U6 Dossier - Cartas jesuitas de Japón

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Universidad Nacional de General Sarmiento – Historia de Asia Dossier de fragmentos de cartas jesuitas redactadas desde Japón Selección y traducción: Paula Hoyos Hattori

Dossier de fragmentos de cartas jesuitas redactadas desde Japón Tomadas de los dos volúmenes de las Cartas de Évora (1598)1

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Con ese nombre se conocen los dos tomos de misivas jesuitas editados en la ciudad portuguesa de Évora en 1598, en la imprenta de Manuel de Lyra. Incluyen la gran mayoría de las cartas que los misioneros habían enviado desde Japón entre 1549 y 1590. Los títulos completos son: Cartas que os padres e irmãos da Companhia de Iesus escriverão dos Reynos de Iapão & China aos da mesma Companhia da India, & Europa, des do anno de 1549 atè o de 1580 y Segunda parte das cartas de Iapão que escreverão os padres, & irmãos da companhia de Iesus . Para esta selección, consultamos una versión facsimilar (Maia: Castoliva, 1997).

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1. Percepciones sobre Japón Gaspar Vilela a un hermano del colegio de Évora. Cochin, 4 de febrero de 1571 “Le quisiera escribir muy largo, pero como el tiempo no me da lugar, no lo haré. Tome buenamente lo que puedo darle. Fui enviado este año de setenta y uno a la India desde Japón, donde hace dieciséis años que estaba, para dar cuenta de lo que allá pasaba. El número que habrá de cristianos en Japón es casi de treinta mil almas, y esto va creciendo mucho. Nuestro Señor aumente su ganado para su loor. La gente es blanca y de tan buen entendimiento como los portugueses, y son muy civilizados, así en los vestidos como en sus costumbres y demás cosas. No tienen cárcel ni grilletes, pero cuando pelean dos y uno muere, sea para bien o para mal, el otro ha de morir por la ley de la tierra, por lo cual hay pocos disturbios. Pelean con gran esfuerzo en la guerra, tienen muchas escopetas, flechas, espadas, dagas, corazas y otras armas semejantes. Al ladrón no lo consienten: cuando es apresado con lo robado, de inmediato en el mismo lugar se le puede cortar la cabeza; por eso hay pocos asaltos. Hay muchas sierras y minas de plata (si sólo hubiese poder para explotarlas…). Pero para eso es necesario, primero, tener un capital de dos mil cruzados como para comenzar a abrir las minas, así que por no tener ese dinero, no las abren. Tienen doce sectas religiosas todas diferentes unas de las otras, aunque todas al final revelan de quién son, es decir, del demonio. No se quieren hacer cristianos sino mediante debates, y una vez que se convierten, aunque pierdan sus tierras o los maten, no vuelven atrás. Acá anda el demonio muy suelto, se les aparece en muchas figuras y los engaña a través de muchas artes como sólo él sabe. Hará unos dos mil setecientos años que esta tierra fue poblada, esto lo cuentan de diversas maneras. Dicen que fueron la primera gente del mundo, pero lo cierto es que vienen de los chinos, porque limitan con China. De Japón a veinte días de camino por mar hay un reino que se llama los Lequios,2 buen lugar, excepto porque las mujeres de allí son grandes hechiceras y el demonio hace mucho con ellas, y ellas con él. (…) En Japón hay mucha nieve en el invierno y calma en el verano. Tienen el norte a la altura de la cabeza, pero viniendo a la parte sur (como ahora vine), perdí el norte, y vi la Cruz del Sur muy alta, acá desde Cochin. Muchas más cosas quisiera escribirle, pero no tengo comodidad para eso. Nuestro Señor nos junte en su gloria. Amén.”

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“Lequios” se refiere al archipiélago de las islas Ryukyu, hoy conocidas como la prefectura japonesa de Okinawa.

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Lourenzo Mexia al padre Miguel de Sousa, Rector del colegio de Coimbra. Macao, 6 de enero de 1584 “Van desde acá tantísimas cartas, así generales como particulares, que bien podría excusarme de escribir a Vuestra Reverencia. Así y todo, para satisfacer la obligación que ante V. R. tengo, escribo esta, en la que daré cuenta de lo que vi en Japón los dos años y medio en que estuve allí con el padre Visitador. Es Japón, como Vuestra Reverencia ha leído, todo de islas montañosas. Es tierra naturalmente de poco fruto, pero con muchas lluvias que la vuelven un poco mejor, aunque no llega a ser como Europa. Es en extremo pobre por causa de las continuas guerras, tifones y climas contrarios. Tienen muchos terremotos, pero como las casas son de madera no les causa problema (si fueran de piedra y cal, o de tapia, ninguna quedaría en pie). Tienen algunas frutas de Portugal y otras de su tierra, pero todo en poca abundancia, porque los japoneses no son inclinados a la fruta. No navegan comúnmente hacia ninguna parte, por causa de los continuos tifones, y todos los días vuelven a tierra, aunque estén doscientas o trescientas leguas mar adentro. Los japoneses son tan diferentes de todas las otras naciones, así en el vestir, la lengua, las letras, las costumbres y ceremonias, que no se puede imaginar. Tanto que si la naturaleza humana pudiera presentar diferencias de especies, diríamos que los japoneses son de una especie distinta del resto de los hombres. En la cabeza, comúnmente, ni en invierno ni en verano traen nada, sino que la dejan pelada; los vestidos son a la manera de batas de seda o de algodón de muchos colores y dibujos, con los brazos descubiertos hasta los codos. Tienen un día señalado en que todos se empiezan a vestir de verano y otro en que se empiezan a vestir de invierno, y es tan certero que nadie se equivoca de día. Su comer es totalmente diferente de todas las naciones, porque no comen fruta, ni cosas dulces, no comen cosa que lleve aceite o vinagre o especias. La leche y el queso les parecen abominables, como veneno. El único condimento que usan es la sal. La mayoría de la gente no se harta de comer arroz, infinidad de hierbas y mariscos. Muchos se sustentan sólo con esas cosas: arroz, verduras, mariscos y sal. Beben todos agua caliente, por más calor que haga, y así también el vino en el invierno. En los banquetes usan infinitos platos, entre los que siempre hay pescado crudo, que ellos comen con mucho gusto. Y para los padres es un continuo tormento ser invitados a los banquetes, porque no conviene dejar de comer, pero comer es una muy fundada mortificación: entre quince o veinte platos, no hay ninguna cosa buena para tomar. Y aunque no se escandalizan cuando no comemos el pescado, sí se edifican mucho si nos ven comerlo, porque dicen que gente que tanto se 3

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separa de sí para acomodarse a ellos no puede dejar de ser santa y venida de los cielos. La música, así la natural como la artificial, aunque usen el punto (es decir, subidas y bajadas), es tan disonante y repugnante a los oídos que es asaz penoso oírla siquiera un rato. Aún así, por agradar a los japoneses, los nuestros son forzados a escucharla durante muchas horas y ellos son tan aficionados a su música que les parece que nada hay mejor en el mundo, y a la nuestra, incluso al canto y al órgano, le tienen repugnancia. En las fiestas hacen muchos autos y representaciones con varios temas, honestos y alegres, pero siempre con esta música adelante. Generalmente, los japoneses son muy sanos, así por el clima (que es muy templado y equilibrado) como por lo poco que comen y por no beber agua fría, que es la causa de muchas enfermedades. Si se enferman, en muy breve tiempo sanan casi sin medicinas. Acostumbran curarse casi todas las enfermedades con unas agujas de plata que se ponen en el estómago, los brazos, la espalda, etc., junto con fuegos y hierbas. Duermen muy poco y el sueño es muy leve, para lo cual toman té. De todo esto y del poco comer nace que tengan muy buen juicio y sean ingeniosos: aprenden nuestras letras en menos de dos meses. Tienen muy buena memoria porque cualquier niño puede dar un recado, por largo que sea, puntualmente como se lo han dicho, y los adultos, una vez que se convierten en cristianos, predican nuestras cosas como si en ellas hubiesen sido criados. La lengua es la más difícil y copiosa que creo que hay, porque en muchas cosas excede a la griega y a la latina, tiene infinidad de vocablos y modos para declarar la misma cosa, y hay tanto para aprender que no solo los nuestros que hace veinte años que allá viven, sino también los naturales siguen aprendiendo cosas. Hay algo más, que creo que no sucede en ninguna otra lengua: la retórica y la buena redacción se aprenden junto con ella. Porque nadie puede saber hablar japonés sin saber enseguida cómo tiene que hablar a los grandes y a los pequeños, a los altos estratos y a los bajos, y el decoro que se ha de guardar con todos. Tienen verbos y nombres y modos de hablar particulares para unos y para otros. (…) El lenguaje de la escritura es muy distinto al de la práctica, y así uno como otro son muy variados y abundantes, por lo que con pocas palabras se expresa mucho. Las letras son cosa infinita, no hay persona que conozca todas, porque además de las dos maneras de abc (cada una de más de cuarenta letras, y cada letra tiene varias figuras), tienen letras con figuras como los chinos, que es una cosa que nunca se termina de aprender. 3 (…) tienen en el 3

Mexia está describiendo el sistema escriturario japonés, que combina tres formas: los silabarios hiragana y katakana y los kanji. Los primeros dos corresponden a lo que él llama “abc”: son fonéticos, constan de cuarenta y seis caracteres cada uno y se utilizan diferencialmente para palabras locales (hiragana) o extranjeras (katakana). Por último, Mexia se refiere a los “infinitos” kanji, que constituyen el sistema escriturario que los japoneses adoptaron de China en el siglo VI d.C. y representan un conjunto innumerable de caracteres de distintos grados de complejidad, y que se pueden combinar para expresar nuevos sentidos. Las tres formas de escritura se combinan

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escribir mucho ingenio y artificio, porque lo que no se puede explicar en la lengua se declara en la letra. En las cartas que escriben son muy serios, no ponen letra ni palabra sin gran consideración y tacto para no ser tomados por imprudentes. Se frenan fuertemente en la gula, en la cólera, en la ira exterior, tanto que aunque una persona tenga mucha hambre, no se le ha de notar en la mesa de ninguna manera, porque ha de estar con tanta prudencia y quietud como quien está de sobremesa. Y por mayor irritación que sienta el padre por el hijo, o el marido por la mujer, de ninguna manera lo han de mostrar porque consideran una bajeza que se vea el desorden provocado por la gula o la ira en los hombres. La limpieza de los japoneses es imposible de imaginar porque es tan grande, especialmente en las casas y las esteras sobre las que siempre se posan, que se puede comparar con la limpieza con que un sacristán escrupuloso guarda el altar. Soy yo mismo un buen testimonio de esto, porque fui con el padre visitador Valignano a la casa de Nobunaga y a la del emperador, y no podíamos entrar si no con calzado nuevo, y por las salas íbamos como quien visita las estaciones del Sepulcro el viernes santo, y así y todo iba un hombre detrás nuestro limpiando el polvo con una escoba. Los patios y los balcones eran tales que no se podía escupir en ellos, sino sólo en los pañuelos. Incluso en la cocina, que tenía una buena cantidad de bandejas muy grandes a punto de servirse, estaba todo tan limpio de agua, hojas o ceniza como si hubiese estado barrido con la escoba; del mismo modo estaba la caballeriza. No me sorprende entonces que Nobunaga mandó a matar a una muchacha por no barrer unas cáscaras de fruta que habían quedado en una sala: pone tanta diligencia y tan extraordinario cuidado en la limpieza, que cualquier inmundicia adquiere el grado de un crimen. Todas las salas, cámaras e iglesias están cubiertas de esteras, y no se puede entrar sin dejar los zapatos afuera. Sus niwa4, que son como quintas, están siempre limpios, barridos con escoba, y no tienen ni una planta ni una piedra que no esté dispuesta con artificio y orden. No les gustan los árboles de frutos sino de hojas, umbrosos y distantes. El ceremonial en Japón es innumerable, porque no hay quien sepa todas las reglas, y tienen muchos libros que no tratan sino de esas cosas. Sólo para beber un poco de agua usan más de siete u ocho. Y para el uso del abanico más de treinta, pues en el comer, mandar regalos y en el trato humano el cuidado es infinito. Basta con decir que no tienen otra ciencia, ni otro estudio sino este y las letras.

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permanentemente en todo texto japonés. Jardines. Lourenzo Mexia utiliza la palabra en japonés, escrita por fonética: “nivas”.

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Son naturalmente inclinados a la religión, por lo que tienen mucho respeto y reverencia hacia los bonzos. Éstos son personas pacíficas y hacen grandes penitencias, no comen carne ni pescado, sino arroz y verduras con sal solamente. Y dado que toda la tierra de Japón se inclina al culto de las pagodas, sobre todo en Miyako y Nara, aunque el fuego y el tiempo los hayan consumido y gastado en gran parte, bien se dejan ver los rastros de lo que fueron antiguamente. En las afueras de Miyako hay un templo de más de 300 palmos 5 de largo, todo de madera, cubierto de tela. Tiene una imagen grande y dorada, entre otras mil quinientas más pequeñas, repartidas en nueve órdenes, y cada una tendrá la altura de un hombre mediano. Y la imagen grande, como las pequeñas, tendrán unos cuarenta y tantos brazos, y tres o cuatro cabecitas arriba de la cabeza, que según dicen son sus atributos y excelencias. Cerca de este templo hay una casa de ladrillos, como una sala muy grande, con una silla alta, muy suntuosa y pomposa, en donde leen los bonzos. Junto a ella hay un coro muy bien pintado, de gran artificio, donde hay estatuas de madera de los discípulos de Shaka6, muy bien proporcionadas y con ojos de cristal, que parecen vivos. Además de estos hay muchos otros templos, bien grandes, con bonzos que se levantan de noche para ir al coro y tocar sus campanas, a la manera de los cristianos. En Sakai, que es la ciudad de más tráfico y comercio que existe en Japón, habrá más de cien templos. Allí los bonzos viven con mucha prosperidad y predican con eficiencia sus errores y gentilidades, que se contradicen una y otra vez. En uno de estos templos vimos una estatua de un bonzo que aún está vivo. Tienen un atrio muy espacioso en donde entierran a los muertos; entre ellos había algunas sepulturas cristianas, con una cruz de madera; les rezamos algunos responsos y oraciones. En esta ciudad hay un hospital de incurables a cargo de unos bonzos que los cuidan y piden limosnas. Nos mostraron una casa pequeña, a la manera de una capilla de ermitaño, donde estaba enterrado un bonzo que hizo cinco o seis años de penitencia allí dentro, sin salir, y cuya única ocupación era leer y contemplar las virtudes de Amida,7 en quien ellos encuentran infinitas cosas que aprender. Después de su muerte le levantaron un monumento con letras de oro, y ya lo tienen por santo. En esta ciudad hay algunos cristianos muy buenos, que ya han comprado un terreno para construir una iglesia, esperamos en nuestro Señor que será pronto y que habrá mucha 5 6 7

Equivalente a unos 60 metros. “Shaka” es el nombre japonés de Sakyamuni o Gautama, el Buda histórico. La tradición indica que vivió en la India hacia el siglo V a.C. Fue un príncipe que renunció a sus privilegios sociales y, tras alcanzar la iluminación, se dedicó a difundir la espiritualidad y la búsqueda del nirvana. “Amida” es el nombre japonés de Amitābha, deidad principal del Budismo “Tierra Pura” o “ jodo shinshu”. Al momento de la llegada de la Compañía de Jesús a Japón, esta escuela gozaba de gran popularidad. A diferencia de otras ramas del budismo, predica que la iluminación se halla al alcance de cualquier persona y no únicamente de los iniciados.

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conversión. En la ciudad de Nara casi no se ve otra cosa sino portales y tera, que son como monasterios e iglesias. Aquí concurren todos los peregrinos de Japón a hacer sus peregrinaciones, como nosotros vamos a Roma. Llevan sus rosarios, algunos van pidiendo limosna, otros van descalzos. Hay monasterios de veinte, treinta, cuarenta y más bonzos, que tienen sus rentas y pensiones. Todos los bonzos andan con la cabeza y la barba rapadas, y no hay más diferencia entre unos y otros más que en el traje, como entre nosotros los frailes. Son muy educados y afables con quienes los van a visitar a sus claustros. Tienen muchas bibliotecas con libros de China, pero toda su doctrina se resuelve en una confusión oscura y diabólica. Tienen algunos estantes muy grandes, que funcionan como una rueda, a la manera de un molino de viento. Todas los conventos tienen su niwa, que son como jardines muy limpios, frescos y curiosos de ver con muchos peces en los tanques, árboles umbríos, fuentes, etc. Su ejercicio principal es leer y estudiar los libros sobre Shaka, Amida y sus comentadores. […] No me demoro más porque en la carta general verá Vuestra Reverencia largamente todo esto y otras cosas. (…) El padre Visitador partió de aquí con un padre y cuatro muchachos japoneses nobles con la intención de ir a Roma, [aunque] no sé si pasará las dificultades del camino. Yo me quedé aquí para predicar y confesar, y leer, y todo lo que se pueda ofrecer. Deseo morir en Japón, si el Señor es servido. A los santos sacrificios y oraciones de Vuestra Reverencia, y de todos los padres y hermanos, mucho en el Señor me encomiendo.”

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Gaspar Vilela sobre las cosas de Japón, a los padres del convento de Avis en Portugal. Goa, 6 de octubre de 1571 [I, 319r] “[…] me pareció bien darles cuenta de algunas cosas de estas tierras, llamadas Japón, en que hasta ahora anduve, y aunque no escriba todo porque hay demasiada materia, por lo menos contaré sobre algunas casas y templos de los bonzos (que así se llaman los padres que enseñan las cegueras a estos gentiles de este reino de Japón). [...] [E]n esta seré breve y solamente escribiré sobre los monasterios, las casas y las costumbres que tienen estos ministros de Satanás. Comenzaré primeramente por Miyako, ciudad en la que residí durante nueve años, y que es la cabeza de todo el imperio del reino de Japón, así como en otro tiempo se decía que era Roma de Europa. Hay en esta ciudad doce sectas todas discordantes unas de otras, pero a fin de cuentas todas con palabras falsas vienen a declarar y afirmar que no hay más que morir y vivir. Los letrados consideran esto un gran secreto para el pueblo necio que los oye. En esta ciudad hay unos trecientos monasterios, porque fue en tiempos pasados una ciudad muy grande y populosa, que tenía más de trescientas mil casas. Ahora tendrá unas sesenta mil. La guerra y el tiempo, consumidor de todas las cosas, fueron trayendo la miseria a la ciudad. A causa de las grandes tempestades de vientos que hay en esta tierra de Japón, los monasterios son muy frescos y no tienen balcones ni dormitorios majestuosos, ni están hechos de piedra y cal sino de tablas. Esto es así porque hay terremotos muchas veces y si fueran de piedra y cal, serían peligrosos. Este tableado es de una madera singular, parecida al cedro, y está labrado con excelente arte, porque aquí hay grandes carpinteros que se precian de ser maestros en este arte. Todos estos monasterios tienen adelante de la puerta, en una parte escondida, un vergel pequeño, muy fresco, al cual se sale abriendo una de sus puertas que, como arriba dije, se corren unas por otras. Estando dentro de la casa, al abrir solo una de estas se puede ver el vergel, en el que algunos inventan unas cosas, otros otras, según lo que les agrada. Tienen gran diversidad de piedras, unas negras, otras muy blancas, otras verdes y azules, no muy grandes sino pequeñas y bien concertadas, intercaladas con musgo y plantas: tienen unos cipreses retorcidos y pequeños insertos en estas piedras, también hay unos árboles pequeños cargados de diversas flores que continuamente están manando de sí gotas de agua. Se ven fuentes y canales que corren por una invención tal, que parece que salen de la misma piedra que la naturaleza produjo sin participación humana. Y además hay pinos verdes, otros de copas grandes hechas a mano, canteros y cercos, que sin duda alegran la vista a quien los mira.”

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Luis Frois al padre Alejandro Valignano provincial de la India. Ximonoxe, 17 de octubre de 1586 “Este año de ochenta y seis, a principio de enero, desde Sakai y la capital hacia adelante, sucedió el más extraño y espantoso temblor de la tierra, que los hombres no recuerdan haber visto ni oído, ni siquiera haber leído en sus historias nunca, porque –aunque en Japón muchas veces hay en diversos reinos estos terremotos– fue el de este año en tal exceso el más grande, que trajo extraño temor y espanto a los hombres. En el primer día de la undécima luna, la tierra comenzó a temblar, no de la manera en que acostumbra, sino balanceándose como un navío que anda al revés, durante cuatro días y cuatro noches continuas, sin cesar. La gente andaba pasmada y fuera de sí, y no osaban estar dentro de las casas, porque solamente dentro de Sakai se cayeron sesenta y murieron en ellas muchas personas. De ahí en adelante por espacio de cuarenta días se fue interrumpiendo el temblor, pero casi no pasaba ningún día en que no se oyese como un rugido que salía debajo de la tierra, muy horrendo y tenebroso. Fueron tantos los estragos que hizo en los lugares que asoló, que parece cosa increíble. Apuntaré aquí sólo las cosas principales que personas que las vieron contaron después a nuestros padres. En el reino de Vomi, en un lugar y fortaleza que se llama Nagasama (que fue primero donde residía Kanpaku-dono8 en los tiempos de Nobunaga9) había una población de mil casas, y la tierra tembló y se abrió y se llevó consigo la mitad de las casas con la gente dentro, y la otra mitad en el mismo instante se encendió y se abrasó y se convirtió en ceniza. A otra población muy grande, junto al mar, frecuentada por mucha gente, después de temblar algunos días, con gran terror la encapuchó una ola del mar tan grande que parecía una sierra, y se llevó consigo las mismas casas, hombres y mujeres, y no quedó más que la tierra cubierta de espuma de agua salada, y en el mar los ahogó a todos. En el reino de Mino había una fortaleza muy famosa, llamada Vogaqui, situada sobre una sierra. Comenzó a temblar y a caerse, se fue hundiendo y desapareció, de manera que no quedó en su lugar más que una laguna. En el reino de Ise hubo otros terremotos grandes y espantosas destrucciones, entre las cuales se desordenó y subvirtió otra fortaleza que se llama Kameama. Por estos reinos se hacían grietas en la tierra, más grandes que un tiro de escopeta, y de estas grietas salía hacia arriba un cierto barro o lava negra, de tan horrendo y abominable olor que no dejaban de sufrir los caminantes. En el primero de estos terremotos estaba Kanpaku-dono en Sacamoto junto a la laguna de Vomi, 8 9

Regente o consejero imperial. Oda Nobunaga (1534-1582) fue el primero de los tres unificadores de Japón. Su ascenso coincidió con el accionar de los primeros jesuitas, a quienes brindó autorizaciones para predicar el Evangelio. Ver n.12.

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y dejó todo lo que entonces hacía para recogerse en Osaka, que le parecía un lugar más seguro. Las demás cosas que en el curso de este año pasaron en Shi, en Bungo y en las partes de Miyako, las sabrá Vuestra Reverencia más claramente por las cartas anuas10 que desde allá escriben. Me encomiendo a los santos sacrificios y oraciones de V.R.”

10 Las cartas anuas, como su nombre lo indica, contenían la información relativa a todo el año anterior a su redacción. El visitador Alessandro Valignano instauró la obligatoriedad de su escritura en 1579, para reunir en un único documento las novedades de las diversas regiones de la iglesia japonesa.

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Luis de Almeida a los hermanos de la Compañía, sobre el camino que hizo con el padre Luis Fróis a Miyako. Facunda, 25 de octubre de 1565 [159r] “Estando ya en este tiempo algo mejor, me decidí a ir a ver un señor que estaba en Sakai, muy obedecido y temido en Miyako. Las tierras donde es señor están lejos de esta ciudad. Me escribió el padre desde allá para que hiciera esta visita, porque tiene a este señor por amigo. Sancho no consintió en que lo fuese a ver si no en andas, hechas de madera muy liviana y tan pequeñas que sólo cabe una persona sentada. Son cuadradas y en los laterales tiene ventanas de madera que se pueden abrir desde dentro. Las llevan dos hombres y si es un camino largo, cuatro, para poder relevarse. Todas las personas nobles las tienen para su servicio y les gusta tener algunas muy bien terminadas. De modo que como el camino era largo y yo no estaba aun del todo sano, y como me insistieron, así lo hice. Una vez llegados a la casa de este señor, nos hizo entrar, porque allí se hallaba un secretario suyo cristiano. Nos recibió muy bien y con gran agasajo. Después, gracias a este secretario, quiso oír las cosas de Dios delante de unos veinte hidalgos que con él estaban. Un hermano japonés que iba conmigo y estaba bien enterado de cómo hacer estas cosas, le hizo una prédica con la que todos se quedaron maravillados. Porque les declaró quiénes eran sus dioses y de dónde procedían, y quién era el Dios creador del mundo, y les dijo que viendo la diferencia, fuesen ellos los jueces acerca de quién era digno de ser adorado. Todos loaron mucho la ley de Dios nuestro señor. Por cierto que al ver la gloria del secretario cuando el hermano predicaba, no se puede decir la felicidad que mostraba por haber recibido la ley de Dios. Por la bondad divina, tres hidalgos criados de este señor gustaron tanto de la prédica, que de allí a poco tiempo oyeron y se hicieron cristianos. Me pareció tiempo de ir a ver al padre Gaspar Vilela, que estaba en una fortaleza de cristianos llamada Imori, a seis leguas de esta ciudad de Sakai, por lo que me quería ir al otro día. [Este hombre] me dijo que ya que me quería ir, me mostraría antes unas piezas suyas. Hay una costumbre entre los japoneses nobles y ricos cuando tienen algún huésped que sea persona de alcurnia. Al despedirse, en señal de amor, le muestran unas cosas muy valiosas. Son unos utensilios en los que beben cierta hierba molida, que para quien acostumbra beberla es gustosa, llamada chá.11 La manera en que la preparan consiste en tirar la cantidad de media cáscara de nuez de los polvos de esta hierba molida en una porcelana, y deshacerlos con agua muy caliente, que luego beben. Y para esto, tienen unas cacerolas de hierro antiquísimas, y así lo son las porcelanas y la vasija en la que tiran el 11 La palabra “chá”, usada por Almeida, viene del término japonés “cha”, que significa “té”. Hasta el día de hoy, en portugués “té” se dice así.

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agua con la que enjuagan la porcelana, y un braserito en que ponen la tapa de la cacerola de hierro, para no apoyarla en el piso sobre las esteras. La vasija en la que tienen los polvos de chá, la cuchara con que los sirven, el recipiente con el que tiran el agua caliente desde la cacerola, y donde hacen el fuego: todas estas piezas son las piedras preciosas de Japón, de la misma manera que entre nosotros se tienen anillos, joyas y collares de ricos rubíes y diamantes. Hay orfebres dedicados a esto, que conocen estas piezas, y son consejeros para las compras y ventas. Para convidar con tal hierba –la cual es muy buena, y la libra vale nueve o diez cruzados– y mostrar tales piezas, dan primero un banquete, según la posibilidad de cada uno. El lugar en el que lo hacen son ciertas casas, a donde no entran sino para aquellas fiestas. Ver su limpieza fascina.” Luis de Almeida para los hermanos de la Compañía de Jesús, desde la isla de Shiki, 20 de octubre de 1566 [224r] “No voy a dejar de contarles de un monstruo que vi en el reino de Goto este invierno que estuve allí, para que tengan más materia para loar a Dios en sus obras. Hay en aquel reino de Goto una selva que tendrá unas seis leguas, en la que hay muchos animales de caza. Por ejemplo, unos como perros, pero con los pies y las manos más cortos. Tienen el pelo rubio y suave como la seda, y los japoneses los consideran una delicia excelente. Como su piel vale mucho, cuando se comen en algún banquete, lo chamuscan y guisan con la piel para mostrar más poder y dinero. Estos animales después de viejos van en busca del mar y se lanzan en él, y se convierten poco a poco en unos peces grandes, como atunes. Cuando los japoneses los pescan, enseguida entienden que primero fueron animales de la tierra, cosa que yo tenía por fábula (esto de que un animal de tierra, sin corromperse, se pueda convertir en otro animal). Como me decían y afirmaban que pescaban algunos que se habían transformado a medias en pez y eran a medias animal de tierra, deseé verlos. Se dio entonces que llevaron uno así al Rey, y éste me lo mandó. Quedé perplejo, porque no se podía negar que fuese animal de tierra, ni se podía negar que estaba ya convirtiéndose en pez. Por ser cosa tan contraria a la naturaleza, mandé que le cortaran los pies y las manos, y que le sacaran los huesos que, secos, con esta carta les mando. Para que vean lo que hasta ahora nunca se había hallado, ni siquiera escrito.”

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Luis Fróis para el padre general de la Compañía, Nagasaki, 13 de noviembre de 1585 [II, 148v] “En estas aldeas de Nagasaki, que son visitadas por los padres de la Compañía, había un hombre de baja suerte, labrador, que hacía seis o siete años que se había hecho cristiano, pero vivía mal, estaba amancebado y no se confesaba nunca: así de mal procedía. El mes pasado, estaba volviendo a su casa cuando ya casi anochecía, y se le presentó una mujer con los cabellos sueltos, las uñas de las manos muy largas, de semblante temeroso y horrendo. Llegando al pobre hombre lo golpeó en el rostro, y enredándose, dio con él en el piso. Ya desfallecido él, ella, que era el demonio, desapareció. Quedó el hombre así toda la noche, sin despertar, y cuando a la mañana parecía que se movía, se levantó con tal furia que muchos hombres no podían con él. Cuando lograron ayudarle, lo ataron muy fuerte de pies y de manos en un catre. No comía ni bebía, ni nadie osaba llegar hasta él, porque así atado como estaba pretendía morder y despedazar a quien se hallara cerca. Pasados dos días de este miserable espectáculo, lo llevaron así atado hasta una iglesia, adonde estaba uno de nuestros padres. Ni bien lo vio, compadeciéndose, lo mandó a desatar. Los cristianos que lo traían dudaban de desatarlo tan deprisa, pero como lo mandaba el padre, lo desataron, preparándose para que mostrara intención de enfrentarse con alguno de ellos. Salió entonces el padre con sobrepeliz y estola, y antes de comenzar los exorcismos le tiró un poco de agua bendita, lo que el endemoniado no aceptó de buena voluntad, sino que mostró un rostro muy ruin. Acabados los exorcismos, quedó como desorientado, tumbado en el piso. El padre se recogió dentro y estuvo haciendo oraciones para él un buen rato, delante del altar; luego volvió a donde lo había dejado y le hizo dar un poco de vino de misa, para que bebiera (pues estaba muy flaco), y le hizo nombrar algunas veces los santísimos nombres de Jesús y María. Finalmente, el hombre quedó libre del demonio, y con grandes señales de contrición y dolor por sus pecados. Se confesaron ambos, marido y mujer, recibieron el sacramento del matrimonio, y así volvieron a su casa consolados, y los cristianos no poco edificados y confirmados en la fe, viendo la misericordia que había tenido Dios nuestro señor con este pobre hombre.”

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Luis de Almeida a los padres y hermanos de la Compañía de Jesús de Hirado, 25 de octubre de 1570 [I, 292v-293r] “La paz y el amor eterno de Cristo nuestro señor y los merecimientos de su sagrada pasión hagan continua morada en nuestras almas. Amén. A comienzos de noviembre partimos el padre João Bautista y yo para irnos a invernar a Bungo, pero por caminos distintos. Porque yo tenía que ir a visitar al rey de Bungo y al de Yamaguchi. Nos despedimos de los cristianos de Kochinotsu, unos seiscientos nos vinieron acompañando hasta las embarcaciones, con muchas lágrimas y sentimientos por la partida del padre. Y como una legua venían por el mar muchos paraos, con niños que venían cantando salmos (que ellos saben cantar muy bien). Después de este agasajo en el mar, nos despedimos. Dos de ellos nos acompañaron hasta la villa de Takase, donde nos desembarcamos para desde allí tomar cada uno su camino por tierra. Estos paraos vinieron cargados de gente de Kochinotsu, muy bien armados y con muchas escopetas, porque siempre, en estas catorce leguas, andan algunos ladrones. [...] Una vez llegado a Fita, y sabiendo el rey que yo había llegado, me mandó a decir que le pesaba mucho que con un clima tan difícil me hubiese venido de Bungo, que bastaba mandar a un hombre para resolver todo lo que la iglesia necesitase. Como las nieves eran muchas y el frío grande, me mandaba para cubrirme una colcha que le había enviado a él el duque de Akisuki, y que todavía no había usado, y era tan rica que hasta podía servir para un príncipe japonés. También me mandó un barrete para dormir de noche, de satén pardo, forrado de pieles que acá se estiman mucho, dos barriles de vino, y medio puerco montés, de los más grandes que he visto en esta tierra (porque los de acá son muy grandes). Yo le mandé los agradecimientos y lo fui a ver al otro día. […] Después de que me despachó y yo me fui a despedir de él, me preguntó por qué camino me iría, le dije que por el ducado de Quisoqui, porque había por aquella tierra algunos cristianos y los quería visitar, y que después iría a Omura. Y aún más, le dije que yo me había hecho amigo de ese duque cuando iba para Bungo y, para que nuestra amistad se fijara mejor, le pedí que me escribiese una carta. Me dijo con mucha alegría que le parecía muy bien y que desearía que en su tierra se hagan muchos cristianos y lo hizo enseguida, mandándome con su criado una carta que decía así: “Habrá ido a visitarte el hermano Luis, es hombre en quien pongo mis ojos. Ruego que lo recibas muy bien, la ley que predica es santa, manda manifestarla en tu tierra, como hago yo en la mía.” (…) Me despedí del rey y partí hacia un lugar a cinco leguas, en donde estaba ese Duque, porque había allí algunos cristianos que consolar. (…) No me demoro en los agasajos que me hizo el Duque, sus banquetes, las visitas de su mujer, los presentes, por no detenerme y poder contar todo 14

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lo que hizo el señor en sus almas los diez días que estuve allí. Día y noche, la casa estaba siempre llena de gente, la más noble de la tierra. Como todos eran zen, que es una secta que cree que el alma perece junto con el cuerpo, y que no hay retribución de los bienes ni castigo de los males, tuvimos mucho trabajo con ellos por unos siete días, durante los cuales ellos seguían sin entender que el alma es inmortal. Probaba sus razones con muchas comparaciones y razonamientos aplicados a su secta, de manera que muchas veces tuve para mí, por verlos tan emperrados, que no se haría de aquella gente ningún fruto, pero deleitó a Dios quererlos iluminar, porque unos veinte hidalgos, los más entendidos en las cosas de su secta, cayeron en la verdad, alumbrándolos el Espíritu Santo, de manera que se confesaron y pidieron bautizarse (…). Viendo los bonzos de esta secta que muchos se hacían cristianos, perdieron la paciencia y como eran hombres muy importantes en esa tierra, temieron los cristianos que hubiese alguna revuelta o que influyeran en el duque para que la ley de Dios no se predicase en su tierra. Acordamos que estaría bien que yo me fuera, porque podría regresar gracias a mi amistad con el Duque, y que después, cuando hubiese mayor fuerza de cristianos, no nos harían nada los bonzos. Así me despedí de esos treinta cristianos y me vine para Omura, donde residía el padre Cosme de Torres. La víspera de Ramos partí de Quinsuqui para embarcarme en la villa de Tacaxe para Omura, creyendo que el camino demoraría dos días. De manera que el lunes de Semana Santa me embarqué en Tacaxe, decidido a llegar a Omura a tiempo para confesarme el jueves santo. Pero Cristo nuestro señor tenía ordenado esto de otra manera, porque tras partir vino un tiempo tan duro desde la proa que nos metimos en una ensenada a tres leguas de Tacase, hasta que amainase el viento para atravesar del otro lado las tierras del rey de Arima, que tienen siete leguas. El martes amainó ese viento tan ruin y comenzó a soplar un viento bueno para nuestro camino, y muy contentos abrimos velas para llegar el jueves santo a Omura. Fue el viento tan bueno que a media noche estuvimos en la costa de Arima, pero yendo a la vera de la costa nos salieron al encuentro diez paraos de ladrones que estaban a lo largo de la tierra. Nuestra embarcación era pequeña, por lo que apenas dos paraos bastaron para abordarnos; como no teníamos ninguna defensa, de nada nos valieron las razones para evitar que nos robaran todo lo que traíamos, que eran nuestros vestidos de invierno –porque todavía estaba toda la tierra cubierta de nieve, y el frío aún tenía fuerza invernal. Como yo iba bien arropado, a causa de mis enfermedades, enseguida vinieron a mí: uno me sacó la primera capa de ropa; otro, la segunda; el tercero, el chaleco, de modo que el cuarto no me quiso dejar siquiera la camisa. Quedé desnudo, y así nos dejaron a todos, y como no teníamos ninguna mercancía en el parao, se llevaron todos los 15

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aparejos, a saber: los remos, las amarras, las anclas y hasta las sogas y las esteras. De manera que no nos dejaron nada, ni para poder sacar agua del bote, y si alguno les pedía misericordia, o que nos dejaran al menos un par de remos, le pegaban con ferocidad, y decían que nos cortarían las cabezas a todos. Terminaron de llevarse todo y se fueron, dejándonos a casi un cuarto de legua de la tierra, sin saber qué hacer. Porque nos moríamos de frío y no teníamos remos para llegar a la costa, y quiso Dios nuestro Señor, para que sintiésemos lo que él sintió en semana santa, que el viento fuera contrario al rumbo de la tierra, y perdimos toda esperanza de llegar. Comenzó a soplar el viento con tanto ímpetu, que cuanto más nos alejábamos, mayores olas había. Así, esperábamos por la mañana que el señor Dios nos mandara un poco de sol, porque si no terminaríamos de morir de frío, pero vino un día todo cubierto de nubes, con una tempestad de viento tan grande y olas tan grandes, con corrientes tan fuertes, que parecía que el mar que nos hundiría. Muchas veces nos pareció que el barquito zozobraba. Ya entrada la mañana, encontramos en el fondo tres pedazos de esteras podridas que los ladrones no se quisieron llevar, que echamos a la suerte suerte (como quien dice): a mí y a un marinero nos tocó una, que nos cubría solamente los hombros y lo demás quedaba desnudo; un hermano nuestro, japonés, y otros tres, se abrazaron unos con otros y con la estera se cubrían sólo la cabeza; con la tercera, los marineros (que sufrían menos el frío) quisieron probar la paciencia y hacer una pequeña vela para ver si podíamos alcanzar la tierra de la que habíamos partido la noche anterior, que estaba a unas cinco leguas (porque estábamos ya alejados de Arima unas dos leguas). Ahí, en el medio del golfo, la tormenta se deshizo por completo y los mares estaban como en el cabo de la Buena Esperanza, de manera que a cada ola que nos golpeaba nos parecía que aquella era nuestra última hora, y nuestra vida se acababa. Ya sobre la tarde nos vimos pegados a la tierra, y nosotros, casi muertos de tanto frío, todos mojados, fuimos guiados por Cristo nuestro Señor por un canal abierto entre dos islas. Porque si hubiésemos ido directo a cualquiera de esas islas, por la velocidad en la que íbamos, me parece que nos habríamos muerto. Entramos, entonces, por ese canal y varamos en un arenal, donde muchos pescadores nos estaban esperando y nos llevaron por sus casas, principalmente uno que era entre todos el más rico. Allí me agasajaron y también a los demás que me acompañaban, nos dieron sus pobres vestidos e hicieron para nosotros un gran fuego y enseguida, arroz: de esta manera nos dieron de cenar y hallamos consuelo, aunque todos seguíamos cortados por el frío y medio muertos.”

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Luis Fróis para el muy reverendo padre general de la Compañía de Jesús. Kochinotsu, 5 de noviembre de 158212 [II, 64v y ss. - 80v] “Había un hombre en la corte de Nobunaga de nombre Akechi, naturalmente bajo y de viles parientes, que en el principio del gobierno de Nobunaga servía a un hidalgo. Gracias a su destreza, prudencia y sagacidad vino a valer mucho, pero era mal querido de todos, amigo de traiciones, cruel en el castigo, tirano y muy sagaz para disimular ardides de guerra y muy entendido en la fabricación de fortalezas. A tan bajo peón le vino Nobunaga a dar merced de dos reinos, de nombre Tanba y Tango, y con ellos les dio todas las rentas de la universidad del monte Hiei, que correspondía a más de la mitad de otro reino. Akechi, como era terrible, quiso sublevarse e intentar hacerse señor de la monarquía de Japón. En este tiempo, Nobunaga lo había mandado que fuese con treinta mil hombres a ayudar a Hashiba a destruir a[l clan] Mori, y al ver él que era una buena oportunidad para matar a Nobunaga y a su hijo el príncipe, porque iban a estar ambos en Miyako y no muy acompañados, decidió hacer el intento. Akechi convocó a toda su gente del reino de Tanba en una fortaleza que está de aquí a cinco leguas. Todos los soldados quedaron sorprendidos porque aquel no era el camino por el que debían ir a la guerra. Como él, sagaz, no reveló a nadie su determinación, no hubo ninguno que sospechara su atrevimiento. El octavo martes desde el Corpus Christi, cuando estaba el ejército congregado en la fortaleza, llamó a cuatro capitales y les contó muy en secreto cómo pensaba hacerse señor de Tenka,13 matando para ello a Nobunaga y a su hijo. Todos, atónitos, respondieron que si él había decidido tal cosa, ya nada podían hacer más que intentar ayudarlo. Enseguida Akechi ordenó de qué manera lo harían y, para que ninguno de ellos lo pudiera traicionar, ahí mismo en su presencia, les hizo vestir las armas y así a medianoche partieron. Llegaron a Miyako al romper el alba. Akechi mandó que sus fortalezas se ordenaran muy bien, porque quería al entrar a Miyako mostrar a Nobunaga cuán buena y magnífica gente llevaba. Esto fue el miércoles veinte de julio de este año de 1582. Ordenó que toda la artillería subiera los muros y se alinearan, y que se preparasen las lanzas. Los suyos comenzaron a dudar sobre qué significaba todo aquello e imaginaron que, tal vez, por orden de Nobunaga, querría Akechi matar al rey de Mikawa, cuñado de Nobunaga. De esta 12 Oda Nobunaga (1534-1582), considerado el primer unificador de Japón hacia el final de la época de los Estados en guerra (Sengoku jidai), fue traicionado en 1582 por uno de sus jefes militares, Akechi Mitsuhide. En lugar de seguir las órdenes que había recibido, según las cuales debía encaminarse hacia el reino de Mori, Akechi decidió simular su partida y emboscar a Oda, que quedaba con una guardia reducida en el palacio de Honno-ji. Nobunaga murió en el lugar, pero Akechi no logró constituirse como heredero de sus dominios. En la carta elegida, Luis Fróis relata el episodio de Honno-ji y el destino del traidor. 13 “Tenka” significa literalmente “debajo del cielo”. En su acepción más amplia, se refiere al mundo terrenal. En los textos japoneses suele aludir a la totalidad del reino nipón.

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manera llegaron al lado de un monasterio llamado Tenno-ji, donde Nobunaga acostumbraba hospedarse siempre en Miyako, habiendo ya sacado de allí a los bonzos y arreglado unos palacios. Antes de la mañana, estos treinta mil hombres habían cercado todo el monasterio, tan por fuera de lo imaginable en la ciudad que todos creían que aquello era una revuelta que se había levantado, y así se comenzó a divulgar por todo Miyako. Como nuestra iglesia está a una sola cuadra de distancia del lugar de Nobunaga, enseguida vinieron aquí algunos cristianos, cuando yo me estaba vistiendo para dar misa, y me dijeron que esperase, porque había un tumulto delante de los palacios que parecía ser algo grave porque se atrevían a pelear ahí. Entonces comenzamos a escuchar algunos escopetazos y salía fuego. Después de este recado vino otro: no era una pelea, sino que Akechi se hizo enemigo y traidor de Nobunaga y lo tenía cercado. Llegando la gente de Akechi a la puerta del palacio, entraron enseguida y como no había sospecha de tal traición ni nadie que se resistiese, encontraron a Nobunaga que acababa de lavarse las manos y el rostro, y se estaba limpiando con una toalla. De inmediato le dieron un flechazo en la espalda, que Nobunaga se quitó, y salió con una naginata en las manos (la cual es un arma de empuñadura larga, hecha a la manera de una hoz), y peleó por algún tiempo. Luego le dispararon un escopetazo en un brazo, se recogió dentro de su cámara y allí, una vez cerradas las puertas, unos dicen que se cortó la barriga, y otros que murió por el fuego en los palacios. Pero lo que sabemos es que de aquel que a todos hacía temblar, no solamente con su voz sino con su nombre, no quedó ni un pequeño cabello que no fuese convertido en polvo y en ceniza [...] Akechi encontró el modo de huir, en la boca de la noche, camino de su fortaleza principal, en Sakamoto. Se fue solo, y según dicen, algo herido, pero no pudo llegar hasta allá, sino que no se sabe dónde, se escondió aquel día de Nuestra Señora. Al otro día, fue tal el fervor de cortar cabezas, que desde la primera hora trajeron a este lugar a donde mataron a Nobunaga más de mil cabezas, porque habían ordenado que las llevaran allí y las pusieran en orden para el funeral de Nobunaga. Funeral, digo yo, lleno de olor, porque fue en época de sequía y sol. Tan oloroso fue, que no podíamos estar en la iglesia con las ventanas abiertas, por el hedor que llegaba. Fue tamaña la prisa por cortar y traer cabezas, que nos contó un cristiano que un tono14 parece que no estuvo el día de la batalla y entonces vino por las aldeas, encontró treinta y tres personas, les cortó las cabezas y las trajo para el funeral. De ahí a dos días pasamos el padre Organtino y yo delante del lugar en el que mataron a Nobunaga, y venían unos con más de treinta cabezas para ofrecer, colgadas de unas 14 “Tono” significa “señor”. Corresponde a un rango menor que el daimyo o “gran señor”.

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cuerdas, como si llevaran cabezas de carneros o de perros, sin ningún sentimiento. Y así se fueron acumulando más de dos mil. El desgraciado de Akechi se escondió, dicen que pidió a unos labradores que lo llevasen hasta Sakamoto, que les daría barras de oro, pero ellos lo mataron para robarle la katana y algo de su oro. Le dieron una estocada y le cortaron la cabeza, que ellos no se atrevieron a presentar en los funerales, pero otro hombre sí la llevó. Para mayor honra de Nobunaga, el jueves trajeron el cuerpo y la cabeza del asesino adonde estaban las otras. Él, que había matado a Nobunaga, él, que tuvo ánimo para revolver todo el Japón, terminó así miserablemente. No le permitió Dios después de su horrible traición vivir más de doce días y murió tan deshonrosamente en las manos de unos pobres y viles labradores, que no tuvo tiempo ni para cortarse la barriga, como acostumbran hacer los gentiles por su honor, antes bien juntaron su cuerpo y su cabeza y Sanxichindono lo mandó a crucificar fuera de la ciudad.”

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Luis Frois para el padre Alessandro Valignano, provincial de la India, de Nagasaki, 20 de enero de 1584 [II, 97'v]15 “Toyotomi prosiguió la victoria entrando con todo su ejército por el reino de Iechigen, a los tres días de junio, y llegó a cercar la fortaleza de Kitanosho, donde Shibata estaba recogido con poca gente. Este era ya un hombre de sesenta años pero muy valiente capitán, y toda su vida se había ejercitado en el arte militar. Saliendo a una sala grande, dio un discurso breve a los hidalgos que con él estaban: «Huir hasta recogerme aquí fue más por ventura de la guerra que por cobardía mía. Mi cabeza será cortada por los enemigos, y vuestras mujeres, y la mía, y los hijos, y los parientes, todos serán deshonrados; la infamia del nombre y de la casa de Shibata, que yo siempre regí, será perpetua. Por eso, según la costumbre común de Japón, yo ahora me cortaré el vientre, y mi cuerpo será quemado para que no sea visto ni hallado por los enemigos. Si a ustedes les parece que pueden pedirles perdón a nuestros perseguidores, yo me alegraré de que salven sus vidas». Todos respondieron que no solamente ellos, sino también sus mujeres e hijos, sin quedar ni uno solo, lo seguirían a la otra vida y no dejarían de imitarlo. Respondió Shibata: «Mucho estimo la prontitud de sus ánimos y la conformidad de sus voluntades con la mía, mas lo único que me pesa es que ya no se me ofrece en esta vida con qué obras agradecerles el amor que veo que todos me tienen». Y con esto mandó traer muchos manjares, con los que los convidó, y bebiendo de cuando en cuando, se pusieron a tocar sus instrumentos de música y cantar, con grandes risotadas y alegría, como si estuvieran triunfando en la victoria o en fiestas reales. Habían colocado ya mucha paja en las cámaras y salas, y todas las puertas y ventanas de la fortaleza estaban bien cerradas, sin apuntar con ningún tipo de escopeta a los enemigos que los cercaban. Todo esto hacía que los de afuera se admiraran, viendo adentro tanta quietud en las armas y tantas voces y cánticos de alegría. De repente, pusieron pólvora a la paja, y cuando comenzaron a arder las casas, Shibata fue el primero en arremeter contra su mujer, con la que hacía pocos meses que estaba casado, y la mató, y a todas las demás mujeres de su familia, y luego de inmediato con una daga se cortó el vientre en cruz, y allí cayó muerto. Lo mismo hicieron todos los otros hidalgos, y la gente que estaba en la fortaleza, matando primero a sus queridas mujeres, hijos e hijas. Se levantaron, en seguida, en lugar de los cánticos precedentes, tan grandes gritos, alaridos y llantos, 15 El sucesor de Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi (1537-1598), debió legitimar su poder a través de alianzas y batallas. El líder militar Shibata era uno de sus mayores enemigos. Le ofreció resistencia durante todo el primer año que siguió a la muerte de Oda, pero finalmente fue derrotado en junio de 1583 tras el sitio de Toyotomi a su castillo de Kitanosho. En la carta seleccionada, Luis Fróis cuenta los pormenores de esa derrota.

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con voces tan altas y espantosas, que excedían el rumor y el horrendo estruendo que generaba el fuego. Y así, sin que ninguno perdonara la tierna edad y las piadosas lágrimas de sus pequeños hijitos, los mataron a todos, y después se mataron a sí mismos, o bien se mataron los unos a los otros, y para que no quedaran rastros, vino el fuego, que acabó de consumir a los miserables que allí quedaban. Y para que Hashiba y los más enemigos tuviesen entera noticia de todo lo que había pasado adentro, Shibata, con el acuerdo de todos, antes de morir tomó a una vieja honrada, expedita en el hablar, para que estuviera presente, y luego le abrieron un lugar para que saliese de la fortaleza por una puerta y le contase extensamente a los enemigos lo que había visto”.

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U6 Dossier - Cartas jesuitas de Japón

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