraída hacia un punto en lo alto. Tragó saliva y su corazón se detuvo. Sentada en la rama de la cima de un árbol, como si de una reina se tratase, con el bajo de su kimono rojo ondeando en el viento como una llama fantasmagórica, Naoko lo observaba todo con una sonrisa misteriosa en los labios. En otras circunstancias, esa insólita visión, tan siniestra y hermosa a la vez, habría constituido un cuadro digno de admirar. Pero Naoko representaba el peligro máximo porque controlaba todos los espíritus de la noche y, en ese preciso instante, estaba rodeada de toda su corte. Diane supo de inmediato que no tendrían escapatoria. De hecho, y como para darle la razón, el aura de su padre empezó a perder de su intensidad. —Princesa, mirad hacia el claro.

Ella no quería perder a Naoko de vista, pero miró en la dirección indicada. La luna, escondida hasta ahora tras unas nubes oscuras, mandó un reflejo de luz sobre las plumas marrones y blancas de un águila que surcaba los cielos y que ella reconoció. —Es Valean y viene a buscarnos. Vamos. Antes de seguir a Mariska, Diane cometió el error de volver a echarle un vistazo a Naoko. La Princesa de los Kashas no se había movido de su sitio, pero ahora sostenía el cuervo del demonio Caym con una mano y lo acariciaba con la otra. La mirada oscura de la Pura Sangre se clavó en la suya y la vampira sonrió de forma inquietante. Te veo, pequeña Doncella. Te veo… Súbitamente, el aura de su padre se apagó y Diane se quedó petrificada. Entonces Naoko se aprovechó de la situación y lanzó el cuervo sobre ella. Levantó las manos para protegerse y el brazalete demoníaco lanzó un destello rojo que reverberó por todo el bosque como una señal de alarma. Los ojos de todos los animales ahí presentes se volvieron rojos en respuesta y el lobo negro empezó a gruñir y se preparó para atacar. —¡¡Corred, mi Señora!! ¡¡Corred!! Mariska agarró su muñeca libre y corrió a toda velocidad hacia el claro. El viento helado azotó la cara de Diane y echó para atrás la capucha de su abrigo. El silencio del bosque se tornó cacofonía cuando los centenares de cuervos se lanzaron tras ellas. Intentó despertar sus poderes para alcanzar una mayor velocidad, pero no lo consiguió. El brazalete actuaba como un cerrojo. Sin embargo, su oído sobrenatural sí funcionaba y podía oír perfectamente el sonido de las pisadas del lobo en la nieve demasiado cerca de ellas. Cuando llegaron a la mitad del claro, varios cuervos decidieron atacarlas y cayeron en picado sobre ellas. Entonces, la enorme águila surgió de la nada e intervino para protegerlas, destrozando sin piedad a los cuervos con sus garras. Mariska no se detuvo y siguió tirando de ella. Diane vio cómo otros dos animales hacían su aparición a la orilla del bosque, delante de ellas. Eran un jaguar negro y un gran tigre, y venían para ayudarlas. No tuvo tiempo de alegrarse. Su mal presentimiento se transformó en realidad cuando algo agarró su tobillo y tiró de ella hacia atrás, separándola sin remedio de Mariska. Cayó boca abajo sobre la nieve. Con el impacto, algunos trozos se colaron dentro de su abrigo, pero ella no sintió el frío.

—¡¡Princesa!! Mariska se dio la vuelta para ir a buscarla, pero el lobo negro se plantó delante de ella para impedirle el paso. —¡No! —gritó Diane, incorporándose y poniéndose de rodillas. Miró rápidamente hacia su tobillo para ver qué era lo que le impedía moverse. Una especie de liana, proveniente del bosque, se agarraba a ella para retenerla. Levantó la mirada cuando sintió una nueva presencia malévola a su lado. —¿Dando un paseíto por el bosque, Augusta? —preguntó Hedvigis con sarcasmo. Diane la miró con odio. Por una vez, la detestable vampira no iba vestida con un absurdo traje victoriano. Esa noche llevaba un look más gótico. —Ya sabía yo que esta zorra escondía algo… —comentó Hedvigis al desviar la mirada hacia Mariska—. Thánatos, deshazte de ella —ordenó con una sonrisa —. Yo me encargaré de los otros bichos. —¡¡¡Nooo!!! —gritó Diane, horrorizada e impotente. El águila descendió a toda velocidad sobre el lobo, pero este lo esquivó y se abalanzó sobre Mariska, clavándole profundamente los colmillos en la zona izquierda del cuello. Entonces el jaguar negro se lanzó contra él y le dio un zarpazo, obligándole a soltar su presa. La sangre de la vampira salió a borbotones de la herida y salpicó la nieve. Mariska se llevó una mano al cuello y se tambaleó. El tigre se posicionó delante de ella para defenderla, pero Hedvigis lo rodeó y lo atacó para alejarlo. Mientras que el lobo y el jaguar peleaban con dureza, atacándose mutuamente con sus colmillos y sus garras, en el aire, el águila intentaba abrirse paso entre la multitud de cuervos para llegar hasta Diane. Mariska cayó de rodillas en la nieve, sin dejar de mirar hacia ella en ningún momento. El olor de su sangre, que se deslizaba sin parar por su cuello, penetró en el cerebro de Diane e invadió cada célula de su ser. El voraz y repugnante hambre de sangre se despertó en ella y sintió unos pinchazos en la boca, como si unos colmillos fuesen a crecerle. —Basta —musitó, frotándose la boca con el dorso de la mano y sintiéndose asqueada por su reacción. Se había convertido en un monstruo espantoso. Mariska se estaba desangrando lentamente delante de sus narices, y ella solo pensaba en probar su sangre. —Basta, basta, basta… —murmuró como una letanía.

Sus ojos empezaron a cambiar de tonalidad y brillaron intensamente cuando se dio cuenta de que la pitón negra estaba muy cerca de Mariska y de que tenía toda la intención de morderla. —¡No dejaré que le hagáis más daño por mi culpa! Diane cogió la liana agarrada a su tobillo y la fulminó con su Poder. El brazalete apretó con fuerza su muñeca como respuesta, en un intento de impedir que ella actuara. Pero a ella no le importaba el dolor. Volvió la mirada hacia Mariska en el momento exacto en el que la vampira conseguía evitar la mordedura de la pitón. —¡Mariska! —¡No os preocupéis por mí, mi Señora! ¡Huid! ¡Huid más allá del bosque! —consiguió gritar la vampira rubia antes de ser alcanzada por los colmillos envenenados de la pitón, que se clavaron en su brazo. Diane lanzó su Poder sin pensarlo: su aura plateada refulgió a su alrededor y el demonio serpiente desapareció como si nunca hubiese existido. Mariska se desplomó sobre la nieve, rodeada por su sangre. —Mariska, aguanta. La Princesa se levantó para correr hacia ella, pero una descomunal descarga, combinación de la energía del brazalete y de un poder vampírico, la tiró de nuevo al suelo. Su mano prisionera se hundió en la nieve como si hubiese topado con una trampa invisible. —No me gustaría que os hicierais daño, Augusta. No quiero desagradar a vuestro hermano —dijo Naoko detrás de ella, antes de lanzar uno de sus cuchillos en dirección al águila, que había logrado llegar hasta ella. El pequeño cuchillo negro se clavó en una de sus alas, pero el ave consiguió alejarse rápidamente. Sin embargo, Naoko despareció para seguirla y acabar con ella. De rodillas sobre la nieve, Diane intentó sacar su mano de la especie de trampa invisible, pero no dio resultados. Levantó la cabeza y miró a su alrededor con desesperación: el lobo y el jaguar seguían peleando duro y ambos estaban heridos; Hedvigis atacaba sin piedad al tigre, que se defendía como bien podía con grandes zarpazos; Naoko y el águila jugaban al juego del gato y del ratón entre los arboles; y Mariska yacía sobre la nieve, bañándose en su propia sangre… Y ella se parecía a un conejo atrapado por una trampa. El panorama no podía ser más desolador. —Todos van a ser destruidos.

La mirada de Diane se topó con la mirada ambarina de Zahkar, de repente a su lado. —Mariska pagará muy caro el logro de haberse infiltrado entre nosotros, y los Metamorphosis su intento de rescataros —comentó el vampiro con una mirada vacía—. Nadie puede salvaros. No había ni regocijo ni sadismo en su voz. Solo estaba describiendo lo que iba a ocurrir. Diane desvió la mirada y cerró los ojos. Gran parte de su ser seguía siendo humano después de todo porque el corazón le dolía a rabiar. No, nadie podía salvarla. Ni siquiera su padre. Sus servidores más fieles iban a desaparecer ante sus ojos porque ella no estaba lo suficientemente preparada. Mariska, la dulce y valiente Mariska, iba a sufrir más que nadie porque el supuesto Santo Grial no servía de nada cuando uno no podía manejar sus poderes. Un pequeño sacrificio. Todo a cambio de nada… Las palabras del ángel resonaron en su cabeza y ella abrió los ojos con determinación. Ahora entendía su significado. —¡Zahkar, ayúdame! El secuaz de su hermano, su alma negra, miró a lo lejos, impasible. El mechón más largo de su pelo oscuro rozó su cara hermosa y fría. —No puedo —susurró suavemente. Diane hizo caso omiso de la presión cada vez más fuerte sobre su muñeca hundida en la nieve y se concentró en la sensación de pura energía que recorría sus venas como un rayo. —¡Zahkar, por favor, ayúdame! —No puedo ayudaros a escapar —dijo el vampiro mirándola. Empujada por la fuerza de su poder que se estaba adueñando de ella, Diane consiguió levantarse lo suficiente como para coger su mano. —Zahkar, no quiero que me ayudes a escapar. Quiero que me ayudes a salvar a mis amigos —dijo clavando su mirada, convertida en plata pura, en la suya—. ¡Ayúdame! El vampiro se quedó atrapado por esa terrible mirada. Una onda eléctrica nació en el punto donde ella lo tocaba y lo atravesó de par en par. Tras siglos y siglos de frío mortal, volvió a sentir calor. Tuvo la desconcertante impresión de que su corazón volvía a latir dentro de su pecho. Empatía. La Doncella de la Sangre estaba utilizando su don con él y, curiosamente, todo rastro de alarma había desaparecido. Se sentía bien;

demasiado bien con esas olvidadas sensaciones de calor reconfortante. Zahkar no conseguía aguantar más la mirada de Diane. Luchó por no cerrar los ojos y perderse en los recuerdos que acudían a su mente. Volvía a ser un muchacho humano, despreocupado y feliz. Volvía a sentir la caricia del sol de Egipto sobre su rostro moreno… Veo tu alma, Zahkar, y es muy luminosa. Puedo devolvértela. —¡¡No!! —rugió el vampiro de repente, enseñando sus colmillos crecidos. Era muy poderosa y estaba ganando la batalla. La luz volvía a abrirse paso en su alma oscura y atormentada. —No quiero ser tu enemiga, Zahkar. Haz que los demás dejen de atacarlos. Deja que se marchen. —Diane respiró entrecortadamente y utilizó toda la fuerza que le quedaba para convencerlo a través de su contacto—. ¡Deja que se marchen y que salgan de este bosque! ¡Me quedaré con vosotros! Sin previo aviso, algo increíble e imposible ocurrió: la milenaria mirada de Zahkar se volvió tan cálida como la de un humano y una emoción cruzó su rostro de mármol. —¿Renunciáis a vuestra libertad para salvarlos? —¡Sí, Zahkar! —contestó ella sin dudarlo ni un segundo—. ¡Me quedo con vosotros y con mi hermano si dejas que se marchen! —No sabéis lo que el futuro os depara… —recalcó el vampiro casi con pena. Esa frase encerraba la amenaza de nuevos sufrimientos para ella—. Aun así, ¿renunciáis? —Sí. No volveré a intentar escaparme y ordenaré a los demás que dejen de intentarlo. El vampiro la miró detenidamente. —En ese caso, pueden marcharse. Podéis soltar mi mano, Princesa. La sagrada mirada de la Doncella no quería dejarlo libre, al igual que su mano no quería soltarlo. Nuevos colores en el horizonte anunciaban que el amanecer estaba más cerca y Zahkar se preguntó si era un presagio de su propio futuro. Sintió el extraño impulso de tocar su dulce cara para comprobar si ese momento era real, como si fuese un pecador tocado por la gracia divina. —No sé lo que me depara el futuro y no sé cómo lo haré, pero te prometo que intentaré devolverte tu alma, Zahkar. La tuya y la de todos los que han caído en la oscuridad… —murmuró Diane antes de soltar su mano lentamente. El vampiro parpadeó y volvió a sentir el frío al que estaba acostumbrado. El viento, que se había parado durante una fracción de segundo, volvió a soplar suavemente en su cara. Todo seguía igual a su alrededor: nadie había

dejado de luchar para observar cómo el esbirro del Príncipe de la Oscuridad intercambiaba palabras con la Doncella de la Sangre porque ese momento no había tenido lugar para ellos. Al igual que los ángeles, la Princesa tenía el poder de alterar el tiempo y había utilizado ese don sin darse cuenta. Podía crear una burbuja que aislaba varios elementos de los demás dentro del espacio y del tiempo. Y solo grandes fuerzas creadoras eran capaces de ello. Zahkar lanzó una poderosa orden mental para que los otros Generales y sus servidores dejasen de luchar. Hedvigis paró un ataque del tigre y le lanzó una mirada interrogativa por encima del hombro mientras que el lobo dejaba de luchar y se ponía a su lado, cojeando y resoplando. —¿Por qué interfieres en nuestra diversión? —preguntó altivamente Naoko, flotando en los aires como un fantasma. Zahkar le devolvió una mirada llena de odio contenido. —Mi Amo ha ordenado que les dejemos marchar. —El vampiro esbozó una fría sonrisa—. Piensa que es mucho más divertido y doloroso dejarlos existir para que el Senado se entere de su total y completo fracaso a la hora de rescatar a la Princesa de los Némesis. Al principio, Naoko entrecerró los ojos, pero luego una sonrisa sádica cruzó su cara. —Es cierto. Supongo que los animales se curarán, pero esta vampira — explicó, señalando con la mirada a Mariska— tendrá un final lento y muy, muy doloroso. Diane consiguió levantarse del suelo mientras la vampira de rasgos asiáticos estallaba en sonoras carcajadas. Tuvo la impresión de que el brazalete estaba perdiendo su fuerza y se precipitó hacia Mariska, que seguía inconsciente y que estaba rodeada por el jaguar y por el tigre heridos. El águila descendió sobre ellos, con cierta dificultad debido a su herida, y se posó sobre la espalda del jaguar. —¿Adónde vais, Augusta? —preguntó Hedvigis con maldad, impidiéndole el paso. Los ojos grises de Diane refulgieron. —Quítate de en medio —ordenó con una voz que sonó muy peligrosa. La vampira le enseñó los colmillos, lo que provocó el gruñido del tigre y del jaguar, pero no pudo disimular cierta preocupación.

—General, no seas cruel. Déjala despedirse de sus amigos porque no volverá a verlos nunca más —soltó Naoko con burla. Sus ojos negros brillaron en su cara pálida y sus servidores, los Guías, aparecieron postrados delante de ella. Hedvigis no dejó de enseñar los colmillos a Diane y se apartó de mala gana. Ella se arrodilló cerca de Mariska, que seguía sin dar señales de querer despertar. Frunció la nariz para impedir que el olor de su sangre esparcida siguiera tentándola y alzó una mano para tocarla. —Podéis despediros de ella, Princesa, pero no podéis tocarla —señaló la joven vampira interrumpiendo su gesto. Diane prefirió no perder tiempo y asintió con la cabeza sin mirarla. Con mucho disimulo, logró rozar su collar de plata con la mano y rezó para que hubiese conseguido crear una frecuencia protegida para poder comunicarse mentalmente con los servidores de su padre. —Sacadla de aquí y cuidad de ella, por favor —dijo en voz alta, mirando con mucha atención al tigre en un intento de comunicación. El Metamorphosis gruñó, pero ella casi suspiró de alivio cuando oyó su voz en su cabeza. —¡Levantaos y salid corriendo de aquí, Princesa! Protegeremos vuestra huida. —No puedo. Ya habéis salido lo suficientemente mal parados de todo esto. Mirad a mi pobre Mariska… El águila soltó un grito e intervino en la conversación. —Eso no importa, mi Señora. Nuestras existencias os pertenecen y Mariska decidió ayudaros por voluntad propia. ¡No podéis quedaros aquí! ¡Ese bastardo se adueñará de vos! Diane esbozó una tímida sonrisa. —Yo también he tomado una decisión y tenéis que obedecerme. Quiero que os marchéis de aquí antes de que amanezca y que no volváis a intentar rescatarme. Los ojos de los tres animales se volvieron amarillos en señal de disconformidad y el jaguar se comunicó con ella por primera vez. —¡Eso es una locura! Hay mucha gente que está trabajando para sacaros de aquí y vuestra familia os espera. No podemos quedarnos sin hacer nada. Diane cerró los ojos durante un segundo y cuando los volvió a abrir, se habían convertido en dos lagos de plata.

—Curaos los cuatro y decidles a los demás que dejen de intentar rescatarme. Esta es mi voluntad. El tigre gruñó un poco, pero obedeció. Con su poder, consiguió que Mariska se agarrase a su lomo para sacarla del bosque. El jaguar y él se dieron la vuelta para irse, pero se quedaron parados, a la espera del águila que se resistía y que aleteaba en los aires con furia. —¡Vuestro padre me envió para ayudaros y no pienso defraudar a mi Señor! Diane se levantó lentamente del suelo y clavó su mirada plateada en los ojos amarillos del águila. —Nadie puede ayudarme, Valean. Y ahora marchaos de este maldito bosque. Es una orden. El águila lanzó un último grito y se elevó con la fuerza de su única ala mientras que los dos felinos desaparecían a lo lejos. La Princesa se quedó mirando ese punto y concentró todo su Poder para mandarles toda la energía suficiente como para curarse. No sabía si era capaz de hacer una cosa así, pero no perdía nada en intentarlo. Acto seguido, sintió una vibración en su muñeca y oyó el sonido de apertura del brazalete demoníaco. Por lo menos, había logrado librarse de esa atadura. —Princesa, tenéis que acompañarnos. El alba está cerca —dijo Zahkar situándose detrás de ella. Antes de seguir al séquito de su hermano, Diane miró con infinita tristeza el cielo, reconociendo el picotazo en su piel que anunciaba el amanecer de un nuevo día. —Sí, el sol está saliendo —murmuró. Ya no habría nuevos amaneceres para ella. Solo quedaba la oscura noche. La Princesa de los Némesis bajó la mirada y se dio la vuelta para seguir a Zahkar, sin poder sospechar que el verdadero calvario empezaba ahora. Al principio, cuando los vampiros Metamorphosis y Mariska salieron del bosque, ni los humanos ni los vampiros fueron capaces de verlos. Una intensa luz plateada, muy parecida al claro de la luna, surgió de la nada y los rodeó, manteniéndolos en una especie de burbuja protectora. Valean, el águila, salió de entre los árboles del bosque lanzando un agudo chillido y aterrizó sobre la nieve, un poco más lejos de los demás. Tenía algo clavado en el ala. Sin previo aviso, el águila se convirtió en un hombre bastante atractivo y totalmente desnudo. Estaba arrodillado y tenía una especie de cuchillo clavado

en el hombro; una herida reciente dado que seguía sangrando. —¡Mierda! —exclamó el vampiro, llevándose una mano al hombro para arrancar el cuchillo—. ¡Maldita loca! Solo una ligera muestra de dolor cruzó su rostro cuando sacó el arma, que se desintegró nada más salir de la herida. Los Custodios le echaron un vistazo puesto que no podían vislumbrar nada de los integrantes del otro grupo, pero no por ello dejaron de apuntar al bosque con sus armas. —¡Eh! ¿Todo bien? —le preguntó Kamden. Valean no pudo contestarle porque un nuevo halo de luz plateada alcanzó su hombro y empezó a curarlo, y luego lo envolvió por completo. —Pero ¿de dónde coño sale esta luz? —murmuró Julen con el ceño fruncido. Se estaba hartando de todos esos fenómenos paranormales, pero estaba convencido de que no era más que el principio. Después de todo, ahora estaban luchando contra demonios. —Es el aura de la Princesa —explicó Gawain viendo que Eneke se preparaba para salir disparada hacia el grupo envuelto en la luz. La intensa claridad parpadeó varias veces, curando a una velocidad vertiginosa las heridas profundas de los cuatro vampiros, y luego se apagó suavemente. Entonces, Savage y Quin aparecieron en forma humana, de pie y completamente vestidos, y sin ningún rasguño. El tigre llevaba a Mariska en sus brazos; una Mariska totalmente inconsciente y con la cabeza echada hacia atrás. —¡¡Mariska!! —gritó Eneke. Vesper y Gawain se apartaron y la vampira se precipitó hacia Quin, quien le tendió con delicadeza el cuerpo de su amada. Eneke la cogió entre sus brazos, se dejó caer al suelo con ella y la abrazó con los ojos cerrados. —Mi dulce muñeca, Mariska… —musitó contra sus rizos dorados. Los humanos empezaron a bajar las armas, confusos y desconcertados. Kamden tenía muchas preguntas sobre lo ocurrido en el bosque, pero no era el momento adecuado para formularlas. Vio cómo Vesper desviaba la mirada del rostro de Savage, como si ya hubiese obtenido toda la información que necesitaba. Pero Gawain clavó su mirada dorada en la de Quin. —Habla en voz alta, Metamorphosis. No esconderemos nada a los Custodios. Quin asintió y miró con tristeza a Eneke, abrazada a Mariska.

—No sabemos si nuestra valiente compañera se despertará algún día o si logrará sobrevivir. El lobo negro la atacó, pero esa herida ya está curada. Sin embargo, un demonio con forma de pitón la mordió y sabéis que las heridas demoníacas son muy particulares… —El Metamorphosis echó un vistazo a Mike, quien entrecerró los ojos—. En cuanto a la Princesa… —¡Esos cabrones eran muy poderosos y nos han dado una buena paliza! —se enfureció Valean, pegando una patada a un montón de nieve—. ¡Nuestra Señora ha visto que nos iban a destruir y se ha sacrificado por nosotros! ¡Ha preferido quedarse con ellos para que no nos pasara nada! ¡Eso es lo que ha ocurrido! —El vampiro levantó la cabeza y soltó un grito lleno de rabia—. ¡Joder! ¡Somos indignos! Kamden se quedó sorprendido. —¿Cómo? ¿Que la mucha… la princesa se ha quedado allí por voluntad propia? —Así es —intervino Savage—. Además, nos ha ordenado que dejemos de intentar rescatarla. No quiere que nadie más salga herido. —¡Pues vaya! ¿Se le ha ido la olla o qué? —exclamó Julen de forma impulsiva. En un abrir y cerrar de ojos, Valean estuvo encima de él, agarrándolo con fuerza por el cuello. —¡No dejaré que le faltes al respeto a mi Señora, humano! —apostilló con voz amenazadora. Estaba apretando mucho y el rostro del vasco empezaba a ponerse morado. —¡Suéltalo! —ordenó Kamden, apuntándolo con su Colt plateado, al igual que el resto de sus agentes. —Ya basta, Valean —dijo Gawain con una voz muy tranquila, pero mandando al vampiro a varios metros con un simple movimiento de la mano—. Ese tipo de comportamiento no honra a tu familia. Sé que estás furioso, pero tienes que calmarte. Julen, de rodillas en la nieve, se llevó las manos a la garganta y se puso a toser. —¿Ves lo que ganas siendo tan bocazas, Angasti? —le espetó Kamden, guardando su arma. —¡Joder! —El vasco se masajeó la garganta dolorida—. Lo siento. He hablado sin pensar como un maldito gilipollas. Kamden le echó una mirada preocupada a Gawain.

—No pasa nada, MacKenzie —lo tranquilizó el vampiro—. Estáis cansados y nosotros un poco descolocados por la situación. Quin ayudó a Valean a levantarse del suelo y le ordenó mentalmente que se fuera a ver al humano. —Guardad las armas —ordenó Kamden a sus agentes, mientras el vampiro se plantaba ante el vasco—. Dragsteys, baja del árbol y guarda tu juguete. —Lamento mi comportamiento —se disculpó el vampiro-águila—, pero no pienso tolerar que se hable mal de mi Señora. —Y yo siento haber sido un maldito bocazas —dijo Julen bajando la cabeza. —Los milagros existen… —No pudo evitar comentar Kamden, antes de volver a mirar a Gawain—. ¿Qué hacemos? —le preguntó, ignorando la mirada asesina de Julen clavada como un cuchillo en su espalda. —Uno de los nuestros está herido de gravedad y, de momento, no podemos hacer nada más. Tenemos que volver al recinto de los Kraven. —Y tenemos que hacerlo cuanto antes —intervino Vesper, sin mirar a Kamden—. Queda menos de un cuarto de hora para el amanecer. Dicho eso, se desplazó hasta Eneke y le ordenó mentalmente que se levantara y que la siguiera. La vampira le obedeció como si fuese un autómata, sin dejar de apretar contra sí el cuerpo de la otra vampira rubia. Kamden carraspeó, muy conmovido pese a su aparente frialdad. Esa escena le traía malos recuerdos a la mente. —Gabriel hará todo lo posible para encontrar una solución —comentó Gawain, leyendo su pensamiento. —Vale. Nos vamos —ordenó el Custodio por el pinganillo al piloto del helicóptero, estacionado un poco más arriba—. ¿Y vosotros? ¿Cómo vais a…? —Tenemos nuestro propio helicóptero —le indicó el vampiro. El fuerte viento que sopló a continuación puso de relieve que dicho medio de transporte había llegado. Kamden se dio la vuelta y vio que el pájaro de acero de los vampiros era mucho más grande y moderno que el suyo. —Vaya. Han pensado en todo —comentó Césaire, refiriéndose a las ventanas totalmente opacas. MacKenzie, rodeado de todos sus agentes, asintió con la cabeza y observó cómo el otro helicóptero llegaba y aterrizaba con pericia el lado del primero. —Damas y Caballeros, hora de marcharse. Tenéis cinco horas para dormir y luego reunión en la sala de los ordenadores. ¿Entendido? —preguntó, paseando su mirada sobre sus rostros después de echarle un vistazo a su reloj.

Los Custodios asintieron y se dirigieron hacia el helicóptero, agachándose un poco por culpa del viento provocado por las hélices del aparato en movimiento. Kamden comprobó, con el rabillo del ojo, que Vesper, las otras dos vampiras y los vampiros pertenecientes a la familia de la princesa ya se habían subido a su medio de transporte. Solo quedaban Gawain, su hijo, el guerrero y él mismo sobre el terreno. Se dio la vuelta hacia el vampiro escocés para avisarle de que él también se iba. —Bueno, nos vemos más tarde en el… El grito, o gruñido, de alarma del guerrero Mab lo interrumpió, así como un fogonazo de luz procedente de la entrada del bosque. —¡Alleyne! —exclamó Gawain mirando hacia allí. El joven vampiro había pasado el umbral del bosque y varias ondas de colores oscuros se cernían sobre él como si fuesen campos magnéticos enfrentados entre sí. La propia aura del vampiro, de un color verde intenso, luchaba para protegerlo. —¿Qué haces, hijo? ¡Retrocede! La cara impasible de Gawain no delataba el miedo que sentía por Alleyne en esos momentos, miedo a que la energía oscura lo atrapara y lo desintegrara al instante. El aludido le echó una mirada por encima del hombro, una mirada llena de fuerza y de poder que impresionó a Kamden. —No te preocupes, padre. No pienso entrar allí. —Alleyne volvió a mirar al bosque y su poder estalló a su alrededor, destruyendo las ondas negativas—. Voy a dejar constancia de que no somos tan débiles como ellos piensan, y la fisura en la barrera me lo va a permitir. El joven vampiro levantó los brazos hacia delante. Su Poder dibujó dos focos de luz verde en su espalda, como si fuesen dos alas, y luego lo traspasó por delante y corrió a través del bosque como un rayo luminoso. —No voy a dejar que Diane piense que la hemos abandonado. No voy a dejar que piense que vuelve a estar sola frente a ese bastardo. Su voz sonó atronadora y una potente aura de un tono azul oscuro se mezcló con la suya. —Mi Príncipe… —murmuró Gawain, cerrando los ojos al igual que Mab por culpa de la intensidad del Poder desplegado. Entonces, oyó de nuevo la voz de Ephraem Némesis; pero esa vez, parecía flotar en el aire helado.

No voy a dejar que mi hija pierda la esperanza y que se sacrifique como su madre… Diane, cabizbaja y con la capucha de su abrigo echada encima de su cabeza, volvía lo más lentamente posible al palacio de su hermano, rodeada por Hedvigis, Zahkar, el demonio vestido de rojo y Oseus, que se había sumado al grupo. —Vais a tener que acelerar el movimiento, Princesa —le espetó la joven vampira con una mirada malvada. Ella ni se dignó en mirarla. Sabía muy bien que, si los vampiros corriesen peligro, ya la hubiesen llevado en volandas hasta el castillo. El alba empezaba a despuntar, pero eran vampiros muy antiguos y se podían permitir algunos minutos de sol, sobre todo por la mañana cuando la luminosidad no era tan poderosa. No, eso no bastaría para desintegrarlos. De pronto, una intensa sensación de calor se apoderó de ella y una extraña claridad estalló a sus espaldas. Se dio la vuelta completamente y vio como una especie de aurora boreal, de colores verdes y azules, saltaba del bosque hasta llegar a su altura; y todo en el espacio de un segundo. —¡Diane! Reconoció la voz de Alleyne y sintió sus manos en su cara. —No te vengas abajo. Ten fe y esperanza. Te sacaremos de aquí, te lo prometo. Por favor, no hagas nada desesperado… Los demás vampiros, y también el demonio, parecían petrificados y no conseguían moverse para llegar hasta ella. —¡Pequeño hijo de perra! —masculló Hedvigis con rabia. —¡Hay que parar esto! —exclamó Oseus, intentando desplegar su Poder. Sin embargo, Zahkar observaba lo que estaba pasando sin intentar moverse. Diane cerró los ojos y se mordió el labio para reprimir un sollozo. Tenía que ser fuerte, pero, ahora que estaba oyendo la voz del vampiro al que amaba, no conseguía resignarse y atenerse a su decisión. Y todo empeoró cuando la voz de su padre se mezcló con la de Alleyne. —Ten fe, alma mía. Aguanta. Encontraré el medio de sacarte de aquí sana y salva. —No, padre —dijo ella en voz alta y con lágrimas en la voz—. Eso no va a ser posible… —¡Ya basta de tonterías! —rugió Oseus al lograr moverse.

En un abrir y cerrar de ojos, apareció ante Diane y la empujó bastante lejos con el poder de su mente. Sus ojos azules se habían vuelto totalmente negros y Zahkar reconoció el aura oscura de su Amo. Marek había entrado en el cuerpo de Oseus para poder intervenir y poner fin a esa peligrosa situación. Zahkar se acercó hasta Diane mientras Marek, con el cuerpo de Oseus, se dirigía a la luz proyectada por las auras combinadas de su padre y de Alleyne. —Padre, ¿piensas de verdad que vas a poder sacarla de mis dominios con facilidad? ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Con la ayuda de esos vampiros, que no pueden entrar en este bosque, o del Senado, que no puede hacer nada contra mí? —Marek/Oseus soltó una carcajada—. ¡Déjalo ya! ¡Tu preciosa hija es mía! El Príncipe de la Oscuridad dejó de sonreír cuando la luz se intensificó y se cerró alrededor de su garganta, quemándolo como si fuese un collar hecho de electricidad. La voz que se oyó fue la de Alleyne. —¡¡Vuelve a tocarla o intenta utilizar de nuevo tu Poder oscuro contra ella, y te juro que el Infierno se helará antes de que deje de perseguirte para reducirte a cenizas como la basura que eres!! Frente a ese poder inconmensurable, Marek no pudo aguantar la posesión y tuvo que abandonar el cuerpo de Oseus. El vampiro volvió a tener los ojos azules y se debatió contra la fuente de luz que lo sujetaba por la garganta. Zahkar tendió la mano a Diane para ayudarla a levantarse y la miró intensamente a los ojos. —Me disteis vuestra palabra, Princesa. Ella se quedó mirándolo. Luego, asintió con la cabeza y aceptó su ayuda. Giró la cabeza y miró a Oseus, que seguía prisionero de la luz. —Es suficiente. El aura plateada de Diane se elevó y bloqueó la luz, liberando a Oseus de forma inmediata. Entonces la luz soltó pequeñas chispas, como si fuese un fuego a punto de apagarse. —¡Diane! ¡No! ¡No lo hagas! —Lo siento, padre. Lo siento, Alleyne. Levantó la mano y la luz desapareció por completo. El brazalete demoníaco se cayó de su muñeca, tras haberse encogido, y se quedó sepultado por la nieve; pero ella no se dio cuenta y se dejó llevar por Zahkar a gran velocidad. El claro del bosque se quedó en silencio después de los gritos de la batalla. Los primeros rayos de sol arrancaron destellos dorados de la pequeña superficie

del brazalete que sobresalía de la nieve. Luego, dibujaron la silueta de un ser hecho de luz, y la nieve amontonada en ese punto se evaporó en un instante. Un Arcángel, hermoso como la luz del día y dotado de seis alas de un color anaranjado, apareció de pronto y se quedó mirando hacia el castillo. Su boca se frunció levemente, pero no alteró la perfección de sus rasgos. —Valiente Doncella, este cáliz de sufrimiento y de dolor no podrá pasar lejos de ti… El Espíritu Puro levantó la mano y destruyó definitivamente el maldito brazalete. —El Destino te pone a prueba y es la única vía que existe para que te conviertas en la Esperanza de la Humanidad —sentenció el Arcángel al esparcir los restos del objeto demoníaco en el viento.

Capítulo veinte Tres días más tarde…

La sirvienta se inclinó ante Diane y le colocó en la cabeza la diadema de plata que sostenía en las manos. Ella la dejó hacer sin moverse, echándole una mirada vacía al fuego encendido de la chimenea. Una vez la diadema estuvo bien colocada, las tres sirvientas presentes en la habitación volvieron a inclinarse, pero ella siguió sin mirarlas. ¿De qué le serviría hacerlo? Ninguna de ella era Mariska. Eran solo sombras obedientes en manos de su hermano. Diane se concentró en mirar el fuego para no pensar en la vampira rubia porque le dolía demasiado. La habían vuelto a aislar en esa habitación durante tres días y no tenía noticias del mundo exterior. No sabía si la vampira, que se había convertido en amiga para ella, había logrado sobrevivir a sus heridas. La conexión con su padre parecía haber desaparecido definitivamente, y todo por su propia voluntad. Estaba sola. Completamente sola frente a Marek y sus demonios. Y era mejor así. No podía permitir más muertes y heridas por su culpa. Había pensado, erróneamente, que su hermano se delectaría de su victoria y vendría a verla nada más volver a su habitación. Pero no: solo las sirvientas habían entrado para bañarla, vestirla y darle de comer una alimentación humana, como cuando Mariska estaba con ellas. Ni siquiera Hedvigis o el lobo habían venido a verla. Sin embargo, ya nada de eso tenía importancia para ella. Se había limitado a dejarse bañar y vestir sin mostrar ninguna voluntad. Hasta había dejado que le dieran de comer, pero su organismo cambiado no siempre había tolerado la comida probada. El único rescoldo que quedaba de su voluntad era ese persistente rechazo a su nueva naturaleza. Cuando el olor potente de la sangre de una de las sirvientas la había golpeado con fuerza, se había vuelto a horrorizar ante la tentación vampírica de clavarle los dientes en el cuello. En lugar de atacarla, se había puesto a masticar un trozo de pan con fuerza y había esperado a que se fueran

para comprobar si le habían crecido unos colmillos. Pero no, seguía sin tenerlos. No obstante, tenía las encías inflamadas y sentía pinchazos de vez en cuando; pero, sobre ese punto en concreto, su naturaleza humana parecía estar resistiéndose al cambio. La mayoría de las veces conseguía alimentarse de forma normal y su potente intuición le indicaba qué alimentos probar y cuáles no. No se podía fiar de los demonios y de sus venenos. Curiosamente, ella se sentía dividida en dos: por una parte, le daba igual todo, incluso morir envenenada; pero, por otra, su instinto de supervivencia le instaba a luchar y por eso seguía intentando comer de forma normal. Diane esperaba en su lujosa habitación, sin saber qué hacer. Todo su ser experimentaba una tensa vigilia: quería dejarse llevar por los acontecimientos, pero su Poder le mandaba pequeñas descargas para mantenerla alerta como si quisiera que reaccionara. Pero ¿de qué servía seguir luchando? Por lo visto, Dios ya la había condenado… No había vuelto a ver el ángel Harael y llevaba dos días con una sensación muy conocida de profundo malestar, con leves escalofríos recorriéndola de arriba a abajo. Volvió al momento presente y siguió mirando al fuego mientras las sirvientas salían de su habitación, al igual que las otras dos noches. Pero esa noche era diferente. La habían vestido de forma más elegante y le habían colocado una diadema principesca que hacía juego con su collar de plata enroscado alrededor de su cuello. Su vestido color crema, muy parecido a una túnica romana con ese lazo azul ajustado por debajo de su pecho, era más sencillo que los pesados trajes medievales que ya había llevado; pero seguía siendo demasiado majestuoso. Seguía siendo el vestido de una princesa; una princesa romana… ¿Acaso su hermano había recreado un circo romano y pensaba echarla a los leones? La víctima cristiana ofrecida en sacrificio ante los ojos de los Generales sedientos de sangre… Ladeó la cabeza y suspiró. Eso le pasaba por pensar. Mejor no hacerlo. Se tensó involuntariamente cuando sintió otro leve escalofrío. Había algo muy raro en el ambiente, algo malsano. Tenía como ganas de vomitar. Acarició su collar de plata y se levantó de la cama en la que estaba sentada. Se acercó al fuego y se arrodilló, echando para atrás una mecha de su pelo que se había

escapado del peinado. A pesar de su nueva y sedosa textura, su pelo seguía haciendo de las suyas. Entrecerró los ojos y sintió un gran pesar al recordar las palabras del ángel. ¿Sería lo suficientemente fuerte como para plantarle cara a Marek o se acobardaría como la llorona que era? Sí, había logrado herirlo, pero porque lo había pillado por sorpresa. Solo había sido una escaramuza. La verdadera batalla empezaba ahora, y Marek había tenido mucho tiempo para planificarla. Seguro que le iba a hacer pagar muy caro su intento de escapar. No podía herirla físicamente, pero podía lastimarla de muchas otras formas… Cerró los ojos, reprimiendo una arcada. ¿Conseguiría retenerlo si volvía a intentar abusar de ella? Su Poder le mandó otra sacudida como respuesta. Resistiría. Resistiría hasta el final. Le echó un vistazo a su muñeca liberada del brazalete. No recordaba el momento en el que lo había perdido, pero, seguramente, se había quedado en el bosque. Quizá después de que entrara en contacto con Alleyne y sintiera sus manos sobre su rostro… Diane se mordió bruscamente los labios. No podía permitirse pensar en él. No era necesario añadirle más sufrimiento. Alleyne había intentado darle esperanza, pero no quedaba ninguna. No volvería a verlo nunca más. ¿Eso era lo que había sentido el Mesías cuando había tenido que despedirse de su madre y de sus amigos? Por una razón extraña, ella sentía un fuerte paralelismo entre su propia historia y la suya. Los dos llevaban la sangre de Dios en sus venas, pero su hijo había sido fuerte y había aceptado su destino. Y ella tenía que hacer lo mismo. —Pero yo no soy tan valiente como él… —musitó con tristeza. Sin embargo, valiente o no, el Santo Grial tenía que cumplir su cometido, incluso si este conllevaba sufrimiento y separación. —Cobarde. Eres una cobarde, Diane. Su madre había muerto para salvarle la vida, y ella estaba avergonzando a su padre con su cobardía. ¡Menuda Princesa líder de los Némesis! Tenía miedo. Era una cobarde llorona y tenía miedo. ¿Acaso Jesús no había sentido miedo nunca? Los dos eran humanos, después de todo. Bueno, gran parte de ellos. Su mayor temor era lo que Marek podía hacerles a sus amigos y a los humanos en general. No podía olvidar quién era su aliado y primo.

¿Podría ella plantarle cara al Enemigo de Dios? ¿Dejaría que Marek y él destruyesen la Humanidad sin mover ni un solo dedo? Diane se levantó del suelo lentamente, intentando hacer acopio de todas sus fuerzas. No. Tenía que hacer algo. Había momentos en la vida en los que el cobarde tenía que transformarse en héroe. Había momentos en la vida en los que uno tenía que tragarse el miedo y salir del paso. Tenía que volver a encontrar el valor, pasara lo que pasara. Ese valor y esa fuerza que había tenido durante ese primer enfrentamiento con Marek. Pasara lo que pasara… Durante un minuto, cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, se giró hacia la puerta porque sintió la presencia de un demonio. No hablar. No mostrar ningún sentimiento humano. No desplegar inútilmente su energía. Tenía que tranquilizarse. Ser fuerte y tranquila. La puerta se abrió sola, dejando paso a Berith, el demonio vestido de rojo. —Doncella… —El demonio esbozó media sonrisa e inclinó brevemente la cabeza. Pasó el umbral de la puerta, se recostó contra la pared y se cruzó de brazos. Empezó a observarla con muchísima atención, mirándola con sus ojos pálidos y sin alma. La puerta seguía abierta. —Os habéis librado de dos cosas la otra noche… —dijo con una fría sonrisa. Diane dejó sus manos bien abiertas a ambos lados de su cuerpo. Le devolvió una mirada tranquila sin preguntarle nada, y dejó su mente en blanco. —Os habéis librado del brazalete y del demonio Pursan —prosiguió Berith, intentando captar alguna señal de interés en su rostro, pero sin resultados—. Sí, la enorme pitón negra era Pursan y la habéis hecho desaparecer como si nada. Sois muy poderosa… El demonio se enderezó y echó a andar hacia ella. Diane lo observó acercarse con impasibilidad. Orgullo. El orgullo desmesurado había hecho caer a Lucifer. ¿Qué pretendía ese demonio? ¿Tentarla con la vanidad? —Sois realmente hermosa y poderosa… —dijo el demonio al levantar la mano para tocarle la cara. Los ojos de Diane empezaron a adquirir un tono plateado muy peligroso, pero su Poder no tuvo que intervenir. —Baja la mano, Berith —ordenó la voz fría y letal de Zahkar desde la puerta.

El aludido sonrió desdeñosamente, pero obedeció. Se giró hacia la puerta y miró al vampiro enarcando una ceja. —Solo quería averiguar una cosa, vampiro. Eres demasiado protector, ¿no te parece? Ella no necesita tu ayuda para defenderse. Los ojos ambarinos de Zahkar brillaron salvajemente. —Mi Amo no quiere que otro ser que no sea él la toque. Y eso te incluye a ti, demonio. ¿Entendido? Berith sonrió, sin mostrar enfado. —Entendido —asintió antes de desaparecer. Diane se quedó en silencio, intentando controlar sus pensamientos mientras el vampiro se acercaba a ella. Tenía la desagradable impresión de haberse convertido en un hueso codiciado por una jauría de perros hambrientos. Observó cómo Zahkar iba vestido para dejar de pensar. Llevaba una de esas túnicas largas orientales que su hermano y él solían vestir. Esta era negra y sin mangas, con pequeños dibujos de color granate alrededor del cuello cuadrado. También llevaba un cinturón del mismo color, un pantalón y unas botas negras. El vampiro se paró ante ella y se inclinó con respeto. —Tenéis que seguirme, Princesa. Vuestro hermano está recuperado de sus heridas y quiere veros. Su voz era un suave murmullo y había una infinita tristeza en su mirada. Diane se quedó mirándolo, apelando a su alma y a su compasión sin querer. La extraña conexión, tan cálida como la brisa en verano, surgió de nuevo entre ellos. Sin embargo, ella rompió el contacto visual e inclinó un poco la cabeza en señal de acuerdo. Zahkar reprimió un involuntario movimiento para ofrecerle consuelo y se dio la vuelta hacia la puerta. Diane levantó la cabeza, respiró hondo y lo siguió a través de un oscuro y desconocido pasillo. Hay un momento único en la vida en el que el cobarde tiene que hacerse el valiente: cuando millones de almas y vidas dependen de él. Sentada en un trono ligeramente elevado de piedra y de mármol, Diane volvió a echar una mirada circular a la sala antigua, iluminada por varias antorchas, en la que Zahkar la había dejado. Llevaba un buen rato sola, observando con tensión todos los rincones de esa sala octogonal con paredes de piedra oscura. Parecía una especie de mausoleo romano y se encontraba en el subsuelo porque el vampiro y ella habían bajado muchas escaleras para llegar hasta allí.

Frente a ella, al otro lado de la sala, había un pórtico con una puerta de hierro, pero lo que más le llamaba la atención era el gran círculo pintado en medio del suelo de piedra. Los símbolos pintados ahí eran muy parecidos a los del brazalete y, cada vez que ella le echaba un vistazo, la bilis le subía a la garganta. Percibía una tenue energía y un olor indefinible. Una mezcla que le daba ganas de vomitar. Había algo debajo de ese círculo, y ella no conseguía definir su naturaleza. Tomó una bocanada de aire y mantuvo su posición erguida en el trono. El mármol era un poco frío y alguien había puesto un cojín de terciopelo rojo para hacerlo más cómodo, pero su cuerpo ya había dado señales anteriormente de que no captaba las sensaciones térmicas como antes. No sentía el frío e intentaba contener el miedo a toda costa. Se tensó aún más cuando la puerta de hierro se abrió lentamente. Un vampiro de aspecto joven, con un peinado de estrella de rock y vestido únicamente con un pantalón negro de cuero y con un collar de plata, entró tranquilamente en la sala. Su mirada castaña se clavó en la suya y Diane reconoció al vampiro de varios de sus sueños, el que devoraba a un niño a los pies de un trono muy parecido a ese. Observó que tenía varias marcas y cicatrices en el pecho desnudo, que estaban en proceso de curación, y percibió el olor de la sangre de Hedvigis en él. Apretó los dientes cuando su mente le mandó una imagen de la verdadera esencia de ese vampiro y de la forma que podía adoptar. Él le dedicó una sonrisa socarrona antes de transformarse en el enorme lobo negro que la había seguido a todas partes y que había mordido a Mariska. Ella no pudo evitar fulminarlo con la mirada mientras se acercaba y se situaba a los pies de los tres escalones que llevaban al trono en el que estaba sentada. Thánatos. El Metamorphosis amante de Hedvigis. Diane siguió mirándolo, pero el lobo tenía la vista fija en la puerta. Cuando otra vampira pasó el umbral de la puerta, ella la reconoció sin problema: Hécate, la gata negra, había sanado de sus heridas, pero le había quedado una curiosa marca, en forma de rayo de color plateado, en la mejilla. Un escalofrío la recorrió cuando su mirada se cruzó con la de la vampira: sus ojos azules eran tan pálidos y desalmados como los del demonio Berith. Era como una concha vacía en movimiento. Hécate también se transformó, pero se quedó cerca de la puerta. Pasado un minuto el lobo gruñó para avisar de la llegada de su Amo, pero Diane ya había sentido el impacto de la terrible y malévola aura oscura de su

hermano en todo su ser. Marek hizo su aparición, acompañado por Zahkar. Llevaba una sotana negra con capucha, tan larga que no se veían sus pies, y con un cinturón de oro. Su cara era tan hermosa y sensual como antes de su enfrentamiento, pero él también tenía una ligera marca plateada en su mejilla lisa y curada. Diane sabía muy bien que esas marcas eran las consecuencias de su Poder y, en ese momento, comprendió que el Poder oscuro de su hermano también podría contaminarla de esa forma. Volvió a dejar la mente en blanco mientras su hermano se acercaba a ella con una sonrisa zalamera en los labios. Tranquilidad. Firmeza y tranquilidad. —Mi querida hermana… Marek se detuvo delante de ella y Zahkar se apartó un poco y se puso a la derecha del trono, cruzándose de brazos como si fuese un guardaespaldas. Diane intentó reflejar la cara más impasible del mundo. No pensar. Sobre todo, no pensar en nada. —Estás tan hermosa como la luz de la luna. La voz de Marek sonó ronca, llena de una oscura sensualidad. Ella se atrincheró mentalmente para no ceder a esas oleadas de deseo, frutos del Poder de su hermano. Él la observó minuciosamente, como un gato observa a un ratón acorralado, y soltó un suspiro muy humano. —¿Qué voy a hacer contigo, Diane? Fui bueno y me comporté como un hermano mayor cariñoso, ¿y es así como me lo pagas? ¿Intentando escapar con esa perra protegida por nuestro padre? Podrías haber conseguido todo lo que quisieras. Te lo habría dado todo. Hasta habría intentado amarte tal y como eres, con esos estallidos de poder tan dañinos… —Tú no sabes lo que significa la palabra amor, Marek. Así que no la utilices —lo interrumpió ella con mucha tranquilidad. —Es cierto —convino él con una sonrisa—, pero estaba dispuesto a intentarlo porque tú valías la pena. Diane lo miró enarcando una ceja. —¿Piensas de verdad que voy a creer tus mentiras? Pierdes el tiempo. —Sí, resulta obvio que después de nuestra última charla, falta armonía entre nosotros dos. Pero de ahí a intentar escaparte… —Los ojos de Marek relampaguearon—. Eres mía, Diane. Mía y de nadie más, y me has hecho mucho daño. Si tuviera corazón, diría que me lo has roto. Ella entrecerró los ojos.

—¿Sabes?, tu discursito se parece mucho al de un maltratador humano. Me imagino que te encanta jugar a provocar esos instintos primarios en los humanos. Marek se rio suavemente. —No, eso se lo dejo a los demonios inferiores porque yo prefiero actuar. Sin embargo, no puedo levantar la mano contra ti porque eres muy capaz de defenderte —sonrió—. Supongo que tengo un pequeño problema contigo. Diane levantó la barbilla y se afrontaron con la mirada. —En fin… —suspiró Marek dándose la vuelta hacia la puerta de hierro. Ella seguía todos sus movimientos, más tensa que la cuerda de un arco. —Hermana, ¿sabes lo que es el principio de retroactividad? —le preguntó de repente. Ella dejó de fruncir el ceño cuando Marek le echó un vistazo por encima del hombro. —No, claro que no. Eres como un cachorro de león: débil y peligroso a la vez. Tienes que volver a aprender todo lo que olvidaste durante esos quince años de vida humana irreal. Qué desperdicio… —Marek se dio la vuelta y el bajo de su sotana se movió como una ola negra sobre el suelo—. El principio de retroactividad tiene mucho que ver con nuestros poderes y el equilibrio de la tierra. Resulta que, cuando utilizamos nuestra potencia, hay una consecuencia no siempre inmediata sobre la tierra. Esas consecuencias suelen ser desastres naturales que ponen en peligro la vida de muchas personas. Millones de personas en realidad… Diane hizo un esfuerzo tremendo para no preguntar nada, pero Marek leyó esa sutil curiosidad en su cara. —Tú, hermana mía, estás íntimamente vinculada a la tierra y a la naturaleza. Tienes la sangre de su Creador en ti y cada vez que explota tu Poder, se producen catástrofes naturales como terremotos, inundaciones, tsunamis, tormentas devastadoras… —¡Mientes! —se indignó ella—. No he utilizado mi Poder en quince años y han ocurrido catástrofes naturales durante todo ese tiempo. Marek se giró hacia ella y se inclinó un poco. —Tienes toda la razón. Sin embargo, tu Poder las vuelve más mortíferas. ¿Recuerdas tu pequeño estallido del piso de Sevilla? Pues bien, hace casi un mes hubo un terrible terremoto en una isla del Caribe que ha provocado muchas muertes. —Él la miró fijamente—. ¿No me crees? Ahí tienes algunas imágenes. —Diane se estremeció cuando las imágenes del terremoto desfilaron en su mente como si fuese un telediario—. ¿Ves? Pero lo más triste es saber que nuestro

pequeño… distanciamiento de la otra noche también tendrá consecuencias nefastas. Diane intentó que su rostro no reflejase el horror que sentía. —¿Te das cuenta, hermana? —Los dedos blancos de Marek rozaron uno de los pliegues de su vestido y ella contuvo la respiración—. No puedes utilizar tu Poder contra mí porque, de lo contrario, serás la responsable de la muerte de millones de personas. No hacía falta ser un genio para comprender que era una amenaza directa. —¡Eres tú! ¡Tú potencias las consecuencias de esos desastres! Marek esbozó una sonrisa siniestra y negó con la cabeza. —No, hermana. Todo eso es como la luna y las mareas. Cualquier cosa que hagas contra mí repercutirá en la tierra. La verdadera pregunta es: ¿estás dispuesta a arriesgar la vida de todos esos humanos para intentar librarte de mí? Él fue tan rápido como una serpiente y Diane no tuvo tiempo de reaccionar cuando se colocó detrás de ella y le agarró los dos hombros con sus manos, al mismo tiempo que pegaba su boca a su oído. —Tuviste la oportunidad de escapar, Diane, pero no volverás a tenerla nunca más. Serás mía y de nadie más —le susurró con voz sensual y terrible a la vez—. Dentro de seis días, cuando sea Luna llena, nos casaremos según el ritual Lamiae. Tomaré tu virginidad, beberé tu sangre y me convertirás en el ser más poderoso que jamás haya existido. Serás mi Perséfone y yo seré tu Hades. Dejaremos que la Oscuridad se apodere de la tierra y que los demonios esclavicen a los humanos y a ciertos vampiros. ¿No te parece glorioso? —Ella intentó apartarse y Marek la agarró con más fuerza—. ¡¡No te parece glorioso!! —insistió, casi gritando. Se apartó justo antes de que una chispa plateada, procedente de una repentina barrera protectora elevada alrededor de Diane, le quemara la cara. —Ya me esperaba este tipo de reacción incontrolada —comentó Marek, desechando una chispa en el aire con un movimiento de la mano—. No me dejas mucha opción, pequeña Luna. Voy a tener que emplear un método más contundente para convencerte. Dejó de mirarla y le dio la espalda. Entonces se oyó un suave tintineo y una niebla blanca apareció en la puerta y se difuminó por toda la estancia. Segundos más tarde, la Princesa de los Kashas hizo su aparición, posicionándose en el centro del círculo pintado. Iba vestida con un kimono rojo como la sangre y se veía más hermosa y siniestra que nunca. —Naoko.

Los ojos negros de Marek brillaron. La vampira se arrodilló de forma muy elegante y tocó uno de los símbolos del suelo, y desapareció al instante. —Nadie es inmune a mi Poder, hermana. Soy un dios y como tal todos tienen que obedecerme —empezó a decir Marek sin mirarla—. No me gusta que me oculten cosas o que intenten rebelarse contra mí. Tarde o temprano, cada acto tiene su consecuencia. Diane ocultó como pudo su angustia mientras su hermano se daba la vuelta lentamente hacia ella. —Hace quince años, te entregaron a una perra desgraciada que logró protegerte e hizo que tuvieras una vida normal. Tú siempre te has quejado de que esa humana nunca te ha dado muestras de afecto, pero, sin embargo, ha conseguido algo mucho más valioso para nuestro padre: apartarte de mí durante todo ese tiempo. No te has dado cuenta de lo afortunada que fuiste gracias a ella... Diane sintió que la bilis volvía a subirle por la garganta. —Pero yo no puedo dejar esa ofensa sin castigo —prosiguió Marek clavando su mirada en la suya—. He tenido que darle su merecido a esa perra. Resulta curioso ver cómo ha aguantado tanto dolor, pero, si te digo la verdad, no me sorprende mucho. Nuestro padre siempre ha tenido un buen ojo para los humanos y siempre se ha rodeado de perritos fieles y abnegados, tanto humanos como vampiros. Supongo que es su naturaleza de Elohim, que le permite ver las cualidades de esos despojos. Esa perra, en concreto, es muy resistente y su voluntad reside en su amor por ti. El corazón de Diane, que latía a gran velocidad, se disparó cuando se oyó un sonido típico de engranaje poniéndose en marcha y que procedía de debajo del gran círculo. Los símbolos se activaron y el círculo desapareció como si fuese una trampilla abriéndose. Ella no sabía a qué punto dirigir su mirada para no delatar su miedo. No debía pensar, pero ¿cómo no hacerlo cuando Marek había logrado secuestrar y torturar a…? —¿No hueles ese dulce aroma a sangre, Diane? —le preguntó su hermano, interrumpiendo su fugaz pensamiento—. ¿No te entran ganas de probarla? Más allá de Marek, ella vio cómo la plataforma redonda subía a la superficie ocupando el espacio trazado por el círculo. Después, su mente se quedó en blanco al ver el horrible espectáculo: atada por los pies y los brazos a una cruz en forma de equis, una mujer desnuda de pelo castaño, atrozmente mutilada por culpa de miles de pequeñas laceraciones, estaba agonizando. Su pelo lacio y

ensangrentado le tapaba la cara y la sangre que seguía brotando de sus heridas se deslizaba sobre sus piernas hasta llegar a unos cuencos de piedra, colocados allí para recoger ese preciado líquido. No estaba sola: a sus pies, agazapados como grandes felinos de ojos brillantes, estaban Hedvigis y Oseus, ambos vestidos con túnicas romana de color sangre y con cuchillos afilados en las manos. La joven vampira clavó su mirada oscura en la de Diane y se llevó el cuchillo manchado a los labios con deliberada provocación. La joven Princesa dejó de mirarla y se quedó observando la dantesca imagen de la mujer. Su cerebro parecía haberse congelado de nuevo. Dios. A pesar de todas las precauciones que tomaba, su pretendida tía Agnès había caído entre las manos de Marek y se estaba muriendo ante sus ojos. —Tuvo un descuido muy tonto —explicó el Príncipe de la Oscuridad acercándose a Diane—. Los Pretors mandaron a alguien para protegerla, pero ella se empeñó en buscarte por su cuenta. No podía aguantar haberle fallado al Príncipe de los Némesis… ¡Perra estúpida! Ella no quería mirar a Marek. Sentía el picor de las lágrimas en los ojos y el dolor apretaba su corazón en un puño de hierro, pero no podía moverse. Quería activar su Poder, fulminar para siempre a su perverso hermano y correr hacia la mujer que, al fin y al cabo, la había criado. Pero no podía hacer ningún movimiento. Estaba petrificada, congelada como una estatua de hielo. —Di… Diane… —consiguió murmurar Agnès, levantando la cabeza y abriendo el ojo menos hinchado por los golpes para mirarla. Diane abrió la boca como si fuese un pez que se hubiese quedado sin aire. Si empezaba a llorar ahora, no podría parar nunca. Suplicar a Marek no cambiaría nada. Agnès iba a morir. La luz de su vida se estaba apagando. —No… no le des nada. —Agnès hizo un esfuerzo para respirar y gotas de sangre asomaron a sus labios—. Tu… tu familia está… está orgullosa de ti. La cabeza de la mujer se fue hacia atrás por culpa de la tremenda bofetada propinada por Hedvigis. —¡Esta zorra tiene fuerzas suficientes como para soltar un discurso! — exclamó despectivamente la joven vampira. Instintivamente, Diane se inclinó hacia delante, como si fuese a lanzarse sobre ella, y sus ojos se volvieron brillantes. —Ojo por ojo, Augusta —recalcó la joven vampira mirando hacia la gata Hécate.

El lobo soltó un leve gruñido como si esas palabras le hubiesen molestado. —Hedvigis… —intervino Marek, plantándose delante de Diane y tapándole la vista. —Sí, mi Señor. —La vampira se inclinó, obedeciendo a una orden silenciosa. La mirada de Marek se encontró con la de su hermana y la mantuvo prisionera mientras la joven vampira le asestaba una puñalada a Agnès en el costado para sacar sangre más fresca. Pero Diane oyó perfectamente su quejido de dolor. —¡¡Para ya!! —le gritó a Marek sin poder contenerse. —Solo es sufrimiento humano, Diane. A veces, hay que ser un poco exigente con la comida. —Marek volvió a sonreír—. ¿Te apetece beber su sangre antes de que se enfríe? ¿Quieres probar ese delicioso néctar? De pronto, Oseus apareció arrodillado ante Marek, tendiéndole el cuenco con la sangre de la mujer. —Hummm… Huele divinamente. —El Príncipe de la Oscuridad cogió el cuenco y se acercó peligrosamente a Diane—. Pruébalo, hermana… —¡¡Nooo!! —gritó ella horrorizada, cerrando los ojos y tratando de apartarse todo lo que podía. Marek soltó una gran carcajada. —Claro que no. No te gusta la sangre humana, ¿verdad? —Él mojó sus labios en la sangre y devolvió el cuenco a Oseus, ordenándole mentalmente que se la bebiera. Il Divus se dio la vuelta y miró a sus Generales. —Tenéis hambre, ¿no? Por favor, servíos sin miedo. Naoko y Oseus desaparecieron y volvieron a aparecer en la plataforma, avanzando hacia Agnès como lobos salvajes; pero Zahkar no se movió. —¡¡Nooo!! —Diane ahogó un sollozo y estuvo a punto de arrodillarse a los pies de su hermano—. ¡Déjala morir tranquilamente, sin más sufrimiento! —Su destino no te incumbe, hermana. Estábamos hablando de tu problema alimenticio. No te gusta la sangre humana, pero… —Marek agarró el brazo desnudo y blanco de Zahkar y le hizo un corte con sus uñas en la muñeca. Unas perlas rojas se extendieron a lo largo del corte—, ¿y la sangre vampírica? ¿Qué me dices de la sangre de un vampiro, un vampiro antiguo? Diane exhaló cuando el olor de la sangre del vampiro invadió su cerebro y comprimió su pecho como si acabara de recibir un golpe. Era un olor dulce y potente, y a ella le pareció que su garganta estaba muy seca de repente. Cuando

tuvo la tentación de humedecerse los labios con la lengua, consiguió apartar el brazo de Zahkar, asqueada de nuevo por esa necesidad de beber sangre. —Hermana, no debes sentir repulsión por este acto. Es muy natural. —Marek se rio y se llevó la muñeca de su esbirro a la boca. Pasó su lengua sobre la herida para sellarla y, después, se quedó mirándolo a los ojos durante un segundo sin sonreír—. Eres un ser híbrido, Diane —dijo, volviendo a mirarla—, y, tarde o temprano, tendrás que alimentarte de sangre vampírica. —¡Jamás! ¡Jamás beberé sangre! —gritó ella, sintiendo que estaba llegando al límite y que iba a desmoronarse. Para Marek fue como una señal. Le faltaba muy poco para doblegarse totalmente. —Oh, sí, lo harás. Tu cuerpo lo necesita. La agarró de las muñecas y tiró de ella. Diane se encontró de rodillas frente a él y no tuvo más remedio que levantar la cabeza para poder mirarlo. Tanta violencia y maldad, combinadas con ese olor devastador metido en su nariz, la habían llevado al borde del precipicio de tal forma que su defensa personal no estaba actuando. No. No era lo suficientemente fuerte como para plantarle cara. Le estaba arrebatando su humanidad a golpe de sadismo. Oía de fondo cómo las tres sanguijuelas bajo sus órdenes estaban succionando lo que quedaba de la vida de Agnès con ruidos espantosos. No, no quería llorar ante él. No quería suplicarle que acabara de una vez con eso. No quería humillarse y perderse para siempre. No quería que la Oscuridad ganara. A veces había que sacrificar una vida por el bien de todos. Eso era lo correcto. Sin embargo, las lágrimas abnegaban sus ojos y tenía un nudo en la garganta al recordar momentos de su infancia en el piso de París. Esa mujer no era una desconocida. Esa mujer la había criado, había cuidado de ella. Se había sacrificado para cumplir el deseo de su padre. —¡Por favor, Marek! ¡Pon fin a su sufrimiento! —Las palabras brotaron de su garganta, desgarradoras. Durante un eterno minuto, su hermano la observó detenidamente, sin compasión. —Es solo una perra humana, Diane —recalcó fríamente, inclinándose hacia ella sin soltarle las muñecas—. Una humana que se atrevió a desafiar a un Dios. —Por favor, por favor… —sollozó ella, luchando con todas sus fuerzas para no derramar ninguna lágrima; pero sentía que estaba a punto de perder esa

batalla. Marek sonrió sin piedad. Miró de reojo a sus Generales y estos dejaron de chupar la sangre de la humana, que aún seguía con un hilo de vida. —Mi querida hermana… Tiró de ella para levantarla, colocándose detrás para pegar su cuerpo fuerte y frío al suyo y la encerró entre sus brazos, como una serpiente encierra a su presa para ahogarla. Sí, era el momento perfecto para ahogar definitivamente a la pobrecita. —Diane… —le susurró al oído, restregando su boca contra su mejilla y saboreando de antemano el perfume embriagador de su sangre divina—. Hazlo tú misma. Mátala tú misma. Si tanto la quieres y si deseas poner fin a su sufrimiento, acaba con su vida. Eres el Principio y el Fin: puedes dar la vida o quitarla. Entonces, termina con ella. Mátala. ¡Mátala! —¡No! ¡No! —gritó ella, debatiéndose para escapar del abrazo de Marek, pero él la tenía bien atrapada. —¿No te da pena? —siguió diciendo él—. Está sufriendo muchísimo, pero tiene tanta voluntad que podría agonizar durante muchas más horas. ¿Es un espectáculo que te agrada, hermana? ¿Prefieres que siga sufriendo por ti? —No, no, nooo… —Diane bajó la cabeza y cerró los ojos para no ver nada. Marek suspiró. —Bueno, pues que mis Generales sigan disfrutando de su cena… —¡No! —volvió a gritar ella, levantando la cabeza de golpe. En ese momento, Agnès hizo un último esfuerzo: ladeó la cabeza con dificultad y volvió a mirar a Diane. Su mirada se clavó en la suya con fuerza. Deja que me vaya. Haz que me vaya… Diane dejó de forcejear y se quedó paralizada. Oía la voz de Agnès en su cabeza, pero no podía hacer lo que ella le pedía. Era demasiado horrible. ¿Cómo podría matarla? Ella no era una asesina. Déjame descansar en paz, Diane. Dame la paz. Ella tuvo la impresión de que su corazón dejaba de latir y se marchitaba en su pecho al igual que la piedra usada tras varios siglos de existencia. Así que eso era ser el Santo Grial: terminar con la vida de inocentes porque era la actitud más caritativa en ese momento. Tenía que acabar con la vida de esa mujer. No tenía elección. Parpadeó para alejar las lágrimas y se concentró en reunir todo su Poder. Sintió cómo el calor quemaba su pecho y se extendía por sus venas. Marek la

soltó cuando no pudo aguantar la quemadura por el contacto, pero ella no se dio cuenta. Cerró los ojos y entró en la mente y el cuerpo de su tía adoptiva. Recorrió todo el entramado de huesos, venas y músculos hasta llegar al corazón. Entonces abrió lentamente los ojos y dio una sola orden. Descansa en paz. Fue como darle al interruptor. El corazón de Agnès dejó de latir y, tras una última mirada a Diane, se murió con una sonrisa en los labios. La risa diabólica de Marek reverberó por toda la estancia mientras ella bajaba la mirada hacia el suelo. Se sentía como un edificio agrietado al que le faltaba muy poco para destruirse por completo. —¿Ves, hermana? No es tan difícil quitarle la vida a alguien —dijo Marek plantándose delante de ella, pero Diane no levantó la vista del suelo. Durante un minuto, Marek se quedó sin decir nada y estudió su rostro pálido y su expresión de absoluta tristeza con un placer infinito, como si ya la tuviera desnuda y debajo de él, gritando de dolor. —¿Qué se siente al quitarle la vida a un despojo humano? —murmuró, inclinándose hacia ella—. ¿Te sientes Todopoderosa, pequeña Luna? Diane alzó la mirada y lo miró con una mezcla de horror y de odio. Sus ojos empezaron a brillar con destellos plateados. El Príncipe de la Oscuridad esbozó una lenta sonrisa, deseoso de hurgar en la herida. —Niña mala, ¿a mí también me vas a matar así? —murmuró con perfidia. La mirada de la Princesa cambió y su expresión se volvió dolorosa. Miró a su alrededor como si no supiera dónde se encontraba y se topó con el cuerpo sin vida de Agnès, todavía atado a la cruz. En ese momento, su mirada se tornó vacía y una lágrima, perfecta y solitaria, se deslizó por su mejilla. Diane se tambaleó y cayó de rodillas en el suelo, sin darse cuenta del movimiento que hizo Zahkar para amortiguar su caída, pero que no fue necesario. Las lágrimas reprimidas brotaron de sus ojos y empezó a llorar en silencio. Le daba igual humillarse ante Marek y sus esbirros, o que Naoko y Hedvigis la mirasen con sonrisas sádicas y complacidas. Le dolía el corazón. Le dolía el alma por lo que había tenido que hacer. —Hermana —Marek avanzó la mano para tocarle la mejilla, pero un destello plateado lo bloqueó. Forcejeó con la energía de Diane y consiguió aplacarla temporalmente—, esto solo ha sido una pequeña prueba. Ahora viene lo más importante…

Esas palabras amenazadoras consiguieron hacerla reaccionar; eso y las manos frías de Marek en sus mejillas, secándole las lágrimas casi con ternura. Levantó la mirada hacia su rostro. El Príncipe de la Oscuridad la miraba con un brillo ganador en los ojos y con una sonrisa lobuna que no presagiaba nada bueno. Esa sonrisa escondía algo. Algo que, sin duda, sería el doble de doloroso para ella. —Ya veo que empiezas a conocerme bien, hermana —comentó él, leyéndole el pensamiento—. La fiesta solo acaba de empezar. Tengo un regalo para ti, un regalo que depende de tu buena voluntad. —Marek cogió su cabeza entre sus manos y se inclinó—. Lee en mí… Diane abrió mucho los ojos y obedeció sin pensar. Entró en la mente de su hermano y llegó hasta lo que él quería enseñarle: vio la puerta de una de las habitaciones abrirse ante ella y pasó el umbral como si estuviera grabándolo todo con una cámara. La habitación era sencilla y, al fondo, había una enorme cama con dosel y cortinas de terciopelo azul, muy al estilo de su propia habitación. Se fue acercando mentalmente a la cama y vio que había una joven de pelo rubio acostada en ella. Tenía los ojos cerrados y parecía sacada del cuento de la Bella Durmiente porque vestía con un traje medieval blanco y… El corazón de Diane dio un golpe en su pecho y ella jadeó cuando salió repentinamente de la mente de Marek. —¡¡Nooo!! —gritó horrorizada, echando la cabeza hacia atrás. Gaëlle. Su amiga francesa de la infancia. Ella también había caído en las manos de ese ser depravado que tenía como hermanastro. Marek se rio y la agarró de la nuca. —¿No te gusta mi regalo de boda, hermana? Si te portas bien conmigo, no le pasará nada a tu amiga humana. De lo contrario, la convertiré en mi puta antes de entregarla a mis Generales y a los demonios. ¿Queda claro? —¡Por favor, no le hagas daño! Él sonrió y le acarició las mejillas. Diane contuvo una arcada. —Me obedecerás en todo, pequeña Luna —murmuró levantándole la barbilla con una mano—. Te ofrecerás a mí gustosamente y dejarás que beba tu sangre, entregándote por propia voluntad. Si haces todo esto, no le haré daño a esa humana. ¿He sido lo suficientemente claro? Marek tiró de Diane y casi pegó su rostro al suyo. —¡¡He sido lo suficientemente claro!! —volvió a decir, casi gritando.

Ella cerró los ojos y ladeó la cabeza, prisionera de la mano de Marek. No dijo nada, pero las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas. Lágrimas desesperadas de rendición. Sabía que no podía hacer nada, si no la vida de Gaëlle se convertiría en un infierno infinitamente peor que el que le había tocado vivir a Agnès. No en vano Marek había logrado vencer al Príncipe de los Némesis. Era el ser más vicioso que existía. —Yo siempre gano, hermana —reiteró él acariciándole el pelo con sus manos asesinas—. Soy un Dios, Il Divus. El Dios de la Oscuridad. Marek levantó el rostro de Diane hacia él sin contemplaciones. —Ahora bésame, amada mía —se burló con una sonrisa siniestra—. Bésame… Ella se resistió, pero Marek le mandó una oleada más fuerte de poder oscuro para paralizarla. Su boca cayó sobre la suya y cuando su lengua se abrió paso entre sus labios, ella luchó por respirar. Era una sensación horrible, como un avance de lo que iba a ocurrir con su cuerpo. La esencia de Marek estaba invadiendo todo su ser. Justo en el momento en el que iba a capitular y desmoronarse por completo, sintió la presencia de Zahkar detrás de ella. —Amo —dijo solamente el vampiro. Marek dejó de besarla y lo miró por encima de su cabeza. Luego se rio. —Sí, tienes razón. Ya es suficiente por hoy. Zahkar, acompaña a la Princesa a su habitación, tiene que descansar. Vosotros —interpeló a sus Generales—, deshaceos del cadáver de esta humana. Hedvigis y Oseus asintieron y cuando se oyó de nuevo el clic del mecanismo de la plataforma, Diane cerró los ojos para no ver el cuerpo sin vida de Agnès desaparecer por debajo del suelo. Sus lágrimas caían sin parar sobre sus mejillas. —Así me gustas más, hermana. Obediente… —En un movimiento rápido, Marek apretó su barbilla con una mano sin ninguna ternura—. No olvides que tienes que obedecerme en todo —susurró en tono malévolo contra su boca. La soltó repentinamente y le dio la espalda. Zahkar aprovechó para cogerla disimuladamente del codo para que empezara a andar hacia fuera. Ella bajó la cabeza, vencida por la maldad, y se puso a caminar como si fuese un autómata, seguida por el esbirro de su hermano convertido en su sombra. Marek sonrió complacido. ¡Al fin! ¡Al fin su hermana, la Doncella de la Sangre, se había convertido en su esclava! Quedaba muy poco tiempo para poder

destruir al Senado y saldar su deuda con Lucifer. Ya podía saborear su victoria y los sufrimientos que les iba a infligir a todos… Le lanzó una mirada torva a Naoko, que no se había ido como los demás. —¿Qué quieres? La vampira lo miró en silencio, alisando la parte baja de su kimono con las manos. —¿Siempre haces lo que tu perro egipcio te dicta? —preguntó esbozando una lenta sonrisa. Marek le devolvió la sonrisa. —Ten cuidado con lo que dices. Podrías pagarlo muy caro… —Tu perro tiene una forma muy extraña de tratar a la Princesa. Con casi ternura. Una actitud un tanto sospechosa, diría yo. En un segundo, él apareció ante la vampira y la cogió del cuello con mucha violencia. Naoko siguió sonriendo. —Tú eres una zorra a la que le gusta mucho que la golpeen, y él no es como tú. Pero tengo mucha más confianza en él que en ti. A ti te arrancaría la cabeza sin pensármelo dos veces; después de usarte, claro. La empujó contra la pared y le arrancó la parte alta del kimono. —Si buscabas esto, lo has conseguido. Estoy furioso y voy a tener que castigarte con una buena paliza. Naoko se rio, para nada asustada. Marek la cogió del pelo e inclinó su cabeza con brutalidad. —No vuelvas a hablar mal de Zahkar en mi presencia, perra —le ordenó con voz furiosa. La agarró por la nuca y el hombro y le plantó sus colmillos crecidos hasta el hueso. En vez de gritar de dolor, Naoko gimió como si estuviera presa del éxtasis más delicioso mientras el Príncipe de la Oscuridad chupaba con avidez su sangre milenaria. La puerta de la habitación de Diane se abrió sola cuando Zahkar y ella llegaron ante ella. La Princesa se quedó sin entrar, llorando en silencio y con la mirada vacía. El vampiro, detenido detrás de ella, la observó con tristeza y dudó en irse. Quería… No sabía lo que quería. Llevaba siglos sin sentir ninguna emoción y nunca había experimentado tal deseo de consolar a alguien como en ese momento. Era peligroso para los dos. Algunos de los Generales podían darse cuenta.

—Déjame y vete… —musitó Diane al captar su pensamiento gracias a ese extraño y fuerte vínculo que habían creado. Zahkar esperó a que ella entrara en la habitación y que la puerta se cerrara para marcharse. Una vez dentro, Diane se dirigió hacia el fuego encendido de la chimenea y se quedó de pie frente a él, sin verlo. Entonces, la imagen de la tortura de Agnès volvió a cruzar su mente y ella no pudo aguantar más. Se desplomó sobre la alfombra y escondió su cabeza entre sus brazos, tras quitarse la diadema que le molestaba. Lloró sin parar. El dolor y el sufrimiento la golpeaban sin tregua, sofocándola y cortándole la respiración. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin cesar. Perdió la noción del tiempo. No supo cuánto tiempo se quedó tumbada bocabajo sobre la alfombra, llorando amargamente. Al principio, sintió como un leve soplo de aire sobre su cabeza. Luego fue un tenue roce sobre su pelo. Finalmente, reconoció el peso de una mano deslizándose entre los mechones sueltos de su peinado. No llores. Ahora podré descansar. Diane levantó la cabeza de golpe cuando oyó la voz de Agnès en su oído. Se quedó asombrada ante lo que veía: su tía estaba de pie ante ella, vestida con una túnica blanca y con el rostro y el cuerpo intactos. Se incorporó lentamente y se quedó de rodillas mirándola. Con una certeza increíble supo el porqué de su presencia: la mujer que la había criado venía a despedirse de ella. —Lo siento. Has sufrido mucho por mi culpa —murmuró Diane, muy afligida. Agnès sonrió con ternura y para ella fue toda una relevación porque nunca la había visto sonreír de esa forma. No debes culparte de nada. Yo elegí ayudar a tu padre y le prometí cuidar de ti porque él hizo lo mismo con mi verdadera familia. Fue mi elección y no lamento nada. El alma de Agnès se acercó a Diane y volvió a acariciarle el pelo. No he sido una tía muy cariñosa, pero quiero que sepas que te he querido más que a mi propia hija. Tienes que ser fuerte, Diane. No te vengas abajo. Lucha. Lucha por todos nosotros. —No puedo. No puedo —sollozó ella, meneando la cabeza. Eres nuestra Esperanza. Nuestra única esperanza… —¡Espera! —Diane levantó una mano para retener el alma de Agnès algunos segundos más.

La mujer que la había criado siguió sonriendo y se alejó hasta que su imagen desapareció por completo en un halo de luz brillante. Había cruzado la barrera de los mundos y ahora iba a poder descansar en paz para siempre. Diane escondió su rostro entre sus manos y volvió a sollozar. Estaba más sola y perdida que nunca, a merced de la maldad, la depravación y la violencia más absolutas. Tenía miedo y sentía asco por lo que había tenido que hacer. Y lo peor era que sabía muy bien que todo eso, como le había dicho Marek, era solo el principio. ¿Hasta qué profundidad del infierno iba a tener que caer? —No puedo. No puedo volver a matar a un inocente. No puedo volver a utilizar mi Poder de esta forma. Ay… Dios… La angustia y la locura se apoderaron de ella. —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Golpeó la alfombra con sus puños, gritando y llorando al mismo tiempo. —¿Por qué tengo que matar inocentes? ¿Por qué Dios me ha dejado vivir? ¿Por qué no salva a los humanos? Ese es tu destino y esa es tu tarea. Diane apretó los puños y miró con odio al ángel Harael, de pie ante ella y vestido con su largo abrigo azul oscuro. Sí, en ese momento lo odiaba. Odiaba todo lo relacionado con lo divino. —¡No necesito que vengas a burlarte de mí! ¡Necesito que me ayudes! El ángel le dedicó una mirada llena de pena. No puedo ayudarte, solo guiarte con mis consejos. Ya te he dicho que estás por encima de todos nosotros. —¡Sí, ya! ¿Y de qué me sirve? ¡No quiero ser el Santo Grial si debo matar inocentes! ¡No quiero! Una ola de pura desesperación la sacudió y agarró la alfombra con las dos manos. —No quiero. No quiero. No quiero… —sollozó con la cabeza agachada. Había caído al precipicio que amenazaba su alma. Se había hundido hasta el fondo del mar oscuro de la desesperación. Una mano volvió a posarse sobre su cabeza y a acariciar con ternura su pelo rebelde. El ángel se había arrodillado a su lado e inclinaba grácilmente la cabeza hacia ella. —¿A eso te referías cuando hablabas de sacrificio? —musitó Diane sin levantar la cabeza—. Si Dios quiere que me sacrifique por los demás, lo haré, pero no quiero volver a matar a un inocente.

Esa no es la solución. Encontrarás el camino en su debido momento. Ella levantó la cabeza y lo miró, con los ojos y las mejillas llenos de lágrimas. —Ese ser depravado dijo que mi Poder tenía consecuencias sobre los cataclismos naturales de la tierra. ¿Es eso cierto? No del todo. Tu Poder actúa sobre el equilibrio y por eso te incumbe a ti restablecerlo. El ángel levantó las manos y enmarcó su rostro con ellas. —Siendo el guía espiritual de tu familia, yo te enseñaré a utilizar correctamente todo tu Poder para que salga de ti en el momento adecuado. Diane lo miró en silencio durante un minuto. —Tendré que presenciar cosas mucho más horribles, ¿verdad? —preguntó finalmente pensando en Gaëlle. El ángel no contestó y su rostro encantador se tiñó de una gran tristeza. Entonces, la emoción y el dolor volvieron a sofocar a Diane y no pudo reprimir su llanto desesperado. Sin darse cuenta de lo que hacía, se recostó contra el ángel y dejó que él la consolara con su presencia y sus caricias tiernas mientras se dibujaban en su mente el rostro y los ojos hermosos del vampiro al que quería y que no volvería a ver nunca más.

Capítulo veintiuno —¿ Cómo sigue? Gabriel cerró la puerta con delicadeza, dejando a Eneke y a Mariska a solas, y se quedó mirando a Kamden MacKenzie, detenido en el pasillo. Había sido toda una sorpresa darse cuenta de que el cazavampiros era mucho menos insensible y orgulloso de lo que aparentaba. Se preocupaba de verdad por Mariska, una vampira; cosa que llamaba mucho la atención. Sin embargo, las noticias no eran buenas. Era ya casi de noche y Gabriel se había pasado todo el día encerrado con ella en esa sala medicalizada, intentando curarla y hacerle recobrar el conocimiento. No había funcionado y no tenía garantías de que Mariska pudiese despertarse algún día. Y eso destruiría definitivamente la poca cordura que le quedaba a Eneke… —Me temo que no hay solución —reconoció el vampiro-médico con franqueza—. Soy un experto en tema de venenos o de hechizos demoníacos, pero ese tipo de herida es muy particular y la reacción en el metabolismo de un vampiro siempre es impredecible. —¿No podéis utilizar vuestros… trucos como ya hicisteis con Mike? —Nuestros poderes no son suficientes con ella. Solo un Pura Sangre podría hacer algo. Kamden frunció el ceño. —¿Por qué no lo intenta el padre de la princesa, o incluso Alleyne? Ese chaval es más fuerte de lo que parece. Gabriel reprimió una sonrisa porque el momento no se prestaba a cosas divertidas. No obstante, le parecía un poco gracioso que el humano llamara espontáneamente «chaval» a Alleyne cuando este tenía más de ciento cincuenta años. Bueno, en el mundo vampírico era bastante joven; pero el «chaval» se estaba convirtiendo en un extraño vampiro muy difícil de encasillar. —El Poder de Alleyne es demasiado inestable de momento —contestó finalmente—. En cuanto al Príncipe de los Némesis, su aura ha vuelto a desaparecer completamente como hace veinte años. Podría estar aunando fuerzas para ayudarnos o podría haberlas agotado. No hay forma de saberlo.

—¡Menuda mierda! Nos habría venido bien una ayuda extra. Gabriel esbozó una leve sonrisa. —No se preocupe, agente MacKenzie. El Príncipe de los Némesis no nos dejará caer: tarde o temprano, volverá a ayudarnos. El Custodio enarcó una ceja. Parecía que el médico estuviese hablando del Mesías en persona, y era una actitud generalizada entre los vampiros cuando se referían a ese vampiro en concreto. Había podido comprobar en persona de lo que era capaz, pero no podían contar verdaderamente con su ayuda debido a sus apariciones y desapariciones en los momentos clave. Por eso no entendía muy bien esa confianza ciega. Kamden se encogió mentalmente de hombros. ¿Qué sabía él de las relaciones más que complicadas entre todos esos vampiros? Ya era lo suficientemente vergonzoso admitir que necesitaba a uno de ellos para hacer bien su trabajo. ¡Cómo cambiaban las cosas! Hacía poco se habría arrancado la lengua antes de reconocerlo. —Vaya, menuda mierda en general —suspiró—. La situación vuelve a estar parada y no nos conviene… —Hay que confiar en que Gawain vuelva con una solución. —Ya. El problema es que no soy muy paciente y vuestro Senado no parece querer mover ficha. Gabriel guardó silencio porque no podía estar más de acuerdo con el humano. El Senado se tomaba las cosas con mucha tranquilidad. Kamden reprimió una mueca de disgusto al ver que tenía razón. La temprana reunión de esa misma mañana, después de dejar a la vampira herida a los cuidados del médico, no había aportado ninguna solución. A pesar del impresionante despliegue de poderes del joven Alleyne, no tenían forma alguna de entrar en ese puñetero castillo. Todo el mundo había descartado, por supuesto, obedecer la orden de la Princesa y dejarla allí dentro, por lo que los Metamorphosis habían decidido transformarse en animales para ir a vigilar el perímetro del castillo, a pesar de que este había vuelto a desaparecer. El tal Valean no tenía intención de quedarse allí tranquilito mientras que su Señora seguía prisionera. Le parecía loable esa lealtad indefectible porque le hacía pensar en el espíritu caballeresco de la Edad Media; espíritu del que carecía por completo. Era demasiado rebelde como para plegarse a la voluntad de otra persona sin más. En ese punto, Gawain decidió que era el momento de reunirse con su jefe directo, el Pretor, para explicar la complicada situación y ver si tenía posibilidad

de obtener una solución concreta. Llamó de nuevo al vampiro moreno antipático y desapareció con Vesper, dejando a su hijo, al guerrero sin pelo y a otros vampiros de la familia Némesis entrenándose en una sala especial cerrada a cal y canto. Kamden no tenía motivos para meter las narices donde no debía, mientras que lograsen llegar a algo concreto todos juntos. Él mismo había optado por el entrenamiento de sus agentes en otra sala después de informar debidamente a su hermano del problema surgido durante el intento de rescate. Ahora solo le quedaba esperar nuevas instrucciones del Consejo —dado que la misión se había vuelto más que oficial por el expreso consentimiento de la vicepresidenta Larsson—, si las había. Sin embargo, no pensaba quedarse de brazos cruzados y perder un tiempo valioso: esa misma noche iba a volver a mandar a sus agentes patrullar por la zona por si las moscas. A veces, había que forzar un poco la suerte para obtener algo. De repente, se dio cuenta de que Gabriel observaba detenidamente la puerta cerrada de la sala medicalizada. Su rostro permanecía igual de encantador y sereno, pero había cierta tristeza en su mirada. Claro, el problema no solo residía en las heridas de la vampira sino también en el dolor de su compañera. —Esto… —Kamden carraspeó, incómodo—, ¿cómo…?, ¿cómo está Eneke? Gabriel desvió la mirada hacia él. —Llevan más de setenta años juntas, cuidando la una de la otra… —La mirada del vampiro se volvió muy seria—. El amor es universal y no entiende de raza, religión o sexo; incluso en nuestra Sociedad. Puede parecerle extraño, agente MacKenzie, pero en temas del corazón los vampiros sufren igual o más que los humanos. Fuimos condenados por culpa del amor… El vampiro-médico esbozó una leve sonrisa y se acercó a él. —De todos modos, gracias por preguntar —dijo, tocándole el hombro. Kamden se quedó completamente estupefacto por ese gesto. Estaba acostumbrado a lidiar con bestias sedientas de sangre, no con seres hermosos y simpáticos que actuaban casi con cariño. —¿Seguro que eres un vampiro? —no pudo evitar preguntar. Gabriel sonrió aún más, pero dejó de tocarlo. —Yo diría que sí. No tuve mucha elección al respecto, pero eso es lo que soy. —Sí, conozco tu historia —asintió el Custodio— y es para que dejen de ocurrir ese tipo de cosas que tenemos que… El pitido de una llamada a su móvil lo interrumpió.

—¿Sí? —preguntó después de comprobar que era un número interno. —Jefe, ven al centro de mando rápidamente —contestó Eitan—. Tienes una llamada codificada de tu hermano. Kamden frunció el ceño. Una «llamada codificada» era cuando Less se comunicaba exclusivamente en gaélico con él para notificarle algo muy importante. —Vale, voy para allá. —Parece que hay novedades después de todo ‒comentó el vampiro antes de que colgara. —Sí. Espero que sean buenas —recalcó él sin dejar de fruncir el ceño—. Me tengo que ir. Hasta luego. —Hasta luego, agente MacKenzie. Tras echarle un último vistazo, Kamden recorrió rápidamente el largo pasillo. Se paró ante el vampiro rubio del puesto de control para identificarse y llegó a toda prisa a la sala del centro de mando. Tenía la sensación de que la decisión del Consejo no le iba a gustar mucho. Mientras la puerta metálica se abría, tras el reconocimiento de su huella dactilar, se preparó mentalmente para afrontar las novedades. —Tecla cinco del móvil —le indicó Eitan con la atención fija en las diversas pantallas y sin darse la vuelta—. La línea es segura. Kamden enarcó una ceja y pulsó la tecla indicada. —Less, ¿qué pasa? —preguntó en gaélico, iniciando así la «conversación codificada» con su hermano. —Nada bueno me temo… —Less soltó un sentido suspiro—. Tengo una orden directa para ti. —¿De quién? ¿De Lady Ice? —Sí, de la vicepresidenta Larsson. Tienes que reunirte con un agente en un hotel de Vilnius mañana por la noche. Kamden tensó la mandíbula. —¿Para qué? ¿Qué coño está pasando en la Liga, Less? Me parece muy extraño que Lady Ice acepte tan fácilmente que sigamos colaborando con los vampiros después del rescate fallido. Su hermano volvió a suspirar. —Aquí están pasando cosas mucho más raras que eso. ¿Te acuerdas del cura con cara de loco? Pues ha desaparecido sin más, se ha esfumado en el aire. Nadie lo encuentra. Y hay más: han llegado varios agentes desconocidos con un

físico muy similar; todos rubios y blancuchos de piel, y tan alegres como el mármol. —No sabía que Lady Ice tuviera familia en los alrededores… —ironizó Kamden. —No, no son sus primos. —La voz de Less sonó más divertida que antes—. Se parecen más bien al agente Ariel, ese «capullo engreído» como diría Angasti. —Vaya. ¡Peor todavía! —Parecen hormiguitas afanosas y, con el pretexto de buscar al padre Colonna, están por todas partes recopilando datos y cosas sobre el funcionamiento interno. Una incipiente preocupación se apoderó de Kamden. —¿Pertenecen a la O.V.O.M.? —No queda muy claro, pero estoy convencido de que sí. —Oye, Less, ándate con cuidado. —No te preocupes, Kam. El que debe tener más cuidado eres tú. Larsson parece decidida a recuperar a la princesa a toda costa, y no sé si es en beneficio de la Liga o si tiene algún convenio con la O.V.O.M. Está utilizando el argumento de que estáis pisando terreno demoníaco y de que no es nuestro campo sino el del Vaticano, y las interferencias con los curas y los cazadores de demonios pueden ir en aumento. —¡Esos payasos no me van a joder la misión! —espetó Kamden con desdén —. ¡Me importan una mierda Larsson y la O.V.O.M! Encontraremos una forma de sacar a esa chica de allí sin ellos porque, a pesar de todos esos poderes que utiliza de vez en cuando, sigue siendo una pobre muchacha de veinte años en manos de un vampiro tarado y lunático. —Kamden, no —lo interrumpió Less—. No puedes desobedecer una orden directa de la vicepresidenta e ir en contra del reglamento interno. De lo contrario, tendría que destituirte fulminantemente. Tenemos que seguir actuando dentro de esta legalidad como si nada. —Kamden oyó que su hermano se recostaba en el sillón de cuero de su despacho—. Escucha, tienes que reunirte mañana a las 20 horas, en el hotel Europa Royale, con la agente Scully. Habitación… Kamden dejó de escuchar lo que decía su hermano porque el nombre de la agente le hizo el efecto de una bomba en su oído. —Less, espera. ¿He oído bien? ¿Has dicho la agente Scully? ¿Selvana Scully? —Así es. Selvana Scully.

Kamden soltó un bufido. —Es una puñetera broma, ¿verdad? Primero, no es su sector; y segundo, nadie o casi nadie la ha visto en persona. —Bueno, yo la vi de refilón una vez. Tendrá unos veinticinco años y es pelirroja… —Sí, ya, ya. Esa es la versión oficial, pero nadie es capaz de describir su cara. —Kamden soltó una maldición, exasperado—. ¿Para qué coño quiere que me reúna con ella en la capital de Lituania? —La agente Scully está encargada de ofrecerte «apoyo», y no me preguntes qué tipo de apoyo porque podría tratarse de cualquier cosa: agentes de otros sectores, refuerzo logístico, armas… No tengo más detalles. —¡Genial! ¡Una forma muy sutil de controlarnos a mí y a mi equipo! ¿Qué se cree Larsson? ¿Que soy tan tonto que no me doy cuenta? Ya sabía yo que ese rápido consentimiento ocultaba algo. —Kamden, escúchame atentamente —la voz de Less se volvió mortalmente seria—: no hagas ninguna tontería que te pueda perjudicar y ten mucho cuidado con la agente Scully. Nadie es capaz de describirla, pero todo el mundo conoce un detalle muy importante sobre su forma de actuar: siempre cumple las misiones encargadas directamente por Larsson, incluso las que no aparecen por ninguna parte. El Custodio frunció el ceño. —¿Qué insinúas? ¿Que Scully, a veces, se encarga del trabajo sucio? —Sí, algo así. Y al parecer es muy buena. Kamden esbozó su sonrisa torcida, a pesar de que su hermano no podía verla. —Te preocupas por nada, Less. ¿Tengo que recordarte que estoy rodeado de vampiros muy poderosos que utilizan trucos mágicos y que, de momento, sigo vivo? ¡No es una muchachita pelirroja la que conseguirá acabar conmigo, te lo aseguro! —¡Ay! Veo que sigues igual de humilde, jefe MacKenzie —se burló Less con cariño—. Vale, volvamos al tema importante: te mando inmediatamente por correo protegido todos los detalles de tu cita de mañana. Cuando salgas de ahí me vuelves a llamar por esta línea, ¿entendido? —Sin problema. Less suspiró por tercera vez, lleno de aprensión. —Hermano, ten mucho cuidado. —¡Vale ya, Less! No le quitaré ojo a la agente Scully. Te lo prometo. Less soltó una risita tensa antes de colgar.

—¿Todo va bien, jefe? —decidió preguntarle Eitan al ver su cara de mala leche y por cómo apretaba el móvil con la mano. El aludido tensó la mandíbula con una mirada peligrosa. —A mí ninguna pelirrojita lameculos me va a tocar las pelotas —refunfuñó en inglés, cabreado por la situación. Zecklion enarcó una ceja, se encogió de hombros y prefirió volver a la vigilancia de las pantallas. Empezaba a conocer muy bien a MacKenzie y sabía que cuando tenía esa cara de perro, era mejor no preguntarle nada. * * * Kamden comprobó rápidamente su Colt plateado antes de bajarse del coche prestado por los vampiros, el último BMW en color negro. Quedaba patente que, al igual que los miembros de la Liga de los Custodios, ellos tampoco tenían problemas de liquidez… Se bajó del coche y se tapó un poco más el cuello con las solapas de su abrigo largo y negro de corte impecable. Las temperaturas eran muy bajas debido a la reciente nevada y tenía que ir andando dado que el hotel se encontraba en pleno casco antiguo. Como era un hotel de lujo, se había tenido que vestir como si fuese un ejecutivo, o su hermano; cosa que no le hacía ninguna gracia. Pero era necesario pasar desapercibido, así que tendría que aguantarse. Echó a andar hacia el casco antiguo sin dejar de observar todo lo que había a su alrededor. Pasó por las famosas Puertas del Amanecer, cuya capilla albergaba la imagen supuestamente milagrosa de la Virgen de la Misericordia y que se había convertido en un lugar de peregrinación. Kamden torció el gesto al pasar por allí. Un milagro, eso era lo que iba a necesitar la agente Scully si intentaba jugársela, y uno de los gordos. En el momento en el que terminó de cruzar la puerta —que era más bien una especie de pasadizo hacia el centro de la ciudad—, un tipo vestido de negro y con una máscara de diablo surgió ante él y gritó para asustarle. Él se detuvo con mucha tranquilidad y lo miró. Al ver que su broma no había funcionado, el tipo se rio y se fue corriendo hacia el otro lado. Kamden soltó un taco y volvió a andar. No solamente le fastidiaba tener que reunirse allí, sino que, además, Lady Ice había escogido el peor momento para hacerlo. Era mediados de febrero y era un viernes, y toda la ciudad de Vilnius estaba festejando el final del invierno disfrazándose y poniéndose máscaras de brujas, diablos, cabras y otras criaturas. ¡Lady Ice era un genio!

También era de noche y cualquier vampiro podía mezclarse entre la multitud disfrazada. Sí, había sido una idea estupenda, desde luego. Cuando llegó al hotel Europa Royale, sacó su móvil y aparentó ser un hombre de negocios muy ocupado mientras entraba por la puerta giratoria. Aprovechó que había mucha gente en el hall registrándose y se fue directamente hacia el ascensor. Mientras llegaba a la segunda planta, se guardó el móvil en uno de los bolsillos interiores del abrigo. Cuando la puerta del ascensor se abrió echó un rápido vistazo por el pasillo antes de salir. No había nadie y había podido comprobar con la fuerza de la costumbre que no había ningún agente o vampiro en el hall del hotel. Pero bien podía haber demonios porque él no sabía detectarlos. Kamden reprimió su exasperación. De todos modos, aunque pudiese detectarlos no sabría cómo eliminarlos. Eran inmunes a sus balas o a las de sus agentes. Pero no era el momento adecuado para pensar en eso. Puso todos sus sentidos en alerta y se dirigió hacia la habitación 217. Llamó a la puerta entreabierta según el código recibido, pero, aun así, sacó muy despacio su arma del interior de su abrigo. —Adelante —le indicó una voz femenina desde dentro de la habitación. Kamden entró rápidamente y cerró la puerta mientras apuntaba hacia delante con su arma. Durante un segundo recorrió la habitación con la mirada. Era una pequeña suite con paredes en tono crema y con cortinas amarillas de brocado. A su derecha había una doble puerta de madera cerrada que, seguramente, daba sobre la habitación propiamente dicha. Frente a él, en la salita donde se encontraban y muy cerca de las ventanas, había un sofá de tres plazas en color amarillo y blanco y dos sillones de oreja del mismo color. En la parte izquierda, a medio camino entre Kamden y el sofá, había una mesa circular de madera oscura con dos cajitas puestas encima. Entrecerró los ojos cuando reconoció una de las cajas: era idéntica a las que la Liga utilizaba para almacenar balas. Sin embargo, no se demoró mucho en ella y volvió a centrar su atención en la mujer sentada frente a él, en el sofá. Gracias al juego sutil de las luces, la cara y los hombros de la mujer permanecían en la oscuridad más completa. Llevaba una chaqueta y una falda larga de lana de un color gris oscuro, y tenía las piernas y los brazos cruzados. A su derecha, cerca de ella, estaba su abrigo, también gris. Kamden apuntó disimuladamente con su arma al punto que tenía que ser su cabeza, dispuesto a hacer fuego si intentaba cualquier cosa.

—Agente MacKenzie, puede guardar su arma —le indicó la mujer en inglés, con pasmosa tranquilidad. Tenía una voz suave, con un ligerísimo acento indefinible. —¡Sí, claro! —soltó él con sarcasmo sin moverse de posición—. ¿Cuál es la contraseña? La agente Scully soltó un leve suspiro antes de contestar. —Caperucita Roja se queda con la abuela. ¿Está conforme? —Vale —dijo Kamden, reprimiendo un gruñido al oír la frase secreta. ¿A quién coño se le ocurrían ese tipo de contraseñas sin sentido? A un imbécil muy aburrido, seguramente… Bajó lentamente su arma, pero siguió sin guardarla. —¿Por qué no se levanta, agente Scully, para que le eche un vistazo? —le preguntó, esbozando su sonrisa torcida. —Hay temas mucho más importantes que tratar en este momento —recalcó ella sin cambiar de postura. —Ya. Si intenta hacer cualquier cosa extraña no dudaré en dispararle, y no fallaré. —Entiendo. Todo el mundo sabe de sobra que tiene muy buena puntería. —Como para meterle una bala entre los dos ojos a pesar de que está sentada entre las sombras —puntualizó Kamden sin dejar de sonreír. Control y frialdad. El esbirro de Lady Ice no era ninguna novata y se notaba. —Bien. ¿Para qué ha venido exactamente? ¿En qué consiste ese… «apoyo»? —Si se acerca a la mesa para ver esas dos cajas podrá comprobarlo usted mismo. Me levantaría para enseñárselo en persona, pero me temo que aprovecharía ese movimiento para dispararme —comentó la agente Scully con ironía. —Exacto —asintió él antes de acercarse a la mesa sin dejar de observarla—. No me gustan las sorpresas. Kamden abrió primero la caja que había llamado su atención y descubrió que tenía razón: contenía munición, con varias filas de balas. Se parecían a las balas de rayo UVA, pero había algo ligeramente diferente. Frunció el ceño cuando se percató de que había un símbolo en la parte posterior. —Esas balas contienen una mezcla de pólvora y de agua bendita. Son balas antidemonios —explicó la agente Scully mientras él sacaba una para examinarla mejor. En vez de observar la bala, Kamden clavó su mirada en lo que tenía que ser la cara de la agente Scully.

—¿Ha dicho agua bendita? —Es la única forma de neutralizar a demonios inferiores. —Ya, pero resulta que la Liga no emplea a… —Kamden se interrumpió cuando identificó el símbolo marcado en las balas. ¡Joder! Era una cruz simple, la marca de los Cazadores de demonios. —¡Esto qué mierda es! —masculló con enfado—. Nosotros no utilizamos este material; no es nuestro. ¿Está de coña? ¿Qué clase de apoyo es esto? — Soltó la bala y acercó la segunda caja hacia él—. Somos cazavampiros, no cazadores de demonios. Déjeme adivinar lo que hay en esta caja: ¿hostias consagradas? ¿Biblias? Levantó la tapa de la segunda caja y, al ver lo que contenía, le entró mucha mala leche. —Cruces celtas. Las más poderosas para protegerse de los espíritus y demonios básicos —puntualizó la agente Scully sin alterarse ante la cara llena de rabia contenida de MacKenzie. —¿Y dónde está el kit de exorcismo que va con esto? —ironizó él al levantar con el dedo una de las cruces que tenía forma de medallón—. ¡Menuda tontería! Kamden apretó la mandíbula. Su paciencia había llegado al límite y estaba perdiendo el tiempo hablando con esa mujer desconocida. —¿En eso consiste el apoyo de la Liga? Entonces, ¡puede meterse su apoyo donde le quepa! —Lanzó la cruz sobre la mesa—. ¡No necesitamos esta mierda! ¡Necesitamos un medio para entrar en ese puñetero castillo porque no hay manera de hacerlo! El ser que retiene a esa chica es un vampiro y… —Es un poderoso vampiro aliado de los demonios y está rodeado de una corte de demonios —informó la agente Scully de forma sarcástica. Kamden le dedicó una mirada suspicaz. —¿Cómo lo sabe? ¿Ha estado allí? —Esa información deriva del análisis que hemos hecho de su informe y de varios otros de nuestros contactos entre los Cazadores de demonios. No se enfrentan solamente a vampiros sino también a demonios y a espíritus muy poderosos. Su informe sobre el episodio del bosque maldito es prueba de ello, ¿no? Están pisando terreno demoníaco, por lo que estas balas les proporcionarán ayuda contra ellos y esas cruces, protección. MacKenzie utilizó toda su experiencia para tranquilizarse porque tenía muchas ganas de coger la caja de cruces y de lanzarla a la cara de esa mujer. ¡Esa tipa le estaba tomando el pelo de lo lindo! Cruces y balas de agua bendita. ¿Y por qué no llamar al Papa al rescate ya que estaban?

Sus dedos apretaron con fuerza su arma, disimulada entre los pliegues de su abrigo. —¡Qué conveniente para la O.V.O.M. que estemos pisando el terreno de los demonios! —exclamó con rabia, sin poder evitarlo—. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Mandarnos monjas con superpoderes o algo así? —La mirada de Kamden se volvió de acero—. Estamos perdiendo mucho tiempo con estas chorradas, agente Scully. ¿Por qué la Liga no nos proporciona un medio para infiltrarnos dentro de esa fortaleza? La agente Scully esbozó una fría sonrisa que él no pudo apreciar. —En una semana estarán dentro del castillo. Pero mientras, la Liga les aconseja entrenarse y practicar con esas balas y con las otras. Kamden torció el gesto al escuchar esas palabras. —¿Y eso cómo lo va a conseguir la Liga? ¿Es que Betany Larsson va a hacer un pacto con el diablo o algo por el estilo? —soltó, mordaz. Hubo un breve silencio. —No, creo que no —dijo finalmente la mujer—. El Senado de los vampiros ha encontrado una solución para entrar. Un medio un tanto peculiar, pero estoy convencida de que ya ha visto cosas mucho más extrañas hasta el momento, agente MacKenzie. ¿Me equivoco? Él se quedó impactado por esa noticia, pero consiguió no mostrarlo. Su alarma interna le gritaba que allí había gato encerrado. ¿Quién coño era esa mujer para tener esa información desconocida de forma tan rápida? Siguió mirando hacia el sofá con cara de pocos amigos. —¿Cómo demonios sabe que el Senado vampírico ha encontrado una solución? ‒preguntó al mismo tiempo que apretaba el gatillo de su arma de forma inconsciente. Apuntó mentalmente que tendría que llamar primero a Eitan en vez de a su hermano para averiguar si la información era verídica; si conseguía no matar a la agente Scully antes, claro. —La mejor forma de eliminar a un demonio de rango inferior es dispararle entre los dos ojos con este tipo de bala —puntualizó la agente Scully, sin contestar a la pregunta de Kamden—, así que sus hombres van a tener que afinar su puntería para poder lograrlo en plena refriega. —¿Y por qué no hago una prueba con usted ya que estamos? —ironizó él, deseoso de hacerle perder la compostura.

Acababa de encontrar a una mujer de carne y hueso más exasperante que Vesper, y eso era todo un hito. —Porque no funcionaría conmigo —contestó ella sin inmutarse. La agente Scully movió un poco la pierna que tenía cruzada. —El segundo punto de este encuentro trata del nuevo Inspector Vampírico — prosiguió como si nada. —¿Qué pasa con el profesor O’Donnell? —Puede quedarse con su grupo hasta que finalice la misión, pero tendrá que redactar un informe cada día sobre dos puntos: el progreso del entrenamiento y el desarrollo del rescate en su totalidad. Tendrá que especificar el papel de cada uno de los miembros del grupo en esta misión. De todos modos, esa es su función. Kamden se mordió la lengua para no soltar un taco. ¡Qué forma más burda de controlar cada uno de los movimientos del grupo! ¿Qué pensaba Larsson? ¿Que se iban a convertir en nuevos vampiros o qué? —Vaya, vaya, vaya... Parece que la vicepresidenta se ha quedado sin presupuesto para contratar espías y echa mano de lo que tiene, ¿eh? —Le recuerdo, agente MacKenzie, que usted trabaja para la Liga y como tal tenemos que controlar cómo avanza su misión —recalcó la mujer con voz gélida. —Muy bien, pero soy un agente, no un puñetero esclavo —puntualizó él con sarcasmo—. Al parecer, la incorporación de la O.V.O.M. ha convertido al Consejo en un estado totalitario. Avíseme si tengo que ir a misa los domingos a partir de ahora, o si tengo que rezarle a la vicepresidenta. Él era un MacKenzie. Su antepasado había sido uno de los fundadores de la Liga de los Custodios. ¡Si Lady Ice pensaba que le iba a obedecer como un perrito bien adiestrado, andaba lista! —Como le iba explicando, agente MacKenzie —siguió la agente Scully, pasando olímpicamente de su sarcasmo y de sus comentarios—, una vez terminado el informe final tras el rescate, el Inspector tendrá que entregárselo en persona a la vicepresidenta Larsson… —¿Y tendrá que besarle los pies o algo parecido? —la interrumpió Kamden con insolencia. Pero tampoco funcionó. —En cuanto a esta nueva misión de rescate, tengo que aclararle algo muy importante: tiene la orden de llevar a la princesa híbrida ante el Consejo una vez que la saque del castillo. Es una orden directa, agente MacKenzie. En caso de

desobediencia, usted, como responsable del grupo de Custodios, será detenido y permanecerá bajo arresto domiciliario hasta el día de su juicio. Y su hermano, el Miembro Permanente del Norte, no podrá intervenir bajo ninguna circunstancia. ¿Le ha quedado claro? —Bastante —contestó él con una sonrisa torcida—. ¿Empiezo ya a ladrar y a dar volteretas o me espero? La agente Scully dejó de cruzar los brazos y miró su reloj. —El tiempo ha terminado. El resto de las municiones serán enviadas al castillo de Kraslava, mañana por la mañana. ¿Alguna pregunta? Kamden negó con la cabeza sin dejar de sonreír. —Bien. Que tenga suerte, agente MacKenzie. La agente Scully se levantó del sofá con cuidado y de manera que quedaba tapada por las sombras. Se puso rápidamente su abrigo gris con capucha, para que Kamden no viera su rostro, y echó a andar hacia la puerta de la forma más rápida posible. «Si piensas que te voy a dejar irte de rositas…» pensó él, observándola intensamente. En el momento exacto en el que pasaba por su lado, la cogió del brazo con su mano libre y la inmovilizó contra la mesa de caoba. —¿Qué significa esto? —preguntó la mujer con mucha frialdad, mientras Kamden apoyaba su arma directamente contra su corazón y le tapaba la salida con su cuerpo impresionante. —Me gusta ver la cara de la gente con la que hablo —recalcó él, echando con un movimiento su capucha para atrás. Esa vez Kamden no pudo disimular su sorpresa. Se quedó completamente estupefacto ante lo que veía. La agente Selvana Scully era una mujer joven de belleza descomunal. Su rostro era uno de los más hermosos que había visto en su vida: tenía unos ojos ligeramente almendrados, de un color entre azul y gris, unas finas cejas de un tono cobrizo y una nariz respingona con algunas pecas, y una boca de labios rellenos y sensuales por la que habrían matado muchas actrices. Su pelo tenía el color del fuego intenso y brillaba como una llama en la penumbra. Le llegaba a la altura de los hombros y lo tenía recogido en una media coleta. Su frente alta estaba tapada por un flequillo de lado. La forma ovalada de su rostro y sus pómulos altos le daban un aspecto un tanto felino. Kamden tragó saliva, descolocado. ¡Madre mía! Era aún más guapa que Micaela Santana, y eso era mucho decir. También aparentaba tener más o menos

la misma edad. Ahora entendía por qué no quería enseñar su rostro: su belleza constituía un hándicap demasiado grande a la hora de trabajar con hombres de forma tranquila y serena. —¿Satisfecho? —inquirió ella, enarcando una de sus preciosas cejas. Durante un segundo, Kamden se quedó hipnotizado por el movimiento de su boca y luego dijo: —Sí, parece más o menos humana. Por lo menos no tiene pinta de ser un vampiro, un demonio o lo que sea… —En eso se equivoca. Los demonios superiores son capaces de adoptar formas humanas muy logradas y podrían arrancarle el corazón en un santiamén. Kamden volvió a sonreír. —¿Qué clase de cazavampiros tiene tanta información sobre los demonios? —preguntó de forma falsamente inocente. —Uno muy especial. —Ya lo creo… —dijo él con una mirada apreciativa. Los ojos de la agente Scully se convirtieron en dos témpanos de hielo. —¿Podría dejar de apuntarme con su arma? Veo que su reputación de arrogante está más que merecida. La sonrisa de Kamden se volvió aún más torcida. A la agente Scully no le gustaba la atención masculina. —Por favor, perdone mi curiosidad, agente Scully —soltó con mucha ironía, retirando lentamente su arma de su pecho—. Resulta que usted es como el Fantasma de la Ópera de la Liga y ahora tengo el honor de ser uno de los pocos que han visto su rostro. Y no me siento defraudado. —Y yo pienso que su reputación de tocanarices insufrible es ampliamente merecida. —¡Mucho más de lo que piensa! Durante un minuto, se afrontaron con la mirada. Luego, la mirada de la agente Scully se volvió tan afilada como un cuchillo. —Usted no piensa entregar la princesa al Consejo, ¿verdad? —preguntó finalmente. —No tengo por costumbre entregar a un inocente a manos de fanáticos — contestó él con franqueza. Se sorprendió un poco al ver una leve tristeza en su rostro. —No sabe a quién se enfrenta… —murmuró con voz dulce. Luego volvió a tener la misma actitud fría y profesional que antes y dijo—: En este caso, le

deseo toda la suerte del mundo. La va a necesitar. ¿Puedo irme ya o quiere algo más? —Lo que tengo en mente no le va a gustar, así que será mejor que se vaya — respondió Kamden, guardando por fin su arma en el bolsillo de su abrigo—. Encantado de haberla conocido, agente Scully. Ha sido un… placer. —Si nos volvemos a ver, no será en circunstancias tan «placenteras» se lo aseguro. La habitación está pagada, así que disfrútela. Adiós, agente MacKenzie, y hasta nunca. Kamden se cruzó de brazos y observó, con sonrisa guasona, cómo la belleza pelirroja se volvía a tapar el rostro con la capucha y salía rápidamente de la habitación. Esperó varios minutos, como medida de precaución, antes de sacar su móvil y le dio a la tecla dos para ponerse en contacto directo, y seguro, con Eitan. —¿Cuáles son las novedades, Zecklion? —preguntó bruscamente, sin darle tiempo a contestar. Eitan soltó un taco antes de decir: —¿Cómo sabes que hay novedades si Gawain ha vuelto a surgir de la nada hace menos de veinte minutos? ¿Es que te has convertido en brujo, jefe? —Zecklion, al grano. El aludido suspiró y su voz sonó muy seria al teléfono. —Muy bien. Gawain quiere reunirse contigo en privado para darte todos los detalles. Básicamente, hay dos novedades de peso: han descubierto un modo de entrar en el castillo y también la identidad del vampiro que retiene a la princesa. —¿Cómo? —preguntó Kamden, intrigado. —Tienen una adivina sagrada, o algo así, y sus poderes han vuelto con fuerza. Dice que el sábado que viene, cuando sea luna llena, ella y otros vampiros crearán una especie de portal que nos llevará directamente a la sala de ceremonia del castillo. —¿Sala de ceremonia? —Sí. Es que, jefe, tenemos que impedir una boda esa noche. Una boda bastante asquerosa dado que el vampiro que retiene a la princesa es su hermano. —¿Qué? —Bueno, hermanastro, mejor dicho. Y otra sorpresita: ese ser es mitad vampiro y mitad demonio, así que nos vamos a divertir mucho intentando eliminarlo. Y tu reunión, ¿cómo ha ido? Kamden se quedó pensativo al recordar las palabras de la agente Scully. Había dado en el clavo. ¿Cómo podía saber todo eso?

—Tengo munición para demonios y cruces —soltó finalmente. —Jefe, ¿qué coño has dicho? ¿Cruces? —Eitan, no tengo tiempo para más explicaciones. Me tengo que quedar aquí esta noche porque es más prudente. Saldré a primera hora y nos reuniremos todos en cuanto llegue. Prepara toda la información y avisa a los vampiros, ¿vale? —Sin problema, jefe. Hasta mañana. —Hasta mañana. Kamden colgó y miró a lo lejos, reflexionando a toda velocidad. Antes de llamar a su hermano, intentó recordar todo lo que le había dicho la agente Scully, sin dejarse distraer por su imagen o por su perfume floral que aún flotaba en el aire. Resopló, exasperado por la situación complicada y llena de nuevos misterios, y le dio a otra tecla para hablar con Less. —¿Qué demonios eres, Selvana Scully? —murmuró, apretando la mandíbula, antes de oír la voz de su hermano en su móvil. * * * Cuando Selvana Scully salió del hotel, cogió a la derecha y enfiló rápidamente la calle. No corría, pero andaba a paso muy ligero. Un grupo de personas disfrazadas pasó cerca de ella, pero no les prestó atención y siguió avanzando. A medida que salía del casco histórico, las luces iban disminuyendo. Estaba atenta a todo lo que pasaba a su alrededor, pero, aun así, tuvo un fugaz pensamiento por el agente MacKenzie. Demasiado guapo y arrogante para su gusto. No le gustaba ese tipo de hombre, pero tenía que reconocer que sus principios eran dignos de admiración; sobre todo teniendo en cuenta su trabajo. Sin embargo, era solo un hombre y no podía hacer nada contra el Consejo de la Liga. Si los cazavampiros de la Liga de los Custodios se enterasen de quién, en realidad, daba las órdenes… El episodio del interrogatorio del profesor O’Donnell por los curas solo había sido un aperitivo de la nueva orden que reinaba en el Consejo. El agente MacKenzie, movido por el odio alimentado por sus superiores durante años, había sido un peón bastante obediente hasta ahora al decidir romper el pacto con el vampiro Gawain. Pero la antigua alianza había resurgido de sus cenizas con más fuerza que antes.

Y Kamden MacKenzie se había convertido en un problema para el Consejo. Un problema que, como de costumbre, el nuevo presidente solucionaría de manera radical. Al llegar cerca del monasterio Basilio, Selvana aminoró el paso. Ganaría mucho tiempo si cruzara sus puertas y no se encontraría con nadie, dado que el monasterio estaba abandonado y en ruinas. No obstante, su sexto sentido le lanzó una advertencia que ella tomó muy en cuenta. Justo en el momento en el que se adentraba por la puerta, sintió una distorsión en el aire y en el tiempo. A mitad de camino se detuvo en seco porque era inútil seguir más adelante. La poca luz que había se hizo aún más escasa y la oscuridad la rodeó, cerniéndose sobre ella. Selvana sintió que la distorsión aumentaba y le dio la espalda a una de las paredes de piedra. Su capucha gris se echó para atrás sola mientras que los primeros botones de su abrigo se desabrochaban como por arte de magia. Unas manos, fuertes y masculinas, surgieron de la pared y se posaron sobre su abdomen para luego tirar de ella y pegarla a un cuerpo viril. —Buenas noches, Sel… —murmuró una voz grave y vibrante a su oído, antes de que el propietario de esa voz respirase el perfume de su pelo y le diese un beso en el cuello. Ella cerró los ojos, invadida por el calor abrasador que transmitía ese cuerpo lleno de músculos. No necesitaba darse la vuelta para ver a quién pertenecía esa voz. No necesitaba darse la vuelta para contemplar la belleza magnética de ese demonio con cuerpo de hombre y ojos amatista. Tenía su rostro grabado a fuego en su memoria, y recordaba muy bien el peso de su cuerpo sobre el suyo. Antaño, lo había amado con locura. Pero ahora, ni siquiera tenía permiso para eso. —Veo que sigues siendo la esclava de los plumitas —siguió murmurando la voz sin dejar de abrazarla—. ¿Es que te gusta obedecer las órdenes y mover la colita? Te recuerdo más… guerrera. Selvana le clavó el codo en el pecho y se liberó. —Métete en tus asuntos, demonio —le espetó dándose la vuelta para mirarlo con frialdad—. ¿Qué quieres? Una lenta sonrisa apareció en el condenadamente hermoso rostro del demonio. —Ya conoces la respuesta.

Ella se tensó, al observar cómo el demonio se cruzaba de brazos sin dejar de sonreír. Por lo visto, esa noche iba a tener otra dosis de belleza insoportable y de arrogancia masculina, y ya le había parecido más que suficiente con Kamden MacKenzie. —No entiendo por qué continúas siguiendo sus reglas —suspiró el demonio —. Solo te basta con chasquear los dedos para eliminarlos a todos… —No tengo tiempo para tus jueguecitos, Tyresias, y este asunto no es de tu incumbencia —lo interrumpió ella con voz gélida. —Todo lo que tiene que ver contigo es de mi incumbencia, Sel —replicó él, sin dejar de sonreír. Ella se tranquilizó y le dedicó una mirada severa. Como de costumbre, iba vestido con un traje de chaqueta oscuro, elegante y carísimo, con la corbata negra a juego. Su pelo engominado, negro como el ala de un cuervo, estaba echado para atrás y tenía una barba de dos días que enmarcaba su boca pecaminosa. Pero su atractivo principal eran sus ojos, de ese color tan espectacular, que brillaban de un modo antinatural en la oscuridad como los de un felino. Y que la recorrían con deseo y anhelo… Selvana frunció la boca. No podía volver a caer en las redes de ese encantador de serpientes, demasiado embaucador y sexy para su tranquilidad. Ese demonio era capaz de volver loca de pasión a cualquier hembra de cualquier especie. Y ella ya había caído rendida a sus pies una vez. No podía malgastar su energía intentando volver a un pasado que había dejado de existir. —¿No tienes ninguna alma a la que atormentar con las ganas de jugar hasta perderlo todo? —inquirió con fingida indiferencia. Tyresias se rio, y esa risa reverberó por todo su cuerpo, encendiendo una llama mal apagada. Ese era su cometido como demonio. Tentar a los hombres con la fiebre del juego hasta conseguir arruinarlos y poder así pescar sus almas ávidas y codiciosas. Solo las almas más puras y fuertes podían resistir esa tentación. Y había muy pocas… —Sabes perfectamente que yo siempre tengo almas a las que atormentar — recalcó con una expresión llena de deseo. Ella adivinó lo que tenía en mente, pero no se movió. En un abrir y cerrar de ojos, el demonio la atrapó entre sus brazos y la besó como si le fuera la vida en ello. Selvana intentó resistirse, pero se rindió rápidamente y le devolvió el beso. Añoraba demasiado su calidez. Soñaba con su fuego casi todas las noches.

—¿Por qué no te liberas, Selvana? —suspiró Tyresias contra su boca—. ¿Por qué no dejas que te eche una mano? Ella inspiró varias veces para recuperar una respiración normal. No dejó que el demonio le diera un último beso y se apartó. —Ellos se han apoderado de algo muy valioso para mí, y pienso recuperarlo —puntualizó, cruzándose de brazos. Tyresias la observó en silencio. En su mirada, las llamas del deseo seguían ardiendo, pero eso era normal para un demonio porque eran unos sátiros insaciables en temas de sexo. —Llámame cuando cambies de opinión —dijo con una sonrisa lobuna. —¡Puedes esperar sentado! —replicó ella con sarcasmo. El demonio apareció de frente y le acarició la boca con el pulgar de forma cariñosa. —Eso haré… Cuando se fundió en la oscuridad de la pared y le mandó un beso con la mano, la luz volvió a aparecer y se proyectó en la calle que estaba al otro lado del monasterio. Selvana hizo el vacío en sus pensamientos, para borrar cualquier huella del demonio en ella, y se marchó sin mirar atrás.

Capítulo veintidós Tres días antes de la ceremonia

Alleyne se recostó brevemente contra el tronco del abeto nevado y cerró los ojos, durante una fracción de segundo, para intentar serenarse. El viento frío de la noche, casi helado a la altura en la que se encontraba, le dio de lleno en la cara y meció su pelo oscuro y levemente ondulado. Se concentró todo lo que pudo para percibir los movimientos más sutiles a su alrededor y, como respuesta, su mano apretó con fuerza la empuñadura de bronce de la hoja corta romana que todos los reclutas Pretors utilizaban. No se estaba tranquilizando. Más bien todo lo contrario. La rabia y la furia ardían como lava en fusión en sus venas, y eso era muy peligroso para él en ese preciso instante. Estaba demasiado cerca de la barrera. Estaba demasiado cerca de… Ella. Se agazapó sobre la rama del árbol sin que sus botas negras de militar hicieran ni el más mínimo ruido. Puso su otra mano sobre la hoja de su arma para que su reflejo no lo delatara. Desde su posición podía ver el maldito bosque, pero no el castillo dado que, y a pesar de la fisura de la barrera, el hechizo que lo envolvía y que lo hacía invisible seguía funcionando. De todas formas, no necesitaba verlo para sentirla a Ella. El fuerte vínculo que los unía seguía vivo y golpeaba su corazón muerto cuando menos se lo esperaba. Ella… Ella sufría, pero su esencia seguía estando intacta. Resistía a pesar de todo, pero eso no le sorprendía porque sabía muy bien cuánta fuerza se escondía debajo de esa apariencia delicada y hermosa. Su Princesa era valiente y generosa; abnegada también. Los había apartado a todos porque no quería que resultasen heridos. Quería sacrificarse y entregarse a ese infame bastardo para salvarlos a todos. Pero él no estaba dispuesto a que eso ocurriese; ni él ni nadie más. Ese engendro, su hermanastro, no podía salirse con la suya. Habría que devolverlo al Abismo del que se había escapado. Por una vez, la Sibila había sido muy clara en la interpretación de sus visiones: ese ser, al igual que la Princesa, tenía la sangre de Ephraem Némesis en

él, pero mezclada con la oscura esencia de los poderosos demonios Lamiae; lo que le hacía doblemente poderoso y vicioso. De hecho, había logrado apoderarse de la humana que había criado a la Princesa en París, a pesar del dispositivo de vigilancia que se había montado alrededor de ese piso y a pesar, sobre todo, del hechizo que el propio Príncipe había utilizado y que él mismo había comprobado estando a las puertas del piso. Que el Príncipe de la Aurora hubiese conseguido tener descendencia dos veces no había supuesto una noticia impactante dada la procedencia de ese ser: el Senado no conocía todos los hechizos de los demonios, pero sabía muy bien que los Lamiae eran capaces de obtener la esencia de un Pura Sangre a través de rituales ancestrales para poder utilizarla a su antojo. No era ningún secreto. Pero tener una hija híbrida con una humana, eso sí que era un milagro. La Princesa de los Némesis sí que era única. Su Princesa… Alleyne no quería pronunciar su nombre porque era demasiado doloroso para él. Era suya, pero no era suya. Sin embargo, estaba dispuesto a volver a bajar al Infierno por ella y a llevarse con él al bastardo que quería deshonrarla. Prefería dejar de existir antes de presenciar semejante cosa. De ninguna manera el engendro enfermizo iba a conseguir tocarla. Porque ese era su plan: esperar la luna llena para poner en marcha un milenario ritual para apoderarse de la esencia y de la sangre de la Princesa de los Némesis. Pero él lo iba a impedir. Iba a demostrar de lo que era capaz. Iba a ser digno de Ella. No obstante, su concentración se estaba yendo al traste. Estaba demasiado cerca de Ella y su Tutor lo sabía. Después de varios días de duro entrenamiento dentro de la sala, Vesper había decidido que era mejor entrenar fuera, cerca de la barrera y del punto clave. Era otra forma de mandar señales y energías para intentar traspasarla, pero también una manera eficaz de medir sus propias fuerzas. Una vez dentro, no habría segunda oportunidad. Tendrían que eliminar a todos esos vampiros y demonios o dejar de existir en el intento. Y si no estaban lo suficientemente preparados habría muchas pérdidas, tanto humanas como vampíricas. Todo el mundo ya había visto de qué eran capaces esos demonios y los Generales del Divus… Los Custodios también lo sabían y por eso se preparaban a conciencia. No descansaban mucho y se quedaban en la sala de tiro, montada en un periquete

por los eficaces sirvientes, para ejercitarse con las balas antidemonios entregadas por el Consejo de la Liga. Alleyne había sentido que su padre se había quedado bastante intrigado por el envío del Consejo porque los Custodios no solían cazar demonios y nunca lo habían hecho. Pero, dada la situación, cualquier ayuda era importante, así que las sospechas de que algo extraño estaba ocurriendo en el mando de la Liga tendrían que esperar para ser averiguadas. A él le preocupaba más el tema del portal de luz que, supuestamente, iban a crear la Sibila y otros Príncipes de Pura Sangre. Prometía ser una tarea bastante difícil porque había varios puntos complicados: en primer lugar, conocía mejor el funcionamiento interno de la Sociedad y no veía a la Sibila o a miembros del Senado desplazarse para crearlo; y en segundo lugar, se preguntaba cómo los humanos iban a poder pasar por ahí sin quedar irremediablemente afectados por el campo de luz. Sin embargo, sabía muy bien que en su mundo nada era imposible. ¿Acaso no había vuelto del Infierno gracias a la poderosa energía del Príncipe de los Némesis? Si la Sibila estaba dispuesta a intervenir en persona, entonces todo podía ocurrir. Sí, todo podía ocurrir; incluso que él llevase hasta los límites su energía para convertirse en alguien muy poderoso. Alguien capaz de sacar a la Princesa de ese maldito antro lleno de demonios. Pero para eso necesitaba tranquilizarse y esperar. No podía desvelar nada antes del momento clave y tenía que hacer enormes esfuerzos para disimular su nueva fuerza a los demás. Por desgracia para él, Vesper no era ninguna estúpida. Con su don particular tan afinado, sentía muy bien que estaba escondiendo algo y sus ataques se habían vuelto cada vez más feroces para ver hasta dónde podía llegar. En ese momento había conseguido quitarse de encima a cinco vampiros de la Nobleza Némesis sin correr demasiados riesgos, pero su Tutor lo seguía desde muy cerca y no iba a tardar mucho en alcanzarlo. Y Alleyne iba a tener que dejarse alcanzar para no levantar sospechas… Pero no le importaba mientras que ella no se diera cuenta de nada antes del momento clave. Volvió a ponerse de pie a sabiendas de que, a pesar de su camiseta y de su pantalón de combate oscuros como la noche, ese gesto lo iba a delatar. Miró con rabia y tristeza hacia el castillo y sus ojos relampaguearon como un rayo verde. —Aguanta, mi amor —murmuró para sí—. Aguanta. Te sacaré de allí, cueste lo que cueste.

Luego puso su mente en blanco y agarró bien su arma antes de bajarse del árbol. En el momento exacto en el que sus botas pisaban el suelo nevado sintió la presencia de Vesper y no hizo nada para evitar lo que sucedió a continuación. Una tremenda patada lo empotró contra el tronco del abeto más cercano, provocando su estruendosa caída entre ramas partidas y nubes de nieve. —¡Demasiado fácil! —Vesper, vestida como de costumbre con una cazadora y minifalda de cuero oscuro y botas altas, apareció ante él y lo miró con extrema frialdad—. ¿A qué estás jugando, recluta? —le espetó brutalmente. Alleyne se quedó prostrado de rodillas. La patada lo había alcanzado en pleno esternón, pero el dolor remitía rápidamente. Su cuerpo se había vuelto más duro que una roca. —Te he hecho una pregunta, recluta —insistió la vampira, acercándose a él. —Me has dado de lleno, Tutor, y me has cogido desprevenido —contestó con aparente humildad y sin mirarla. El aire se tornó aún más frío debido a la corriente de exasperación que invadió a Vesper. Por lo visto, se estaba cabreando. —¿Me tomas por tonta, Alleyne? —inquirió con una voz muy peligrosa—. ¿Entraste en un círculo creado por la Daga de la Oscuridad y una simple patadita te pilla desprevenido? ¡Mírame! Alleyne encerró toda su rabia en su interior y levantó despacio la mirada hacia ella. —Sí, Tutor —dijo obediente. Vesper intentó entrar en su mente para indagar y encontrar respuestas, pero él sabía que lo intentaría y se había preparado para bloquearla. Al cabo de un minuto la vampira frunció el ceño y sus ojos volvieron a la normalidad. —¿Qué estás haciendo, Alleyne? —murmuró sin dejar de observarlo—. No me gusta tu nueva energía. Es muy peligrosa. Él se quedó mirándola en silencio, sin levantarse del suelo. Le dolía hacer eso porque sabía de sobra que Vesper era una de las compañeras más fieles de su padre, como si fuese su mano derecha; pero también estaba al servicio exclusivo del Senado y no podía confiar en ella. No podía confiar en nadie si quería que su plan tuviera una posibilidad de funcionar. —¡Menudo espectáculo! —exclamó una voz familiar detrás de Vesper—. Al parecer, tienes unas ganas tremendas de machacar a mi chico de los recados, ¿no?

Vesper y Alleyne miraron en la misma dirección al mismo tiempo. Vestida enteramente de cuero negro y plantada firmemente sobre la nieve, Eneke tenía un aspecto letal y salvaje. Esbozó una sonrisa y el resultado fue extremadamente siniestro en ese rostro demacrado de ojos claros casi dementes. —He oído que vais a participar en una fiesta allí dentro ¿y no estoy invitada? —preguntó enseñando sus colmillos crecidos. Alleyne se levantó lentamente del suelo. Reconocía la furia helada que transmitía el aura de Eneke porque era idéntica a la suya. Habían herido a su amada y la vampira quería sangre, la sangre de sus enemigos. Era una guerrera y no pararía hasta destruirlos a todos. —Eneke, no deberías estar aquí… —empezó a decir Vesper. —Sigue siendo mi chico de los recados —la interrumpió ella señalando a Alleyne con un movimiento de la cabeza—, así que te agradecería que no lo machacaras demasiado. Es muy útil cuando quiere. —No puedes estar aquí —insistió su compañera de equipo. La vampira húngara soltó un gruñido sordo. —¿Piensas, de verdad, que me voy a quedar con el culo sentado? ¡Desde luego que no! Me necesitáis. —La que te necesita a su lado es Maris… El aire empezó a soltar chispas alrededor de Eneke. —No sigas por ahí, Vesper —advirtió la vampira con una mirada escalofriante—. No quiero oír nada más. Soy una Pretor y como buena Pretor he venido a entrenarme. Fin de la historia. Vesper estudió con pena su rostro delgado y más afilado que un cuchillo por el dolor. Ya no quedaba mucha cordura en esa mente. —Tu energía no es muy fuerte y podrían destruirte muy fácilmente —terció ella a la desesperada. Eneke soltó una carcajada amarga que sonó como un llanto. —¿Y eso qué más da, Vesper? De todos modos, ya estoy en el Infierno. —Su mirada azul se clavó en Alleyne—. Además, el chaval cumplió su promesa y me la devolvió. No pienso dejarlo entrar allí solo. Me encargaré de cubrirle la espalda —su mirada volvió al rostro de Vesper—, y no hay más que decir. La vampira morena desvió la mirada, vencida. Eneke no podía existir sin Mariska y prefería convertirse en suicida antes que verla consumirse a fuego lento y desaparecer; y si de paso se llevaba a unos cuantos con ella, mejor que mejor. Ella ya había tomado su decisión y no, no había nada más que añadir.

* * * Robin se concentró al máximo, mirando con fijeza al objetivo: entrecerró levemente los ojos, volvió a equilibrar el peso de su mano y disparó. La bala alcanzó el objetivo de papel entre los dos ojos, tal y como estaba previsto. —Impresionante, Robin —comentó Mike, que estaba cerca de él y con los brazos cruzados—. Ahora eres totalmente operativo. —Gracias, señora —contestó él, con la vista clavada en su arma. —Sí, progresas adecuadamente, chaval —enfatizó Julen, cargando su propia arma con balas normales—. Estás casi a mi altura. —¡Lo que hay que oír! «Estás casi a mi altura» —rezongó Césaire, imitando la voz del vasco—. ¡Pero si tú siempre disparas a lo loco, Jul! —¡Y siempre acierto! —recalcó el otro, pavoneándose. Robin esbozó una sonrisa, pero siguió a lo suyo. Era muy concienzudo con su arma y no se dejaba distraer con facilidad. El chaval se aplicaba y se esforzaba más que cualquier otro cazavampiros del grupo. Y Mike sabía muy bien el porqué: quería estar a la altura de su modelo, Kamden MacKenzie. Además, no se perdonaba que ella hubiese salido herida y se tomaba muy a pecho no cometer otro fallo. Sin embargo, acababa de empezar, no tenía el ritmo duro y automático de los demás y se estaba agotando. Era el momento de intervenir. El grupo necesitaba a todos sus miembros con fuerzas y listos para atacar, y el chaval iba a enfermar si seguía así. No paraba de entrenar y no descansaba lo suficiente. Tenía mala cara y no dormía todo lo que debía. —Robin —dijo ella, decidida a imponerse. —¿Sí, señora? —preguntó él, mirándola. —Deja tu arma aquí y vete a descansar. El aludido frunció el ceño. —Pero, señora, tengo que… —No es un consejo, es una orden —lo interrumpió ella, con actitud autoritaria—. Tienes que dormir. —Mike tiene razón, chaval —intervino Césaire, dejando su arma en el armario previsto para ello—. Un agente cansado no nos sirve de mucho, y puede ser muy peligroso. De hecho, yo también me voy a dormir un rato. Venga, ven conmigo. Robin suspiró y obedeció. Fue hasta el armario para dejar su arma y, de paso, le echó una mirada a Julen que estaba listo para seguir entrenando.

—Tengo muchos más años de experiencia que tú, chaval —comentó el vasco en tono conciliador al captar su mirada. —Además, Jul no es muy normal que digamos y tiene Red Bull en las venas —añadió Césaire con falsa seriedad, encaminándose a la puerta. —¡Y soy muy peligroso con un arma en la mano! —apuntó el aludido con una mirada malvada. Césaire se encogió de hombros, acostumbrado a los disparates verbales de su compañero de equipo. Era un buen tipo, ¡pero se le había ido la olla completamente! Su etapa como hombre serio había durado muy poco. —Nos vemos, Mike —dijo el cazavampiros marfileño cuando Robin se reunió con él para irse—. Ten cuidado con este —añadió, señalando al vasco. —¡Vas a conseguir que te dispare en el culo, Césaire! —soltó el otro con una mueca. —¡No sería tu primer intento! —recalcó su compañero al abrir la puerta de la sala. —Hasta luego, señora —se despidió Robin, sin poder disimular una sonrisa. —Hasta luego. Descansad bien los dos. La puerta se cerró y Mike se quedó a solas con Julen. El ambiente, hasta ahora distendido, cambió drásticamente y se volvió tenso y frío. Angasti terminó de cargar su arma y se plantó firmemente frente a su objetivo, demostrando con esa actitud toda su intención de seguir entrenándose sin dirigirle la palabra. Mike lo observó disparar en silencio. El vasco era un maldito cabezota, pero ella se lo tenía bien merecido. Había herido profundamente sus sentimientos con su falta de tacto, y ahora le tocaba intentar recomponer esa amistad rota. Había hablado mucho de eso con Yanes, en los pocos ratos libres que habían tenido, y se había dado cuenta de que había actuado como una estúpida. El amor de Julen había supuesto una traición para ella y había reaccionado a la tremenda, como de costumbre. Pero ahora, analizándolo con más frialdad, tenía que reconocer que ese amor había estado delante de sus narices desde siempre; solo que no había querido verlo. Y eso no suponía un peligro para ella, más bien todo lo contrario. Estaba segura de sus sentimientos hacia Yanes, y Julen había entendido perfectamente que no habría nada más que una bonita amistad entre ellos dos, y por eso estaba enfadado. Se había escudado detrás de las reglas de la Liga para protegerse, pero ya no creía en esas reglas. Lo más importante ahora era recuperar esa larga amistad con el que había sido su mejor amigo. Por una vez iba a tener que reconocer sus

errores y hacer acto de humildad, pero no le importaba. La amistad de Julen era demasiado importante para ella. Mike cargó otra arma y se dispuso a disparar, esperando el momento adecuado para poder hablar. Durante casi una hora Julen y ella cargaron armas y dispararon a los objetivos sin mediar palabra. Solo el ruido de los disparos interrumpía el tenso e incómodo silencio. Finalmente, ella no pudo aguantar más y dejó su arma sobre el borde de la zona sin peligro mientras Angasti efectuaba un último disparo. —Vale, ya esta bien. —Mike miró al vasco con decisión y se acercó a él—. Me he portado como una tonta y te pido disculpas. No me esperaba que estuvieras enamorado de mí. ¡Casi te crie, maldita sea! Resopló, exasperada consigo misma por su falta de costumbre a la hora de disculparse. ¡Qué buena idea empezar a insultarle! Julen dejó su arma sobre la mesa con mucha tranquilidad y la miró con aire serio. —No se me dan muy bien las disculpas… —Mike meneó la cabeza y volvió a cruzarse de brazos—. Quiero que sepas que no te guardo rencor y que no quiero perder tu amistad. Eres muy importante para mí, pero no puedo amarte como tú quisieras. Eres como un hermano y… —Lo amas, ¿verdad? —le preguntó repentinamente él, interrumpiéndola. —¿Qué? —frunció el ceño, perpleja—. ¿Hablas de Robin? Julen soltó un leve suspiro. —No. Hablo del profesor O’Donnell. Mike intentó disimular, pero se quedó impactada por esas palabras. ¿Cómo demonios Julen había logrado descubrirlo? Apenas había tenido tiempo de ver a Yanes a solas y aparentaba una extrema frialdad cuando estaban juntos. Sospechaba que Kam sabía algo y que no tenía intención de decirlo, pero no tenía a Angasti por un tipo muy observador. —He visto cómo te mira y cómo se preocupa por ti —comentó él como si le hubiese leído el pensamiento—. Me he vuelto muy sensible a todo lo que te rodea. —¿Esa es la razón por la que prefieres seguir sin hablarme? —preguntó ella abruptamente. Julen no contestó inmediatamente. Soltó un nuevo suspiro, paseó su mirada por la sala de tiro y luego volvió a mirarla. —No, Mike, no es por eso. No te hablo porque… Es complicado. —Se pasó una mano por el pelo con frustración—. ¡Joder! Me he portado como un capullo

contigo y con el chaval, pero yo no sabía que te quería tanto y de esa manera. Siempre fuiste un ejemplo para mí y siempre he estado detrás de ti para protegerte, así que me volví loco cuando esa bastarda te hirió. No soportaba la idea de vivir sin ti y me di cuenta de que te amaba. —Las palabras salían de su boca como un torrente, sin que él pudiera pararlas—. Pero eso no me daba derecho a comportarme como lo hice. Te puse contra las cuerdas, obligándote casi a aceptar mis sentimientos mientras que era imposible que tú estuvieras enamorada de mí, porque sé perfectamente lo que sientes por mí. Pero mi actitud hacia Robin ha sido mucho peor… —Julen se restregó los ojos, nervioso—. Deseé con todas mis fuerzas que él muriese en tu lugar, y más tarde tuve celos de él porque estaba a tu lado. ¡Pero ese tocapelotas es demasiado simpático como para caerle mal a alguien durante mucho tiempo! Es tan eficiente que ya se ha puesto a la altura de cazavampiros muy experimentados. Me he portado como un mierda con él. —Julen… —empezó a decir Mike, acercándose más a él. —No, espera… —el vasco levantó la mano para detenerla—, déjame terminar. Lo necesito. Necesito decirte todo esto o voy a reventar. —Inspiró aire —. Mira, no me importa que estés enamorada del profesor porque es un gran tipo y tú te mereces ser feliz, y puedes estar segura de que me llevaré ese secreto a la tumba. Tuve un sueño de loco, imaginándome que te volvías loca de amor por mí y es duro enfrentar la realidad, pero la prefiero. Solo te pido una cosa, Micaela —Julen clavó su mirada en la suya—: déjame cubrirte la espalda como antes; déjame convertirme en tu sombra. Me parece que pocos de nosotros vamos a conseguir salir de esta mierda vivos, y no permitiré que te pase algo. ¿Me dejarás hacerlo? Mike sintió que la emoción la ganaba. ¡Ese maldito cabezota podía ser muy maduro y generoso cuando quería! Sabía que no podía esperar nada de ella porque amaba a otro, y aun así quería protegerla. —¡Oh, Julen! ¡Eres imposible! Lo estrechó entre sus brazos y, al cabo de un segundo, Julen le devolvió el abrazo, pegando su cara contra su pelo. Pasó mucho tiempo antes de que él se apartara levemente de ella para mirarla a la cara. —No deberías estar aquí conmigo, Mike. Deberías aprovechar todos los momentos que nos quedan antes de la gran pelea. —Julen sonrió—. Él es un buen hombre y sé que siempre te tratará como a una reina. Mike le devolvió la sonrisa y le dio un beso en la mejilla antes de apartarse.

—¿Todo esto significa que el Julen más pesado y loco ha vuelto entre nosotros para quedarse? —preguntó dirigiéndose hacia la puerta para ir en busca de Yanes. —Así es —contestó el vasco con una mueca divertida—, pero no olvides que el privilegio de cubrirte la espalda allí dentro es mío y de nadie más. —¡Maldito chalado! —exclamó ella antes de salir. Julen soltó una ruidosa carcajada a modo de respuesta. * * * Micaela estudió todos los rincones del pasillo antes de entrar sigilosamente a la habitación de Yanes. Antes de oír el ruido del agua supo que se encontraba en el cuarto de baño, duchándose, porque su radar interno lo detectó en un segundo. No lo dudó ni un instante: Julen tenía razón, sus vidas iban a terminar muy pronto y ella quería estar una vez con el hombre al que amaba. Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella. El vaho de los espejos y la humedad en las baldosas indicaban que Yanes llevaba un buen rato metido allí. Se acercó a la puerta acristalada y transparente de la ducha. No tuvo mucho tiempo para disfrutar de la vista del impresionante cuerpo y trasero de Yanes, que estaba vuelto hacia la pared, porque este se dio la vuelta lentamente hacia ella, como si hubiese sentido su presencia. Sin mediar palabra, Mike empezó a quitarse la ropa deportiva de un modo muy sensual y contoneándose un poco. Ese espectáculo tuvo un efecto inmediato en la hermosa mirada de Yanes, llenándola de deseo, y en cierta parte de su anatomía. Ella sintió cómo el fuego prendía en sus entrañas y, una vez desnuda, abrió bruscamente la puerta de la amplia y lujosa ducha. —No puedo esperar un momento perfecto para estar contigo, Yanes —dijo con voz sensual—. Este es el momento perfecto. Yanes, que parecía haberse quedado sin aire, volvió a respirar. Su mirada hambrienta recorrió el cuerpo de su amada y levantó una mano para atraerla hacia él. —Micaela… —susurró antes de estrecharla contra él. Pero no era un momento para la ternura y el fuego del deseo se desató rápidamente. Sus bocas se fundieron en un beso devastador y sus lenguas empezaron a bailar al mismo ritmo. Sus manos moldearon el cuerpo del otro como si quisieran memorizarlo y grabarlo en sus mentes para siempre.

No había tiempo para hablar o decir palabras bonitas. Solo se oía el ruido del agua cayendo por la pared y el sonido provocado por sus besos y sus jadeos. El calor y el placer eran abrumadores. Cuerpo húmedo contra cuerpo húmedo. Corazón contra corazón. De pronto, Yanes empujó suavemente a Micaela contra la pared y empezó a pasear su boca sobre su cuerpo, deslizándola sobre sus pechos y su vientre. Cuando se arrodilló ante ella y agarró sus nalgas con las manos, Micaela cerró los ojos, puso sus manos en su pelo moreno y dejó que él la adorara con su boca. El placer estalló dentro de ella y la arrolló de tal forma que no pudo evitar soltar un grito. —Yanes… —musitó con los ojos aún cerrados. Él le sonrió y siguió acariciándola con sus manos. Pero Mike no estaba dispuesta a ser una egoísta. —Mi turno —señaló cogiendo su rostro entre sus manos para que se levantara del suelo. Yanes se dejó levantar y siguió sonriendo cuando ella se pegó a él y lo besó con ardor. La pasión le nubló los sentidos y le devolvió el beso, que se hizo aún más profundo. Sin embargo, cuando Micaela intentó hacer lo mismo que él había hecho con sus manos y su boca, se lo impidió. —No, Micaela… —susurró, pegándola de nuevo contra la pared—. Te necesito… Te necesito ahora. No le hizo falta ser más explícito. Ella se aferró a sus hombros mientras él la levantaba, acunando con delicadeza su trasero con las manos. Cuando sus cuerpos se unieron, los dos cerraron los ojos al mismo tiempo, traspasados por una emoción intensa que iba más allá del placer. Sus cuerpos y sus corazones se habían unido para siempre y se habían convertido en un solo ser. —¡Yanes! —gritó Micaela. A punto de llegar al éxtasis, abrió desmesuradamente los ojos y lo miró como si no hubiese nada más hermoso en el mundo. Su mirada verde brillaba más que nunca y la dulzura y el cuidado que empleaba para tocarla y amarla le daban ganas de llorar. Nadie había tenido tanta consideración con ella. —Te amo —murmuró contra su boca, justo antes de derretirse en el calor reconfortante del placer. Yanes la siguió poco después y la estrechó entre sus brazos con fiereza. Compartía con ella el miedo a que ese momento fuese el único posible entre ellos dos, debido a las amenazas del futuro más próximo, y no quería

desperdiciar ni un solo segundo. Por eso no se había sorprendido mucho al verla entrar en el cuarto de baño. —Yo también te amo —murmuró contra su oído sin dejar de estrecharla con fuerza. Tenía la sensación de volver a estar completo después de años de caos y sufrimiento. Era como si hubiese vuelto a casa después de llevar siglos perdido. Sí, Micaela era ahora su corazón, su alma y su vida. Pero él sabía de primera mano que la ruleta del destino era muy traicionera: te regalaba cosas maravillosas y momentos inolvidables, pero también podía quitártelo todo en apenas un minuto. Yanes cerró los ojos, sintiendo que la alegría y el placer de ese momento se iban disipando frente al miedo incipiente que volvía a nacer en su interior. Tenía miedo de nuevo. Amaba a Micaela y temía perderla para siempre. Perderla como había perdido a su hija Lucía… * * * Los tambores, los instrumentos de cuerda y las flautas tocaban una melodía de estilo oriental, demasiado sensual y cargante, que envolvía la inmensa sala oscura y le taladraba los oídos. No obstante, no conseguía tapar los sonidos de las risas, de los gemidos y gritos provenientes de los participantes en la gran orgía sexual y sangrienta que Marek había organizado en esa parte del palacio. Vestida enteramente de blanco y con un velo transparente tapándole la cara, Diane, allí sentada en su trono de plata en lo alto del estrado que dominaba la ominosa escena, parecía una virgen vestal a punto de ser sacrificada. Llevaba tres días presenciando, de manera obligada, ese perverso espectáculo de fornicación y muerte más propio del declive del imperio romano. Pero para Marek era una cosa muy normal: él era un Dios, Il Divus, y todos tenían que rendirle tributo con su cuerpo y su sangre, sin excepción. Y vaya si se aprovechaba de ello… Todos se ofrecían a él y él los usaba a todos hasta las ultimas consecuencias. Desde el primer momento, Diane se había aferrado a la visión de sus manos para no observar con repugnancia cómo los vampiros y las vampiras, mezclados con algunos demonios, se embriagaban de sexo y de sangre hasta alcanzar una especie de trance, muy parecido al provocado por las drogas en los humanos. Sin embargo, había momentos en los que mirar sus manos no era suficiente, así que empleaba una de las técnicas que Harael, el ángel, le había mostrado para

evadirse hacia otro lugar, quedando como una estatua viviente. Esa técnica había sido necesaria desde el primer día, cuando Marek se había acercado a ella y la había besado con la sangre de otro vampiro en la boca, diciéndole que tenía que completar su educación vampírica en muchos sentidos. Había sido espantoso y ella había logrado escupir la sangre al suelo, provocando la risa de Marek y de su corte. Pero Diane se había mantenido firme, demostrando una impasibilidad que estaba lejos de sentir. Tenía que aguantar. La vida de Gaëlle y de la gente que quería estaba en juego, y ya no tenía derecho a mostrarse débil. Pero en su fuero interno se preguntaba cuántos círculos más del Infierno iba a tener que conocer. Esa vez había tocado el círculo de la Lujuria y de la Depravación, y quedaba patente que su hermano era el Rey de ese lugar abominable. Sus Generales, salvo Zahkar, también participaban activamente en ese particular disfrute; sobre todo Naoko y Oseus. El verdugo de la familia de Gawain daba rienda suelta a sus peores instintos y demostraba ampliamente su desquiciada naturaleza. Muchas veces aparecía ante Diane, semidesnudo y con restos de sangre de víctimas inocentes, y se burlaba de ella postrándose a sus pies. Ella entendía más que nunca el deseo de venganza que había animado a Gawain durante siglos. Oseus era un parásito monstruoso que había que eliminar y rezaba por que el vampiro escocés concluyese su misión con éxito. Al ver a esos vampiros, prostrados y enlazados entre ellos como serpientes asquerosas, también entendía por qué Dios había decidido condenar a los hijos de los Elohim. Sin embargo, su padre y muchos otros no eran de ese tipo de vampiros, seres depravados que no dudaban en pactar con los demonios para obtener más poder. Y Diane, por fin, había empezado a entender parte del plan del Todopoderoso al permitir que el extraño y prohibido embarazo de su madre siguiera su curso… Su sangre era la clave, y ahora ella sabía cómo utilizarla. Pero el momento estelar no había llegado aún. Faltaba muy poco y ya no le importaba sacrificarse para lograr lo que se proponía. Puede que los que estaban riendo ahora dejasen de existir en muy poco tiempo. Cerró brevemente los ojos para reprimir la oleada de poder que fluía en sus venas. Tenía que disimular más que nunca y alimentar el narcisismo de Marek haciéndole creer que había ganado y que ella se iba a doblegar a su antojo. Nada más falso. Todo lo que había conseguido su hermanastro obligándola a matar a la mujer que la había criado había sido eliminar los últimos escrúpulos

que tenía en emplear todo su potencial hacia un solo objetivo: destruirlo a él y a su corte. En su primer enfrentamiento había actuado de manera instintiva y sin hacerse muchas preguntas; por eso el contragolpe psicológico había sido tan duro y su fuerza tan difícil de manejar. Pero eso era agua pasada. La maldad de Marek no tenía fin y la lección aprendida se había grabado con sangre en su mente. Finalmente, sí que había logrado algo con ella: volverla más fuerte, más fría y más determinada. Ahora tenía una sola meta y se aislaba de todo lo demás. Tenía que acabar con él o morir en el intento. Sin ella, Marek no podía llegar a su fin. A pesar de que Harael decía no querer ayudarla, sí que le estaba enseñando muchas cosas sobre su capacidad y sus poderes. Y ella se encargaría de aplicar esas enseñanzas al pie de la letra. Diane volvió a mirar sus manos, dejando su mente totalmente en blanco. No le hacía falta concentrarse sobre ninguna pareja en concreto para visualizar la lujuriosa escena que se desarrollaba en las camas/banquetas de estilo romano, diseminadas por todo el salón. Era la misma imagen sacada de uno de sus sueños, con música lancinante y vampiros desnudos incluido. Un obsequio particular de Marek a modo de premonición… Sin embargo, los sueños oscuros no siempre se cumplen. Sintió cómo el engendro monstruoso se acercaba a ella, observándola intensamente con su mirada negra de depredador. Pero ya no tenía necesidad de infundirse valor para afrontarlo. Su aura de erotismo oscuro había dejado de tener poder sobre ella. Era como si todo su ser hubiese alcanzado otra dimensión en la que Marek no podía actuar. Y, al parecer, seguía sin darse cuenta de ello. —Hermana, ¡estás muy solita aquí arriba! —exclamó el engendro envolviéndose en una especie de toga que no conseguía tapar su magnifico cuerpo de mármol blanco. Se arrodilló a su lado y su boca se acercó a su oído, pero Diane siguió concentrada—. ¿Por qué no bajas conmigo para que te enseñe algunas cosas sobre el placer? —ronroneó, apretando su boca contra ella—. Debes permanecer virgen hasta el día de nuestra boda, pero hay otras formas de encender tu cuerpo… ¿Quieres probarlo? A Diane le encantaba su nueva facultad: oía la voz profunda de Marek, pero no sus palabras; por lo tanto, no podía controlarla. Su hermanastro no se sorprendió ante su silencio y esbozó una sonrisa pensando que estaría muy asustada y escandalizada. Permaneció arrodillado y se puso de cara a ella.

—¡Oh, sí! Me gustaría darte un anticipo de lo que va a ser nuestra gran noche, Diane. —Echó para atrás el velo y le acarició la boca y el cuello con sus dedos fríos—. Tienes que acostumbrarte al público porque habrá muchos vampiros y demonios observándonos esa noche. Toda esa gente tiene que dar testimonio de que te he hecho mía… Marek le lamió la boca y la mejilla, pero ella no hizo ningún movimiento. —¿O prefieres tocarme y familiarizarte con mi cuerpo antes? ¿Quieres acariciarme, Diane? El perverso ser cogió una de sus manos y lamió su palma. Luego, la deslizó por su pecho de alabastro hasta llegar a su miembro, con una sonrisa malvada. Ella se estremeció por dentro, asqueada al máximo por lo que iba a pasar, pero no dio ninguna muestra de ello. Parecía tan viva como una muñeca de porcelana. Su mirada vacía dejó pensativo a Marek. ¿Habría logrado traumatizarla más allá de lo esperado? Eso no le convenía. Iba a tener que colaborar un mínimo para que el traslado de poderes fuese efectivo. Era el momento de cambiar de estrategia y dejarle un respiro para que se recuperara un poco. —¡Bah! ¡Eres muy aburrida, hermana! —Marek le soltó la mano despectivamente y se levantó del suelo—. Con esa cara de alegría vas a conseguir que mi fiesta se venga abajo. ¡Ain! Zahkar, que no estaba participando en la orgía, apareció ante él y se arrodilló. —¿Amo? —Quiero que te la lleves de aquí y que no salga de su habitación hasta la noche de la ceremonia. Te encargarás de llevarle comida y agua, y todo lo que necesite; y vigilarás su puerta. —Sí, Amo —asintió el vampiro. Se volvió a poner de pie y se acercó a Diane. Le colocó de nuevo el velo sobre la cara, con mucha delicadeza, y apretó su hombro para que se levantara. Ella obedeció con lentitud, aparentando cierta debilidad y sin mirar otra cosa que el suelo. Se disponía a seguir a Zahkar como una autómata cuando Marek se pegó al cuerpo del vampiro por detrás y lo estrechó entre sus brazos. —Ain… —El aludido giró la cabeza para mirarlo a los ojos—. Busca a otro vampiro para vigilarla esta noche y vuelve conmigo. Tengo ganas de volver a saborearte… Marek se lanzó a por su boca y la devoró con bestialidad. Zahkar cerró los ojos y se dejó atrapar por el eterno deseo oscuro. Era su condena y no tenía

fuerzas suficientes para sustraerse a ella. —Ve y vuelve rápido —ordenó Marek liberándolo tras pasar su pulgar sobre su boca. Zahkar bajó las escaleras con Diane y la guio hasta una puerta trasera para que no siguiera viendo todo el vicio y la sangre que había en la sala. Cuando llegaron al pasillo le echó un disimulado vistazo y sintió que una antigua emoción llamada preocupación se abría paso en su pecho. La Doncella parecía haberse convertido en una sombra y no había vuelto a hablar con él desde la noche del rescate fallido. Daba la impresión de estar muerta en vida. Sin quererlo, la mirada del vampiro se volvió más tierna y brillante. La pena y la compasión eran sentimientos extremadamente corrosivos sobre todo para un ser que, como en su caso, estaba atrapado por la empatía y por un extraño vínculo afectivo. —Princesa… —empezó a decir, dándose la vuelta para acercarse a ella. Pero la voz cristalina de la antigua esclava romana lo interrumpió. —¿Ya os marcháis de la fiesta, Augusta? —preguntó Hedvigis, detenida cerca de una puerta de la que provenían ruidosos jadeos. El atuendo de la vampira —una corta túnica roja casi transparente—, los numerosos mordiscos que tenía en todo el cuerpo y el hecho de que Thánatos estuviera detrás de ella con muy poca ropa, no dejaban lugar a duda sobre lo que había estado haciendo hasta hacía muy pocos minutos. Bueno, había nacido en la época más representativa de ese tipo de festejos así que estaba más que acostumbrada. Zahkar no le quitó ojo mientras echaba a andar hacia la Princesa. No podía disimular el odio visceral que sentía por ella. —¿No os encontráis bien? ¿Estáis cansada? —se burló con una mueca falsamente cándida, enrollando uno de sus rizos sueltos alrededor de su dedo—. ¡Quítate de en medio, Zahkar! —le ordenó al vampiro de mala manera, al ver que este se ponía delante de Diane como si quisiera protegerla—. No le voy a hacer nada. Solo me preocupo por su bienestar. —Y yo cumplo con las órdenes del Divus —recalcó él, cruzándose de brazos y sin moverse. Hedvigis le dedicó una mirada torva. —Esa actitud protectora empieza a ser muy molesta, egipcio —insistió la joven vampira desplazándose un poco para poder observar a la Princesa a la cara —. No es tan frágil como aparenta y me pregunto si tu comportamiento extremadamente protector no tiene nada que…

Hedvigis se interrumpió a mitad de la frase y se quedó como petrificada. Su mirada acababa de cruzarse con la de la Doncella y, a pesar del velo, el reflejo metálico de esos ojos grises se había hundido en ella como una cuchillada fría y certera. Sintió algo muy parecido al miedo insinuarse en ella. Esos ojos eran como la espada del Destino y anunciaban su final inminente. El final de todos ellos. No podía apartar la mirada y empezó a oír una voz en su mente. Una voz suave, pero terrible. Serás castigada por tus crímenes y tu condena será eterna… —¿Por qué no te apartas y vuelves a tu fiesta privada? —soltó Zahkar en un tono frío e imperioso—. ¡Aquí estorbas! El vampiro avanzó decididamente hacia ella para apartarla del camino y se fue seguido por la Princesa, que había vuelto a bajar la cabeza. Hedvigis parpadeó varias veces, totalmente desorientada. Cuando volvió a centrar su atención sobre sus interlocutores, estos ya habían desaparecido por el pasillo. —¡No me gusta ese lameculos! —exclamó Thánatos, despectivamente—. ¿Quieres que le dé su merecido? —Es mucho más antiguo que tú y yo, chucho —contestó ella sin prestarle mucha atención—. Podría partirte en varios trocitos con tan solo levantar un dedo. —A mí me parece que es solo el juguete del Amo y nada más. Juntos podríamos darle una buena paliza y ocupar su lugar en la jerarquía. ¿Qué me dices? —Thánatos se pegó a ella, que seguía observando el pasillo con el ceño fruncido—. Tú y yo juntos, bajo las órdenes del Amo. Ya lo hicimos una vez y el resultado fue excelente… —¡Cierra la boca de una vez! —ordenó Hedvigis, apartándolo bruscamente para avanzar por el pasillo—. Esa zorra esconde algo. Algo que podría ser el fin de nuestras existencias. La vampira se concentró para captar algo, pero no consiguió nada. Sin embargo, sabía perfectamente que había algo muy extraño en el ambiente y su intuición rara vez le había fallado. La mirada de la Doncella era demasiado perturbadora como para pertenecer a un ser totalmente vencido. No, no parecía para nada vencida… —Anda, ven —dijo Thánatos, acariciándole el brazo—. Esa perra dejará de ser una amenaza dentro de muy poquito. ¿Por qué no seguimos con nuestras cosas?

El Metamorphosis se inclinó para morderle el cuello, pero ella se volvió y le cruzó la cara con un bofetón. —¡Chucho estúpido! ¿Por quién me has tomado? ¿Por tu putita? —Hedvigis lo empujó con el poder de su mente—. ¿Has olvidado con quién estás hablando? ¡No soy tu igual, perro! Estás al final de la cadena alimenticia, Metamorphosis, y yo en su cúspide. Me gusta jugar contigo, pero nada más. —Pero… ¿y nuestro acuerdo? —inquirió el lobo, tras soltar un gruñido. La risa cristalina de la joven vampira resonó por el pasillo. —¡Eres tan patético! ¿De verdad te creíste que me iba a quedar contigo, exclusivamente contigo, como si fuéramos una pareja para toda la eternidad? ¡Suena tan estúpido! Yo no soy un lobo como tú, chucho. No hay exclusividad en mi categoría. Te dejaste utilizar y me devolviste a mi amada Hécate, y ella siempre estará por encima de ti. Hedvigis pasó cerca de él y le clavó las uñas afiladas en su torso desnudo para empujarlo violentamente. —No eres nadie, Thánatos. Solo un puto chucho que obedece cuando se le da una orden —se mofó ella con maldad, de camino a la sala privada de la que había salido. El lobo volvió a gruñir y se limpió la sangre de su pecho con rabia. —Ya encontraré un modo de hacerte cambiar de opinión… —murmuró para sí sintiendo una mezcla de amor y de odio hacia ella. La ausencia de la Doncella de la Sangre no alteró ni lo más mínimo el multitudinario frenesí de sexo y sangre que tenía lugar en la gran sala, más bien todo lo contrario. Unos vampiros Lacayos llevaron ante Il Divus varias campesinas humanas, mortalmente asustadas, para que el Amo pudiera jugar con ellas antes de alimentarse. Entonces, la fiesta se volvió aún más espantosa y los favoritos del Amo obtuvieron su consentimiento para atacar sin piedad a las pobres muchachas vírgenes. La locura y el vicio se desataron por enésima vez en esa horrible noche. Marek estaba terminando de chupar la sangre de su última víctima cuando sintió la presencia de Berith; presencia que anunciaba la llegada inminente de su ilustre primo, el Príncipe de las Tinieblas. —Divus —saludó el demonio, vestido enteramente de rojo como de costumbre.

Sentado en su trono y medio desnudo, el aludido ordenó mentalmente a uno de los Sirvientes que se llevara el cuerpo de la muchacha muerta que estaba en su regazo y miró a la derecha del demonio. —¿Has decidido unirte a la fiesta, primo? —le preguntó al Enemigo de Dios cuando este salió de la nada. Marek sonrió al observar el atuendo de Lucifer. Llevaba un traje de chaqueta gris perla, que tenía que costar un ojo de la cara, con zapatos de finísimo cuero y corbata a juego, y olía a un perfume muy caro y glamuroso. Su rostro de belleza perfecta se escondía tras las volutas de humo que salían del puro cubano que estaba fumando con evidente placer. —Estaba haciendo negocios en Colombia y pensé que sería una buena idea pasarme por aquí para comunicarte algo… —explicó L soltando otra voluta de humo. —¿El qué? —inquirió Marek poniéndose en alerta de forma disimulada. L lo observó en silencio y sus ojos verdiazules resplandecieron. —Es una pena, primo, pero no voy a poder asistir a tu boda. Tengo asuntos pendientes. —Sonrió antes de continuar—. Sin embargo, te recuerdo que tendrás que abonar tu cuenta en cuanto termines de beber la sangre de tu hermana. Les affaires sont les affaires! Marek se rio y se relajó. —Yo siempre pago mis deudas, primo. Durante un minuto, L siguió fumando. —¿Sabes que hay una leve fisura en la barrera protectora que rodea este castillo? —preguntó de repente. Su primo esbozó una sonrisa pérfida. —Lo sé. Mi padre está haciendo de las suyas desde la tumba en la que está prisionero. Es más, habrá muchos invitados sorpresa a mi boda y estoy deseando darles la bienvenida… —Podría ser un arma de doble filo —subrayó L estudiando su rostro. —¿Piensas, de verdad, que esos vampiros debiluchos a las órdenes del Senado van a poder conmigo? —Marek soltó una carcajada siniestra—. ¡Si mi padre no ha logrado detenerme, nadie podrá hacerlo! Estoy ansioso por sentir la rabia y la impotencia de todos ellos cuando me apodere de la inocencia y de la sangre de la Doncella. —¿Y a ella no la temes? —La tengo totalmente dominada —se jactó el otro, echándose para atrás en su trono—. ¡Está tan mansa como un corderito!

—Sin embargo, casi logra escapar la otra noche. Marek dejó de sonreír. —¿Estás dudando de mi poder, primo? L esbozó una sonrisa gélida. —Para nada, son solo preguntas. Me gusta cuidar de mis «inversiones». —No debes preocuparte —lo tranquilizó Marek, levantándose y bajando del estrado para llegar hasta él—. El sábado, nuestra victoria será total y absoluta. —Eso espero —concluyó L sin dejar de sonreír. ¡Desgraciado imbécil! —Quedan algunas vírgenes sin tocar —comentó Marek totalmente ajeno al comentario de su primo emitido en una frecuencia que no podía captar—. ¿Te apetece quedarte un rato para observar cómo jugamos con ellas? —Por qué no… —contestó L terminando de fumar su puro. Subió al estrado y se sentó en el trono dejado libre por Marek. Seguidamente, Berith apareció a su lado y se cruzó de brazos. —¡Que el espectáculo continúe! —ordenó Marek a sus súbditos, alzando sus brazos y enseñando sus colmillos crecidos. Los Sirvientes trajeron cuatro chicas adolescentes desnudas y todos los vampiros empezaron a reír y a relamerse, acercándose a ellas como si fuesen una manada de lobos hambrientos. L no prestó mucha atención a lo que estaba ocurriendo. No dejó de observar a su primo con meticulosa atención y sus ojos se volvieron casi fosforescentes debido a las ganas tremendas que tenía de liquidarlo. Se comunicó mentalmente con Berith, protegiendo esa conversación con el poder de las Tinieblas para que ningún ser pudiese interferir en ella, y dejó vía libre a su malevolencia. —¡Puto engendro inútil que no va a conseguir nada! Está tan convencido de que ha ganado que no se da cuenta de que su Poder está menguando mientras que el de la Doncella está subiendo como la espuma. Percibo una energía residual muy conocida… Algún ser de luz la está ayudando. —¿Los Elohim se han decidido y van a intervenir, Amo? —No es nada nuevo. ¡Los plumitas siempre andan por ahí, tocándome las pelotas! Pero no todos están con ella. Muchos esperan el momento oportuno para actuar. ¡Son tan previsibles! —¿Qué hacemos entonces? ¿Dejamos que la eliminación de Marek siga su curso?

—Hay que pensar muy bien la próxima jugada, Berith. Por una parte, la Sibila vampírica ha dejado de estar incapacitada por el Poder oscuro, por lo que ha descubierto el origen de la esencia vampírica de mi primo. Por otra, los plumitas se traen algo entre manos… Están muy interesados en salvaguardar a la Doncella, y no debería ser así. Sin embargo, uno de mis antiguos hermanos está deseando ponerle la mano encima, y supongo que no será para tener una charla amistosa con ella. Y luego estamos nosotros… L guardó silencio y apoyó su barbilla sobre sus manos cruzadas para reflexionar sobre la magnífica partida de ajedrez que estaba jugando con su ancestral enemigo; su antiguo creador. Su mirada se paseó por toda la estancia y recorrió los rostros de los vampiros y demonios ahí congregados. Algo atrajo su atención y observó detenidamente lo que estaba pasando en uno de los rincones del salón: la Princesa de los Kashas, vestida con un kimono ligero y echada sobre una litera como si fuese una emperatriz romana, estaba rodeada por su corte de vampiros asiáticos. Uno de sus Guías le estaba ofreciendo una copa de sangre como si se tratase del ritual de la ceremonia japonesa del té. L se detuvo en el rostro níveo y hermoso de la vampira. Esbozó una sonrisa sensual y cargada de eróticas promesas cuando sus miradas se encontraron; sonrisa que se acentuó cuando Naoko puso uno de sus dedos en la copa y se lo llevó a la boca para chuparlo, sin dejar de mirarlo. Ese gesto selló el nuevo futuro de la vampira: su sadismo y su habilidad para manejar a los espíritus a su antojo acababan de convertirla en su nuevo peón estrella. El hecho de que parecía disfrutar de los placeres más brutales de la carne no era más que un aliciente… —Berith, cuando las cosas se pongan feas el sábado, dejarás que el imbécil de mi primo se las apañe él solito. Intervendrás en el último momento y tu prioridad absoluta será sacar a la Princesa de los Kashas de este castillo. —Como ordenes, Amo. Lucifer sonrió de forma diabólica y su rostro adquirió una hermosura insoportable. —Ella será una pieza clave de nuestra jugada maestra y es muy probable que tenga que sacrificar a mi príncipe oscuro para poder llevarla a cabo…

Capítulo veintitrés Noche de la ceremonia

Cuando Diane salió de su habitación, vestida y lista para la infame ceremonia, Zahkar se inclinó ante ella al igual que las sirvientas. Él era el encargado de llevarla hasta su hermano en el Templo Circular de la Noche, lugar que se encontraba en el corazón del palacio. Tras el inmenso velo rojo que la tapaba por completo, ella se percató de que el vampiro no lucía el mismo color que los demás: llevaba una de sus túnicas orientales, negra y con símbolos rojos, y calzaba unas botas negras relucientes. Iba vestido como un General, listo para la guerra. Diane bajó la vista con humildad. No quería levantar sospechas demostrando curiosidad o interés. Tenía que seguir aparentando que se había convertido en estatua de sal. Sin embargo, había muchísimas cosas que le llamaban la atención: sentía unas ondas de energía muy poderosas fuera del palacio y el atuendo de Zahkar le confirmaba que algo se estaba preparando; y ella tenía alguna idea de lo que era… A pesar de haber insistido en que no intentaran volver a rescatarla de ese palacio, Gawain y los demás no pensaban obedecerle y, seguramente, pensaban aparecer durante la ceremonia. Pero ella no estaba dispuesta a que arriesgaran una vez más su existencia. Nadie podía salvarla de su hermano, salvo ella misma. E iba a luchar hasta el final. Había logrado engañar a Marek al convertirse en la sombra de sí misma. No había emitido ningún sonido ni hecho ningún gesto cuando las sirvientas la habían vestido como si fuese una diosa egipcia con un atuendo casi transparente; atuendo que la horrorizaba interiormente. Era un vestido largo rojo y ceñido, de cintura muy alta, sujeto con dos tirantes anchos que le cubrían los senos. Estaba atado por los lados con cintas y dejaban al descubierto sus piernas. Los bordes eran de color oro, lo que contrastaba con su collar de plata que seguía enroscado alrededor de su cuello, y la muselina era semitransparente.

Las sirvientas le habían recogido el pelo en un moño, para despejar la zona de su cuello, antes de colocarle el velo rojo por encima. Sí, parecía una magnifica diosa pagana y decadente… Pero incluso ir por ahí medio desnuda había dejado de ser importante para ella. Tenía que intentar destruir a Marek, ese era su objetivo. —Seguidme, por favor. El rostro de Zahkar permaneció impasible cuando se dio la vuelta para conducirla hasta una escalera. Diane lo siguió y no prestó mucha atención al camino, concentrándose al máximo para tapar y controlar su Poder que rugía con fuerza dentro de ella, ansioso por liberarse. Solo se dio cuenta de que habían bajado, por lo que el Templo debía ser subterráneo. No obstante, consiguió no levantar la vista en el último momento cuando unos cánticos de voces profundas, acompañados por los tambores, llegaron a sus oídos. Por debajo de sus pestañas vio que Zahkar se detenía. —¿A quién traes, General? —preguntó el guardián de la puerta, vestido con una túnica roja con capucha. —A la Doncella de la Sangre, hermana y futura esposa de mi Amo — contestó el vampiro antes de ponerse detrás de ella. La gigantesca puerta labrada en bronce se abrió y Diane no tuvo más remedio que mirar hacia delante para seguir a otro vampiro también vestido de rojo. El rápido vistazo le había permitido apuntar varios detalles muy valiosos: el Templo era de dimensión mediana y decorado en mármol negro con columnas cada pocos metros, y en lo alto había una cúpula abierta que dejaba pasar la luz de la noche. En su centro se alzaba un pequeño altar flanqueado por escaleras de mármol y todos los vampiros y demonios, vestidos de rojo sangre, se habían congregado a su alrededor y miraban al Príncipe de la Oscuridad, que la estaba esperando con una sonrisa lobuna. Ella siguió al vampiro, con Zahkar detrás de ella, hasta llegar hasta el altar. Atenta a todos los posibles movimientos, lanzó un leve rastreo para localizar a Gaëlle y consiguió encontrarla: estaba tumbada en otro altar en uno de los laterales, vestida de blanco como en su visión, y se encontraba sumida en un profundo sueño. Al parecer, Marek no le había hecho daño. Al llegar a la primera escalera, Diane apagó todo pensamiento y encerró su Poder en ese lugar particular de su alma que Harael le había enseñado. Marek levantó una mano y los cánticos cesaron abruptamente. El vampiro vestido de rojo desapareció.

—¿A quién traes, General? —preguntó de nuevo Marek situado al pie del altar. —A nuestra Augusta y a tu futura esposa, Amo —contestó el vampiro arrodillándose. Marek sonrió de forma perversa. —Bienvenida seas, hermana mía. ¿Ves esta cúpula en lo alto del Templo de la Noche? —le preguntó señalando ese punto con la mano—. Dentro de muy poco, cuando sea medianoche, la luz de la luna bañará tu rostro dándome la señal para que hunda mis colmillos en tu cuello y para que te haga mía ante todos estos testigos. Entonces, tu Poder será mío… Al escuchar esas palabras, todos los vampiros gruñeron al unísono como forma de aprobación. Era como si un pobre corderito hubiese caído en medio de una manada de hienas hambrientas y desatadas. Era un sonido desagradable y aterrador. Marek levantó una mano hacia Zahkar y la especie de túnica abierta que llevaba dejó entrever que solo vestía con un faldellín egipcio negro lleno de pliegues. —Tráeme a mi Princesa, General —ordenó con voz sensual. Hedvigis, vestida como una muñeca gótica en versión roja, Naoko, con un kimono escarlata, y Oseus, con un uniforme rojo, se acercaron a las escaleras expectantes. La joven vampira era la más pletórica por ver sufrir a la Doncella. Mientras Zahkar se acercaba a Diane, Marek se deshizo de su túnica dejando al descubierto su cuerpo de mármol casi desnudo salvo por el collar de plata y los brazaletes de serpientes enrollados alrededor de sus brazos. Era la viva imagen del Dios oscuro, letal y sensual, que pretendía ser. En vez de sentir miedo, una calma extraña y una gran determinación se apoderaron de Diane. Podía sentir la energía del ángel cerca de ella, pero no la de su padre. Estaba sola frente a su Destino. Todo ello debió de reflejarse en su mirada porque vio cómo la expresión del rostro de Zahkar se alteraba mínimamente cuando se quedó frente a ella. Clavó su mirada en la suya, consciente de que se había vuelto de plata por un instante. El miedo se insinuó en el vampiro, no por él sino por su querido Amo. Luego, se transformó en inevitable resignación y aceptación. Sabía perfectamente que incluso los seres inmorales con poderes inconmensurables no podían eludir para siempre su verdadero Destino. * * *

¿Cómo se consigue acallar la voz del corazón? ¿Cómo se puede sonreír cuando uno tiene ganas de chillar debido al miedo y a la angustia que siente? Yanes se estaba haciendo esas preguntas, sonriendo como un tonto frente al amor de su vida, vestida con pantalones de combate y chaqueta de cuero negro y preparada para ir a una guerra sangrienta. No quería que se fuera. Quería pedirle que se quedara con él y que lo mandara todo al viento fresco. Pero no podía hacerlo por dos razones: se trataba de ir a rescatar a Diane, su amiga y parte de su nueva vida, y él había aceptado las consecuencias más duras al enamorarse de una guerrera. Por eso tenía que dejarla marchar como si no pasara nada. Como si Micaela no tuviera grandes posibilidades de no volver con vida… Tenía que seguir sonriendo como un bobo y apretar los dientes para no decir una tontería como algo para que no se fuera. No tenía otra opción que grabar a escondidas en su memoria todos los detalles de su amado rostro y de su última y apasionada noche entre las sábanas. Tras poner su Opinel en la funda colocada en su espalda y ajustar la pistola que descansaba sobre su pierna, Mike cerró su chaqueta de cuero, muy consciente del dolor y del miedo encerrados en el corazón y en el alma del hombre que amaba. Ella también tenía miedo de no volver a verlo. Era demasiado bueno y maravilloso para ser real. La noche entre sus brazos había sido el momento más hermoso de su vida, el más intenso. La había hecho sentir como si fuese una mujer delicada y muy bella, y no la guerrera testaruda y malhablada que era en realidad. Sin embargo, y a pesar de todos esos momentos inolvidables, ella seguía siendo una Custodio y tenía que llevar a cabo una misión; una misión más importante que su propio bienestar o su corazón. Sí, era una gran luchadora que no necesitaba a alguien en su vida; pero en ese preciso instante, intentaba no mirarlo a los ojos porque sabía que, si lo hacía, se iba a venir abajo e iba a cometer una estupidez. Como quedarse a su lado y pasar de la misión, por ejemplo… Tenía que salir de esa habitación lo antes posible. —Me tengo que ir —dijo, reajustándose la chaqueta de cuero por enésima vez para no mirarlo a los ojos—. Me están esperando y Kam no es muy paciente… Yanes acarició su mejilla con los nudillos. —Tendrás mucho cuidado, ¿verdad? —murmuró, inclinando la cabeza.

De pronto, Mike clavó la mirada en la suya y lo miró intensamente como si se hubiese quedado ciega y su rostro fuese la primera cosa que viese después de recobrar la vista. Yanes se preguntó si era consciente del amor y de la desesperación que trasmitía su mirada caramelo. Como de costumbre, ella actuó impulsivamente y lo agarró del cuello para besarlo con toda la pasión y el amor que sentía. El beso fue una mezcla de deseo y de furia, alimentado por el miedo que ambos compartían. Mike se echó para atrás repentinamente. —Te prometo que intentaré hacer todo lo posible para volver junto a ti — susurró contra su boca. Antes de que Yanes pudiera reaccionar, ella se dio la vuelta y salió con rapidez de la habitación sin mirar atrás. El silencio repentino le permitió escuchar los latidos desenfrenados de su corazón. Se recostó contra la pared y cerró los ojos, incapaz de pensar. Tenía un nudo en la garganta por culpa de la angustia. —No te preocupes, Bello… Abrió los ojos al escuchar la voz de Cassandrea en su mente. —Velaré por que no le pase nada. No dejaré sin protección a mi sangre. Se permitió esbozar una sonrisa. Cualquier ayuda extra era bienvenida en ese contexto. —Gracias, Cassandrea —musitó con fervor. * * * Estaban todos reunidos en la sala que utilizaban los vampiros para entrenarse; una sala completamente vacía ahora. Cada grupo por un lado: los Custodios — Kamden, Césaire, Julen, Robin, Micaela y Dragsteys— vestidos con pantalones negros de combate y chaqueta de cuero y armados hasta las cejas; y los Pretors —Gawain, Aymeric, Mab, Alleyne, Eneke y Vesper— armados con espadas y listos para desplegar sus mortíferas energías. Salvo Vesper y Mab, que seguían con su vestimenta propia, los Pretors y los vampiros de la Nobleza Némesis vestían una especie de uniforme militar de color azul oscuro. Kamden había ordenado a Reda, Mark y Eitan que se quedaran muy cerca del palacio por si tenían que entrar para echar una mano en la refriega; cosa que se antojaba complicada dado que ni siquiera sabía si iban a poder teletransportarse al castillo sin un solo rasguño.

El vampiro-médico se iba a quedar con ellos también, por si salían de allí muy malheridos. Pero él dudaba que saliesen de un nido de vampiros y demonios con vida, sobre todo teniendo en cuenta que ese príncipe oscuro había tenido en jaque a media sociedad vampírica… Era una misión sin retorno, de las que le gustaban. Pero esa vez no iba solo, y eso lo cambiaba todo. Le echó un vistazo a Robin, mortalmente serio y muy concentrado. Le hubiese gustado poner a Eitan en su lugar, pero no era justo para el chaval dado su duro entrenamiento. Aunque eso significara ir hacia una muerte segura. En fin, la muerte formaba parte del lote de los Custodios; aun así, intentaría estar pendiente del chaval en la medida de lo posible. Al fin y al cabo, cuando estaba así de calladito le caía muy bien. —Hum, jefe… ¿A quién estamos esperando? ¿Al presidente de los Estados Unidos? —preguntó Julen, interrumpiendo sus pensamientos. Kamden le dedicó una mirada torva. ¡Siempre podía contar con Angasti para despertar sus ganas de darle una buena tunda a alguien! —Jul, ¡cállate! —ordenó Césaire con voz tranquila. —¿Qué? ¡Solo pregunto! —recalcó el vasco, encogiéndose de hombros. —Estamos esperando a nuestra Sibila, la Princesa Hermoni —contestó Gawain sin inmutarse. Julen lo miró con evidente interés. —¿Y está buena? Se oyó un murmullo exasperado de reprobación por parte de los Custodios, pero los vampiros no reaccionaron ante sus palabras. —Julen, ¡cierra el pico y deja de cagarla! —le ordenó Mike con cara de pocos amigos. —¡La hostia! Podríais tener un poco de sentido de humor, ¿no? —se enfurruñó el vasco—. ¡Os recuerdo que vamos a palmarla! Valean se quedó mirándolo fijamente. —La Sibila no está «buena». Es sagrada —recalcó entrecerrando los ojos. El otro le devolvió una mirada insolente. —¡Qué muermo eres, aguilucha! Entiendo por qué estáis medio muertos. De repente, el vasco sintió que el aire se congelaba y giró la cabeza. —Cállate de una vez, humano —le intimidó Eneke con una mirada muy peligrosa. Al mirarla, Julen pensó que había momentos en la vida en los que había que obedecer sin más y cerró la boca de golpe.

—Por fin, un nuevo milagro… —musitó Kamden sin mirarlo. Angasti le dedicó una mueca y se cruzó de brazos a la espera. Al cabo de varios minutos, Aymeric se adelantó y los vampiros se miraron entre sí. —Percibo varias energías… —dijo Vesper a modo de aviso. Apenas terminó de decir eso que Sasha apareció con otro vampiro a su lado. —¡Genial! ¡Otro bocazas! —exclamó Eneke con actitud muy hostil. Sasha enarcó una ceja y no mostró ninguna sorpresa ante su aspecto demacrado. —Lamento lo de Mariska… —dijo con rostro serio. Como respuesta, la vampira soltó un gruñido. —Un consejo, Sasha: métete en tus asuntos. Al ver esa hostilidad latente, Gawain intervino y ordenó mentalmente a Eneke que se tranquilizara. La vampira dejó de mirar a Sasha sin dilación. Kamden se quedó observando al otro vampiro mientras Aymeric, Quin y Valean se acercaban a él. Parecía una perfecta estatua griega en movimiento y cualquier artista habría matado para tenerlo como modelo: era alto y rubio, tenía un buen cuerpo e iba bien vestido, y sus ojos eran de un color azul turquesa. Seguro que tenía a un montón de vampiras esperándolo delante de su puerta… Muy a pesar suyo, le echó un vistazo a Vesper, pero ella no parecía interesada ni lo más mínimo en él. Aunque con esa expresión impasible nunca se sabía. —Consejero Zenón —lo saludó Aymeric, mientras Quin y Valean se inclinaban. —Espero que consigáis sacar a nuestra Princesa de las garras de ese bastardo —dijo el vampiro con rabia contenida—. No puedo intervenir personalmente, pero os mandaré todo mi Poder y mi energía. —Miró a los humanos—. Custodios, gracias por ayudarnos. La familia Némesis no olvidará este gesto. —Nosotros también tenemos un deber hacia la Humanidad —contestó Kamden—. No podemos dejar que ese tarado ande suelto. —Gracias de todos modos. Zenón inclinó la cabeza y luego paseó su mirada sobre los dos grupos ahí reunidos. Cuando llegó a Alleyne se quedó mirándolo fijamente y frunció levemente el ceño. Por un instante la mirada del joven vampiro se volvió de un verde metálico, pero miró rápidamente hacia otro lado. De pronto hubo un fogonazo de luz y el Príncipe de los Kraven salió de la nada; lo que hizo descender considerablemente la temperatura de la sala. —Retroceded un poco —ordenó Ranulf a los dos grupos—. El Basileus está al llegar.

—¿El qué? —murmuró Julen, extrañado. Césaire tiró de él para que se echara hacia atrás como los demás. El aire pareció distorsionarse en suaves olas y seis vampiros aparecieron en medio de la sala protegiendo a otro al igual que lo hubiese hecho una sección de legionarios romanos. —La Potestas, la guardia de nuestro Emperador —explicó brevemente Gawain a los Custodios. A pesar de su aparente impasibilidad, él mismo estaba cada vez más sorprendido. El Senado había decidido intervenir de una vez por todas, pero no se esperaba que mandara al Emperador en persona, si bien esa era su función principal: obedecer las órdenes del Senado y proteger a la Sociedad vampírica de cualquier amenaza. Los seis vampiros con lanzas se hicieron a un lado dejando al descubierto a un joven vampiro de aspecto grácil y vestido como un emperador romano, con coraza y sandalias de cuero incluidas. Era pelirrojo, con el pelo largo y ondulado, y tenía un rostro dulce y unos ojos castaños muy brillantes. Kamden se sintió un poco decepcionado por el aspecto del emperador de los vampiros, pero fue Julen quien, para variar, manifestó en voz alta el pensamiento común. —¿Este es vuestro emperador? —preguntó sorprendido. El Basileus lo miró de repente y le lanzó una mirada tan escalofriante que Julen se quedó petrificado. Sintió un profundo malestar y cuando empezó a dolerle el pecho, tuvo la extraña sensación de que la mano de ese vampiro se había cerrado alrededor de su corazón, como si fuese capaz de arrancárselo a distancia. El vasco empezó a sudar copiosamente. —Las apariencias son muy traicioneras en nuestro mundo, Custodio —le avisó el Emperador con una voz hermosa y serena. La presión en su pecho cedió y Julen pudo respirar con normalidad. —Basileus. Todos los vampiros cerraron un puño sobre el pecho en señal de respeto, pero no se arrodillaron como se esperaban Kamden y los humanos. Las reglas de la Sociedad vampírica eran muy difíciles de entender… —Estoy aquí para abrir el portal de luz con mi sangre y mi energía, pero el Senado no me ha autorizado a ir más allá de esta sala —explicó el Emperador—. Será mejor que saquéis esas cruces de protección, Custodios —añadió mirando hacia Kamden—, porque las vais a necesitar.

El cazavampiros miró a sus agentes y todos sacaron las cruces fuera de sus chaquetas de cuero para que quedaran bien visibles. —¡Parece que vamos a hacer nuestra primera comunión! —refunfuñó el vasco—. ¡Sobre todo tú, Robin! El aludido ni siquiera lo miró y siguió concentrado. Una luz blanca anunció la llegada de otro vampiro: se trataba de Selene, la Sacerdotisa, con su larga cabellera casi blanca y su vestido largo inmaculado. La vampira sonrió con dulzura a todos los presentes y se arrodilló bajando la vista hacia el suelo. Entonces hubo un destello dorado y rojizo, como si fuese la luz del amanecer, que dejó paso a la figura menuda de una vampira envuelta en una túnica de color oro. Su rostro estaba tapado por la capucha y solo se veía su boca delicada. Esa vez, y para sorpresa de los humanos, todos los vampiros se arrodillaron en el suelo, incluido el Emperador. Kamden le mandó una señal de advertencia a Julen con la mirada para que dejara de intentar ver lo que había debajo de la capucha de la vampira. El vasco soltó un bufido a modo de respuesta. —Hermana —saludó el Emperador levantándose del suelo para acercarse a la vampira. Levantó una mano y ella hizo lo mismo, sacando una de sus finas manos de la manga de su túnica. Sus palmas emitieron una suave luz sin llegar a tocarse. Un segundo después, el Emperador se dio la vuelta y creó un círculo de luz con su Poder alrededor de los dos grupos. —Levantaos —ordenó a los vampiros que seguían arrodillados. Miró al Príncipe de los Kraven y este desapareció y volvió a aparecer en otro punto del círculo mientras Sasha y el Consejero se apartaban rápidamente. Él mismo se apartó de su hermana y se puso en otro punto, formando los tres un triángulo. —Son vampiros de Pura Sangre e hijos de los Elohim —explicó Selene tras levantarse del suelo, al ver la perplejidad de los humanos—. Solo ellos pueden crear un portal de luz. Kamden frunció el entrecejo con inquietud, preocupado por sus compañeros. Si todo eso del portal salía mal, ¿iban a explotar todos dentro de un minuto? —No te preocupes, MacKenzie. El experimento va a funcionar. El cazavampiros volvió a mirar hacia Vesper tras oír su voz en su cabeza, pero esta tenía los ojos cerrados para canalizar su energía al igual que los demás. Solo Gawain miraba hacia el Emperador.

—Cuando la luz termine de desplegarse por completo, apareceréis en la sala de la ceremonia —explicó el Emperador en voz alta por deferencia a los humanos—. No habrá tiempo y tendréis que actuar de inmediato. —Entonces será mejor que saquemos las armas —recalcó Kamden, dando la señal para que los Custodios cogieran sus pistolas en mano. Julen sacó sus dos pistolas: una con balas para vampiros y otra con balas para demonios. —¡El vaquero loco parece dispuesto a disparar a todo quisqui otra vez! — exclamó Césaire con una sonrisa. —¡Así es, Gran Jefe! —asintió el vasco. —Ten cuidado de no disparar a uno de los nuestros —le encomendó Mike, burlándose. —Bueno, un poco de rayos UVA no le vendría mal al nene —soltó Angasti mirando a Robin—. Suerte, chaval, y ten cuidado. —Lo mismo te digo, agente Angasti —contestó el aludido con mucho aplomo. El vasco enarcó una ceja, sorprendido. —¿Tengo que sacar ya el pañuelo, Angasti? —se burló Kamden. —¿Puedo heredar tu Sayonara Baby si la palmas, jefe? —preguntó el otro a modo de respuesta. —¡Eso ni lo sueñes! Y ahora, silencio. Julen obedeció sin rechistar y los Custodios se pusieron muy tensos. —Devolvednos a nuestra Princesa —pidió el Consejero Zenón mirando a los vampiros y centrándose, curiosamente, en el rostro de Alleyne—. Ella es el Futuro de cada uno de nosotros. El Emperador, el Príncipe de los Kraven y la Sibila levantaron una mano y en ella apareció una daga dorada. Sus auras se desplegaron y un sonido suave salió de sus bocas cuando se las clavaron en la palma para que brotara su sangre. —Somos Hijos de los Elohim, Espíritus Puros —recitaron al mismo tiempo —. Portal de Luz, despliégate. Cuando las gotas de sangre cayeron al suelo, se oyó un gran estruendo parecido al derrumbe de una montaña. De pronto, la luz lo invadió todo de manera brutal y se mezcló con las auras proyectadas de todos los vampiros. —¿PREPARADOS? —gritó Kamden para hacerse oír, apretando su arma con fuerza. Pero no hubo respuesta porque todos fueron absorbidos por la luz gigantesca como si, de repente, se hubiesen encontrado en medio de una prueba nuclear.

La percepción del tiempo se ralentizó para los humanos, pero fue una impresión errónea. En un abrir y cerrar de ojos, los dos grupos se encontraron en medio de una muchedumbre de vampiros y demonios vestidos con túnicas rojas y con unos cánticos como música de fondo. Los Pretors, más acostumbrados a actuar con el instinto, se desplegaron automáticamente alrededor de los Custodios para protegerlos, mientras estos levantaban sus armas en posición defensiva. Al igual que la muchedumbre, ellos también miraron hacia el altar que se encontraba en medio de esa especie de templo circular: ahí estaba la Princesa, tumbada sobre el mármol oscuro y con las manos atadas por encima de su cabeza, y colocado entre sus piernas abiertas, casi recostado sobre ella de forma elocuente y obscena, había un vampiro moreno prácticamente desnudo que parecía un dios egipcio. Los Custodios se quedaron momentáneamente paralizados ante la descomunal aura malévola que proyectaba ese ser. Ese vampiro tenía que ser el famoso Príncipe de la Oscuridad, el bastardo que había jugado al escondite con ellos y que había que eliminar. El engendro lamió el cuello de la Princesa con lentitud y giró repentinamente la cabeza hacia ellos, mirándolos con sus ojos brillantes de ónice como si fuese la única persona en percatarse de su presencia inesperada. —Bienvenidos a mi boda —susurró Marek con una sonrisa llena de hiel—. Espero que el espectáculo os guste. Los demás vampiros y demonios se giraron en bloque hacia ellos, como si se hubiesen dado cuenta de su presencia en ese momento, y enseñaron sus colmillos siseando como serpientes furiosas. Aymeric dio un paso adelante y abrió la boca para interpelar formalmente al Príncipe de la Oscuridad según la orden del Senado. Sin embargo, el despliegue fulgurante de un aura asombrosa y poderosa no le dio la oportunidad de hablar. —¿Qué puñetas es eso? —preguntó Julen, con los ojos como platos. Sin cambiar de posición, los Custodios y los Pretors miraron hacia la fuente de esa energía. Por una vez, Gawain no pudo disimular su sorpresa y miró con incredulidad a su hijo: al igual que en el bosque maldito, Alleyne estaba rodeado por su aura de color verde que crecía a su alrededor como una bola de energía pura con una potencia muy superior a la de su Poder inicial. El suelo empezó a temblar bajo sus pies y pequeños rayos eléctricos saltaron en el aire. Alleyne levantó la cabeza hacia el techo y su aura lo envolvió por completo: cuando volvió a mirar hacia el altar, sus ojos se convirtieron en dos

focos de un verde eléctrico y su energía se transformó en dos alas gigantescas en su espalda. —¡Joder! ¡Es el increíble Hulk! —exclamó Julen con la boca abierta. Alleyne plantó su mirada translúcida en la de Marek y su furia, largo tiempo contenida, estalló. —¡¡DIANEEEEE!! —gritó mandando su Poder a su alrededor como si fuese un huracán. Las tres primeras filas de demonios y de vampiros fueron alcanzadas y volaron por los aires, despejando en cierta forma el camino hacia el altar. Entonces la batalla empezó y los Custodios y los Pretors se pusieron en movimiento. —¡Que empiece la fiesta! —soltó Kamden, eliminando a un vampiro con un disparo de su arma. Todos entraron en acción: Alleyne, seguido por Gawain y Vesper, se desplazó hacia el altar mientras los Custodios les cubrían, de algún modo, al eliminar a vampiros y demonios a diestra y a siniestra. Pero Mab, Aymeric y la Nobleza Némesis también les protegían a ellos, enfrentándose a los vampiros de mayor rango y más poderosos. Julen pegaba tiros a todo ser que intentaba acercarse con sus dos pistolas como si estuviera en un videojuego mientras Dragsteys eliminaba a sus objetivos de forma metódica. Mike se sentía más cómoda utilizando su cuchillo y Césaire pegaba puñetazos a los demonios antes de pulverizarlos: era muy fácil reconocerlos entre los vampiros ya que no mantenían mucho tiempo su forma humana y se apartaban furiosos cuando se encontraban con la cruz celta. Kamden se posicionó al lado de Robin para ayudarlo, pero el chaval lo estaba haciendo francamente bien y no necesitaba ayuda. Acostumbrado a pelear, se percató de que resultaba demasiado fácil eliminar a los demonios y de que no se habían topado todavía con un vampiro bastante poderoso. —Los vampiros más poderosos y los Generales se encuentran muy cerca del altar —comentó Aymeric leyéndole el pensamiento, pero sin dejar de machacar a sus atacantes— y, al parecer, no hay ningún demonio de rango superior en esta sala. —Eso suena bastante raro, ¿no? —inquirió Julen, deshaciéndose de un vampiro sin problema. El impresionante guerrero Mab hizo explotar la cabeza de otro vampiro con su mazo y soltó un gruñido.

—Hay una humana con vida en uno de los laterales —tradujo Aymeric. —¿Qué hacemos, MacKenzie? —preguntó Mike, clavando su cuchillo entre los dos ojos de un demonio que se deshizo en una especie de substancia verde—. Hey, ¡funciona también con un cuchillo! Kamden echó un rápido vistazo hacia el altar: el camino se estaba despejando a marchas forzadas ya que los Pretors estaban trabajando de lo lindo. Vesper, por ejemplo, aparecía y desaparecía como una mancha negra. —Mike, Robin, id con ella. Los demás, cubridme las espaldas y seguidme: vamos a intentar echar una mano a nuestros nuevos compañeros. Todos obedecieron y Kamden se abrió paso entre los nuevos vampiros y demonios que se lanzaban contra ellos. De pronto, hubo un destello rojo que los cegó a todos. Él se esforzó en recuperar rápidamente la vista y se dio cuenta de que los tres Generales, vestidos de rojo sangre, pero sin llevar túnicas, habían creado una barrera invisible con sus poderes para impedir el acceso al altar. El General que faltaba, vestido de negro, estaba cerca de su amo y seguía sin moverse. Kamden miró hacia la Princesa con preocupación: el bastardo de su hermanastro seguía encima de ella, pero sin hacer nada. Estaba simplemente ahí, observándolos a todos con una sonrisa cruel en los labios, burlándose de sus esfuerzos. —¡Qué hijo de perra! —masculló entre dientes. Dio un paso adelante, pero se tambaleó cuando una sombra paso rápidamente a su lado y lo rozó. Vio que se trataba de la vampira húngara que, tras eliminar a todos los vampiros y demonios que se le ponían delante como una posesa, había localizado a su objetivo prioritario: la vampira de rasgos asiáticos. Observó rápidamente a la zorra que casi había conseguido matar a Mike: parecía sacada de una película de samuráis y se intuía que, bajo esa hermosa fachada de porcelana, había mucho poder y veneno. Una Geisha sádica, seguro. A su lado había un vampiro de pelo blanco y ojos azules de demente y una joven vampira vestida como una preciosa muñeca sangrienta. Oseus y Hedvigis. Una pareja familiar que asesinaba desde tiempos inmemorables. El verdugo de la familia de Gawain y su hermana de sangre… —La cosa promete —murmuró para sí mismo. Entonces vio cómo la muñequita se ponía en plan chula frente a Alleyne, flanqueada por un vampiro de peinado de estrella de rock y una vampira que parecía un zombi, y cómo Oseus agarraba una espada y desafiaba a Gawain.

Cuando Quin y Savage, transformados en animales desde el segundo en el que habían pisado el suelo del templo, se pusieron a su lado y Valean empezó a atacar a los demonios descendiendo a toda velocidad sobre ellos desde el aire, Kamden, Julen, Césaire y Dragsteys se lanzaron a por la barrera y los Generales mientras que los demás vampiros aliados seguían impidiendo que los atacaran desde atrás. —¿Adónde crees que vas, sobrinito? —espetó Hedvigis con una sonrisa feroz. Alleyne clavó su mirada en la suya, concentrándose. Sabía lo que era capaz de hacer y no iba a permitir que lo derrotase por segunda vez. —¡Qué bien! Vamos a tener una distendida reunión familiar —se burló Oseus, mirando a Gawain—. Nos encontramos de nuevo, noble guerrero, pero sigo aquí. —No por mucho más tiempo —recalcó Gawain con expresión gélida. Oseus se rio como un demente. —Qué curioso. ¡Llevo siglos oyendo lo mismo! —soltó antes de enseñar sus colmillos—. Filia, encárgate de nuestro adorable sobrino mientras termino de tratar un asuntillo con el noble corazón de león. —Será un placer, Pater. Oseus le señaló a Gawain un sitio más tranquilo con la mano, como si fuesen a tratar de negocios. Este intercambió una mirada con Alleyne antes de seguirlo. Estaba preocupado por él, pero, a tenor de lo que había podido ver, su hijo se había convertido en una caja de sorpresas… No era el momento para actuar de mamá gallina. Ahora era un recluta de los Pretors y eso era una guerra. —Elimina de una vez por todas a este loco, padre —dijo Alleyne con voz de hielo. Gawain le echó un último vistazo, levantando su Claymore en lo alto, y Oseus y él desaparecieron. —¡Qué bonito es soñar! —se mofó Hedvigis, tirando de uno de sus rizos—. Al parecer, el encuentro en Sevilla no ha sido suficiente para ti y necesitas otra lección. Alleyne se quedó mirándola y sintió que Vesper, que se había adelantado un poco, le transmitía ese mensaje. —Utiliza bien todo ese nuevo Poder que hay en ti, Recluta. ¡Destrúyela! Voy a intentar abrir otro camino en la barrera.

Vesper se desplazó lo más rápidamente posible para que nadie pudiera alcanzarla, pero a Hedvigis no le interesaba perseguirla. —¡Esa perra no conseguirá nada! —soltó despectivamente. —Quítate de en medio, Hedvigis —contestó Alleyne con una mirada escalofriante—, no tengo tiempo para esto. —¡Te veo muy crecidito! —La vampira le lanzó una señal a Thánatos. Este se convirtió instantáneamente en lobo y se abalanzó sobre Alleyne mientras Hécate hacía lo mismo. El vampiro le hizo un corte al lobo con su arma y agarró a la gata por el cuello, mandándola contra el suelo. A pesar de su herida, el lobo se volvió a abalanzar sobre él intentando morderle el cuello. Alleyne se volvió rápidamente y le hizo otro corte, derribándolo. Hécate también volvió a la carga con sus uñas, pero él le mandó una ráfaga de su Poder y la estampó contra la barrera invisible. —Va a ser más complicado conmigo —anunció Hedvigis desplegando su aura. Alleyne se quedó paralizado y sus rodillas empezaron a doblarse como si un peso invisible le hubiese caído encima. Intentó resistirse, pero se quedó con una rodilla hincada en el suelo. La mano que sujetaba la hoja corta romana se abrió sola, dejándola caer al suelo. Hedvigis se plantó ante él y lo agarró del pelo con maldad. —¡Pobre vampiro estúpido! Vas a sufrir mucho más esta vez… —La vampira se relamió los colmillos y miró hacia Marek, que no perdía detalle del encuentro —. Quiero complacer al Divus, así que será lento y doloroso. Un poco como cuando él tome a esa zorra a por la que has venido, y todo ante tus ojos. Hedvigis soltó su risa de cascabel. —Hécate, ¡desfigúralo! Thánatos, ¡arráncale las tripas! La furia y la locura se habían adueñado de Eneke y se habían desatado en cuanto había puesto los ojos en la Princesa de los Kashas. Eliminarla se había convertido en su objetivo principal y ya no echaba cuenta de nada de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Había sentido su aura en la grave herida de Mariska y se lo iba a hacer pagar muy caro. No le importaba quedar reducida a cenizas por el Poder de una Pura Sangre. En realidad, ya no le importaba nada. Si conseguía salirse con la suya, cosa que dudaba mucho, luego iría a por el lobo. Eneke se deshizo rápidamente de un demonio y levantó la hoja corta romana sobre Naoko con el mismo impulso y lanzando un terrible grito de guerra. Había

sido la hija del jefe de un clan de guerreros húngaros en su vida humana y había participado en numerosas batallas. Y ahora, como inmortal, seguía siendo una guerrera. Nunca había dejado de luchar. Sin embargo, era casi imposible sorprender a un vampiro de Pura Sangre. No en vano estaban en lo alto de la pirámide social. Naoko mandó una señal silenciosa a sus Guías para que no intervinieran y esquivó el golpe de Eneke con una gracia de bailarina. Pero esta volvió a la carga una y otra vez, aumentando su velocidad a cada golpe. Sus ojos se convirtieron en dos zafiros y asestó un nuevo golpe utilizando parte de su aura. Pero Naoko la paró con la mano. —¡Cuánta furia, guerrera húngara! —se burló sin inmutarse—. ¿La pequeña traidora sigue entre nosotros todavía o ya se ha convertido en diminutos pedacitos? —preguntó con una sonrisa sádica. Eneke lanzó un gruñido feroz y se sacó un pequeño cuchillo de la manga para clavárselo en la garganta. Naoko solo tuvo que mirar al arma para que esta quedara pulverizada al instante. —¿De verdad piensas que vas a ganar contra mí? —inquirió la vampira asiática mandándola contra el suelo como si fuese un trapo. Pero esta se levantó enseguida y se quedó agazapada, observándola como un felino listo para su próximo ataque. —¡Te voy a arrancar la cabeza! —masculló con un odio terrible. Naoko enarcó una ceja. —¡Qué falta de respeto hacia la Princesa de los Kashas! —comentó haciendo aparecer una katana corta en su mano—. Esto se merece un castigo ejemplar. Eneke gritó y se lanzó contra ella con sus manos convertidas en garras, pero Naoko se desplazó a su alrededor riéndose y dándole varios golpes fuertes sin sacar la katana de su forro. Sin embargo, la vampira húngara consiguió arañarle el cuello de manera bastante profunda. En un movimiento perfecto, Naoko sacó el arma y la ensartó en el costado de Eneke para volver a guardarla de nuevo. Su contrincante se tambaleó y cayó sobre una rodilla. —Si sigo así, vas a desaparecer muy rápidamente y sería una lástima porque quiero divertirme un poco más —dijo la Princesa de los Kashas humedeciéndose los labios por culpa del olor a sangre. La respuesta de Eneke fue una risa espeluznante. —Voy a darte más trabajo que esto —espetó ella, poniendo una mano sobre su costado lleno de sangre.

Su movimiento fue tan rápido que consiguió sorprender a Naoko: la vampira se lanzó a por su cara con una mano y con la otra logró clavarle otro cuchillo en la yugular. Pero la Princesa de los Kashas la volvió a mandar al suelo con su Poder. Eneke se puso de rodillas, enseñando sus colmillos y saboreando su pequeña victoria: surcos profundos y sangrientos desfiguraban la parte izquierda del rostro de Naoko y sus ojos negros brillaban de furia. —No debiste hacer eso, Pretor —comentó con voz gélida como la muerte, quitándose el cuchillo del cuello de un tirón. Su sangre empezó a brotar con fuerza, pero ella no le dio importancia porque la herida se iba a cerrar sola en cuestión de segundos—. Será un placer para mí desmembrarte… —concluyó como si estuviera invitándola a tomar el té. Eneke sonrió, desafiante. La lucha era encarnizada y los golpes de espada de su adversario traicioneros. Pero Gawain no esperaba otra cosa de Oseus, que utilizaba todos los trucos de vampiros a su alcance para intentar derribarlo. Sin embargo, presentía que esa vez era diferente. Podía ver los movimientos de Oseus como si estuvieran a cámara lenta y se adelantaba a cada una de sus maniobras retorcidas. O bien sus golpes habían mejorado de manera espectacular, o bien aquí pasaba algo muy raro. Pero Oseus no parecía darse cuenta de ello y seguía asestando mandobles, riéndose a carcajadas como un demente. No obstante, él no bajaba la guardia: bloqueaba sus golpes y se los devolvía con más fuerza y más rapidez. Finalmente, el Proscrito se dio cuenta de que ya no era capaz de sorprenderlo con sus estocadas. —Has hecho unos progresos notables, noble guerrero. ¡Qué pena tener que eliminarte ahora! —se burló con cara de loco. Gawain bloqueó otro ataque y los dos se quedaron casi cara a cara, espada contra espada, ojos dorados contra ojos azules. —¿Cómo puedes levantar la mano contra tu Creador? —inquirió Oseus con expresión falsamente apenada. —Esta noche por fin se hará justicia —recalcó el aludido, sin dejarse engañar —. Por fin vengaré a mis muertos. Oseus puso cara de asco y desplegó su Poder para apartarlo. Gawain retrocedió algunos metros, pero sin bajar su Claymore.

—¡Qué pesado con tus muertos! —exclamó con desdén—. Eran solo basura humana. Yo te di la Eternidad. Oseus levantó su espada con las dos manos y lanzó otro ataque, que Gawain paró con extrema facilidad. Una gran calma se estaba apoderando de él: aunque no volviese a salir de ese templo de una sola pieza, esa noche culminaría su venganza para siempre. —Tú me condenaste a ser un vampiro y como tal te destruiré. Cuando el aura de Gawain rodeó su Claymore levantada hacia él, algo parecido al miedo cruzó la mirada de Oseus. Las dos espadas volvieron a chocar entre sí, pero la suya se partió en dos quedando completamente inservible. El Proscrito cayó de espaldas, hundiéndose en el suelo como si pesara una tonelada. Pequeños fragmentos volaron a su alrededor. —Ponte de rodillas para aceptar tu merecida sentencia —le ordenó Gawain, apoyando el filo de su espada contra su garganta. Oseus le obedeció con un brillo extraño en sus ojos—. Te condeno a la decapitación por haber masacrado a mi familia y por el asesinato de miles de humanos inocentes. Proscrito, por orden directa del Senado, te condeno a desaparecer. Gawain levantó su espada, sintiendo una gran fuerza recorrer sus venas de forma serena. Después de tantos siglos, estaba poniendo el punto final a su eterno sufrimiento y sus seres queridos iban a poder descansar en paz. Su misión iba a concluir con una victoria sobre el mal y la locura de un ser aberrante. Sin embargo, Oseus lo miró con aire burlón y volvió a reírse. Entonces todo cambió en un santiamén: su imagen se desvaneció en el aire como si fuese un holograma y la espada de Gawain se quedó profundamente incrustada en el suelo debido al poder utilizado. —¿Qué te parece ese nuevo don de la ilusión otorgado por el Príncipe de la Oscuridad? —inquirió la voz de Oseus cerca de su oído—. Bastante eficaz, ¿no? Gawain no tuvo tiempo de darse la vuelta: su enemigo lo agarró del cuello con violencia y atravesó su cuerpo con el resto de la espada. Se desplomó a sus pies, escupiendo sangre. —¡Qué pena! —suspiró el Proscrito, sacando la Claymore del suelo con su Poder y sin tocarla. Cuando la tuvo entre sus manos, la acarició con fervor—. ¡Estabas tan cerca de lograrlo esta vez! Pero sabes perfectamente que el Destino es un señor caprichoso. Oseus se plantó firmemente ante Gawain, que seguía prostrado de rodillas en el suelo.

—¡Mírame, corazón de león! —gritó levantando la espada en lo alto de su cabeza—. Ahora me toca a mí decapitarte. Vesper aparecía y desaparecía, clavando sus pequeños cuchillos entre los ojos de los demonios y cortando el cuello de los vampiros. Estaba intentando abrir otra vía de acceso al altar por detrás y los enemigos lo sabían porque acudían en tropel hasta ese punto para intentar detenerla. Pero era casi imposible detener a Vesper: era de lo más eficaz a la hora de pelear. En medio de la batalla y de la confusión, Kamden intentaba no quedarse plantado ante ella con la boca abierta por la admiración que sentía. ¡Madre mía! ¡Qué forma de moverse tenía! Eliminó a un demonio particularmente molesto y se recriminó mentalmente, sintiéndose un completo estúpido. No era el momento más adecuado para quedarse embobado ante esa vampira. Había cosas más urgentes. Julen y Césaire estaban espalda contra espalda y avanzaban a paso firme, mientras que Dragsteys hacía lo mismo, pero en solitario. Estaban luchando bien y, de momento, no tenían heridas. Miró de soslayo hacia el altar: el bastardo seguía en la misma posición y su General también. Había que intentar algo. De pronto, algo llamó su atención y miró hacia la vampira: una sombra extraña había aparecido en el suelo, detrás de ella, y se estaba extendiendo. El cazavampiros actuó sin pensárselo dos veces: corrió hacia ella, con el arma en alto, y llegó justo en el momento en que un espantoso y gigantesco demonio salía del suelo. En un acto reflejo, agarró su cruz con la otra mano y se la puso en la cara. El demonio empezó a chillar como un cerdo degollado, con la cara humeante, y retrocedió varios pasos. —¡No pensaba que esa mierda típica de las pelis de terror fuera a funcionar! —exclamó Kamden con ironía mientras le disparaba con otra de sus armas. Vesper se deshizo de un vampiro y se giró hacia él. Durante un minuto, se quedó mirándolo. —Con esta estamos en paz —murmuró él a sabiendas de que la vampira iba a ser la única en poder oírlo. —No creo —contestó ella, esbozando una dulce sonrisa. Kamden casi se atragantó por la impresión, y luego recordó a toda prisa el sitio en el que se encontraban. Vesper desvió la mirada y su expresión se volvió inescrutable.

—MacKenzie, tus agentes tienen problemas —soltó de repente. El aludido miró hacia atrás y vio a una horda de vampiros, con los colmillos fuera, rodear a Mike y a Robin. La Ejecutora estaba utilizando su cuchillo como si fuese una batidora. —¡Julen, Césaire; id a ayudarlos! —dijo con fuerza. Pero el vasco, que siempre andaba con un ojo puesto en Mike, ya se había percatado del peligro y corría hacia ellos hecho una furia. Naoko estampó a Eneke contra uno de los pilares con el poder de su mente y la volvió a dejar caer a sus pies. Pero, a pesar de toda la sangre que manaba de su cara y de su cuerpo, la vampira húngara volvió a poner una rodilla en el suelo para levantarse de nuevo. La Princesa de los Kashas la observó con evidente apatía. Ese juguete, demasiado testarudo como para desaparecer, ya no la divertía y quería otro. Quería a su pequeño Hikaru con cara de niña que estaba combatiendo al otro extremo del Templo. Sus reacciones frente al dolor serían mucho más intensas que las de esa vampira. —Me aburres, Pretor —recalcó con voz hastiada. Sus ojos negros brillaron intensamente y la vampira se retorció de dolor en el suelo con violentas sacudidas. Cuando la última descarga terminó, se dio la vuelta para desaparecer —. Volveré a por ti más tarde. Sin embargo, una mano agarró el bajo de su kimono y un cuchillo se clavó en su pie en un intento para detenerla. —Sigo aquí —apuntó Eneke con una sonrisa endemoniada en su rostro bañado de sangre. Naoko sacó la katana para cortarle la mano, pero en un movimiento muy rápido y sorprendente, la vampira húngara se la quitó y se la clavó profundamente en el pecho tras ponerse de pie. Eneke se tambaleó un poco debido a la sangre perdida y se limpió el rostro con una mano. Miró a la Princesa de los Kashas, que observaba la katana que salía de su pecho con absoluta tranquilidad. —No conseguirás eliminarme de esta forma —comentó con calma. Sacó el arma con un tirón sin inmutarse. Su sangre se expandió sobre su kimono y salpicó el suelo, pero no aparentó ser menos fuerte por ello, al contrario. Eneke observó con rabia cómo sus otras heridas ya habían cicatrizado. No tuvo tiempo para más: Naoko la inmovilizó contra el suelo con su Poder y le atravesó el vientre con la katana, clavándola en el sitio como si fuese una

mariposa disecada. —Estate quieta. Ahora vuelvo —le encomendó antes de desaparecer. Gawain tuvo la impresión de que el tiempo se detenía: los sonidos se difuminaron y su percepción de lo que le rodeaba se ralentizó. Veía a Oseus ante él, con la espada levantada y lista para decapitarlo, pero solo experimentaba una calma inusual y desconcertante. No iba a desaparecer esa noche. Estaba convencido de ello. Había un poderoso campo de fuerza a su alrededor, una mezcla de varias auras de entre las cuales destacaban la de su amada Cassandrea y otra bien conocida. También había otra cosa; algo tan sublime y lleno de luz que lo incapacitaba a la hora de definir su esencia. Una voz joven y femenina se abrió paso en su mente, y Gawain supo con certeza que no se trataba de la voz de la Sibila. Era la voz de la Princesa de los Némesis, la Princesa que seguía atada sobre el altar con los ojos cerrados. —Erradica el mal, Gawain. Pon fin al sufrimiento de todas esas almas. Los ojos del vampiro se volvieron de oro puro y su aura creó un círculo a su alrededor, como antes lo había hecho Alleyne. En el preciso instante en el que su propia espada iba a tocarle el cuello, la detuvo con las dos manos y bloqueó a Oseus con su Poder. —No —dijo simplemente, enfrentándolo con la mirada. Su enemigo abrió mucho los ojos, completamente desconcertado ante la fuerza de su Poder. La muerte definitiva estaba ante él y lo había encontrado después de tantos siglos. Pero ni siquiera ella iba a cambiar su comportamiento. —¡No me arrepiento de nada y volvería a hacer lo mismo! —gritó riéndose y enseñando los colmillos. Con un movimiento certero y rápido, Gawain le cortó el cuello con la espada, seccionándolo casi por completo. Oseus cayó de rodillas. Su sangre se deslizó sobre su cuerpo y el suelo como si fuese un manantial, pero él siguió mirando a Gawain con un brillo sádico en sus ojos azules. —Si Il Divus no lo hace, nuestros primos del Edén acabarán con ella… — murmuró con malevolencia antes de que su cabeza cayera al suelo. Gawain frunció el ceño ante esas palabras. Cuando el cuerpo del verdugo de su familia humana estalló en diminutos fragmentos provocando un ligero temblor en el suelo, el sentimiento de paz que sentía por el deber bien hecho fue sustituido por una aguda preocupación.

Agarró de nuevo su Claymore y echó a correr hacia el altar con fuerzas renovadas. Mike sintió que otro vampiro se lanzaba a por ella gracias al reflejo violeta de una luz que no paraba de avisarle ante cualquier peligro. Intuía que esa ayuda extra venía de Cassandrea porque tenía la misma sensación extraña que aquel día cuando había hablado con ella en la finca sevillana. La vampira se preocupaba por ella e intentaba protegerla desde la distancia. Curiosamente, Mike no se sentía molesta por esa intromisión: sabía que también lo hacía por Yanes, para que él no volviese a sufrir. Se dio la vuelta para encararse con el vampiro, pero Julen surgió como un diablo y le dio un codazo en la cara antes de dispararle. —¿Estás bien? —le preguntó con preocupación. —Sí, no hay problema —contestó ella, recorriendo los alrededores con la mirada al percatarse de que no quedaban muchos vampiros y demonios en pie—. Vaya, Césaire y tú habéis hecho limpieza… —Te dije que estaría pendiente de ti, Mike —se pavoneó Angasti, haciendo girar sus armas en sus manos como un pistolero del Oeste—. Pero el chaval y tú no habéis estado mal. Como si supiera que estaban hablando de él, Robin eliminó a un demonio con una gran destreza y se reunió con ellos. —Camino despejado, señora. —Muy bien —asintió ella con una sonrisa—. Vamos a comprobar cómo está la chica. Robin y Mike echaron a correr hacia Gaëlle mientras el vasco y Césaire les cubrían las espaldas. —No parece herida. Es como si estuviera en coma —comentó Mike tras tomarle el pulso. —Vale, voy a avisar al jefe. A ver si este chisme funciona ahora —dijo Julen dándose la vuelta para tocar el pinganillo colocado en su oreja—. Jefe, la chica está bien. ¿Jefe? ¿Jefe, me recibes? Los modernos pinganillos seguían sin poder funcionar dentro de ese sitio, seguramente por culpa del poder del vampiro ese. —¡Hay que joderse! —refunfuñó el vasco, tomando varias inspiraciones para poder gritar a pleno pulmón—. ¡¡JEFE!! ¡¡LA CHICA ESTÁ BIEN!! Julen estaba tan concentrado en trasmitir su mensaje que no se dio cuenta de que un vampiro lo agarraba por detrás. Se percató de que no iba a tener tiempo

de desenfundar su arma y de que, probablemente, iba a morir. Por eso se quedó completamente estupefacto cuando el vampiro estalló ante sus narices. —Siempre hay que asegurarse de que no hay nada detrás —puntualizó Robin con una sonrisa amable y sin ninguna pretensión. El vasco se quedó en blanco. Se había portado como un cabrón con él desde el principio, y el chaval acababa de salvarle la vida. Y no se lo estaba restregando por la cara como él lo hubiese hecho. —Gra… gracias, Robin. Te debo una —musitó avergonzado. —De nada —contestó el aludido con una sonrisa—. Somos un equipo. Julen lo miró, impresionado por su actitud. Mike tenía razón sobre su potencial: prometía ser un gran cazavampiros. —¡Y encima el nene te da una lección de saber estar! —recalcó Césaire para pincharlo, sin dejar de eliminar algunos demonios resguardados. Angasti lo fulminó con la mirada y lo insultó en vasco. —Chicos, chicos. Que haya paz… —los regañó Mike, levantándose del suelo —. Robin, quédate aquí con Césaire y con la chica. Jul, acompáñame: vamos a intentar llegar hasta Kam para avisarle y echarle una mano. Julen sacó de nuevo sus armas y se dio la vuelta para decirle algo a Robin. Se quedó petrificado ante la expresión del rostro del joven agente. —¿Garland? Robin escupió sangre y observó, anonadado, la mano femenina que sobresalía de entre su torso, muy cerca de su corazón. —Te dije que nos volveríamos a ver, pequeño humano —susurró la voz de Naoko a su oído, antes de sacar la mano de su pecho. Con los ojos muy abiertos por culpa de la magistral sorpresa, intentó taparse el agujero con las dos manos antes de desplomarse. —¡¡ROBIN!! —gritaron Julen, Césaire y Mike, lanzándose a por la vampira que no paraba de reírse. Sin embargo, ella dejó de hacerlo cuando una mano se cerró con fuerza alrededor de su cuello. —No has acabado conmigo, Princesa chiflada —gruñó Eneke clavándole su hoja corta romana en su vientre tras envolverla con su aura—. ¡Custodio! ¡Dispara ahora! —le gritó a Julen. El vasco, con el rostro deformado por la ira, obedeció sin más. Naoko no tuvo tiempo de quitarse la espada y la bala de rayos UVA impactó en la misma herida, mandándola muy lejos en un fogonazo de luz.

—Robin… —murmuró Mike tras acomodar con delicadeza al joven agente entre sus brazos mientras Césaire y Julen intentaban detener la hemorragia. —¿Qué coño ha pasado? —gritó Kamden llegando a la carrera con el arma en la mano después de que Vesper le avisara de que le había ocurrido algo a uno de sus agentes. Dejó de correr y se acercó lentamente a Robin al comprobar con la mirada la gravedad de su herida. El chaval no tenía ninguna posibilidad: se estaba desangrando rápidamente. —¡Joder, chaval! ¡No nos hagas esto! —gritó Angasti con impotencia. Kamden miró frenéticamente a su alrededor en busca de algún vampiro que pudiera echarle una mano con uno de sus trucos mágicos, pero estaban todos ocupados en impedir que demonios y vampiros llegaran hasta ellos. Sintió el peso de una mirada sobre él y se encontró con los ojos azules de Eneke. —Nadie puede ayudarle, MacKenzie. La herida es obra de un Pura Sangre. Tuvo la impresión de que una cuerda invisible se apretaba alrededor de su garganta. Robin iba a ser la nueva víctima de esa geisha sádica y poderosa. Con el alma a los pies, decidió acercarse y acuclillarse a su lado cuando vio que lo miraba fijamente. —Ha sido un honor estar en tu grupo, Kamden MacKenzie —dijo Robin respirando con dificultad—. Eres el mejor y fuiste un gran ejemplo para mí. —Te queda mucho por aprender, agente Garland —contestó Kamden apretando la mandíbula con fuerza para contener la emoción. —Señora, me alegro de que siga con vida. —Robin dejó de mirar a Mike durante un segundo y volvió a escupir sangre, pero siguió hablando—. Usted es la mujer más valiente y hermosa que conozco. —Chisss…, Robin, no hables tanto —le apremió ella. —¡Chaval, deja ya de decir frases cursis de nenaza! —se enfadó Julen, con el rostro demudado por la pena. No se podía creer que, después de todo, le hubiese cogido tanto cariño a ese tocapelotas con cara de niña—. ¡Te vas a quedar con nosotros! ¿Entendido? Robin entrecerró los ojos y sonrió. —Me temo que no va a ser posible —dijo tras tomar una última respiración —. Sacad a la princesa de aquí y destruidlos a todos, compañeros. Hacedlo por mí… El agente Garland no dejó de sonreír y exhaló su último aliento en el mismo momento en el que un intenso temblor sacudía el suelo y que una oscura y densa niebla invadía el templo.

* * * Con una fuerza de voluntad implacable, Alleyne consiguió romper el poder de la mente de Hedvigis lo suficiente como para moverse un milímetro y así evitar el ataque del lobo y de la gata. Logró golpear de nuevo a Hécate, pero Thanatos le clavó los colmillos en lo alto del brazo con saña. En ese momento recibió la ayuda extra de Valean, que descendió en picado sobre el lobo con sus garras en un intento para dejarle ciego. Pero era sin contar con el poder de Hedvigis. —¡No te metas en mis asuntos, Lacayo! —soltó la vampira despectivamente, mandándolo bien lejos con un simple movimiento de la mano. Ese minuto de respiro le sirvió a Alleyne para reconcentrar su fuerza. Bloqueó un nuevo ataque del lobo y, tras darle un buen golpe con su arma, se fue a por Hedvigis. Sin embargo, ella lo inmovilizó de inmediato. —¿De verdad crees que lo vas a conseguir? —se mofó con un mohín de niña pequeña. Alleyne cerró los ojos e intentó liberar partículas de su Poder a su alrededor. No obstante, una risa profunda y seductora, proveniente del altar, le hizo perder la concentración. —¡Qué magnífico entretenimiento! —comentó Marek con una sonrisa diabólica—. Me estoy divirtiendo mucho viendo vuestros esfuerzos inútiles. — Se sentó sobre sus talones por encima de Diane, que seguía con los ojos cerrados, y empezó a acariciarle el rostro y el cuello perezosamente—. No podrán salvarte, hermana… La furia transformó la sangre de Alleyne en lava en fusión. —¡¡No la toques!! —rugió con toda su rabia desatada—. ¡¡No tienes derecho a tocarla!! —¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú? —Marek lanzó una carcajada—. Ven, acércate, vampiro debilucho. Inténtalo… —Levantó la cabeza y miró cómo la luz de la luna ya estaba muy cerca, y luego volvió a clavar su mirada en la de Alleyne—. El momento álgido empezará en breve. Mírame, debilucho. —Las manos de Marek se detuvieron sobre el pecho de Diane—. Observa cómo la hago mía… Alleyne lanzó un grito salvaje y logró dar un paso hacia delante mientras una niebla oscura rodeaba el altar, bajaba los escalones y se expandía por el Templo. —¡No pasarás! —exclamó Hedvigis levantando una mano para hacerle retroceder.

Él se preparó para contrarrestar su poder, pero, de repente, el suelo tembló ligeramente y sintió un estremecimiento muy profundo. El tipo de reacción que un vampiro tiene cuando otro muy poderoso acaba de desaparecer. —Pa… Pater… —balbuceó Hedvigis con una expresión totalmente atónita en la cara, cosa completamente inusual en ella. Alleyne sintió un fugaz alivio por Gawain, pero no era buen momento para alegrarse de su victoria. Aprovechó la sorpresa y el descuido de su enemiga para liberar su Poder en una explosión verde y se lanzó sobre ella tras envolverse en su aura protectora. A ella no le dio tiempo a protegerse y el golpe de la hoja corta le hubiera dado de lleno de no ser porque la gata se interpuso entre ellos. El arma entró de par en par en el punto clave del cuello y Hécate recuperó su forma humana un breve instante antes de convertirse en cenizas negras sobre el suelo. —Hécate… —musitó la joven vampira al caer de rodillas para intentar tocar la cara de su compañera antes de que esta desapareciera definitivamente; pero no lo consiguió. Alleyne no le dio tiempo para sobreponerse: apareció detrás de ella y bajó su arma rápidamente hacia su cuello, pero la vampira desvió el ataque en un acto reflejo y la hoja corta perforó su pulmón. La herida no parecía muy grave para una vampira de su calibre; sin embargo, el nuevo poder de Alleyne la estaba atacando desde dentro. Hedvigis parecía incapaz de levantarse. —La justicia siempre llega —sentenció él antes de lanzar un nuevo ataque, ajeno al hecho de que su propia sangre le estaba empapando el cuello y el torso. El lobo surgió de la nada y le mordió la mano para que soltara el arma. Alleyne consiguió zafarse de sus colmillos, pero la densa niebla oscura le tapó momentáneamente la visión. Cuando consiguió divisar a Hedvigis, vio que el lobo la había agarrado de tal forma que estuviera montada sobre él para llevársela fuera del Templo. Les dejó marchar. No tenía tiempo de correr detrás de ellos. Lo más importante ahora era llegar hasta Diane. —¡Recluta, por aquí! Alleyne obedeció automáticamente a la voz de Vesper y se precipitó hacia donde ella estaba. Mab, Aymeric y ella habían logrado subir dos escalones mientras los Metamorphosis y la Nobleza Némesis evitaban que los vampiros y

demonios que quedaban se acercaran a ellos. Pero la oscura niebla les estaba rodeando y les impedía subir más. En ese momento, Gawain apareció para ayudar. Padre e hijo intercambiaron una larga mirada que expresaba mejor que las palabras su alivio por volverse a encontrar. —¡Vamos! ¡Tenemos que llegar hasta arriba! —gritó el Laird, desplegando su aura dorada. Los demás vampiros lo imitaron e intentaron abrirse paso entre la niebla. De pronto, hubo un fogonazo amortiguado de luz y todos alzaron la mirada. Zahkar, el último General que quedaba en pie, se levantó del suelo y los miró fríamente. —No lo permitiré —dijo la voz de Marek entre la niebla—. Llegó la hora. Llegó mi hora. La mirada verde de Alleyne se encendió y afrontó la mirada ambarina de Zahkar. El joven vampiro sintió que su control explotaba en mil pedazos y dejó que una furia cegadora, de una potencia jamás conocida, se adueñara de todo su cuerpo. Su aura adquirió unos tintes fosforescentes y una descomunal bola de energía pura se creó a su alrededor. —¡Atrás! —ordenó a los demás vampiros con voz mortífera.

Capítulo veinticuatro El rayo de luz verde atravesó la densa niebla oscura y creó una especie de pasillo hasta el altar. —¡Ahora! —gritó Aymeric. Envueltos en sus auras, los vampiros empezaron a subir, pero sin poder ir a mucha velocidad por culpa del Poder oscuro. Zahkar sacó lentamente sus dos espadas curvas para repeler el ataque, pero la voz de su Amo en su mente le indicó otra cosa. —No te molestes, Ain. Ya me encargo yo. Mab, Aymeric, Gawain y Vesper llegaron al último peldaño y levantaron sus armas para atacar mientras Alleyne hacía un gran esfuerzo por mantener el pasillo que les protegía de la niebla. Marek giró la cabeza hacia ellos y sonrió de un modo siniestro. No hizo ningún movimiento: sus ojos negros brillaron intensamente y los vampiros fueron expulsados del pasillo como si no pesaran nada. Tenía toda la intención de descuartizarlos lentamente una vez en el suelo, pero el aura de la Sibila los envolvió a todos a modo de protección. —Maldita perra… —masculló el Príncipe de la Oscuridad sin dejar de sonreír. Alleyne resistió a la corriente oscura que se había formado clavando una rodilla en el suelo. Se levantó con esfuerzo y luchó por volver a subir las escaleras. Marek se rio ante sus esfuerzos. —Disfruta de la vista —le espetó antes de observar cómo la luz de la luna ya tocaba el altar. Un halo de luz blanca acarició la frente de Diane mientras otro se deslizaba sobre su collar y su cuello. Marek echó la cabeza hacia atrás y entonó un cántico repleto de fórmulas demoníacas mientras sus ojos se convertían en dos pozos negros y su piel adquiría un tono blanco reluciente. Sin dejar de cantar, se colocó de nuevo entre las piernas de Diane y se apretó contra ella en busca de su cuello con sus colmillos largos y blancos.

Su mano se posó sobre su vientre desnudo y caliente y, tras soltar una última palabra en idioma demoníaco, se inclinó sobre ella. —¡¡NOOO!! —gritó Alleyne al llegar al último peldaño mientras Zahkar volvía a guardar sus espadas como si no representara amenaza alguna. De pronto, la luz de la luna enfocó la cara de Marek y lo deslumbró. El cuerpo de Diane empezó a brillar como si hubiese absorbido trocitos de plata y el vampiro miró, alarmado, su rostro. Seguía con los ojos cerrados, pero una lágrima, que parecía más bien un diamante, se deslizaba sobre su mejilla. Marek pensó, con satisfacción, que era porque sabía que su causa estaba perdida. Pero entonces se dio cuenta de que no podía moverse, atrapado por el aura plateada de su hermana. Su rabia y su desconcierto se mezclaron. Diane lo había engañado, a él, el maestro de las mentiras: mientras pensaba que su poder se estaba descomponiendo, este había alcanzado su máxima magnitud pasando totalmente desapercibido. —Esta lágrima es el único vestigio de mi humanidad, Marek. —Diane abrió los ojos, dos focos de acero en estado puro, y él se retiró hacia atrás y se levantó del altar como si no tuviera voluntad propia—. Te destruiré, engendro, aunque eso conlleve mi propia destrucción. Las trabas que la ataban al altar desaparecieron. El vestido egipcio de fulana fue sustituido por un largo vestido medieval de plata mucho más recatado. Mechas de su cabello, más claro que antes, volaron libres alrededor de su rostro mientras se levantaba del altar y se ponía de pie. Marek no podía moverse. Estaba completamente paralizado, como si una tonelada de cemento le hubiese caído encima. Se percató en ese instante de que todos los demonios más poderosos pertenecientes a su primo se habían esfumado: Lucifer lo había abandonado a su suerte a sabiendas de que la pequeña zorra escondía algo muy gordo. L nunca corría riesgos innecesarios si sabía que no podía salirse con la suya. Su primo era un campeón de la estrategia y del juego sucio. Marek no podía hacer otra cosa que observar cómo su hermana paseaba su escalofriante mirada plateada a lo largo del Templo. Detenido en el peldaño y luchando por mantenerse de pie en medio de tantos poderes contrarios, Alleyne también la miraba y vigilaba de reojo los movimientos de Zahkar, pero el vampiro, tras acercarse a su Amo, se había vuelto a detener.

No había ninguna dulzura en la mirada de Diane. Sus ojos se habían convertido en dos espadas frías y certeras. Las espadas de la justicia divina. —No más muertes. No más heridas —murmuró, liberando mínimamente su aura plateada. De pronto, todos los vampiros y demonios de rango inferior que quedaban explotaron, como si se hubiesen tragado una bomba, y se transformaron en pequeñas luces de colores. Los humanos miraron hacia el altar, totalmente atónitos ante lo que veían dado que la niebla oscura había desaparecido por completo. Eneke se restregó la manga de su uniforme por la cara y esbozó una sonrisa torcida. —¡La Princesa de los Némesis os va a dar mucha caña, amiguitos! — exclamó con malévola satisfacción. El cuerpo de la Princesa de los Kashas se sacudió violentamente cuando intentó levantarse del suelo. Puso una mano en el suelo y vio que estaba completamente quemada y que se caía en pedacitos negros. Abrió la boca y emitió un sonido agudo. Sus tres Guías aparecieron de inmediato y la rodearon. —Ama, bebe de mí —dijo uno de los tres en japonés, ofreciendo su garganta. Naoko lo agarró por los hombros y hundió sus colmillos en su yugular. Al cabo de varios minutos, su piel quemada empezó a regenerarse y sus heridas se curaron progresivamente. Sin embargo, necesitaba más sangre para reestructurar su metabolismo interno. Repentinamente, un gran Poder se desató cerca del altar y un instante después el demonio Berith apareció ante ella en una luz roja. —Hora de irse —dijo el demonio a modo de saludo—. El Príncipe de las Tinieblas quiere proponerte un pacto, un pacto que no podrás rechazar. —Sonrió irónicamente y dijo—: ¿O prefieres quedarte con Marek? Naoko no era ninguna tonta. Estaba sintiendo las oleadas del Poder de la Doncella de la Sangre en su propio cuerpo, un aura tan luminosa y sublime que rozaba la esencia divina. Marek no tenía ninguna posibilidad y ella no era tan estúpida como para seguirle hasta el final. Había sido un buen amante, cruel y violento, pero ahora se había convertido en un lastre y su primo parecía mucho más interesante y despiadado… —No me gustan los perdedores —comentó con total indiferencia.

—Al Príncipe de las Tinieblas tampoco —apuntó Berith, haciendo un movimiento extraño con la mano. Una luz roja cayó sobre Naoko y sus Guías y todos desaparecieron del Templo sin dejar ni rastro. —¡¡Pequeña zorra!! —gritó Marek apelando a la fuerza de su Poder oscuro—. ¿Piensas que puedes detenerme? ¡Soy el Príncipe de la Oscuridad! ¡Soy Il Divus! —Sus ojos se volvieron totalmente opacos y unas líneas negras surcaron su rostro y su cuerpo marmóreo. Una especie de torbellino negro se formó en lo alto de su cabeza—. ¡Te arrancaré tu virginidad y beberé tu sangre de una manera o de otra! —Su mirada se desvió hacia Alleyne, que tenía una rodilla hincada en el último peldaño para no salir volando—. ¡Ain! Tráeme al vampiro debilucho —le ordenó a Zahkar antes de volver a mirar a Diane—. ¡Lo despedazaré trocito a trocito ante tus ojos, hermana! Zahkar dio un paso hacia delante con la mirada turbada, pero el aura de Diane no le dejó avanzar más. —No permitiré que alguien más sufra por mí —dijo ella levantando la mano hacia la luz de la luna mientras que en la otra aparecía uno de los cuchillos de Vesper. Diane no lo dudó ni un segundo: bajó la mano y se clavó el arma en la palma de su mano. Su sangre se deslizó lentamente por su muñeca. De repente, todos los vampiros empezaron a marearse por culpa del potente olor y sus colmillos se alargaron aún más. No había nada comparable a ese aroma dulce y fuerte a la vez. Era imposible resistirse a él. Incluso Marek se tambaleó y la lujuria se apoderó de su cuerpo. —Yo soy la Doncella de la Sangre y la luna corona mi frente… —empezó a decir Diane al esparcir su sangre a su alrededor. Una poderosa atracción magnética tumbó a todos los vampiros contra el suelo: Alleyne se quedó pegado a medio camino entre el suelo del altar y el escalón, y Zahkar cayó de espaldas muy cerca de él. Solo Marek consiguió ponerse de rodillas. Mab, pegado al suelo como los demás, gruñó. —Utiliza su sangre para crear un Anthelsis —explicó Aymeric al interpretar su gruñido como una pregunta—, un espacio protegido y aislado muy parecido a una burbuja. Solo los espíritus más puros como los Elohim son capaces de ello. A pesar del ruido provocado por la energía oscura de Marek, Alleyne oyó su explicación y se impulsó con todo su Poder para no quedar fuera de la burbuja.

No pensaba dejar a Diane a solas con Marek y su esbirro ahí dentro. Mientras tanto, ella seguía con ese extraño encantamiento. De repente, su mirada de acero fría y espeluznante se centró en Marek. —Esto es entre tú y yo, engendro. Nadie saldrá de este espacio y ninguno de nuestros poderes interferirá en los elementos naturales de la Tierra. —Bajó la vista hacia su mano, que cicatrizó al instante. Luego señaló con su dedo un punto a su izquierda—. ¡Que el tiempo se detenga fuera de este espacio! Alleyne consiguió meterse dentro de la burbuja justo en el momento en el que las partículas se convertían en paredes invisibles rodeadas por una luz plateada cegadora. Fuera, el tiempo se había parado. Marek se levantó del suelo sin ninguna dificultad y estalló en carcajadas. —¡Qué Poder más espléndido! Pero ese tipo de truco angelical me permite utilizar mi esencia oscura. —Dos pequeños torbellinos negros aparecieron en las manos del Príncipe de la Oscuridad, cuya sonrisa no presagiaba nada bueno—. Hermana, te arrepentirás de haber hecho esto. —No lo creo —contestó la aludida con una expresión muy tranquila. Su actitud era tan serena y parecía tan segura de sí misma que Zahkar entendió que todo estaba perdido. El final de su Amo llegaría de un momento a otro y él no podía hacer nada para impedirlo. Tuvo la impresión de que la mirada acerada de la Princesa partía su ser en dos: no quería levantar la mano contra ella o contra el vampiro que la amaba tanto que estaba dispuesto a darlo todo por ella; pero no podía dejar que su amante promiscuo, su pasión irracional, su Dios oscuro que lo había protegido durante tantos siglos y le había dado tanto poder, ese ser malévolo y ardiente que él amaba con locura desapareciera sin que intentara ayudarlo. —¡¡Amo!! —gritó corriendo hacia Marek mientras este se abalanzaba sobre la Princesa para lanzarle dos descargas oscuras. Sin embargo, una portentosa energía de un color verde fosforescente lo bloqueó y cuando echó un vistazo hacia atrás, vio que se trataba del aura de Alleyne. El joven vampiro tenía dos alas fantasmagóricas dibujadas en la espalda y su mirada se había vuelto de un verde inclasificable. Zahkar desvió repentinamente la mirada hacia Marek y observó con terror lo que estaba ocurriendo. Su Amo había conseguido lanzarle las dos descargas a la Princesa, pero ella las había apartado como si no fueran nada más que polvo suspendido. Ahora Marek estaba invocando a las poderosas fuerzas demoníacas para vencerla y su cuerpo estaba cada vez más oscuro.

—¡¡Eres mía, Diane!! ¡¡MÍA!! Il Divus se convirtió en una nube negra y apareció ante Diane. Ella dijo algo, tocó su collar de plata y lo transformó en un puñal cuya empuñadura representaba a un ángel sosteniendo un cáliz. Cuando Marek recobró la forma humana, hundió el arma en su pecho con un fogonazo de luz plateada. —¡Sigues siendo muy ingenua, hermana! —se rio Marek posicionando sus manos a ambos lados de la cabeza de Diane—. ¡Nada de esto puede detenerme! —La soberbia no te conviene, engendro —apuntó ella sin inmutarse. Marek canalizó su Poder oscuro en sus manos para desintegrarla, pero, de repente, el puñal se hundió un poco más y siguió así hasta atravesarlo por completo y salir por su espalda. Hubo otro destello de luz plateada y el arma volvió a convertirse en el collar enroscado alrededor de la garganta de Diane. —No debiste menospreciar la esencia de mis antepasados, los Elohim — recalcó ella con dureza. Marek gruñó e intentó alcanzarla, pero no pudo hacer nada. Un dolor inmenso estalló en su pecho y recorrió lentamente su cuerpo. Un hilo de plata pura se deslizó por la comisura de su boca mientras se tambaleaba hacia atrás. Miró sus manos, sus brazos y todo su cuerpo con rabia y desconcierto: sus venas negras se habían vuelto hilos de plata. Su cuerpo de Dios oscuro y poderoso se estaba convirtiendo en la plata más pura. El poder de esa perra semihumana lo estaba anulando desde el interior. —¡¡Puta!! —La mirada enloquecida de Marek reflejaba el odio más letal—. ¡¡Te reventaré a golpes por esto!! Diane lo empujó hacia atrás con el poder de su mente. —Eres oscuridad y te devolveré a la oscuridad —dijo creando un círculo con la mano. —¡No! ¡No lo hagas! —gritó Zahkar sin poder esperar más. Lanzó un ataque mental contra Alleyne para que lo dejara libre y recuperó momentáneamente su movilidad—. No voy a hacerle daño a la Princesa —le dijo mentalmente. Alleyne se quedó desconcertado por el tono de súplica que contenía su voz y Zahkar aprovechó su sorpresa para desplazarse rápidamente hacia Marek. —¡Zahkar, no! —dijo Diane interrumpiendo su movimiento al adivinar lo que pretendía hacer el vampiro. Sus miradas se encontraron y la conexión inexplicable que les unía surgió de nuevo, provocando un intercambio mental entre sus almas y sus corazones. —Detente, Zahkar. No intentes ayudarlo. Marek no te merece y tú vales mucho más que él.

—No lo entendéis, Princesa. No quiero haceros daño, pero no puedo quedarme allí, sin hacer nada. Él es mi Dios y yo le pertenezco desde hace miles de años. No podéis luchar contra mis sentimientos. —Si lo ayudas, no dudaré en utilizar mi Poder contra ti. El vampiro esbozó una sonrisa y sus ojos brillaron. —Haced lo que tengáis que hacer. Estoy preparado. En un abrir y cerrar de ojos Zahkar se arrodilló ante Marek, quien se sostenía de pie a duras penas, y alzó el rostro hacia él abriendo de par en par su túnica oriental. —¡Toma mi cuerpo, Amo! —¡¡Nooo!! —gritó Diane lanzando una descomunal descarga de su Poder hacia Marek. El Príncipe de la Oscuridad solo recibió una parte de la descarga ya que consiguió coger entre sus manos el rostro de su esbirro para iniciar el traspaso de su esencia. Una nube negra descendió sobre los dos mientras él recitaba las palabras demoníacas del conjuro. Alleyne intentó separarlos con un ataque, pero este rebotó sobre la nube oscura como si fuese la lluvia sobre un tejado. Una tormenta de rayos negros se inició en lo alto de sus cabezas. Marek agarró con más fuerza el rostro de Zahkar y lo besó. Entonces la piel del vampiro se volvió negra y su cuerpo empezó a convulsionar con cada vez más fuerza. De repente, el vampiro abrió mucho los ojos, ya completamente negros, y los dos cuerpos cayeron inertes en el suelo. —¡Maldita seas, engendro! —exclamó Diane, acercándose a ellos a pesar del peligro. Alleyne no tuvo tiempo de gritarle una advertencia. Marek, convertido en Zahkar, se levantó del suelo de un salto y atrapó sus dos muñecas con las manos. No quedaba nada del hermoso y enigmático rostro del vampiro: la piel oscura, los ojos negros de demente y los dientes puntiagudos de tiburón lo habían convertido en una horrenda máscara de monstruo. —Esto no ha terminado, hermana —siseó Marek/Zahkar, liberando una energía de pura maldad. El collar de Diane lanzó destellos para protegerla y evitar una posible contaminación—. No puedes vencerme, pequeña Luna, a pesar de tu sangre y de tu poder. Puedes quitarme mi cuerpo, pero no mi esencia. —Hizo una mueca más propia de un demonio—. Tú no me has creado. ¡Solo mi Creador puede destruirme para siempre! El engendro estalló en carcajadas mientras Diane proyectaba su inmensa aura plateada para que la soltara.

—¡¡Ese es el Poder de la Oscuridad!! —gritó Marek antes de levantar la cabeza hacia arriba y de abrir mucho la boca. Diane entendió lo que intentaba hacer y trató de impedírselo con su aura, pero él logró escapar del Templo al convertirse en un rayo oscuro que salió despedido a toda velocidad por la bóveda. Las dos energías chocaron entre sí y provocaron una explosión de luz y un nuevo temblor que ella controló rápidamente. Cuando todo volvió a la normalidad Diane comprobó con un vistazo que la burbuja había aguantado y se precipitó hacia el cuerpo de Zahkar, que yacía en el suelo. Al tocarlo, el vampiro se movió un poco. —Oh, Zahkar, ¿por qué? —le preguntó con infinita pena, acunando con ternura su cabeza en su regazo. Sentía tanta tristeza y estaba tan desolada por el fatal desenlace que no le dio importancia al leve pinchazo de dolor en su brazo. El vampiro entreabrió sus ojos ambarinos y una sustancia negra salió de su boca cuando hizo un esfuerzo para hablar. —Li… Libérame, Doncella… —le pidió con un hilo de voz. Las lágrimas contenidas empañaron los ojos de Diane mientras sus dedos acariciaban el largo mechón de pelo oscuro. —Siempre estarás junto a mí —murmuró inclinándose hacia él. Entonces cerró los ojos y puso una mano sobre su frente. —Te devuelvo tu alma, Zahkar —dijo y una luz plateada tocó también la frente del vampiro—, y te absuelvo de tus pecados. Encuentra la paz. El rostro blanco e imperturbable del vampiro se volvió moreno y expresivo. La sangre y la sustancia negra se evaporaron. —Gracias… —dijo Zahkar con una sonrisa dulce que le devolvía la apariencia humana que nunca debió perder—. Ten… ten cuidado. La… la Milicia Celestial también anda detrás de ti… Con esas misteriosas palabras, la antigua sombra del Príncipe de la Oscuridad se convirtió en diminutas estrellas brillantes y se perdió en el infinito del cielo. Largos minutos después de su desaparición, Diane seguía en el suelo con la cabeza gacha. Fue el sonido de la voz de su amado, al que no había querido mirar durante la batalla para no perder su valentía, lo que la devolvió al presente. —Diane… —murmuró Alleyne acercándose lentamente hacia ella, como si tuviera miedo de que todo fuera un sueño. Ella se permitió saborear las inflexiones suaves que modulaban su voz cuando pronunciaba su nombre y el poder que tenía sobre ella.

No pensaba lograr sobrevivir a esa noche. No pensaba tener la inmensa suerte de volver a verlo. Diane se levantó del suelo, sintiendo de nuevo el pinchazo en su brazo izquierdo, y lo observó mientras se acercaba. Entonces el tiempo también se detuvo en la burbuja… Ella lo observa acercarse, sin poder creerlo. Su corazón late tan deprisa que parece que va a estallar en su pecho. No puede pensar. No puede hablar. Sigue siendo el mismo vampiro de ojos verdosos, tan apuesto como siempre, pero su físico ha cambiado: el uniforme azul oscuro resalta la dureza de su cuerpo más fornido y su nuevo poder, la fuerza de su determinación. Él se acerca y la mira, recreándose en su figura más plena y en sus ojos de luna misteriosa. Su alma condenada canta, ebria de amor y ternura. Ella también ha cambiado: ya no es esa humana insegura y asustada; es una diosa poderosa y serena. Pero sigue siendo ella: su Princesa sin igual, la respuesta a su eterna y vacía existencia. Se detiene y clava su mirada en la suya. Todo lo que siente por ella traspasa su mirada verde y la ilumina como un fuego en un bosque oscuro. No puede hablar. No tiene palabras. ¿Qué palabras podrían expresar la mezcla de alivio y alegría que siente en ese momento? Tiene la impresión de que todo su ser está ardiendo y de que su alma se está elevando en el cielo. Todo su sufrimiento desaparece. Está tocando el paraíso con la punta de los dedos. Ella es como la fuente de agua en medio del desierto, y ha conseguido llegar hasta ella. Es tan hermosa que quiere acariciarla. Es tan valiente que quiere adorarla como la diosa guerrera que es. Es tan dulce y fuerte a la vez que quiere besarla. Ella levanta el rostro y él inclina la cabeza, pero se detiene. Alleyne lo sabe: nada ha cambiado fuera de la burbuja. Son solo momentos robados a la realidad. Él sigue siendo Alleyne, el nuevo recluta de los Pretors. Ella sigue siendo Diane, la Princesa de los Némesis, la Doncella de la Sangre. Nada ha cambiado. La sigue amando hasta lo indecible, pero ella sigue siendo una estrella en el firmamento, imposible de alcanzar. Alleyne se arrodilla ante ella, sin dejar de mirarla.

Diane lo entiende y acepta ese gesto, pero quiere tocarlo. No puede evitar tocarlo. Necesita tocarlo como necesita respirar. Sus manos acarician el amado rostro mientras los ojos de Alleyne la devoran. Tiene hambre de ella y ella de él, pero nada es posible en ese mundo sin sentido. «Mi existencia es tuya», dicen sus ojos más verdes que nunca. La luz de su mirada explota. El deseo arrasa sus entrañas. Aprovecha la cercanía de su mano para besar su palma con fervor. Quiere más y no puede ser. Diane cierra los ojos. Su corazón se ha convertido en un tambor. Siente todas las vibraciones del universo en su propio cuerpo, pero, por encima de ellas, siente la presencia del ángel a su lado. No hay compasión para los enamorados. El tiempo tiene que seguir con su lento goteo. Ella tiene ganas de estrechar el rostro de Alleyne contra su cuerpo, pero no puede. Acaricia fugazmente su pelo y levanta la mano para reanudar el curso del tiempo. En un instante, la burbuja se desvaneció. La Princesa de los Némesis bajó majestuosamente los escalones, seguida de cerca por Alleyne, mientras los vampiros se levantaban del suelo y la miraban con solemnidad. —Mi Señora. Gawain esbozó una leve sonrisa antes de arrodillarse ante ella. Los demás lo imitaron con un inmenso respeto. —Por fin se ha hecho justicia, mi fiel Aliado —comentó Diane apretando su duro hombro como él lo había hecho aquella vez en la finca sevillana. —Princesa de los Némesis, soy Aymeric, el enviado del Pretor —dijo el antiguo Templario levantándose—. Tengo la orden de llevaros ante el Senado. Diane le echó una breve mirada. —Lo siento, pero eso tendrá que esperar —apuntó, dirigiéndose rápidamente hacia el fondo del Templo. Alleyne la siguió sin mediar palabra y los demás hicieron lo mismo. Los Custodios rodeaban a Robin, que parecía estar durmiendo entre los brazos de Micaela. Eneke estaba cerca de ellos, lamiéndose la sangre de la mano. Cuando vio llegar a Diane, se arrodilló y miró al suelo en una actitud inusualmente humilde. —En otras circunstancias estaríamos muy contentos de darle la bienvenida, Princesa, después del trabajo que nos ha costado encontrarla —la saludó

Kamden MacKenzie, frotándose la mandíbula en un gesto cansado. Aunque intentaba enmascararlo, su rostro denotaba una gran pena—. No hemos visto nada de lo que ha pasado en el altar, pero, por lo visto, usted solita se ha encargado de darle su merecido a ese bastardo. ¡Bien hecho! Diane clavó su mirada plateada en la suya. —Es tan solo una pequeña victoria —anunció ella con tranquilidad. Kamden se quedó pasmado ante esa mirada y sintió algo muy extraño en su interior. Esa cría de veinte años tenía una presencia impresionante y esos ojos poderosos y brillantes asustaban. Cuando ella se acercó a Robin, volvió a respirar de forma normal. —No puede hacer nada —se adelantó Julen con cara de pocos amigos para intentar esconder su sufrimiento—. ¡Este nene tonto lleva más de cinco minutos muerto! Diane lo miró y el brillo en sus ojos se intensificó. —Yo soy el Principio y el Fin; puedo dar la vida o quitarla. Su alma sigue aquí —explicó desviando la mirada hacia Robin. —¿Pue… puede hacerlo? —titubeó Césaire. Como respuesta, ella miró intensamente el rostro de Robin y su aura plateada se iluminó a su alrededor. —Abre los ojos, Robin, y vive. El cuerpo del joven cazavampiros se sacudió levemente y sus heridas desaparecieron. Al cabo de un segundo pegó un respingo y se echó para delante, jadeando y resoplando, como si alguien le hubiese inyectado adrenalina directamente en el corazón. Los Custodios no daban crédito y Césaire empezó a reírse por culpa de los nervios. —¡Es un puñetero milagro! —exclamó dando enormes palmadas en la espalda del pobre Robin. —¡Maldito cabrón! —Julen le dio un fuerte abrazo, todavía conmocionado—. ¡La próxima vez que hagas algo así, te mato yo mismo! —No tan fuerte, Angasti —suplicó Robin aplastado en su abrazo de oso. —Hey, Jul, no sabía que eras tan nenaza en el fondo —bromeó Kamden, aliviado y contento por recuperar a Robin. El vasco refunfuñó algo por lo bajo, pero no dejó de abrazar al pobre chaval mientras Mike le regañaba. —Gracias, Princesa —dijo Kamden con una sonrisa.

Diane asintió con la cabeza y se fue hacia Gaëlle mientras que los vampiros que la seguían se detenían cerca de los Custodios. Su amiga seguía sumida en el profundo sueño provocado por el hechizo. Ella respiró hondo y le acarició la mejilla con pesar. No se obtenía nada sin sacrificios. Esa lección ya la conocía de sobra. —Despierta —le ordenó rompiendo el hechizo de un golpe. Gaëlle abrió lentamente sus ojos azules, pero Diane le tapó la vista con la mano y dijo: —Cuando te despiertes en tu cama, en París, no recordarás nada de nada. Nunca nos conocimos. Nunca fuimos amigas. Nunca existí para ti o tu familia. Solo fue un sueño —murmuró ella, borrándole por completo la memoria—. Adiós, amiga mía. Hasta siempre. Diane miró a Gaëlle por última vez y, en un destello de luz plateada, la mandó de vuelta a su casa de París. Cerró los ojos durante un minuto para contener el dolor por la pérdida de la única amistad que tuvo en su infancia. Gaëlle había sido su única amiga, su confidente, su hermana del alma. Pero su nuevo mundo era demasiado oscuro y peligroso para una amistad con una humana y esa era la única solución. Sacrificios, renuncias y dolor. La Princesa de los Némesis no podía mostrar debilidad alguna. Diane se serenó y se dio la vuelta hacia los Custodios y los Pretors. —Es hora de salir de aquí —anunció desplegando su aura—. Voy a destruir este maldito palacio y luego iré a ver a Mariska. La mirada azul de Eneke refulgió y una tenue esperanza se apoderó de ella. ¿Podría su amada salvarse de las garras de la Oscuridad? De momento, no se atrevía a creer. —Eso… —Julen se pasó una mano por la nuca tras soltar por fin a Robin—. ¿Cómo hacemos para salir de…? Un resplandor plateado los envolvió a todos y lo dejó sin terminar su pregunta. —Esto no me gusta… —musitó Mark Dukes, el cazavampiros australiano, apuntando hacia la parte norte del bosque que rodeaba el castillo; bosque en el que los Custodios y algunos vampiros aliados se habían posicionado. Diez minutos antes el vampiro moreno llamado Sasha había surgido de la nada acompañado por el profesor O’Donnell, quien había insistido en venir. Y

cinco minutos después, un rayo negro había sido expulsado de un punto del castillo y había atravesado el cielo como un cohete. —Es que no estás acostumbrado a los espectáculos de luces y sonidos que se gastan estos señores —ironizó Eitan echando un vistazo a los vampiros. —¿De qué hablas, Zecklion? —preguntó Reda con cara de tensión. —Nada, nada. Han pasado muchas cosas en Kraslava. —¡Qué bien! Y nosotros currando como locos… —apuntó ella con sorna. —Tranquilos. Estáis un poco tensos, ¿no? —los apaciguó Eitan—. Y no solamente vosotros, por lo que veo. El vampiro-médico no había cambiado de posición y su comportamiento seguía igual de amable con esa sonrisa pintada en su rostro. Pero el otro, el moreno que vestía como un ricachón, había cerrado los ojos y exudaba tensión. El profesor O’Donnell tampoco parecía muy tranquilo con ese ceño fruncido y ese tic en su mandíbula. —Esa mierda no me gusta —reiteró Mark con una mueca. De pronto, el vampiro moreno abrió los ojos y soltó una carcajada. —La Princesa de los Némesis viene hacia aquí con los Pretors y están todos bien —dijo con una gran sonrisa—. Los Custodios también —puntualizó mirando hacia Yanes. El profesor soltó un suspiro para aliviar su terrible angustia mientras Reda y Mark se lanzaban miradas incrédulas. Eitan sonrió tranquilamente porque ya estaba acostumbrado a ese tipo de sorpresa. —¿Cómo que viene…? —empezó a preguntar Mark. Una potente luz plateada los deslumbró a todos repentinamente y cuando se apagó, la Princesa, los vampiros, Kamden y sus agentes estaban ante ellos. —¡Qué pasada! —exclamó Reda, atónita. —¡No has visto nada, nena! —se pavoneó Julen, aproximándose a ellos con una sonrisa—. Ahí dentro fue… ¡apocalíptico! —Un poco más de seriedad, Angasti —lo regañó Kamden yendo hacia sus agentes—. Chicos, me alegro de veros. Profesor —saludó a Yanes con la cabeza. Este asintió rápidamente y buscó a Micaela con la mirada. Cuando la encontró sana y salva no pudo esconder sus sentimientos y su rostro se transfiguró por la alegría y el amor que sentía. La cazavampiros se acercó discretamente y le apretó disimuladamente la mano. Mientras, los Custodios se iban saludando en un ambiente mucho más relajado. —Tienes mala cara, chaval —se percató Mark al ver a Robin.

—Es que acaba de resucitar —apuntó Julen poniendo un brazo sobre los hombros del aludido. —¿Qué coño has dicho? —dijo Mark con cara de susto. Robin suspiró. Las explicaciones iban a ser muy largas y complicadas… —Jefe, espero que le hayáis dado una buena paliza a ese cabrón —le dijo Reda a Kamden cuando este estuvo cerca. —No hemos tenido el gusto —contestó el aludido mirando hacia la Princesa. Gabriel y Sasha se habían acercado a ella y le daban la bienvenida. —¿Tan poderosa es esa niña híbrida? —preguntó en voz baja Reda, dubitativa. —Mucho más de lo que aparenta… —contestó Kamden sin dejar de observarla. Sasha se inclinó ante Diane. —Me alegro mucho de volver a veros, Princesa —dijo con una franca sonrisa —. Y a ti también, húngara. Eneke se cruzó de brazos e hizo una mueca, pero no dijo nada. —Yo también me alegro de volver a veros a todos de una sola pieza. ¡Me habríais dado demasiado trabajo! —se rio Gabriel—. Princesa —dijo inclinándose ante Diane, tras echarle una mirada a Alleyne. Ella se quedó mirándolo fijamente, con un rostro tan inescrutable como el del vampiro más poderoso de toda la Sociedad. Su observación se alargó tanto que Gabriel dejó de sonreír y sintió un cierto desconcierto. Diane sentía el poder de su padre en él. Los recuerdos de su infancia, encerrados en ella durante tantos años, volvían a su memoria. Gabriel había cuidado de ella: había acudido a la llamada de su Señor y había intentado reanimar a su madre, sin éxito. Finalmente, Ephraem Némesis se había visto obligado a borrarle la memoria para que Marek no tuviera acceso a ella para llegar hasta su hija. Su padre tampoco había tenido elección y, al igual que ella, había tenido que sacrificar muchas cosas para ponerla a salvo. Gabriel le había cantado nanas en francés para que se durmiera. La había llevado a casa de Agnès para protegerla. Pero ahora no recordaba nada de eso, y ella no podía devolverle la memoria sin causarle un gran daño; un daño, quizás, irreversible. —Estoy un poco cansada, Gabriel —dijo finalmente a modo de excusa por ese prolongado silencio—, pero estoy muy feliz de volver a verte. —Es normal —contestó el vampiro con alivio.

—Dia… Princesa —la llamó de repente la voz de su queridísimo amigo, el profesor O’Donnell. Diane se giró hacia Yanes y este dejó de avanzar hacia ella, sorprendido ante esa gran seguridad que aparentaba tener ahora. Sus miradas se cruzaron, pero el rostro de la joven permaneció impasible. No hizo ningún movimiento para acercarse a él. Lo miraba con gran cortesía, como alguien mira a algún conocido de su familia. Yanes sintió una gran opresión en el pecho. Se sentía triste e incómodo bajo el peso de esa fría mirada impersonal. No quedaba nada de la dulce niña tímida de ojos de cervatillo asustado que había sido su amiga. Su belleza, que se adivinaba deslumbrante, había salido a la luz como una mariposa de brillantes colores. Su cuerpo tenía más curvas que antes, su pelo era más claro y dos mechas rubias enmarcaban su rostro ovalado, y sus ojos eran aún más luminosos. No, no quedaba nada de la antigua Diane. La nueva Diane era tan hermosa y fría como la luz de la luna. Tenía a una líder ante él. Estaba frente a una verdadera Princesa. —Le agradezco que haya venido y me complace verlo en buena forma, profesor O’Donnell —le dijo con unos modales exquisitos; unos modales reservados a los desconocidos. —No hay nada que agradecerme —contestó él de manera tan fría como la suya. Yanes entendía la nueva determinación de Diane: después de un secuestro así, no podía mostrar debilidad frente a los vampiros. Nadie sabía lo que había pasado allí dentro y ella tenía que aparentar fuerza. Sí, lo entendía; pero no por ello dejaba de dolerle ese flagrante rechazo. —Bien —dijo Diane disimulando sus verdaderos sentimientos dado que, ahora, era toda una experta en la materia‒, terminemos con esto de una vez. Hizo un movimiento con la mano en dirección al castillo y este empezó a derrumbarse, como si estuviera situado sobre una falla sísmica, y sin proyectar ninguna piedra a su alrededor. En menos de cinco minutos, desapareció por completo sin dejar ni rastro. —¡Qué eficacia! —exclamó Mark con los ojos como platos. —Se trata de Nuestra Señora, humano —recalcó Valean en versión humana, con una sonrisa llena de orgullo. —Sí, ya hemos visto de lo que es capaz la Princesa —asintió Julen en tono conciliador. Kamden también asintió y se giró hacia sus agentes.

—Bueno, señoras, señores, guardad el material y… —MacKenzie —lo interrumpió Vesper con cara de pocos amigos—, parece que la Liga ha mandado refuerzos. —¿Qué? —se extrañó él. De repente, el caos estalló alrededor del punto en el que estaban. Dos helicópteros irrumpieron en el cielo, enfocándolos a todos con una luz cegadora, mientras que varias motos de nieve, conducidas por agentes de la Sección Especial de Intervención, los rodeaban como si fuesen peligrosos delincuentes. —¡¡Pero ¿qué coño hacen?!! —se enfureció Julen haciendo ademán de volver a sacar sus armas. —Angasti, ni se te ocurra —le ordenó Kamden, mortalmente serio. Sabía muy bien a qué venía todo eso. Tal y como le había avisado la agente Scully, la O.V.O.M. iba a por la Princesa. —¡Agente MacKenzie! ¡Detened a la joven híbrida! —gritó el jefe de operación en un altavoz desde uno de los helicópteros. —¡Y una mierda! —masculló Kamden entre dientes. Miró rápidamente hacia Diane. Todos los vampiros la rodeaban en un círculo protector, pero ella había demostrado con creces que no necesitaba tanta protección: con tan solo chasquear los dedos, podía convertir el escenario en un baño de sangre. La mirada azul cobalto de Kamden se encontró con la mirada plateada de Diane y él oyó su voz en su cabeza. —¿Me va a entregar, agente MacKenzie? —¡Jamás haría algo así! No después de lo que usted ha hecho por nosotros, Princesa. Deben desaparecer inmediatamente. —¡Que se joda la O.V.O.M.! —añadió en voz alta esbozando su sonrisa torcida. —Gracias por todo, Custodios —dijo la Princesa antes de proyectar su aura plateada sobre todos los vampiros para desaparecer—. No lo olvidaré. Kamden se dio cuenta de que Vesper lo miraba detenidamente, con sus preciosos ojos negros como la noche, y le mandó un pensamiento guiñándole un ojo. —No te preocupes, preciosa. ¡Hay MacKenzie para rato! La vampira le dedicó una dulce sonrisa y Gawain hizo un gesto con la cabeza en señal de agradecimiento. En el segundo siguiente, el claro nevado que estaba frente al bosque volvió a estar vacío.

Los agentes recién llegados se bajaron de las motos y apuntaron con sus armas a los Custodios mientras los helicópteros aterrizaban y un todo terreno negro se detenía cerca del grupo. —¡¡Arriba las manos!! ¡¡No hagan ningún movimiento brusco!! Los Custodios obedecieron poniendo mala cara. —¿Se os ha ido la pinza o qué? —gritó Julen con rabia al ver como un agente lo apuntaba a la cabeza. —¡Formamos parte del mismo equipo! —recalcó Mike con gesto furioso. —¿Ah, sí? —se mofó uno de los agentes empujando a Robin para reagruparlos—. Entonces, ¿por qué los habéis dejado escapar? —Vuelve a tocarlo y tendrás problemas… —lo amenazó Césaire plantándose delante de él como una pared. Kamden decidió intervenir porque la situación podía degenerar en muy poco tiempo y no quería que uno de sus agentes acabara muerto. —Vale, yo soy el jefe de este equipo —dijo acercándose con las manos en la nuca—, así que la responsabilidad es mía. No hace falta que os pongáis chulitos con mis agentes. —No podía haber expresado mejor lo del tema de su responsabilidad, agente MacKenzie —dijo una voz familiar desde la puerta trasera abierta del todoterreno. Kamden frunció el ceño y observó cómo el agente Ariel se bajaba del coche. —Vaya, vaya. ¡Pero mira quién ha vuelto! —soltó Julen despectivamente. —Las prioridades de la Liga han cambiado, por lo visto. ¡Ahora les va la tortura y la coacción! —se enfureció Césaire. —¡Usted no debería estar aquí! ¡Santa Croce lo despidió! —le gritó Mike, conteniéndose para no lanzarse sobre él y pegarle. ¿Cómo se atrevía la Liga a mandar a este tipejo que había intentado torturar a Yanes con la ayuda del cura fanático? —Esa información no es del todo cierta, agente Santana —contestó el agente Ariel con una mirada fría—, pero cada cosa a su tiempo. Agente MacKenzie — dijo deteniéndose frente a Kamden—, usted tenía la orden de arrestar a la joven híbrida para llevarla ante el Consejo, y ha incumplido esa orden deliberadamente ante varios testigos. La ha dejado irse, ¿no es así? Kamden no contestó nada y sonrió de forma desafiante. —¿Entiende que se ha metido en un buen lío, agente MacKenzie? —susurró el agente Ariel con falsa simpatía.

El Custodio tenía ganas de soltarle un buen taco y de pulverizar su perfecta nariz con un derechazo, pero se contuvo. Era el jefe del grupo: no podía permitirse ese tipo de reacción infantil. —Un minuto —intervino Yanes, el único que estaba libre de movimientos porque no les interesaba a los agentes—, yo soy el Inspector Vampírico del Sector Norte y he visto que era imposible que el agente MacKenzie y sus hombres pudiesen detener a esa joven. Es demasiado poderosa para un equipo de humanos. Doy fe de ello. El agente Ariel miró a Yanes como si fuese alguna mala hierba insignificante en su camino. —Profesor O’Donnell, su nombramiento ha sido de lo más… dudoso, por decirlo de alguna forma —enfatizó con rostro impasible—, y su cargo no es relevante en este momento. Usted actuó como observador y no tiene potestad para detener esta intervención. El agente MacKenzie ha cometido una falta grave de desobediencia directa y entiende perfectamente sus consecuencias — puntualizó mirando al cazavampiros—. ¿Algo que añadir? Kamden no podía aguantar más. Su capacidad de respetabilidad como jefe estaba al límite. Era un MacKenzie, no podía remediarlo. —Sí —dijo con una mirada y una sonrisa peligrosa—, ¡que os den a todos! El agente Ariel se cruzó de brazos sin inmutarse. —Me esperaba ese tipo de respuesta… —comentó antes de hacer una señal a uno de los agentes. El agente en cuestión tiró sin miramientos a Kamden en el suelo para esposarle las manos en la espalda mientras otros agentes se encargaban del resto del grupo. —Agente MacKenzie, queda detenido por desobediencia grave. Quedará bajo arresto en las dependencias de la Liga hasta el día de su juicio. El resto de su equipo prestará declaración para aportar datos sobre su culpabilidad, por lo que no podrán cumplir misiones durante una temporada. Dos agentes levantaron a Kamden del suelo y este lanzó una mirada asesina al agente Ariel. —Por último —prosiguió este—, su hermano no podrá encargarse de su defensa por razones obvias de conexión familiar. Pero no se preocupe: la Liga le proporcionará un abogado. El agente Ariel terminó su frase con una sonrisa muy preocupante. —Lleváoslo.

Kamden echó un último vistazo a sus agentes antes de ser llevado al primero de los helicópteros. Sabía perfectamente que su futuro inmediato no pintaba nada bien, pero no le importaba porque la O.V.O.M. no había logrado su objetivo principal: ponerle la mano encima a la princesa híbrida. Y eso, para él, era toda una victoria. * * * Cuando la luz plateada se apagó y Diane y todos los vampiros reaparecieron en la sala de entrenamiento, solo quedaba un vampiro para darles la bienvenida: el Consejero Zenón. El Emperador, el Príncipe de los Kraven y la Sibila habían desaparecido. No podían estar en presencia de la Princesa de los Némesis sin que esta hubiese sido presentada antes ante el Senado. Formaba parte del severo protocolo de la Sociedad Vampírica. A pesar de que nadie se lo hubiese explicado, Diane lo sabía. Como si fuese un complejo gigante de sofisticados ordenadores, su cerebro estaba conectado a todas las mentes de los vampiros y millones de informaciones le llegaban sin parar. Se sentía agotada y no solo por esa razón. Tenía el contragolpe de todo lo que había pasado, y no era poco. Sin embargo, lo más doloroso para ella, y lo que la estaba minando por dentro, había sido apartar definitivamente a Yanes de su camino como si no representara nada. Ver esa expresión herida en su rostro había sido como una puñalada y sentía asco de sí misma. Siendo un simple humano, Yanes había tenido el valor de hablar con los Pretors y los Custodios para formar un grupo mixto capaz de encontrarla. Lo había dejado todo para ir a buscarla, sacrificando un año entero de su vida para formar parte de una peligrosa entidad, detalles que ella había captado en su memoria con tan solo mirarlo a los ojos. Había hecho todo eso con tal de encontrarla. Y ella lo había rechazado públicamente como si no fuese digno de dirigirle la palabra. A Diane le dolía el corazón por culpa de la pena, pero tenía que seguir aguantando con la máscara de impasibilidad bien colocada. Ya no tenía derecho a tener reacciones humanas como llorar o esconderse en su habitación. Acababa de poner el pie en el umbral de una Sociedad que se asemejaba mucho a una jungla: solo los más fuertes y regios sobrevivían, y ella era una líder por nacimiento.

Así que apretó los dientes y siguió con la cabeza erguida. De repente, sintió que una vampira conocida entraba en contacto con ella para pedirle algo. Algo que ella le iba a conceder gustosamente. Mientras los vampiros se alejaban un poco y los Metamorphosis se arrodillaban en señal de reverencia, Diane buscó con la mirada a Sasha. —Ve a buscarla —le ordenó con voz dulce. Pero era una orden innecesaria. El vampiro ruso ya había captado la señal y la llamada, y acababa de desaparecer. Durante el medio minuto que duró todo ese proceso, Diane se preguntó acerca del aura de misterio que envolvía a Sasha. No aparentaba serlo, pero era muy poderoso y utilizaba técnicas muy parecidas a las de un Pura Sangre. Incluso había logrado cerrar el acceso a su mente de una forma impresionante. Sasha reapareció en la sala acompañado por Cassandrea y ella dejó de pensar en ese tema. Como de costumbre, la vampira veneciana lucía una belleza descomunal: iba vestida con un largo vestido violeta, del mismo color que sus ojos, y sus ondas oscuras y lustrosas enmarcaban su rostro exquisito. Todo su ser trasmitía un intenso alivio. —Alteza —Cassandrea se arrodilló ante Diane en un movimiento elegante—, es una gran alegría volver a veros sana y salva entre nosotros. La Princesa se permitió esbozar una leve sonrisa en respuesta a la franca sonrisa de la vampira. —Yo también me alegro de volver a verte —asintió antes de desviar la mirada hacia Alleyne y Gawain, que estaban muy cerca el uno del otro. Ya no tenían heridas, al igual que todos los vampiros ahí presentes, gracias a su aura poderosa—. Ve con ellos; te esperan… Cassandrea inclinó la cabeza antes de levantarse. Se dio la vuelta y se precipitó hacia los dos vampiros que lo eran todo para ella. Diane contuvo la emoción que le atenazaba la garganta y observó el reencuentro de esa querida vampira con su familia. Se detuvo primero ante Alleyne: levantó la mano y acarició su rostro con ternura, como lo haría una madre con su hijo. Algo muy poderoso cruzó la mirada verdosa del joven vampiro, iluminando su rostro marmóreo. Luego, la vampira se giró hacia los brazos abiertos de su amado y se apretó contra su duro pecho cerrando los ojos. —Amore… —no pudo evitar decir en voz alta. Gawain inclinó la cabeza hacia ella y acarició su cabello con ternura y devoción, totalmente indiferente al escrutinio de todos los vampiros.

Diane tenía ganas de llorar al ver ese amor invicto. Se sentía feliz por ellos porque se lo merecían, después de tantos siglos de dolor; pero, al mismo tiempo, sentía cierta envidia. No les estaba prohibido amarse. Podían demostrar ese amor ante todos sin ningún problema. Prefirió desviar la mirada de esa hermosa visión para dejar de sufrir inútilmente. Pero no fue una buena idea porque sus ojos se encontraron con los de Alleyne. El anhelo y la frustración la embargaron por completo cuando la mirada verde de su otra mitad refulgió como una piedra preciosa por culpa del deseo mal escondido. No había nada más hermoso que esa mirada ardiente. No había nada más frustrante y antinatural que intentar ignorar el deseo y el amor contenidos en esa mirada. Pero así de absurdas eran las cosas en ese oscuro mundo. Diane estaba tan absorta en recorrer las facciones del rostro amado que tardó medio minuto en darse cuenta de que el Consejero y amigo de su padre se había arrodillado ante ella. —Mi Señora, Princesa de los Némesis —empezó a decir el vampiro rubio con una voz hermosa—, es un honor daros la bienvenida en nombre de todos los miembros de vuestra familia. Los Némesis os esperan ansiosamente… Zenón levantó la cabeza en el momento en el que la Princesa bajaba la mirada hacia él. Cuando la mirada plateada, llena de una extraña sabiduría, se cruzó con la suya, el vampiro de origen griego —uno de los más antiguos de la Sociedad vampírica— tuvo la sensación, casi palpable, de que alguien acababa de mandarle millones de voltios para devolverlo a la vida. Llevaba ya muchos siglos sin poder experimentar sensaciones físicas y, sin embargo, tuvo la impresión de que hacía mucho calor y de que la milenaria sangre de sus venas se había convertido en lava. ¿Cómo se le había ocurrido decir que la Princesa no era bella, tan solo porque no se parecía a su padre? Era espléndida, una flor delicada y fuerte a la vez, y su mirada le quemaba como nada lo había hecho hasta ahora. Diane observó al Consejero de su padre con expresión meditativa, como quien observa una hermosa obra de arte. Era tal y como recordaba por haberlo visto cuando había estado atrapada en la Oscuridad: un cuerpo de infarto, un rostro de ángel y unos ojos turquesas impresionantes. A pesar de su rostro impasible, notaba una ligera alteración en él y no sabía la causa. Se dio cuenta, en ese instante, de que ahora era «su» Consejero y de que tendría que darle órdenes y aceptar sus consejos. Pero ella tenía que hacer algo

de inmediato antes de seguir sus pautas. Sentía cómo la desesperación de cierta vampira estaba creciendo sin límites… —Encantada de conocerle, pero, como ya he dicho antes, todos esos vampiros deseosos de conocerme tendrán que esperar. —Diane buscó a Eneke con la mirada y la llamó mentalmente para que se acercara—. Consejero, todos estos valientes guerreros han sufrido muchas heridas y han perdido mucha sangre. Tienen que alimentarse —enfatizó volviendo a mirar a Zenón. —Ya me encargo yo, Princesa —intervino Sasha. Diane le dedicó una mirada y una sonrisa, lo que provocó un extraño pinchazo en los corazones muertos de Alleyne y de Zenón. —Además, hay un asunto pendiente —prosiguió con un suspiro—. Quiero que alguien se encargue del… del piso de París —su mirada se volvió triste—; y ya sabéis todos el porqué. —No os preocupéis, mi Señora, por esos trámites. Esa propiedad ahora os pertenece —explicó Zenón. —Vale. No quiero parecer grosera, pero hablaremos de todo esto más tarde. —Diane se dio la vuelta hacia Eneke y le cogió la mano—. Ahora, vamos a salvar a Mariska. —¡Pues vaya! ¡La Princesa me está haciendo la competencia! —se rio Sasha al verlas desaparecer sin más. Al segundo siguiente, dejó de hacerlo cuando vio que Gabriel y Alleyne se plantaban ante él para usar el mismo método—. ¡Eh, vosotros dos! ¡Que no soy un ascensor! —recalcó con una mueca. —Por favor —rogó Gabriel con ojos inocentes—. Será más rápido de esta forma. —Alleyne —intervino Cassandrea mirando a su hijo—, tienes que alimentarte. —Más tarde —contestó el joven vampiro antes de desaparecer. En la habitación medicalizada solo se oía el quejido sordo de Eneke, muy parecido al sonido que emite un animal cuando tiene una pata atrapada en una trampa, al observar el mal estado de su amada. La dulce Mariska estaba desapareciendo lentamente y su cuerpo se había llenado por completo de pequeños puntos oscuros que pronto se convertirían en cenizas. Viendo eso, Eneke se dejó caer de rodillas a su lado e inclinó su frente hacia la mano que descansaba cerca de ella, sumida en la más absoluta desesperación. —Eso no va a pasar, Eneke —dijo Diane en el momento en el que Sasha, Gabriel y Alleyne aparecían en la habitación, cerca de la puerta.

La Princesa cerró los ojos y puso su mano sobre la rubia cabellera de Mariska. —Yo soy el Principio y ordeno que el Mal y la Oscuridad desaparezcan de este cuerpo vampírico —recitó proyectando con fuerza su aura a través de su mano. La luz plateada rodeó por completo a la vampira—. Levántate, Mariska —ordenó Diane con voz cambiada. Eneke se echó para atrás cuando la luz volvió rápidamente a la mano de la Princesa como si hubiese sido absorbida. Miró, asombrada, el cuerpo de su amada y vio que volvía a ser blanco y hermoso como antes. Pero cuando sus párpados se movieron y se alzaron para dejar pasar a esa preciosa y serena mirada azul, sintió que las piernas le temblaban como si fuese una débil humana. —Ma… Mariska… —balbuceó, incrédula. La joven vampira se incorporó y esbozó una dulce sonrisa hacia su terrible amada y luego miró a Diane. —¡Princesa! ¡Estoy tan contenta de volver a veros! Ya os dije que erais muy poderosa. —Yo también me alegro tanto de verte, Mariska —sonrió Diane, feliz por haber logrado salvarla. Quiso coger su mano, pero desistió cuando el dolor se disparó una vez más en su brazo. Disimuló como pudo una mueca y se hizo a un lado para dejar espacio a Eneke, quien tenía toda la intención de abalanzarse sobre su amada y se contenía a duras penas. En ese momento la puerta se abrió para dejar paso a los demás vampiros salvo los Metamorphosis, que habían optado por alimentarse. Pero eso a Eneke le traía sin cuidado. Se sentó en la cama, soltó algo en húngaro y abrazó a su amada como si fuese un tesoro. Mariska sonrió y frotó su nariz contra su cuello. Diane se sintió de nuevo conmovida y pensó en ir, discretamente, hacia los demás para dejarles más intimidad. —Princesa —la llamó, sin embargo, Eneke, interrumpiendo su movimiento. Diane solo tuvo el tiempo de girarse ligeramente antes de que la vampira se arrodillara de forma solemne ante ella, tras soltar con delicadeza a Mariska. —Eneke, no hace falta que… —empezó a decirle a la vampira. —Gracias —la interrumpió la Pretor, con una mirada llena de gratitud y lealtad‒, me habéis devuelto a mi amada y nunca os podré devolver nada tan valioso a cambio. Solo hay una cosa que os puedo ofrecer —Diane hizo un movimiento involuntario cuando Eneke cogió el bajo de su traje medieval e

inclinó su cabeza—: mi existencia es vuestra, Princesa de los Némesis. Ordenad y os la sacrificaré gustosamente. Sabía que el hecho de tocar a un vampiro no era bien visto en ese mundo de reglas antiguas, pero hizo caso omiso y posó su mano sobre el hombro fibroso de la vampira húngara. —Acepto tu gratitud, pero no me gustan los sacrificios de ningún tipo. Como Pretor eres muy valiosa y solo te pido que sigas desempeñando esa labor como siempre. Es pago suficiente para mí. Eneke clavó su mirada en la mirada de la Princesa y sintió que, además de la inmensa gratitud, experimentaba un sentimiento desconocido muy parecido a la amistad indefectible. Antaño había tenido miedo de ella y ahora daría su existencia por defenderla. Pero si bien la Princesa no quería su sacrificio, podía hacer otra cosa en señal de agradecimiento. Cuando Eneke captó la mirada llena de deseo de Alleyne, supo que era el momento más indicado. —Chaval —le espetó mirándolo a los ojos—, tú también hiciste todo lo posible por salvar a Mariska así que una cosa compensa a la otra. Ante todos estos testigos, levanto tu castigo de un año por haber intentado defender a la Princesa pensando que yo iba a atacarla. —Eneke esbozó una sonrisa torcida—. ¡Ya no eres mi chico de los recados! —No. Ahora es un recluta de los Pretors —enfatizó Vesper cruzándose de brazos—. Es digno de su padre. —Es cierto —asintió Aymeric—. El joven Alleyne ha demostrado su valor esta noche. Es digno de su padre. —Gracias, Eneke —contestó el aludido con rostro impasible, pero inclinando la cabeza en señal de respeto. Diane lo miró, sintiendo una mezcla de amor, alivio y felicidad por el giro de los acontecimientos. Sin embargo, no podía expresar en público ninguno de esos sentimientos así que procuró aparentar una extrema tranquilidad. Reprimió un suspiro de puro cansancio, debido al extraño dolor que sentía en el brazo y que lograba ocultar, y pensó en dirigirse a todos los vampiros, pero Gabriel se le adelantó y dijo: —Bueno, ya es hora de que os cambiéis y os alimentéis convenientemente. Ha sido una noche muy intensa y la Princesa también tiene que descansar. De pronto, el grito de dolor de Diane interrumpió su frase. La joven Princesa se agarró el brazo, con la sensación de que una mano invisible se lo estaba retorciendo, y se tambaleó levemente como si se hubiese mareado.

—¡Mi Señora! —gritaron al unísono Alleyne y el Consejero Zenón, precipitándose hacia ella para socorrerla. —¡No! ¡No me toquéis! —exclamó la aludida para detenerlos—. Si esto es obra de Marek, puede ser muy peligroso. Alleyne y Zenón se detuvieron muy cerca de ella e intercambiaron una mirada muy poco amigable. El Consejero experimentó una gran irritación, y algo que no supo nombrar, frente a esa fiera mirada verde llena de deseo reprimido que proclamaba a los mil vientos su amor incondicional por la Princesa. ¿Cómo se atrevía? Ese joven no era nada en la jerarquía vampírica y la Princesa de los Némesis era doblemente sagrada. Por su parte, Alleyne miraba a Zenón con una pizca de insolencia, muy consciente de que era una bravuconada dado que no podía pretender a nada. El hermoso vampiro rubio era ahora la mano derecha de Diane y era un ser letalmente poderoso y eficaz. Ajena a esa batalla silenciosa de miradas, Diane se había arrodillado y había echado para atrás, con cierta dificultad, la manga de su traje medieval para examinar su brazo. —¿Alguien me puede decir qué es esto? —preguntó en voz alta al observar la marca oscura en forma de espiral que había aparecido. Por lo visto, Marek y los demonios sentían una predilección por sus brazos… —Parece la marca de magia negra que indica la posesión —aventuró Gabriel, que se había arrodillado a su lado para examinarla, pero sin tocarla. —No, no se trata de posesión sino de contaminación —informó la dulce voz de Selene, aparecida sin avisar—. El Príncipe de la Oscuridad ha logrado contaminaros levemente con su Poder Oscuro, de la misma forma que vos conseguisteis vencerlo con el vuestro. —El equilibrio. Las dos caras de una misma moneda… —dijo Diane recordando las palabras del ángel caído más famoso. —¿Y cómo se cura? —preguntó Alleyne visiblemente preocupado, adelantándose a Gabriel, Gawain y Zenón quienes estaban a punto de hacer la misma pregunta. Zenón frunció la boca y una expresión glacial cruzó su rostro; cosa que no pasó desapercibida a ojos de Gawain. Selene sonrió con dulzura al joven vampiro, cuya energía reflejaba un amor absoluto. —La Sibila me ha mandado. Solo ella conoce las técnicas necesarias para purificar a la Doncella de la Sangre. —La Sacerdotisa miró a Diane—. Princesa,

vendréis conmigo y os quedaréis con nosotras en el Santuario Sacris para proceder a vuestra purificación. —¿Cuánto tiempo? —preguntó Zenón con aparente frialdad—. La familia de los Némesis necesita a su Princesa. Selene ni siquiera lo miró y contestó: —El tiempo que sea necesario. El aura sagrada de la Doncella debe permanecer pura a toda costa, sean cuales sean los inconvenientes. —No me cabe la menor duda de que el bien de mi Señora debe prevalecer sobre todo lo demás —asintió el Consejero en señal de consentimiento. —Será mejor que Aymeric y yo vayamos a informar al Edil y al Senado de este pequeño contratiempo —intervino Sasha tras mirar al otro vampiro—. Princesa —el vampiro moreno se inclinó ante Diane, que se había levantado—, espero volver a veros en plena forma. Aymeric también se inclinó mientras Diane asentía levemente, y luego los dos vampiros se volatilizaron. Paseó una mirada triste sobre los rostros de todos los vampiros, pero hizo todo lo posible para no mirar a Alleyne. —Gracias a todos por haberme ayudado —murmuró antes de mirar a Selene —. Bien, te sigo. —No hay prisa, mi Señora —sonrió la vampira—. Una hora más no cambiará nada: necesitáis descansar y cambiaros de ropa mientras estos guerreros se alimentan y reponen fuerzas. Selene tocó el brazo herido de Diane y esta sintió un alivio instantáneo. —Id con tranquilidad y tomaos vuestro tiempo. Mandaré a alguien a buscaros. Diane suspiró e inclinó la cabeza. Miró hacia Eneke y Mariska cuando sintió que la joven vampira la animaba en silencio como la verdadera amiga en la que se había convertido, pero no pudo devolverle la sonrisa. Intentó desaparecer en silencio para reaparecer en la habitación que el Príncipe de los Kraven había preparado para ella. Intentó no mirar hacia atrás para no sufrir. Pero, en el último momento, su corazón fue más fuerte que su sentido del deber. Diane giró bruscamente la cabeza y clavó su mirada plateada en la de Alleyne, como si se estuviese ahogando y él fuese la última luz en el firmamento. Entonces, sus miradas se enlazaron y se amaron, como dos amantes largo tiempo separados, sin tener en cuenta a los demás.

Cuando ella, finalmente, desapareció de la habitación en la que todos estaban congregados, no dejó de mirar ni un solo instante a su corazón y a su alma; a ese vampiro de ojos verdes relucientes.

Capítulo veinticinco Diane estudió su rostro en el espejo del cuarto de baño, buscando signos que delatasen un cambio en ella o rastros de su enfrentamiento con Marek. Había algo diferente en ella, sí, pero parecía ser que para bien: su cara era más hermosa que antes, su pelo más claro y largo, y sus ojos tenían un brillo plateado increíble. Pero todo eso le daba igual: lo que más le había aliviado había sido comprobar que seguía sin tener colmillos. Se había pasado el dedo varias veces sobre sus encías para estar segura, aunque sabía que era una estupidez dado que los colmillos no aparecían en estado de relajación. Sin embargo, el alivio había sido intenso. No quería tener colmillos. Le horrorizaba la mera idea de tenerlos, pero intuía que ese iba a ser su destino final. Reencontrarse con el placer de la ducha sin depender de nadie también había supuesto para ella una vuelta a la normalidad. Se había lavado a conciencia para intentar quitar el olor de ese depravado en su piel, pero seguía oliéndolo debido a su nuevo y desarrollado olfato. Quería desterrar para siempre el recuerdo de los acontecimientos y olvidar, cuanto antes, a ese maldito. Pero las cosas no eran tan simples. Apenas acababa de recobrar la libertad que ya se había abierto la puerta de una nueva cárcel… Diane suspiró con tristeza. Era injusto pensar así porque la Sibila solo quería curarla, pero habría dado todo lo que tenía por poder descansar lejos de todas esas obligaciones. Lo habría dado todo por volver a ser una chica normal de veinte años, y eso era imposible. Allí, en el castillo maldito, había aceptado plenamente lo que era y tenía que atenerse a las consecuencias. Se miró por última vez en el espejo y salió del cuarto de baño. Se había puesto lo que había encontrado en el armario, un vestido corto de vuelo color camel y unas medias claras. Se le pasó por la cabeza utilizar sus dones para ponerse un vaquero y un jersey, como acostumbraba, pero decidió no gastar inútilmente su energía. Su único consuelo había sido encontrar ropa interior, al completo, de su talla; cosa que no llevaba desde hacía tiempo. También se había recogido su pelo limpio e indomable en una cola dado que le molestaba.

Diane se sentó en la enorme cama y se puso las bailarinas a juego con el vestido. Ladeó la cabeza y observó fijamente uno de los rincones de la habitación, esperando alguna señal…; pero nada ocurrió. Harael había dejado de comunicarse con ella, así que volvía a estar sola. Pasó los dedos sobre su collar de plata, pensativa. Se lo había quitado rápidamente en la ducha para lavarse el cuello porque el collar se movía con voluntad propia y no quería despegarse de ese sitio. Ella se había acostumbrado a su peso y se sentía desnuda sin él y, cuando lo tocaba, podía percibir la energía residual del ángel y de su padre. Cerró los ojos e inspiró lentamente. Se sentía tan cansada… Tenía la impresión de llevar el peso del mundo sobre sus hombros, y así era en cierta medida. Pero el tiempo de las quejas y de las lamentaciones ya había pasado. Sin embargo, de todas las cosas a las que tenía que renunciar, solo se aferraba a una: su amor por Alleyne. Ahora que lo había vuelto a encontrar, le parecía una aberración tener que renunciar a él. Pero ¿qué alternativa tenían? Era como intentar salir de un laberinto muy complejo cuya salida nadie conocía y, no obstante, ella era la prueba viviente de que montañas más altas habían caído. «¡No renunciaré!», pensó con determinación. Había logrado plantarle cara a Marek y devolverle su alma a Zahkar. Si existía una forma de poder pasar el resto de su existencia junto a Alleyne, la encontraría. Pero ahora necesitaba descontaminarse del poder oscuro de ese maldito porque no sabía si esa energía malévola era capaz de alcanzar a Alleyne y a los demás. No estaba dispuesta a poner sus existencias en peligro otra vez. Si hacía falta apartarse durante un tiempo para recuperarse, se apartaría el tiempo necesario, aunque le resultase extremadamente duro. Diane se puso de pie con decisión y cogió una chaqueta clara de lana del armario, más por costumbre que por otra cosa. Llevaba ya un buen rato en la habitación así que Selene no tardaría en mandar a alguien a buscarla. De nuevo, tendría que despedirse de todos sus amigos, pero, esa vez, estarían todos a salvo. De pronto se tensó y su corazón empezó a latir desbocado. No, no podía ser... ¿Por qué, de todos los vampiros presentes, Selene había tenido que mandarlo a él? ¿No era ya lo suficientemente cruel tener que decirle adiós otra vez?

Pero no había error posible. Sentía su energía única acercarse y podía oler el perfume inconfundible de su sangre. Se quedó bastante descolocada cuando una mezcla de deseo y de hambre voraz retorció sus entrañas y se llevó una mano a la boca. ¿Qué había sido eso? ¿Podría ser que quisiera alimentarse de Alleyne? ¡No! Eso era… horrible. ¿O no? Si amaba a Alleyne, en el mundo vampírico era lo más normal del mundo desear probar la sangre del ser amado. Eneke se alimentaba de Mariska; Gawain de Cassandrea. ¿Dónde estaba el problema? El problema radicaba en su conciencia, profundamente humana, que seguía luchando contra su nuevo ser. Ella era híbrida y una de esas dos facetas suyas se impondría al final de la lucha, sin vía de retorno. Y ella no tendría más remedio que aceptarlo… Diane soltó un sentido suspiro y meneó la cabeza al ponerse la chaqueta de lana. No quería darle más vueltas a todos esos asuntos. Estaba cansada de hacerlo. Respiró hondo y prefirió dejar la mente en blanco antes de que su amor llamara a la puerta; cosa que se produjo medio minuto después. Se armó de valor cuando la puerta se abrió delicadamente. —Mi Señora, vengo a buscaros para llevaros ante Selene —indicó Alleyne sin pasar del umbral de la puerta. —Muy bien, te sigo —contestó ella al pasar delante de él. Alleyne inclinó la cabeza sin mirarla, cerró la puerta y empezó a caminar para guiarla a través del pasillo. Diane intentó concentrarse en otras cosas que no fuesen mirar con anhelo su espalda y su cuerpo, pero no lo consiguió. Estaban demasiado cerca el uno del otro, ¡y al mismo tiempo tan lejos! Su amor se había cambiado de ropa y se había alimentado de sangre artificial. Llevaba un vaquero oscuro y un jersey azul que se tensaba sobre sus nuevos y más desarrollados músculos. Tenía tanto deseo de pasar sus dedos entre su pelo más oscuro y largo que sentía como fuego en las yemas de sus dedos. Se mordió los labios y buscó en su mente cualquier cosa para distraerse antes de estallar, convertida en antorcha humana. La mezcla de hambre y de deseo en sus entrañas se estaba volviendo insoportable. Justo antes de que Alleyne se detuviera repentinamente a mitad de camino, percibió esa misma mezcla intensa en él. Su corazón empezó a latir deprisa cuando su amor se dio la vuelta y la miró intensamente, con sus ojos convertidos en un fuego verde. —Diane… —musitó devorándola con la mirada.

Ella dio un paso hacia delante, inconscientemente. —Parece ser que siempre que te encuentro, te vuelvo a perder… —dijo su amor esbozando una sonrisa triste. Diane le devolvió una mirada tan intensa como la suya y levantó la mano para tocarlo, pero su semblante se volvió más duro que el acero y retrocedió. Se dio la vuelta bruscamente y ella dejó caer su mano con pesar. —Perdonadme, mi Señora. No debo hablaros de este modo —soltó con una voz que reflejaba mucha tensión—. Sigamos caminando. Os esperan. Ella apretó los puños con rabia, sintiendo que su barrera de autocontrol estaba a punto de ceder. Ya había vivido la misma escena con Alleyne y no quería repetirla. Hay momentos en la vida en los que uno es incapaz de controlarse, sobre todo cuando solo tu corazón y tu alma importan más que todo lo demás. —¡No! —gritó de tal forma que Alleyne se dio la vuelta para mirarla de nuevo—. ¡Esta vez decido yo y no importa si está bien o está mal, o si alguien me está esperando! Sus ojos se convirtieron en plata fundida y, esa vez, no tuvo ni que levantar la mano para detener el tiempo. Empujó a Alleyne contra la pared, utilizando la fuerza suficiente como para no hacerle daño. Le dedicó una mirada solemne y llena de amor, y cogió su cara entre sus manos. —Ahora estamos solo tú y yo —empezó a decir con ternura—. Quiero que sepas una cosa, Alleyne, y que no la olvides jamás: ¡siempre te querré! —Sus manos acariciaron su rostro—. Pase lo que pase, mi corazón y mi alma siempre serán tuyos. Yo siempre seré tuya, mi amor. ¡Siempre! La mirada de Alleyne reflejó el amor más puro y la más absoluta de las devociones. —Oh, Diane. Yo también soy tuyo para siempre. Sin embargo, hay cosas que incluso las palabras no pueden describir, así que Alleyne cogió a Diane entre sus brazos y la besó con todo el amor y el deseo que sentía por ella. Rápidamente, la chispa inagotable del deseo que existía entre ellos dos prendió y sus lenguas empezaron a bailar con frenesí. A pesar de que se había alimentado concienzudamente, el perfume de la sangre de Diane enloqueció a Alleyne y sus colmillos empezaron a crecer. Pero ella siguió besándolo con locura, tomando eso por una muestra más de su deseo y amor por ella. Empezaba a considerarlo como normal. De repente, Alleyne se detuvo y la alejó un poco de él poniendo sus manos sobre sus hombros. Tras una mirada abrasadora, se dejó caer al suelo de rodillas

y la abrazó poniendo su rostro de lado contra su vientre. Durante una fracción de segundo, Diane luchó contra el sentimiento de repulsión que la invadió al recordar al bastardo que la había atrapado en sus brazos de igual forma. Pero no se trataba de él sino de su amor, así que cerró los ojos y le pegó aún más a ella, acariciando su pelo con sus dedos. Un sinfín de minutos cayeron en el arenero del tiempo hasta que ella decidió que ya no se podía permitir seguir jugando por más tiempo con las leyes de la naturaleza. Acarició por última vez el cabello ligeramente ondulado de su amor y, dándose la vuelta, reanudó el paso del tiempo. Mientras esperaba a que Alleyne se levantara del suelo —cosa que el joven vampiro hizo como si fuese humano y tuviera ochenta años—, ella se secó las lágrimas con rabia. Cuando sintió que él estaba de nuevo listo para seguir con esa farsa absurda, exclamó con voz un tanto irónica: —La Princesa de los Némesis ya está preparada para seguir caminando, Pretor. Alleyne acarició con la mirada la silueta de Diane y se adelantó para seguir interpretando su papel de inferior a la perfección. Cuando llegaron al hall principal, casi todos los vampiros los estaban esperando y habían formado un semicírculo alrededor de Selene. Ahí estaban Gawain y Cassandrea, apretado el uno contra el otro; Gabriel y Vesper; los tres Metamorphosis arrodillados ante el Consejero Zenón y, para sorpresa de Diane, Mariska sostenida por su amada Eneke. Al verla, Diane frunció el ceño con preocupación y dijo: —No deberías estar aquí. Sé que vuestros cuerpos sanan deprisa, pero es demasiado pronto para estar de pie. Mariska sonrió de forma tranquila y, tras un intercambio de miradas con Eneke, se acercó a ella con su ayuda. —¿Qué estás haciendo? —se alarmó Diane al ver cómo la vampira rubia se arrodillaba ante ella, apoyándose sobre el brazo de Eneke. —Me ofrezco para serviros, mi Señora —contestó Mariska clavando su mirada azul en la suya—, y cuando volváis, quiero formar parte de vuestro séquito personal y permanecer a vuestro lado. Diane abrió la boca, un poco descolocada. Esa oferta era como Mariska: pura abnegación y generosidad. Pero implicaba separación y ella no quería separar a nadie. Le echó una mirada preocupada a Eneke, pero la vampira se quedó totalmente impasible y le mandó un mensaje mental.

—Es su decisión… Diane suspiró. ¡Cuántas locuras se hacían por amor! —Gracias, amiga mía —dijo acariciando la mejilla de la vampira—. Hablaremos de ello cuando vuelva. Mariska asintió con una sonrisa y se levantó del suelo. Diane se dio la vuelta hacia Zenón cuando este se inclinó ante ella con absoluto respeto. Se sintió un poco incómoda cuando el vampiro rubio de rasgos perfectos alzó su turbadora mirada turquesa hacia ella y dijo con fervor: —Mi Señora, os esperaré el tiempo que sea necesario. —Diane percibió la ligera crispación de Alleyne al escuchar eso—. Estaré preparando vuestra llegada en el seno de la familia. —Se… se lo agradezco, Consejero —titubeó ella cuando Zenón cogió su mano para besarla como si fuese un caballero de la Edad Media inclinándose ante su dama. Alleyne apretó los puños y su mirada su volvió furiosa. Ese Consejero demasiado perfecto estaba empezando a tocarle las narices porque se estaba extralimitando. Sin embargo, no podía hacer nada: Zenón se había convertido en la mano derecha de Diane y ella lo iba a necesitar para poder integrarse plenamente en esa Sociedad tan estricta. Por lo tanto, tocaba sufrir otra vez. Diane retiró su mano delicadamente y giró la cabeza hacia Selene cuando sintió su llamada. Los demás se apartaron de la vampira y un círculo brillante se dibujó a su alrededor. —Es la hora —señaló ella y luego miró a Zenón y dijo—. Cuando la Princesa esté purificada del todo de esta nefasta oscuridad, le avisaremos, Consejero. —Que así sea —contestó él con una inclinación de cabeza. De repente, Diane volvió a tener un nudo en la garganta. Miró desesperadamente a sus amigos cuando sintió una gran opresión en el pecho. Le angustiaba volver a estar separada de ellos, pero la Princesa de los Némesis no podía mostrar debilidad. Entonces cada uno de esos vampiros, supuestamente fríos y con corazones muertos, hicieron un gesto imperceptible para animarla: ella lo vio en la sonrisa luminosa de Cassandrea, en la mirada llena de ternura de Gabriel, en el orgullo casi paternal de Gawain, en el inmenso respeto de Eneke, Mariska y Vesper. Y luego oyó en su mente todos los mensajes de ánimo de todos los vampiros que habían acudido a salvarla. En ese momento, se relajó y volvió a experimentar una cierta paz.

—Alteza… —la llamó Selene, tendiéndole una mano. Diane paseó su mirada sobre todos ellos por última vez. —Hasta pronto, queridos amigos —se despidió antes de ir con Selene. Ya en el círculo, fijó su mirada en la de Alleyne y sus ojos se volvieron tan brillantes como dos estrellas en la más oscura de las noches. —Siempre… Cuando Diane desapareció, Alleyne cerró los ojos para poder saborear y atesorar en lo más profundo de su corazón esa última palabra de su amada que flotaba en su mente. * * * Copenhague, sede principal de la Liga de los Custodios —¡Esto es intolerable! Less MacKenzie no estaba cabreado. Estaba cabreadísimo y nadie, nunca jamás, había visto al Miembro Permanente del Norte tan fuera de sí. Todo se debía a que Less estaba luchando como un poseso para sacar a su hermano de las garras de un dragón que tenía cuerpo y nombre de mujer. Sin embargo, tenía la impresión de estar hablando con una pared de piedra a tenor de la frialdad e impasibilidad que mostraba dicha mujer ante la espinosa situación de Kamden. Sentada detrás de su elegante e impersonal escritorio, la vicepresidenta Betany Larsson lo miraba como si fuese un aburrido vendedor de aspiradoras que, en ningún caso, iba a salirse con la suya. A veces, Less se preguntaba si de verdad había un corazón latiendo en ese pecho… —¡Ningún Miembro del Consejo está de acuerdo en que el agente MacKenzie quede bajo arresto y todos han votado en contra! —enfatizó apoyando las manos sobre el escritorio de madera para inclinarse hacia la vicepresidenta—. Todos sus agentes han testificado a su favor, incluido el profesor O’Donnell. ¿No le parecen pruebas suficientes de su buena fe? Los fríos ojos azules de Larsson siguieron observándolo con total impasibilidad. —La misión del agente MacKenzie consistía en encontrar a esa joven híbrida y traerla ante el Consejo de la Liga. Tenemos un testimonio rotundo y muy fiable de que la ha dejado escapar —contestó ella tranquilamente tras deslizar un papel hacia Less. —Hummm, déjeme adivinar…; su testigo providencial es el agente Ariel,

¿verdad? —contraatacó el joven abogado sin echarle un vistazo al papel en cuestión. La vicepresidenta no hizo ningún gesto. —¿El mismo agente Ariel que estuvo al frente de un intento de tortura de un civil por un acuerdo con la O.V.O.M.? ¿El mismo agente Ariel que estuvo apartado y reapareció inesperadamente tras la misteriosa desaparición del padre Colonna? —insistió Less, inclinándose un poco más hacia Larsson para darle más peso a sus palabras—. ¿De verdad me está usted diciendo que su testimonio es más valido que el de cualquiera de los agentes implicados en esta misión? La vicepresidenta cruzó sus manos sobre la mesa a modo de respuesta. Tras un minuto de silencio dijo: —Brillante defensa, abogado MacKenzie, pero no estamos en el tribunal y el que está acusado de desobediencia grave es su hermano, no yo. Un tic nervioso apareció en la mandíbula de Less, prueba de que Larsson había conseguido lo imposible: sacarlo de sus casillas. —¿Qué está pasando realmente aquí? ¿Por qué tanta terquedad? —Acabo de exponerle claramente la situación de su hermano. Si usted no lo entiende… Less reprimió unas repentinas ganas de estrangularla, y eso que él era el más tranquilo de los dos hermanos. —¡Esto no va a quedar así! —soltó alzando un poco la voz—. Usted y el presidente no pueden hacer lo que quieran de manera impune y pasando por lo alto las opiniones de los demás miembros. ¡Ninguno de nosotros está de acuerdo con esta nueva política! —Miembro MacKenzie, si no está de acuerdo ya sabe dónde está la puerta… Less apretó los puños y la fulminó con la mirada. —Mi antepasado fundó esta Liga y no pienso irme sin pelear. —¿Es consciente de que ese tipo de actitud, tan parecida a la de su hermano, podría costarle su puesto? —insinuó Larsson con cierta socarronería. Less esbozó una sonrisa cínica. —No me amenace en vano, vicepresidenta. Si sigue por este camino, me encontrará de frente. Le dedicó una mirada gélida y añadió: —Le voy a dejar una cosa bien clara: sacaré a mi hermano de este embrollo, cueste lo que cueste. Que el presidente y usted lo tengan bien presente. Contra todo pronóstico, el rostro de Larsson se volvió un poco menos estático y su boca se estiró en una sonrisa helada.

—Le deseo toda la suerte del mundo porque va a ser muy complicado. —¡Eso ya lo veremos! Less se dio la vuelta y salió del despacho de Larsson dando un sonoro portazo. La vicepresidenta siguió observando la puerta y, tras varios minutos, una intensa luz blanca estalló repentinamente detrás de ella y un ligero soplo de aire meció suavemente las cortinas de la ventana. Un sonido agudo, imposible de catalogar, reverberó en la estancia durante un segundo. —Estos humanos siguen sin aprender a obedecer e incordian cada vez más… —dijo Betany en voz alta dirigiéndose al ser alado que acababa de aparecer delante de la ventana—. ¿Cuáles son sus instrucciones, señor presidente? ¿Qué más debo cumplir, Arche Malahk? El jefe de la Milicia Celestial, vestido con una túnica de color azul grisáceo y una armadura de plata, se dio la vuelta lentamente hacia su subordinada. Sus gigantescas alas turquesas centellearon intensamente al replegarse, como si millones de diminutas piedras preciosas estuvieran incrustadas en ellas. El Arcángel Mijaël abrió ligeramente la boca y, en un abrir y cerrar de ojos, su aspecto se modificó totalmente y se volvió más terrenal y humano. En el lugar del más temible de los espíritus puros de Dios apareció un joven ejecutivo muy atractivo, de pelo castaño y ojos azules, con un traje de chaqueta negro, una camisa blanca y una corbata azul claro. Pero el hermoso rostro seguía siendo demasiado frío e impersonal, así como su intransigente actitud. El Arcángel se quedó cerca de la ventana y cruzó sus manos en su espalda. —El movimiento ya se ha producido —dijo con una voz poderosa y envolvente a la vez—. Ahora nos toca esperar a que nuestras piezas se muevan como es debido. Los ojos azules de Mijaël, tan helados como la propia Muerte, se iluminaron de un modo extraño. —Tenemos que ser pacientes, Hermana Celestial. Tarde o temprano, la Sangre de Dios vendrá a nosotros, inexorablemente. Y cuando eso ocurra, le daré a elegir… Betany no dijo nada, pero una pregunta cruzó su mente pura y perfecta. —Si elige mal, no tendré más remedio que actuar directamente contra ella — contestó el Arcángel mientras una luz blanca invadía el despacho—. Pero, en ningún caso, permitiré que esa raza pérfida de los Condenados siga sobreviviendo por más tiempo…

La luz blanca y cegadora estalló por todos los lados como para dar énfasis a esa declaración de guerra abierta entre la Milicia Celestial y la Sociedad vampírica. * * * Región más oriental de Siberia La temperatura había bajado hasta un extremo insoportable, pasando de los treinta grados bajo cero, y los gruesos copos de nieve caían con furia sobre el inhóspito paisaje, ocultando casi la luz pálida del sol. Todo se veía blanco, silencioso y muerto. Los pocos animales que sobrevivían en esos parajes ya se habían escondido para hibernar. La nieve acumulada y amontonada en pequeños montículos empezaba a ocultar la entrada de lo que parecía ser una cueva formada a través del propio corazón de la montaña. Pero eso no impidió que cuatro siluetas oscuras, surgidas de la nada, hiciesen volar la nieve para poder adentrarse en las profundidades de la cueva. Los cuatro individuos iban vestidos con trajes militares negros y, gracias a la luz de sus antorchas eléctricas, avanzaban rápidamente como si ya supieran lo que buscaban. El que vigilaba la retaguardia creyó oír un ruido y se dio la vuelta, con una inusitada velocidad, para apuntar con su arma al posible intruso: llevaba un pasamontañas como los demás, pero sus ojos brillaron en la oscuridad como los de un gato. Tras comprobar que era una falsa alarma, volvió a encaminarse hacia la misma dirección que los demás. Esa especie de túnel, completamente a oscuras, no parecía tener fin, pero, después de caminar durante mucho tiempo, los cuatro individuos se detuvieron a las puertas de lo que aparentaba ser una cámara resguardada. El que parecía ser el jefe del grupo les hizo una señal a los demás y avanzó con sigilo acompañado por otro miembro, dejando a los otros dos vigilando la entrada. Sus pasos se volvieron aún más cautelosos conforme iban acercándose al fondo de la cámara. Vislumbraron una forma oscura situada en el suelo, pero, de pronto, una poderosa luz roja se proyectó delante de esa cosa y formó una barrera para detenerlos. El jefe del grupo enfocó con su antorcha a la cosa en el suelo: era como si se hubiesen topado con la tumba secreta de algún faraón porque allí había un gigantesco capullo negro que envolvía algo, como si fuese una antigua momia

egipcia. La luz roja no cesaba en su intensidad, defendiendo lo que estaba encerrado dentro de ese capullo hecho de una materia inclasificable. El jefe hizo un gesto a su compañero para que bajara su arma, hizo lo mismo y sacó su móvil. —Señora, lo hemos encontrado —comunicó brevemente en inglés. Cuando colgó, todos se taparon los ojos con el brazo. La cueva no se movió ni hubo ningún ruido de explosión, pero una portentosa luz blanca corrió a través del túnel, como si fuese la deflagración de una bomba nuclear, y llegó velozmente hasta ellos. La luz blanca menguó repentinamente, mientras los cuatro individuos bajaban sus brazos e inclinaban sus cabezas en señal de obediencia, y de ella salió una mujer alta envuelta en un magnífico abrigo blanco de piel con capucha. La belleza de la mujer era deslumbrante y su rostro, con ese pelo rubio casi diáfano y esos ojos del color del mar embravecido, era una oda a la perfección. Sin embargo, ninguno de los cuatro individuos la miró a la cara y se hicieron a un lado para dejarla pasar como si temieran entrar en contacto con ella. La mujer se acercó a la barrera de luz roja y abrió la boca sin emitir ningún sonido, y esta se desactivó sin más. Llegó a donde estaba la extraña momia y la contempló varios segundos. —Por fin te he encontrado… —murmuró con voz dulce antes de arrodillarse. Se echó la capucha para atrás y de ella salió una tarántula, completamente negra salvo por un puntito blanco, que se colocó tranquilamente sobre su hombro. A continuación, levantó la mano y en su palma apareció un puñal que parecía hecho de cobre. Se inclinó hacia la cara de la momia y, con la ayuda del arma, se deshizo de la curiosa sustancia que tapaba su rostro. La mujer ni se inmutó ante el horrendo espectáculo de esa calavera negra totalmente carbonizada, con la boca abierta en un grito de agonía, y observó esa cara como si fuese la más extraordinaria del mundo. Sin embargo, sus preciosos ojos permanecían gélidos como la nieve que caía en el exterior. Incluso la sonrisa que esbozó fue tan helada como una repentina ráfaga del viento del norte. Con un gesto certero y una pasmosa impasibilidad, atravesó de par en par la palma de su mano con el puñal y, cuando lo retiró, un líquido semitransparente, que no tenía nada que ver con la sangre, empezó a salir a borbotones. Seguidamente, acercó su palma a la boca de la momia y dejó que el líquido se expandiera. —Bebe de mí, mi invencible y cruel Príncipe. Yo cuidaré de ti.

Parecía imposible que ese cadáver pudiese tener una reacción porque, al fin y al cabo, era un esqueleto compuesto por huesos carbonizados. No obstante, al pasar varios minutos, un ligero temblor sacudió la mandíbula de la extraña momia como si estuviera tragando el líquido. Entonces, los ojos verdiazules de la hermosa criatura con aspecto de mujer brillaron intensamente y un leve resplandor se manifestó a su alrededor. —Tengo muchos planes para ti, Príncipe de los Draconius, y juntos los haremos realidad… Dazel, el ángel caído presente en la tierra desde los tiempos del Génesis, cuya mirada podía hacer enfermar o petrificar a los seres humanos y a los vampiros, pegó completamente su mano contra la boca cadavérica de Kether Draconius para resucitarlo y liberarlo del poderoso veneno de las cenizas de los antepasados. * * * Isla perdida del mar Egeo En un paisaje rocoso, lleno de piedras y de olivos, pero vacío de habitantes, se alzaban las ruinas de una antigua fortaleza romana. Las ruinas en sí no eran muy interesantes, pero debajo de ellas, enterrado en lo más profundo de la tierra, se escondía un lugar inalcanzable para los humanos y cuyo descubrimiento era totalmente imposible: la Cripta de los Caídos. El poder de Dios y de sus ángeles se encargaba de protegerla y de mantenerla en un estado invisible a ojos de la humanidad. Sin embargo, el Príncipe de la Oscuridad, cuya esencia angelical era bastante importante gracias a la poderosa aura de su padre, había sido capaz de burlar la seguridad de aquel lugar para encerrar a su odiado progenitor. Quince años atrás, Marek había aprovechado la debilidad de Ephraem Némesis, tras bloquear los poderes de Diane para que tuviera una vida normal, para encerrarlo en uno de los sagrados sarcófagos capaces de atrapar para siempre a un espíritu puro. En aquel momento, pensó que su padre se quedaría atrapado para toda la eternidad, pero se equivocaba: gracias al cumplimiento del Equilibrio, si la Oscuridad había logrado inmovilizar al Príncipe de los Némesis, la Luz podía devolverle la libertad. Y, sin saberlo, el despliegue descomunal de energías en el enfrentamiento entre su hija y el engendro nacido de él había cumplido con ese propósito.

En la sombra de un estrecho pasillo de piedra, flanqueado por sarcófagos superpuestos los unos por encima de los otros, un solitario ataúd, hecho de cornalina, estaba vibrando y temblando como si fuese a explotar de un momento a otro. De repente, una deslumbrante luz de un intenso color azul oscuro invadió cada rincón de la Cripta, cuyo aspecto se asemejaba a las primeras catacumbas de los cristianos primigenios. La temperatura subió de una manera brutal, como si se estuviera produciendo una radiación solar en ese pequeño espacio, y luego el tiempo se detuvo bruscamente. Solo hubo un ligero movimiento en el suelo cuando el ataúd se resquebró y se partió en dos, liberando definitivamente a su prisionero. El aura, de un vibrante tono azul oscuro, volvió al lugar en el que se encontraba su propietario y se mantuvo a su alrededor para protegerlo. Ephraem Némesis salió de su cárcel de cornalina tambaleándose y su aura poderosa se proyectó para amortiguar su caída cuando sus rodillas se doblaron por sí solas. Sentía una debilidad pasajera por culpa del descomunal Poder que había tenido que activar para terminar de romper ese ataúd celestial a prueba de todo. Sí, le había costado mucho tiempo, pero él era el Príncipe de la Aurora y ya estaba recuperando todas sus fuerzas y su inconmensurable Poder. Puso un pie en el suelo y se levantó como si nada hubiese ocurrido, como si no llevara quince años encerrado en ese sitio en contra de su voluntad. Sin embargo, su aspecto físico decía todo lo contrario: su pelo negro y ondulado había crecido de tal forma que le llegaba a mitad de la espalda y su ropa estaba hecha jirones. Parecía la sombra de sí mismo y ya era el momento de poner remedio a eso. Ephraem cerró los ojos para volver a utilizar su Poder de forma consciente después de tantos años, lo que suponía una mayor eficacia. Sintió que los espíritus de los Ángeles Caídos se agitaban en sus respectivos sarcófagos con expectación y cierta ansia frente al Poder, así que les mandó una orden tranquilizadora antes de desplegar su aura de manera fulgurante para poder salir de la Cripta. Cuando reapareció fuera, cerca de las ruinas, su pelo volvía a tener una longitud aceptable y estaba echado para atrás. Su cuerpo estaba enfundado en un pantalón negro de pinza y en una camisa blanca reluciente y, a pesar de la suavidad de las temperaturas de la isla incluso en invierno, llevaba también un largo abrigo azul oscuro abierto.

La luz brillante del sol no le causó ningún daño porque él era uno de los casos excepcionales de su especie capaces de salir fuera cuando era de día. Sin embargo, sus intensos ojos azules brillaron con cierta contrariedad cuando divisó una silueta esperándolo debajo de un olivo y, en menos de un segundo, se plantó ante ella. El Arcángel Uriel prefirió no hacer alarde de sus seis pares de alas anaranjadas y miró al Príncipe de los Némesis con tranquilidad. Más que un temible y todopoderoso arcángel, parecía uno de esos chicos encantadores y granujas que practican deportes extremos: su pelo castaño estaba totalmente despeinado y tenía varias mechas de color rubio y cobre, y sus ojos color miel tenían un brillo muy poco angelical. Iba vestido con un vaquero oscuro y una camiseta gris de manga corta que marcaba mucho los músculos de sus brazos y de su torso. Permanecía apoyado contra el olivo con los brazos cruzados, en una actitud completamente relajada. A pesar de esa aparente relajación, Ephraem Némesis siguió observando al arcángel con cautela. —¿Has venido para pelear, Uriel? —preguntó con franqueza. No era conocido por andarse por las ramas y el arcángel lo sabía muy bien. Este soltó una risa muy humana. —Más bien todo lo contrario, Príncipe de los Némesis. He venido a echarte una mano… —Hizo una pausa y se enderezó un poco—. Mi Hermano Mijaël ha empezado un juego muy extraño y sucio y no atiende a razones en cuanto a cancelar su misión de eliminaros a todos. Al parecer, tu hija es una pieza clave en este jueguecito… El rostro de Ephraem permaneció impasible, pero su aura volvió a brillar, lo que demostraba que estaba muy molesto. —Sí, lo sé. Por eso me he liberado por fin: para intervenir en persona. Tengo varios asuntos pendientes. —¿Y cómo piensas… arreglar esos asuntos? La mirada azul del vampiro se intensificó a modo de advertencia. —Voy a despertar de una vez por todas a mis hermanos de sangre, los hijos de los Elohim que forman el Senado. —Vuestro Emperador y vuestra Sociedad ya lo están intentando y, de momento, sin grandes resultados. El proceso va muy lento. Uriel dejó de hablar y lo miró fijamente. —Si utilizas el Poder de tu sangre para despertar a todos los Pura Sangre de golpe tendrá consecuencias incalculables, y lo sabes.

—No me habéis dejado otra alternativa, Uriel. Asumo todas las consecuencias, pero os advierto: mi hija cumplirá su destino y nada ni nadie volverá a hacerle daño. ¡Nunca más! El aura azul oscuro rodeó por completo a Ephraem mientras se arrodillaba en el suelo. Cuando puso las palmas de sus manos en la tierra e inclinó la cabeza, la sangre empezó a escaparse de ellas para trazar el dibujo de un símbolo más antiguo que la propia tierra. —Despertad, hijos de los Elohim, despertad… —murmuró con su voz aterciopelada. Uriel siguió observando, a pesar de que una luz blanca y cegadora acababa de invadir todo el terreno rocoso. A continuación, se oyó un sonido agudo y ensordecedor, como si sus Hermanos Celestiales del Apocalipsis estuvieran utilizando sus trompetas para anunciar el Fin de los Tiempos. Ephraem Némesis abrió la boca y dijo la única palabra capaz de despertar a los descendientes de los Ángeles Caídos. Luego, levantó la cabeza y clavó su mirada azul eléctrico en la del arcángel. —Es hora de que les plantemos cara a los que nos persiguen como ratas inmundas desde el mismo día en el que nacimos. Es hora de enfrentar a la Milicia Celestial. Entonces la tierra empezó a temblar con fuerza y, a lo lejos, el mar se agitó con violencia provocando olas cada vez más grandes. Uriel volvió a su verdadero aspecto y levantó la vista hacia el cielo, que había pasado de un azul luminoso a un gris oscuro en medio minuto. Sus maravillosas plumas anaranjadas se alzaron con furia por culpa del viento huracanado que ya estaba soplando. Se avecinaba una monstruosa tormenta desatada y alimentada por el Poder de la sangre del Príncipe de los Némesis. En Sevilla, 25 de noviembre de 2012

Glosario Custodio: cazavampiro que trabaja para la Liga de los Custodios. Elohim: Ángel Caído que ha tenido descendencia con una mujer humana. Lacayos: vampiros de rango menor que obedecen a un vampiro de rango superior. Liga de los Custodios: organización de cazavampiros creada en el año mil para observar y combatir a los vampiros que no respetan las leyes de sangre. Metamorphosis: vampiro perteneciente a una raza diferente que no se alimenta de sangre sino de energía. Son capaces de adoptar formas animales de depredadores. Pretors: especie de policía vampírica a las órdenes del Senado, cuyo máximo representante es el denominado Pretor. Príncipe o Princesa: jefe por excelencia de una familia de vampiros. Algunos son muy conocidos y tienen apodos propios como el Príncipe de la Aurora. Senado: órgano de representación vampírica compuesto por varios vampiros muy antiguos que imparten justicia entre las distintas familias y que velan por el buen cumplimiento de la ley. Sibila: vampira dotada de poderes de adivinación que se encarga de avisar al resto de la Sociedad gracias a sus sueños. Siervo: humano que sirve a un vampiro y conoce su verdadera naturaleza. Sociedad vampírica: la sociedad formada por los vampiros descendientes de los ángeles y que intentan convivir en paz con los humanos.

Agradecimientos Si las novelas son como hijos para los escritores, este segundo libro de la trilogía ha tenido un alumbramiento doloroso y un recorrido caótico hasta llegar a vuestras manos, queridos lectores. Le dediqué casi dos años y nació brevemente para ser escondido de un modo vergonzoso, pero, ahora, ha renacido de sus cenizas, más brillante y fuerte que nunca, gracias a mis chicas Pink. Juntas, formamos un gran equipo. Gracias a todos los que me apoyaron incondicionalmente y a todas las personas falsas, mentirosas y tóxicas como el personaje de Marek que me rodearon en aquel momento y que me enseñaron todo lo que no quiero ser. El tiempo pone a cada uno en su sitio y nuestros actos lo dicen todo de lo que esconde nuestras almas. Gracias a mis amigas Mónica, Bea y Pili; a mi correctora Carol y a la creativa Nerea; y a mi padre por acordarse de que su hija intenta escribir. Este libro va dedicado de forma muy especial a todas las mujeres que sufren maltrato psicológico y físico a manos de unos engendros que dicen amarlas. El amor nunca duele ni te hace sufrir. Recuerda, Mujer, que eres fuente de vida y que no necesitas a nadie para ser completa y valiente. No puedo olvidar a mis tíos que se marcharon repentinamente, uno detrás de otro. A mi tío El Mei, que debe estar fabricando tirachinas en los montes del cielo. A mi tío Paco, al que echo de menos a cada momento. Y a mi tío Antonio, que no pudo disfrutar de una merecida jubilación. Vuestros espíritus, llenos de fuerza y de luz, guían mi camino para siempre. Nos volveremos a ver algún día.

Biografía Ahna Sthauros Nacida en París en agosto de 1978 de un padre francés y de una madre española. Desde muy pequeña, tuvo la suerte de poder pasearse entre la capital francesa y la ciudad de Sevilla; ciudad de su querida abuela Ana. Su legado fue una percepción casi sobrenatural de las cosas y un gusto por las historias de brujas, demonios y vampiros que no parecía muy natural en una niña de tan corta edad. Pero también un alma llena de curiosidad y de devoción por la Semana Santa sevillana. Como buena creyente de la reencarnación, ¡a saber qué fue de ella en otra vida! De momento, en sus novelas y en sus relatos cortos aparecen esos seres fantásticos, pero siempre con una historia de amor que posibilitan su redención porque no hay nada más poderoso que el amor absoluto. Entra en su mundo, lleno de luz y de tinieblas, dónde viven vampiros, brujas, demonios y ángeles caídos…
2 EL HEREDERO OSCURO DE LA SANGRE Los hijos de los angeles Caídos II - AHNA STHAUROS

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